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Aclaraciones históricas en torno al concepto de jihad y otras consideraciones acerca del Papa y el islam y la guerra de propaganda en Iraq

por Ángel Expósito Correa

La reciprocidad como elemento fundamental del diálogo entre Cristianismo e islam; El jihad no es un camino espiritual, sino de guerra; ¿Qué han dicho realmente los servicios de inteligencia americanos sobre la situación en Iraq?

1. Muchos vaticanistas, opinionistas, intelectuales y políticos, estaban seguros que Benedicto XVI se limitaría a hablar de paz, amistad y buenos sentimientos, en su encuentro con los embajadores de los países islámicos tras las protestas violentas del mundo islámico tras su lección de Ratisbona. No ha ocurrido tal cosa, y el Papa ha sorprendido a todos.

Para empezar, el mismo encuentro ha obligado a recordar la estrechísima unidad en el islam entre política y religión. Si por ejemplo hubiera dialogado con los protestantes, el Papa habría invitado a obispos y a pastores, no a los embajadores de Suecia o Dinamarca. En cambio, para hablar con el islam ha convocado a los embajadores de los países a mayoría islámica, recordando a los ingenuos con una pedagogía visual que los verdaderos guías de las comunidades islámicas son los gobernantes, no los predicadores o los profesores universitarios. Es verdad, también ha convocado a los representantes de la Consulta para el Islam italiano (una suerte de consejo asesor teóricamente representativo de las organizaciones islámicas italianas cuyo cometido es el de asesorar al gobierno de turno sobre los problemas que afectan a la minoría islámica en la península transalpina), pero no cabe olvidar que la constitución de la misma es en definitiva política ya que han sido elegidos por el gobierno Berlusconi, no por los musulmanes italianos.

Dado que religión y política están estrechamente unidas en el islam, el Papa se ha dirigido a quien tiene el poder de decidir ofreciendo un diálogo declarado sí indispensable pero sometiéndolo a dos condiciones bien precisas. La primera es que haya una oposición clara a “toda manifestación de violencia”, sin excepciones. El Papa es consciente que entre sus interlocutores – extranjeros e italianos – había exponentes fundamentalistas y de alguna manera ha hecho propia la estrategia de Condi Rice del Global Muslim Outreach, esto es, la “Mano tendida globalmente al islam”. Se dialoga también con los fundamentalistas no “radicales”, esto es, no violentos, siempre y cuando rechacen el terrorismo sin distinciones: lo cual significa rechazar no sólo a Ben Laden sino también a los terroristas que atacan Israel.

Pero Benedicto XVI ha hecho más, superando en cierto sentido lo dicho en Ratisbona. Para muchos musulmanes hay una palabra tabú que jamás debe pronunciarse: “reciprocidad”. Explotando en beneficio propio la ideología occidental del multiculturalismo, afirman que toda cultura debe juzgarse según sus tradiciones. Por lo tanto, es justo que en Occidente los musulmanes puedan construir mezquitas (1) y buscar nuevos fieles, coherentemente con los principios occidentales de libertad religiosa, así como es justo que en Arabia Saudí (2) los cristianos no puedan construir iglesias y en gran parte del mundo islámico no puedan hacer proselitismo, porque ésto es lo que manda la cultura islámica. El relativismo moderno permite a los musulmanes afirmar que no existen derechos humanos universales que se impongan a todos independientemente de los contextos locales. Por lo tanto es normal que la libertad religiosa proteja a los musulmanes en Roma pero no a los cristianos en Arabia Saudí.

En este tema es donde el Papa ha sorprendido a muchos. Contestando implícitamente a los que le han acusado de ser más duro que Juan Pablo II, Benedicto XVI ha citado a su predecesor, el cual en un memorable discurso de 1985 en Casablanca, había recordado a los musulmanes presentes y al rey de Marruecos que hay derechos universales, la libertad de religión no se limita a la libertad de culto sino que conlleva la actividad misionera y la conversión, y el diálogo exige “reciprocidad en todos los campos, sobre todo en el que afecta a las libertades fundamentales y más particularmente a la libertad religiosa”. La palabra que se deseaba no fuera pronunciada resonó fuerte y clara: “reciprocidad”. Los musulmanes han tenido que encajar el gol: se puede arremeter contra una cita de Manuel II Paleólogo, ¿pero cómo arremeter contra quien cita a Juan Pablo II, popularísimo también en muchos países islámicos? Evidentemente todo es posible, pero resulta más difícil y podría revelar a mucho extremista escondido tras pieles de cordero “moderado y conciliador” (3).

2. Tras el magistral discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, los fundamentalistas Hermanos Musulmanes y los islamólogos “buenistas” a la Gilles Kepel, asesor de Chirac, seguidos por varios políticos occidentales, “[...] han pedido al Papa que admita haberse equivocado en la relación entre islam y violencia y en la noción de jihad. Tras haber precisado una vez más que no entendía “asumir” las bruscas palabras del emperador Manuel II Paleólogo citadas en Ratisbona, el Papa ha reafirmado en varias ocasiones que la cita de aquel antiguo monarca era introductiva a una reflexión sobre la relación entre “religión y violencia” en las religiones, en la cual no hay nada que modificar y de la cual sólo puede salir un diálogo fundado en el respeto pero también en la claridad.

“El Papa ha usado en Ratisbona “jihad” como sinónimo de “guerra santa”, en el sentido de guerra librada con las espadas y los cañones. Le han respuesto que el jihad, palabra que significa “esfuerzo en el camino del Señor”, se diferencia en “gran jihad”, el esfuerzo para dominar las propias pasiones, y en “pequeño jihad”, que es la guerra librada con las armas. Se trata de una argumentación repetida tan a menudo que muchos la asumen acríticamente sin interesarse por examinarla más de cerca.

“Pero el destacado islamólogo americano David Cook, que en su reciente Understanding Jihad (University of California Press, 2005), ha trazado la historia del concepto a través de una minuciosa reconstrucción de las fuentes, define “patético y ridículo” el intento de considerar primario en el islam el significado de jihad como “esfuerzo espiritual para vivir bien”. En su libro, Cook deja en evidencia a los buenistas mediante centenares de citas que demuestran como en los primeros siglos del islam, mientras la fe de Mahoma se expande con las armas, más del noventa y cinco por ciento de los casos en los cuales la palabra jihad recurre en textos musulmanes ésta significa guerra armada. Cierto, hay un hadith, un dicho del profeta, en el cual volviendo éste de la batalla a las fatigas de la vida diaria declara estar volviendo “del pequeño al gran jihad”. Pero – sin entrar en las complejas cuestiones evocadas por Cook sobre la autenticidad de los hadith en general y de éste en particular – la cuestión está mal planteada e ignora el corazón del problema, lo evidenciado precisamente por Benedicto XVI. En el islam – al menos para el fiel de sexo masculino – no hay división nítida entre vida espiritual y defensa o propagación de la fe con las armas. La guerra tiene un valor espiritual, y una espiritualidad que excluya por completo la guerra de su horizonte religioso no es una verdadera espiritualidad.

“Sólo al final de la época de las grandes conquistas, el mundo de la mística sufi proclama la prioridad del jihad espiritual: pero ello no excluye, siquiera para los sufis, el jihad armado. Para los sufis que no quieren dedicar largos meses a la guerra, substrayéndolos a la meditación, los sultanes turcos – recuerda Cook – instituyen un batallón encargado de decapitar a los prisioneros que el ejército conduce a Estambul al final de cada guerra, de manera que también ellos puedan obtener en poco tiempo aquellos méritos que se pueden adquirir sólo participando al jihad en armas. Ello confirma que el mismo sufismo tenía bien claro que también el camino del místico no puede excluir – ni de principio ni de hecho – el momento militar. Ello no tiene de por sí – salvando desviaciones históricas, que no han faltado – el objetivo de obligar al infiel a hacerse musulmán, sino a someterle políticamente. Aunque en el Corán haya una diferencia entre las suras del primer período de la vida del Profeta, cuando – jefe de una minoría perseguida – invocaba la tolerancia de la mayoría, y aquéllas del segundo período cuando en cambio – en el poder y triunfante – se mostraba harto menos tolerante hacia los derrotados, ningún musulman reniega del versículo de la segunda sura citado también por Benedicto XVI en Ratisbona: “Ninguna obligación en las cosas de la fe”. Los no musulmanes no han de ser convertidos a la fuerza sino privados de los plenos derechos políticos y sometidos a los creyentes: en el caso de los “pueblos del Libro”, cristianos y judíos, deben ser reducidos a la condición de dhimmi, ciudadanos de segunda división que pagan mayores impuestos, son discriminados desde numerosos puntos de vista y no pueden acceder a los mayores cargos públicos. Para los demás (pero para los hindúes, mayoría aplastante en la India gobernada por los musulmanes, se encontró un escamotage para asimilarlos a los pueblos del Libro, para evitar así al imperio Moghul una continua guerra civil) en línea de principio no hay derechos, sino todo lo más una mera tolerancia. El jihad en armas no apunta por tanto a la conversión forzosa, sino a la sumisión político-jurídica del infiel. Que luego de hecho para escapar a la condición de sumisión el infiel a menudo se convierta (es el caso de la mayoría cristiana de África del Norte, pasada en pocos siglos tras la conquista árabe al estado de pequeña minoría) es otra cuestión.

“La idea que Cook llama “ridícula” según la cual el “verdadero” jihad es el espiritual es un invento de los islamólogos occidentales a partir de principios del siglo XX cuando, por diversas razones, el mayor islamólogo, Louis Massignon (1883-1962), y el mayor esoterista, René Guénon (1886-1951), de Occidente consideran que el islam más auténtico hay que buscarlo en el sufismo. Pero en auxilio de la historia llega ahora la sociología, cuyos sondeos muestran que cuando se pregunta a los musulmanes comunes (no a los pocos intelectuales que aparecen en televisión), sea en los países donde son mayoría sea en la emigración, qué evoca para ellos la palabra “jihad” éstos contestan por mayoría abrumadora refiriéndose a la guerra y no a la espiritualidad. Por ello tienen razón el Papa y las autoridades saudíes (que han confirmado – y defendido – el esencial aspecto militar del jihad), y están equivocados los buenistas.

“El historiador Françoi Georgeon, en su monumental biografía del sultán turco Abdulhamid II (1842-1918), recuerda que cuando Inglaterra lo amenazó por cuestiones de créditos y de ferrocarriles, el sultán escribió a la reina Victoria (1819-1901) recordando que también era califa de todo el islam y que como tal era “el custodio de una terrible palabra, jihad, y me bastaría pronunciarla para que doscientos millones de musulmanes conviertan a la India británica en un lago de sangre”. La prudente reina inglesa dio un paso atrás: a diferencia de Chirac había entendido perfectamente que, hablando de jihad, el sultán no se refería a una tanda de ejercicios espirituales” (4).

3. Tras el discurso de Bush a la nación para conmemorar el 11-S, el telediario de La Primera dio la noticia al más puro estilo soviético: “Bush afirma que no había contactos entre Sadam Hussein y Al Qaeda”. Ahora bien, ¿se puede resumir tan escuetamente el largo dicurso de Bush? ¿Estamos seguros de que afirmó lo dicho por el telediario? Y si así fuera, ¿de dónde procede la información dada por el presidente americano? Tratemos de dar algunas respuestas. Como es sabido, acercándose las elecciones de medio plazo, los Demócratas americanos para arañar algunos votos han difundido a la prensa internacional algunos párrafos de un documento secreto del coordinamiento de las agencias americanas de inteligencia sobre terrorismo internacional, que – según los adversarios de Bush – confirmaría que “la guerra en Iraq ha generado nuevos terroristas”. La izquierda del mundo entero – incluido, como no, nuestro desgobierno nacional – se ha subido al carro del vencedor gritando “os lo habíamos dicho”. Los informes de inteligencia, sin embargo, se parecen un poco a los discursos del Papa. Si uno cita tres líneas de un documento de treinta páginas puede hacerle decir lo que quiera. Bush ha respuesto publicando no todo el documento (lo cual daría informaciones a los terroristas sobre los próximos movimientos americanos) sino las tres páginas y media donde aparece la frase de la discordia. Lo que se puede leer en las páginas publicadas es lo siguiente: “Si el mundo islámico advierte que los jihadistas en Iraq están ganando, ello producirá nuevos terroristas. Pero si la percepción será que los jihadistas en Iraq han fracasado, un número menor de terroristas será inducido a proseguir su lucha”. Se hace evidente que lo dicho por el informe nada tiene que ver con lo que nos vendieron por aquí.

4. Además (y ello desmiente por completo lo dicho por el telediario y los demás medios de comunicación), el documento no dice que Al Qaeda no tenía contactos con el régimen de Sadam antes del 11-S, sino que Sadam Hussein ha afirmado que estos contactos no existían. También en este último tema lo dicho en el informe varía mucho a lo anunciado con bombo y platillos por la megafonía progresista. Y para dejar las cosas bien claras, además de Bush ha intervenido Al Qaeda. En un documento ampliamente difundido, cuya autenticidad no es cuestionada siquiera por los especialistas de Al Qaeda más hostiles a Bush, Muhamad Ibrahim Makkawi, actual número tres de Al Qaeda, confirma que el difunto al-Zarqawi, ya comandante de Al Qaeda en Iraq, ha entrado en la organización terrorista en 1999, tras un encuentro en Kandahar con el mismo Ben Laden, aunque por razones políticas ha confirmado su afiliación a la internacional del terror sólo en 2004. Por lo tanto, tras el 11-S ha preparado con Sadam Hussein una organización clandestina destinada a activarse en caso de invasión y ocupación americana de Iraq. Las mismas cosas al-Zarqawi las había dicho antes de morir en un libro-entrevista que alcanzó los primeros puestos de los libros más vendidos en los países árabes (5).

Al Qaeda y en particular el egipcio Makkawi – fiel secuaz de Ben Laden – no ama al-Zarqawi, un fanático anti-chií que ha tratado de trepar rápidamente la cúspide de la organización. Con toda probabilidad Ben Laden ha enviado intencionalmente a la muerte a al-Zarqawi. Pero Al Qaeda está interesada en consolidar los lazos con los nostálgicos de Sadam en Iraq,demostrando que el sodalicio con el ex-dictador no es algo reciente, y en reivindicar una suerte de paternidad sobre la denominada “resistencia iraquí” (6).

Conclusión: Al Qaeda operaba en simbiosis con Sadam ya desde 1999, cuando el presidente era Clinton, y en el mes de septiembre de 2001 la relación Al Qaeda-Sadam estaba en plena eclosión mediante al-Zarqawi. Lo niega Sadam, como niega muchas más cosas en el juicio contra él. Lo ha siempre afirmado al-Zarqawi y lo confirma Al Qaeda. Los Demócratas americanos y los progresistas de aquí con toda evidencia prefieren creer a Sadam, lo cual dice mucho acerca de la obcecación ideológica que desde la izquierda (sin verdadera oposición por parte del autodenominado “centro-reformismo”, el cual en realidad es más bien un partido de centro-izquierda tecnócrata progresista [7]) nos quieren imponer, conduciéndonos – si no le ponemos remedio – a la autodemolición de Occidente, materia prima este último (a pesar de su prodedumbre en todos los campos, empezando por el moral) sobre la que construir el edificio de una futura Cristiandad.

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Ángel Expósito Correa

(1) http://www.arbil.org/(57)mezq.htm
(2) http://www.arbil.org/(66)arab.htm
(3) http://www.cesnur.org/2006/mi_09_27.htm
(4) http://www.cesnur.org/2006/mi_0910.htm
(5) http://www.arbil.org/98expo.htm
(6) http://www.cesnur.org/2006/mi_09_30.htm
(7) http://www.arbil.org/105cana.htm



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