A pesar de haber transcurrido más de seis años desde la publicación en
España de la primera novela del joven narrador y poeta hispanoargentino Andrés
Neuman (Buenos Aires, 1977) –recién este verano austral nos encontramos con Bariloche-,
creemos importante su comentario: tal es la calidad que exudan sus páginas, que
atrasada o no, su lectura y posterior reflexión, serán siempre un ejercicio de
vitalidad literaria.
Con sólo veintidós años, Neuman fue finalista, con el libro que
presentamos, del prestigioso Premio Herralde de Novela de aquella temporada
(1999). Roberto Bolaño, la leyenda chilena que crece a pasos agigantados,
integrante del jurado que falló el concurso en la oportunidad, le propinó
elogiosas observaciones: “La novela de Neuman me subyugó, si es posible
utilizar este término de principios del siglo XX, y me hipnotizó a partes
iguales. Ningún buen lector dejará de percibir en sus páginas algo que sólo es
dable encontrar en la alta literatura, aquella que escriben los poetas
verdaderos, la que osa adentrarse en la oscuridad con los ojos abiertos y que
mantiene los ojos abiertos pase lo que pase”. Sin más, tantas loas, merecen su
justificación.
En su moderada extensión, Bariloche es la crónica del último
período de la vida somnolienta del recolector de basura Demetrio Rota, narrada
a través de cincuenta y cinco breves capítulos. Sirviéndose de un estilo
depurado y a ratos lírico, Neuman se apoya en el protagonista, para dibujar una
perspectiva de la odisea del ciudadano argentino –el común y corriente de la
clase media- que respira y habita en el Gran Buenos Aires. Pero que es también,
una manera de enseñar la cotidianeidad -muchas veces asfixiante- de cualquier
hombre, dentro de la anónima metrópolis contemporánea. Mediante los datos
entregados por el narrador, conjeturamos que la edad de Demetrio se empina por la treintena. Su existencia es mediocre y monótona hasta decir basta. Salvo una relación amorosa
con la esposa de su camarada de labores –y mejor “amigo”-, que ejemplifica
hasta qué grado se han apoderado de él la abulía y el cinismo, nada relevante
le acontece. Su trabajo lo realiza por las noches y descansa durante el día en
su sencillo departamento del barrio Chacarita. El Basurero es el abismo y
metáfora, donde mueren las pasiones y afanes de la urbe, que él junto a su
compañero, alimentan en cada amanecer tras recorrer las calles de la ciudad
dormida.
Ante la agobiante mecanización y desesperanza de su vida, el pasado de
Demetrio –su adolescencia en una cabaña cerca de Bariloche, junto a sus padres-
se muestra telúrico y pleno de promesas por anhelar: de un alto sentido de la
belleza son las descripciones por parte de Neuman, del lago Nahuel Huapí y sus
alrededores, en cuya ribera, se encuentra la hermosa ciudad del sur argentino.
Para ayudarse a intentar recuperar la armonía y el equilibrio, además de la
evocación de sus emociones e imágenes primigenias –la seguridad de la infancia,
el primer amor, los inviernos lluviosos y sus árboles tristes-, Demetrio
construye puzzles grabados con los paisajes del lago y sus contornos, en sus
horas de ocio.
Así, se suceden los recuerdos, y la soledad presente
del personaje, hasta llegar a un punto de caída, que se resolverá en un final
abrupto y desolador.
Con un talento que asombra y produce admiración, Neuman examina los
inquietantes temas del desarraigo y de la pérdida, del escepticismo y de la
alineación, con un olfato artístico tocado por la gracia, a decir de Bolaño.
Pues, Demetrio Rota, es el ser humano habitante de una época que, al no poder
superarse y buscar caminos de felicidad y trascendencia, frente a la opresión
de la civilización, es arrojado al vacío y la precariedad espiritual. Estas circunstancias
vitales, sólo concluirán, con una autodestrucción inmoladora. Aún así, la
muerte ya no significa nada. Decepcionado de sí mismo y de todos, por su
corrupción y la de los demás, Demetrio no es capaz de entrever una salvación
redentora, ni menos de cambiar, o de afirmarse, en su abyección para
sobrevivir. Ciertos retratos de rincones y microcosmos de la capital argentina
(el Paseo Colón, las calles 9 de Julio y Bolívar, la avenida Independencia, el parque Lezama), nos traen a la memoria páginas del mejor Leopoldo
Marechal, y del inigualable Ernesto Sabato.
Bariloche, es una novela que le hubiese gustado escribir a Roberto
Arlt. Y eso, dice mucho de un escritor, que a no mediar un desgraciado
imprevisto, amenaza con cincelar su nombre a fuego, en la cumbre de la
literatura en lengua castellana del siglo veintiuno. Su tercera novela, Una
vez Argentina (2003) –que resultó nuevamente finalista del Premio
Herralde-, es un vibrante y apasionante recorrido autobiográfico, por la
historia reciente de la nación más grande que habla el español. Recomendamos
fervorosamente su lectura. ·- ·-· -······-·
Vicente Lastra
Andrés
Neuman
Bariloche
Editorial
Anagrama, Barcelona, 1999, 169 páginas
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