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Elogio de la afectividad (4): ¿Clasificar los sentimientos?
por
Tomás Melendo y Valentina López Coronado
Aun cuando los primeros pasos de este cuarto artículo dibujen un panorama fragmentado de la afectividad, que contempla de forma relativamente aislada cada una de las modalidades básicas de afectos, en la realidad resulta casi imposible que esas emociones se den desligadas unas de otras.
|
I. Un primer ensayo
Planteamiento
Siguiendo la tónica general
del escrito, que pretende conjugar la claridad y sencillez de exposición con el
rigor suficiente para que la verdad no quede disminuida o falsificada,
ofrecemos a continuación un primer avance de los tipos básicos de sentimientos
que suelen darse en el ser humano.
1. Lo que se pone en juego es siempre
una serie más o menos compleja y completa de sentimientos, que se alzan sobre
un preciso estado de ánimo global y un temperamento, capaces de modular cada
uno de esos afectos y la resultante de todos ellos.
2. Y, ahondando más, cada afecto, emoción o
sentimiento se apoya sobre la entera persona tal como se encuentra en ese
instante… en el que reverbera, de un modo u otro, con mayor o menor intensidad
y duración, la entera biografía de tal individuo: su propia
constitución orgánica y todo lo que le ha ocurrido a lo largo de su vida, desde
que fue concebido, con relativa independencia de que lo recuerde o no.
E incluso, de manera menos
directa, pero también operativa, lo que influyó en sus antepasados —en el
sentido más amplio de esta expresión— y ha llegado hasta él a través de sus
padres, parientes… o de las estructuras e instituciones propias de la cultura
en que está desplegando su existencia.
A este respecto,
transmitimos unas expresiones curiosas y eficaces de Gadda, dedicadas
especialmente a los de ciencias:
No existe una causa, sino
[múltiples] causas; no un sistema, sino [múltiples] sistemas; no una gens de
relaciones, sino gentes y familiae infinitas […] [el hombre] no
constituye un único tema, no desciende de un solo antepasado, sino de 2,
22, 23, 24, 28, etcétera
antepasados, y de 1000, 10002, 10003 relaciones o
sistemas de relaciones. Y el “sentimiento” y la sensación de placer o dolor sintetiza
la infinita suma de estos subsistemas de relaciones [1] .
El «amor», sentimiento
básico y primordial
Como hemos apuntado, la
atracción hacia el bien ha sido denominada durante siglos amor,
utilizando este término en una acepción generalísima y por eso impropia,
bastante distinta de la que se emplea al hablar del amor en su sentido más
noble y específico: entre personas, consideradas justo como personas.
Ese sentido genérico,
corriente en la tradición, es relativamente parecido al que describe Scheler,
dándole también un alcance universal, en cuanto es común a todas las realidades
creadas:
… el amor es la tendencia,
o, según los casos, el acto que trata de conducir cada cosa hacia la perfección
del valor que le es peculiar —y la lleva efectivamente, mientras no se ponga
nada que la impida. Lo […] esencial del amor es, por tanto, la acción edificante
y edificadora en y sobre el mundo. “Quien mira en silencio en torno
suyo, ve cómo edifica el amor” (Goethe) [2] .
Amor-deseo
Si aquí lo usamos en tal
acepción es por estimar que, precisamente atendiendo a este sentido tradicional
de amor-deseo o amor-inclinación, resulta más fácil:
1. Entender por qué bastantes personas
consideran hoy el amor, en su significado más alto, como un sentimiento.
2. Establecer las diferencias entre los dos
géneros de amor ya bastantes vences aludidos.
Así enfocado, como
activación de la inclinación a un bien, el amor percibido, o la percepción del
amor, constituye el primer sentimiento y la raíz de cualquier sentimiento posterior.
¿De qué manera?
1.
style='font-family:"Times New Roman"'>Recuerden que empleamos ahora el vocablo
«amor» con un significado excesivamente amplio, casi equívoco, referido a
cualquier tensión hacia un bien, a la inclinación o tendencia que
nos lleva a confirmar y a poseer o gozar y a difundir, de la forma en que
fuere, algo que consideramos bueno y, por consiguiente, a evitar o a eliminar
lo que se opone a ese bien concreto o a cualquier otro bien ya poseído.
Desde este punto de vista,
lo que impide un bien, en cualquiera de las formas señaladas, tendría razón de
mal.
2. Adoptando tal perspectiva, y para evitar
los equívocos derivados de la ambigüedad del término «amor», tal vez convenga
denominar este impulso primordial con el vocablo aspiración o con alguno
de sus sinónimos: anhelo, impulso, apetencia… a la consecución
o logro de algo o a la realización de cierta actividad.
Los dos estados del
amor-inclinación
Al analizar esta realidad,
el bien a que nos estamos refiriendo puede hallarse en dos situaciones:
ausente o presente.
1.
style='font-family:"Times New Roman"'>Si el bien todavía no es poseído,
si no se encuentra ya a nuestro alcance, pero queremos que lo esté, la
aspiración que nos impulsa hacia él se configura como deseo.
2. Por
el contrario, cuandoya hemos alcanzado lo que perseguíamos, semejante
aspiración, lejos de desaparecer —excepto en casos de bienes solo aparentes o
de muy baja calidad, en los que sobrevendría una desilusión o decepción—,
engendra en nosotros el gozo.
2.1. El deseo sería, entonces, la vivencia de
la aspiración mientras todavía no ha sido satisfecha.
2.2. El gozo, por el contrario, la experiencia
de la satisfacción de esa misma tendencia, ya colmada
2.3. Y, como antes apunté, a lo largo de
cualquier proceso que se extienda en el tiempo, la tonalidad afectiva irá
variando a tenor de la confianza o esperanza de lograr o no el objetivo
deseado.
Los ejemplos pueden
multiplicarse. Desde los más sencillos, como los que se refieren a la comida o
la bebida, pasando por otros de más calado, como la persecución de un puesto de
trabajo, o, en un ámbito relativamente diverso, casarse con el ser querido,
concebir y dar a luz a un hijo, ayudarlo a crecer, tratar con los amigos, y un
dilatado y múltiple etcétera.
El «mecanismo básico» de
la vida afectiva
Así enfocado y
esquematizado, el mecanismo básico de nuestra vida sentimental no puede
resultar más sencillo.
1. Vivimos en el mundo y nos relacionamos
con él. Y, entre las realidades que lo componen —personas, animales, simples
cosas—, a tenor de nuestra naturaleza y de las circunstancias del momento, unas
nos resultan beneficiosas, nos ayudan a perfeccionarnos, nos completan en algún
aspecto, o, al menos, así nos parece, mientras que otras se nos presentan como
dañinas…
2. Cuando conocemos, recordamos, imaginamos
o presentimos las primeras —puesto que toda realidad desea naturalmente su
perfección, según expuso ya Aristóteles—, la correspondiente
tendencia se moviliza, lo cual es experimentado en nosotros como (un movimiento
de) inclinación hacia esa persona o cosa: aspiración, o
amor en su sentido más lato.
2.1. Mientras esa tensión perdure y la
realidad no haya sido alcanzada, lo que sentimos, con más o menos inquietud
—que depende de circunstancias variadas: modo de ser, estado actual, relevancia
para nosotros del asunto…—, es justamente el deseo.
2.2. Al
lograr lo que anhelábamos, la respuesta de nuestra tendencia se experimenta o
vivencia como gozo, deleite, placer, etc.: es decir, como deseo,
pero colmado (y, en tal sentido, como ya-no-mero-deseo sino deseo-ya-cumplido).
Tenemos, así, por ahora,
tres sentimientos básicos, correspondientes a la percepción de tres estados
distintos de la inclinación hacia el bien: la aspiración, que se manifiesta
como deseo, o como gozo.
El «mecanismo»
básico-básico
Ateniéndonos a lo que de
hechoocurre, podríamos ya apuntar que realmentese
trata de solo dos sentimientos (deseo y gozo) y de algo común a ambos
(la aspiración)… que prácticamente nunca puede encontrarse aislada, sino
siempre según una de las dos modalidades anteriores.
Con otras palabras: la
aspiración sin más (nisin satisfacer nisatisfecha)
es solo una abstracción, y por eso no debe enumerarse entre los sentimientos
primarios reales.
Lo que efectivamente existe
es:
1. La inclinación sin haber alcanzado su
objetivo, a la que llamamos deseo.
2. Esa misma aspiración, ya colmada, que
denominamos gozo (algunos restringen el uso de gozo —gaudium— para el
deleite espiritual más pleno)… y todos los estados intermedios o combinación de
ambos extremos [3] .
Otros tres sentimientos
derivados del «amor»
Pero en bastantes ocasiones
el bien que es objeto de nuestra tendencia no puedelograrse de
manera inmediata, porque algo o alguien nos lo impide. Ese obstáculo se
nos presenta entonces como malo, como una realidad que debe ser eliminada,
rebasada o vadeada.
1.
Pues bien, el sentimiento generado por
ese mal es el odio o rechazo,en la acepción más amplia de
estos vocablos, que reviste la forma de aversión cuando el estorbo está
todavía lejos, ausente, y que provoca tristeza o dolor cuando, de forma
efectiva, ese mal está presente e impide que poseamos y nos deleitemos en el
bien deseado [4] .
Por acudir a un ejemplo
relativamente común, un joven que siente atracción ante una chica puedever
dificultada la posibilidad de abordarla y entablar amistad con ella por varios
motivos, unos de orden interno y otros de carácter externo:
1.1. Entre los primeros, por una suerte de
timidez que hace problemático su trato con las personasdel otro sexo.
1.2. Entre los segundos, el hecho de que la
chica vaya siempre acompañada por un conjunto de amigas, de las que
difícilmente se separa, o por su padre.
2. Ante estos dos tipos de trabas, nuestro
joven sentirá rechazo u odio, dando a este vocablo el sentido
amplísimo que estoy utilizando: es decir —pues el término «odio» reviste hoy
unas connotaciones mucho más duras que las que aquí queremos expresar—, deseará
con todas sus fuerzas que tales impedimentos desaparezcan y, dentro de sus
posibilidades, pondrá los medios para eliminarlos o sortearlos: los rechazará.
2.1. Ese odio suele llamarse aversión
mientras el chico está dudando si abordar o no a la muchacha o ya lo ha
decidido pero no intentado, esto es, cuando todavía los obstáculos solo
amenazan, pero ni han sido superados ni han hecho que fracase en su propósito.
2.2. Por el contrario, la aversión se
transformaría en tristeza o dolor,en la acepción también amplia
de estos términos, si la timidez o los impedimentos generados por los
acompañantes fueran de tal grado que, al acercarse a la chica, de hecho no lograra
dirigirle la palabra ni, como consecuencia, iniciar ningún tipo de relación con
ella.
Una vez más, esta situación
en apariencia tan simple resulta por fuerza más compleja: y los sentimientos se
superpondrán y/o alternarán, por decir algo, mientras nuestro protagonista
delibera sobre el mejor modo de hacerse el encontradizo con la chica, ensaye
lo que le dirá cuando se la tope… y en función de que se vaya viendo más o
menos capaz de lograr su propósito, incluso cuando las circunstancias externas
no varíen, sino solo la percepción de sí mismo.
3. Con lo que los sentimientos primarios de
aspiración, deseo y gozo se verían ahora completados por otros tres, de signo
estrictamente contrario: rechazo, aversión y tristeza o dolor.
También en este caso, y con
puntualizaciones similares a las realizadas respecto al amor, realmente se dan
solo dos sentimientos:
3.1. Aversión o repudio, cuando todavía no se
ha puesto medio alguno para eliminar los obstáculos.
3.2. Tristeza, cuando ya se han procurado
suprimir, pero sin éxito.
Sentimientos derivados
Aunque es fácil advertirlo
con solo reflexionar un poco, vale la pena dejar claro que los tres
sentimientos fundamentales enunciados en segundo lugar, los negativos, se
derivan realmente de los anteriores, por oposición, y que de ningún modo
existirían si aquellos —los que llamaremos «básicos»— no se dieran.
Por ejemplo, la
timidez (mal) no sería problema para nadie si esa persona no tuviera nunca que
relacionarse con otras (bien).
De hecho, es la dificultad
para alternar con otras personas lo que lleva a bastantes jóvenes —de manera
muy particular en ciertos países— a construir un mundo alternativo con el
ordenador, donde todo parece funcionar más fácilmente… a costa, ¡nada
menos!, que de la realidad-realmente-real.
1. Queda claro, entonces, que algo es malo,
según intuye el sentido común, por cuanto impide o se opone a un bien o lo
ahoga o deshace.
2. Por consiguiente, el odio o rechazo,
sentimiento primordial de la esfera negativa, depende o se deriva del amor o
aspiración, su simétrico en la afirmativa: rechazamos el mal que estorba la
consecución o la permanencia en la posesión del bien amado o deseado.
Como escribe Bossuet:
El odio que se experimenta
contra cualquier cosa procede tan solo del amor que se siente por otra; odio a
la enfermedad tan solo porque amo la salud [5] .
Tal vez ahora se entienda
mejor por qué, al proponer un primer y elemental modelo de emoción o
afecto, acudimos a un ejemplo positivo: todo lo que resulta de percibir
un bien por el que uno se siente con-movido y trans-formado.
Dos sentimientos más
El bien que dispara una
tendencia puede ser difícil de conseguir.
En tal supuesto, se tratará
siempre de una realidad ausente ofutura: pues, por muy complicado
que nos resulte lograr algo, cuando ya lo poseemos desaparece su carácter penoso
o arduo; de acuerdo con el dicho inmemorial, cuando la madre ha dado a luz, la
presencia del niño le hace olvidar las molestias y dolores del embarazo y del
parto.
(Esas molestias pueden
perdurar en el recuerdo… aunque parece que no es —¿o no era?— muy común, y de
ahí el famoso fragmento de Manrique que sostiene «cómo, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado fue mejor»).
<1>1. En todo caso, si el bien ausente nos
parece posible de lograr, aun en medio de las dificultades, surge un
sentimiento de esperanza, contodas las emociones que
suelen enriquecerla.
2. Al contrario, si se nos presenta como
imposible, da origen a la desesperanza o, si esta es muy fuerte, a la desesperación.
La consecución de un título
universitario o de un máster, que la mayoría de los jóvenes actuales consideran
como algo positivo, por cuanto teóricamente les abrirá un más fácil acceso al
mundo laboral y a la remuneración que lleva unida, se presenta de ordinario difícil
de conseguir, aunque no fuera más que por la necesidad de mantener el esfuerzo
continuado de la presencia más o menos activa en la Universidad durante cuatro,
cinco o más años, en el primer caso, y durante uno o dos, por lo normal con
alto costo económico, en el segundo.
De todos modos, a la
mayoría de las personas, la conquista de esos títulos se les antoja posible: en
consecuencia, inician la carrera o el máster con la esperanza de
llevarlos a cumplimiento; y mientras esa esperanza siga viva, los problemas que
vayan surgiendo resultarán relativamente fáciles de sobrellevar.
Por el contrario, si a
medida que avanzan los meses o incluso los años, uno fuera descubriendo que las
materias que debe aprobar son inasequibles para su aptitud intelectual o su
capacidad de esfuerzo, o que el tiempo que puede consagrar al estudio es
excesivamente escaso, le irá embargando un sentimiento de desesperanza,
que se transformará en desesperación en la proporción exacta en que la
meta se vaya mostrando más lejana o imposible y el chico o la joven tuvieran
más necesidad de lograr esos títulos.
Y algo similar puede
decirse de otras actividades más arduas y duraderas, como adquirir la capacidad
de sonreír habitualmente incluso a quien nos ofende; la de escuchar con
paciencia y atención a quien lo solicita, estar pendiente de lo que necesitan
quienes nos rodean, vencer la propia pereza, y un extenso y múltiple etcétera,
en el que cuaja la grandeza humana de cualquier varón o mujer.
Ante un bien ausente, los
sentimientos posibles son, pues, dos: la esperanza y la desesperación… que
vienen a sumarse a los seis sentimientos ya conocidos: aspiración, deseo y
gozo; rechazo, aversión y tristeza; o, si apelamos a la reducción que he
esbozado teniendo en cuenta la situación real, se añadirían a los cuatro
sentimientos enumerados: deseo y gozo, aversión y tristeza.
Y los tres últimos
Mas en la mayoría de las
ocasiones, por no decir en todas, cuesta alcanzar un determinado bien porque
existen algunos males que dificultan o impiden su consecución.
En los primeros ejemplos
anteriores, las amigas o el padre de la chica, si la relación consiguiera
iniciarse y siguiera adelante, o el profesor de una determinada asignatura, un
auténtico hueso, que se convierte en la barrera más importante para superar una
carrera.
1. Ante ese mal presente se alza en nosotros
un sentimiento de ira o cólera,que nos impulsa a
eliminarlo, aunque no siempre con violencia.
2. Pero también puede tratarse de un mal
que no se halla actualmente presente —y en ese sentido, constituye un
mal ausente o futuro—, frente al que cabe adoptar dos actitudes, en función
tanto de nuestro propio vigor como de la categoría del obstáculo.
2.1. Si nos consideramos capaces de vencerlo,
nos veremos animados de un ímpetu que expansiona nuestro ser y nuestro empuje,
y que recibe el nombre de audacia o, aunque es menos propio, el de valentía.
2.2. En el extremo opuesto, si el mal que nos
amenaza a cierta distancia parece superar las fuerzas disponibles, la reacción
sentimental será alejarnos de él, en la misma medida en que lo percibamos como
indestructible: y a esto se denomina temor o, con la misma salvedad de
antes, cobardía.
A modo de «corchetes»
[Entre corchetes, pero sin
omitirlo, porque nos parece relevante: nuestra vida cotidiana se simplificaría
enormemente si tomáramos conciencia de que, desde el punto de vista que nos
ocupa, lo mejor del tiempo es que pasa.
Lo cual, en nuestra
opinión, trae al menos dos consecuencias:
1. No es lógico, aunque sí bastante
habitual y comprensible, que compliquemos el presente amontonando en él
el pasado y el futuro.
El mal que hoy nos aqueja
se ve entonces incrementado por:
1.1. Los pesares pretéritos, que no podemos
hacer que no hayan sucedido, pero de los que deberíamos habernos liberado… y
tal vez solo persisten por nuestro empeño en rememorarlos.
1.2. Y por los futuros, que en realidad ni
siquiera sabemos si llegarán a cobrar vida y, en cualquier caso, ahora no
tienen por qué afectarnos. No los podemos superar, porque sencillamente no
existen y porque no tenemos —¡en el presente!— los medios para vencerlos: ¿cómo
derrotar a lo que aún no existe y tal vez nunca existirá? Ni, menos aún, ahora
nos producirán el más mínimo perjuicio… si no cedemos a la tentación de adelantarlos.
1.3. Y, en este sentido, es signo de honda
sabiduría vivir sólo el-y-en-el presente.
2. A
veces, la solución para nuestros problemas consiste simplemente en tener
paciencia y esperar que el tiempo pase, ya que ineluctablemente lo hace.
Por eso, una magnífica
terapia ante el miedo consiste en no anticipar los problemas ni intentar
resolverlos antes de que surjan; porque, en el caso de que más tarde lleguen a
presentarse, será entonces —nunca antes— cuando podremos darle solución.
De ahí que a veces se diga,
y no es una salida de tono, que los peores problemas son los que… nunca llegan
a existir: los que nos imaginamos y anticipamos.
Un paso más, en el mismo
sentido, lo aconsejan estas palabras de Pithod:
Le transmito mi convicción:
No luche con sus fantasmas, ignórelos. A fuerza de no buscar ser feliz, de no
querer disfrutar como las personas normales de los buenos momentos, a fuerza de
oponer todo su poder de resistencia, podrá colocarse por encima de sus miedos,
obsesiones y fobias, aunque persistan, y ser Ud. mismo extraño a tan fieros vecinos.
Si le aterroriza hablar en público, ofrézcase para hacerlo; si teme que Ud.
será el único en la fiesta que no gozará de ella, concurra, se sentirá mejor si
no antes al menos durante y después, y quizá logre aparecer animado, cosa que
le hará bien a Ud. y a los otros. Riendo exteriormente uno combate la tristeza,
llorando se terminará sintiendo dolor. Mate sus fantasmas con el humor. Aprenda
chistes, dígalos, bromee, póngase en ridículo (solo le pasará alguna vez y verá
que no es tan terrible). En fin, ríase de sí mismo [6] .
Resumen
De tal suerte, los once sentimientos fundamentales que modulan y dan tono a la vida de una
persona serían:
1. Ante un bien considerado en general, aspiración.
2. Si el bien aún no se posee, deseo.
3. Y si el bien ya se ha conseguido, gozo.
A estos tres, y de manera
particular alamor o aspiración, los denomino sentimientos fundamentales
básicos o primarios.
4. Ante un mal, también en general, rechazo.
5. Aversión , si el mal está ausente.
6. Y dolor o tristeza,si ya
se ha hecho presente y resulta insuperable.
7. Ante un bien arduo, pero que
suponemos asequible, esperanza.
8. Y desesperación , sinos sentimos incapaces de
conquistarlo.
9. Ante un mal difícil de vencer, ira,
siel mal está presente.
10. Audacia , si el mal es poderoso pero lo
advertimos superable.
11.
Y temor , siel obstáculo resulta tan
fuerte que pensamos que no lo podremos eliminar o eludir.
En esquema: aspiración,
deseo, gozo; rechazo,aversión,dolor;esperanza,desesperación, ira,
audacia,temor.
De nuevo se observa que, realmente,
la aspiración, el rechazo, la «—» y la ira es muy difícil, casi
imposible, que se den como tales, aislados o en estado puro; más bien se
presentarán como deseo o gozo, como aversión o dolor, como esperanza o desesperación
y como audacia o temor… mezclados o contaminados, además, unos
con otros: deseo de un bien con aversión al estorbo que lo
dificulta, esperanza de alcanzarlo y audacia, porque uno se
considera capaz de lograrlo, superando esa barrera… y un sinfín de
combinaciones.
Addenda
Y con un añadido clave:
Si queremos hacernos mínimamente
cargo de la variedad sin fin de nuestros sentimientos —que enseguida
abordaremos—, habría que aplicar todo lo visto y todo cuanto a partir de este momento se
estudie a cada uno de los apetitos o afanes particulares-y-concretos que
pueden surgir en nuestra vida, tanto en los dominios sensibles como psíquicos y
propiamente espirituales, como, sobre todo, en la conjunción de las tres esferas.
1. Particulares: referir todo ello no tanto al
afán de comer, sino al de probar alimentos dulces o salados, fuertes o
delicados, enjundiosos o magros…; al deseo de bebidas alcohólicas o no,
frescas o del tiempo, con o sin gas…; al anhelo de saber puro (o teorético) o
al de conocer las aplicaciones prácticas de una doctrina; a la decisión de superar
cada uno de nuestros defectos o de alcanzar esta o esa o aquella otra particular
virtud…
2.
Y concretos (según la etimología
al uso, con-creto provendría de quasi congregatum, como fruto de la
unión de distintos elementos): referirlo no exclusivamente al deseo de probar
un particular alimento para saciar el hambre o gozar sensiblemente de su gusto,
sino para conocer en su acepción más honda una de las manifestaciones
características de determinada cultura (su gastronomía, en la que a menudo
cristaliza la historia y las circunstancias de un pueblo); ni tampoco a la
contemplación de un monumento arcaico por el placer estético que nos produce y
recrearnos en la armonía del cosmos y de las labores humanas, sino, de nuevo,
para saber, además-y-en-unión-con-ello, cómo trabajaban las personas de
aquellos tiempos y lo que así pueda inferirse respecto al modo de organizarse…
¡Y así hasta el
agotamiento… si es que ese agotamiento no se ha hecho ya presente!
II. La riqueza del mundo
afectivo
Ampliando el panorama
Somos conscientes de que
—por encima de los cuatro o cinco últimos párrafos— la clasificación recién
esbozada, puede parecer excesivamente sencilla e incluso ingenua… y que en
efecto lo es; o, mejor, resulta verdadera, aunque esquemática y básica, fundamental.
Pero esa misma simplicidad
facilita su comprensión y nos servirá de ayuda a la hora de elaborarla
ulteriormente y de examinar la propia vida.
Si comenzamos con el
segundo paso, en cuanto echamos una mirada a nuestro interior advertimos una
vez más, antes que nada, que:
1.
Ninguno de los sentimientos
fundamentales, enunciados hasta el momento con una sola palabra, se da en
estado puro.
Aunque indirecta, una clara
corroboración de esta experiencia nos la ofrece el panorama de los términos
afectivos que nos presenta cualquier diccionario medianamente pasable.
En él encontraríamos,
acompañando a las expresiones de los afectos no contaminados que acabo
de enumerar, un elenco casi inabarcable de voces relacionadas con ellos.
1.1.
Por ejemplo, junto a los vocablos
amor-aspiración, deseo y gozo (reunidos los tres en la primera línea como
núcleo del que dimana la entera vida afectiva), podríamos colocar, entre otros,
los decariño, ternura, simpatía, querencia, atracción, adoración, cordialidad,
interés, ansia, afán, apetencia, ambición, ilusión, pasión, anhelo, afición,
codicia, placer, complacencia, alegría, contento, felicidad, regocijo, júbilo,
satisfacción, agrado, consuelo, dicha...
1.2.
Al lado de la aversión y el odio irían,
por ejemplo, la abominación, la repugnancia, el resentimiento, el resquemor, el
rencor, la manía, el aborrecimiento, la envidia, la inquina, el desprecio, la
fobia, la incompatibilidad, la antipatía, la ojeriza, el encono, la hostilidad,
la prevención, el asco, la aprensión, el escrúpulo, la repulsión, la malquerencia,
el sufrimiento, la aflicción, el daño, la tristeza, la angustia, la amargura,
la congoja, la pena, la compunción, la desolación, la incomodidad, el disgusto,
la pesadumbre, la desventura...
1.3.
A su vez, las palabras esperanza y
desesperación se verían flanqueadas por otras como confianza, fe, seguridad,
tranquilidad, certeza, paciencia, optimismo, euforia, entusiasmo, brío,
aliento, desesperanza, desmoralización, descorazonamiento, decepción, despecho,
impotencia, pesimismo, desfallecimiento, desilusión, consternación, impaciencia,
desencanto... y así podríamos continuar.
2.
Probablemente, el significado preciso de
cada una de estas palabras no solo se escape a alguno de los lectores y a quienes
escriben estas líneas, sino que cabe que ni siquiera esté en sí del todo
determinado (no olvidemos que una de las notas más características de los
afectos es su falta de claridad y distinción, que deja también su huella
en el lenguaje… incrementando la ambigüedad que este ya tiene de suyo).
2.1.
style='font-family:"Times New Roman"'>Por eso es posible que, según las
circunstancias, utilicemos de manera indiferente uno u otro término.
2.2.
style='font-family:"Times New Roman"'>Pero, en todo caso, ofrecen una idea
bastante adecuada de la riqueza de la vida afectiva, que rebasa por
todas partes el análisis simplificador, aunque no falso, que hace unos
momentos bosquejamos.
Sentimientos complejos…
¿De dónde deriva esta
abundancia?
1.
Antes que nada, del juego y
entrecruzamiento de las distintas tendencias. Esto es, del hecho ya
recordado de que jamás operen aisladas, sino en unión más o menos explícita con
otras pulsiones y con los sentimientos que de unas y otras se derivan… y con muchas
«cosas» más: en fin de cuentas, la persona íntegra —pasado, presente y perspectivas
de futuro—, a la que después aludiremos.
1.1.
En efecto, es difícil encontrar a
alguien que, en un particular momento de su vida, solo se halle afectado por
uno de los denominados sentimientos puros o fundamentales.
1.2.
De lo que sí puedehablarse, y es
lo que se trataría de determinar, es de sentimiento o sentimientos dominantes,
que,si se tornan estables, desembocarían,a su vez, en un estado
de ánimo e incluso en un carácter: bonachón, complaciente, agrio,
exaltado… o con terminología más compleja y técnica, que ahora no hace al caso;
pero no de sentimiento exclusivo.
2.
Resulta muy problemático que, entre la
multiplicidad de factores que componen el tono vital de una persona en un
momento dado, no figuren simultáneamente más de una realidad (anhelada o
presente) calificable como bien ymás de una de las que pueden
considerarse males (y, además —cada cual puede hacerse cargo de lo que
esto implica—, de bienes o malesparticulares y concretos):
2.1
Y así, la ilusión de terminar la carrera
o de pasar un rato con la novia o el esposo convive en ocasiones con el pesar
por un posible fracaso en los estudios o, en determinadas coyunturas, con la
amenaza o el presagio de una discusión o de un desaire.
2.2.
La alegría por la victoria del equipo
favorito o por el triunfo de un amigo, con cierta envidia hacia este último
(así somos, a veces… ¡y ojalá sea solo a veces!) o, en términos más amplios, y
acudiendo a ámbitos distintos, por la preocupación por la propia figura
corporal, el mal estado de la piel, el modo de vestir… y mil posibilidades más.
3.
La conjunción de esa multiplicidad de
bienes y males, junto con el peso otorgado a cada uno de ellos, su índole de
presentes o ausentes, de superables o insuperables, etc., acabará por definir,
en unión con el propio temperamento y la intervención activa de la inteligencia
y de la voluntad y de la conducta derivada de ellas, el tono emotivo de una
persona durante un período más o menos largo de su existencia y, hasta cierto
punto, durante toda su vida.
Porque complejo es el
hombre
En este sentido, subraya
Philip Lersch que:
… la conducta objetiva de
un hombre no sería referible, muchas veces, a una sola tendencia, sino que
representaría un haz, un complejo, una mezcla de varias. Lo mismo puede decirse
de las emociones. Lo que en las distintas situaciones de la vida experimentamos
emocionalmente es casi siempre una mezcla de diversas tonalidades afectivas.
Así, en la tristeza resuena el movimiento afectivo del dolor, en el amor el de
la alegría, en el resentimiento el del fastidio, en la envidia el del resentimiento. [7]
Y, con más vigor y
desenfado, de nuevo Gadda:
El hombre es fisiología, es
religio, es movimiento, es ser, es patria, es sí mismo, es los otros, es
viajar a Roma, es engendrar, es tener hermanos, es tener madre, y la madre es
en la madre de la madre, etc., y todo interactúa en un ovillo indescriptible de
relaciones. Por consiguiente, cada aspecto (o atributo, en términos de Spinoza)
del sistema-síntesis yo posee su devenir y su ser; y sus relaciones de
equilibrio ser-devenir, es decir, sus sentimientos elementales. Y la suma
geométrica o resultante de estos infinitos subsistemas constituye el sentimiento [8] .
Para añadir:
Con otras palabras, a la
persona humana (que nosotros estudiamos de forma abstracta…) le corresponden
múltiples tensiones o impulsos y el sentimiento no puede referirse a
un único tender o impulso, sino a una suma de ellos [9] .
III. Reducción de la
afectividad a su raíz primigenia
Para llegar hasta el
origen
Estamos ante una situación
enmarañada, que no hemos hecho sino insinuar.
Con todo, antes de
proseguir nos gustaría dejar claro que la intervención de más de un sentimiento
no es solo algo que sucede, por decirlo así, de una manera coyuntural, «porque
la existencia es muy compleja»; sino que la mayor parte de las emociones que, dentro
de las fundamentales, cabría calificar como derivadas (las de las tres últimas
líneas de nuestro esquema) solo son posibles porque de antemano se ha activado
una tendencia o atracción primaria o básica (de la línea inicial de ese
cuadro).
Y este es el sentido en el
que cabe afirmar que toda la vida afectiva remite, como a su núcleo y raíz, al
primero de los sentimientos de esa línea inicial, es decir, al amor o aspiración
(y, en el hombre, por más que a veces se desdibuje y no se perciba claramente,
al amor al bien en cuanto tal y, en fin de cuentas, al bien sumo… del que
cualquier otro recibe su cualidad de bien; más todavía, según insinuamos, la
tendencia fundamental y básica de la persona no es tanto el amor de deseo, incluso
de ese bien supremo, sino —más hondo y definitivo que él— el afán de entregar
todo lo que uno es, puede y anhela).
Scheler lo reitera en
distintas ocasiones, en particular en lo que afecta a la prioridad decisiva del
amor respecto al odio. Y así, sostiene tajante y subraya:
Odio y amor son, por tanto,
ciertamente, comportamientos emocionales opuestos —de tal suerte que es
imposible amar y odiar lo mismo en un mismo acto respecto del mismo
valor—, pero no son, sin embargo, modos de comportamiento de raíz
independiente. Nuestro corazón está primariamente hecho para amar, no
para odiar [10] .
Para después añadir:
El odio es tan solo una
reacción contra alguna forma de amor falso. No es cierto lo que tantas veces se
dice a modo de refrán: el que no puede odiar tampoco puede amar. Lo exacto es
más bien lo contrario: el que no puede amar no puede odiar [11] .
Philippe lo afirma de modo
más directo y positivo:
El amor es connatural al
hombre: este ha sido creado para amar y lleva dentro de sí una aspiración
profunda a entregarse [12].
Y en nota:
Aunque pocas veces seamos
conscientes de ello, la necesidad más profunda del hombre es sin duda la de
entregarse [13] .
Lo que sucede es que,
debido a nuestra limitación constitutiva, incluso cuando —en una situación
hipotética— el afán de entregar y entregarse a los otros dominara absolutamente,
ese mismo anhelo dinamizaría las tendencias dirigidas a conseguir y desarrollar
los bienes que pretenden otorgarse a quienes se ama… y que uno todavía no
tiene.
Con lo cual no quedarían
eliminadas:
1.
Ni la afirmación fundamental de que en la
persona supuestamente más madura la aspiración a dar y darse se eleva por
encima de las restantes (esta es quizá la clave de cuanto estamos exponiendo).
2.
Ni que esa misma tendencia primordial
activaría las que persiguen alcanzar ciertos objetivos (si bien para donarlos).
3.
Y en esa doble-tendencia (el amor en los
dos sentidos aludidos) se situaría el origen o raíz de la puesta en marcha de
todos los demás anhelos y sus correspondientes emociones.
Un caso entre miles
Tomemos, por ejemplo, la
desesperanza.
Esta no podría surgir si no
existiera de antemano un bien reclamado por alguna tendencia bajo la forma de aspiración
oinclinación, en la acepción amplia de esos términos.
Solo si nos sentimos
impulsados a lograralgo, podremos después, según un orden de naturaleza,
calibrar si nuestras fuerzas son o no las adecuadas para superar los males que
se oponen a ella y, como consecuencia, en la segunda circunstancia, en que el
temor sobrenada por encima de cualquier otra consideración, caer en la desesperanza.
Una ilustración. El hijo de
cirujanos famosos, después de mucho tiempo de convivir con ellos, podrá
sentirse impelido a realizar la carrera de medicina (aspiración), y comenzarla
de hecho. Pero los seis años de estudios iniciales, más los otros muchos de especialización
y de práctica y los exámenes correspondientes, junto con una aprensión invencible
ante la presencia de la sangre descubierta en un momento concreto (temor-repugnancia),
pueden hacer que, al cabo de tantos meses de esfuerzo, se rinda a la desesperanza,
convencido de que jamás podrá superar los obstáculos que se interponen entre él
y su deseo.
Por tanto, ningún
sentimiento, ni siquiera los calificados como fundamentales, se encuentra en
estado puro: siempre lo hallamos unido a otros, de signo similar o contrario,
de la misma línea —volviendo al socorrido esquema— o de otra anterior o
posterior.
Pero es que, según comenta
Lersch y habría que agregar a nuestras propias observaciones,
… además de estos complejos
emocionales, existen también los que el lenguaje corriente designa como
"sentimientos mixtos" [14] ,
… que son aquellos en que,
respecto a una misma realidad, parecen enfrentarse dos tendencias opuestas, por
cuanto esa persona o cosa, desde un punto de vista se nos presenta como buena o
beneficiosa y, simultáneamente, desde otro, nos parece dañina o perjudicial.
A nuestro padre, pongo por
caso, lo advertimos normalmente como un bien inmenso, que nos proporciona
cariño, seguridad, protección, amistad, experiencia…; pero al mismo tiempo, en
ocasiones, podría repelernos por cuanto nos exige comportamientos y actitudes
costosos e incluso, según nuestro parecer y tal vez en realidad, exagerados e injustos.
Es lo que apunta Lersch:
Del mismo modo que las
tendencias pueden en cada hombre disentir en diferentes direcciones, también un
mismo objeto o una misma situación provoca a veces sentimientos divergentes.
Así pueden hallarse mezclados la esperanza y el temor, la antipatía y la
estimación, el miedo y el amor al padre, la admiración y la envidia, la
satisfacción por la venganza o la alegría ante el daño que el destino ha
producido al otro al hacerle una mala jugada y, al mismo tiempo, la vergüenza
de sí mismo por ser capaz de sentimientos tan bajos [15] .
Como cabe imaginar, el número
y la variedad de combinaciones que así cabría obtener solo puede ser
superado... por la vida misma.
Y debe tenerse en cuenta
que todavía no se han traído a colación otros muchos factores que influyen en
el estado de ánimo, crónico o agudo, que una persona presenta en una temporada
o en un momento particular.
IV. Los sentimientos y
el tiempo
En concreto, las páginas
que siguen esbozarán algo bastante obvio, pero sobre lo que vale la pena llamar
la atención al menos una vez en la vida, pues facilita enormemente la
comprensión de los distintos tipos de emociones y afectos, así como los comportamientos
que con ellos se relacionan. A saber:
1.
style='font-family:"Times New Roman"'>Que los sentimientos varían a lo largo de
cualquier itinerario en busca de un objetivo o en una etapa de crecimiento.
2. Y que cabe establecer una clasificación
de las emociones teniendo en cuenta, precisamente, su relación con el tiempo.
Resumiendo de nuevo en
cuatro trazos la génesis de cualquier afecto humano, habría que comenzar por
decir que en su base se encuentran los distintos apetitos o tendencias,
aislados o, con más frecuencia o prácticamente siempre, en conjunción y mutua
interdependencia. Y que es precisamente la variación en esas tendencias
o inclinaciones, así como la actividad o actividades que desencadenan, lo que
provoca los afectos y emociones en sus muy distintas modalidades.
Exponemos, pues, casi como
esquema:
1.
Sentimientos antecedentes
En primer término, con la captación o la anticipación
pensada, recordada o imaginada de un concreto bien, se despierta la
correspondencia tendencia, originando o, al menos, incoando un deseo.
Semejante deseo adquiere
configuraciones propias, a tenor de su objetivo: desde el hambre, pasando por
el ejercicio de la sexualidad, hasta el afán de ayudar al prójimo, de plasmar
artísticamente una idea o una emoción, de comprender mejor un aspecto de la
vida o del mundo que nos rodea, de hacer del conjunto de nuestra existencia
algo de provecho, que merece la pena ser vivido…
La percepción de ese deseo,
incluso solo iniciado, constituye ya un sentimiento, al menos en germen. Uno
advierte que algo está pasando en él, aunque a veces sea simplemente a modo de
inquietud no definida (in-quietud = no reposo = algo pasa, se mueve en mí).
Podríamos denominarlo
sentimiento o emoción antecedente… respecto a la actividad
a la que por lo común dará origen o a la queinclina, al menos de manera
implícita.
2.
Sentimientos concomitantes
Llegados aquí, y de forma
más o menos consciente, la persona en cuestión decide proseguir o no ese impulso,
con las mil posibilidades emotivas que se encuentran aparejadas a todo ello.
En efecto, a partir de este
instante sus sentimientos irán variando, por ejemplo:
2.1.
Conforme se advierta o no capacitado
para salir airoso de la empresa, en función de las experiencias anteriores o
simplemente del modo cómo en este preciso instante calibre sus fuerzas.
Si se ve impotente para
enfrentarse con el problema, podría experimentar una sensación:
2.2.
De nostalgia ante el recuerdo de
situaciones similares, en las que resultó triunfante, acompañada por la serena
aceptación de la incapacidad para superar ahora la prueba… o por la rebelión
ante semejante impotencia.
2.3.
De ambición altruista o centrada en sí
mismo.
2.4.
De espíritu de servicio, de revancha…
Todos estos sentimientos o
emociones acompañan al proceso entero de consecución del objetivo (o al
recuerdo de la renuncia a llevarlo a cabo, mientras permanezca en la memoria),
y van adquiriendo irisaciones, intensidades y modalidades muy diversas en el
desarrollo, más o menos dilatado, del conjunto de actividades, también en
función de los resultados que se vayan obteniendo, del cansancio o la
satisfacción personales, etcétera.
Cabría calificarlos —decíamos—
como sentimientos concomitantes.
3.
Sentimientos subsiguientes,
consecuentes o finales
Supuesto que se decida dar
pábulo al deseo inicial y se hayan puesto los medios para lograr lo que se
anhela, el resultado puede ser, en esencia, doble.
Si se consigue lo deseado,
o mientras se va acercando a ello, surgen asimismo multitud de posibilidades,
emotivas y de acción:
3.1.
La satisfacción noble y proporcionada al
éxito, que de inmediato da paso a la siguiente actividad.
3.2.
El recreo excesivo en lo ya obtenido,
reforzado, disminuido o malogrado por el reconocimiento de quienes nos rodean o
por su ausencia.
3.3.
Un sentimiento, adecuado o no, de
insatisfacción: porque lo podríamos haber hecho mejor, porque es poco para lo
que uno pensaba y los demás se merecen…
3.4.
… y cientos de posibilidades más.
Por el contrario, si no se
logra lo que se perseguía, en general sobreviene cierto desencanto, que puede
cristalizar negativamente o transformarse en ocasión de desarrollo y maduración
personal.
Como se apuntaba, a este
género de sentimientos, nacidos como resultado terminal de nuestras actividades
para alcanzar un bien, podríamos denominarlos finales o subsiguientes.
En cierto modo, las
emociones o estados de ánimo subsiguientes son los más decisivos en la
vida de un ser humano; y, en particular, los que más mueven a las
personas a obrar de un modo u otro o a no actuar en absoluto. Por experiencia,
cada quien va sabiendo lo que muy probablemente experimentará según responda o
no a la inclinación inicial que se ha desencadenado; y el deseo o el rechazo de
ese estado terminal, según que le haga sentirse bien o mal, lleva con
frecuencia a comportarse de un modo u otro.
Capacidad de soportar y
superar la frustración
Para terminar, tal vez
convenga advertir que nos encontramos ante uno de los puntos-clave de la
educación de la afectividad en la época presente… y de la felicidad o infelicidad
de nuestros contemporáneos.
1.
El resultado emocional de un fracaso, en
un contexto cultural de competitividad no controlada, puede marcar hondamente,
para bien o para mal, a la persona que lo experimenta.
2.
Esto depende, en gran medida, de nuestra
actitud ante él; o, siendo más explícitos, de la menor o mayor capacidad
para encajarlo, así como para afrontar las contrariedades, el simple rechazo
del propio punto de vista u opinión…
Todo lo anterior se sitúa
dentro de un amplio horizonte, en el que caben:
2.1.
Desde la comprensión de que los
obstáculos forman parte ineludible de la vida humana y constituyen ocasiones de
crecimiento interior…
2.2.
… hasta la necesidad absoluta de afirmación
ante los otros, que convierte esos aparentes descalabros en depresiones más o
menos profundas o pasajeras, en desencanto ante la propia existencia, en envidias
y rencores, etc.
Así lo explica Lukas:
… lo que la vida nos ofrece
es irrelevante: alegría o dolor, afecto o rechazo, elogio o crítica. Lo
relevante es siempre nuestra forma de reaccionar a todo esto y lo que sale de
nosotros. Lo esencial es la respuesta que damos a un suceso, ya sea este
edificante o decepcionante; una respuesta que nosotros mismos debemos
determinar y de la que debemos responsabilizarnos. Nadie se “hunde” solo
por una frustración, pero mucha gente con reacciones negativas a las
frustraciones cae en desgracia porque […] da continuidad a un contrasentido
en vez de afrontarlo con sensatez [16] .
Y añade:
El hombre, la humanidad, no
puede vivir sin una orientación hacia unos ideales, pero esto es precisamente
lo que crea tensión. Hay que poder luchar, hay que poder esperar, es decir, se
hace necesaria una tolerancia de la frustración y esa tolerancia debe ser educada.
Pero la educación actual, preocupada ante todo por minimizar la tensión, hace
que uno se acostumbre directamente a una intolerancia de la frustración, una
especie de, si se me permite, debilidad inmunológica de la psique [17].
·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y Valentina López Coronado
Gadda , Carlo Emilio, Meditazione
milanese, Einuadi, Torino 1974, p. 238.
Scheler, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996,
pp. 44-45.
A veces se llama amor
a la simple complacencia que experimentamos al conocer una realidad; así
entendido, más que una abstracción, el amor sería el componente
primario tanto del deseo como del gozo, que resulta siempre matizado o
coloreado por uno por otro.
Es
lo que recoge esta cita: «Ahora bien, el proceso afectivo de tendencia hacia el
bien consiste en que "un agente natural produce un doble efecto en el
paciente, pues primero le da una forma (amor) y luego el movimiento
consiguiente a ella (deseo) […] el objeto del apetito le da a este, desde un
principio, cierta adaptación para con él, que es la complacencia en el objeto,
de la cual se sigue el movimiento hacia él. El movimiento del apetito se desarrolla
en círculo" [ Tomás de Aquino,
S. Th., I-II, q. 26, a 2]» ( Roqueñi ,
José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 34).
Aversión: no quiero
ver a esa persona, asistir a esa reunión…; tristeza: me ha sido imposible
evitar esas situaciones, estoy pasándolo mal y deseando que se acaben.
Bossuet , Tratado del conocimiento de Dios y de sí mismo,
c. I. Cit. por Scheler, Max, Ordo
amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, pp. 67.
Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta,
Editorial Dunken, Buenos Aires 2006, p. 101.
Lersch, Philip, La estructura de la personalidad,
Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
Gadda , Carlo Emilio, Meditazione
milanese, Einuadi, Torino 1974, p. 238.
Gadda , Carlo Emilio, Meditazione
milanese, Einuadi, Torino 1974, p. 238.
Scheler , Max, Ordo
amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, pp. 67-69.
Scheler , Max, Ordo
amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, pp. 67-69.
Philippe , Jacques, La
libertad interior, Rialp, Madrid 3ª ed. 2004, p. 122.
Philippe, Jacques, La libertad interior, Rialp, Madrid
3ª ed. 2004, p. 122, nota 15.
Lersch, Philip, La estructura de la personalidad,
Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
Lersch, Philip, La estructura de la personalidad,
Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
Lukas, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y
problemas de adicción, Paidós, Barcelona, 2005, pp. 81-82.
Lukas, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir,
Paidós, Barcelona, 2001, p. 37.
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