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Todo pasa por alguien por Max Silva Abbott Tal vez una de las razones que más inciden en el actual subjetivismo moral, que lleva a que se justifiquen las acciones más inverosímiles, radique en que se considera ilícito que sea un tercero, y no el mismo sujeto, quien decida respecto del valor moral de sus propias acciones. De este modo, ante la simple advertencia respecto de la ilicitud moral de determinadas conductas, suele aducirse que nadie tiene el derecho de decirle ni mucho menos de imponerle a otro lo que está bien o mal, o que nadie es juez de los demás. | |||||
| Se estaría dando así la paradoja de que en materia moral, cada uno sería de manera exclusiva y excluyente, el parámetro último e inapelable de la licitud o ilicitud de sus propias conductas, porque como todos estamos en un plano de igualdad, nadie tendría legitimidad para corregir a otro. Sin embargo, si lo pensamos un poco, el anterior razonamiento es insostenible. En efecto, prácticamente no hay conocimiento que no hayamos adquirido de terceros, puesto que en atención a su crecimiento exponencial, cada vez nos vamos especializando más en materias muy específicas, dejando de abordar las restantes. Sin embargo, como seguimos requiriendo de muchas de ellas para vivir, imperiosamente necesitamos apoyarnos en el conocimiento que otros tengan a su respecto. De esta manera, damos fe (o sea, aceptamos sin haber comprobado) lo que otros, autorizados en diversos temas, nos dicen sobre ellos, porque si sólo nos fiáramos de los conocimientos que nosotros mismos pudiéramos comprobar, ellos serían a la postre, casi insignificantes. De ahí que sea posible concluir que casi la totalidad de los conocimientos que tenemos derivan de otros, sencillamente porque no tenemos la capacidad ni el tiempo de comprobarlos por nosotros mismos. Es así como en definitiva, todo pasa por alguien, todo conocimiento ha tenido que ser descubierto y transmitido hasta la actualidad. No se trata, por cierto, de creer cualquier cosa; pero es inevitable basarnos en lo que se llama criterio de autoridad: le creemos a alguien en atención a sus méritos, aunque muchas veces también tengamos que hacer un acto de fe respecto de dichos méritos. Por eso sabemos, aunque no los hayamos comprobado personalmente, diversos datos históricos, geográficos o biológicos, por ejemplo. Lo importante, pues, es que siempre requerimos creer y apoyarnos en dichos conocimientos, sencillamente porque la existencia sería inviable de otra manera. De ahí el valor fundamental de la verdad y lo maléfico de la mentira. En consecuencia, en un mundo cada vez más especializado, se hace imprescindible tener peritos en las más diversas materias y apoyarse en lo que ellos dicen. Por lo mismo, quien no tenga las competencias suficientes en un área determinada del saber, está incapacitado para dar un veredicto serio y fundado a su respecto. Pues bien, en el plano ético pasa exactamente lo mismo: se trata de un saber arduo, muchas veces difícil (no siempre es fácil saber qué debemos hacer, como ocurre en bioética, por ejemplo), que por ello requiere especialistas, en el fondo, ‘pasar por alguien’. Mas, curiosamente, aquí se pretende que cada uno, sin mayores conocimientos y muchas veces con poderosos intereses personales en juego, se erija como autoridad cuasi divina en lo que a su conducta personal se refiere. ¿Será lícito pensar y actuar así? •- •-• -••••••-• | |||||
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