1. La absolutización de la democracia.
En política, la absolutización de la democracia liberal
partitocrática como forma de gobierno, y como su consecuencia lógica lo que en
época presente se ha dado en llamar la república procedimental, en la que los valores
se generan en esferas que escapan al control del pueblo, conlleva la pretensión
de extensión a todos los estamentos sociales e instituciones del modelo, las
reglas y la praxis democrática, siempre en su vertiente liberal. Las
instituciones no regidas por reglas puramente democráticas, son consideradas
caducas, propias de tiempos ya periclitados, y deben amoldarse a la democracia
como forma de gobierno institucional e universalmente institucionalizada. Esta
uniformidad democrática de la sociedad civil e instituciones sociales,
culturales y económicas, no es buena para la libertad ya que cuando todo es
democracia nos encontramos más cerca de la dictadura que de otra cosa.
De suerte que ampliando la intervención de los políticos o
de las reglas de la democracia a la diversidad de instituciones, entendiendo
institución como término genérico que agrupa todo el cuerpo asociativo de
asociaciones, bien comunidades naturales o asociaciones libres, corporaciones,
fundaciones, patronatos, etc., se consigue, por un lado, apropiarse de todo el
espectro social, participar de todo el entramado que genera actividad y por
otro sofocar la libertad de propia la sociedad civil, dirigiéndola,
manipulándola, maniatándola e interviniéndola.
Se ha llegado hasta la identificación mimética de la
democracia liberal con el progreso humano y social, y con el bien común
integral, inmanente y trascendente, de la persona, la familia y la sociedad. Es
más, la democracia liberal forma parte ya de la idiosincrasia del hombre
ilustrado y moderno, ergo, es bueno.
Pero la democracia liberal partitocrática únicamente es una
forma de gobierno donde el factor cuantitativo prima siempre sobre lo
cualitativo, la masa sobre lo egregio, la mediocridad por encima de lo superior
y excelso. Así, la absolutización global de la democracia, conduce a la deriva
natural en la dictadura de la mayoría, y a la eliminación de la libertad
personal y social. Y todo ello por propia dinámica degenerativa de la
democracia liberal encamina a la crisis del sistema. Las naturales
consecuencias del sistema liberal, siempre disolvente, parecen sucederse en los
últimos decenios a un ritmo cada vez más rápido: decadencia moral sin
precedentes ,
quiebra del Estado de Derecho y la disgregación social.
El resquebrajamiento del sistema deriva tanto de la crisis
de los partidos, como de las ideologías germinadas tras la revolución francesa,
que se diluyen. La partitocracia es el cáncer de la democracia. Asfixia la
representatividad popular y se confunde mimetizándose en el propio Estado por
la extensa y tupida red de intereses creados. Las crisis de los partidos en la
actualidad derivan bien hacia el totalitarismo hegemónico camuflado jurídica,
educativa, e informativamente de hiperdemocracia liberal, o bien hacia el
indigenismo etnocéntrico populista, que trata de sustituir al mismo sistema,
pero que se quedan en meras democracias formales que igualmente degeneran en
totalitarismo, y que tiene como rasgos definitorios el chovinismo acrítico
extremo, la desvinculación de la cultura occidental y el racismo en su genuina
definición racial.
La fe religiosa, antaño forjadora de civilizaciones e
Imperios, ha sido globalmente sustituida por una superstición ciega en las
posibilidades de sistema democrático. La sacralización de la democracia,
números más estadísticas asentadas en la probabilidad y que sirven para el
control social, contribuye a desvirtuarla.
La democracia es la nueva religión cívica con visos de
universalidad monopolizando lo políticamente correcto, tanto en enjuiciamiento
de la realidad que debe pasar el tamiz democrático, siempre en su vertiente
liberal, como la globalidad del proyecto y su extensión a todos los campos de
la convivencia social, para toda clase de asuntos e instituciones, para todos
los pueblos y naciones del mundo, y de manera permanente y definitiva.
2. El secuestro de la democracia por los mainstream.
La opinión pública no existe. Simplemente es creada,
conformada y dirigida en cada momento por los medios de comunicación en base a
intereses casi siempre inconfesados y no conformes con el bien común. Dentro de
los medios de comunicación
la televisión es, sin duda, el
instrumento más eficaz para llegar a inculcar reflejos condicionados en la
mayoría de la gente (…). Y así se va formando una masa sometida al
embrutecimiento cotidiano de los media, acostumbrada a reaccionar
pasionalmente, sin el menor espíritu crítico, plenamente sumisa a todo tipo de
manipulaciones. Se pretende expresar y seguir la opinión, cuando en realidad
ella ha sido fabricada por los media.
De ahí la sólida alianza, traducida en estrechas
imbricaciones, que el poder político mantiene con los medios de comunicación
por medio de un complejo entramado de influencias, dependencias, y mecanismos
para asegurarse el apoyo mutuo: publicidad institucional, subvenciones a fondo
perdido o concesión de licencias.
La democracia no existe. Ha sido secuestrada y sustituida
por una partitocracia, que es la que nos rige y gobierna. El poder,
desequilibrado y sin control, es ejercido por los partidos políticos, dos o
tres a lo sumo, máquinas férreas de control al servicio del mantenimiento del
establishment, y por los medios de que comunicación comprados o silenciados
que ejercen un poder omnímodo en la modelación de la masa social; masa integrada
por el hombre del siglo XXI, un hombre mayoritariamente débil, inconstante,
voluble, superficial, volcado hacia lo exterior, pusilánime y presuntuoso de si
mismo y de sus propias fuerzas, lo que le ofusca e impide ser consciente de la
espiral hacia una profunda sima en la que se encuentra inmerso, donde no hay
más que vacío, desesperación y soledad.
La libertad de elección en las urnas en democracia no
existe. Hace años que asistimos a un monumental y generalizado engaño, nos
venden que somos libres y que podemos decidir nuestro destino. El sistema ha
engullido la libertad y convertido ésta en una quimera. La plutocracia
empresarial-financiera y sus redes tejidas y superpuestas con el poder
mediático y el poder político deciden, por lo menos en sus líneas generales y
siempre en consonancia con poderosas organizaciones supranacionales ,
cómo se ha de vivir, qué tenemos que pensar, y cómo debemos actuar. El
ciudadano-masa ha perdido su participación y el dominio del sistema. Se ha
convertido en su rehén y paradójicamente en su principal defensor, explicable
por el lavado de cerebro ideológico a que está siendo sometido a hora y
deshora.
3. La educación en la democracia.
La propia democracia liberal es caldo de cultivo de la
mediocridad, preteriendo un injusto igualitarismo social sobre la exaltación de
lo virtuoso, lo noble y lo excelso. De tal modo que en nuestra sociedad se han
ido paulatinamente perdiendo valores como el sentido trascendente de la vida,
del honor, de la honra, del espíritu de servicio, del sacrificio y de la
disciplina. Ideales como heroísmo, santidad, generosidad, renuncia, compromiso
y militancia, antaño transmitidos de generación en generación, hoy yacen
arrumbados y semejan como pura utopía.
Se educa sin sentido del límite, con una inicial tolerancia
del mal, en su vertiente ética, que por su propia dinámica, inserta en la
naturaleza humana inclinada al mal y siempre tendente a los honores y a los
placeres, degenera en permisividad moral y de ahí pronto esa tendencia o
comportamiento que constituye intrínsecamente un desorden antinatural es
planteada como un derecho exigiéndose su ratificación legal; finalmente acaba
viéndose como un derecho, un bien conseguido democráticamente, y objeto de
protección jurídica, v.gr. aborto, homosexualidad, divorcio o eutanasia.
Esta educación permisiva, sin referentes en la defensa del
orden natural y sobre la base del mecanicismo y pragmatismo filosófico, y del
totalitarismo relativista axiológico, excepto los valores inherentes a la
propia democracia liberal que sobre éstos no cabe disenso posible, conduce a
una mentalidad hedonista que cifra el placer y bienestar como fin supremo, y a
una cultura vital del consumo desaforado. La afectividad y el sentimiento
fundamentan las relaciones familiares y matrimoniales por encima del amor
sacrificado y gozoso, que se desvanece, al igual que el esfuerzo y la
perseverancia de la lista de virtudes que procuramos cultivar.
La libertad se concibe, y defiende jurídicamente, como la
pura autonomía sin ningún tipo de limitación a lo que agrada o se apetece .
La libertad propuesta es una libertad alienante, -puesto que la verdadera
liberación del hombre es de su miseria moral,- vigilada y encauzada hacia
modelos de vida presentados como exitosos por la máquina propagandística y
publicitaria de las grandes empresas de la comunicación y del ocio, a la par
que imbuidos educativamente desde una ética laica anclada en un pensamiento
racionalista y en el naturalismo pedagógico, tendente al laicismo radical; y
defendidos y propagados desde un derecho que rota su vinculación con el orden
moral objetivo, niega el conocimiento jurídico como saber prestatario de los
grandes principios axiológicos de validez universal e inmutable que debe ser el
fin último de la ley, e informando socialmente comportamientos negativos
moralmente dañinos y destructores de la persona y del bien común. Nos
encontramos con la derivación totalitaria de la democracia liberal.
Configuramos así las sociedades light, donde descuella lo
huero, lo fútil, imponiéndose el facilismo. El problema es que este hombre
light, dócil, con actitud pasiva e indolente, hijo y engendro de la democracia
liberal ilustrada, interesa al poder mundial,
de ahí el dominio directo que se pretende ejercer sobre la educación de la
persona, violando tanto la libertad de educación como la propia patria
potestad, con el adoctrinamiento obligatorio de los menores en un modelo
ético-moral enrejado en el relativismo axiológico, axioma éste absolutista, en
la moral de situación, y en la permisividad sexual. La intervención
estatalizadora de la educación, cada vez más en aumento, es uno de los métodos
que los diversos totalitarismos, entre ellos el democrático, emplean para el
control de la sociedad y para el desarrollo de sus futuras masas borreguiles y
amodorradas, que no pueblo. Así
las escuelas trasmiten cultura y
valores y pueden canalizar a los niños hacia diversos papeles sociales.
Contribuyen a mantener el orden social [neutralizando las revoluciones]. Es
difícil concebir la eliminación de la escuela en la distribución de papeles sin
cambios en la misma estructura económica y social (p. 21) (…) Las escuelas
tienen que ayudar a convencer a los niños o reforzar su creencia de que el
sistema es básicamente sano y el papel que les ha asignado [de perpetuar la
estructura social,] es el que deben desempeñar. Mediante esa “colonización”, la
sociedad evita tener que redistribuir los aumentos del producto nacional y
reduce la necesidad de reprimir directamente al populacho (p. 26) (…) reformar
las escuelas para que se enseñara a los niños a interiorizar la autoridad
externa y convertirse en individuos que seguirían las reglas (p. 230).
El Estado fabrica la masa social entrando directamente en
competencias, antes exclusivo de los padres, como la formación de la
personalidad en planos como el sexual, emocional, moral, espiritual o
religioso, cara a una uniformización del ciudadano, siempre manipulable y dócil
al poder. Creación de las masas favorecido por la cosmovisión dominante
ofrecida por los medios de comunicación, servidores, mantenedores y
beneficiarios del sistema, a los cuales sólo importa los criterios
empresariales de supervivencia en el tiempo y rentabilidad, y por una
concepción laicista de la política, la única que tiene cabida real en una
democracia liberal, según la cual tanto el orden social como el derecho son
totalmente independientes del orden moral.
Para la creación de la masa y su embrutecimiento gradual
debe destruirse las estructuras que vertebran la sociedad y para ello es
necesario demoler los principios que garantizan su cohesión y armonía; debe,
por tanto, conquerirse un adoctrinamiento del pensamiento único, una
programación educativa radicalmente inmanentista, librepensadora, para borrar
del entendimiento toda huella de Dios y minar la prosperidad espiritual y moral
del hombre, e implantar en las conciencias ideas tan erróneas y dañinas que
degradando al hombre lo alienen de su más profunda realidad, dedicándose tan
sólo a satisfacer las primitivas necesidades del hombre animal.
En el fondo subyace una negativa al propio conocimiento y
combate interior que deriva de la ausencia de valores espirituales y la falta
de un sentido pleno de propia vida.
La libertad, el bienestar y la grandeza de un Estado están
en razón directa al desarrollo del bien común trascendente, que tiene presente
la moral de sus hombres y que “depende del cultivo y exquisitez de la vivencia
axiológica” .
En este sentido el bien común no coincide con el interés general, público o
político, dice referencia al bien integral de la persona, de la familia y de la
sociedad; y éste exige una firme y sólida instrucción y educación religiosa.
4. La destrucción de la justicia y la prevaricación de
los encargados de hacerla.
Empecemos por definir conceptos. Cuando hablamos de ley
positiva, derecho positivo u ordenamiento jurídico positivo quiere decir que
está plasmado en un código estatal vigente. Aquí positivo no se contrapone a
negativo, sino que es factible, que se puede hacer; lisa y llanamente que es una
ley emanada por los órganos competentes del Estado y como tal, es legal.
Por ley natural, según definición clásica tomista,
entendemos “la concepción naturalmente ínsita en el hombre, por la cual se
dirige éste a obrar de modo conveniente en sus acciones propias”
determinando lo bueno y lo malo. El derecho natural, que es la misma ley
natural en cuanto regula las relaciones interhumanas, se funda en la misma
naturaleza de la persona, en su doble dimensión cognoscitiva y volitiva. V. gr.
el hombre, por su naturaleza, está connaturalmente propenso a conservar y
prolongar su vida, y de ahí nace el derecho a la vida y a la legítima defensa
de la misma, así como el derecho a proveerse de los medios de subsistencia; el
hombre, también por su naturaleza, está esencialmente inclinado a la
propagación y conservación de su especie, y de ahí nace el derecho al
matrimonio, y a la crianza y educación de los hijos.
El ius humanum es lo que tradicionalmente, en la
época medieval se denominó como derecho de gentes, y que constituye el
antecedente de los modernos derechos del hombre, que no brotan de la
nada. En un principio los derechos humanos surgen como aplicación de esa moral
objetiva, de esa ley natural, al funcionamiento del ser humano, para ir
progresivamente trasmutando tras la revolución francesa a una visión más
antropocéntrica y racionalista de los mismos, a la par que se produce la
ruptura del derecho y de la moral, del derecho positivo con la naturaleza de la
persona.
La concepción moderna y contemporánea del derecho se
fundamenta principalmente en el consenso de las mayorías o en el subjetivismo
irracionalista del gobernante de turno. El ius naturale asentado
filosóficamente en el realismo metafísico y ético deja de orientar al derecho
positivo, y la justicia ya no es una categoría moral donde prima las ideas de
verdad y de bien a la luz de las eternas verdades que subyacen en el modo del
ser y del obrar, sino una categoría meramente jurídica.
El derecho pasa a convertirse así un poderoso instrumento de
reingeniería social con la finalidad de favorecer, plasmar y asentar en la
sociedad los comportamientos y actitudes que los poderes dominantes deciden
arbitrariamente para constituir conceptualmente el orden jurídico .
De forma que nos encontramos en la práctica un Estado dictatorial, que figura
una democracia, pero en realidad es una tiranía legal controlada directamente,
y recíprocamente sometida, por los poderes ejecutivo y
legislativo-parlamentario, y de forma indirecta por el poder judicial, el
económico y el informativo.
El derecho se vuelve corruptor y disuelve la sociedad, tanto
respecto a su fin, que es la perfección de la sociedad, como a sus elementos
esenciales ya que el fundar el poder sobre la autoridad social, que consiste en
la suma del número y fuerzas materiales, es carecer de fundamento, que ha de
ser moral, o sea la ley natural, de la que todas las leyes han de ser su
proclamación o determinación.
Surgen de esta guisa nuevos derechos humanos fundamentales
consensuados, cuando no tiránicamente impuestos desde los núcleos de poder al
vulgo, al que previamente se ha adoctrinado ideológicamente a través de los
mass media y de la educación. Son derechos sin arraigo en la índole propia del
hombre, exponente y exacerbación del positivismo jurídico, en el que sólo valen
las normas emanadas del Parlamento y no existen principios universales de
justicia; derechos como aborto, eutanasia, infanticidio, ideología de género,
matrimonio homosexual, multiculturalismo, o a la libertad sexual, ergo, sexo
animal sin compromiso. La democracia no sólo consagra estos nuevos derechos
humanos laicos y democráticos, al servicio del poder y quien lo detenta, sino
que los unilateralmente los publicita e impone coactivamente desde las Naciones
Unidas. La realidad es que vivimos en una cada vez más férrea dictadura
silenciosa, muy peligrosa, porque no se ve, y cuyas principales fuerzas que la
dirigen se mueven entre bambalinas.
El problema se ve agravado por una doble perversión. Por un
lado el mayor problema radica cuando a través de estos derechos inexistentes,
denominados de tercera generación, se tamiza y reinterpreta perversamente los
llamados derechos de primera generación, pilares de la convivencia civil,
modificando así su sentido y extensión originaria, de tal forma que podemos
aseverar que los derechos de primera generación han dejado de existir; y por
otro lado, se disuelven conceptualmente los prístinos conceptos jurídicos a
fuerza de definiciones legales e introduciendo anfibologías en los propios
términos que se asientan en lo contrario que dice que garante.
Estos derechos de nueva generación transmutados y
entronizados en leyes, leyes asumidas, sustentadas, defendidas, propagadas e
impuestas por la agenda globalista de la ONU, y utilizadas para implantar estatalmente
un sistema centralizador e intervencionista, haciendo pedagogía y difusión de
la ideología de género, y para adoctrinar instrumentalizando el sistema
educativo con una visión mecanicista y utilitarista del hombre propia del
materialismo darwiniano. De tal manera que en nombre de los derechos humanos se
está eliminando la persona y destruyendo la humanidad. La ONU se ha convertido
en depredadora de aquello para lo que fue creado: los derechos humanos.
La crisis de libertades actual va pareja a la de los
derechos humanos, que son previos al orden político. Hay una restricción de la
libertad a nivel personal y a nivel social fruto de la concepción de libertad
irrestricta desligada de la ley moral natural y de la verdad objetiva sobre la
misma persona humana, lo que deriva en la imposibilidad de cimentar los
derechos de la persona sobre un firme asiento racional, y la misma
imposibilidad de gestación y cimentación de un ordenamiento jurídico
intrínsecamente justo, porque es la persona humana, creada a imagen y semejanza
de Dios y en unidad de alma y cuerpo, el fundamento y el fin de la vida
socio-política, a la que el derecho, desde los postulados dictados por la recta
ratio, debe servir.
El respeto y acatamiento a la ley moral natural camina
paralelo a la instauración de un orden social justo y a la plenitud de la
libertad humana. Una noción puramente subjetiva del derecho separada de la
referencia a la verdad de la naturaleza humana, cerrada a su dimensión
trascendente, subvierte los principios morales básicos del orden social,
deslegitima en la medida que lo haga al propio derecho positivo ,
y convierte la libertad en imposible al contravenir el orden natural. Así las
democracias liberales actuales, ancladas en la dictadura partitocrática del
Estado liberal de puro derecho positivo, corrompen moralmente por el inherente
deterioro espiritual y la elevación del relativismo ético a punto de referencia
de la propia democracia, acabando con la verdadera libertad y desembocando de
facto en el totalitarismo y la tiranía de los partidos políticos en tanto
pueden decidir sobre lo fundamental e intangible afirmando en funesta utopía
naturalista que el hombre y la sociedad pueden prescindir de la Verdad
revelada, del Derecho natural y de la Moral objetiva; preconizando, en
definitiva, un antiteísmo frontal y formal.
5. La destrucción programada de las bases de la sociedad.
La batalla decisiva.
Los ataques son a los pilares de la sociedad, de la persona
y de la convivencia social: al matrimonio, a la familia, a la sexualidad, a la
cultura, a la religión y a la patria.
5.1. Ataque al Matrimonio.
El matrimonio, unión indisoluble hasta la muerte de un
hombre y una mujer, aceptando como un don los hijos que Dios mande, es la
fórmula insustituible para la familia, célula básica de nuestra sociedad, que
hay que proteger para que se salvaguarde nuestra civilización, y que no puede
ser alterada ni cambiada sin poner en serio peligro todo el entramado social y
moral de la nación.
La buena salud del matrimonio es determinante para el bien
común de los pueblos. A nivel global, aunque a diferentes velocidades,
constatamos una disolución conceptual, la primigenia se produce con la ley
del divorcio, llevándose a su paroxismo con el divorcio express que conduce a
la banalización de la institución del matrimonio, para proseguir su disolución
a base de definiciones y artificios legales, como el abuso de derecho y
referido al cambio de régimen jurídico, de la institución de derecho natural
que es el matrimonio .
Al recoger en un concepto varias realidades legales heterogéneas, lo
desvirtuamos falsificándolo legalmente, lo desvalorizamos, lo convertimos en
etéreo y subjetivo, y corrompemos la propia institución del matrimonio.
Coadyuvante a esta desnaturalización del matrimonio tenemos
la implementación transversal de la ideología de género, sustentada y propagada
desde agencias de la ONU.
5.2. Ataque a la familia.
La unidad de la familia es libre, voluntaria y la raíz de
toda organización social, económica, cultural o política, desde el comienzo de
la historia. La recta familia, fundada por hombre y mujer en el ámbito del
matrimonio y con vocación de permanencia y procreación, es igualmente el
parapeto de la persona frente a la violencia social y el lugar natural donde
los hijos pueden alcanzar su plena madurez humana y espiritual.
El ataque a tumba abierta contra la familia responde a una
oscura estrategia externa programada desde poderosas instancias multilaterales
de cuño masónico en abyecto servilismo al mundialismo, y cuyos objetivos son
coincidentes en la eliminación de la persona y la deconstrucción de la familia,
que en la práctica supone su aniquilación al desvirtuar su misión, función y
fines, y que pasa: a nivel jurídico, por su paulatina desnaturalización y
disgregación mediante la subversiva legislación moral en el campo de la familia
implantando el divorcio, suplantando el favor iuris por la neutralidad
sofística ,
igualando en injusta extensión de derechos la familia a las más variopintas
coyundas, subvirtiendo el principio de subsidiaridad, penando social e
impositivamente las familias numerosas, y legislando permisivamente el
asesinato intrauterino ;
a nivel económico, por la comprensión del hombre y de la familia como
instancias esencialmente económicas que hay que conquistar, de ahí la
cosificación capitalista-utilitarista del hombre, homo faber, hecho para
producir, o homo consumiens, para poseer y consumir bienes
materiales, mercantilizando incluso el propio cuerpo humano, v.gr. con la pura
eugenesia prenatal; a nivel ético, la crisis viene por la prevalencia del
materialismo, la obsesión por el dinero, que hace que se valore más el tener
que la persona, y tiene como resultado el vacío e insatisfacción que produce
concebir la felicidad como posesión y comodidad, el frenesí de la productividad
que absorbe la vida y en realidad convierte los hogares en pensiones, y los
consiguientes desequilibrios afectivos entre los propios esposos y en los
hijos, que sufren la incomunicación y la marginación; a nivel cultural, la hegemonía
del relativismo ético que impregna la cultura actual, que tiene efecto
boomerang tanto en la permisividad educativa de los padres como en la
mentalidad hedonista, la ausencia de espíritu de sacrificio y la incapacidad
para adquirir y mantener compromisos; a nivel educativo, por la deseducación
continua y despersonalizadora transmitida a través de planes de estudio
obligatorios transidos, en clara violación de la patria potestad, de
adoctrinamiento ideológico y aborregamiento colectivo por su anclaje en el
absolutismo laicista y en el naturalismo pedagógico, y por los medios de
comunicación, por medio de los que se insta a los jóvenes a rebelarse contra la
institución familiar, lo que socava el propio hogar familiar.
¿Ustedes creen, por ejemplo, que
las series de televisión son producto de la casualidad? Muy al contrario. Están
perfectamente diseñadas para hacer del personal almas vacías, sin criterio,
eternos adolescentes consentidos. Eso si, todo con buen humor. Los mensajes que
se transmiten van socavando nuestra dignidad, en pro de una manipulación
despreciable. La familia se tiene como una inquisición. Y como me decía un buen
amigo, ¿ustedes han visto alguna vez que en dichas series los chavales
estudien? Ni los verán. Todo queda en francachelas sexuales de todo tipo y
condición.
El fruto de estas políticas conspiradoras, en definitiva el
objetivo conquerido, no es otro que la crisis antropológica de la naturaleza de
la persona desarraigada de su religación metafísica, la destrucción de la familia
y su instrumentalización dentro una sociedad narcotizada racionalista tutelada
por la velada dialéctica del egoísmo ególatra y la atomización.
5.3. Ataque a la sexualidad.
Banalización de la sexualidad con agresivas políticas de
“educación sexual” y “salud reproductiva”, traducido en román paladino como
“sexo sin compromiso”; campañas que degradan y cosifican la persona humana,
desvaloran su dignidad, incrementan en realidad el número de enfermedades de
transmisión sexual, facilitan el acceso a anticonceptivos, la mayoría
abortivos, y encierran el holocausto del aborto, quirúrgico y químico.
El maridaje de la iniciación sexual precoz y promiscua con
la mentalidad anticonceptiva disfrazada de derecho humano embrutece a la
sociedad reduciendo la vida sexual a un placer egoísta socialmente
autodestructivo, e impidiendo a la persona crecer y madurar en el auténtico
amor.
Por la mentada ideología de género, el sexo desligado de su
dimensión personal unitaria pasa a convertirse en un producto cultural siendo
“una realidad biológica indiferente y género una construcción social” .
Contribuye a la degradación de la sexualidad la difusión de
un modelo de vida muy individualista y pragmático en la que el amor
prácticamente reducido a la genitalidad se concibe como un negocio
comerciándose con los afectos. Favorece potencialmente la reducción del sentido
de la sexualidad la epidemia de erotismo inserta en la subcultura dominante que
todo lo invade y difundida por doquier por los grandes conglomerados mediáticos.
La sexualidad debe integrarse en el cuerpo que tiene una
forma esponsal, precisamente para ser dado, para vivir la vocación primordial
de la persona al amor.
5.4. Ataque a la
Cultura.
La cultura, entendida genéricamente por tal las letras y las
ciencias, las artes y la información, constituye expresión de un modo de
acercamiento a Dios, al universo y a la propia realidad del hombre mismo, y a
la vez el termómetro de la vida de un pueblo, de modo que la degradación
cultural camina concomitante con la decadencia moral ,
y a la inversa, alcanzando la riada subversiva a la metamorfosis del orden
socio-político-económico.
La misma obra de arte no es en absoluto aséptica, tiene un
trasfondo, referencia, base y asiento en la cultura dominante. Eso significa que
“toda realización artística tiene, en forma implícita o explícita, una
concepción filosófica o antifilosófica, religiosa o antirreligiosa, o
combinaciones de ambos extremos” .
La dictadura cultural existente tiene diversas caras, pero
hay algunos denominadores comunes conexos: la masificación de la vulgaridad,
la creación de una nueva cultura intramundana condicionante de la política ,
la decadencia de los lenguajes artísticos que naufragan en la ininteligibilidad
de la subjetividad de lo privado y muchas veces con pretensiones de gnosis
iniciática, y la soberbia pretensión de forjar una cosmogonía. Esta cultura
desligada del cultivo de la interioridad apaga la vida interior de la persona,
de forma que sutilmente limita su libertad por su desvinculación con la verdad,
y siempre masificándola por someter a la razón a la preeminencia de los
instintos inferiores.
Nos encontramos insertos en una tendencia a la globalización
cultural, imponiendo el imperio de la homogeneización cultural y de la
uniformidad identitaria conducente al mismo estilo de vida y al mismo modo de
pensar, diluyendo las identidades nacionales e insertando a la persona en
artificiales y voluntariosas superestructuras político-económicas globales,
siempre funcional a la estrategia gramsciana y satélite de la aldea global, con
la persona desarraigada y desprovista de un sentido de la vida trascendente que
responda al hombre completo, no unidimensional.
La cultura consumista ofertada acaba por aniquilarse en su
propio vacío, pero mientras tanto esas corrientes culturales subversivas, que
mayormente crean, sostienen y difunden una cultura de masas que soslaya
reiteradamente los aspectos morales y espirituales de la vida humana, utilizan
la propia cultura para desintegrar la cultura de los maiores y como arma
contra la educación y la familia .
En la línea de la penetración constructivista del gramscismo cultural su
finalidad pasa por la sistemática destrucción del orden objetivo del ser
ocultando la dignidad espiritual del ser humano y su transmutación en una
sociedad mecanicista y maquinal.
Si analizamos el arte, como paradigma de la cultura, vemos
que los modelos pasados ligados a normas y a referencias sólidas para el
horizonte del arte quedan arrumbados. Para el hombre postmoderno nada hay
perenne en el mundo ni nuclear en el arte. Comprendemos entonces que el arte no
es un compartimiento estanco que pueda analizarse separadamente de la historia,
y que la evolución del arte como modo de interacción del hombre con lo
circundante discurre paralelo a la evolución existencial del individuo. Así
explicamos que “hasta el advenimiento de la edad moderna, el arte y los
artistas siempre estuvieron imbuidos de una misión cuasi religiosa a la vez que
moral y social, y el arte vivía en armonía con el orden espiritual y social” .
La modernidad trajo la crisis del hombre y el arte, privado de toda función
salvo la estética, ya “no surge de la virtud moral; no se pretende que salve
almas” .
Ahora el yo, en la soledad de un radical individualismo, es concebido como
principio y como fin, pasando también a transmutarse el arte por el
desmoronamiento de la realidad común como relación individual, y primero con el
yo, de ahí que “la mística del arte moderno ha consistido siempre en que (…) no
es un arte comprensible, salvo para una pequeña élite” .
Un yo deshumanizado aprisionado en los límites del humanismo inmanentista se
muestra confundido e incapaz de traspasar la barrera en que se halla sumido el
arte moderno olvidándose “de algo importantísimo dentro de la función artística
de todos los tiempos: salvar al hombre por elevación” .
En el ideologizado arte actual el individuo carente de imperativos morales
objetivos, carece igualmente de esa visión de participación en una realidad
trascendente y de con-creación redentora por los acaecimientos meramente
humanos, el arte por ejemplo. Es el propio individuo en su finitud arrogante el
que busca fervientemente la autodeificación, de ahí el constante abrazo de las
vanguardias artísticas –v.gr. Modrian, Kandinsky o Malevich, o Julio Cortázar
en literatura- a la gnosis, fundamentalmente teosófica, enclavada en Madame
Blavatsky y en la filosofía ocultista de Ouspenski, en un intento de alcanzar
por desvelamiento perfectivo en el yo la tradición primordial. El arte vanguardista
es reflejo de su propia ruptura interior, de la índole solipsista que lo
caracteriza y de la desazón vital, pareciendo que fuera arrastrado en una
permanente revolución cósmica “cada vez más deprisa, a su pesar, hacia ese
punto de ruptura como hacia una catarata sin fondo” .
Además de propugnar las delicuescentes vanguardias, -desde
la carencia “de teorías consistentes sobre el conocimiento, o sobre la
semántica, o sobre las condiciones que hacen viable la comunicación por medio
de la palabra” -,
la “muerte de su pasado, así como la toma de consciencia del papel decisivo del
arte en el advenimiento de una nueva sociedad, de una nueva civilización” ,
pretende dentro del absurdo que la caracteriza y en su radical individualismo,
que juntamente con “el antitradicionalismo son una misma fuerza psicológica” ,
la multiplicidad para la conciencia
penetrada de un querer divinizarse inmortalizándose, dando entrada así tanto al
degenerado narcisismo estético representado por la performance, como al
voluntarismo nihilista de el arte por el arte con objetivo
revolucionario, transgresor y transido de escepticismo. Pero el arte es siempre
reflejo del amor humano, y el amor se encuentra relacionado estrechamente con
el bien y la Verdad.
5.5. Ataque a la religión.
Tras la progresiva exaltación antropocéntrica caracterizada
en el ámbito religioso tanto por la reivindicación de una radical libertad
autonomía sin asumir la existencia de un orden de heteronomía y en connivencia
con la soberbia intelectual del estrecho cientificismo y del feroz
individualismo racionalista, como por el nomadismo y la subjetividad
espiritual, y siempre presentando
la religión de modo aceptable
para el hombre moderno, [que] parece equivaler en la práctica a prescindir poco
a poco de Dios, sustituyéndole por el hombre, hasta llegar a afirmar, como de
hecho algunos hacen, que `la esencia de la religión es el servicio del
hombre´”;
entramos en una nueva era religiosa donde manteniéndose el
primado de la subjetividad nos retrotraemos a una era paleolítica de
divinización del cosmos entrelazada con el deseo y búsqueda de dominio y
posesión del mundo y de las fuerzas de la naturaleza. Una religión neopagana
civil y uniformizada, tiránica y totalizadora, sin dogma y sin moral, impuesta
desde una tecnocracia global dirigida por los organismos multilaterales de la
ONU. Esta nueva espiritualidad cósmica y arcaica
con arquetipo en la filosofía panteísta de la Carta de la Tierra y la
filantropía universal, vinculada directamente con el New Age, es más sinuosa,
peligrosa y siniestra que las tres ideologías triunfantes en nuestra
postmodernidad nihilista, el ateísmo marxista en el campo del pensamiento, el
relativismo ético-cultural y el consumismo capitalista en lo económico, por
cuanto disuelve plenamente el orden natural y destruye el orden objetivo del
ser.
El presente laicismo integral de impronta y cuño masónico
concuerda en fines con la Nueva Era, además de contribuir a su implantación,
por cuanto en la práctica propugna un hombre autosuficiente y poderoso,
olvidándose de que es criatura radicalmente dependiente de Dios.
5.6. Ataque a la Patria.
La desintegración física, moral y espiritual de las Patrias
es algo perfectamente planificado, estudiado al detalle y ejecutado con
maestría. Sus fautores no actúan inocentemente, tienen la perfidia como norma
de conducta.
Todos los ataques anteriores se encuentran entreverados y
convergen en el ataque a la Patria y a la Religión. Tanto la unidad del
matrimonio como la familia sólidamente constituida son expresión, y se
encuentran en proporción directa, de la fortaleza y pujanza estatal. Y sensu
contrario, la degradación personal va pareja a la degradación familiar y
ésta en correlación al aumento de insania social, pues la unidad y armonía
familiar, además de ser la escuela adecuada de desarrollo de virtudes naturales
y sobrenaturales, y de su necesario efecto cauterizador, tiene resonancias
saludables en los planos personal, familiar y social. La Fe Católica no sólo es
expresión y reflejo del ser y sentir nacional, sino esencialmente configuradora
de la esencia, misión y destino de España y la Hispanidad, que perpetúa la
Cristiandad política, con respecto al mundo y que pasa por la defensa,
conservación y propagación de la Fe Católica.
De ahí que la defensa de la Fe
Católica y la restauración de la Patria en Cristo sea la forma más pura y plena
de servir a la Patria. La impiedad masónica, por el contrario, es causa de
indiferencia, desprecio y deslealtad a la Patria.
La destrucción de la memoria es nuclear en esta guerra
abierta contra la esencia de los pueblos. Blanco de este ataque son los
principios genesíacos civilizadores en exigencia permanente en la verdadera
expansión imperial de un orden de valores superiores, las gestas heroicas, y la
desvinculación moral y espiritual de toda realización política; en definitiva,
la tradición cristiana como la savia nutricia que ha configurado mayormente a
lo largo de los siglos el ser nacional de España, de parte de Europa, y de
Hispanoamérica.
La instauración del Gobierno Mundial sigue un plan
perfectamente elaborado cuyas etapas son: paulatina desintegración de las
naciones sustituidas por una superestructura jurídico-política netamente
administrativa y ajena a ideales trascendentes configuradores y vertebradores
de una misión y un destino capaz de elevar almas, y levantar personas aunando
esfuerzos comunes en pro de su consecución; lenta pero progresiva desaparición
de los ejércitos nacionales, por castración de las virtudes castrenses, de los
valores patrios, por reducción drástica de capacidad operativa, y por su
inserción en un supraejército mundial al servicio de intereses globalistas;
debilitación extrema, de facto eliminación de la vida social, del cristianismo
por constante inoculación del liberalismo descristianizando las naciones y
orillando o pervirtiendo en todo momento a nivel religioso y educativo las
ideas básicas de Dios, Patria y Justicia; y finalmente cesión de todos los
poderes soberanos de las naciones a los grandes organismos supranacionales: ONU,
FMI, UNESCO, UE … para dar el salto al Gobierno Único Mundial.
Del olvido que llevamos sobre nuestros hombros el
fideicomiso de los santos, mártires y héroes que murieron por Dios y por la
Patria en causa justa, de la deliberada omisión de la Tradición, la Fe y la
memoria edificante del combate de los mejores, de la pérdida de los valores
cristianos, surge la hecatombe, la destrucción del matrimonio, de la familia y
de toda la sociedad con el divorcio, el aborto, las leyes contra-natura y la
perversión cultural y educativa que conduce a la anomia social, la atonía
civil, al crecimiento de los factores de insolidaridad en el orden social
y al general agostamiento de la caridad.
6. La universalización de la democracia liberal como
preludio del Anticristo.
Lo sostiene nada menos que Castellani, Doctor Sacro
Universal, cun licentia ubique docendi, que escribe que la democracia
liberal es una herejía que posiblemente preludie el anticristo.
El democratismo liberal, en el
cual somos nacidos, uno puede considerarlo como una herejía, pero también por
suerte como un carnaval o payasada: con eso uno se libra de llorar demasiado,
aunque tampoco le es lícito reír mucho. Ahora está entre nosotros en su
desarrollo último, y una especie de gozo maligno es la tentación del pensador,
que ve cumplirse todas sus predicciones, y desenvolverse por orden casi
automático todos los preanuncios de los profetas y sabios antiguos que,
empezando por Aristóteles, lo vieron venir y lo miraron acabar … como está
acabando entre nosotros. De suyo debería morir, si la humanidad debe seguir
viviendo; pero no se excluye la posibilidad que siga existiendo y aun se
refuerce nefastamente, si es que la humanidad debiera morir pronto, conforme el
dogma cristiano. Más eso no será sino respaldado por una religión, sacado a la
luz el fermento religioso que encierra en sí, y que lo hace estrictamente una
herejía cristiana: la última herejía quizás, preñada del Anticristo.
El férreo ensamblaje del liberalismo partitocrático con la
masonería y su ligazón con el Anticristo aparece también en textos
magisteriales de primer orden.
Todo argentino, pero
principalmente la juventud, debe saber que Catolicismo y Masonería son
términos que se contradicen y excluyen absolutamente, como el Cristo y el
Anticristo. Y también debe saber que el liberalismo o laicismo, en todas sus
formas, constituyen la expresión ideológica propia de la masonería.
Poco importa que muchos liberales
no sean masones; hay instrumentos lúcidos e instrumentos ciegos. Lo
importante es que unos y otros colaboran objetivamente en la destrucción
de la Iglesia de Cristo y del orden católico de la República.
El sistema político actual en que todo se decide por
mayoría, sin dejar nada al amparo de los juicios de esta, por otra parte tan
manipulable, nos lleva, consciente o inconscientemente, a pensar que la razón y
el futuro están del lado de la mayoría. Y puede que en algún caso sea así, pero
no necesariamente: la única vez que Cristo fue presentado a unas elecciones
democráticas las perdió. “¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús
al que llaman Cristo?” Y la mayoría abrumadora pidió el indulto de Barrabás y
la condena a muerte de Jesús. Ni la razón ni el futuro estaban del lado de la
mayoría.
Los errores del liberalismo político tienen su génesis en
dos negaciones supremas conducentes ambas a la negación de la verdad y de la
índole propia de la libertad verdadera: “una relativa a Dios, y otra, relativa
al hombre” :
el deísmo y el naturalismo roussouniano. Bajo la férula de los subversivos
principios liberales globalmente impuestos caminamos al Estado homogéneo
universal destructor de las tradiciones y los cuerpos orgánicos sociales,
consolidando los avances de la revolución.
Uno de los rasgos de de la presente guerra revolucionaria
desencadenada a nivel mundial contra las patrias para erigir un supragobierno
mundial masónico es la renuncia, el menosprecio a la ocupación del
terreno físico, procurándose la ocupación mediante la corrupción ideológica y
moral y la propaganda psicológica refinada de los dirigentes enemigos,
lográndose así la inoperancia efectiva por deserción de deberes o corrupción.
Frente a la minoría irreductible, un tanto por cierto minoritario de mentes que
no dejan colonizar, la táctica es directa: terrorismo y chantaje.
Paso obligado para el cumplimiento de este sueño del
gobierno mundial es la globalización, ergo la unificación a escala mundial de
la economía, las finanzas, la política y la cultura; globalización que responde
a un proceso de colonización ideológico en su vertiente liberal, y cuyos
fautores visibles principales son la ONU y el G7. Los denominados
alter-globalizadores de inspiración troskista y apátridas por esencia,
convergen en la necesidad de la globalización aunque discrepan de su giro
neoliberal. Pero en el fondo el resultado es el mismo y pasa por la supresión
de las patrias, arruinando su concepto y desligándolo de la religión, la
supresión de los ejércitos, y la supresión de las creencias, en particular el
cristianismo, que no quiere decir adscripción a lo ateo, sino la sustitución de
la creencia objetiva configuradora en lo íntimo y social de la persona por un
vago evolucionismo cósmico y subjetivo, confesional de la tradición primordial.
Así este supergobierno mundial postula continuamente e impone la democracia
liberal como modelo de bien supremo, el relativismo ético inseparable a la
democracia liberal como axioma indiscutible y verdad paradigmática, y el
hedonismo como correlato vital del escepticismo sistemático y esquizoide, en
gran medida derivado del relativismo ético, y de la ausencia de valores
superiores dignos por sí mismos de ser buscados.
La soberanía parlamentaria, afirmada y sustentada en el
imperio democrático de la ley, instituye y constituye el más grande de los
totalitarismos que jamás haya existido en la historia. La democracia liberal
partitocrática se ha mostrado como el instrumento más eficaz para corromper la
sociedad, paganizar los pueblos, deshumanizar y destruir la persona humana, y
aniquilar la civilización cristiana.
Vivimos un terrorismo democrático sustentado en el montaje
de supuesto pluralismo, libertad, legalidad y derechos humanos. Este
totalitarismo iluminista fundado en un laicismo radical crea a través de sus
instrumentos operativos, medios de comunicación social, educación y positivismo
jurídico en el derecho, una sosegada tiranía consensuada, y que para más inri,
ignorante de su lacaya servidumbre se mantiene con el aplauso de las almas
sibilinamente persuadidas y convencidas, no soliviantadas. Como en “La guerra
de las galaxias”: Así termina la libertad, con una sonora ovación.
La dictadura mundial liberal auspiciada por los poderes
fácticos visibles globalizadores, y por poderes ocultos, crea a una sociedad
desestructurada, laica y nihilista, conforme sus intereses hegemónicos y de
uniformidad social, mientras el vulgo mayoritario, necio por su propia
definición e incapacitado para percibir su propia situación, se muestra
convencido de alcanzar el paraíso de la plena libertad en la espléndida
democracia. Pero ni el Evangelio, ni la Tradición, ni los Romanos Pontífices ponen su esperanza en la extensión universal de la democracia liberal a todas las
naciones, sino en la restauración de éstas en Nuestro Señor Jesucristo .
Y la realidad de la democracia liberal, en definitiva de expulsar a Dios de la
vida pública y del ámbito privado, la muestra Joseph Ratzinger: “una sociedad
en la que Dios está absolutamente ausente se autodestruye” .
Marchamos así al suicidio lento, silencioso, progresivo e inexorable de nuestra
civilización.
·- ·-· -······-·
José Martín Brocos Fernández
Congreso Nacional Jóvenes Provida
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