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Zetapé y el Principio de Peter

por Miguel Ángel Loma

Reformar el actual exclusivismo de los partidos políticos como autoproclamados representantes del pueblo, y abrir la representación a otro tipo de entidades y asociaciones mucho más representativas, más naturales y cercanas al elector, debiera ser el objetivo de cualquier sistema político que pretenda definirse como auténticamente democrático en el siglo XXI.

Que un incompetente ascienda dentro de una organización jerárquica hasta niveles inmerecidos es un fenómeno tan estudiado que incluso goza de ley propia, el llamado Principio de Peter. Por si alguien todavía lo desconoce recordaré que este Principio debe su nombre al doctor Lauren J. Peter, que lo formuló por los años sesenta del pasado siglo, tras investigar la causa que pudiera explicar por qué tantos puestos importantes son ocupados por individuos incompetentes para desempeñar los deberes y responsabilidades de sus respectivas ocupaciones. Su postulado fundamental, enunciado en la forma más básica, dice que en una jerarquía todo empleado tiende a ascender hasta su máximo nivel de incompetencia. Ya en 1910 Ortega y Gasset había alertado sobre lo mismo: «Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes».

Viene siendo habitual la invocación de este Principio para explicar el ascenso a presidente de Gobierno de un tipo como José Luis Rodríguez Zapatero, personaje tan sonriente como vacuo, cuyo mérito más conocido fue calentar un escaño en el Congreso de los Diputados durante lustros, sin causar ningún género de molestias en su partido, y ejercitando la docilidad necesaria en cada momento para ser incluido en las sucesivas listas electorales. Aún más, para muchos Zapatero constituiría un ejemplo tan clamoroso de los estudios de Peter, que incluso peligraría la conocida denominación de este Principio, susceptible de ser rebautizado con el nombre de su mejor paradigma.

Pero aun obviando el hecho de que nuestro inefable Zetapé se viera catapultado a la presidencia por un impulso tan ajeno a las circunstancias ordinarias investigadas por Peter (como fue la onda expansiva de los atentados del 11-M), y que podría llevarnos a la conclusión de que nuestro simpático personaje no es que ascendiera a su máximo nivel de incompetencia, sino que ascendió varios niveles por encima, ¿seguro que es aplicable a Zapatero el Principio de Peter?

Una primera objeción la constituiría la opinión de que en el caso de Zapatero no son aplicables los estudios de Peter porque no estaríamos en el mismo presupuesto de hecho que el doctor Lauren analizara, al no encontrarnos ante una organización jerárquica que «asciende» al incompetente, sino que han sido los electores quienes lo ascendieron mediante sus votos. Pero a mi juicio esta opinión es errónea, porque yerra en la ubicación del presupuesto de hecho, ya que no son los electores, sino el PSOE, partido político que lo propone como candidato, la auténtica organización jerárquica que asciende al incompetente. Así, Zapatero habría ascendido hasta su máximo nivel de incompetencia en el PSOE, y su posterior ascenso a presidente del Gobierno sería consecuencia del funcionamiento lógico del sistema partitocrático cuando se dan los requisitos mínimos esenciales: un partido poderoso con el apoyo mediático necesario (por no recordar otra vez el efecto 11-M), y un candidato sonriente, sin barriga, con pelo en la cabeza, que le dice a la gente lo que desea oír en cada momento, y que además carece de escrúpulos para pactar con cualquiera con tal de ocupar el poder.

Una segunda dificultad en la aplicación de Peter al caso ZP, mucho más consistente que la anterior, la hallaríamos en el concepto mismo de incompetencia, que en política no es fácil de delimitar ya que cada uno juzgará según el color de su iris ideológico. Pero aun considerando el problema que encierra esta dificultad, entiendo que cabe medir la competencia o incompetencia del sujeto atendiendo a aspectos puramente objetivos conforme a las funciones de su cargo y resultados evaluables de su labor. Cesiones de soberanía por el norte y por el sur, descomposición y desgajamiento del Estado, fomento del independentismo y del guerracivilismo, legitimación de terroristas como interlocutores del Gobierno, aumento de la criminalidad y la violencia en todos los ámbitos de convivencia, aceptación del fracaso escolar como elemento sustancial de nuestro sistema educativo, «efecto Caldera» de inmigración descontrolada que generará la extensión de un sentimiento racista y xenófobo en la población española, España constituida en idílico asentamiento de las mafias de todo tipo, y paraíso de la droga y el abortismo en Occidente, etc., etc., etc., me parece que son cuestiones de entidad suficiente como para plantearnos que estamos ante «un auténtico número uno» (como lo denominarían en «La cena de los idiotas»). (Creo que en la Economía de los grandes números la cosa no va mal, pero como no soy banquero y mi economía es de números domésticos, ni siquiera ahí puedo aprobarle).

Pero si tan desastrosa es la gestión zapateril, ¿no resulta incomprensible que en el PSOE, partido rebosante de cacareados intelectuales, de locuaces analistas y de catedráticas universitarias cabezas pensantes, partido arropado y patrocinado por poderosos medios de comunicación y jaleado por influyentes creadores de opinión, nadie haya detectado la gravedad de la situación actual española, ni reaccione ante la incompetencia suficientemente demostrada de su líder?

Y es aquí donde nos topamos con el error, un error de concepto que invalida todo el razonamiento que lleva a situar a ZP en la cumbre de la incompetencia. Porque hemos estado juzgando la incompetencia zetaperina a la luz de su incompetente gestión, pero no según lo que es incompetencia para los fines de los partidos políticos que, no es otro, recordemos, que ocupar y mantenerse en el poder durante el mayor tiempo posible. Para explicarlo de una manera gráfica, es un error similar al que padecemos cuando criticamos el anuncio televisivo de un detergente porque se limita a sacar a una señora disfrutando con la blancura de su ropa al compararla con la menos blanca de su vecina. El anuncio podrá parecernos simplón en su esquema, mensaje y confección, e incluso algo miserable respecto al sentimiento que comercialmente explota, pero si cumple su objetivo (vender el detergente), el anuncio es excelente para los fines que pretende. Si Zetapé dice que su detergente lava más blanco que el del vecino, y la gente le cree y le vota, ZP cumple excelentemente con el objetivo marcado cuando el PSOE le eligió.

Por eso, desde la perspectiva, naturaleza y fines de los partidos políticos, con Zapatero no estamos en absoluto ante un claro exponente del Principio de Peter, sino todo lo contrario. Y en consecuencia, es un error, muy habitual en la derecha, personalizar en Zapatero la causa de nuestra situación, imputándole la autoría de todos los males. Aunque la incompetencia zapateril sea tan clamorosa como osada y paseada, el principal culpable de todo lo que nos está sucediendo es la organización jerárquica que lo ascendió y lo mantiene en la cúspide: el PSOE, el partido más poderoso, con mucho, de España; y esto explica porqué ningún socialista, salvo algunos pocos militantes cada vez más «quemados» y peor mirados en su partido, se atreve a denunciar las desnudeces intelectuales y morales de un sujeto que no se corta un pelo en pasearse in púribus por medio mundo.

Me temo que esta conclusión es bastante decepcionante, pero así funciona la partitocracia por muy lamentable que resulte; un sistema que nos han dado a nosotros mismos, y que, en la práctica, secuestra, adormece y atonta la voluntad popular, haciéndola capaz de encumbrar a cualquier incompetente integral a las más altas responsabilidades de gobierno, siempre que el incompetente proceda de un partido que disponga de todos los medios idóneos para saber venderlo ante las urnas, y para presentarnos su desastrosa gestión como modelo de política triunfal sobre las fuerzas de la reacción.

Reformar el actual exclusivismo de los partidos políticos como autoproclamados representantes del pueblo, y abrir la representación a otro tipo de entidades y asociaciones mucho más representativas, más naturales y cercanas al elector, debiera ser el objetivo de cualquier sistema político que pretenda definirse como auténticamente democrático en el siglo XXI. Mientras el sistema partitocrático siga asfixiando la concepción y parto de un sistema más acorde con nuestros tiempos, que la nefasta y obsoleta partitocracia que «disfrutamos», sólo desastres extremos que afecten a los bolsillos de los electores, o escándalos de magnitud astronómica que no puedan llegar a ocultarse, pueden desembocar en la remoción del incompetente por el partido que lo arropa, defiende y mantiene.

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Miguel Ángel Loma



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