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1985-2004 = 930.005 niños asesinados dentro de la Constitución.
Los abortos legales realizados en España durante el periodo de Felipe González desde el 5 de Julio de 1985 (sanción real) hasta el 5 de Mayo de 1996 (Toma de posesión de Aznar) fueron 359.624
Los abortos legales realizados en durante la presidencia de José María Aznar desde el 6 de Mayo de 1996 (Primer día de gobierno) hasta el 17 de Abril de 2004 (Toma de posesión de Rodriguez) fueron 511.429
(Fuente: Subdirección General de Promoción de la Salud y Epidemiología)
El síndrome "Madina"
por
Fernando Abad Testa
El síndrome de Estocolmo vasco se da entre una parte amplia
de población que pudiendo no haber compartido los planteamientos de la banda al
principio, con el paso de los años, y ante la situación interminable de temor, han
acabado aceptando, primero con resignación, y después con más o menos ardor los
presupuestos de este crimen organizado.
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El secuestro es una de las circunstancias más insoportables de presión física y
sicológica que se pueden dar. La degradación moral del que ejerce esta forma de
extorsión es proporcional al desaliento que sufre la víctima que ignora el desenlace
de la situación.
En esta tesitura el llamado "síndrome de Estocolmo" resulta comprensible. Juzgar
como entreguista o cobarde al rehén que desarrolla una suerte de simpatía y hasta
complicidad con su captor es, desde luego, precipitado si no abiertamente injusto.
Parece lógico que ante una amenaza directa a la integridad física o sicológica de la
víctima, ésta reaccione de manera que pueda atenuar o minimizar los daños que se
deriven de aquélla. El síndrome de Estocolmo, sin embargo, parece ir más allá de la
simple empatía inicial y acaba en una comprensión cabal de las razones del
delincuente por parte de su víctima.
Naturalmente esto último ya no se puede admitir. Desde el punto de vista racional el
uso de la fuerza como método de extorsión es inaceptable pues vulnera la libertad.
La violencia sólo se justifica en legítima defensa cuando peligra la propia vida o
la de otro y se utiliza como último recurso, con todas las dificultades que comporta
su explicación. Se dice también, y es cierto, que el ciudadano puede hacer uso de la
violencia cuando está sometido a un régimen político que niega la libertad y toda
forma de participación política persiguiendo sanguinariamente la disidencia.
El fenómeno de la ETA en España y la Mafia en Italia han producido un caso
particular de este síndrome. Con su peculiar uso del terror han generado una trama
de complicidad y silencio, han comprado voluntades y llegado a ejercer una notable
influencia en el ejercicio del poder político. Además, en el caso de la ETA más
particularmente, hay un entramado social (políticos, clérigos, empresarios y
ciudadanos en general) que justifica ese estado de terror que amenaza con la muerte
a todo aquél que hace pública y abierta su discrepancia con esa forma inhumana y
totalitaria de presión. El síndrome de Estocolmo vasco se da entre una parte amplia
de población que pudiendo no haber compartido los planteamientos de la banda al
principio, con el paso de los años, y ante la situación interminable de temor, han
acabado aceptando, primero con resignación, y después con más o menos ardor los
presupuestos de este crimen organizado. La parte de responsabilidad que han tenido
los gobiernos (hasta la ley de partidos, y de nuevo el gobierno PSOE ahora de manera
desvergonzada desde que decide claudicar ante las pretensiones de la ETA
traicionando la ley) al no haber sabido atajar con contundencia esta lacra para
defender sin amilanarse el estado de derecho es indudable. Se puede decir incluso
más, que esa falta de determinación para defender la democracia por parte de quienes
tenían la obligación, por mandato electoral, de hacerlo, ha podido conducir a muchos
ciudadanos a dar ese paso funesto colocándose al otro lado de la raya. En efecto,
ante un vacío de poder palmario y vergonzante muchas personas pudieron pensar que
esa especie de "connivencia" por defecto con los que sí llevaban su lógica hasta el
final les estaba dando la razón, pues el que calla otorga. Pudieron, por tanto,
pensar que la larga lista de reivindicaciones históricas del nacionalismo era cierta
y pasaron irracionalmente a darles la razón. De esta manera subliman su miedo
mediante una seudojustificación de su conversión política.
El caso del diputado vasco Eduardo Madina es ejemplar a este respecto. Él, que
sufrió físicamente el embate del terrorismo, represente una posición difícilmente
comprensible, si no imposible, desde la opción política que representa.
Prácticamente desde que sufrió el atentado se ha colocado del lado de quienes le
mutilaron, asumiendo, él sabrá de qué manera, las razones de los asesinos. Cuando
aún su propio partido condenaba sin ambages la acción terrorista, él tomó una
actitud que ahora puede calificarse de "profética". Comprender las razones de la
banda cuando se pertenece a un partido constitucionalista es como resolver la
cuadratura del círculo. Como no hay explicación racional posible uno tiene que
recurrir a la psique humana y concluir que el miedo tiene sus razones. Es una
explicación que pudiendo ser errónea es la única plausible para mí. Hasta aquí
Madina representaría un caso de síndrome de Estocolmo sin más. Sin embargo, en las
últimas fechas parece ser que el síndrome se ha recrudecido y podría alumbrar una
variante nueva. En su fervor proetarra se ha lanzado a una defensa a ultranza de la
tesis rendicionista y arremete con furia contra el insensato que no comparte su
locura. El ex ministro del PP José Ángel Acebes ha sido objeto de una sentida
descripción cargada de bilis más próxima al paroxismo que a la mesura política. Es
humanamente comprensible entender las razones terroristas, pero no se puede
pretender llevar el sentimentalismo a la práctica política, sopena de entrar en un
relativismo que anula toda perspectiva racional de ordenamiento social.
Cuando una parte importante de una sociedad apoya a una banda terrorista y a
partidos que excluyen a priori del juego democrático otras opciones políticas, esa
sociedad ha malentendido la democracia. Si se manejan una serie de parámetros
culturales (lengua, costumbres, etc.) como constantes innegociables, el discrepante
es tratado como extranjero que no comprende las peculiaridades y está condenado de
antemano. Esta es la trampa nacionalista que en realidad considera la democracia
como un elemento extraño pero que a su vez tiene que aceptar nominalmente para
formar parte de la modernidad. Su objetivo es conseguir que nos sintamos más en una
gran familia que en una sociedad abierta y de esta manera combatir al disidente por
el simple procedimiento de que se sienta avergonzado. Cuando se generaliza este
sentimiento se gobierna fácilmente porque el síndrome de Estocolmo hace el trabajo
sucio. ·- ·-· -······-·
Fernando Abad Testa
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