El ambiente[1] La tragedia húngara es una de las recientemente evaluadas por un equipo de historiadores franceses en que participaron Stéphane Courtois, Nicolas Werth, Jean-Louis Panné, Andrzej Paczkowski, Karel Bartosek, Jean-Louis Margolin, del Libro negro del Comunismo (1997) dentro del contexto genérico de los crímenes del marxismo. Hemos abordado, asimismo esta investigación desde el punto de vista del análisis ideológico de los textos abiertos (prensa y sesiones parlamentarias), primando la interpretación de sentido e incorporando una entrevista in extenso a uno de los protagonistas menores, miembro de la colonia húngara, que proporciona luces de cómo vieron los residentes en Chile la situación. Esto no agota la posibilidad de otros enfoques y metodologías tales como el análisis de contenido desde la Historia de la Prensa, la historia oral en los sobrevivientes o el análisis del discurso y sus omisiones. Desde el punto de las relaciones internacionales, por su parte, la sublevación de octubre y noviembre de 1956 constituye uno de los hitos de la Guerra Fría que con mayor brutalidad retrotrae a la Guerra Fría. Justo en el momento cuando aparentaba disminuir tras la muerte de Stalin. A varias décadas del acontecimiento, que hoy es parte de las efemérides húngaras, no sorprende que la visión de la rebelión en Chile siguió el alineamiento mundial de las fuerzas políticas chilenas. Sin duda para ellas, el caso húngaro para bien y para mal constituía un ejemplo de lo supuestamente irreversible que era el Comunismo, tanto en su versión de utopía final deseable, como por el contrario de estadio terminal rechazable. Bajo esta perspectiva se entiende que las fuerzas democráticas chilenas condenaran la invasión de Hungría y por contrapartida la izquierda chilena justificara directa e indirectamente la represión esgrimiendo numerosos argumentos tales como el antiimperialismo, el antifascismo e incluso el rechazo al “terrorismo” como se llegó a calificar a los actos de los patriotas húngaros. El silencio de la izquierda chilena a posteriori sobre su actitud entonces, pone de manifiesto el doble estándar de estas fuerzas en lo sucesivo y su visión puramente instrumental de conceptos tales como los de soberanía del pueblo, autodeterminación y soberanía nacional, ésta última supeditada a la tesis de la “soberanía limitada” en el bloque soviético. Como se recordara la tesis de la soberanía limitada, operante años después en Checoslovaquia y Afganistán, se formuló expresamente en el V Congreso del Partido Comunista polaco, el 11 de noviembre de 1968, pero estaba inspirada en tesis de Korovin de 1924 y su objeto era legitimar la intervención en los estados del bloque soviético que estuviesen en peligro contrarrevolucionario. Al momento de ocurrir la rebelión húngara parecía que el clima de la Guerra Fría estaba desapareciendo, tanto que la invasión francobritánica del Canal de Suez contra Egipto fue decidida como posible en medio de la liberalización del bloque oriental y tras los desórdenes que en Polonia habían debilitado el control comunista. Parte del infundado optimismo se basaba en dos procesos paralelos. El primero de ellos se refería a la desestalinización que había comenzado con el informe de Kruschev en el XX Congreso del PCUS y que implicaba revisiones sin parangón en la URSS. Como se recordará el dirigente soviético planteó la posibilidad de un tránsito pacífico al socialismo, sin guerra civil. El segundo era la liberalización del control soviético sobre el bloque oriental con el nombramiento tanto en Polonia como Hungría de dirigentes reformistas. En este segundo país el nombramiento de Primer Ministro recayó en Imre Nagy que había sido eliminado del Partido Comunista en 1948, por oponerse a la colectivización agraria, 4 de julio de 1953. Su designación llegó en un momento altamente conflictivo para la URSS que había visto la sublevación de Berlín-Este (17-IV-1953), que había costado la vida a 51 personas y quería aliviar la tensión política. La política de Malenkov de concesiones se nutría de manifestaciones anticomunistas y antisoviéticas en Pilsen y Ostrave (Checoslovaquia), Vorkuta ciudad penal del norte extremo de la URSS y la agitación en Hungría contra el mando comunista. Asimismo, como explican el equipo del Libro negro del Comunismo, la máquina represiva había sufrido cambios, pues “los responsables de la policía política, actores consumados de la represión de 1949 a 1953, habían sido destituidos y en ocasiones arrestados y condenados, aunque desde luego a penas no muy elevadas. Los dirigentes políticos obligados a renunciar eran reemplazados a veces por antiguos prisioneros, como Gomulka en Polonia o Kadar en Hungría”. Sin embargo la inicial tranquilidad se rompió el 7 de enero de 1955, cuando los dirigentes soviéticos comunicaron a Nagy su disconformidad con el rumbo reformista. La escisión del mando comunista húngaro en una línea incondicional de Moscú y la reformista que pronto evolucionó a una mayor oposición se evidenció tras el reemplazo del Presidente Gerö por Janos Kadar. Esto se hizo posible por la alarma que causó primero la sublevación en Poznan, Polonia, del 28 de junio de 1956 que derivó en una solución reformista y por la radicalización de los patriotas húngaros el 21 de octubre de 1956, donde una manifestación popular dirigida por el dramaturgo Gyula Hay degeneró en la exigencia de la retirada soviética. A pocos días de la protesta se hizo oír la voz de Occidente a través de la Radio Europa Libre. Eisenhower ofrece el 25 de octubre su apoyo y hacia el 28, tras escaramuzas los revolucionarios controlan Budapest. Ambos acontecimientos radicalizaron las posiciones, pues las interpretaciones radiales occidentales asimilaban los hechos a su inspiración, lo que despertó inusitado temor en Moscú. En ese panorama, en que se exige a la URSS moderarse en la intervención en Hungría, Francia y Gran Bretaña deciden ocupar Suez el 29 de octubre dando con esa actitud la excusa perfecta para la represión soviética en su propio subsistema y área de influencia. En esos primeros días de confusión, en que la cúpula ortodoxa es desplazada del poder, la intervención soviética cesa con la retirada el 30 de octubre. Es día, mientras las tropas soviéticas se retiraban de Budapest, Moscú manifestaba: “El gobierno soviético expresa su convicción de que los pueblos de los países socialistas no permitirán que las fuerzas reaccionarias del extranjero del interior quebranten las bases del régimen de democracia popular”. Tras este pronunciamiento Moscú define la situación a favor de la represión, pues el movimiento antisoviético se había radicalizado. Ello era contrario a lo que se había hecho en Polonia y en parte se justificaba en las promesas de ayuda occidental a la rebelión aunque en los hechos era solo retórica vacía. Tras la determinación soviética, el mando comunista local solicita la intervención soviética y empieza la lucha desigual con las tropas y pueblo húngaro. La segunda intervención, mucho más violenta en la noche del 3 al 4 de noviembre, en que el gobierno húngaro presidido por Imre Nagy se radicaliza, libera los presos políticos, se alienta una revuelta antiestalinista (una muchedumbre destroza la estatua de Stalin) a la vez que una multitud libera al Cardenal Midszenty de su cautiverio y lo lleva a la Embajada estadounidense, que será su refugio por décadas. Es la resistencia contra las tropas soviéticas la que da su carácter de epopeya a la sublevación, que pese a la valentía ciudadana y al aporte de los soldados húngaros cae herida de muerte el 4 de noviembre, fecha en que los tanques de la URSS consolidan su victoria. La colonia húngara La colonia húngara se presentaba como una reunión de pocos miembros ligados en parte por su origen y profesión católica, elemento este último común a la población chilena, pero también decisiva en torno a su cohesión. Había llegado en diferentes oleadas y varias de las asociaciones existentes según nuestro entrevistado, Andrés Lederer, residente y espectador de los hechos en Chile eran asociaciones dispersas, informales, “porque de Hungría salieron distintos grupos de emigración política”...”Quedaron más cerca socialmente los que tenían un antecedente político común”. Ellas se agrupaban principalmente en Magyarok, Federación de Asociaciones Cristianas Húngaras en Chile que eran la San Esteban, MHBK, MSZM y BENE, que se reunían en el Club San Esteban, Dieciocho 193. Gran parte de la movilización de la colonia corresponde a los últimos días de octubre hasta mediados de noviembre, cuando ya la rebelión está aplastada. Esta reacción se acentuó con la cercanía a las colonias croata y polaca, mucho más organizadas que la húngara, de muy pocos miembros. Además la colonia polaca estaba unida por la figura del Padre Bruno Richlowsky y la Misión Católica Polaca. La acción húngara residente, si bien cercana al Partido Conservador Tradicionalista, estuvo también muy ligada a la Iglesia Católica chilena y especialmente a Cáritas Chile. De hecho, el dinero recolectado por la colonia se derivó a esa organización benéfica. Prueba de lo estrecha que era la relación es que el 29 de octubre la colectividad húngara envió un agradecimiento por su apoyo a la causa húngara al Cardenal Primado de Chile, monseñor José María Caro. ¿Por qué la Colonia demoró en pronunciarse? Para Lederer se explica por la confusión reinante y la sensación de no saber adonde iban. Los sucesos de octubre fueron vistos de manera confusa, con una cercanía en principio con la Yugoslavia de Tito, pero fue la liberación del Cardenal Midzensty lo que provocó la reunión y acción de los húngaros residentes, pero ya es tarde. Lederer es convocado porque era estudiante revalidando su título de ingeniero en la Universidad de Chile y conocía el ambiente académico; de hecho más tarde fue largos años profesor de la Universidad Católica de Chile. Participa en el célebre debate de la FECH, Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, que se inclina por condenar la invasión y que cuenta con su alocución. Fue entonces cuando el apoyo a la rebelión se confunde con el impacto de las masacres, la imagen heroica del reformismo aplastado por la bota extranjera encendieron las pasiones. El grupo que se reunía era el de la madre de Lederer y del Conde Rosthy. Ellos junto a los polacos, se encargan de recolectar dinero para la causa. Un papel menor pero no menos emotivo, “Nuestras impresiones de al principio (sic) son muy confusas porque en realidad provenían de las noticias y a la larga nuestro papel no era más que colaborar y recolectar platas (dineros) que se canalizaban a través de Caritas Chile para ayudar a los que se refugiaron y salieron del país...”. Los húngaros residentes efectuaron una reunión pública en el teatro de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile (SATCH) en “solidaridad con los pueblos sojuzgados por el comunismo ruso”, conducidos por el organizador del acto, el pintor Rudolf Pintye, “quién –narraba el diario La Nación- en vibrante discurso se refirió a la actuación del pueblo húngaro ante la dominación rusa”. Esta convocatoria no solo abarcó a los polacos y húngaros, sino también a cierto número de rusos blancos y de croatas. Por los húngaros en exilio hablaría el Reverendo Padre Abrosio Szolas. De estos grupos el más organizado era el del Gobierno polaco en el exilio, que había designado como embajador a Edward Wiche Zarycki, quien actuaba de manera oficiosa y daba entrevistas a la prensa chilena. Orador principal del evento fue el diputado conservador Luis Valdés Larraín, quien hizo mención de la “gesta gloriosa que escribía en la actualidad el pueblo de Hungría al rebelarse contra los opresores (...) y recordó los héroes de la revuelta polaca”. Esta actitud de repudio de la colonia fue contundente. Tanto colectiva como individualmente. Una inmigrante anónima, manifestaba a La Nación; “Estoy indignada y conmovida por estos acontecimientos que someten nuevamente a mis compatriotas a una terrible prueba...”. Poco después, las Congregaciones Marianas y la Asociación de Alumnos del Colegio Jesuita San Ignacio organizan una misa –en nombre de los caídos- en la Iglesia San Ignacio oficiada el 28 de noviembre a las 19,30 horas por los Reverendos Padres Francisco Déak y Ladislao Juharsz “ambos jesuitas húngaros”. La posición del Estado de Chile. Los sucesos de noviembre de 1956 conmovieron al Gobierno chileno, pero su actitud estaba condicionada por varios elementos previos. El primero y más evidente era la inexistencia de lazos diplomáticos con el bloque soviético, decisión tomada por el Gobierno radical de Gabriel González Videla, cuando declaró al Comunismo fuera de la ley. Todo ello aunque en 1956 su propio Partido pidiera el restablecimiento de relaciones con la URSS, el bloque oriental y el establecimiento con China Popular. El cambio había sido solicitado al Gobierno de Carlos Ibáñez, y no fue posible hasta el Gobierno de Salvador Allende. Por lo demás, solo entre 1945 y 1947 habían existido relaciones con la URSS, producto del acercamiento con los aliados a raíz de la II Guerra Mundial. Pero tanto las presiones externas (de Estados Unidos) como el clima de la Guerra Fría hicieron que se rompiera ese débil vínculo. Solo Yugoslavia escapó a la constante y el presidente derechista Jorge Alessandri Rodríguez recibió con honores al legendario Tito. Respecto de China Popular, Chile tenía lazos oficiales con la República China en Taiwán, que fueron cortados bajo el Gobierno de Salvador Allende. La cuestión se hallaba además sometida a un aspecto adicional, la utilidad de tales relaciones cuando en el plano interno se perseguía –al menos nominalmente al Comunismo. Un argumento distinto entregaba Valdés Larraín, para el cual el Comunismo era una doctrina opresiva en la arena internacional que por su capacidad de violar acuerdos no permitía a un país pequeño como Chile precaverse de su intervención. El diputado socialista Barra respondió que tal criterio era inadmisible y que si fuese así las relaciones internacionales solo podrían ser sostenidas por grandes potencias. Finalmente, en una nota de pragmatismo, añadió que “No nos interesa el régimen que los otros países tengan”, porque en las relaciones internacionales cada país desarrollaba sus propios caminos para el desarrollo e “intereses legítimos de los pueblos”. En segundo lugar Chile ve una relación conflictiva con el principio de no intervención, porque si bien éste había definido la política exterior latinoamericana desde la intervención alemana en Venezuela a principios de siglo (Doctrina Estrada), quedaba ahora su calificación a un análisis más fino, ya que era un gobierno húngaro nominal el que llamaba tropas externas. Chile tras unas dudas breves, se alinea con Estados Unidos y exige la salida de las tropas soviéticas y defiende el derecho a la autodeterminación de Hungría, cuando ello es solo retórica, enfatiza más bien la recepción de inmigrantes y la condena del régimen de Janos Kadar. Una de las primeras reacciones se originó en la nota chilena entregada por el Canciller Rudecindo Ortega en el Ministerio de Relaciones Exteriores para remitirla al Embajador chileno ante Naciones Unidas, con objeto de comunicar a ese último organismo la violación del principio de soberanía nacional, haciendo mención de la necesidad de la no intervención de un Estado en los asuntos internos de otro país. Al propio Ortega le correspondió ser el presidente de la Asamblea General reunida en Nueva York poco después, donde ya se pedía la salida de las tropas soviéticas de acuerdo a una moción cubana y a la que Chile adhirió. La moción cubana fue probada por 55 votos a favor, 10 en contra y 14 abstenciones y reprobó en lo fundamental la deportación de cuidados húngaros a la URSS. Poco después, el Secretario de relaciones exteriores subrogante, Enrique Bernstein, trasmitió el interés del Gobierno chileno, al mismo tiempo que manifestaba el posible interés chileno por participar en una fuerza de policía en el Canal de Suez, para impugnar “los poderes de la delegación de Hungría” en la ONU. Con todo, este rechazo fue menos militante que otros. En Argentina, por ejemplo, la invasión provocó honda indignación y provocó graves incidentes con la representación soviética. Incluso la KGB atribuyó tales hechos a su contraparte de la inteligencia argentina, a la que culpaban de estar detrás de la manifestación frente a la sede diplomática en Rodríguez Peña y Guido. La representación comercial en Avenida Santa Fe, en Buenos Aires, fue devastada a la misma hora. “En el rellano del segundo piso estaba el jefe de la misión, Alexei Mazhulo, armado con un fusil y dispuesto a parar a balazos a los intrusos, en defensa de su familia y el personal de la casa”. Una multitud, en suma, aleccionada por las palabras de su Presidente, Eugenio P. Aramburu, que sostenía que “En cada corazón debe haber una pequeña Hungría”. Incidentes menos graves acontecieron en otra ciudad argentina, Rosario, mientras las autoridades del gobierno argentino criticaban abiertamente la actitud soviética. El 9 de noviembre se prohibían las actividades del Partido Comunista argentino. También hubo incidentes en Uruguay, cuando una multitud de 300 estudiantes atacaron la sede soviética, lanzaron proyectiles y gritaron “Abajo Rusia” y “Asesino(s)”. En Luxemburgo, Europa, los disturbios fueron mayores y terminaron con el saqueo de la representación. Para desgracia de los húngaros el frente abierto por Occidente, en esos mismos días con la invasión del Canal de Suez, con un ataque anglo-francés en Egipto delimitó claramente las esferas de acción de cada bloque. Y en arreglo de la mecánica de la Guerra Fría, definida magistralmente por Raymond Aron como “la paz imposible, la guerra improbable” se determinó la licitud de la acción represiva de Moscú sobre su díscolo vasallo oriental. Hay que considerar las circunstancias internas. El declinante gobierno del Presidente Carlos Ibáñez del Campo rechazó la invasión, y promovió la condena contra Hungría tras el fin de la rebelión, pero no podía hacer más. Su visión política se refleja además en la cobertura que el diario La Nación, órgano del Gobierno, dio a los sucesos húngaros. El otro tono fue humanitario y Chile tampoco estuvo solo. El Gobierno de Brasil, en manos de Kubitschek ordenó se estudiara el asilo de 3.000 refugiados húngaros según informaba Reuter. El día 9, mucho antes que su símil brasileño, Chile comunica tras un Consejo de Gabinete que acogerá refugiados y así lo trasmite a James M. Read, Alto Comisionado subrogante para los Refugiados, respondiendo al pedido del Gobierno austriaco. El 19 el Gobierno manifestaba en la Asamblea General por su delegado Roberto Aldunate, ex Canciller chileno, que la intervención soviética afectaba la paz mundial. Diez días después el delegado chileno era aún más claro. Sostuvo en la reunión de Naciones Unidas que el Estado de Chile rechazaba la agresión y reafirmaba sui convicción que Hungría era víctima de “intromisiones y actos opresivos violatorios” y se comprometía en virtud de esta situación a recibir 1000 exiliados. Además impulsaba a crear un ejército de la ONU que pudiese impedir en el futuro actos semejantes. Chile, por su parte, estudió la situación de 200 refugiados, cuya migración organizaba la Cancillería y encargaba al funcionario Agustín Inostroza Pérez su recepción, quien creó otra comisión con particulares para el eventual recibimiento de los emigrados. Poco después, el 26 de noviembre, el delegado chileno ante la Comisión de Derechos Humanos, Sanitarios y Sociales en Naciones Unidas, René Montero, estrecho colaborador personal del Presidente Ibáñez, manifestaba la disposición del Gobierno chileno de recibir mil refugiados en Chile. Una última lectura tuvo lugar con la cuestión judía. Como es sabido la izquierda chilena presionó por hacer equivaler la acción en el Canal de Suez a la situación húngara. Esto provocó no solo el rechazo de Occidente, sino también una defensa del derecho a la existencia del Estado de Israel. Es evidente que el claro rechazo del radicalismo al tema húngaro se inspiraba en su defensa de Israel. No otra interpretación cabe al apoyo que dieron a la visita del diputado demócrata estadounidense Enmmanuel Séller, quien fue recibido por el Presidente Ibáñez y a quien agradeció la disposición chilena de recibir exiliados húngaros. Pero más importante aún, fue acompañado en una gran reunión en el Club de la Unión, donde estuvieron el Presidente de la Cámara de Diputados, el radical Julio Durán, el diputado Jacobo Schaulsohn, el senador Angel Faichovich, el encargado de negocios de Israel, Samuel Goren, el Presidente del Comité Representativo Judío, Gil Sinay, y el Presidente del Instituto Chileno-Israelí, Carlos Vergara. La conclusión del encuentro fue respaldar al estado de Israel y la acusación de Séller que la URSS creaba una conspiración mundial contra la existencia de dicho estado. Los actores sociales La simpatía chilena no se hizo esperar. El Presidente del Instituto Bacteriológico de Chile, doctor Eugenio Sánz, en nombre de su entidad, entregó a la colonia residente gran cantidad de plasma y medicamentos, la que recibió numerosas otras adhesiones. Parte sustantiva se canalizó por la Iglesia Católica: Cáritas Chile, órgano benéfico de la Iglesia Católica también recolectó donaciones en conformidad al apoyo del Papa Pío XII, quien a través de su Nuncio, Sebastiano Baggio, pidió orar por Hungría y organizó una romería a la imagen de la Virgen en el Cerro San Cristóbal de la capital de Chile, Santiago. El Padre Raul Silva Henriquez, paralelamente, informaba el día 8 de noviembre que Cáritas había reunido $ 45.000 y $ 400 pesos en oro como ayuda para Hungría, para lo cual estaba abierta la dirección “Caritas Chile, correo 6, casilla 5562”. Su superior, el Cardenal Primado, monseñor José María Caro Rodríguez, redactaba una carta pastoral para condenar los hechos. Otras reparticiones de la Iglesia Católica siguieron su ejemplo, así la Congregación Mariana organizó otra misa de apoyo a la causa húngara. Otro tanto hizo el autodenominado Movimiento de Partidarios de la Paz de Chile, quien entregó una declaración pública que decía: “que la intervención de las fuerzas militares soviéticas en un proceso político interno de la nación húngara, constituye un condenable atentado contra la independencia nacional de ese país”. La repulsa de los actores sociales fue extensa. Los estudiantes de la Universidad Técnica del Estado (UTE), de marcada tendencia izquierdista acordaron solidarizar en asamblea con el “pueblo húngaro”. Esta se completó con la determinación de apoyar a los húngaros de la Federación de Estudiantes de Chile, seguida por la del Comité Internacional de Juristas, presidido por Illanes Benítez, y el Círculo de Periodistas, tanto de Valparaíso, presidido por Agustín Escobar Reyes, como el de Santiago, por Juan Emilio Pacull. La FEUC (Federación de Estudiantes de la Universidad Católica), más conservadora, adhirió rápidamente y celebró la liberación de los Cardenales Midszensty de Hungría y Wiszinky de Polonia. Sin embargo, este amplio apoyo no deja de estar sostenido en algunas versiones por contradicciones. Estas se dan en la CUT (Central Única de Trabajadores de Chile) y la FECH (Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile), ambas muy influidas por el Comunismo y la izquierda tradicionalmente. El caso de la CUT es interesante. Organo de clase de los trabajadores chilenos, vehículo de expresión de la izquierda marxista local, convoca a un consejo el 28 de noviembre. En un documento de diez puntos, el Consejo de la CUT, instancia máxima, pide la intervención de Naciones Unidas, pero extiende su condena a Francia, Gran Bretaña e Israel y desautoriza la maniobra “reaccionaria” de querer centrar el debate sobre Hungría. Pero la pequeña historia del voto es más elocuente. El Consejo lo aprueba por 8 a cinco, con la iniciativa del falangista Luis Quiroga, apoyado por los conservadores socialcristianos. Lo interesante es que todos los delegados de la izquierda chilena, entonces agrupados en el FRAP votan en contra (Bernardo Araya, Julio Alegría, Luis Figuero, comunistas; Baudilio Casanova, socialista de Chile; y Armando Aguirre socialista popular): cuando pierden se retiran de la sala. Era la muestra evidente de la verdadera naturaleza de los sentimientos de la izquierda chilena. Todavía en esa perspectiva el sindicalista católico de izquierda Clotario Blest asume una posición poco clara frente al tema. Aceptando que la CUT se ha pronunciado y que el voto acordado puede molestar a algunos, precisa que a nivel individual se puede tener la posición que se desee y que dichas disensiones no pueden ser origen de una fractura del movimiento sindical. Para Blest, es claro, discutir la cuestión de Hungría era hacer el juego a la prensa “reaccionaria” so pretexto de causas religiosas o nacionales. Como decía de forma nada afortunada, “...nada podrá quebrarnos y si pretenden seguir explotando los sentimientos religiosos o chauvinistas en un intento de dividirnos no les daremos en el gusto. Estos problemas se han terminado para la CUT y sus discusiones de aquí en adelante quedarán entregadas al libre juicio personal de nuestros compañeros. Todos nuestro esfuerzos se encauzaran a derrotar a la oligarquía económica para alcanzar, por esfuerzo de los propios trabajadores, el triunfo integral de sus reivindicaciones”. La FECH, instalada en su local de Avenida Bernardo O´Higgins 634 convoca a una reunión apenas el 12 de noviembre, cuando la resistencia húngara ha sido aplastada. La elaboración del voto es lenta y trabajosa, se hace tras 20 discursos, aunque hubo consenso en desechar las explicaciones comunistas. Hablaron los representantes estudiantiles de los socialcristianos de la Facultad de Filosofía y Humanidades (Elgueta), el representante del Partido Socialista, Vladimir Hermosilla, el del Partido Radical (Aníbal Palma), el de la Federación Socialcristiana (Luis Undurraga), el del Partido Socialista Popular (Gustavo Horwitz), del Liberal (Luis Undurraga), quienes fueron tajantes en su rechazo. “Interrupciones y discusiones que se promovieron durante el acto obligaron a la mesa directiva a efectuar muchos esfuerzos para mantener el orden y poder continuar el foro que estuvo en varios momentos a punto de fracasar, especialmente cuando los comunistas fueron aludidos con duras frases y conceptos. Durante un largo rato la luz eléctrica estuvo suspendida y en estas condiciones prosiguió el foro con contundentes ataques a los comunistas que con mucha precariedad de argumentos trataron de defenderse”. Lo hace recordando que ha denunciado las dictaduras clericales y fascistas de la América Española, la intervención en Egipto, para decir finalmente, “La Fech ante los hechos que están ocurriendo en Hungría, declara: 1º Que ellas son el resultado de la artificial y nefasta división del mundo entre Oriente y Occidente...” Acordada la resolución el representante estudiantil comunista, (¿Enrique?) Paris, sostiene que la FECH no ha tomado acuerdo alguno ante El Siglo, en el foro sobre Hungría en que participa también Eduardo Moraga. Sin embargo, tal información es falsa. La FECH había decidido su postura con apoyo de los estudiantes tras oír al dirigente universitario liberal José Luis Undurraga “y un estudiantes húngaro”. Pues claro el sentido de la declaración oficial de la FECH que decía: (la organización) “Condena todo imperialismo que tiene como consecuencia hechos que hoy repudiamos”. Finalmente una mención especial requiere el llamado Comité Chileno del Congreso por la Libertad de la Cultura. Decimos ésto porque se trataba de una verdadera alianza multipartidaria y trasversal en el ambiente político, social y cultural chileno. Ahí se congregan radicales y liberales con socialistas y conservadores para condenar la invasión y reclamar un camino propio para Hungría. Ejemplo de lo dicho es su amplia y variopinta composición. Su presidente era Ramón Cortez. Participaban Julio César Jobet, Eduardo Moraga (FECH), Héctor Durán (CUT), Oscar Recabarren (Asociación de Obreros y empleados de la Empresa de Transportes Colectivos). El acto principal de la organización, filial de otra establecida en Europa, fue cerrado por los diputados Julio Durán, Presidente de la Cámara, radical, e Ignacio Palma Vicuña, democratacristiano. El Comité repudió la intervención soviética y pidió a Naciones Unidas su actuación. Ahí se hacen declaraciones de personeros de izquierda más claros y decididos que los de sus partidos. Ejemplar fue el historiador socialista y marxista Julio César Jobet, quien aludió a la represión “con tanques y cañones al pueblo desarmado”. Una declaración que luego el propio interesado omite ¿Porqué? Una explicación es la existencia de un doble discurso. Los partidos del FRAP condenaban la invasión retóricamente, pero la defendían en niveles sindicales y universitarios. El caso de la CUT era elocuente y las alusiones del FRAP y sus partidos estaban en contradicción con el lenguaje real. En cambio el grupo al que hemos aludido antes era lo suficientemente ambiguo para permitir expresiones individuales no enmarcadas en la rígida disciplina partidaria. La cobertura comunista: El Siglo “Hubiéramos aceptado de buen grado otra Finlandia, pero los húngaros estaban volviendo al fascismo”, Krushev. El Partido Comunista estaba formalmente en la ilegalidad producto de la proscripción aplicada por el Gobierno del Presidente radical Gabriel González Videla. Sin embargo, hacia 1956 dicha prohibición era más retórica que real y el Presidente Carlos Ibáñez del Campo, un ex militar, “hombre fuerte” de fines de los 20, se inclinaba por levantar la “Ley Maldita” (según los comunistas) para favorecer a la candidatura de izquierda frente a su propia bestia negra, Jorge Alessandri Rodríguez, hijo de su rival de siempre, el Presidente Arturo Alessandri Palma, y luego –pese a su intervención- próximo Presidente de Chile. Los dirigentes comunistas eran ya actores públicos por entonces. En este marco se realizó el X Congreso “clandestino” del PC, en abril de 1956 dirigido por Galo González. Este evento permitió demostrar que el Partido seguía funcionando y que recibía continuamente instructivos para sus medios políticos, comunicacionales y sindicales. En ellos, justamente, se hizo circular información soviética oficial sobre la “correcta” manera de explicar los hechos húngaros, en la cual –claro está- se justifica la invasión en nombre del rechazo a la acción encubierta del imperialismo y del fascismo horthysta. No es ocioso recordar cual era. La URSS justificaría la invasión anticipando la tesis que después se conocería como la soberanía limitada de los estados socialistas diciendo que, “Hungría había sido objeto de una agresión indirecta, es decir, de una acción contra integridad de sus instituciones políticas, llevadas a cabo gracias a la tolerancia, la complicidad, incluso las iniciativas de un Estado vecino [Austria]”. El Diario Ilustrado, aludió a las reacciones de dos dirigentes comunistas a sus preguntas sobre los hechos húngaros: “-Juan Verdugo (periodista): quisiera saber, don Galo [González], como van a convencer ustedes a sus camaradas que los soviéticos no son imperialistas y que las tropas rusas fueron a libertar a los húngaros”. “-[Elías] Lafferte: ¡Este también tiene cara de reaccionario. No le responda camarada!”. Esta manera “correcta” condicionó no solo al Partido Comunista, sino también al Socialista. Esto se comprueba al examinar las omisiones de las historias oficiales de la izquierda chilena Volodia Teitelboim, uno de sus dirigentes históricos aún activos, en sus memorias, Un hombre de Edad Media (Antes del olvido II), describe el período entre 1939 y 1958, pasa por la Guerra Civil Española, la II Guerra Mundial y la intervención económica electoral estadounidense en 1958 sin mencionar para nada la revuelta anticomunista en el bloque oriental. Julio César Jobet, en su Historia del Partido Socialista de Chile hace otro tanto y únicamente menciona que en la II Reunión de la Secretariado de la Internacional Socialista de Latinoamérica, realizado el Buenos Aires entre el 20 y el 22 de diciembre de 1956 los dirigentes partidarios se dedicaron a condenar –bajo la dirección de Raúl Ampuero y Clodomiro Almeyda- a los gobiernos tiránicos y las dictaduras latinoamericanas, pero sin mencionar siquiera a Polonia y Hungría. Esto considerando la paradoja que el propio Jobet condenó enérgicamente la invasión y desautorizó la versión comunista. Hay que ir a estudios profesionales para encontrar algunos trazos. Así por ejemplo Boris Yopo en otra historia de la colectividad, Estudio multidisciplinario. El Partido Comunista en Chile (1988), consigna algunos datos. En efecto, al referirse al panorama internacional no hace mención a la rebelión húngaro, pero si al “cisma sino-soviético” y al “problema cubano”. Los indicios de cuál podría ser la clave de la actitud se consignan en las referencias a la intervención del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia en 1968 (más allá de la asimilación de la tesis del socialismo por vía pacífica planteada en el XX Congreso del PCUS) cuando Luis Corvalán, alto dirigente comunista, dice que la URSS no ha enviado tropas para exportar la revolución “sino para impedir la contrarrevolución”. Era el mismo Luis Corvalán que en las páginas de El Siglo justificaría la intervención soviética. Boris Yopo comenta, con razón que la tesis de Corvalán era la anticipación de la “doctrina Breznhev” de soberanía limitada para los países del Este. Finalmente, hemos encontrado un artículo cuyas iniciales son V.T. Creemos que se trata de Volodia Teiltenboim, y cuya línea argumental exhorta a aceptar mecanismos de participación no centralizados, denuncia la poca perspicacia de los dirigentes comunistas frente al anhelo de más participación, pero salvando el hecho que Hungría no podía caer en la contrarrevolución. En este sentido su llamado a una nueva época de socialismo democrático y popular sin los yerros del pasado, no se entorpece por su aseveración que “el enemigo de la clase subsiste fuerte en todas las democracias populares, donde, a diferencia de la Revolución Francesa, los estratos sociales desplazados del poder no fueron aniquilados físicamente sino respetadas sus vidas y su derecho a desenvolver una nueva existencia en el nuevo régimen”. Pero ha sido especialmente en la indagación periodística donde la “correcta posición” del Partido Comunista ha aflorado: específicamente en el documento reproducido por El Mercurio y bajo la responsabilidad de Galo González. El texto era el producto de la XXIII sesión plenaria secreta del PC chileno realizada en noviembre de 1956. Según ella la situación húngara era compleja, pero conectada con la agresión imperialista contra Egipto, ya que aprovechándose de legítimas mejoras del sistema socialista, se habían generado las bases para una intervención capitalista foránea que amenazaba la paz del bloque socialista. La URSS, según esta tesis, solamente, intervenía en razón de la paz y a favor de los patriotas húngaros para impedir que Hungría se transformara en una “cuña del imperialismo”. “En vista de que allí estaba en peligro el régimen socialista, es decir, la causa del pueblo y en virtud de que la acción de los contrarrevolucionarios húngaros estaba sincronizada con la agresión a Egipto, es decir con el intento de desencadenar una nueva guerra mundial, las tropas soviéticas intervinieron en Hungría a petición del Gobierno revolucionario de obreros y campesinos de Budapest y de acuerdo al Pacto de Varsovia”. Fu así como la defensa de González se transformó en la avant premier de la tesis de la soberanía limitada y ello era reproducido por el órgano del Partido Comunista, “El Siglo”, que narraba y explicaba los hechos de manera oficial. A la vez el diario se defendía tanto a sí mismo como al Partido de las acusaciones de ser cómplice de la represión. Contra la cobertura de los demás diarios El Siglo esgrimió la tesis de la manipulación de la realidad, consecuente con este punto de vista en los primeros momentos de la rebelión se dedicó a divulgar la sensación de normalidad. Como decía el primero de noviembre: “Hoy 31 de octubre han salido los diarios “Szaba Nep” y “Magyar Neusep”, algunos (...) Aparecieron numerosos transeúntes y automóviles (...) El gobierno húngaro dirigió un llamamiento a los agricultores en el que se manifestó que el gobierno está dispuesto a corregir los errores”. Al día siguiente se consigna la falsedad de una información estadounidense sobre el reemplazo del Primer Ministro Imre Nagy y también a un “Movimiento de partidos por la paz” que rechaza la invasión francobritánica contra Egipto y “se refiere a sucesos de Hungría”. Fue el 6 cuando el diario precisó su postura. En un editorial denominado “No Pasarán” se consignaba un incidente con inmigrantes húngaros y simpatizantes chilenos “La bestial agresión de que fuimos víctimas ayer por parte de un grupo de matones mercenarios enviados por los exaltados fascistas húngaros, no hace otra cosa que demostrar la veracidad de nuestras informaciones. A falta de razones se amplía la fuerza bruta (...) Denunciamos ante la opinión pública estas actividades terroristas”. Dos días después El Siglo culpaba de la maniobra al Partido Conservador Unido, desde donde según se decía salieron las masas que manifestaron contra el diario. “Del local del Partido Conservador Unido, situado en calle Compañía al llegar a Teatinos, salió la pandilla de fascistas húngaros y polacos que asaltó las oficinas de El Siglo el lunes pasado. Así nos lo informaron personas que nos merecen fe. En el local conservador se realizó ese día, entre las 19 y las 21 horas aproximadamente, un acto en que se elogió a los regímenes fascistas que existieron en Polonia y Hungría, antes del establecimiento del poder popular en ambos países. El senador Juan Antonio Coloma, presidente del Partido Conservador, en un delirante discurso atacó violentamente a El Siglo”. No bastó con esto. Las fuerzas partidistas socialistas y comunistas contraatacaron en el Parlamento. En efecto, la sesión 4ª del 6 de noviembre de 1956 del Senado dedicó parte de la misma al “Atentado contra el diario El Siglo”. La protesta se efectuó en nombre de los senadores del Frente de Acción Popular (FRAP) que agrupaba a la izquierda chilena y fue en principio liderada por el senador Quinteros, quien advirtió que el hecho implicaba que “La libertad de prensa ya no tiene ninguna garantía”. Peor aún, advirtió sobre los “extranjeros” que abusaban de la hospitalidad chilena “para imponer por la violencia sus puntos de vista políticos”. Pero sobre todo el episodio sirvió para cuestionar al Gobierno de Ibáñez. Quinteros sugirió que las identidades de los asaltantes las conocía La Nación, el diario de gobierno, y que había complicidad oficial cuando la manifestación tomo por la misma calle de la sede de la Policía de Investigaciones. En suma, el hecho demostraba “que la libertad de prensa ya no goza de ninguna garantía bajo el Gobierno que tenemos que soportar”. Motivo por el cual ni siquiera pedirían un oficio al Ministerio del Interior. No menos agresivo resultó el senador Salvador Allende, futuro presidente de Chile, cuando aseveró que “nosotros no creemos en actitudes de imparcialidad de este Gobierno, pero sí pensamos que el Poder Judicial se interesará por esclarecer los hechos para saber quién paga y cuánto paga. Por ahora, nuestra protesta y nuestra decisión de defendernos por todos los caminos y no dejarnos amedrentar ni atropellar”. La línea argumental es tanto más clara en manos de Allende. Este se queja “por el atropello que maleantes internacionales, vinculados o no a algunas turbias esferas políticas, ejecutaron en la tarde de ayer”. “Es decir, no se ha respetado ni el hogar de un partido político [el comunista] ni la redacción de un diario”. Aludía así a que en la sede El Siglo funcionaba el Partido del Trabajo –nombre de fantasía del Comunista- y donde el propio Allende se encontraba, poco antes que comenzaran los incidentes. Del incidente tenemos otras dos fuentes. Una La Nación, diario de gobierno, otra El Diario Ilustrado. Precisamente en este último encontramos el resumen del discurso del senador Juan Antonio Coloma Mellado. Justamente en el acto que el Departamento Sindical Conservador organizó con las agrupaciones de inmigrantes de Europa del Este en apoyo de la sublevación. El tono fue apasionado y el senador inculpó directamente a El Siglo. “...añadió que si ahora tiemblan ante los libertarios de las naciones sojuzgadas, los tiranos, entre nosotros tiemblan también los traidores. “Allá, como aquí, dijo, hay liberticidas que están ciegos por el odio y por los dogmas materialistas y totalitarios””. “Haciendo referencia a la forma en que se ha comentado los sucesos de Hungría y Polonia la prensa de nuestro país, expresó que no se extrañaba de lo que leía en el diario comunista El Siglo, sirviente incondicional de la política soviética”. Bajo este prisma se entiende porque El Siglo apoyó la represión soviética, como se desprende de la entusiasta crónica narrando el apoyo de Mongolia Popular dio al régimen de Janos Kadar en que se hacían votos por “liquidar (...) los excesos provocados por elementos reaccionarios” y la obtención de “nuevos éxitos en la construcción del socialismo en Hungría” en torno a su “gobierno revolucionario de obreros y campesinos”. Por otra parte, hay que recordar que González había denunciado la tersgiversación informativa, aludiendo a las críticas de algunos socialistas frente a los hechos, porque “tenemos presente el hecho de que también hay gente honesta y democrática incluyendo algunos dirigentes socialistas que han alzado su voz en contra de la actuación soviética en Hungría”. Hay que tener en cuenta que el tono de la publicación es congruente con esta pedagogía sobre los hechos. El Siglo publica el día 9 un artículo denominado “Mentiras sobre Hungría” (p.3) en que denuncia la falsedad de los cables de la United Press y Associated Press que trasmiten sobre la situación de Hungría y que son reproducidos por la prensa chilena. “Por ejemplo, en uno que tituló ayer La Segunda “Patriotas húngaros luchan con inusitada violencia contra las huestes soviéticas”, se habla de supuestas radios rebeldes y de lo que dirían esto y lo de más allá. Pero, finalmente, concretando, el cable cita nada menos que la Radio de Europa Libre, a cargo del servicio de espionaje norteamericano en Europa y se afirma que hasta esa emisora reaccionaria confesó en su audición...(etc)”. Desde noviembre, El Siglo se esfuerza por mostrar el retorno a la normalidad y los lazos de amistad entre la URSS y Hungría. Así por ejemplo el 11 de noviembre consigna la donación soviética de mil toneladas de cemento “para los trabajadores de la República Popular Húngara”. Asimismo, denuncia como terrorismo la rebelión y la denomina “terror blanco”, del que fueron, advierte, objeto miles de comunistas y trabajadores. Obvio es señalar que El Siglo adhirió a la interpretación oficial soviética, lo que se refleja en la cobertura sobre la visita del canciller húngaro, Imre Horvat, a Naciones Unidas en Nueva York. Allí se advierte del retorno a la normalidad frente al “pustsh horthysta” desatado por las “fuerzas armadas fascistas que enviaron los servicios yanquis establecidos en Alemania Occidental”, según la poco sutil interpretación informativa. Otra forma de hacerlo es reproduciendo los dichos de los comunistas como fue el caso de un comentarista del diario checoeslovaco Rude Pravo que sostenía la tesis que era ilegal la discusión sobre Hungría en la ONU como consigna la página 2 del 29 de marzo del 56. Este periódico es fuente de otra información parecida, que negaba las deportaciones a la URSS de húngaros y se mostraba como una fuente de denuncias contra la “propaganda imperialista”. Los actores políticos La posición de la izquierda chilena –socialistas y comunistas- fue altamente ambigua como cabía esperar. Las primeras tomas de posición fuertes se decidieron, como ya se dijo, cuando se produjo el incidente en el diario El Siglo, en que el FRAP, agrupación de partidos marxistas, apoya al Partido de los Trabajadores, que era el Comunista bajo una denominación de fantasía para eludir la Ley de Proscripción. La posición del Partido Comunista chileno quedó delineada, como habíamos dicho con anterioridad en su reunión partidaria de noviembre del 56 ” . La tesis expuesta por el secretario general, Galo González era simple y eficaz: la rebelión húngara era el producto de l imperialismo yanqui y el fascismo. “Y en esto no han actuado solos ni por su propia cuenta. Todavía son insuficientes las informaciones que tenemos sobre lo que pasó en Hungría. Pero no es difícil comprender y afirmar con seguridad que el movimiento contrarrevolucionario venía siendo preparado desde hace tiempo con ayuda exterior”. Para González era absolutamente cierto que los rebeldes habían recibido armas y apoyo exterior y el punto clave era la seguridad de la Unión Soviética, la que era definida como “baluarte de los pueblos” en su informe, “De manera pues, que en Hungría ha habido intervención imperialista con fines de opresión nacional, de destrucción del socialismo y de agresión posterior contra la URSS”. El Siglo, órgano del Partido Comunista escribe editoriales y opiniones de directo apoyo a la agresión, uno de ellos firmado por su dirigente Luis Corvalán, luego secretario general del PC, así como crónicas donde la nota dominante de su visión es la normalidad. La aproximación socialista fue distinta. Aludieron directamente a la agresión contra El Siglo y esgrimieron la defensa de la libertad de prensa, pero bajo esta, esgrimida por los senadores socialistas Quinteros y Allende, no se podía eludir la cuestión de fondo: la situación de Hungría. La línea del discurso no fue fácil, se trataba ante todo de no herir a la URSS ni al PCUS, desautorizar las visiones más duras de la sublevación pero al mismo tiempo presentarse como defensores de los derechos de los pueblos contra el imperialismo. Fue Allende el encargado de tan titánica obra, y debió hacerlo frente a los requerimientos del senador conservador Pereira, quien hizo notar que no había ninguna palabra respecto de la invasión en el comentario del senador Quinteros. Allende, con su tradicional habilidad conectó un futuro pronunciamiento a la denuncia de la represión franquista y de los sucesos de Guatemala, dentro del contexto de su análisis internacional del Medio Oriente y Europa Oriental. Efectivamente, Allende dedicó su tiempo a dicho análisis y a nombre propio como del partido socialista. Su afirmación inicial fue tan incontrarrestable como genérica: el Partido rechazaba el colonialismo y denunciaba la manipulación de los países pequeños. De hecho, ello permitía establecer la primera afirmación, “nosotros solidarizamos ampliamente con los movimientos nacionales y anticoloniales de los países árabes”. Sin embargo, el resto del discurso era menos concreto: la denuncia de la división de América por el imperialismo estadounidense y la condena de la invasión de Suez por Gran Bretaña, Francia e Israel. Un largo recorrido, para llegar finalmente al núcleo de su esperado pronunciamiento. La constatación que pese a su unidad con los comunistas, había momentos en que se expresaba “nuestra discrepancia con algunos aspectos de la política nacional o internacional de la Unión Soviética”. Esto se concretaba de modo cortés, ya que los errores de la política soviética eran más graves en Hungría que en Polonia, “Nosotros, que somos partidarios de la autodeterminación de los pueblos, no podemos dejar de expresar claramente nuestra palabra condenatoria de la intervención armada de la Unión Soviética en Hungría. Ni aún con el pretexto de aplastar un movimiento reaccionario que significara la limitación de las conquistas sociales o económicas que pudiera haber alcanzado el pueblo húngaro y la vuelta a formas política caducas, justificaríamos nosotros la intervención de una potencia extranjera. Y mantenemos esta actitud cualquiera que sea el país de que se trate”. Este rechazo sin embargo, se veía atemperado por la resistencia a aceptar que sectores “fascistas” pudieran llevar a una etapa retrógrada y a la esperanza que se pudiera volver a encausar “el camino del socialismo con absoluta independencia frente a la Unión Soviética y como pleno señor de su propio destino”. Esta tesis se veía conectada con la interpretación de Allende del XX Congreso del PCUS, según el cual no solo Moscú era el centro de las posibilidades de acción socialista. En posteriores aclaraciones de sus palabras, Allende ratificó su rechazo de la invasión, aún cuando las críticas del senador Coloma fueron claras en cuanto a la falta de énfasis para rechazar a la URSS. Pero esperaba manifestar que esa misma claridad debía aplicarse en Chipre y sobre todo en Egipto. Finalmente, respecto de su colaboración con el comunismo, dejaba en claro que ello no impedía expresar sus pensamiento propio. Menos claro, era sin embargo el comunicado que le tocaba leer. En efecto, la nota del FRAP aseveraba su respeto a la autodeterminación de los pueblos y a la soberanía nacional de cada país. Tras cinco puntos dedicados esencialmente al Medio Oriente, el FRAP declaraba, sin aludir por su nombre a la URSS, que, “6.-Estos mismos principios de autodeterminación de los pueblos y de soberanía nacional son valederos para todos los países. Por tal razón, solidariza con los movimientos nacionales y populares de las naciones de la Europa Oriental, que propenden a obtener la más amplia independencia y el reconocimiento de su derecho de orientar libremente su política interna”. El senador Ampuero, a nombre de los socialistas populares, reiteró algunos tópicos del senador Allende, pero agregando que todo era producto de la herencia stalinista. De ese modo rechazaba la invasión soviética, pero añadía que no era posible condenar aquella sin hacerlo con la incursión francobritánica en Suez. Si el fascismo y la reacción habían avanzado era por lo brutal e ineficaz del régimen del “Ejército Rojo en Hungría”, “Por eso, señor Presidente, creo que, no obstante estos elementos secundarios, la lucha del pueblo húngaro es una lucha legítima que debería contar con el respaldo de todos los hombres de avanzada de la tierra, y por idéntica razón nosotros estamos con el pueblo egipcio y contra la agresión franco-inglesa”. Este pronunciamiento cerró la incómoda intervención de la izquierda, si bien respetuosamente los senadores Coloma (conservador tradicionalista), Bulnes y Cruz-Coke (conservadores socialcristianos) y Marín (liberal) expusieron sus objeciones a equiparar la sublevación húngara a la lucha en Suez, lo cierto es que la izquierda había salvado el obstáculo con cierta habilidad, así mientras en el foro sostenía la inconveniencia de la invasión, en la acción política y la prensa afín insistía en la tergiversación de los hechos. Ilustrativa de esta actitud fue la del diputado Acevedo, quien al escuchar en julio de 1957 que su colega Luis Valdés Larraín iba a dar un informe sobre la represión en Hungría le preguntó “¿Por qué no se preocupa de la que se está realizando en Chile?”, aludiendo a la Proscripción del Comunismo. Otra muestra de la incomodidad del debate es la discusión entre Luis Valdés Larraín y sus colegas Castro y González Espinosa, que se originó por la versión amable que hizo Castro de un viaje por Budapest, Praga y Moscú omitiendo los hechos que se debatían. Resultaba casi un sarcasmo que este último, hablando de Hungría y Polonia, manifestara que Rusia representaba el espíritu de la libertad. Las dificultades para disminuir la gravedad de los hechos, se manifestaron en el doble lenguaje de la izquierda. Una contradicción que se hace evidente también en la medida en que los hechos van cambiando y con ellos su interpretación. Es decir cuando es favorable a los patriotas húngaros, se condena de la boca para afuera, cuando triunfan los soviéticos, se la condena sin remisión., La constatación del doble lenguaje se hace más evidente cuando se compara la evolución de su posición frente a los hechos. Estas palabras no pasaron desapercibidas. Valdés Larraín insistió en que no cabía comparar el imperialismo europeo, que estaba en decadencia, con la dominación soviética y desautorizó la vocación por la paz de la URSS. “¡Cuántas contradicciones, señor Presidente, en la actitud de los comunistas!”, manifestó refiriéndose a los parlamentarios citados. Valdés analizó en la Cámara el contenido de El Siglo y descubrió que efectivamente algunos editoriales respaldaban la rebelión, pero solo en el breve período en que ella estaba triunfante y en que la opinión pública la respaldaba, para después cambiar de opinión como sucedía con los editoriales de los días 1 y 6 de noviembre, contradictorios entre sí. El 1 de ese mes, El Siglo editorializaba diciendo que “La mayoría del pueblo húngaro anhela la democratización dentro del socialismo” y que este podía dar inicio a una nueva fase democrática y popular dentro del régimen democrático y popular húngaro. Juego de palabras que se deshace con rapidez, cuando el 6 El Siglo denuncia que el movimiento está destinado a defender a los fascistas y que se transformó en “clerical y reaccionario” . El Partido Radical, de centroizquierda, no tuvo dilaciones frente al caso. Ya en 1948 Gabriel González Videla había sostenido que la violación de la independencia de Checoslovaquia era lesiva para la paz mundial. El Partido moderó algo su anticomunismo y conforme su orientación izquierdista solicitó la reanudación de las relaciones con la Unión Soviética, las Repúblicas Populares y la República Popular China en nombre del Comité Radical al Ministro de Relaciones Exteriores, en sesión del 26 de junio de 1956, poco antes de la invasión, al producirse la condenó sin vacilaciones. Acción que la correspondió al senador Isauro Torres Cereceda: “Nosotros los radicales no rechazamos la formulación doctrinaria del Comunismo. Pero sí nos negamos a aceptar la utilización diabólica del dogma comunista para satisfacer los designios imperialistas de Moscú”. Torres lamentaría la coincidencia con la invasión del Canal de Suez, que ha “contribuido a derrotar momentáneamente los heroicos esfuerzos del pueblo húngaro y a entrabar a las Naciones Unidas en los instantes en que intervención debió ser rápida y decisiva”. Todavía más, añadió con un tono moral indesmentible, “como político de izquierda, repudio este neonazismo totalitario; esta tiranía soviética y aplastante”. No menos haría, en fin, dos años después su colega en el senado, Julio Durán, al expresar su horror por los sucesos de Hungría en una sesión de junio de 1958 para rememorar nuevamente el hecho. La Falange Nacional, antecedente del Partido Demócrata Cristiano, se hizo presente en la condena en el acto de la colonia húngara. Su ideólogo Jaime Castillo Velasco, “dirigente nacional” de la Falange, habló en el Teatro de la SATCH afirmando que la rebelión húngara se explicaba como repudio al “Estado Totalitario”, aunque sin nombrar al Estado soviético, aspecto que provocó crítica en El Diario Ilustrado, propiedad de su rival, el Partido Conservador. Por su parte, los dirigentes conservadores y liberales se movilizaron activamente a favor de Hungría para expresar su férreo anticomunismo. De hecho los conservadores propiciaron con apoyo de otras bancadas un proyecto de acuerdo para comprometer al Estado chileno en el apoyo de medidas para ayudar a los húngaros frente al sovietismo. La Junta Ejecutiva, máximo órgano del Partido, acordaba bajo presidencia de Pedro Undurraga, una declaración pública donde acordaba rechazar “Las atrocidades cometidas por el comunismo soviético contra el heroico pueblo húngaro, que defiende su dignidad independiente” y que además precisaba que: “El aniquilamiento del pueblo húngaro que se levanta contra su tiranía de hierro es el drama más sombrío de nuestros días. Hungría quiere gobernarse por si misma y esto constituye un delito para el imperialismo comunista que pretende ahogar con sangre el anhelo de libertad”. Esto no solo ocurría en la cúpula, sino también en las bases del Partido Conservador. El 15 de noviembre se anunciaba en El Diario Ilustrado, órgano del Partido Conservador, la declaración del Primer Distrito (electoral) del Partido Conservador que acordaba “expresar su más amplia y completa solidaridad moral con los pueblos húngaros y polaco en su heroica lucha contra el yugo soviético”. Otro tanto hacía El Mercurio, al comunicar el rechazo del Departamento Sindical del Partido Conservador a húngaros y polacos contra la “tiranía soviética”. Precisamente a este último se le encargó la realización de un acto de apoyo a Hungría y Polonia, fue el mismo acto que reseñó El Siglo con un “delirante” discurso del senador Juan Antonio Coloma a favor de la rebelión. El acto del Partido Conservador Unido se denominó “Homenaje a los Mártires de la Revolución Húngara y Polaca” y se realizó el 5 de noviembre de 1956 y su orador principal fue el Presidente del Partido, senador Juan Antonio Coloma. Al mismo asistieron miembros de las colectividades húngara, polaca, croata, eslovaca, ucraniana, búlgara y rusa “anticomunista” además de los militantes conservadores. Entre ellos ex Ministro húngaro y miembro del gobierno en el exilio, Ferenc (Francisco) Rhosty Forgach, quien también habló, el Padre Bruno Rychlowski, los intelectuales y dirigentes conservadores Jorge Iván Hübner Gallo y Ricardo Cox Balmaceda y por supuesto el dueño de casa, el presidente de la Acción Sindical del PCU, Gastón Salinas. El programa fue extenso y se inició con un discurso de Ricardo Cox Balmaceda, siguió la intervención de Ferenc Rhosty, un poema titulado Oración por los Pueblos Oprimidos de María Ortega, una militante de la colectividad. Luego siguió Jorge Iván Hübner, el R. P. Bruno Rychlowski, el presidente de la colectividad croata y ex combatiente Mirko Sulic, y finalmente para cerrar el acto el senador Coloma, quien además de referirse de manera emocionada a la rebelión, manifestó la justicia de proscribir al Partido Comunista como liberticida y pidió que en Chile, “... en nuestra patria libre y bendecida por el Omnipotente, no nazca jamás el caudillo mentiroso y falaz que traiga la tiranía, el vasallaje y la opresión”. La observación internacional Por su parte la reacción estadounidense era seguida con gran prolijidad. Así por ejemplo, La Nación editorializaba en “La verdad de los hechos en la Europa Oriental” que la presencia soviética, como lo había manifestado el Presidente Eisenhower, ”... tal como queda ahora demostrado, no es para proteger a Hungría de una agresión armada desde el exterior, sino más bien para continuar la ocupación del país por fuerzas de un gobierno extranjero para servir sus propios fines”. Pocas horas después, el mismo diario, afirmaba en otro editorial, titulado “Incertidumbre en torno a Hungría”, “Desesperada situación que arroja sombras siniestras sobre las perspectivas de libertad que volvía a acariciar el pueblo húngaro, el Gobierno de Budapest ha hecho saber al de Moscú que renuncia al Pacto de Varsovia”. Entretanto el cúmulo de noticias era desolador y el cable informaba de la entrada de contingentes soviéticos a Hungría según reconocía el propio Viceprimer ministro, Geza Rosohczy. Poco después se informaba del cerco de los aeródromos para proteger la evacuación de los efectivos soviéticos, y posteriormente la decisión del Ejecutivo de Budapest de llevar el caso a Naciones Unidas. Una iniciativa que se preveía desesperada, habida cuenta el avance sobre las ciudades de Gyoer y Budapest que el mismo diario refrendaba. Las causas de la derrota Los diarios chilenos atribuyeron la violencia del movimiento a las promesas irresponsables de Occidente y específicamente a Radio Europa Libre, a la que el Diario Ilustrado atribuía la responsabilidad política de “gran parte (...) del baño de sangre de Hungría”. Era tan evidente que incluso El Diario Ilustrado censurara el fruto envenenado de los ofrecimientos a los húngaros frente a la facilidad con que la URSS intervenía en su área de influencia. Una interpretación que aún hoy mantiene su vigencia, pues como dice André Fontaine “El error fue hacer creer a los húngaros que esta ayuda era posible”. La división del mundo en esferas de influencia era el fruto palpable de la Guerra Fría y lo que explica la autonomía soviética en el caso de Hungría. Occidente no podía decir mucho más si se tiene en cuenta que, al mismo tiempo, impulsaba la aventura imperialista en Egipto. Un medio se hacía la pregunta de porqué no dio ayuda a Hungría y dejó en suspenso la respuesta. El Mercurio planteó el asunto más ampliamente en su artículo editorial “¿Solución en Hungría?”. El editorial sostenía que las fuerzas del espíritu no podían ser derrotadas definitivamente, y si bien en Hungría lo habían sido por hoy, pero su gesto podía no ser el último de estos. El dominio soviético era precario y tal como Yugoslavia podía erguirse otros ejemplos de socialismo nacional o de autodeterminación en el bloque oriental. La reelección de Eisenhower en noviembre de ese año dio tardía respuesta a esa interrogante: el 31 de diciembre formulaba su doctrina que Estados Unidos colaboraría incluso con armas a los países amenazados por el comunismo. Epílogo. El proceso a los dirigentes húngaros culminó con su ejecución y un denigrante espectáculo de justicia popular. Durante dos meses la sociedad chilena se abanderizó por las víctimas y sus victimarios. Unos del lado de los luchadores, por visceral anticomunismo. Por su parte la colonia húngara compartía el carácter de emigración blanca común a la inmigración rusa, croata o polaca, que había vivido ya los horrores del Comunismo y la derrota era particularmente recalcitrante. Por el otro, los defensores de la versión soviética y cómplices de una masacre, cuya legitimidad fundaban en la lucha antifascista y antirreaccionaria, que para el débil barniz democrático de la izquierda chilena (socialistas y comunistas) quedaba supeditada a la idea de la soberanía limitada de los estados socialistas. De todas maneras la posición era difícil de sostener y en este Pablo Neruda fue, como en otros relativos a la ortodoxia comunista, un caso dramático de las contradicciones de su disciplina. Neruda eludió cuanto pudo la respuesta e Río de Janeiro, pero aludió a la necesidad que Hungría reencontrara su paz en la democracia popular. Manteniendo la ambigüedad del término dijo estar a favor del pueblo húngaro y del de Egipto sin profundizar más el tema, evitando dar un pronunciamiento claro para luego, como siempre, enterrar el tema para siempre. Ambos grupos convergieron en la tesis que del Comunismo no se regresaba y coincidieron en la irreversabilidad del proceso comunista y las poco delicadas acotaciones de cómo tratar a los “enemigos” de la Revolución (aunque en Hungría buena parte eran simples revisionistas y ex comunistas). Esto dio origen a un discurso revolucionario incendiario y uno adverso anticomunista no menos radical. En palabras de Carl Schmitt, los sucesos de Hungría como política de exterminio del otro generarían categorías absolutas respecto del enemigo, categorías que ya aparecen en la justificación de la izquierda chilena de la represión como en el discurso de Coloma que identificaba al enemigo real no solo con el comunista, sino con el colaboracionista de la “mano tendida”, cuando se defendía –aludiendo a la experiencia del bloque soviético- la exclusión jurídica del Comunismo de la vida pública chilena. Es que, tras la visión internacional se sugería la doméstica. Juan Antonio Coloma en 1958, al recordar los sucesos de Hungría hacía mención de la naturaleza de su anticomunismo, defensor de la democracia, “Nosotros [los conservadores] hemos venido advirtiendo, desde hace tanto tiempo, las acechanzas del Partido Comunista, sus afanes delictuosos, su falta total de respeto por la dignidad, por la vida, por la conciencia y por el espíritu de la Humanidad. Hemos venido señalando su propósito sanguinario de no dar desquite, que ha hecho caer al cesto de la intolerancia y del crimen soviéticos, las cabezas de todos los que intentan combatirlo”. La izquierda marxista respondía con razonamientos muy similares. Aludiendo Galo González en su informe al Partido Comunista de la actividad anticomunista en Hungría, mencionaba la organización de “atentados terroristas” en Chile, de los cuales el ejemplo era el “asalto al diario El Siglo”. Ello servía para responder la pregunta de fondo, ¿quién era el enemigo?, González respondía, “los diarios reaccionarios, el conservador Valdés Larraín, los fascistas desplazados de Europa, ex criminales de guerra y esa agencia yanqui que responde malamente al nombre de Congreso por la Libertad de la Cultura”. Finalmente, tras los sucesos la repercusión fue cada vez menor. Excepción a la regla fue el diputado Luis Valdés Larraín, quien en julio de 1957 leyó un resumen de la comisión internacional sobre los sucesos de Hungría y que reiteró que El Siglo y el marxismo chileno habían cambiado su actitud de rechazo a aceptación y nuevamente a rechazo con la reinstalación del marxismo. Para Valdés Larraín, el análisis de los antecedentes refrendaba la invasión y la naturaleza nacional de la sublevación en virtud del patriotismo y sobre todo la necesidad de impulsar al Gobierno de Chile a pedir de acuerdo con Naciones Unidas sanciones para el régimen títere de Janos Kadar. •- •-• -••••••-• Cristián Garay Vera Bibliografía Courtois, Stéphane y otros, El libro negro del Comunismo, Editorial Planeta / Espasa, Barcelona / Madrid, 1998. Fontaine, André, Historia de la Guerra Fría. De la Guerra de Corea a la crisis de las Alianzas (1950-1967), Luis de Caralt Editor, Barcelona, 1970, Tomo II. Corvalán, Luis, Lo internacional en la línea del Partido Comunista, Editorial Austral, Santiago de Chile, agosto de 1973. Jobet, Julio César, Historia del Partido Socialista de Chile, Documentas, Santiago de Chile, 1987. García de Cortázar, Fernando y otros, El siglo XX. Diez episodios decisivos, Alianza Editorial, Madrid, 1999. Gilbert, Isidoro, El oro de Moscú. Historia secreta de la diplomacia, el comercio y la Inteligencia soviética en la Argentina, Planeta, Buenos Aires, 1994. Yopo, Boris, “Las relaciones internacionales del Partido Comunista”. En Augusto Varas, editor, Estudio multidisciplinario. El Partido Comunista en Chile, Santiago, 1988, pp. 373-399. Ulianova, Olga y Eugenia Fediakova, “Algunos aspectos de la ayuda financiera del Partido Comunista de la URSS al Comunismo chileno durante la Guerra Fría”. En revista Estudios Públicos N. 72, Santiago de Chile, primavera, 1998, pp.113 - 148. Fuentes vivas Entrevista a Tomás Lederer y sra., 31 de enero de 2001, Vitacura, Santiago de Chile. Nació en Los Angeles, Chile, 1-1-1905. Estudió en la Universidad Católica y Universidad de Chile, se licenció en 1928 y juró como abogado ante la Corte Suprema en 1929. Entre los diversos puestos que ejerció destaca el de Director del Banco del Estado; Instituto de Crédito Industrial, Presidente del Tribunal Calificador de Elecciones. Precandidato a la Presidencia de la República por el Partido Conservador Unido. Como parlamentario fue Diputado por Laja, Mulchen y Angol 1933-1937; 1937-1941; Primer distrito Santiago 1941-1945; (Presidente, 15-V-1945 1949); 1945-1949; (Presidente Provincial 15-V-1949 24-V-1949) 1949-1953. Seguidamente fue senador por O¢ Higgins, Colchagua 1953-1961. Militó en los Partidos Conservador; Conservador Tradicionalista y Conservador Unido. Recibió la Condecoración San Gregorio Magno de la Santa Sede; entregada personalmente por Su Santidad el Papa en 1955. Ver Armando de Ramón, Biografías de Chilenos. Miembros del Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial 1876-1973, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 1999, Volumen I: Letras A - C. *** Visualiza la realidad del aborto: Baja el video Rompe la conspiración de silencio. Difúndelo. |