Este año han descendido de la barrera mental de los 20.000 jesuitas, contabilizándose 19.850, de los que 900 son novicios. Una cifra bastante lejana de aquellos 34.000 miembros que el P. Pedro Arrupe se encontró a su subida al generalato en 1965. Ahora, el holandés Peter Hans Kolvenbach, renuncia al cargo, algo insólito en la compañía, y la orden se prepara para la elección de su sucesor en la próxima congregación general. La Compañía de Jesús ha sido el cuerpo de elite intelectual de la Iglesia Católica. Sus miembros, seleccionados y formados a conciencia, dentro de una disciplina y obediencia estrecha al Papa, les convirtieron en los responsables de la formación de grupos selectos de laicos que iniciaron su labor en el campo intelectual, sindical, político, asociativo y educativo desde el siglo XIX hasta la actualidad. Una institución con tan magno poder no podía dejar de ser envidiada. Desde que los poderes oscuros de la “ilustración” consiguieron su expulsión y posterior extinción en muchas ocasiones ha sido perseguida y en diversos sitios expulsada. A pesar de todo, el espíritu ignaciano sobrevivió en unos pocos y la compañía pudo volver a refundarse. Desde entonces, han estado presentes en todos los continentes, desde el campo de las vanguardias tecnológicas, hasta en la alfabetización de los dalits de la India. En 1974 la opción por los más pobres y humildes convirtió a los jesuitas en la vanguardia de las reivindicaciones de los oprimidos. La novedad de su mensaje, la desaparición de la sociedad tradicional, y la instrumentalización política de sus iniciativas por parte de la izquierda oportunista, causaron el divorcio de la compañía con la nueva sociedad católica. Mientras los jóvenes europeos encuentran los valores en los nuevos carismas eclesiales, las ramas que se alejan de Roma se secan. Pero los jesuitas aún conservan una rama fresca, la que pervive en la primera línea de la evangelización misional, la que reza a San Francisco Javier, que les libre de un nuevo Che. •- •-• -••••••-• José Luis Orella
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