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¿Discriminación? por Gonzalo Rojas Sánchez La vieja justicia, que recibe tantas llamadas en tiempos críticos, hoy parece haber sido enviada de vacaciones; pero en realidad, ha sido injustamente discriminada, porque se la ha olvidado como criterio fundamental. |
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| Discriminación. La palabrita lo está invadiendo todo. Se la asocia rápido a minorías, a represión, a indígenas, a dictadura, a catolicismo, a elites, a universidades privadas, a homosexuales y lesbianas (y transexuales y bisexuales y…) a moribundos y niños hiperkinéticos, a ciclistas y automovilistas (catalíticos o normales) a madres solteras y familias numerosas, a perros vagos y rodwailers, etc. etc. Y el catálogo de asociaciones se va ampliando y, no lo olvidemos, está en pleno crecimiento hacia el infinito.
Nos dirán cada día con más convicción: “Seas lo que seas, tengas lo que tengas, hagas lo que hagas, no se te ocurra dejar de considerar la posibilidad de que alguien -sea quien sea, tenga lo que tenga, haga lo que haga- te esté discriminando. Si no tienes presente esta perspectiva, quizás qué oportunidades, beneficios, proyectos de ley (o leyes ya promulgadas) subsidios, cuotas…. te estás perdiendo.”
La discriminación se despliega y va tocando con su varita mágica todo lo que encuentra, para que suene la alarma y lleguen los bomberos del Fahrenheit 451 a cauterizar la herida, a sanar la desigualdad. Y todo esto, mientras se nos habla de libertad y de diversidad. ¿Quién entiende tamaña contradicción? ¿Cómo puedo ejercer la libertad y ser quien debo ser, único e irrepetible, si a mi lado se me quejan todos de cómo soy, de cómo vivo, de qué hago, porque estiman que los daño? ¿Y si yo comienzo a hacer lo mismo en nombre de las discriminaciones que supuestamente sufro? Yo discrimino, tú discriminas, él discrimina… éste parece ser el verbo rector.
Atención profesores: cuidado con las notas que van a poner este semestre; atención policías: cuidado con las personas que van a detener; atención psicólogas: cuidado con los informes de entrevistas laborales que van a escribir. Todos ustedes, todos nosotros, discriminadores en potencia. Mejor absténgase.
De esta maraña paralizante sólo se sale por una vía, en la que hay que dar dos pasos. Primero: hay que recordar que todos estamos siempre tomando opciones, discriminando, que hacerlo es justamente probar nuestra libertad. Por lo tanto, discriminar es un acto propiamente humano, conveniente e imprescindible. Segundo: que hay que alumbrar cada decisión con la virtud de la justicia (darle a cada uno lo suyo) que es la única manera de saber si discriminé justa o injustamente. Si no se escoge al mejor para un puesto, sino que se prefiere el sorteo para evitar riesgos, hubo discriminación injusta; y si se escoge al que puede favorecerme a mí y no al bien común, hubo discriminación injusta; y así sucesivamente, por acción u omisión.
La vieja justicia, que recibe tantas llamadas en tiempos críticos, hoy parece haber sido enviada de vacaciones; pero en realidad, ha sido injustamente discriminada, porque se la ha olvidado como criterio fundamental. Mientras no la tengamos de compañera inseparable de nuestras diarias discriminaciones, tenemos garantizado un alto índice de fracasos. Y nos discriminarán justamente, por tontos.
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