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Con el Papa y la Verdad, contra lo política y religiosamente correcto por Rafael López-Diéguez Algunas consideraciones sobre el discurso del Papa, la reacción islámica, la reacción de la Progresía europea y la libertad de la Iglesia | Ante las reacciones suscitadas por el discurso académico que el reinante Romano Pontífice pronunciara el pasado 13 de septiembre en el Paraninfo de la Universidad de Ratisbona, por amor a la Verdad y por devoción filial hacia el Papa, no podemos guardar silencio o permanecer indiferentes. Así pues, estimamos necesario hacer una ponderada reflexión acerca del real origen de la violenta y hasta sangrienta reacción que se ha observado entre dirigentes y muchedumbres islámicas del mundo entero. Sin embargo, se trata de un problema con varias dimensiones. No afrontarlas todas nos dejaría una visión sesgada de la realidad, poco atinente a la verdad. Veamos. El discurso del Papa Una atenta lectura de la elevada y exquisita lección académica del Pontífice Máximo acerca de “Una nueva relación entre Fe y Razón para permitir el diálogo entre culturas y religiones” pone en evidencia que se trata de un texto cuyo propósito, en definitiva, es sentar las bases indispensables para intentar el diálogo, genéricamente, entre Occidente y Oriente; específicamente, entre aquél y el Islam. En este contexto, el discurso pone de manifiesto, más o menos explícitamente, los límites culturales que tanto en Occidente como en Oriente existen actualmente para poner dicho diálogo en marcha. A saber, en lo tocante a Occidente, la fatal separación (y contraposición) que su pensamiento filosófico “oficial” ha terminado por realizar entre Fe y Razón, con la consecuente incomprensión y menosprecio del hecho religioso; en lo tocante al Islam, la muy extendida opinión acerca de la licitud moral del uso de la fuerza para expandir su dominio (opinión ésta, como veremos, “razonada” por algunos de sus mayores dirigentes religiosos, y que se entiende derivada de la concepción islámica de Dios como realidad absolutamente trascendente, es decir, en cierto modo, realidad más allá –o por encima- del bien y del mal, al menos de lo que por estas categorías morales puede entender la razón humana). Este es, por decirlo así, el diagnóstico de la situación que hace Benedicto XVI; sin embargo el Santo Padre no se conforma con esto sino que señala finamente, al uno y al otro, la vía para superar las apuntadas limitaciones: entender y aceptar que la Razón (el Logos) es la quintaesencia misma de la naturaleza de Dios, de lo que lógicamente se sigue que la contraposición Occidental entre Razón y Fe es artificial (además de perniciosa); así como la aceptación de la violencia para expandir su fe por parte de vastos sectores islámicos, es incompatible con la naturaleza racional de Dios. Este discurso es estructurado por el Papa al hilo de algunas reflexiones del docto y devoto emperador católico Manuel II Paleologo. Entre éstas hay una expresión –que refleja una opinión personal del emperador- acerca del carácter de lo aportado por Mahoma en materia religiosa; expresión imperial marginal dentro de la elaboración argumental del Pontífice, quien no se apoya en ella para el desarrollo de su tesis. El problema es que precisamente esas frases de Manuel II, sacadas de contexto, es lo que se ha pretendido aducir como intención papal de agraviar al mundo islámico. Pero resulta que de la lectura del discurso de la discordia, por parte de cualquier persona intelectualmente capacitada para ello, aparece palmariamente clara la inexistencia de tal intención en el Papa. Solo en ignorancia o mala fe se puede acusar al Papa de tamaña insensatez (es decir, que en una intervención dirigida a tender puentes… los dinamite) La reacción islámica Ante la revuelta del mundo islámico contra el Papa, es lícito preguntarse quiénes la han alentado ¿los dirigentes religiosos o los dirigentes políticos o los medios de comunicación musulmanes? ¿O quizá todos a la vez? Difícil saberlo. De lo que difícilmente puede caber duda es que las masas soliviantadas no han leído el discurso del Papa, o en la hipótesis improbable de que lo hicieran, es obvio que no habrían entendido el sentido del mismo. La responsabilidad, pues, ha de corresponder a las élites rectoras del Islam, que al menos en buena parte sí que están capacitadas para entender lo que realmente dijo el Papa. Esta conclusión nos lleva a la reflexión siguiente: si las élites musulmanas han entendido el sustrato real de lo que el Papa quería decir, y a pesar de ello han promovido la furia de las masas islámicas, será que lo que en verdad les ha molestado es el cuestionamiento pontificio de la violencia como herramienta de expansión de su religión, habiendo sido la controvertida frase de Manuel II, sacada de contexto, el pretexto de la ira y no su causa real; causa ésta de la promoción de la violencia que nunca admitirían públicamente, por lo que recurren constantemente a la práctica de la “ketnam” persa, es decir, hablar con doble sentido, o más sencillamente hacer afirmaciones falsas para distraer de la realidad incómoda. Esta práctica del engaño es de ancestral memoria. Ya fue utilizada por el sultán Mahomet, hijo de Bayezit, precisamente contra nuestro Manuel II de la discordia, cuando tras hacerse definitivamente con el trono otomano el 5 de junio de 1413 le envió este mensaje: “Vé y dile a mi padre, el emperador de los romanos, que a partir de este día soy y seré su súbdito, como un hijo de su padre”. Manuel –más avisado que el europeo actual- no se confió, pues conocía la concepción “yihadista” ante la que 40 años después su hijo Constantino IX, y con él la Cristiandad oriental, sucumbiría. Y por la misma razón somos escépticos de la sinceridad de las palabras de aprecio al Papa pronunciadas el 19 de septiembre por el presidente de Irán ante la Asamblea General de Naciones Unidas. He aquí la cuestión de fondo: que lamentablemente la violencia es consubstancial a buena parte del pensamiento islámico. Y a las pruebas intelectuales nos remitimos. En efecto, el iraní Ayatollah Jomeini escribió: “La guerra santa significa la conquista de los territorios no musulmanes. Podrá ser declarada por el Imán, después de la formación de un gobierno islámico digno de este nombre. Es deber de todo hombre mayor y útil acudir voluntario a esta guerra de conquista en que la meta final no es otra que la de extender la ley coránica de un extremo al otro de la Tierra”. También teorizó en ésta línea el iraquí Ayatollah Husein Fadlalah, inspirador del movimiento Hezbolá, en su libro “El Islam y la lógica de la fuerza”. Y que no se diga que es una “desviación” doctrinal Shiíta, porque el más extendido recurso a la fuerza fue –y es, con Al-Qaeda- Sunnita. Aquí también a las pruebas, en este caso históricas, nos remitimos, o ¿es que acaso no es verdad que la presencia musulmana en el Norte de África, Asia Menor y los Balcanes, por lo menos, es fruto de la conquista por guerra santa (yihad)? ¡Pero, por Dios, si la misma España lo fue! Por ello, no deja de ser una triste –aunque reveladora- paradoja la violenta reacción de los “acusados” de violentos, que para mejor demostrar que no lo son han quemado iglesias y asesinado a una pobre monja y a su guardaespaldas. La reacción de la Progresía europea No merece la pena dedicarle muchas líneas a la deplorable actitud del establishment político y “cultural” de las izquierdas europeas que, como de costumbre, ha encontrado en estos hechos nueva ocasión para evidenciar su mal disimulado anticristianismo (que le induce a un suicida pro-islamismo) abogando porque el Papa se disculpase y, luego, pregonando a los cuatro vientos que “el Papa ha pedido disculpas” durante el Angelus del domingo 17 de septiembre, cosa que no es cierta, por la simple razón de que el Santo Padre no tiene nada de que disculparse en este incidente creado ad arte. Pero ya sabemos de la hipocresía cerril de la progresía que denuncia y censura las “ofensas al Islam” mientras tolera y hasta alienta las vulgares y ruines ofensas a Cristo, a Su Vicario, a Su Iglesia. La libertad de la Iglesia En cualquier caso, hay un principio sacrosanto al que no se puede renunciar, y que es el derecho/deber de la Iglesia de Cristo de proclamar la Verdad, sin otra restricción que la impuesta por la Caridad. Hemos decidido afrontar estas cuestiones por el honor del Papa, y porque es esta libertad la que se ha pretendido coaccionar creando injustificadamente un grave incidente, so pretexto del discurso de Benedicto XVI. A él nuestra solidaridad y apoyo hasta nuestro último aliento. •- •-• -••••••-• Rafael López-Diéguez
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