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La soledad de Jesús.

por José Luis Serrano

Es palabra de Dios en San Pablo, que todos los que quieran vivir piadosamente según Cristo, han de padecer persecución. Y en esa persecución iremos quedando poco a poco aislados, solos. Y aquí entran en juego el desaliento y ese pesimismo. No tenemos derecho a ser pesimistas ni a dejarnos desalentar. Pero las fuerzas las sacamos contemplando a Cristo.

Vamos a hacer unas reflexiones.

En el momento en que cada persona, cada uno de nosotros, esté dispuesto a actuar por la Iglesia, por Jesucristo, por su Santísima Madre, inmediatamente a esa armonía de amor que va a llevar al mundo, se van a oponer las armas del enemigo: Mundo, Demonio y Carne. Y de estos tres enemigos, los tres van a ser comunes en la actuación. Pero fundamentalmente me voy a acoger a una regla de San Ignacio que, en la primera semana de sus Ejercicios, en la reglas de discernimiento de espíritus, nos dice –en su segunda regla- “que en aquellas almas que van de bien en mejor subiendo, usa el enemigo contrario modo que en la primera, que era la de aquellos que van de pecado en pecado mortal cayendo. En este caso, dice, acostumbra comúnmente el enemigo proponer placeres aparentes, pero en los que van de bien en mejor subiendo, usa contrario modo, porque entonces es propio del mal espíritu morder, tristar, poner  impedimentos, e inquietar con falsas razones para que no se pase adelante” De manera que la táctica que el enemigo va a seguir, va a ser la de intentar transformar el buen deseo en desalientos.

Voy a contar una anécdota que oí en una ocasión en la que se decía que el demonio sacó en una ocasión sus armas a subasta delante de innumerables demonios. Sacó sus armas a subasta y Satanás decía: “¿Cuánto dais por esta piedra?  Esta es la piedra de la lujuria, infinidad de almas tengo sumergidas en el infierno por esta piedra”. El resto de los demonios subastaba. Después sacó otra piedra  “¿Qué dais por esta piedra?  Esta es la piedra de la soberbia, tened en cuenta que en el infierno hay vírgenes pero no hay humildes, por lo tanto esta piedra de la soberbia es de un valor incalculable”.  Pujaban los demonios, y después de sacar una serie de piedras, de repente dijo: “¡ay!, ahora aquí tengo una piedra, pero esta no la saco a subasta. Esta es la piedra con la que más almas he metido en el infierno, no hay nadie en el infierno que no esté por ella”. Y entonces los demás diablos pujaban y decían: “!sácala a precio! ¿qué piedra es esa? ¡dínoslo! ¡comunícanos tu secreto!”. No os comunico nada, decía él.  “Pero, ¿qué piedra es esa?, le replicaban.  ¡Ah!, dijo él, esta es la piedra del desaliento”.  El desaliento. No se trata de empezar a trabajar, se trata de ser constante.- Por la paciencia salvaréis vuestras almas-. Pues bien, para no desalentarnos, vamos a contemplar aquí, a Jesús solo, la soledad del Corazón de Jesús. Porque es palabra de Dios en San Pablo, que todos los que quieran vivir piadosamente según Cristo, han de padecer persecución. Y en esa persecución iremos quedando poco a poco aislados, solos. Y aquí entran en juego el desaliento y ese pesimismo. No tenemos derecho a ser pesimistas ni a dejarnos desalentar. Pero las fuerzas las sacamos contemplando a Cristo.

La soledad del Corazón de Jesús. Idlo contemplando, y no solo ahora, sino cada día de nuestra vida durante un buen espacio de tiempo. El Corazón de Jesús, nuestro modelo.

Soledades del Corazón de Jesús.

--Vamos a empezar por la soledad en Belén. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. La soledad de Jesús, dice San Ignacio, en suma pobreza. Es impresionante que en la noche de Belén el Esperado, el Mesías, el Ansiado, aquél por el que clamó Isaías: “destilad, cielos, el rocío de lo alto, lluevan las nubes al Justo, ábrase la tierra y germine el Salvador,” venga a la tierra y nazca en una soledad total y absoluta en presencia del corazón de la Santísima Virgen y del corazón de San José, a los cuales Dios beneficiaba inmensamente con esta pobreza en que nacía el Verbo, porque los preparaba así para poner los ojos y el corazón solamente en aquél niño que nacía, y no poder ponerlo en ninguna otra criatura. Pero empieza a nacer en soledad y a formar en la madre un corazón solitario.

-- La soledad de Jesús y de la Virgen. Soledad del Corazón de Jesús con su propia madre. Para formar el Corazón de la Virgen en soledad a los doce años Jesús abandona a su madre por tres días, quedándose en Jerusalén al finalizar la fiesta de la Pascua. En estos tres días, nos dicen algunos comentaristas del Evangelio, la Santísima Virgen ha sufrido más que la Pasión, porque en la Pasión tenía la presencia del Hijo, por lo menos el consuelo de estar junto a El.

En estos tres días ignoraba dónde estaba Jesús. Pero la Virgen sabía que aquel niño era Dios y la Virgen clamaba, y en estos tres días oraba y sabía que vivo o muerto la escuchaba. ¿Cómo no respondía el Hijo de sus entrañas, el Hijo de Dios, el todo bien, y toda bondad? Por eso cuando lo encuentra le pregunta: “pero, Hijo, ¿cómo lo has hecho así con nosotros? ¡Mira que tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando!”  Y Jesús les dice: “¿Por qué me buscabais?  ¿No sabíais que  yo había de estar en las cosas de mi Padre?”  Ellos no entendieron nada de lo que Jesús les había dicho. Jesús preparaba a la Santísima Virgen para vivir su soledad. Fue el primer desgarrón fortísimo hecho en el Corazón de la Virgen, porque el corazón de la Virgen tenía que corredimirnos con un corazón solitario.

Preparaba así a la Virgen para vivir en soledad, porque llegaría un día en que el Hijo de sus entrañas le dejaría en una soledad total y absoluta.

Por tres veces anuncia Jesús la Pasión en el Evangelio, en el capítulo IX de San Lucas dos veces y en el X una tercera vez. De estas tres veces, cuando Jesús les dice: “Mirad que subimos a Jerusalén, donde el Hijo del Hombre va a ser escarnecido, va a caer en mano de los doctores, va a ser azotado, va a ser abofeteado, va a ser crucificado, pero al tercer día resucitará”, dos veces añade el Espíritu Santo: “y ellos no entendían nada de lo que les había dicho”  y añade más el Espíritu Santo: “y era éste un lenguaje encubierto para ellos” y no querían pensar en aquello y les ha dicho: “mirad que subimos a Jerusalén”, no mirad que subo, sino que subimos.  Y estas palabras nos repite Jesús a nosotros, subimos, no subo, subimos. Si tú quieres santificarte y quieres vivir en cristiano tienes que subir conmigo a la Cruz. Esto nos cuesta trabajo, no lo entendemos. Dios no tiene otro camino para llevarnos a la santidad que ése, su propia soledad.

Soledad del corazón de Jesús con los suyos. Sus familiares, nos dice San Marcos (Mc 3, 20-21), que venían a buscarle en cuanto salió a la vida pública y querían llevárselo porque decían que estaba como fuera de sí, como loco.

Soledad del Corazón de Jesús en Nazaret, su pueblo. Ya había dicho El que ningún profeta lo es en su patria (Juan, 4,44) (y en Juan 6,22: los judios le buscaban para matarle). Pero llegó a Nazaret y los nazarenos quisieron precipitarlo por un barranco. Jan Dobraczynsky en ese libro “Cartas de Nicodemo” describe a Jesús;  El, (Jesús), nos dice el Evangelio, pasando por el medio se retiraba y alejándose del pueblo (Nazaret) –dice Jan Dobraczynsky- contempló la ciudad a lo lejos, se sentó en el suelo, comenzaron a convulsionarse sus hombros, agacho la cabeza –Jesús estaba llorando-. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron, los de Nazaret, los íntimos, con los que había estado treinta años de su vida, y a los que amaba, porque el desgarrón de la soledad de Jesús es que cada uno de los que le produce soledad, es amado por El.

Soledad de Jesús con las masas: no lo entendieron. Tuvo que decirles: “vosotros me buscáis porque os he dado de comer” (Jn 6,26). Pero en cuanto se quedó solo y empezó a pregonar el Sermón de la Eucaristía, “dura doctrina es esta” (Jn 6, 60-66), le dejaron solo. Las masas le llevaban multitudes de enfermos, pero solamente una vez leemos en el Evangelio, y también era un enfermo, le llevaron pecadores que era lo que había venido a buscar. Las masas entendían como nosotros una salvación de lo temporal, en lugar de una salvación de abundancia de vida divina en el alma. Soledad del Corazón de Jesús ante las masas.

Soledad del Corazón de Jesús con los teólogos de la época. No nos extrañemos ahora cuando nos hacen sufrir ciertas teorías, “vosotros escudriñáis las Escrituras y no me habéis conocido”.  Soledad del Corazón de Jesús con los fariseos, que debieron de haberle recibido entre aplausos y vítores, y los tuvo que llamar “raza de víboras, sepulcros blanqueados” Pero los amaba, amaba Jesús a aquellos fariseos y tuvo que enfrentarse con ellos, decirles abiertamente lo que hacían porque ponían cargas que ellos no eran capaces de soportar, aunque dijese al pueblo en cuanto a ellos: “haced lo que os dicen, aunque no hagáis lo que ellos hacen”.

Soledad del Corazón de Jesús con los más íntimos (apóstoles).  A Pedro le tuvo que decir  “aparta de Mí Satanás”, porque Pedro no había entendido el dolor de la Cruz y le quería separar de que subiese a Jerusalén. En la noche de la Cena todavía les tendrá que decir: “Tanto tiempo con vosotros, Felipe, y aún no me habéis conocido”.

Soledad del Corazón de Jesús en Gerasa (ver Lucas 8, 26-30). (Gerasa estaba en territorio de Decápolis).  Fue preferido a 2.000 cerdos después de hacer la curación del endemoniado, tras haber sepultado en una piara de dos mil cerdos a una multitud de demonios –“nuestro nombre es legión”-. Vinieron después aquellos ciudadanos griegos del territorio de Decápolis para decirle: márchate de aquí, creemos que eres un buen hombre, pero nos has infringido un gran daño”.

Soledad del Corazón de Jesús. Los íntimos en el momento de la agonía en Getsemani se quedaron dormidos (Mt 26, 36-46). Poco después nos dice el Evangelio: “entonces sus discípulos, abandonándole todos, huyeron ( Juan 22, 39)

Soledades del Corazón de Jesús. En la Cruz. No tenemos palabras para expresar el misterio de la soledad de Jesús. Maldito el que cuelga del madero, quedó abandonado, aún del Padre de los Cielos: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. No podemos llegar a comprender este misterio, y así es como Jesús ha realizado nuestra salvación. Y después de la Cruz, nos dice San Juan de Ávila que, si repitió: “todo se ha acabado”, dice Juan de Ávila todo se ha acabado en cuanto al padecimiento que no en cuanto al amor, porque nos sigue amando.

Soledad del Corazón de Jesús que mantiene hoy. Hoy hay también Herodes. Jesús ante Herodes, ¡qué soledad tuvo el Corazón de Jesús! Ante Hérodes Jesús callaba, no dijo ni una sola palabra. Habló con Pilatos, habló con Caifás, con Anás. Con Herodes el lujurioso, el que vivía con la mujer de su hermano, ante Herodes Jesús callaba.

Soledad del Corazón de Jesús con la injusticia de Pilatos, que seis veces, seis veces dice que es inocente y lo entregó.

Y nosotros hoy, ¿no dejamos solo al Corazón de Jesús? Porque sigue prolongando el amor, que no ya el padecimiento, pero se ha quedado en la Eucaristía, memorial de su Pasión. Está en los Sagrarios. ¿Cuánto tiempo acompañamos nosotros a Jesús ante un sagrario?, ¿acompañamos a Jesús en la Eucaristía?

Soledad del Corazón de Jesús con nosotros mismos. Somos de sus predilectos, de sus íntimos, nos ama y le tenemos durante el día como en el olvido. Nuestra propia alma se ha convertido para El en un hospedaje en que es el gran ausente. Hay tantas cosas que nos preocupan y no nos preocupa el Corazón de Jesús.

Miradle a El. Juan Pablo II nos dijo a los jóvenes, en una de sus tres audiencias que tuvo con los jóvenes: “Buscad a Jesús, amad a Jesús, dad testimonio de Jesús”.

Vayamos a la Santísima Virgen, acompañémosla en la soledad, convirtamos nuestra vida en una sonrisa para la Virgen. Cuenta un sacerdote esta anécdota. ¡¡Qué duda cabe que cuando María se encontraba destrozada con Jesús, entre sus brazos muerto, y se acercaron Nicodemo y José de Arimatea para decirle: Señora, aquí tenemos un sepulcro nuevo donde poder enterrarle, Ella miraría agradecida!!  Era una preocupación para la Virgen dónde depositar a su Hijo, porque el Talmud prescribía que los ajusticiados tenían que ser sepultados en la fosa común, tendría que ir allí a la fosa, donde estaban ya los cadáveres de malhechores anteriormente ejecutados.

Aquello era un drama para la Santísima Virgen, pero también el Talmud prescribía que se le podría enterrar en un sepulcro sin estrenar. Cuando José de Arimatea ofreció el sepulcro y dijo: Señora, aquí tengo un sepulcro nuevo, si queréis podemos depositarlo ahí, ¡¡¡ qué duda cabe que de entre el dolor de la Virgen arrancaría una sonrisa, miraría agradecida !!!  Hoy hay que ofrecerse a la Virgen y decirle: Madre, mira, soy un sepulcro, de mí no se puede esperar nada más que corrupción, pero si mis miserias sirven de algo a la misericordia infinita de Jesús, ponlo dentro de mí, por lo menos que aquí descanse, que encuentre un lugar de refugio. “Busqué quién me consolase y no lo hallé, quise encontrar consolador, no lo hubo”. Aquí hay unas almas para ofrecerse a ser consoladoras del Corazón de Jesús. En San Juan 15, 18 nos dice: “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros”; y en el versículo 20: “Acordaos de la palabra que os he dicho: el siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; y en Juan 16, 4: os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho”

Una anécdota. Se dice que cuando Jesús moría en la Cruz, Dios Padre y Satanás estaban jugándose la Redención del mundo en un tablero de ajedrez.  Dios Padre dejaba a Satanás manejar el tablero de la Historia y le dijo: “juega, tienes el tablero a tu disposición, pon las fichas donde quieras” y Satanás iba colocando aquí un peón, aquí se servía de la ignorancia humana, de los celos, de las envidias, de los rencores, de la carne, y poco a poco iba preparando el jaque.  Cuando ya colocó a Jesús en la Cruz, cuando ya estaban aquellos que meneaban la cabeza para decir: “bájate de la Cruz”, cuando Jesús estaba aparentemente contemplando el triunfo más aplastante, que era ver el triunfo de sus enemigos en la soledad total y absoluta, entonces colocando las piezas sobre el tablero, Satanás miraba a los ojos de Dios y Dios le decía: ¿no cambias?, y él (Satanás) dijo: ya no, mate. Y dijo Dios Padre, ¿seguro?, mate –replicó él- ¿De verdad? –volvió a preguntar-, puedes todavía corregir tu jugada, y Satanás, viendo todo tan perfectamente planificado respondió: no, definitivamente mate (muerte de Jesús). Entonces Dios Padre volteó, dio la vuelta al tablero y por debajo se estaba jugando otra partida en la que cada una de las piezas que el demonio había ido colocando, había dado lugar precisamente a la derrota suya final. Se hacía la Redención de los hombres clavando a Cristo en la Cruz, como había hecho Satanás, y era él el que quedaba hundido para siempre en la eternidad.

Seamos SIEMPRE colaboradores y apóstoles de Jesucristo. Nuestra misión, luchar, ser sembradores de buena semilla. Sea Cristo la recompensa. Como nos recordó Juan Pablo II en su visita apostólica a España (en 1982) en el discurso a los educadores: “queridos educadores en la fe; ante este estupendo panorama de un mundo a catequizar para acercarlo a Cristo, ante tantos adultos, jóvenes y niños que reclaman una entrega fiel a la causa del Evangelio, con que vigor y condición resuenan en este encuentro las palabras del Apóstol: “si evangelizo, no es como motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. Hay de mi si no evangelizare”

Termino volviendo a la soledad de Belén. Allí hay un juego de miradas. La Virgen mira a Jesús y a la Virgen San José, a los dos mira Jesús y se sonríen los tres

Esta es la soledad de nuestra vida, tener los ojos clavados en la Virgen, clavados en Jesús, identificarnos con El:  de dos corazones, hacer un latir, y morir contigo, morir contigo, para en ti vivir.

Es una soledad que fortalece, es una soledad consoladora, es una soledad que llena de alientos, ante la cual no tiene el desaliento entrada, es la soledad de compartir la Cruz con Jesús y poder decir con San Pablo: “con Cristo estoy clavado en la Cruz y vivo yo, más ya no yo, es Cristo quien vive en mí”

Pues terminemos con esas palabras con que Juan Pablo II comenzaba o terminaba sus intervenciones  ¡Alabado sea Jesucristo¡

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José Luis Serrano



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