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Nuestra frialdad nacional por Gonzalo Rojas Sánchez ¿Y los ideales? Tan fríos como el clima,
reducidos a gráficos de producción, a metas de
desarrollo social, a porcentajes de superación de
la pobreza, a montos de inversión, a cuotas de
participación. A ver quién se entusiasma con eso
y se lanza a las grandes aventuras del corazón
humano. |
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| ¡Qué tremendo frío! La expresión debe
haberse repetido unos 70 millones de veces en las
últimas 48 horas, es decir, a razón de 3
protestas diarias por cada chileno parlante.
Ya se sabe: suele criticarse en voz alta
lo que cada uno intuye íntimamente como un
defecto propio. Así, como por un conjuro, cree el
quejumbroso que puede evitar toda mirada, ajena o
propia, sobre sí mismo, sobre su personal modo de
ser; y nos inventamos el subterfugio: lógico, la
culpa de nuestra frialdad nacional la tiene el
clima (como si después, entre septiembre y mayo,
no alardeáramos de poseer uno de los más
templados del mundo).
No, eso es puro engaño: la auténtica
culpa del gélido carácter chileno es de cada uno
de sus cultores, de todos los hijos de esta
Matria generosa en temperaturas y soles, pero muy
mal correspondida por las apatías, indiferencias
y frialdades de sus hijos. Chile: país de mucho
corazón, pero cubierto con una caparazón con la
que se logra ocultar o disimular su presencia.
La amistad tiene que ser respetuosa, se
dice. O sea, cuando debo contar algo realmente
grave, me lo callo; o sea, cuando debo meterme a
fondo en la quebrantada vida del amigo, me
reservo. Amistad de pacotilla, la chilensis.
La familia debe entregar a cada persona
sus legítimos espacios, se argumenta. O sea,
cuando el egoísmo lleva a uno de sus miembros a
fondearse en su pieza bajo llave y en régimen de
full equipo, hay que respetarle sus momentos.
Familia de simples espacios superpuestos, la
nacional, formal y fría.
En el trabajo, la norma es o rindes o te
vas; y si te vas por iniciativa tuya, llévate
toda la información que puedas, se predica y
aconseja. O sea, nada de cultivar cordiales
relaciones que puedan afectar la capacidad de
tomar decisiones frías a partir de la estricta
conveniencia para la empresa o para los propios
intereses personales. Nada de encariñarse con la
pega ni con la gente, ¿ya?
En la universidad, profesores que desean
ser matapasiones, porque esa imagen grave otorga
aura de prenobel; y alumnos que carecen desde la
enseñanza media de toda pasión intelectual,
encaramados en la fría correa transportadora
hacia el éxito profesional. Relación docente
mecánica y distante, encantadoramente fría.
El liderazgo, a cargo de expertos en
proferir largas y gélidas latas, o en manos de
profesionales de la más indiferente demagogia,
verborrea que destruye las inteligencias y que
anima a los corazones sólo para provocar en ellos
hirientes sarcasmos o violentos rechazos. Casi
nada del auténtico carisma, cordial, vital,
caluroso, encendido.
¿Y los ideales? Tan fríos como el clima,
reducidos a gráficos de producción, a metas de
desarrollo social, a porcentajes de superación de
la pobreza, a montos de inversión, a cuotas de
participación. A ver quién se entusiasma con eso
y se lanza a las grandes aventuras del corazón
humano.
¿Mística, cordialidad, calurosa
vitalidad? Escasas en un país frío, frío, como
el agua del río.
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Congreso Nacional Jóvenes Provida
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