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Sobre la eutanasia

por José María Permuy

Desgraciadamente, son muchos los que no creen en Dios o no comparten la fe verdadera. Y en esos casos no parece fácil justificar la prohibición de la eutanasia. ¿Cómo convencerles de que una persona que libre, voluntaria y conscientemente desea morir, sea obligada a prolongar su vida? Eso es lo que suelen alegar los defensores de la eutanasia: que se trata de una decisión personal privada.

La primera y más importante razón para rechazar la eutanasia es que se trata de un pecado mortal que ofende gravemente a Dios y merece la condenación eterna en el infierno.

Partiendo de una concepción católica del ser humano y de la vida humana bastaría este argumento para rebatir cualquier otro en defensa de tan abominable crimen. La vida no es un bien absoluto del que cada uno puede disponer libremente, sino un don de Dios que debemos administrar conforme a Su voluntad y del cual hemos de rendir cuentas el día del juicio en el más allá.

Pero, desgraciadamente, son muchos los que no creen en Dios o no comparten la fe verdadera. Y en esos casos no parece fácil justificar la prohibición de la eutanasia. ¿Cómo convencerles de que una persona que libre, voluntaria y conscientemente desea morir, sea obligada a prolongar su vida? Eso es lo que suelen alegar los defensores de la eutanasia: que se trata de una decisión personal privada.

Mas no es verdad, porque la eutanasia no es un simple suicidio, en el que quien decide quitarse la vida lo hace por sí mismo, sin contar con nadie más, sino que necesita de la cooperación de otros. Necesariamente involucra a otras personas (amigos, familiares, sanitarios…) en su decisión, que, precisamente por ello, deja de ser privada. De tal modo que su vida ya no está sólo en sus manos, sino que son otros quienes en definitiva pueden disponer de ella.

Los partidarios de la eutanasia alegarán que esas otras personas necesarias para interrumpir la vida del enfermo, no pueden actuar sin contar antes con la voluntad expresa del paciente.

Ahora bien, ¿qué ocurre si la voluntad del paciente es manipulada, suplantada o engañada? Imaginemos un médico, un familiar o un amigo que (por motivos de lucro, ideología, comodidad, etc.) obtienen del enfermo una petición de eutanasia por medio del engaño (aprovechando o provocando un momento de debilidad emocional, los efectos de ciertos medicamentos, un sentimiento de culpabilidad por suponer una carga para los que le atienden, o simplemente ocultando o maquillando el verdadero contenido y las consecuencias de esa petición).

En cualquier otro caso, descubierto el engaño o cambiada la transitoria circunstancia, el afectado puede tratar de reparar o solucionar el mal sufrido.

Si alguien es estafado, cuando cae en la cuenta de que ha sido así, puede recurrir a la justicia, alentando la esperanza de que sean capturados los timadores y tal vez restituido su dinero.

Si una persona confía la administración de sus bienes a un individuo que, con el tiempo, descubre que le está robando, puede destituirlo y llevarle a los tribunales.

Si uno toma cualquier otra decisión equivocada, del tipo de que sea, por falta de advertencia o no, siempre tendrá ocasión de rectificar o arrepentirse.

Pero en el caso de la eutanasia no hay marcha atrás, ni recuperación, ni enmienda posible. Estamos hablando de la muerte.

La legalización de la eutanasia supone la impunidad para matar. Facilita la posibilidad de que personas desalmadas puedan asesinar a un enfermo para librarse cuanto antes de lo que ellos consideran un estorbo que molesta en casa, una boca más que debe mantener la Seguridad Social, una cama inútilmente ocupada en el Hospital, o simplemente el obstáculo a eliminar para recibir cuanto antes una apetecible herencia.

Desgraciadamente es posible que algunos familiares y médicos piensen así, por crudo y duro que parezca pensarlo. Y la penalización de la eutanasia es una protección para todo enfermo y anciano frente a tales casos.

Cualquiera de nosotros puede verse privado de su existencia por un uso abusivo de la eutanasia. Y la legalización de la eutanasia, sin duda, favorece el recurso abusivo y fraudulento a la misma. Puede que muchos no entiendan que no se consienta a un individuo segar por sí mismo su propia vida. Pero cualquier persona con un mínimo de sentido común, creyente o no, comprenderá que cuando se permite que los ejecutores de ese individuo sean otras personas (como en el caso de la eutanasia), esas otras personas pueden aprovecharse y abusar de esa permisividad para matarlo aun contra su voluntad, y en beneficio propio.

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José María Permuy



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