Presentado por el PSOE el 28 de junio de 2006, el proyecto de ley “tiene por objeto reconocer y ampliar derechos en
favor de quienes padecieron persecución o violencia, por razones políticas o
ideológicas, durante la Guerra Civil y la Dictadura, promover su reparación moral y la recuperación de su memoria personal y familiar, y adoptar medidas
complementarias destinadas a suprimir elementos de división entre los
ciudadanos, todo ello con el fin de fomentar la cohesión y solidaridad entre
las diversas generaciones de españoles en torno a los principios, valores y
libertades constitucionales”.
El proyecto de ley, “declara el
carácter injusto de las condenas, sanciones y cualquier forma de violencia
personal producidas, por razones políticas o ideológicas, durante la Guerra Civil, cualquiera que fuera el bando o la zona en la que se encontraran quienes las
padecieron, así como las sufridas por las mismas causas durante la dictadura
que, a su término, se prolongó hasta 1975”.
Las razones políticas o
ideológicas a que se refiere la ley “incluyen la pertenencia o colaboración con
partidos políticos, sindicatos, organizaciones religiosas o militares,
minorías étnicas, sociedades secretas, logias masónicas y grupos de
resistencia, así como el ejercicio de conductas vinculadas con opciones
culturales, lingüísticas o de orientación sexual”.
El proyecto “reconoce el derecho
a obtener una Declaración de reparación y reconocimiento personal a quienes
durante la Guerra Civil y la Dictadura padecieron los efectos a que se refiere”
anteriormente. Esa Declaración “será de aplicación respecto de las penas y
sanciones de carácter personal impuestas durante la Guerra Civil por Juzgados, Tribunales u órganos administrativos de cualquier naturaleza y
respecto de todas las ejecuciones llevadas a cabo por cualquier organización o
grupo durante el mismo período, siempre que, en uno y otro supuesto, se
vinculen, directa o indirectamente, con motivaciones políticas o ideológicas” y
“en relación con las ejecuciones, penas y sanciones de carácter personal que se
hubiesen producido tras el fin de la Guerra Civil, cuando hubiesen tenido como objeto la represión o persecución de quienes defendieron la legalidad
institucional anterior al 18 de julio de 1936, pretendieron el restablecimiento
en España de un régimen democrático o intentaron vivir conforme a opciones
amparadas por derechos y libertades hoy reconocidos por la Constitución”.
“En todos los casos –aclara la
ley- será necesario que los comportamientos en su día enjuiciados o sancionados
resulten conformes a los principios y valores constitucionales hoy vigentes”.
En relación con los símbolos y
monumentos públicos, el proyecto de ley establece que “los órganos que tengan
atribuida la titularidad o conservación de los monumentos, edificios y lugares
de titularidad estatal, tomarán las medidas oportunas para la retirada de los
escudos, insignias, placas y otras menciones conmemorativas de la Guerra Civil, existentes en los mismos, cuando exalten a uno sólo de los bandos enfrentados
en ella o se identifiquen con el régimen instaurado en España a su término”
En relación con el Valle de los
Caídos, dice que “en ningún lugar del recinto podrán llevarse a cabo actos de
naturaleza política ni exaltadores de la Guerra Civil, de sus protagonistas, o del franquismo. La Fundación gestora del Valle de los Caídos incluirá entre sus objetivos honrar la memoria de todas las personas fallecidas a
consecuencia de la Guerra Civil de 1936-1939 y de la represión política que la
siguió, con el objeto de profundizar en el conocimiento de ese período
histórico y en la exaltación de la paz y de los valores democráticos”.
Se habla también en la ley de la
apertura de fosas comunes en las que aún yacen los restos de represaliados por
los sublevados en la Guerra Civil, de facilitar aún más la concesión de
nacionalidad española a los combatientes de las Brigadas Internacionales, y del
“reconocimiento en favor de personas fallecidas en defensa de la democracia
durante el período comprendido entre 1 de enero de 1968 y 6 de octubre de 1977”. ¿Se refiere a los terroristas que fueron condenados a muerte durante ese período?
Hasta aquí un resumen de la ley
que se desea aprobar.
Salta a la vista que se trata de
una ley sectaria. Sólo considera dignas de reparación a aquellas víctimas de la
represión que comulgaban con ideas políticas acordes con los valores que
defiende la Constitución actual.
Aunque la ley pueda parecer
imparcial cuando afirma que “declara el carácter injusto de las condenas,
sanciones y cualquier forma de violencia personal producidas, por razones
políticas o ideológicas, durante la Guerra Civil, cualquiera que fuera el bando o la zona en la que se encontraran quienes las padecieron”, más adelante deja
bien claro que para que se dé cualquier tipo de reconocimiento o compensación a
las víctimas, es nececesario, en todo caso, que hayan sido enjuiciadas o
sancionadas por haber tenido comportamientos “conformes a los principios y
valores constitucionales hoy vigentes”.
Es decir: aquellos que hayan
padecido prisión, torturas, o asesinato por defender valores diferentes o
contrarios a los que promueve la Constitución de 1978, no son dignos de consideración.
Aparte de lo extraño y
anacrónico que resulta juzgar a quienes murieron durante la guerra, en base a
los valores de una Constitución que se promulgaría 40 años después de aquellos
hechos, es cierto que en el bando Nacional los principios que informaban el
pensamiento y la acción de los combatientes, de los cautivos, de los mártires y
asesinados por los rojos, no eran del todo “conformes a los principios y
valores constitucionales hoy vigentes”. Pero no es menos cierto que los
ideales, aspiraciones y propósitos que animaban a la mayor parte de los
luchadores, presos y ejecutados del bando rojo, tampoco eran “conformes a los
principios y valores constitucionales hoy vigentes”.
Ya que hablamos de memoria
histórica, conviene recordar que durante la contienda, los militantes
republicanos, salvo escasas excepciones, pertenecían o estaban vinculados principalmente
a cuatro organizaciones políticas y sindicales: PSOE, UGT, PCE, CNT.
Pues bien, durante la guerra, y
aun desde antes de la guerra, ninguna de esas organizaciones era partidaria de
“los principios y valores constitucionales hoy vigentes”.
El PSOE y la UGT, deseaban la instauración de una dictadura del proletariado socialista. El PCE, –a pesar
de que durante la guerra, camuflando sus verdaderas intenciones, adoptó con más
insistencia que ninguna otra organización una táctica de defensa de la
democracia y del orden republicano anterior al Alzamiento Nacional–, también
propugnaba la dictadura del proletariado, con la única diferencia de que el
PCE, al contrario que el PSOE y la UGT, pretendía además que España fuera una
sucursal de la Unión Soviética, a las órdenes de Stalin. Los anarquistas de la CNT aspiraban, por su parte, a establecer el comunismo libertario.
Ni la dictadura socialista, ni
la dictadura comunista, ni el anarquismo son, obviamente, compatibles con los “principios
y valores constitucionales hoy vigentes”.
No hay más que leer la prensa de
aquella época, empezando por las propias publicaciones de sendas
organizaciones, su propaganda, sus documentos de carácter interno o externo,
las declaraciones, discursos, conferencias y testimonios de sus dirigentes, para
comprobar la realidad del carácter antidemocrático, dictatorial y totalitario
de las principales asociaciones políticas y sindicales de izquierda.
Veamos algunos ejemplos.
Luis de Araquistáin, puede
considerarse uno de los ideólogos del PSOE en los años 30. Subsecretario de
Largo Caballero en el Ministerio de Trabajo y director de la revista socialista
Leviatán, el 5 de marzo de 1934 escribió el prólogo al libro Discursos de Largo
Caballero a los trabajadores, en el que entre otras cosas afirma:
“... ahora los socialistas
estamos solos. Menos de tres años de experiencia republicana nos han convencido
de que el ensayo de una república socializante, que nos llevaría gradualmente
por el derecho a la revolución socialista, como se había instituido en la Constitución, era una quimera. Como dice Largo Caballero en sus discursos, ya se ha caído de
los ojos socialistas la venda del mito de la república y de la democracia en
régimen de capitalismo.
Por el sendero de la democracia
burguesa la clase obrera nunca podrá llegar a la plenitud del poder en el
Estado... Nuestras ilusiones republicanas del 14 de abril se han desvanecido.
El dilema no es ya monarquía o república... no hay más que un dilema: dictadura
capitalista o dictadura socialista”.
Y ¿qué es lo que decía Largo
Caballero, dirigente del PSOE y de la UGT, en esos discursos? Cosas como estas:
“...aceptamos y propugnamos un
período de transición, durante el cual la clase obrera, con todos los resortes
del poder político en sus manos, realiza la obra de socialización y del desarme
económico y social de la burguesía. Eso es lo que nosotros llamamos la
dictadura del proletariado, hacia la cual vamos... Los elementos de la
burguesía... exclaman: <<¡Es que vivimos en un régimen de
democracia!...>> ¿En un régimen de democracia? Eso es una falsedad,
porque los trabajadores en el régimen capitalista carecen de libertad para
exponer y hacer triunfar sus ideales pacíficamente... ¿De qué se extrañan
cuando la clase obrera socialista declara que quiere ir a implantar la dictadura
proletaria? ¿Francisco Largo Caballero durante la campaña electoral de 1933?
Por muy generosos, por muy
sentimentales, por evolucionistas que podamos ser, se impondrá que los
trabajadores tengan que arrancar violentamente el poder político...Yo digo que
si la clase trabajadora conquista el poder político, tiene que ir al armamento
general del pueblo. Hay algunas gentes, incluso en nuestro campo, que tienen
horror a esto. No negaré yo que si el pueblo se arma pueda cometer algún
atropello. Mas esto sucede en toda revolución... hay que trabajar para no
quedarnos en este régimen republicano, que, aun cumpliendo sus compromisos,
detenernos en él sería una renuncia a nuestras ideas. (Francisco Caballero.
Discurso pronunciado el 14 de enero de 1934 en el restaurante Biarritz).
Consecuentes con sus ideas, a
los pocos meses de pronunciar esas palabras, en octubre de 1934, el PSOE se
alzó en armas contra la república. En las instrucciones socialistas para la
insurrección, figuran consignas como las que siguen:
“Cada pueblo debe hacerse a la
idea de que tiene que ser un firme sostén de la insurrección…”
“… facilitar a la junta local
los nombres y domicilios de las personas que más se han significado como
enemigos de nuestra causa o que puedan ser temibles como elementos
contrarrevolucionarios. Estas personas deben ser tomadas en rehenes al
producirse el movimiento, o suprimirlas si se resisten.”
“Nadie espere triunfar en un día
en un movimiento que tiene todos los caracteres de una guerra civil”.
“Triunfante el movimiento
revolucionario, lo primero que debe asegurarse es el dominio absoluto de la
población, perfeccionando las milicias armadas, ocupando los sitios
estratégicos, desarmando totalmente a las fuerzas contrarias y ocupando los
edificios públicos”
Es asombroso que, habiendo sido
publicadas estas instrucciones, en las que los socialistas incitan
clarísimamente a la guerra civil y la represión contra los que no piensan como
ellos, haya aún políticos e historiadores que pretendan hacernos creer que la
sublevación de octubre de 1934 fue tan sólo una pacífica huelga revolucionaria
y que el PSOE era partidario de la república del 14 de abril, de la paz, de la
libertad y de la democracia.
Durante la campaña electoral de
1936, el contenido revolucionario y subversivo del mensaje socialista no
disminuyó.
Veamos que proponía Largo
Caballero, conocido por los suyos como el Lenin español :
“No
vengo aquí arrepentido de nada… Yo declaro... que, antes de la República, nuestra obligación es traer al socialismo... Hablo de socialismo marxista...
socialismo revolucionario... somos socialistas pero socialistas marxistas
revolucionarios… Sépanlo bien nuestro amigos y enemigos: la clase trabajadora
no renuncia de ninguna manera a la conquista de Poder… de la manera que pueda…La República… no es una institución que nosotros tengamos que arraigar de tal manera que haga
imposible el logro de nuestras aspiraciones… Nuestra aspiración es la conquista
del poder... ¿Procedimiento? ¡El que podamos emplear!…” (Mitin en el Cine
Europa. Publicado en El Socialista, el 13 de enero de 1-36)
“Quiero decirles a las derechas
que si triunfamos colaboraremos con nuestros aliados; pero si triunfan las
derechas nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con nuestros aliados
dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la Guerra Civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que
nosotros lo realizamos” (Acto electoral en Alicante. 19 de enero de 1936.
Publicado en El Liberal, de Bilbao, 20 de enero de 1936).
“La clase obrera debe adueñarse
del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el
socialismo, y como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente,
por eso hay que ir a la Revolución”. (Mitin celebrado en Linares el 20 de enero
de 1936).
Por si alguien pudiera pensar
que no se trataba más que de amenazas para asustar a las derechas, pero que no
respondían en realidad al pensamiento íntimo del lider socialista, baste
recordar lo que escribió el 6 de enero de 1937, siendo Presidente del Gobierno,
en carta dirigida nada menos que a Stalin:
“Cualquiera que sea la suerte
que el porvenir reserva a la institución parlamentaria, ésta no goza entre
nosotros, ni aun entre los republicanos, de defensores entusiastas”.
A confesión de parte, relevo de
prueba.
¿Es posible que haya alguien que
siga afirmando que los combatientes socialistas, y los socialistas víctimas de
la represión franquista eran unos luchadores y mártires de la república, la
libertad y la democracia?
Y los comunistas. ¿Tal vez
fueron ellos, vasallos serviles de ese gran “demócrata” que fue Stalin, que se
dedicaban a asesinar a sus “camaradas” trostkistas y libertarios porque los
consideraban fascistas, luchadores y mártires de la república, la libertad y la
democracia,?
Es cierto que durante la guerra
no dejaban de defender verbalmente la república y la democracia parlamentarias.
Pero, ¿se referían al tipo de democracia que regía en otros países
occidentales, a una democracia similar a la que impera hoy en España?
Dejemos, una vez más, que respondan
ellos:
“…nuestra República es de un
tipo especial. Una República democrática y parlamentaria de un contenido social
como no ha existido nunca. Y esta República… no puede ser considerada de la
misma manera que la República democrática clásica; es decir, que aquellas que
han existido y existen donde la democracia es una ficción que se basa en el
predominio reaccionario de los grandes explotadores” (Mundo Obrero. 3 de
febrero de 1937)
José Díaz, Secretario del PCE,
en el Pleno del Comité Central del Partido Comunista: “Luchamos por la República democrática, por una República democrática y parlamentaria de nuevo tipo y de un
profundo contenido social. La lucha que se desarrolla en España no tiene por
objetivo el establecimiento de una República democrática como puede serlo la de
Francia o la de cualquier otro país capitalista. No; ls República democrática
por la que nosotros luchamos es otra”.
¿Fueron acaso demócratas los
anarquistas de la CNT que publicaban en su Boletín de Información: “Los
millares de combatientes proletarios que se baten en los frentes de batalla no
luchan por la República democrática… Tenemos que impulsar la revolución con
firmeza, liquidar los últimos residuos de la democracia burguesa… no
combatimos, entiéndase bien, por la República democrática, combatimos por el triunfo de la Revolución proletaria” (Juan López en CNT, 19 de junio de 1937)?
Así pues, si se aplicase
rigurosa y estrictamente la ley de la memoria histórica que el PSOE pretende
sacar adelante, nadie, o muy pocos, podrían beneficiarse de ella. Porque apenas
podrá encontrase un puñado de combatientes o represaliados republicanos
muertos, fusilados o presos durante nuestra guerra, que realmente creyeran en
la democracia; en la democracia moderna, tal como la entienden nuestros
contemporáneos; en la democracia parlamentaria, de partidos, con sufragio
universal y posibilidad de alternacia en el poder.
Algunos podrán decir: -Bien,
admitamos que los republicanos de izquierda, socialistas, comunistas y
anarquistas, eran contrarios a la democracia y al modelo de república
instaurado el 14 de abril. Con todo queda una minoría de republicanos
moderados, o de centro sinceramente demócratas.
Sí, es verdad. Una minoría, en
efecto.
Pero tampoco de este sector
variopinto pero, vamos a llamarlo moderado, de republicanos de la primera hora,
se puede decir que a 18 de julio de 1936 estuvieran muy satisfechos con el
régimen del 14 de abril.
Muchos de ellos manifestaron su
disconformidad con la Constitución republicana, y con las leyes de defensa de la República, porque las consideraban sectarias, persecutorias y limitadoras de derechos y
libertades fundamentales tales como la libertad religiosa, la libertad
educativa y la libetad de prensa (No olvidemos que la censura de prensa se
ejercía a diario durante la Segunda República. No es un invento original del franquismo).
Así, por ejemplo, el que fuera
nada menos que Presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, en su obra Los defectos de la Constitución de 1931, publicada en 1936 califica la Constitución republicana de ser “…una Constitución que invita a la Guerra Civil”.
Ortega y Gasset, de la Agrupación al Servicio de la República, escribió en el diario Luz, el 16 de julio de 1932: “Constitución
lamentable, sin pies ni cabeza, ni el resto de materia orgánica que suele haber
entre pies y cabeza”.
Ossorio y Gallardo, que presidió
la comisión jurídica encargada de redactar el anteproyecto de la nueva
Constitución, tras la aprobación del Artículo 26 de la Constitución (25 del Proyecto) afirmó que ello suponía: "...la disensión en la vida
social, el rompimiento en la intimidad de los hogares, la protesta manifiesta o
callada, el enojo, el desvío, tener por lo menos media sociedad española de
espaldas a la República, y eso sí que es guerra. Cuando la República no interesa es que está herida de muerte..."
Pío Baroja manifestaba en 1932;
"El Congreso, en este momento, no representa a la masa social
española". "...es una creación artificial y falsa". "Este
Congreso, con sus sabios leguleyos, ha dado a los españoles una serie de
fórmulas que nadie apetece". "Con la Constitución íntegra pasa lo mismo. Nadie cree en ella". "Respecto a las
represiones y violencias, los meses que llevamos de República han producido más
muertos en las calles que cuarenta años de Monarquía".
Salvador de Madariaga, Ministro
de Instrucción Pública y de Justicia en 1934, escribía un año más tarde que la República "del 14 de abril, tal y como salió de las Constituyentes del 31, no
corresponde ni a la realidad íntima de España ni a un concepto razonable de la
vida colectiva, sean cualesquiera el tiempo y el lugar".
Es una falsedad, diga lo que
diga la ley de la memoria histórica, pretender equiparar la Constitución de 1931 con la de 1978.
A pesar de todos los defectos que
tiene la actual Constitución española, la Constitución de la II República conculcaba derechos y libertades que ni tan siquiera la
actual Carta Magna se ha atrevido a atacar.
El episcopado español de
entonces, que pidió acatar la nueva legalidad republicana, se opuso no obstante
a la Constitución.
He aquí algunas de las críticas
de los obispos al texto constitucional:
“Los principios y preceptos
constitucionales en materia confesional no sólo no responden al mínimum de
respeto a la libertad religiosa y de reconocimiento de los derechos esenciales
de la Iglesia que hacían esperar el propio interés y dignidad del Estado, sino
que, inspirados por un criterio sectario, representan una verdadera oposición
agresiva aun a aquellas mínimas exigencias”.
“Más radicalmente todavía se ha
cometido el grande y funesto error de excluir a la Iglesia de la vida pública y activa de la nación, de las leyes, de la educación de la
juventud, de la misma sociedad doméstica, con grave menosprecio de sus derechos
sagrados y de la conciencia cristiana del país, así como en daño manifiesto de
la elevación espiritual de las costumbres y de las instituciones públicas. De
semejante separación violenta e injusta, de tan absoluto laicismo del Estado, la Iglesia no puede dejar de lamentarse y protestar, convencida como está de que las sociedades
humanas no pueden conducirse, sin lesión de deberes fundamentales, como si Dios
no existiera, o desatender a la Religión, como si ésta fuere un cuerpo extraño a ellas o cosa inútil y nociva.
En tal situación de cosas, era
lógico, a lo menos, reconocer a la Iglesia su plena independencia y dejarla
gozar en paz de la libertad y del derecho común de que disfrutan, como derechos
constitucionales, todo ciudadano y cualquier asociación ordenada a un fin justo
y honesto. Y en lugar de tal independencia, hásela sometido, a Ella y a sus
instituciones, a medidas de excepción y a ordenamientos restrictivos, con que
se la pone injustamente bajo la dominación del poder civil y se invaden
materias de exclusiva competencia eclesiástica”.
A continuación los obispos
enumeran magistralmente las libertades y derechos negados por la Constitución:
“Derecho y libertad en todo y
para todos, tal parece ser la inspiración formulativa de los preceptos
constitucionales, con excepción de la Iglesia.
Derecho de profesar y practicar
libremente cualquier religión; y el ejercicio de la católica, única profesada
en la nación, que le debe sus glorias históricas, su patrimonio de civilización
y de cultura y su actual conciencia religiosa, es rodeado de recelos y
hostilidades comprensivos de sus legítimos y libres movimientos.
Libertad a todas las
asociaciones, aún a las más subversivas; y se preceptúan extremas precauciones
limitativas para las Congregaciones religiosas, que se consagran a la
perfección austerísima de sus miembros, a la caridad social, a la enseñanza
generosa, a los ministerios sacerdotales.
Libertad de opinión, aun para
los sistemas más absurdos y antisociales; y a la Iglesia, en sus propios establecimientos, se la sujeta a la inspección del Estado para la
enseñanza de su doctrina.
Derecho de reunión pacífica y de
manifestación; y las procesiones católicas no podrán salir de los edificios
sagrados sin especial autorización del Gobierno, que cualquier arbitrariedad,
temor ficticio o audacia sectaria pueden ser ocasión de que fácilmente se niegue.
Libertad de elegir profesión; y
es mermado este derecho a los religiosos, que quedan sometidos a una ley
especial, variamente prohibitiva.
Libertad de cátedra y de
enseñanza para todo ciudadano y para la defensa y propaganda de cualquier
sistema y error; y se impone como obligatorio el laicismo en las escuelas
oficiales, y a las Ordenes religiosas les es prohibido enseñar.
El Estado y las corporaciones
públicas podrán subvencionar toda asociación, cualesquiera que sean sus
objetivos y actuaciones; sólo la Iglesia y sus instituciones, que sirven la más
alta finalidad de la vida humana, no podrán ser auxiliadas ni favorecidas.
Es permitida cualquier
manifestación cultural o social en los establecimientos benéficos y en otros
centros análogos dependientes del Estado y de las corporaciones públicas; no
obstante, un radical espíritu de secularización rodea en ellos de obstáculos y
suspicacias el ejercicio del culto y la asistencia espiritual; aun respecto de
los cementerios, extensión sagrada de los mismos templos, y perenne expresión
de culto, se le niega a la Iglesia el derecho de adquirir nueva propiedad
funeraria y la plena jurisdicción.
Se reconoce el derecho de
propiedad y se dan garantías para su uso y socialización posible; y los bienes
de la Iglesia están sometidos a restricciones abusivas, se tiene a las Ordenes
religiosas bajo continua amenaza de incautación, y la propiedad de las Ordenes
cuya disolución se decreta, es afectada a fines docentes o benéficos, aun sin
la garantía de respetar el carácter religioso de su origen y de sus fines
fundacionales.
Parece, en suma, que la igualdad
de los españoles ante la ley y la indiferencia de la confesión religiosa para
la personalidad civil y política sólo existan, en orden a la Iglesia y a sus instituciones, a fin de hacer más patente que se les crea el privilegio
constitucional de la excepción y del agravio”.
“No menos dolorida hemos de
exhalar nuestra voz pastoral, si nos detenemos a considerar los derroteros que
se apresta a seguir la legislación española en lo concerniente a la enseñanza,
al matrimonio y a las Ordenes religiosas”.
“Derechos docentes de los padres y de la Iglesia.- No se puede, sin violación del derecho natural, impedir a los padres de
familia atender a la educación de sus hijos, expresión y prolongación viviente
de sí mismos, con la debida libertad de elegir escuela y maestros para ellos,
de determinar y controlar la forma educacional en conformidad a sus creencias,
deberes, justos designios y legítimas preferencias. No se puede, sin atentar a
la propia maternidad espiritual de la Iglesia, desconocer u obstaculizar su derecho docente, a cuyo ejercicio debe la civilización su perfección y su
historia, por el que no es lícito sustraerle los fieles, desde su tierna
infancia, para la formación cristiana de su mentalidad, de su carácter y de su
conciencia en escuelas propias y aun en las escuelas públicas. No se puede, sin
deformar la indefensa y reverenciable conciencia de los niños y adolescentes,
negarles su derecho estricto a recibir una enseñanza conforme a la doctrina de la Iglesia, a la cual pertenecen por la incorporación sacramental del bautismo, y, todavía
menos, someterlos a aquella mutilación del hombre por la escuela neutra…”
“Concepción estatista del matrimonio.-
Materia delicada como pocas la legislación matrimonial. El matrimonio es padre
y no hijo de la sociedad civil, y por este solo concepto habrían de merecer de
ésta los máximos respetos y su intrínseco carácter religioso y la anterioridad
de sus claros privilegios, que proceden del derecho natural y divino, y no de
la gratuita concesión de la potestad humana.
Inseparable como es el contrato
nupcial del sacramento en el matrimonio cristiano, toda pretensión del legislador
a regir el mismo vínculo conyugal de los bautizados implica arrogarse el
derecho de decidir si una cosa es sacramento, contraría la ordenación de Dios y
constituye una inicua invasión en la soberanía espiritual de la Iglesia, que en virtud de la ley divina y por la naturaleza misma del matrimonio cristiano a
ella corresponde exclusivamente. La ley civil debe reconocer la validez o
invalidez del matrimonio entre católicos según la Iglesia la haya determinado”.
“La Compañía de Jesús.- Inverosímil por
su motivo absurdo y antijurídico, la disolución de la Compañía de Jesús, como de cualquier otra congregación, representa además una violación de
derecho, una ofensa a la Iglesia, una ingratitud del pueblo español y un daño
considerable para la vida civil de la República”.
“Protesta y reprobación de la Constitución promulgada.- Ante los excesos e injusticias que en materia religiosa se contienen en la Constitución, de diversos lados, y según los respectivos puntos de vista particulares, se han
formulado críticas severísimas y justificadas. Aun personalidades ecuánimes de
significación católica la han reputado agresiva y la tienen como una solución
de venganza; quien es hoy el más alto magistrado de la Nación, en su noble afán de volverla justa y conciliadora, proclamó ante el Parlamento que no
era la fórmula de la democracia, ni el criterio de libertad, ni el dictado de
la justicia. ¿Podían callar los obispos, sobre quienes recae la responsabilidad
de la misma Iglesia, que habrá de sufrir los efectos de tales agravios, excesos
e injusticias?
Queda, pues, manifestado el
juicio que nos merece la nueva situación legal creada a la Iglesia en España, y a la cual no podemos prestar nuestra conformidad por lesiva de los
derechos de la Religión, que son los derechos de Dios y de las almas,
atentatoria a los principios fundamentales del derecho público, contradictoria
con las propias normas y garantías establecidas en la misma Constitución para
todo ciudadano libre y toda institución honesta, inmerecida e injusta en daño
de la eficacia social y de la independencia espiritual de una sociedad
religiosa perfecta y soberana en su orden, que, así como no aspira a
entrometerse en la soberanía propia del Estado, tiene derecho a ser respetada
plenamente por él en su misión propia y a ser reconocida como la primera e
incomparable institución moral y civilizadora de España. Ni los derechos
internacionales del hombre y del ciudadano, que la conciencia jurídica del
mundo civilizado considera inviolables por los Estados, han sido aplicados a
los que profesan la religión católica, ni colectivamente a la Iglesia se le ha concedido siquiera el trato de minoría religiosa que los tratados
internacionales otorgan aún a los grupos confesionales sin posible comparación
con lo que ha sido y es la Iglesia en nuestro país, a la cual pertenece la
mayoría de los españoles como religión única profesada por sus ciudadanos”.
(Pastoral publicada el El Debate el 1 de enero de 1932)
Difícilmente se pueden enumerar
con más concisión y precisión las libertades y derechos fundamentales
lesionados por la Constitución republicana.
Lo que mal empieza, mal acaba. Y
con un comienzo así, no es de extrañar que el desencanto de los republicanos
moderados fuera cada día a más.
Si, tras las elecciones para
Cortes Constituyentes Marañón escribía a Ortega diciendo: "No me deja el
pensamiento de que hemos de decir algo al país, en estos momentos. Hemos sido
una fuerza grande para traer la república y hemos dado un sentido más amplio
que el que había hasta entonces al movimiento: Ahora se hunde, precisamente,
ese sentido de dignidad... Nuestro nombre ha sido la garantía para centenares y
centenares de votantes: muchos más de los que están en nuestras listas; y no
han votado para esto"; en octubre de 1933 era Ortega el que afirmaba:
"La República utiliza ideas viejas mandadas a retirar en todas las
naciones. Es lamentable que la República, que ha podido aprovechar el momento de su instauración maravillosa para realizar una gran obra nueva, haya
utilizado tan sólo programas y postulados del siglo XIX, sin crear una
ideología y una filosofía político-social nuevas".
En 1936, en su libro Anarquía y
Jerarquía, Salvador de Madariaga escribe: "La República no ha de venir a fuerza de gritar viva la República ni de predicar volvamos al Catorce de Abril, que es política, no de revolucionarios, sino de cangrejos. La Historia no retrocede jamás, aparte de que el Catorce de Abril… nació viejo y con la cabeza
llena de preocupaciones antidictatoriales y de prejuicios jacobinos. Orador
hubo en las Constituyentes, y no de los menores, que, al equivocarse en un
discurso anticlerical y decir 1812 por 1912, se situaba en su propia época, con
infalibilidad subconsciente, que en plena consciencia no hubiera podido
igualar. No. No volvamos al Catorce de Abril".
El mismo Salvador de Madariaga,
en otro de sus libros, titulado España, opina: “Con la rebelión de 1934, la
izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la
rebelión de 1936”.
Y es que, efectivamente, el
alzamiento nacional de 1936 no fue más que una legítima reacción de defensa de la España decente que no estaba dispuesta a seguir soportando que los derechos naturales de las
personas humanas, y los dereechos de Dios fueran pisoteados por la tiranía
frentepopulista.
Alejandro Lerroux, de inequívoca
trayectoria republicana, republicano de toda la vida, fundador y jefe del
Partido Republicano Radical, Presidente del Gobierno durante la República, no tuvo más remedio que admitirlo.
En sus memorias, publicadas en
1937, proclama:
"Cuando el General Franco
apareció en el horizonte de las esperanzas nacionales con la espada en alto, en
España ya no existía un Estado ni forma alguna de legalidad. Desde mucho antes
la autoridad y la ley habían dejado de ser una garantía para los derechos
esenciales de la personalidad humana"."El General Franco no se
sublevó. Se subleva el militar obligado a la disciplina que se rebela contra la
organización del Estado, el cual ejerce un poder efectivo para garantía de la
ley que todos acatan y cumplen en la convivencia social y civil". "El
Ejército no se sublevó contra el pueblo que ya no era pueblo sino rebaño de
fieras". "No se sublevó contra la república, puesto que salió de sus
cuarteles con la bandera de la República, al compás del himno de la República y al grito de viva la República". "No se sublevó contra la ley sino
por la ley que todos habían jurado defender y que aquéllos habían
traicionado". "Ni Franco ni el Ejército se salieron de la ley, ni se
alzaron contra una democracia legal, normal y en funciones. Ni hicieron más que
sustituirla en el hueco que dejó cuando se disolvió en la anarquía de sangre,
fango y lágrimas". "Reconocer a la España del Frente Popular el carácter de una Democracia con un ideal cualquiera es un esfuerzo de imaginación o de
hipocresía que desborda todo límite razonable".
Voy a terminar este repertorio
de citas, con dos del Dr. Marañón durante la Guerra de Liberación: "Estoy donde siempre. Pero esta posición no justifica que esté al lado de aquella
caterva de asesinos. Yo he estado cinco meses en Madrid, en contacto con ellos,
y le aseguro que toda la intransigencia y la pequeñez de espíritu de todos los
obispos y de todos los izquierdistas del mundo es poca cosa comparada con la
suya. Cuando durante cinco meses he tenido que firmar, pistola al pecho, lo que
querían cuatro acólitos de D. Fernanditísimo; cuando he tenido que decir por la
radio lo que querían, a las 12 de la noche, entre fusiles, comprenderá usted
que todo lo de los otros me parece una broma. Me acuerdo de aquel Primo de
Rivera, dictador, que me encarceló, como de santa Teresita".
"El ochenta y ocho por
ciento del profesorado de Madrid, Valencia y Barcelona han tenido que huir al
extranjero, abandonar España, escapar a quien más pueda. ¿Y saben ustedes por
qué? Sencillamente porque temían ser asesinados por los rojos, a pesar de que
muchos de los intelectuales amenazados eran tenidos por hombres de
izquierda".
Estos eran los luchadores por la
libertad y la democracia. Así era esa II República que la ley de memoria
histórica pretende hacernos pasar por paradigma de la democracia, la tolerancia
y la armonía social.
Y no lo digo yo. Lo dicen los
mismos republicanos que protagonizaron el advenimiento de la II República, y que a los pocos meses ya no querían saber nada de ella.
El proyecto de ley de la memoria histórica parte de la falsa
idea de que la II República hizo de España un oasis de tolerancia, democracia
y paz, y quienes se alzaron en armas, no en todos los casos contra la República, sino contra el desgobierno del Frente Popular, fueron unos fanáticos y crueles
golpistas tiránicos, sedientos de sangre y enemigos de la libertad.
La realidad, la verdad, es muy otra. La verdad es que
quienes tomaron la drástica decisión de sublevarse contra la persecución y la
discriminación del gobierno frentepopulista, y ante la sospecha fundada de que
un nuevo octubre revolucionario, como el del 34, estaba en marcha y en fase
avanzada, fueron los verdaderos luchadores por la libertad.
Lucharon por la libertad de creer en Dios y practicar
libremente la verdadera religión, en privado y en público.
Lucharon por la libertad de sentirse españoles en su propia
tierra, independientemente de su región de nacimiento.
Lucharon por la libertad de escoger la clase de educación que
querían para sus hijos.
Lucharon por la libertad de expresar públicamente sus ideas.
Lucharon por la libertad de ahorrar, adquirir un patrimonio,
conservarlo, aumentarlo, y hacerlo fructificar.
Lucharon por esas y otras muchas libertades que el ateísmo militante,
el laicismo beligerante, el separatismo nacionalista, el totalitarismo
educativo, la censura de prensa, y el socialismo estatalista de las fuerzas
políticas y sindicales que en ese momento controlaban la República, les negaban sistemáticamente.
Finalmente lucharon por la propia supervivencia, amenazados
por el pistolerismo de izquierdas, tolerado por el Gobierno, que alcanzó el
grado de magnicidio con el asesinato de uno de los jefes de la oposición en el
Parlamento, D. José Calvo Sotelo.
Muchos de aquellos combatientes
que en lo mejor de su juventud se enrolaron generosamente en el ejército o en
las milicias para combatir por Dios, por España, por la libertad, aún viven. Y
viven también casi todos sus hijos, y sus nietos. Todos ellos padecen en resignado
silencio, día tras día, la ignominia de la difamación rencorosa y falaz de
quienes no les perdonan haber evitado que España se convirtiera en una colonia
de la Unión Soviética bajo la tutela del criminal Stalin. Los ataques
insidiosos de quienes no quieren oír hablar de paz, piedad, y perdón, de
quienes no desean la reconciliación entre los españoles, de quienes se
complacen sádicamente en abrir y hurgar en una herida que hacía muchos años
creíamos cicatrizada.
Si no fuera por esa obsesión diabólica y enfermiza que
impulsa a unos cuantos grupos e individuos, poseídos por el odio y cegados por
la sinrazón, a empañar el buen nombre de aquellos que lucharon contra el
absolutismo del régimen republicano instaurado el 14 de abril de 1931, quizás
fuera mejor no menear el tema. Pero, desgraciadamente, la despiadada ofensiva
de los sectarios nos obliga, en conciencia, a salir en defensa del honor y la
fama de los españoles que se opusieron al Frente Popular.
El pueblo español, por encima de banderías y partidismos, tiene
una deuda de gratitud para con ellos, que arriesgaron su vida por una España
mejor, y es de justicia que toda España, y sobre todo las generaciones jóvenes,
hoy tan manipuladas, recuerde o conozca la verdad sobre la necesidad, la
rectitud y la bondad de los ideales que movieron a tantos millones de
compatriotas nuestros a rebelarse contra el despotismo frentepopulista. ·- ·-· -······-·
José María Permuy
IV Congreso Mundial de las Familia
La Familia es célula de resistencia a la opresión del Sistema. Por ello se le persigue
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Visualiza la realidad del aborto: Baja el video Rompe la conspiración de silencio. Difúndelo.
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