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Una guía para creer en el siglo XXI

por Jesús Ortiz López

Los ciudadanos creyentes y los representantes de la Iglesia católica piden respeto a la fe cristiana, y reconocimiento de los derechos humanos, empezando por la libertad religiosa.

Parece que Dios no cuenta en la vida de algunos hombres y mujeres que trabajan en sus despachos o caminan por las calles de la ciudad como si Dios no existiera, aunque sienten una nostalgia de Dios, más o menos imprecisa según las raíces cristianas que recibieron. Pero hay muchas ocasiones en que Dios aparece en su horizonte relacionado con la vida y con la muerte, los problemas de conciencia y de convivencia con los demás hombres. El pensador judío George Steiner ha escrito: «Cuando estamos enfermos, cuando el terror psicológico o físico se apodera de nosotros, cuando nuestros hijos mueren en nuestros brazos, gritamos. Que ese grito resuene en el vacío, que sea un reflejo perfectamente natural, incluso terapéutico, pero nada más, es casi imposible de soportar» [1] .

 

Algunas preguntas

 La gran mayoría de hombres y mujeres dice que cree en Dios pero ¿quién es ese Dios? Porque hay muchas religiones bien distintas, y no todos llegan a identificar al verdadero Dios manifestado en Jesucristo, tal como aparece en los Evangelios. Son varias las preguntas que muchas veces nos hacemos, por ejemplo: ¿son equivalentes las diversas religiones para llegar al mismo Dios?, ¿qué tiene de peculiar el cristianismo respecto a otras religiones?, ¿por qué es necesaria la Iglesia?, ¿qué significa ser creyente pero no practicante? El objetivo de este trabajo consiste  sencillamente en plantear la cuestión teniendo en cuenta el paradigma del laicismo actual, para reflexionar después sobre los pilares básicos de la verdad cristiana genuina.

Los hombres buscan a Dios

La tradición cristiana presenta a Dios como el Ser necesario, y al hombre como su criatura con la misión de reconducir el mundo a Dios. Sin embargo algunos sectores de la cultura actual conciben ese mundo como obra exclusiva del hombre que sería responsable único de la historia; también hay quienes levantan un muro científico y técnico que encierra el hombre en el presente. Sin embargo éste tiene necesidad de superar el entorno inmediato y abrirse a un horizonte sin límites, trascendiendo y llegando a Dios. Entonces se reconoce a sí mismo, la razón de su ser y de su obrar en la historia. El ser humano se ve abierto a lo absoluto, es decir, se ve como el ser que está llamado a ser más, a trascenderse y superarse sin medida; pero en cualquier caso es decisivo plantear bien las preguntas sobre Dios, el mundo y el hombre, pues desde un mal planteamiento no puede encontrarse una solución correcta. Por otra parte, las utopías intentadas para sustituir a Dios, algunas tan terribles como el marxismo o el nazismo, han fracasado estrepitosamente y sigue abierto en las conciencias el deseo de Dios.

 La fe católica comienza afirmando la existencia de un solo Dios. Enlaza con las grandes religiones monoteístas aunque habla de un solo Dios en tres Personas, que se conocen y aman infinitamente, porque Dios es único pero no es solitario: es origen de toda familia y de todo amor. El cris­tiano cree en Dios y sabe que existe Dios por una causa sobre­natural (el don de la fe que lleva a creer en Dios) y por otra natural (el discurso de la razón que lleva a saber que Dios existe). Pero es la misma inteligencia que busca la verdad y lleva a conocerla a la medida humana. El plano sobrenatural y el natural, siendo esencialmente diferentes entre sí, no están existencialmente separados en el cristiano, dado que lo sobrenatural no elimina lo natural sino que lo refuerza y eleva. Por ello el Compendio del Catecismo dice que: «Dios mismo, al crear al hombre a su propia imagen, inscribió en el corazón de éste el deseo de verlo. Aunque el hombre a menudo ignore tal deseo, Dios no cesa de atraerlo hacia sí, para que viva y encuentre en Él aquella plenitud de verdad y felicidad a la que aspira sin descanso. En consecuencia, el hombre, por naturaleza y vocación, es un ser esencialmente religioso, capaz de entrar en comunión con Dios. Esta íntima  y vital relación con Dios otorga al hombre su dignidad fundamental» [2] .

Las fronteras del laicismo

 En la sociedad pluralista algunos defienden el laicismo como lo más natural del mundo, pretendiendo separar claramente la esfera pública del ámbito privado de la conciencia individual, y también para reclamar la autonomía de las realidades temporales respecto a las creencias religiosas y más en particular las católicas. Algunos de sus promotores niegan ser unos laicistas antirreligiosos y afirman defender un Estado laico que sea neutral y respete todas las creencias por igual. Concretamente en España consideran que la Constitución, establece la aconfesionalidad entendida como laicidad positiva, basada en la cooperación entre el Estado y las confesiones religiosas. Coinciden en esto con lo que vienen diciendo los ciudadanos creyentes y los representantes de la Iglesia católica, que piden respeto a la fe cristiana, y reconocimiento de los derechos humanos, empezando por la libertad religiosa. Es lo que viene haciendo la Iglesia cuando defiende el derecho a la vida desde la concepción, el matrimonio como institución natural entre el varón y la mujer, o el derecho de los padres para elegir la educación religiosa y moral para sus hijos.

 Sin embargo, el laicismo confunde la aconfesionalidad, que es neutralidad respetuosa cuando el Estado reconoce que no tiene competencia en el ámbito moral y religioso, con el laicismo beligerante contra la religión, porque es considerada como irracional e incluso nocivo para la convivencia pacífica entre los ciudadanos. Precisamente por eso llegan a decir que la religión cristiana, y en general las religiones, levantan barreras entre los pueblos. De este modo difunden una extraña mentalidad uniformista que hace del hombre sin religión el modelo de ciudadano progresista, aunque en realidad están defendiendo una antropología que mutila a la persona como si no tuviera una fuerte necesidad de Dios y un derecho a manifestar en público sus creencias, con responsabilidad para configurar una sociedad que valore los principios morales y religiosos de todos. ¿O es que los cristianos no son responsables del bien común ni pueden aspirar a influir en la vida pública, que es connatural a la democracia? Más bien parece que el laicismo defiende la identidad de las personas y de los pueblos sólo desde parámetros materiales de bienestar físico, pero por contraste vemos que los valores trascendentes son los que mueven a los hombres, que pierden el sentido de la vida cuando éstos faltan [3] . La  historia y el acontecer diario muestran que lo habitual es que los creyentes sean buenos ciudadanos que reconocen la autoridad humana en conciencia y valoran las leyes con sentido crítico desde los principios morales prejurídicos. Y esto es muy bueno para la democracia porque impide el absolutismo, la manipulación y la falta de respeto de los derechos humanos. Además la sociedad necesita que las personas, tengan formación religiosa, especialmente los más jóvenes, porque en caso contrario caen fácilmente en el fundamentalismo y son presa de las sectas que alteran la personalidad; por eso lo más razonable es que el Estado respete todas las religiones y fomente aquellas que tengan más arraigo social. En suma, es el laicismo militante quien levanta barreras y crea fracturas en la sociedad cuando trata de excluir a quienes tienes convicciones firmes.

El politólogo  George Weigel habla de una cristofobia entendida como intento de borrar las raíces cristianas de Europa, excluyendo de la vida pública los valores que la han configurado y a las personas que intentan encarnarlos [4] . Porque la ofensiva laicista no es neutral y respetuosa con la religión cuando trata de recluir la fe en el ámbito de la conciencia. En realidad tiene una concepción mutilada del ser humano, reducido a necesidades materiales pero carentes de necesidades espirituales y de relación con Dios; por eso la vida social sería simple política sin trascendencia y el bien común estaría cerrado a los valores trascendentes. Se abriría así una inmensa brecha en nuestra historia para lanzarse a la utopía de una sociedad aparentemente libre en la superficie pero dominada en realidad por grupos poderosos gobernando de espaldas a las personas, repitiendo aquel «todo para el pueblo pero sin el pueblo».

Algunas propuestas

 Hoy día retrocede el ateísmo pero avanza la increencia, sobre todo en el mundo occidental, donde algunos muestran cierto interés por otras religiones, en una búsqueda vagamente espiritual pero no específicamente religiosa, porque suele faltar verdad y compromiso. Concretamente, en algunos países católicos es frecuente el abandono de la práctica religiosa, mediante el fenómeno de creer sin pertenecer: son los creyentes no practicantes, a los que se ha incorporado en los últimos tiempos la mujer. En particular, muchas familias cristianas encuentran serios problemas para mantener la fe y transmitirla a sus hijos, en parte por falta de formación y en parte por influjo del ambiente alérgico a los valores cristianos.

 El camino para ser creyentes y practicantes pasa por informarse mejor del contenido de la doctrina básica cristiana tal como la enseña la Iglesia católica, y esto requiere un poco de información y de reflexión para llegar a entender el sentido de los valores cristianos en el mundo actual; es decir, para ser de verdad creyentes y practicantes porque se implican mutuamente. A mano tendremos siempre el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1997, que expone sistemáticamente y de modo completo la fe católica, dando solución a todas las cuestiones básicas, y también el Compendio del Catecismo, publicado en 2007, como una guía práctica de respuestas a los interrogantes planteados en relación a Dios, la religión y la conducta moral.  Constituyen una base más que suficiente de información y de reflexión que puede acercar a la práctica de la fe, superando el agnosticismo o el relativismo que no se atreven a plantear las últimas preguntas con valentía intelectual.

 

·- ·-· -······-·
Jesús Ortiz López



[1] G. STEINER, Presencias reales, Siruela , 1997,

[2] Compendio del Catecismo, n.2.

[3] «Así, el laicismo va configurando una sociedad que, en sus elementos sociales y públicos, se enfrenta con los valores más fundamentales de nuestra cultura, deja sin raíces a instituciones tan fundamentales como el matrimonio y la familia, diluye los fundamentos de la vida moral, de la justicia y de la solidaridad y sitúa a los cristianos en un mundo culturalmente extraño y hostil». Conferencia Episcopal Española, Orientaciones morales ante la situación actual de España, 23-XI-2006, n. 17.

[4] G.WEIGEL, Política sin Dios, Cristiandad, 83-86. Considera que el Proyecto elaborado para la Constitución europea es contradictorio por imponer un laicismo bajo capa de tolerancia, y es defectuoso porque se basa en una historia falsa. Un ejemplo palmario es que en las 70.000 palabras del Proyecto no aparece ni una sola vez el término cristianismo.



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