El pasado domingo poco más de 9 millones de ecuatorianos fueron convocados a elegir al presidente que reemplazará a Alfredo Palacios. Esta vez, tras una elección previa en la que ningún candidato obtuvo la mayoría requerida, se enfrentaban el izquierdista Rafael Correa y el derechista Álvaro Noboa (populistas ambos). El primero ha obtenido 56,8% de los votos; el segundo, con el 43,2%, ha visto cómo la presidencia se le escapaba de las manos por tercera vez consecutiva. El ganador es amigo de Chávez, y se le ha vinculado con Evo Morales y Kirchner; aunque no ha dejado de advertir, en un intento de alejar las malas influencias que estos proyectaron sobre Ollanta Humala en el Perú, que «mis amigos no mandan en mi casa. En Ecuador mandaremos los ecuatorianos». Correa es un guayaquileño de 43 años que procede de una familia humilde y que se ha hecho a sí mismo. Posee amplios estudios, siendo licenciado en Economía por la Universidad Católica de Guayaquil, con postgrados en la Universidad Católica de Lovaina y la Universidad de Illinois, donde también cursó un doctorado. Es todo un técnico. Entre sus promesas figura la convocatoria a una consulta para llamar a una Asamblea Constituyente, renegociar la deuda e impulsar la inversión directa de capitales. Defiende la creación de una moneda regional para sacar al país de la dolarización. Se opone al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y aboga por la salida de sus tropas de la Base de Manta. Es partidario de la integración de las naciones andinas y sudamericanas… Revolución Constitucional, Revolución Ética, Revolución Social y Revolución Soberana: Revolución Ciudadana. Es la hora de Correa; el candidato que no ha dudado en blandir su cinturón (Correa) delante de sus simpatizantes y agitarlo en tono amenazante contra sus adversarios. Esperemos que esto sea sólo un gesto electoralista. •- •-• -••••••-• José Díaz Nieva
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