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La enfermedad, maestra de virtudes

por María del Pilar Marcos Carrión

Visto desde otra perspectiva todo este acompañamiento que lleva la enfermedad se puede hacer no sólo más llevadero, sino que se puede convertir en un gran aliado para nuestra forma de ser y para todo católico, un medio eficacísimo de avanzar en el complicado camino de la santificación

1.- Concepto de enfermedad.

La enfermedad es algo consustancial al hombre desde siempre, forma parte de su vida, de su propia naturaleza. El ser humano siempre ha estado sometido a ese peso. Está hecho para ser feliz, gozar, y sin embargo le acompaña en su existencia el peso del sufrimiento físico (y el psíquico que aquél trae consigo como veremos más adelante). Siempre se asocia la enfermedad con la molestia, la incomodidad, el dolor, con algo negativo en todo caso, y como es natural, el hombre rechaza y siente aversión hacia ello. Pero visto desde otra perspectiva todo este acompañamiento que lleva la enfermedad se puede hacer no sólo más llevadero, sino que se puede convertir en un gran aliado para nuestra forma de ser y para todo católico, un medio eficacísimo de avanzar en el complicado camino de la santificación.

Pero empecemos por definir el término de enfermedad. Según el diccionario de la lengua española, la enfermedad es “la alteración más o menos grave de la salud”. Muy bien, pero vamos a concretar más. A ver lo que nos dice el diccionario acerca del término “salud”. Según éste la salud es “el estado en el que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones.”

Parece que vamos acotando conceptos, pero aún así sería bueno ver cómo define estos dos términos un diccionario de medicina[1], que suele ser más concreto. Según éste la salud es “la situación de bienestar físico, mental y social con ausencia de enfermedades y de otras circunstancias anormales”.

En un tratado de psiquiatría[2], encontramos la diferencia entre el término patología, y enfermedad, considerando la primera como el grupo racional de procesos originados por un cambio anatómico o fisiológico, cuando las defensas normales no pueden afrontar adecuadamente la amenaza, y la enfermedad como el conjunto de rasgos personales del proceso, la experiencia del dolor o malestar, la alterada adaptación psicológica y social y al cambio de significado de la alteración de las funciones corporales. Así el paciente percibe la enfermedad pero no necesariamente la patología.

 

Vemos que todas las definiciones llevan implícito el hecho de que la salud es un estado de equilibrio que equivale a “lo normal” y que la enfermedad supone una alteración de ese equilibrio y que es algo “anormal”. Nos damos cuenta de que los términos no sólo se refieren al aspecto físico del ser humano, sino a su componente inmaterial, psíquico y mental, y que el equilibrio de todo el conjunto físico y psíquico es lo que nos da el estado de salud, de bienestar y en el cual desarrollamos todas nuestras funciones de forma correcta.

En nuestra sociedad uno de los principales objetivos y preocupaciones es mantener en las mejores condiciones posibles ese estado de buena salud. Los términos de “calidad de vida” y “promoción de la salud” están constantemente inundándonos, pero reducen el concepto de salud y calidad de vida a algo puramente externo, lo reducen a la capacidad de gozar y experimentar placer o también a la capacidad de participación en la vida pública. Esto es algo tremendamente erróneo, pues olvidan la dimensión espiritual del hombre, portador de un alma inmortal creada a imagen y semejanza de Dios.

Pero a parte de esto, sobre lo que más tarde volveremos, una vez definidos los conceptos de salud y enfermedad podemos ahondar en el impacto que normalmente provoca la enfermedad en el ser humano.

Al ser la enfermedad una alteración del equilibrio físico y al ser el hombre una unidad física, psíquica y espiritual, es normal que la rotura de este equilibro físico altere su aspecto psicológico y produzca en el individuo un rechazo natural como adversidad que es. Todos sabemos por propia experiencia que el estar enfermo es desagradable, provoca tristeza, falta de ánimo para hacer las cosas de forma normal y en muchos casos enfado.

2. El dolor

Uno de los componentes mayoritarios en prácticamente todas las enfermedades y que más impacto psicológico provoca es el dolor, que no es ni más ni menos que un síntoma. Vamos a centrarnos un poco sobre esto del dolor. Según el diccionario de la lengua el dolor es “una sensación molesta de una parte del cuerpo causada por ciertas lesiones”, o, en otra definición haciendo referencia a la fisiología, dice que el dolor es “la sensación penosa recibida por nervios periféricos y transmitida a los centros nerviosos”.

Las dos definiciones son diferentes, la segunda más técnica que la primera, pero en ambas se pone de manifiesto ese componente desagradable y de rechazo del dolor que es la molestia y la pena que lleva consigo. Es éste lado “negativo” del dolor lo que hace a la enfermedad ser rechazada de forma natural por el ser humano.

Otra definición, quizá más completa, la encontramos en la que hace la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP), según la cual el dolor es “una experiencia sensorial y emocional displacentera, asociada a un daño tisular real o potencial de tejidos o descrita por el paciente como ocasionada por esa lesión”.

Y por último, desde un punto de vista clínico, el dolor se podría definir como una experiencia somatopsíquica. “Somato” se refiere al cuerpo, a la parte física, por tanto sería algo que se origina en el cuerpo, pero con repercusión en la “psiqué” del ser humano, en su parte inmaterial.

Todas estas definiciones implican muchas cosas. El dolor no es algo solamente sensorial, es algo muchísimo más complejo que afecta a las sensaciones, pensamientos, a la parte inmaterial del ser humano. Implica también algo importantísimo y es que el dolor es tremendamente subjetivo debido a lo dicho anteriormente. Por eso, cuando a un paciente se le pide que defina su dolor lo suele hacer de una forma muy vaga, poco exacta. A veces es complicado definir las distintas características del propio dolor. Y siempre y en todo caso causa molestia, malestar, incomodidad y en muchos casos mucho sufrimiento. Esta afectación psicológica también depende del tipo de dolor: su localización, su intensidad, la mayor o menor incapacidad que pueda producir, etc.

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Groso modo se podría clasificar el dolor en función de varios criterios:

      Según su duración.

1.    Dolor agudo: de corta duración, el efecto psicológico es leve.

2.    Dolor crónico: de larga duración. No desaparece con la causa que lo originó. El impacto psicológico es muy fuerte y afecta todas las facetas del individuo, incluyendo modificaciones en el ritmo y costumbres habituales.

      Según su intensidad.

Dolor leve, moderado, severo o muy intenso.

La intensidad se puede medir según distintas escalas en las que el paciente interviene. La más utilizada es la escala analógica (VAS) en la que se establece un baremo que va desde el cero (no dolor) hasta el 10 (dolor insoportable).

      Según su origen.

3.    Dolor somático. Es el transmitido por el sistema nervioso periférico. Se lesionan tejidos como la piel, los músculos, los tendones o los huesos. Es un dolor muy localizado

4.    Dolor visceral. Está transmitido por fibras del sistema nervioso simpático. Suele ser un dolor difuso y profundo.

El dolor surge cuando un estímulo potencialmente lesivo de los tejidos excita las fibras nerviosas a través del contacto de las sustancias liberadas por la causa del dolor con unas estructuras (receptores) que existen en la superficie de esas fibras nerviosas.

La sensación dolorosa se origina en el órgano afectado, donde esas terminaciones nerviosas especializadas transforman los estímulos dolorosos en estímulos eléctricos, los cuales se transmiten, a través de distintas vías nerviosas, al cerebro, donde se hacen conscientes. Las señales, al llegar al cerebro van haciendo distintos contactos en varios niveles del encéfalo, (corteza somatosensorial, áreas del sistema límbico y en el hipotálamo). En cada uno de esos niveles se produce una reacción y sensación autónoma (localización, duración, intensidad, enfado, malestar, taquicardia, etc) que en conjunto producen la compleja sensación dolorosa que abarca las distintas dimensiones que conforman el “sentimiento” del dolor. Una vez que esas señales han hecho contacto con el sistema nervioso (primero van a la médula espinal, desde donde en muchos casos ya se produce una primera respuesta ante ese estímulo, y de ahí las señales van hacia la corteza cerebral, donde se procesa esa sensación dolorosa), éste origina una respuesta.

Esto es así grosso modo. La realidad es que existe un complejísimo mecanismo de transmisión de señales a través de múltiples estructuras del sistema nervioso y en las que intervienen diferentes tipos de fibras nerviosas, sustancias, etc, dependiendo también del tipo de dolor que se trate.

Por otra parte las sensaciones del dolor vienen acompañadas de un componente visceral que conlleva, entre otras, alteraciones cardiovasculares, metabólicas, etc, como consecuencia de esa respuesta del organismo ante el peligro que supone para él la causa que originó el dolor.

Es importantísimo evaluar los efectos del dolor y de su tratamiento en las personas, para continuar o, en su caso, corregir, la pauta. Los efectos del dolor afectan a todos los sistemas del organismo y a la mayoría de las actividades humanas. Preguntar al paciente sobre todos los condicionantes del dolor, lo que éste le impide hacer y los cambios que nota desde que sigue el tratamiento es fundamental para conseguir mejorar la calidad de vida del paciente.

Normalmente el dolor intenso interrumpe con frecuencia el sueño, y si el dolor se prolonga en el tiempo, se puede crear un problema de insomnio que hay que tratar. También suele producir fatiga, depresión, falta de energía y debilidad muscular. Todo esto lleva a que el paciente, en líneas generales se sienta agotado y que haya que plantearse, junto con el tratamiento específico del dolor, conseguir un buen descanso.

Es muy frecuente también que se presenten nauseas, vómitos, disminución de la motilidad intestinal. Todo esto hay que tenerlo muy en cuenta a la hora de instaurar el tratamiento más adecuado No hay que olvidar que el dolor es un síntoma, y en muchísimos casos es una señal de alarma que avisa de que “algo” no marcha bien. Es por eso que hay que analizar el dolor de forma minuciosa para determinar la gravedad de la enfermedad o trastorno al que nos enfrentamos.

3. Impacto psicológico de la enfermedad.

Como dijimos al principio, la enfermedad es un hecho que abarca todos los aspectos del ser humano, no sólo el físico. Por eso, la enfermedad influye en la psicología de la persona que la padece.

Considerando al hombre como un ser bio-psico-social, se comprende fácilmente que la enfermedad supone para la persona que la padece, un cambio, una adaptación de su vida entera ante un hecho que altera la normalidad y el equilibrio necesario para el normal desarrollo de la vida.

La psicología médica estudia las interacciones entre la salud fisiológica y los procesos mentales y conductuales del enfermo. Dentro de esta disciplina, el modelo más aceptado es el modelo biopsicosocial, basado en el estudio de los factores psicológicos, sociales y biológicos que intervienen en el proceso de la enfermedad desde su inicio hasta la recuperación del paciente.

Desde el punto de vista psiquiátrico, hay varios tipos de reacciones frente a la enfermedad. Estas reacciones dependen de muchos factores:

3.1. El tipo de enfermedad.

No afecta lo mismo a una persona una enfermedad aguda (de duración corta) que una enfermedad crónica. O no es lo mismo que una enfermedad lleve consigo dolores fuertes intensos y duraderos que otra en la que el componente doloroso no esté tan presente, etc.

3.2. Etapa en el ciclo de la vida.

La reacción de una persona joven no es la misma (padeciendo la misma patología) que una persona mayor y con menos responsabilidades en la vida. Por lo general, las personas jóvenes aceptan peor su enfermedad, debido al trastorno que origina el desatender sus obligaciones. Ese problema no lo tienen las personas mayores pero éstas se enfrentan a la incapacidad añadida ocasionada por el deterioro sufrido por la edad.

3.3.Entorno del paciente.

Principalmente la familia y los amigos, las personas más cercanas al enfermo, pueden influir de manera importante en la aceptación y comportamiento de éste durante todo el proceso. Por otra parte, también aquí hay que señalar el impacto que la enfermedad puede producir en algunos familiares. Este es un proceso complejo y recíproco, en el que la distinta actitud del enfermo puede influir positiva o negativamente en la familia, y viceversa.

3.4. Personalidad y creencias del enfermo.

La personalidad del paciente va a influir en los mecanismos de defensa que éste pondrá en marcha cuando aparece la enfermedad. Por otra parte, el sentido que el paciente le da a su propia existencia, influye de manera decisiva en su comportamiento y respuesta ante esta nueva situación adversa y dificultosa en su vida.

3.5. Personalidad del /los médico/s, y condiciones hospitalarias si es el caso.

Es importantísimo que el paciente vea en su médico, o equipo medico y sanitario, a personas cercanas que se preocupan de él en todos sus aspectos. Esto hace que el enfermo confíe en ellos y colabore de una manera más eficaz en su curación.

4. Reacciones más frecuentes frente a la enfermedad

La vivencia de la enfermedad es diferente en cada individuo.

Las enfermedades somáticas tienen un periodo de incubación variable en el que se van instaurando paulatinamente los síntomas o las manifestaciones clínicas. Esos síntomas pueden ser físicos (propios de la enfermedad o que surgen como consecuencia de la reacción del paciente frente a ésta), o psíquicos como reacción psicológica ante la nueva situación. Tanto los síntomas físicos como los psíquicos están tan íntimamente relacionados que influyen los unos sobre los otros, de manera que hay que tratarlos convenientemente.

Los síntomas físicos y psíquicos más frecuentes (y a nivel general) producidos cuando aparece la enfermedad en el individuo, son los siguientes:

1. Disminución de las energías físicas.

2. Molestia física.

3. Depresión, ansiedad, miedo, angustia.

La disminución de las energías físicas, limita la actividad del paciente, en mayor o menor grado dependiendo del tipo y gravedad de la enfermedad.

La molestia física son los síntomas físicos concretos propios de cada patología y los que en la mayoría de las ocasiones originan esas reacciones y respuestas de tipo emocional que tanto pueden condicionar la evolución y esperada curación del enfermo.

La angustia que origina la enfermedad depende de las vivencias desagradables que anteriormente haya tenido, mostrando intranquilidad, lo que repercute en su calidad de sueño, el no descansar, en la falta de apetito y en que se queje frecuentemente.

La amenaza indefinida de la integridad física provoca ansiedad. Cuando la amenaza se transforma en algo concreto esa ansiedad se transforma en miedo. En muchas ocasiones es miedo a lo desconocido de la enfermedad, sus causas, sus efectos, su duración. Toda esa incertidumbre que rodea al paciente. Es por ello importantísimo dar al enfermo la información necesaria sobre todo lo que rodea su enfermedad. Información, por otra parte, que habrá que dar en dosis adecuadas según el tipo de enfermedad que sea y sobre todo, según el tipo de paciente que se trate, aunque en este punto hay mucha discordancia entre los facultativos.

La ansiedad se puede manifestar de muchas maneras, con inquietud, insomnio, irritabilidad, y en casos más graves los síntomas de la ansiedad pueden provocar palpitaciones y trastornos gastrointestinales y cardiológicos que hay que tener en cuenta y tratar debidamente.

Otra reacción muy frecuente es la depresión. Ésta surge ante la amenaza, real o supuesta, de una pérdida (de funciones físicas o psíquicas, de trabajo o papel social, etc). Esos síntomas depresivos suelen surgir cuando la enfermedad se ha manifestado y el paciente es consciente de sus consecuencias. Se dan sobre todo en enfermedades crónicas, invalidantes, trastornos de la salud que duran poco pero que se repiten con frecuencia, o enfermedades que supongan una amenaza real a la propia vida.

Muchas veces el estado del paciente no llega a ser el estado depresivo, sino simplemente se siente triste, al no encontrarse en las mismas condiciones que cuando estaba sano. Se deja llevar de las circunstancias.

En otras ocasiones esa depresión se manifiesta con un aplanamiento o desinterés, y en otras con llanto, aislamiento, sentimientos de culpabilidad, y en casos extremos, con ideas suicidas.

La depresión también está presente en enfermedades cuyo componente principalísimo es el dolor. La relación entre el dolor y la depresión y el dolor es muy compleja.[3]

Generalmente en un mismo individuo se dan más de un tipo de depresión de las descritas.

En muchas ocasiones esta depresión no es diagnosticada, y por tanto, no tratada, con lo cual la calidad de vida del individuo disminuye y se retrasa y complica el propio proceso de curación de la enfermedad.

La comprensión psicológica del enfermo representa una tarea ineludible para el médico. Éste ha de tener una actitud abierta, acogedora y expectante. Así, el paciente se entregará más fácilmente a la comunicación y colaborará con el equipo sanitario en su propia curación.

Aparte de todos esos síntomas, cada persona, cuando pierde la salud y se enfrenta a la enfermedad, trata de darle un significado según las sensaciones que experimente durante el proceso, según sus creencias, conceptos sociales y morales y según su personalidad.

Hay pacientes que consideran la enfermedad como una prueba para medir su resistencia o soportar el sufrimiento.

Otros la consideran como un castigo a su comportamiento o modo de vida, de forma que se plantean su actitud general frente a su familia demás personas.

Otros, considerando la enfermedad como un hecho natural que forma parte de la vida del ser humano, la aceptan sin más, pensando que cualquier persona en cualquier momento de su vida puede sufrir una desgracia o pasar por momentos complicados.

Aparte de todo esto, el paciente, tenga el concepto de enfermedad que tenga, puede manifestar unas reacciones frente a la enfermedad de muy diverso tipo, y en las que vamos a profundizar un poco a continuación.

4.1. Reacciones del paciente frente a la enfermedad.

Fundamentalmente hay dos tipos de reacciones que el enfermo puede poner en marcha. (Hay que decir que se suelen dar en un individuo varias de estas reacciones simultáneamente). Unas que podríamos llamar positivas, porque contribuyen al buen desarrollo del proceso curativo y otras que se podrían denominar negativas, ya que dificultan, tanto al equipo sanitario, al médico y al paciente conseguir la curación, o al menos, un buen nivel de vida.

 

4.1.1. Reacciones negativas.

 

Las más importantes son los mecanismos de defensa.

 

Regresión.

El enfermo se comporta como una persona de edad muy inferior a la que tiene. Se encierra en sí mismo, no quiere ver a nadie, se resiste a los tratamientos aunque se hace muy dependiente de los demás.

Evasión.

El enfermo rechaza la realidad que se le presenta por ser difícil y se evade a un mundo irreal de fantasías.

Agresión

El paciente “carga” sobre los demás todo lo que está padeciendo. Les culpa de todo lo que le sucede, todos los cuidados que recibe le parecen inadecuados e insuficientes, se irritan con frecuencia, etc. Los sanitarios que les cuidan han de tener una preparación especial para tratar adecuadamente a estos sujetos.

Inculpación

El enfermo se echa a sí mismo la culpa de lo que le pasa y se aísla. El médico o las personas que cuidan de estos pacientes han de intentar que el enfermo se abra a hablar y a comunicarse. Lo contrario podría llevar a una depresión o en casos más graves a intento de suicidio.

Negación

El enfermo trata de eliminar todos los sentimientos o pensamientos desagradables, incluso negar la propia enfermedad, ocultando sus efectos.

4.1.2. Reacciones positivas

 

Las reacciones positivas se pueden agrupar en dos grupos.

Superación

La postura del enfermo es serena. El enfermo realmente quiere curarse y adopta una actitud valiente. Colabora activamente con el equipo médico y se sacrifica gustosamente, haciendo todo lo que esté de su parte para superar el escollo de la enfermedad.

Resignación

El enfermo acepta la enfermedad, pero no con tanta “valentía”, sino “porque no hay más remedio”. Colabora también activamente con el médico pero de una forma más pasiva.

En ambos casos vemos que el nivel de cumplimiento terapéutico en tremendamente más alto que cuando los pacientes presentan reacciones negativas, en los que los facultativos encuentran serias dificultades para instaurar un tratamiento con resultados adecuados.

 

5. La enfermedad, maestra de virtudes.

Hemos hecho un repaso de las consecuencias que puede llegar a tener la enfermedad en general (siempre, claro está, se podría entrar en el amplio mundo de la casuística, la infinidad de casos particulares, cada persona es un mundo. Aquí sólo damos pinceladas para poder tener una idea general), y vemos que en la mayor parte de los casos, la enfermedad es algo malo, negativo.

La propia experiencia, sin embargo, nos confirma día tras día, afortunadamente, que para muchísimas personas la enfermedad ha sido la ocasión, la oportunidad de mejorar su carácter, de dar otro sentido, de dar el auténtico sentido o de encontrar por fin el sentido a su existencia, de practicar unas virtudes, que en otras situaciones de bonanza no hubiesen practicado, viniendo a ser que al ser conscientes de ello, estos pacientes han mostrado su agradecimiento a la Providencia por mandarles semejante “encargo”, y en medio de su sufrimiento, de lo pesado de su enfermedad están alegres, conformes, animosos, y cuando salen de ese mal trance, parecen personas diferentes, mejores.

Desde el punto de vista humano es difícil comprender esto, puede ser algo contradictorio, pero es tremendamente real, comprobable, palpable, maravillosamente cierto.

Evidentemente a nadie le gusta estar malo, pasarlo mal, trastocar nuestros planes. La enfermedad muchas veces provoca irritabilidad, sobre todo si ésta no pasa pronto y limita para realizar las actividades cotidianas. En principio puede ser una reacción normal. Pero comprobamos que de nada sirve enfadarnos. El mal no se va, sino que empeora con esa actitud de rechazo.

Otras veces puede producir miedo y se puede tener la inseguridad de no poder superar o no saber cómo afrontar una enfermedad incierta o grave.

Todos admiramos a las personas virtuosas. Las que son amables, pacientes, humildes, valientes, a las personas que saben superar, sin jactarse de ello, las dificultades, las que saben sufrir sin quejas ni vanaglorias, en el silencio de su recogimiento y de su corazón ese dolor, esa molestia, esa pena. Las consideramos grandes, valerosas, fuertes y que poseen la mayor riqueza, que es la riqueza interior. Las consideramos dichosas porque sabemos que le dan sentido a todo ese sufrimiento y ese sentido les hace felices en medio del dolor. Y eso lo saben hacer ante una enfermedad leve y corta y ante una larga y penosa.

La enfermedad, afrontada desde una perspectiva positiva puede ser una gran maestra de estas virtudes y una ocasión estupenda para ponerlas en práctica. Y esto es así desde es punto de vista psicológico y espiritual. Está comprobado que un enfermo con buena disposición, tiene más posibilidades de curarse, simplemente porque afronta con humildad lo que se le viene encima y colabora de buen grado con el médico, aunque pida explicaciones y quiera saber lo que le pasa y el tratamiento que sigue. Lo primero que hay que hacer es tomarse las cosas con calma y ser optimista. Hasta aquí estamos en el plano puramente humano. Es a lo máximo que puede llegar el ser humano por sí mismo. No es poco, especialmente en algunos casos, pero es que se puede llegar más alto.

Veamos cómo la enfermedad nos puede enseñar de forma práctica alguna virtud.

La enfermedad supone pérdida de facultades y en muchos casos supone empezar a tener que depender de los demás, empezando por el médico, su opinión, consejo, y en casos medio serios casi órdenes. Eso supone “bajarse” del pedestal del orgullo, y ser sumiso ante la nueva situación, aunque sea leve y temporal (una gripe de una semana para muchos es algo insoportable psicológicamente hablando).

Hay personas que creen que jamás van a estar enfermas. Ven la enfermedad, el dolor y la incomodidad de refilón, en el vecino, y cuando les toca a ellos se preguntan “¿por qué a mí?” Ese choque del principio se puede superar y si saben poner en marcha esos mecanismos y respuestas positivas de las que hablábamos más arriba, esas personas acabarán por contestasen a sí mismas “porque me hacía falta para ver bien las cosas” y aceptarlo todo de buen grado, me hacía falta aprender y esto me ha hecho madurar y crecer como persona.

El ser conscientes y aceptar de antemano el hecho de que todos somos vulnerables y posibles sujetos de una enfermedad, un malestar, un accidente, etc, ya debe suponer un acto interno de humildad y de rebajamiento en la soberbia innata que todos llevamos dentro.

Cuando se nos presenta una enfermedad en principio no nos queda más remedio que tomárnoslo con calma y acatar las indicaciones del médico. Eso ya supone un acto de humildad. Si ésta se prolonga en el tiempo, lo siguiente que nos enseñará la enfermedad es la paciencia y la esperanza de que nos curaremos. En el transcurso de este tiempo largo de sufrimiento la fortaleza aparece también, necesaria para seguir adelante. La voluntad se hace fuerte animada por esa paciencia y la confianza. Y cuanto más dolor más fuerte se hace la voluntad para pruebas venideras.

Durante la enfermedad nos podemos acordar de otras personas que también sufren y lo pasan mal. Podemos entonces comprender el dolor ajeno. Quizás antes de estar enfermos no dábamos importancia al dolor del prójimo. Nos quejábamos de sus quejas o de lo que suponía para nosotros las consecuencias de que esa persona estuviese enferma. No lo comprendíamos. Ahora nos toca a nosotros estar en su puesto y puede ser ésta la ocasión de comprender que hay personas que sufren mucho y quizás no tengan los cuidados que nosotros recibimos. Si cuando nosotros estamos malos queremos que nos cuiden y nos presten atención, es momento de proponernos el practicar la virtud de la caridad con el que sufre, en cuanto tengamos ocasión, ofreciéndole nuestra comprensión, nuestra ayuda y desplegar toda nuestra capacidad de amar.

Es lógico que durante toda la enfermedad (nos referimos a enfermedades o convalecencias largas) haya momentos también de desasosiego, de estar triste y cansado, de incertidumbre en los que las fuerzas flaquean. Es normal, somos humanos y nos cansamos, pero es entonces cuando hay que poner en práctica esas virtudes de fortaleza de esperanza y de paciencia. Para muchas personas la enfermedad supone una ocasión única de superarse a sí mismos. Pero si además a ese malestar le damos un sentido trascendental, todo adquirirá una nueva dimensión, más alta, más grande. El conformismo humano es muy pequeño, la resignación sin más sentido no llena el corazón de auténtica felicidad. Tanto dolor debe tener un sentido más alto, más grande, más sublime.

Inevitablemente el darle un sentido a la enfermedad y al dolor va íntimamente unido a darle un sentido a la vida toda. Es ahí donde radica el fondo de toda la cuestión que planteamos. Estando unido el dolor a lo más profundo e íntimo del hombre de toda clase y condición social, ya que en esto no hay distinción de ningún tipo, por fuerza el ser humano ha de unir el sentido de su dolor al sentido que le dé a su propia existencia. Se puede subir más alto. Sí, personas admirables pero sin más trascendencia. Hay que buscar más allá, porque hay más allá.

Que el hombre es un ser inmaterial y trascendente lo demuestran infinidad de cosas. El mundo en el que vivimos es una mezcla de goces y desgracias y la lógica nos puede llevar a pensar que después de la ineludible muerte debe haber algo más y que ese algo más es lo que debe dar sentido a lo que vivimos durante los años que dura nuestra existencia. Nada de este mundo da la auténtica Felicidad ni puede dar sentido auténtico a nuestra existencia. Ni los más sabios médicos e investigadores pueden darnos una explicación al dolor, ni su remedio para el alma que sufre sus consecuencias. Sólo un sentido trascendente de la vida puede hacer que la enfermedad adquiera un valor que vaya más allá de lo puramente humano y caduco y llene por completo el corazón desgarrado del ser humano en esa situación.

Cuando el ser humano es consciente de que está de paso, de que al final de esta vida hay un juicio y después de él la eterna dicha o el eterno sufrimiento, que el mismo Cristo sufrió y murió, enseñándonos el auténtico sentido de todo dolor, el hombre encuentra la auténtica paz que necesita para poder recuperarse, el ser humano ve en la enfermedad un medio para alcanzar el fin último de su existencia que no es otro que el de unirse un día con su Creador. Que Dios mismo quiere que durante ese tiempo que dura la enfermedad aprenda, se acerque más a El, a través de la práctica de todas esas virtudes que hemos descrito. El enfermo está más animoso, más conforme, más sereno, más paciente, más colaborador con el equipo médico. Se recupera antes y a la vez saca provecho espiritual.

Es consolador y admirable ver en el lecho de muerte a enfermos terminales conscientes de su estado con el rostro iluminado por la luz de la paz que sólo Dios puede dar y que en esos momentos se preocupan más de los problemas de las personas que van a verles que de su estado, simplemente porque ven más allá porque le han dado un auténtico sentido a esa enfermedad y a ese dolor y lo ven como un medio para su fin y por eso están serenos y tranquilos.

Considerando ese fin último del hombre, se pueden considerar dos tipos de males:

1. Mal absoluto: impide al hombre alcanzar su fin último. Sería el pecado.

2. Mal relativo: es lo que desagrada al hombre, aunque no le impide alcanzar su fin último. Serían el sufrimiento y la muerte.

El sufrimiento y el dolor son permitidos por Dios para alcanzar el fin último del hombre.[4]

Hay personas que una convalecencia larga en cama les hacer repasar su vida, sus errores, hacer examen de conciencia. Se reconcilian con Dios y a partir de entonces cambian de forma de ser y actuar.

Unida a lo anterior surge la idea de la reparación. Hemos de ser conscientes de nuestra naturaleza caída, de que somos pecadores y que infinidad de veces ofendemos a Dios. La enfermedad con su acompañamiento de molestias y dolores es buena ocasión de reparar esas ofensas y siendo generosos, podemos ofrecernos para reparar ofensas ajenas.

También se dan casos, de enfermos que ofrecen a Dios sus molestias para obtener gracias concretas. Una vez que llega la enfermedad no desaprovechan la ocasión para ofrecer lo que lleva consigo a Dios para obtener de éste algún favor.

Hay otras personas que al contrario de buscar incesantemente un porqué a su dolor y malestar se conforman con pensar que Dios así lo quiere, que alguna razón tendrá El para que eso pase, que hay que hacer todo lo posible por recuperarse y que detrás de todo eso seguro que hay algún bien, aunque en ese momento no se vea. Hay un convencimiento total y pleno de que Dios junto con esa prueba manda los medios necesarios para superarla por muy difícil que parezca. Vemos a esas personas serenas, sonrientes, hasta alegres en medio de su pesar y a pesar de tener momentos duros. Es consolador acercarse a ellas porque transmiten una paz que los que estamos sanos no encontramos envueltos en nuestro trajín cotidiano.

Podemos apreciar que así la enfermedad puede ser beneficiosa no sólo para quien la padece sino para quien está cerca de quien la padece, pero sólo si se le da un sentido que trascienda lo puramente humano y alcance la esencia y fin último del hombre, y así la enfermedad lejos de ser algo horroroso de lo que hay que huir a toda costa puede ser una maestra estupenda de virtudes que nos lleven a mejorar nuestro carácter, corregir vicios, ser mejores personas. De nada nos sirve enfadarnos por estar enfermos, nos curaremos más tarde y acabaremos deprimidos, tristes y haciendo la vida imposible a los demás. Vemos que vista solamente desde el punto de vista humano nos quedamos muy cortos, nuestro corazón puede encontrar una resignación, un consuelo, pero que son fugaces y no llenan plenamente. Si la aceptamos de buen grado, como algo de lo que podemos sacar provecho seremos felices en medio de esa contrariedad y la veremos como un medio para llevarnos a Dios y en definitiva a alcanzar nuestro fin último que es ser eternamente felices.

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María del Pilar Marcos Carrión

Bibliografía

Libros Francisco Zaragoza, Cecilio Álamo. Abordaje del Dolor desde la Oficina de Farmacia. Tomo I. Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos. Universidad de Alcalá.

Gyuton. Tratado de Fisiología Médica. Tom o I. Ed. Mc Graw Hill Interamericana.

Harold I Kaplan, Benjamin J. Sadock. Tratado de psiquiatría ( 2ª ed.). Masson-Salvat.

Diccionario de Medicina Océano. Ed. Océano.

Angel Mª Rojas, S.J. ¿Para qué sufrir? Ed. Edapor.

Internet

Aspectos psicológicos del paciente frente a la enfermedad. Monografía enviada por José Romero Yauri. [en línea]. Disponible en <http://www.ilustrados.com/publicaciones/Epyp AApAyukWMoifWN.php>



[1] Diccionario de Medicina Océano. Ed. Océano.

[2] Tratado de Psiquiatría. Kaplan Tomo II. Pág 1262.

[3] “El umbral del dolor decrece en los pacientes clínicamente deprimidos, y el dolor es un síntoma común entre los pacientes con depresión primaria.

Las personas con dolor propio de una enfermedad somática crónica, con frecuencia también desarrollan síntomas depresivos.” Aspectos psicológicos del dolor. Principios de Medicina Interna. Mc Graw Hill Tomo I pág. 17.

[4] Ángel Mª Rojas S.J. ¿Para qué sufrir? Ed. Edapor



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