La eugenesia social
A finales del
siglo XIX, en medio de una agria polémica por la reciente emergencia de la
teoría de la evolución por selección natural, Sir
Francis Galton (1822-1911), un ilustre victoriano, primo de Charles Darwin
(1809-1882) [1] y hombre al se atribuye
un gran talento, habilidad e insaciable curiosidad, señalaba en uno de sus
numerosos escritos: “lo que la naturaleza hace a ciegas, lentamente y
de manera ruda, el hombre lo puede realizar con un objetivo, rápida y
delicadamente. Desde el momento en que tiene poder para ello, ese fin se
convierte en obligación, así como es deber suyo socorrer al prójimo que sufre.
La mejora de nuestro acervo me parece una de las más elevadas metas que podemos
alcanzar”[2]. Galton acuñó el
término “eugenesia”, que definió como “la ciencia que trata todos los
factores que mejoran las cualidades propias de la raza, incluidas las que se
desarrollan de forma óptima”. En sus ideas y postulados subyace la influencia
de la teoría de su primo Darwin, y en particular la posibilidad de utilizar los
recursos sociales para mejorar las cualidades físicas y mentales de las
poblaciones humanas. Es por ello, que a esta eugenesia incipiente se le
denomina también eugenesia tradicional, social o darvinista .
Estas ideas eugenésicas arraigaron fuertemente en EE.UU.
(1905-1940), por la convicción de que una serie de enfermedades, y ciertos
rasgos del comportamiento humano, estaban determinados genéticamente, unido a
motivaciones sociales inducidas por la inmigración. De esta manera, se llegaron
a crear movimientos eugenésicos y comités de eugenesia, en cierto modo fundadas
en los llamados “errores congénitos del metabolismo”, descubiertos por el
médico inglés Sir Archibald Garrod (1857-1936), y en los estudios del genetista
americano Charles Davenport (1866-1944) sobre la herencia de numerosos
caracteres humanos. Estos comités defendían entre sus objetivos el estudio e
información sobre la herencia de la raza humana e insistían en el valor
de la sangre de mejor calidad y en la amenaza de la sangre de inferior
calidad. Estos movimientos se llegaron a transformar en fuerza política en
los EE.UU. A partir de entonces se extendieron estas ideas, que se sumaron al racismo larvado en la sociedad
americana, y la eugenesia llegó a convertirse en una disciplina
académica que se enseñaba en muchas escuelas y universidades, llegando a
promoverse leyes eugenésicas restrictivas sobre el matrimonio, la
esterilización y la inmigración. En realidad, aunque muchas de estas leyes
fueron surgiendo en diferentes estados de la unión, en muchos de ellos no
llegaron a aplicarse con mucho rigor.
Las ideas
eugenésicas afloraron en la Alemania de los años treinta, bajo la influencia
del psiquiatra suizo Ernst Rüdin (1874-1952), padre de la llamada “higiene
racial”, auténtico germen de las ideas racistas y
expansionistas de la etapa nazi. Sobre las tremendas
consecuencias de dicho período son testimonio la
persecución y el holocausto judío y otras capas sociales, desencadenante de la Segunda Guerra Mundial. Acabada ésta, es de celebrar el papel ejemplarizante del juicio de
Nüremberg contra los líderes del movimiento nazi y en particular contra las
prácticas genocidas que se habían desarrollado durante tan negativa etapa de la
historia reciente de la humanidad.
El 10 de
Diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en cuyo Art. 16º se afirma que "Los
hombres y mujeres de todas las edades, sin ninguna limitación de raza,
nacionalidad o religión, tienen el derecho a contraer matrimonio y constituir
una familia”… “La familia es la unidad fundamental natural de la
sociedad y su protección debe ser garantizada por la sociedad y el Estado”. Como
una continuación, en 1978, la UNESCO hizo una declaración sobre la raza y los
prejuicios raciales en la que se promulgaba la igualdad fundamental de todos
los seres humanos como el ideal al que la ética y la ciencia deben tender.
¿Existe
base Genética para pensar en una mejora Genética de la especie humana?
Lo más comprometido
de todo, en relación con la eugenesia social o darvinista, es el hecho de su
injustificada eficacia, tanto para mejorar el comportamiento humano, como para
la erradicación de las enfermedades físicas o mentales. No existe un
determinismo genético claro y definitivo de caracteres de comportamiento, ni
son solo los genes los que contribuyen a un coeficiente intelectual elevado, o
a cualquiera de las múltiples manifestaciones de la conducta humana,
caracterizada por un determinismo genético complejo, a base de múltiples
factores repartidos por todo el genoma y, como es característico de la herencia
poligénica, con un fuerte componente ambiental.
La
influencia del ambiente, en el caso del hombre, consiste en una serie de
hábitos adquiridos y la asunción de unas pautas de conducta libremente
ejercidas, bajo el predominio de la razón y la influencia del entorno familiar,
educativo, y social. Si en algo están de acuerdo los genéticos es en la
inutilidad de una política de mejora genética del comportamiento humano, muchas
veces basada en unos tests de dudosa utilidad y objetividad. En su lugar, y
dada la importancia de la componente ambiental en el desarrollo del
comportamiento humano, es obvio que es preferible una mejora de los sistemas de
educación, y en particular una buena política de protección de la familia. Como
testimonio valga la opinión de Sydney Brenner,
un importante biólogo molecular sudafricano, laureado con el premio Nóbel de
Fisiología y Medicina en 2002, quien en una carta dirigida al también Nóbel de
Medicina Francis Crick señalaba que “los intentos actuales de mejorar
a la especie humana mediante la manipulación genética no son peligrosos, sino
ridículos", y añadía… "Supongamos que queremos un hombre más
inteligente. El problema es que no sabemos con exactitud qué genes
manipular",… "solo hay un instrumento para transformar a la humanidad
de modo duradero y es la cultura".
Sin ánimo de hacer exhaustiva la
cantidad de errores de base y de fundamento de una selección genética efectiva
en las poblaciones humanas, señalaremos las principales razones para su rechazo
científico, ético y social: a) la propia
ineficacia de la supuesta mejora; b) la falacia del determinismo genético de
muchos caracteres no deseados, como la homosexualidad, el alcoholismo, la
drogadicción y otros, de escaso o nulo determinismo genético y con una
manifiesta influencia ambiental; c) la ineficacia de la erradicación de los
genes causantes de enfermedades hereditarias, que o bien reiteran su aparición
por mutaciones recurrentes o, al quedar enmascarados por su recesividad, se
mantienen en las poblaciones, en la descendencia de portadores heterocigóticos;
d) las agresiones al derecho a la intimidad personal y al deseo de no conocer
la posible condición de afectado por una persona, antes de la manifestación de
un carácter no deseado; e) la relatividad del patrón genético deseado: ¿qué
debe entenderse por mejor o peor? ó ¿qué se considera deterioro genético?; f)
¿quién puede arrogarse la atribución de decidir sobre el futuro de otros seres
humanos?.
A pesar de todas estas dificultades, tanto de carácter
técnico como moral, no podemos expresar un sentimiento de optimismo sobre la
erradicación de la eugenesia, ya que en una sociedad en la que se antepone la
“calidad de la vida” al “derecho a la vida”, existe un riesgo latente de una
vuelta a la eugenesia.
La
neoeugenesia ó eugenesia liberal
El
desarrollo de la nueva biología y su proyección hacia la biomedicina, ha dado
paso a un tipo nuevo de manipulación eugenésica de la vida humana, basada en
la capacidad de “diagnosticar” la presencia de genes no deseados en el embrión
o en el feto, desde las primeras etapas del desarrollo. La diferencia
fundamental entre la eugenesia darvinista y esta “neoeugenesia” individual, hay
que situarla en dos avances significativos: el paso cualitativo considerable que ha supuesto el
aislamiento de los genes, unido a la posibilidad de analizar y manejar sus
secuencias mediante técnicas de biología
molecular , y la aparición de las
técnicas de fecundación in vitro (FIV) y los avances de la biología
celular. Todo esto se ha traducido en la
capacidad de hacer diagnóstico genético en los embriones, o en los fetos y de
manipularlos. A diferencia de la eugenesia darviniana, estas manipulaciones
eugenésicas se llevan a cabo, no en individuos nacidos, sino en embriones o
fetos, mediante el diagnóstico
genético preimplantatorio y el diagnóstico prenatal.
La neoeugenesia ha sido defendida
por el filósofo británico Philip Kitcher [3],
para quien, una vez que hemos perdido la inocencia genética, estamos
comprometidos inevitablemente a alguna forma de eugenesia. Este autor defiende
la libertad reproductiva de cada individuo, en cuanto a que cada persona tiene
derecho a decidir por sí misma cuales son los rasgos que desea promover y
cuáles evitar, en sus descendientes. Debido a esta forma de pensar es por lo
que a esta nueva modalidad de eugenesia se la denomina también “eugenesia
liberal”. Precisamente el problema que se plantea, es el del derecho a decidir sobre
cómo debe ser otro ser de nuestra especie, evidentemente muy discutible, ahora
y antes, cuando lo que se pretendía era una “mejora de la raza humana” por
procedimientos menos sofisticados aunque más contundentes.
El diagnóstico genético
preimplantatorio , un paradigma de neoeugenesia
El diagnóstico genético
preimplantatorio (DGP) tiene por finalidad detectar si en el genoma de un
embrión, producido por FIV está presente una secuencia génica o una alteración
cromosómica determinada, con el fin de seleccionarlo o descartarlo antes de su
implantación en el útero materno. La idea no es realmente nueva. En 1969, a propósito de las enfermedades congénitas los investigadores americanos Dunn y Dobzhansky
señalaban: en un ensayo titulado “ Herencia, Raza y Sociedad ” , que “
...sólo hay dos soluciones posibles: …encontrar tratamientos médicos
adecuados para contrarrestar y curar los efectos de una herencia defectuosa,… ó
evitar el nacimiento de niños con genes perjudiciales y estimular el nacimiento
de los que puedan venir al mundo con un acervo genético superior ”. En la
práctica del DGP convive la doble alternativa, una positiva, que trataría de
corregir los defectos genéticos, y otra negativa, que apuntaría a la
eliminación de los genes defectuosos evitando el desarrollo de los embriones
portadores. La primera entraría dentro de la buena práctica médica y sería
acorde con los acuerdos de la Asamblea Médica Mundial de Helsinki[4] y posteriores, que propugnan el
bienestar del sujeto y la obligación ética de lograr los máximos beneficios y
de reducir al mínimo el daño, por encima de los intereses de la ciencia y de la sociedad. La segunda es en rigor un acto de eugenesia.
En
realidad los orígenes del diagnóstico genético preimplantatorio son anteriores
a la etapa del desarrollo de la Biología Molecular y del Proyecto Genoma Humano. Se remontan a 1968, cuando los doctores Gardner y Edwards[5]
fueron capaces
de reconocer el sexo en embriones de conejo, utilizando un método de análisis
microscópico para visualizar la cromatina sexual en biopsias de blastocistos,
como paso previo a su implantación en un útero materno. Esta misma técnica ha
sido utilizada desde entonces para la elección del sexo en las granjas de
explotación de otros animales domésticos [6].
El DGP tardó en utilizarse en el
hombre, debido a la necesidad de poner a punto metodologías que no fueran
destructivas para los embriones en que habrían de practicarse. Las primeras
técnicas se pusieron a punto a finales de los años ochenta y se basaban en el
análisis bioquímico del citoplasma de las células, con el fin de detectar la
actividad de una enzima relacionada con un error congénito del metabolismo. De
este modo en 1987 se abordó la predicción del síndrome de Lesh-Nyhan [7], que determina un retraso en el
desarrollo de los movimientos del bebé afectado y la muerte en la segunda
década de la vida después de un gran sufrimiento, como consecuencia de una
deficiencia en la enzima Hipoxantina-Fosfo-Ribosil-Transferasa (HPRT). Un año
después se desarrolló una técnica similar para detectar la deficiencia en la enzima ADA (Adenosina Desaminasa), que produce el Síndrome de Inmunodeficiencia Combinada
Severa (SCID)[8], que se manifiesta
pronto por la falta de defensas (“niños burbuja”).
A pesar de la eficacia de estas
técnicas, la detección enzimática en las células embrionarias, tras una pocas
divisiones celulares, no permite distinguir si una deficiencia está ya presente
en el citoplasma del ovocito desde antes de la fecundación, o se genera en el
cigoto, como consecuencia de la nueva combinación genotípica del propio
embrión. Por ello, se desarrolló el análisis en el ADN genómico y se empezaron
a aplicar prácticas de amplificación de ADN, utilizando una técnica
desarrollada a finales de los años ochenta, la reacción de la polimerasa en
cadena (PCR), que permite detectar variaciones en la secuencia de los genes a
partir de una muestra del ADN del sujeto a analizar, que puede tratarse de una
simple célula embrionaria.
Naturalmente, para llegar al
diagnóstico genético es preciso conocer las secuencias de los genes humanos y
sus papeles funcionales, que es la gran aportación del Proyecto Genoma Humano,
una realidad con la que contamos desde principios de siglo. El diagnóstico es
posible además gracias a la tecnología de la PCR, que se empezó a aplicar con este fin para detectar defectos en el ADN causantes de enfermedades debidas a una
alteración molecular en la secuencia de un gen simple [9]. Casi al mismo tiempo que la PCR, surgieron técnicas de análisis cromosómico basadas en la capacidad de marcar los cromosomas implicados en
determinadas patologías, como trisomías, deleciones o translocaciones
cromosómicas, muchas de ellas implicadas en procesos cancerígenos o en graves
patologías congénitas. El análisis microscópico se iría mejorando y hoy se
observan los cromosomas o las regiones cromosómicas por medio de las técnicas
de FISH (fluorescence in situ hybridization), que sirven para identificar al
microscopio las regiones cromosómicas, tras la unión de unas sondas de ADN específicas
de cada cromosoma marcadas con moléculas emisoras de fluorescencia de un color
determinado, por lo que en conjunto estas técnicas reciben la denominación de “pintado
cromosómico”.
En el momento presente, tras el
desarrollo de numerosos protocolos derivados de las metodologías indicadas, el
DGP se extiende a más de un centenar de patologías relacionadas con tres tipos
de desórdenes genéticos: a) los debidos a la mutación de un gen simple, que
puede ser detectada mediante la utilización de la PCR; b) los que se deben a defectos ligados al cromosoma X, aún cuando en este caso no se
conozca el gen específico causante del desorden genético, pero cuyo riesgo
puede ser eludido mediante la selección de sexo; c) los debidos a alteraciones
cromosómicas que se pueden detectar mediante la aplicación de las técnicas del
pintado cromosómico.
La
realización del DGP en los embriones producidos in vitro, implica la
utilización de una o dos células embrionarias sin destruir el embrión, con el
fin de obtener una muestra de su ADN o en su caso analizar sus cromosomas. Es
importante señalar que una modalidad de la FIV, la inyección intracitoplásmica (ICSI), consistente en la inyección directa de un espermatozoide en el
citoplasma del ovocito con la ayuda de un micromanipulador, es el método
recomendado en todos los casos en los que se requiere el uso de la PCR. Con ello se trata de evitar la presencia de restos de espermatozoides adheridos a la
capa pelúcida de los embriones tras la fecundación, cuyo ADN podría contaminar
los resultados del análisis. El DGP en embriones humanos producidos por FIV se empezó
a utilizar para la determinación del sexo (varón 22” +XY; mujer 22” +XX), tras el análisis con la PCR que permite amplificar una región específica del
cromosoma Y. En la mayoría de los casos se trataba de eludir el sexo masculino,
con el fin de evitar la aparición en el hijo de una enfermedad debida a un gen
recesivo ligado al cromosoma X, en los casos en que la madre fuese portadora
del gen alterado en uno de sus cromosomas X. En este caso se encuentra la
hemofilia, el síndrome de Lesh Nyhan, las distrofias musculares de Duchenne y
Beker, el síndrome del frágil-X, etc. En todos estos casos la alteración
genética se podría transmitir desde la madre heterocigótica al 50% de los hijos
(el Y heredado del padre encierra un tipo de información diferente al X). A
principios de los años noventa se habían desarrollado las técnicas de detección
cromosómica mediante fluorescencia, que contribuían con la misma eficacia que la PCR a la determinación del sexo de los embriones. En 1992 se comunicó la utilización del
diagnóstico genético preimplantatorio para evitar el nacimiento de un niño con
fibrosis quística, una grave enfermedad crónica monogénica y recesiva, debida a
una alteración en el gen CF (7q31.2) [10].
El cigoto, surgido tras la fusión
de los pronúcleos femenino y masculino constituye la primera realidad corpórea
de un ser humano. Trascurridas aproximadamente 22 horas desde su formación, el
cigoto se divide para dar dos células, y a partir de ese momento se suceden
nuevas divisiones de segmentación cada 18 horas, mediando una replicación
exacta del ADN constituido en el cigoto. El DGP se ha de llevar a cabo en el
ADN de alguna célula del embrión recién formado. Aunque con ciertas
limitaciones, también se puede hacer antes de la fecundación, mediante una
biopsia de los cuerpos polares del ovocito [11]. Una vez constituido el cigoto, el embrión va creciendo por sucesivas
divisiones celulares. En teoría, el DGP se podría hacer en cualquier célula.
Sin embargo, a medida que se van produciendo divisiones celulares, el embrión
se compacta, por lo que solo es practicable hasta el estadio de 8-16 células
(tercer día del desarrollo). Por otra parte, cuando el embrión tiene únicamente
dos o cuatro células, la biopsia de una de ellas implica un riesgo demasiado
grande para el desarrollo posterior, por lo que en la mayoría de los centros la
biopsia de las células embrionarias se suele realizar en el estadio de 8-12
células.
Desde la implantación del DGP, han
mejorado las técnicas de biopsia de las células embrionarias, merced a la
aplicación de la tecnología de disección con láser y la utilización de medios
de mantenimiento de los cultivos que facilitan la descompactación de los
embriones sin afectar a su viabilidad. Actualmente, solo se puede llevar a cabo
un examen específico (un gen o el cariotipo) a partir de una única célula
extraída del embrión, por lo que queda excluido de este tipo de análisis
caracteres complejos o el examen de más de un gen. Algunos centros utilizan dos
células en lugar de una, para confirmar el diagnóstico. Sin embargo, los
centros en que se practica el DGP no facilitan datos cuantitativos sobre el grado
de daño ejercido a los embriones, aunque en algunos se reconoce la posibilidad
de errores en el diagnóstico y/ó la existencia de un riesgo importante de su
destrucción.
A este respecto la Sociedad Americana de Medicina Reproductiva publicó en 2001 un informe sobre el DGP,
acompañado de una recomendación en los siguientes términos: “es necesario
indicar a los pacientes que sean conscientes de los posibles errores
potenciales en el diagnóstico y la posibilidad de efectos negativos a largo
plazo, actualmente desconocidos, sobre el feto como consecuencia del
procedimiento de la biopsia practicada en el embrión".
Didier
Sicard, presidente del Comité Consultivo Nacional de Ética de Francia, en
relación con el DGP ha declarado que “el diagnóstico preimplantatorio no
está orientado a tratar, sino a eliminar”, que “…reduce a la persona a
una sola característica. ¿Cómo defender el derecho a la inexistencia?”, y
que en su opinión, la obsesión por el diagnóstico prenatal “está relacionada
por una ideología rendida a la técnica”. El mismo Didier Sicard señala que
“Es estremecedor que en el siglo XXI el nacimiento de niños hemofílicos sea
considerado inaceptable en aras del progreso científico”.
El DGP y los “bebés de
diseño”.
En
el momento presente hay más de 100 enfermedades con base genética o cromosómica
en las que puede ser aplicado. Entre las utilidades de mayor interés está la
producción de los “bebé medicamento”, o “bebés de diseño”, denominación que
alude a la idea de producir embriones con un perfil genético predeterminado del
niño que se desea traer al mundo, mediante las técnicas de reproducción
asistida. Se trata de aplicar el diagnóstico genético preimplantatorio a
embriones producidos por fecundación in
vitro para determinar la presencia de algún factor genético
favorable y/o descartar otros desfavorables. La idea surgió tras probarse la
posibilidad de curación de enfermedades de la sangre por trasplante alogénico
de médula ósea o implantación de células de cordón umbilical procedentes de un
familiar con un sistema HLA compatible, para evitar el rechazo inmunológico. El
primer trasplante con éxito tuvo lugar en 1988 en el Hospital San Luís de
París. Se utilizaron las células madre hematopoyéticas del cordón umbilical a
un niño de 5 años con anemia de Fanconi, procedentes de un hermano nacido sano.
La idea es que tras la implantación y el desarrollo embrionario normal, el bebé
nacido puede ser utilizado como donante de material celular, por medio de las
células madre hematopoyéticas de su cordón umbilical o la médula ósea, para
remediar alguna enfermedad congénita de un hermano nacido con anterioridad. En
este caso, la combinación de la fecundación
in vitro y el diagnóstico genético preimplantatorio permite
determinar la idoneidad genética de los embriones producidos. En todo este
proceso, los embriones que sobrevivan al diagnóstico y que no fuesen
genéticamente e inmunológicamente compatibles con el hermano, se desecharán, o
se destruirán, independientemente de que sean sanos o estén afectados de la
misma enfermedad. Una objeción al uso del PGD para producir un “bebé
medicamento” es que este niño es concebido para beneficio de un hermano, pero
no es deseado por sí mismo ni de él es prioritario el valor de su propia vida.
El método entra dentro de los límites de lo técnicamente posible,
hasta donde lo permiten las pruebas diagnósticas en el ADN de una o dos
células de un embrión, pero no está exento de una serie de riesgos que alcanzan
a todos los actores y tocan todos los elementos del procedimiento. De hecho, si
se tiene en cuenta que cada embrión producido es una vida humana cabe formular
una serie de preguntas que afectan al niño enfermo potencial receptor del
trasplante, a los padres, al propio “bebé medicamento”, a la metodología y al
resultado del análisis: ¿cuántos embriones hay que producir?, ¿cuál es el
precio en vidas humanas que se ha de pagar para el fin que se persigue?, ¿tiene
realmente sentido tan importante esfuerzo por parte de la madre?, ¿es realmente
necesario el largo proceso de producción, selección e implantación de
embriones, no siempre lograda en primera instancia?, ¿está justificada la
angustiosa espera a un diagnóstico fiable tras la implantación?, ¿la selección
de un embrión garantiza que el niño que nazca obedezca realmente al perfil
genético deseado?, ¿pueden descartarse en él otros caracteres desfavorables?, ¿es
ético el sacrificio de los embriones “sobrantes”?, ¿qué viabilidad o qué
consecuencias tendrá a la larga para la vida de los seres procedentes de
embriones en los que se ha practicado una biopsia?, ¿cómo afectará a la
psicología de una persona el conocimiento de su origen por razones de utilidad
clínica?, etc.
El DGP y los bancos de sangre de cordón umbilical
El
diagnóstico genético preimplantatorio es una realidad que se viene practicando
desde principios de los años noventa. En el momento presente hay más de 100
enfermedades con base genética o cromosómica en las que puede ser aplicado. Sin
embargo, existen lógicas objeciones éticas. No hay duda de que se trata de una
selección que se practica por razones de ajuste a un perfil genético
preconcebido con anterioridad a la implantación, lo que sin duda alguna obedece
al modelo neueugenésico que describimos anteriormente. De hecho, la selección
de embriones implica el descarte y eliminación de la mayoría de los embriones
producidos, bien por ser portadores de genes defectuosos o faltos de interés,
bien por tener el sexo no deseado, bien por la inseguridad del destino de los
embriones preseleccionados, bien por las consecuencias para el desarrollo
ulterior del embrión en el que se ha practicado una biopsia, o finalmente, por
la incertidumbre de las pruebas genéticas realizadas en los embriones
seleccionados, que podrían no ser concluyentes. El DGP es el último eslabón de
la larga lista de despropósitos derivada del encarnizamiento reproductivo derivado
de la FIVET.
Por
lo demás, resulta cuando menos contradictorio el reconocimiento del valor de un
embrión solo si pasa la prueba de la “calidad genética”, para desechar el resto
de los embriones bajo el argumento de que allí todavía no hay seres humanos
sino en todo caso “preembriones” o “conglomerados de células”, términos que
tratan de ocultar la realidad de la vida humana existente desde el momento de
la fecundación. ¿Debe esto suponer el abandono de las técnicas de DGP?,
¿existen otras alternativas?.
Afortunadamente,
la naturaleza humana y la investigación biomédica están demostrando ser un
manantial inagotable de nuevas tecnologías, no siempre tan discutibles, desde
la perspectiva de la ética personalista, como el DGP. Entre las posibles
alternativas que se ofrecen en un horizonte próximo podemos citar dos: la
tecnología de la terapia génica en embrión, para contrarrestar y curar los
efectos de una herencia defectuosa, que es una de las ideas que impulsaron el
Proyecto Genoma Humano, y la búsqueda de otras fuentes celulares para el
trasplante para eludir la producción de los “bebés medicamento”, como la sangre
de cordón umbilical.
Lamentablemente
la terapia génica, que trata de restaurar, suplantar o anular la expresión de
un gen defectuoso, no es posible todavía en embriones y se abre paso en
contados casos para la corrección de enfermedades genéticas no complejas en
niños o en adultos, aunque es de esperar que sea abordable a medio ó largo
plazo.
En
1999, Eliane Gluckman[12] y sus colaboradores del Hospital San
Luis de París, demostraron que el cordón umbilical contiene unas células madre
sanguíneas que dan resultados satisfactorios para el tratamiento de la leucemia
y linfomas infantiles, frente al recurso del transplante de médula ósea, que ha
sido el procedimiento más utilizado para solucionar tan graves enfermedades en
los niños. ó la producción de los “bebés medicamento”. De hecho, la sangre del
cordón umbilical, que es lo que se utiliza del “bebé medicamento”, es rica en
células madre hematopoyéticas (CD+34), que ofrecen resultados superiores en
términos de mejor pronóstico de supervivencia frente a la enfermedad del
“injerto contra huésped”, que plantea el trasplante de médula ósea para las
mismas enfermedades. Frente a los problemas éticos, las dificultades técnicas,
el tiempo requerido y las incertidumbres diagnósticas de los “bebés
medicamento” cabe el recurso del uso directo de muestras de sangre de cordón
umbilical para realizar trasplantes alogénicos. De ahí la importancia de
conservar la sangre de cordón umbilical (SCU) en congelación, recogida en el
momento del parto y convenientemente procesada y caracterizada desde el punto
de vista inmunológico (HLA) y genético. Los Bancos de SCU, tras la
caracterización inmunológica de las muestras, son la garantía de futuro para el
propio niño que nace (trasplante antólogo) o para sus hermanos u otros miembros
de la familia (trasplante alogénico emparentado), y para personas no
emparentadas (trasplante alogénico no emparentado). Dado que los sistemas
genéticos determinantes de la histocompatibilidad son muy polimórficos (gran
diversidad de alelos en un conjunto de varias unidades génicas) hacen falta varias
decenas de miles de muestras de SCU para cubrir la demanda de una sociedad,
como la española, cada vez más exigente en número de muestras por la diversa
procedencia de una población creciente en número y origen de los potenciales
destinatarios. Previsiblemente, una reserva en número de muestras de SCU
equivalente a la mitad de los niños que nacen anualmente en España, permitiría
cubrir las necesidades de trasplante del conjunto de la población en pocos
años.
Lo que no tiene sentido es el
planteamiento sobre la conveniencia de que la conservación de la sangre de cordón umbilical se haga solo en bancos
públicos, o en públicos y privados, siendo necesarias y compatibles ambas
opciones. Lo importante es la caracterización genética e inmunológica de las
muestras en ambos casos, y la acumulación de un número de muestras suficiente
como para satisfacer la demanda de trasplantes de la población. Los bancos
públicos, tienden a conservar de forma anónima miles de muestras de SCU, con un
fin exclusivamente alogénico, para cualquier receptor necesitado de la
población. Por el contrario, los bancos privados, tendrían por fin tanto un uso
autólogo ó intrafamiliar, como en su caso también alogénico. De hecho, el uso
antólogo, quedaría desatendido de implantar solamente bancos públicos, y sin
embargo supone la situación ideal de máxima efectividad en un trasplante de sangre de cordón umbilical, siendo extensible a un
receptor compatible emparentado, habitualmente un hermano o un miembro próximo
de la propia familia, en contraste con la laboriosa e insatisfactoria solución
de los “bebés medicamento”. En cualquier caso existen razones sobradas a favor
de la conservación de SCU en bancos privados. En primer lugar, no se ha demostrado que el trasplante no emparentado sea
mejor que el relacionado, pero además existe una razón de coste, ya que la utilización
de una muestra de origen no emparentado obliga a la realización de
costosos análisis, innecesarios en el caso de trasplante relacionado. Por otra
parte, las opciones de éxito probablemente sean mayores, aunque este hecho no
haya sido demostrado aun estadísticamente.
El Dr.
Wagner[13] es miembro del equipo que
realizó el primer transplante de células madre de cordón umbilical en un
paciente con leucemia y una autoridad reconocida mundialmente. En estos casos,
la disponibilidad y aplicación de SCU es
inmediata, al estar identificada la muestra como de la propia persona desde el
nacimiento, con las máximas garantías de viabilidad tras el transplante y una
reducción significativa de los riesgos de incidencia de la enfermedad de
injerto contra huésped. En coherencia con este hecho, en todos los países de
nuestro entorno y nivel de desarrollo similar, se está favoreciendo el establecimiento de los dos tipos de bancos, públicos y
privados, e incluso mixtos, de modo que queden cubiertas las necesidades de las
personas individuales que lo deseen, las del inmediato entorno familiar y el
conjunto de la población. Respecto a esta aplicación, es de destacar el
éxito del trasplante antólogo logrado por el Dr. John Wagner, en tres ocasiones
para la curación de niños con anemia aplásica grave.
En declaraciones del Dr. Wagner, a Diario
Médico "en los tres casos, la recuperación con el autoinjerto de SCU
fue muy rápida. Se puede aducir que son pocos casos, pero hay que tener en
cuenta que los bancos autólogos apenas llevan diez años en marcha"
[14]. Desafortunadamente la mayoría de los enfermos de leucemia no
disponen de un donante relacionado de SCU, por lo cual la opción es recurrir a
un trasplante no emparentado. En otras palabras, no se hacen más trasplantes
relacionados porque no se dispone de más donantes emparentados. A medida que
aumente el número de bancos públicos y privados y con ello los depósitos de
SCU, irá aumentando el número de trasplantes entre personas emparentadas.
En
resumen, dado que el DGP conlleva la destrucción y la selección eugenésica de
embriones, es necesario el desarrollo de normas reguladoras, que más allá de la
ordenación de su aplicación en los casos concretos de las enfermedades
genéticas importantes que se puedan diagnosticar, evite su desplazamiento hacia
otro tipo de intereses no relacionados con los fines clínicos.
·- ·-· -······-·
Nicolás Jouve de la Barreda
[2] Galton F. Inquiry into human faculty
(1983).
[4}World Medical Association
Declaration of Helsinki. Ethical Principles for Medical Research Involving
Human Subjects. 18th WMA General Assembly, Helsinki, Finland, June 1964
[9] Saiki, R. K. et al. Enzymatic
amplification of b-globin genomic sequences and restriction site analysis for
diagnosis of sickle cell anemia. Science 230, 1350-1354 (1985).
[11] Los cuerpos polares son las células no
maduras que acompañan al ovocito femenino, por división de la misma célula
germinal. Estas células quedan adheridas externamente al ovocito y en muchos
casos, se puede estudiar su contenido genético e indirectamente deducir el del
ovocito sin que se planteen problemas éticos. No obstante, los cuerpos polares
proporcionan sólo una información parcial sobre el genotipo materno, por lo que
no pueden utilizarse para los casos en los que la alteración genética que se
desea diagnosticar procede del padre.
[12] Gluckman, E., V. Rocha and C. Chastang. Cord
blood stem cell transplantation. Bailliere’s Best Practice
and Research. Clinical Haematology; 12: 279-292. (1999).
[13] Wagner J.E. (2003). Umbilical
cord blood transplantation: New frontiers. Retrieved Sept. 11,
(2003): http://www.fairviewbmt.org/ucb.asp
[14]
El Dr. John Wagner y el autor de este artículo, el Dr. Nicolás Jouve, son
miembros del comité bioético y médico-científico de VidaCord, primera entidad acreditada por las Autoridades
Sanitarias españolas como banco privado de sangre de
cordón umbilical, de conformidad a la normativa vigente en España (RD 1301/06)
y en la Unión Europea (Directiva 23/2004).
IV Congreso Mundial de las Familia
La Familia es célula de resistencia a la opresión del Sistema. Por ello se le persigue
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Visualiza la realidad del aborto: Baja el video Rompe la conspiración de silencio. Difúndelo.
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