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El orden criollo
por
Alberto Buela
Su tradición, su recorrido y su actualidad
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Lo primero que
plantea tan arduo tema es responder a la pregunta ¿desde dónde vamos a hablar
del orden criollo?. Y respondemos, desde la tradición nacional argentina e hispanoamericana.
a) Y esta
tradición tiene un origen fáctico, de hecho, en los setenta y dos yeguarizos
que trae Pedro de Mendoza a Buenos Aires en 1536, donde los pocos que quedaron,
algunos murieron y otros se los comieron durante esa terrible hambruna porteña
de cinco años que duró la aventura mendozina. Ordenada la despoblación de la
primer Buenos Aires por Irala y desobedeciendo sus órdenes de degüello fueron
largados a campo y se reprodujeron libremente durante cuarenta años, llegando a
la cifra estimada de setecientos mil.
De modo tal que la
base fáctica, el hecho bruto y concreto del orden criollo es la cultura del
caballo y todo aquello que la rodea.
b) La tradición política del orden
criollo la hallamos primero en Juan de Garay, hombre ejemplar si los hubo, más
americano que español pues llegó a América a los trece años, fundó Buenos Aires
y cofundó Santa Cruz de la Sierra junto a Ñuflo de Chávez y gobernó Asunción
del Paraguay, luego en Hernandarias, después en el letrado del siglo XVII Juan
Solórzano Pereira, gobernador de Huancavelica, nuestros próceres y gobernadores
criollos del período de la Independencia como San Martín y Güemes, Rosas luego,
y ya en el siglo XX Roque Sáenz Peña, algo en Irigoyen y finalmente Perón, con
sus luces y sombras. (estos gobiernos de corte criollo y nacional se reproducen
en mayor o menor medida en toda Nuestra América. No es acá el lugar para
enumerarlos).
c) La tradición
cultural del orden criollo se funda en el poema épico por excelencia de la
ecúmene hispanoamericana: el Martín Fierro, que tiene un antecedente
ilustre en la primera parte del Facundo, como primer estudio sociológico
descriptivo de la realidad argentina a mediados del siglo XIX, y tiene sus
consecuentes en trabajos como La Tradición Nacional de Joaquín V. González, quien incorpora la cultura motañesa. En torno al criollismo de Ernesto
Quesada, que se completa con El Payador de Lugones, serie de
conferencias en el teatro Odeón a las que asiste el entonces presidente Roque
Sáenz Peña y su ministro del interior Indalecio Gómez.
Vista a vuelo de
pájaro la tradición nacional en sus tres dimensiones: fáctica, política y
cultural, cabe ahora preguntarse ¿qué es una tradición y una tradición
nacional?
La tradición debe
entenderse no como el traspaso de cosas de una generación a otra, de padres a
hijos o de abuelos a nietos. No. La tradición es sólo y exclusivamente, la
transmisión de las cosas valiosas de una generación a otra. Es decir, aquellas
cosas que tienen insertas un valor que por ello se pasan de denominarse bienes.
Así, un bien es una cosa que lleva inserta un valor. Esto es lo que constituye
el meollo de una tradición: la transmisión de valores encarnados en las cosas y
no simplemente “la declamación de los valores” al modo libresco o pedagógico.
En cuanto a lo
nacional, concepto que viene de nación y cuya raíz es el verbo latino nasco
que significa nacer, es un proyecto político-cultural que un pueblo determinado
busca darse en la historia del mundo. Lo nacional significa primero el lugar
donde se nace, es algo vinculado a la tierra, de allí proviene el término
nación, que en esta primera aproximación se limita al país, que viene del
paisaje, lugar donde habitan los paisanos, quiere indicar el genius loci que
nos rodea al caer a la existencia en este mundo cada uno de nosotros. Pero no
acaba allí la idea de nación y nacional sino que se extiende a aquello que
pretendemos ser y hacer los paisanos como pueblo en la historia de mundo.
De modo tal que la tradición nacional
reclama para existir, alternativamente, estos dos elementos: país y proyecto,
historia y futuro.
Plateadas así las cosas podemos entrar
ahora en el tema de esta meditación, el del orden criollo.
Este fue el orden
que se dio fácticamente con la cultura del caballo, que se dio políticamente
con los gobiernos que privilegiaron y defendieron lo nuestro y que se dio
culturalmente cuando pensamos con cabeza propia.
Antes que nada
debemos prevenirnos y afirmar que, el Don Segundo y toda su comercialización
arequera,(el gaucho visto con los ojos del hijo del patrón, Doll dixit),
el Santos Vega, leyenda mitómana para profesores de literatura, el Fausto
formado por palabras gauchas y conceptos vacíos(criollada de gringo
fanfarrón, que anda jineteando la yegua de su jardinera, Lugones dixit) y
el floklorismo de gauchos de tienda que nada tiene que ver con lo criollo. Todo
ello es un remedo, una mala copia.
El orden criollo
implica la existencia de una cosmovisión, es decir, una visión totalizadora,
hoy se dice holística, del hombre el mundo y sus problemas expresada en el
estilo de nuestros hombres de campo o del hombre de ciudad que siente el campo.
Y acá viene y hay
que hacer una distinción fundamental entre lo gaucho y lo criollo. Distinción
que hiciera Juan Carlos Neyra en un impecable, breve y profundo ensayo. El
gaucho y lo gaucho término peyorativo hasta que lo recuperan San Martín y
Güemes y es bueno que se recuerde y se lo recuerde desde acá, desde la Quiaca, implica una forma de vivir que necesariamente se da en el campo, en donde el gaucho
muestra todas sus habilidades camperas, todas sus pilchas como en esta fiesta,
todas sus destrezas en juegos como el pato, la taba, la sortija y en danzas
como el triunfo, el gato, la zamba, la cueca, la chacarera o el chamamé. En
donde los silencios tienen sus sonidos y los trabajos sus tiempos en un madurar
con las cosas, tan propio del tiempo americano.
¿Y lo criollo
entonces?. Criollo es aquel que interpreta al gaucho y lo criollo es un modo de
sentir, una aproximación afectiva a lo gaucho. Es por eso que lo gaucho es
necesariamente criollo pero un criollo puede no ser gaucho. De allí que esos
viejos camperos de antes decían: Nunca digas que sos gaucho, que los otros
lo digan de vos.
Así, se pudo
acertadamente escribir: Si gaucho es una forma de vivir, criollo es una
forma de sentir”
Y esta distinción
se ve claramente en la estrofa del poema nacional que dice:
Tiene el gaucho que aguantar
Hasta que lo
trague el hoyo,
O hasta que
venga un criollo
En esta tierra
a mandar.
Estrofa que muestra en forma evidente
como el gaucho es quien sufre, quien padece un modo de vida, en este caso en la
época posterior a Rosas, de explotación e injusticias, y las esperanzas están
puestas en un criollo, el aquel que siente lo gaucho, que interpreta cabalmente
lo gaucho y que pueda llegar a mandar, a gobernar.
De modo tal que el
orden criollo nace de la interpretación más acabada de aquello que la Argentina dio al mundo de más genuino: el gaucho. Y que en Nuestra América se llamó hueso en
Chile, montubio en Ecuador, cholo en Perú, camba en Santa Cruz, coya en La Paz, gaúcho en el sur de Brasil, borinqueño en Puerto Rico, ladino en Guatemala, llanero en
Colombia y Venezuela, charro en México.
Pero avancemos un poco más y pasemos con
nuestro aporte del plano descriptivo al plano metafísico-axiológico. Lo criollo
al significar antes que nada y sobre todo una cosmovisión está indicando la
conjunción de dos elementos: valores y vivencias. Así, desde Max Scheler y
Nicolai Hartmann sabemos que los valores se captan a través de un a priori
emocional, se captan por vía emotiva o sentimental, instrumento que, como
dijimos, se accede a lo gaucho. Pero lo criollo nos exige además vivencias, es
decir, experiencias existenciales, no es algo libresco o estudiado (como pasa
con los pseudogauchos de tienda) sino que hay que haberlo asumido vitalmente.
Nosotros afirmamos que si bien es
indudable que se ha producido paulatinamente con el surgimiento de la sociedad
industrial y de consumo la desaparición de lo criollo bajo la forma del gaucho,
el llanero, el montubio, el charro, o el huaso, ello no nos permite, de ninguna
manera, afirmar la desaparición de los valores que alentaron a este tipo de
hombre. Lo gaucho es la forma en donde se plasmó de mejor manera lo criollo,
pero lo criollo es el fondo, es el núcleo aglutinado de valores que le da
sentido a lo gaucho. En una palabra, que desaparezca la forma, en tanto que
apariencia,(hoy los centros tradicionalistas son solo apariencia de lo gaucho)
no nos autoriza a colegir que murió su contenido; esto es, el alma gaucha, o
sea, la expresión más propia de lo criollo. Muy por el contrario, lo
que se tiene que intentar es plasmar bajo nuevas apariencias o empaques los
valores que sustentaron a este arquetipo de hombre, como lo son: a) el sentido
de la libertad, b) el valor de la palabra empeñada, c) el sentido de jerarquía
y d) la preferencia de sí mismo. No existe ningún pensador nacional
iberoamericano, más allá de las disímiles posiciones políticas, que no sostenga
estos cuatro principios fundamentales del alma hispanoamericana.
Así el
orden criollo nace a partir de allí y es expresión política y cultural de esa
esencia propia y específicamente nuestra, esto es, de la ecúmene, de esta gran
casa que es América, que como lo hóspito nos recibe, nos hospeda a todos
nosotros (aborígenes, gauchos y gringos) que desde lo inhóspito hemos llegado a
América buscando la posibilidad de ser plenamente hombres.
Acá la primacía no se obtiene por la
antigüedad, como nos quieren hacer creer hoy en día las voces publicitadas del
indigenismo, acá la primacía la tiene aquel que llevó a su mayor perfección la
forma de ser americano y este fue el criollo como producto de ese abrazo
fenomenal, tanto en la lucha como en el lecho, que se produjo a partir de 1492.
En donde Europa y América dejaron de ser lo que eran y habían sido hasta
entonces para ser otra cosa distinta, diferente, nueva y no vista nunca antes:
Y aquí en América surgimos nosotros, “ni tan español ni tan indio”, el
mundo criollo y su orden, que llegó a su plenitud cuando cuajó un arquetipo
humano que en Argentina fue el gaucho. Y que fue descripto acabadamente por
texto por el Facundo, el Martín Fierro, La Tradición Nacional, el Payador o Romances de Río Seco. Y que llegó a su plenitud política
cuando fue bien interpretado por hombres como San Martín, Güemes, Rosas, Sáenz
Peña, Yrigoyen y Perón.
·- ·-· -······-·
Alberto Buela
Congreso Mundial de la Familia
La Familia es célula de resistencia a la opresión del Sistema. Por ello se le persigue
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