Arbil cede
expresamente el permiso de reproducción bajo
premisas de buena fe y buen fin |
Para
volver a la Revista Arbil nº 114
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 114 |
Elogio de la afectividad (5): El ambiguo valor de las emociones
por
Tomás Melendo y Antonio Porras
Se establecen una suerte de criterios, que nos permitan distinguir cuándo y con qué condiciones la afectividad sirve de apoyo al desarrollo personal y cuándo, por el contrario, constituye más bien un freno para lograr tal plenitud y la consiguiente dicha.
|
I. A modo de conclusión
provisional
Introducción
Quizás nada como estas
palabras de Ricardo Yepes para resumir lo expuesto hasta ahora y preparar el
balance anunciado:
Los sentimientos son
importantes, y muy humanos, porque intensifican las tendencias. El peligro que tenemos respecto de ellos
es más bien un exceso en esta valoración positiva, el cual conduce a
otorgarles la dirección de la conducta, tomarlos como criterio para la
acción y buscarlos como fines en sí mismos: esto se llama sentimentalismo,
y es hoy corrientísimo, sobre todo en lo referente al amor [1] .
Como podemos ver,
encontramos en este juicio:
1. Una afirmación
sin reservas de la enorme importancia de la vida afectiva.
2. Una exposición sencilla y somera del
papel de los sentimientos: aumentar la eficacia de las tendencias que nos
conducen a obtener nuestro fin como personas.
3. Una denuncia del riesgo que corremos hoy
día… que es justo el que anunciamos en los primeros pasos de este estudio.
Sentimentalismo
Tal vez recuerde el lector
que las páginas inaugurales de este conjunto de escritos insinuaban que la
hipertrofia o aprecio desmesurado de las emociones se veían agravados por el
hecho de que bastantes profesionales del obrar humano —psiquiatras, psicólogos,
filósofos, pedagogos, educadores…— conceden carta de ciudadanía y refrendo científico
a este modo de encarar la propia existencia, presidida de manera casi absoluta
por los sentimientos.
1. Así ocurre en cuestiones globales y de
notable envergadura, como la desmesurada importancia que se otorga a una mal
entendida autoestima, a un equivocado sentimiento de la propia valía, con sus
ventajas… y con las confusiones y peligros que hemos estudiado en otros lugares [2] .
2. En la búsqueda del placer y, más todavía,
en la huida a toda costa del dolor y sufrimiento.
Es este, en la civilización
que nos acoge, uno de las caracteres más patentes y, a la par, más demoledor,
pues paradójicamente consigue el efecto contrario al que persigue: un aumento
del malestar, de visitas al psicólogo y al psiquiatra, etcétera.
Podemos considerarlo en
tres pasos.
2.1. De manera aún genérica, sostiene Frankl:
… el placer no puede ser
“intentado”, es decir, ser objeto de un intento, sino que ha de
resultar, venir espontáneamente sin ser perseguido directamente, quiero decir,
ha de derivarse en el sentido de una consecuencia. Porque cuanto más uno se
esfuerza en buscar el placer, tanto más se aleja del mismo. El placer elevado a
principio, y mantenido consecuentemente como tal, fracasa en sí mismo, porque
a sí mismo se cierra el camino. Cuanto más ansiosamente buscamos algo, tanto
más dificultamos el conseguirlo. Y si antes decíamos que la angustia realiza
aquello mismo que teme, ahora podemos decir que el deseo vivido con excesiva
intensidad ahoga aquello mismo que tanto anhela [3] .
2.2. De forma más concreta y aplicada a
nuestros días, lo explica Edith Weisskopf-Joelson, profesora de Psicología en
la Universidad de Georgia:
nuestra actual filosofía de la higiene
mental enfatiza la idea de que las personas deberían ser felices, por ello la
infelicidad resultaría un síntoma de desajuste. Este sistema de valores puede
ser responsable, ante la realidad de la infelicidad inevitable, del incremento
del sentimiento de desdicha por el hecho de no ser plenamente feliz [4] .
2.3. Y yendo ya hasta el mismo núcleo de la
cuestión, sostiene Bruckner:
… el hombre de hoy en día
sufre también por no querer sufrir, igual que podemos enfermar a fuerza de
buscar la salud perfecta. Por otra parte, nuestra época cuenta una extraña
fábula: la de una sociedad entregada al hedonismo a la que todo le produce irritación
y le parece un suplicio. La desdicha no solo es la desdicha, es algo peor: el
fracaso de la felicidad [5] .
3. El desmesurado predominio de los
sentimientos se manifiesta asimismo en la relevancia que ha adquirido el
concepto de calidad de vida, también falsamente interpretado —con
distintos matices— como mero bienestar físico-psíquico, o incluso simplemente
físico… pensando que este es la raíz del equilibrio psíquico y espiritual.
¿Resultados? Entre muchos
otros, «tabaco-fobia» desproporcionada, obsesión auténtica, y a veces letal,
por una dieta sana, por mantenerse en forma… origen incluso de enfermedades,
como la anorexia o la bulimia, la vigorexia y bastantes más.
4. Dentro de la familia, ámbito principal de
la forja de caracteres, semejante huida del dolor vicia a veces el proceso
educativo.
Los padres, por motivos no
siempre conscientes, a menudo inconfesables y nunca atinados, se plantean como
objetivo supremo el evitar contrariedades y sufrimientos a sus hijos,
adelantándose a sus caprichos y satisfaciendo todo lo que les demandan: el resultado
suelen ser jóvenes carentes del vigor e imperio sobre sí mismos, incapaces de
resistir más tarde a las solicitaciones del ambiente y soportar el más leve
contratiempo.
Y es que, según explica
Pithod,
… el alternarse de las
experiencias placenteras y desagradables es […] un factor de importancia
primaria en el desarrollo de la vida afectiva (y aun del pensamiento y de la
acción). Spitz afirma que el disgusto constituye para la maduración una
experiencia tan importante como la del placer y condena los criterios de
educación del niño inspirados en la absoluta gratificación, incluso en el
primer año de vida [6] .
5. Una última manifestación de este desorden
es la costumbre de establecer la valía de una persona en función exclusiva de
sus buenos sentimientos.
Y así, se oyen a menudo
frases del estilo: «mi hijo (o mi nieto… o mi sobrino) es buenísimo; lo que
ocurre es que no estudia».
Ante lo que a menudo se
experimenta una fuerte inclinación a corregir: «lo siento, señora (o señor,
tanto da), pero si su hijo no cumple con una de sus principales obligaciones,
la de estudiar, será bondadoso o bonachón o buenecito ¡o como prefiera
llamarlo!; pero, desde luego, nunca podrá convencerme de que es “bueno”, si
esta afirmación pretende tener algún sentido serio» [7] .
6. El peligro que todo lo anterior lleva
consigo resulta patente en estas nuevas palabras de Yepes:
La conducta no mediada por
la reflexión y la voluntad, es decir, la conducta apoyada únicamente en los
sentimientos, el sentimentalismo, produce insatisfacción con uno mismo y
baja autoestima: adoptar como criterio para una determinada conducta la presencia
o ausencia de sentimientos que la justifican genera una vida dependiente de
los estados de ánimo, que son cíclicos y terriblemente cambiantes: las
euforias y los desánimos se van entonces sucediendo, sobre todo en los
caracteres más sentimentales, ya la conducta no responde a un criterio
racional, sino a cómo nos sintamos. El ejemplo más claro son “las ganas”
(de estudiar, de trabajar, de discutir, de dar explicaciones, etc.). Las
ganas como criterio de conducta no conducen a la excelencia… [8]
II. Sobre
sentimentalismos, subjetivismos y egoísmos
La inmersión en el yo
Para hacer frente a la
situación descrita, en lo que tiene de mejorable, y para sacar todo el partido
posible a sus aspectos de más valor, debemos intentar conocer sus causas más
íntimas.
Existen unas afirmaciones
de von Hildebrand que nos sitúan tras la pista correcta. Él las atribuye a
ciertos «enfermos de sentimentalismo», pero tal vez describan el tono general
de nuestra época… enferma precisamente de sentimentalismo.
Von Hildebrand explica que
existen dos modos fundamentales de vivir mal la afectividad. Y añade que,
frente a lo que en sus tiempos solía calificarse como histeria y hoy
normalmente como neurosis, que es el primero de ellos,
… otro tipo de falta de
autenticidad afectiva está causado por una profunda inmersión en uno mismo.
Este tipo no es retórico, no es dado a frases ampulosas y no se deleita en la
declamación y en la gesticulación de respuestas afectivas, pero disfruta del
sentimiento en cuanto tal. El rasgo específico de esta falta de autenticidad
estriba en que, en lugar de centrarse en el bien que nos afecta o que origina
una respuesta afectiva, la persona se centra en su propio sentimiento. El
contenido de la experiencia se desplaza de su objeto al sentimiento ocasionado
por el objeto. El objeto asume así el papel de un medio cuya función es
proporcionarnos cierto tipo de sentimiento. Un típico ejemplo de esa falta de
autenticidad introvertida lo constituye la persona sentimental que goza
conmoviéndose hasta las lágrimas como medio de procurarse un sentimiento
placentero. Mientras que “conmoverse”, en su sentido genuino, implica
“concentrarse” (being focused) en el objeto, en la persona sentimental
[sentimentaloide, diría yo] el objeto queda reducido a la función de un puro
medio que sirve para originar la propia emoción. Lo que debería ser algo que
nos afecta intencionalmente, queda así degradado a un puro estado emocional
originado o activado por un objeto [9] .
Formularemos, entonces, no
sin cierta prevención, la pregunta clave: ¿qué característica del mundo
contemporáneo deja una huella más profunda en el modo de (mal)-entender y
(mal)-vivir la afectividad?
Dicho en pocas y muy graves
y un tanto ofensivas palabras, aunque sin afán de molestar a nadie, lo que hay
es un predominio exacerbado del yo, una especie de egocentrismo (y egolatría
y, a veces, egoísmo) disparatado y universal, que contraría a lo más elevado
del ser humano —que, por su condición de persona, se encuentra llamado a amar a
los demás y entregarse a ellos— y llega a producir, por eso, incluso enfermedades
mentales severas.
El testimonio de la
medicina
No extraña, entonces, que
la escuela de psiquiatría varias veces mencionada —la logoterapia, fundada y
dirigida durante años por Viktor Frankl— haya acentuado, con notable
insistencia, la necesidad de poner remedio a este desenfoque: la conveniencia
absoluta de recuperar la grandeza de nuestra condición de personas, es
decir, de apartar la mirada y la atención del propio ego para dirigirlas
hacia el entorno y, muy en particular, hacia las personas que nos rodean.
Por la enorme relevancia
existencial del problema, se aducen algunos ejemplos textuales, entre
muchísimos posibles, respecto a la actitud adecuada a la persona humana, para
desarrollarse como tal e incluso para no enfermar psíquicamente:
1 . Del propio Frankl:
La segunda capacidad
humana, la de la auto-trascendencia, denota el hecho de que el ser humano
siempre apunta y se dirige a algo o alguien distinto de sí mismo —para realizar
un sentido o para lograr un encuentro amoroso en su relación con otros seres
humanos—. Solo en la medida en que vivimos expansivamente nuestra
autotrascendencia, nos convertimos realmente en seres humanos y nos realizamos
a nosotros mismos.
Esto siempre me hace
recordar el hecho de la capacidad del ojo de percibir visualmente el mundo que
le rodea, la que irónicamente es consectaria de su incapacidad para percibirse
a sí mismo. Cada vez que el ojo ve algo de sí mismo, su función está
perturbada. Si yo estoy afectado por una catarata, veo una nube —mi ojo ve su
propia catarata—. O si estoy afectado por un glaucoma, veo un halo como el arco
iris alrededor de las luces, es como si mi ojo percibiera la tensión ocular
aumentada producida por el glaucoma. El ojo que funciona normalmente no se ve a
sí mismo, no se percibe a sí mismo.
Análogamente, nosotros
somos humanos en la medida que somos capaces de no vernos, de no notarnos y de
olvidarnos de nosotros mismos dándonos a una causa para servir, o a otra
persona para amar. Sumergiéndonos en el trabajo o en el amor, nos estamos trascendiendo,
y por tanto nos estamos realizando a nosotros mismos [10] .
2 . De nuevo de Frankl:
En el Diario de un cura
rural, de Bernanos, hay una bella frase que dice: “Odiarse es más fácil de
lo que parece; la merced auténtica consiste en olvidarse de sí”.
Si se nos permite modificar
esta afirmación, podremos decir algo que tantas personas neuróticas no son lo
suficientemente capaces de recordar: mucha más importante que despreciarse en
demasía o considerarse en exceso sería olvidarse completamente de uno mismo, es
decir, no pensar nunca más en sí mismo y en todas las circunstancias interiores,
sino estar interiormente entregado a una tarea concreta cuya realización se
encuentra personalmente reservada y restringida a cada uno.
No nos liberamos de nuestras
dificultades personales examinándonos a nosotros mismos ni mirándonos al
espejo, sino renunciando a nosotros mismos a través de la entrega a una cosa
merecedora de tal obra [11] .
3 . De E. Lukas, probablemente quien
mejor ha entendido, proseguido… y tal vez superado a Frankl:
La persona que encuentra un
sentido en la vida —sea esta agradable o desagradable— no se interesa por los
efectos aparentes de un entusiasmo artificial creado por el alcohol o las
drogas o de un apaciguamiento postizo salido de una caja de pastillas. Lo que
le interesa a esta persona no es otra cosa que lo real, los valores reales, las
pérdidas reales, el mundo transpsíquico y no las frustraciones intrapsíquicas
que, dicen, hay que quitarse de encima lo antes posible [12] .
4 . Y otra vez Lukas, pero citando a su
maestro:
Por tanto, todo desarrollo
sano de la identidad requiere un “salto” del auto-olvido embriagador al
auto-olvido natural y abnegado. Pero ¿qué aporta este salto? La respuesta,
como suele suceder en la vida, es relativamente sencilla: aporta el conocimiento
de que la realidad es más importante que su aceptación por parte de nuestros
sentimientos; que esta realidad sigue existiendo incluso cuando huimos de ella
para refugiarnos en otro sitio; que se trata de la realidad que nos rodea
porque ella es el material del impulso creativo que nos mueve desde tiempos
inmemoriales; y que no podemos escabullirnos de intervenir constructivamente en
la realidad, por bueno o malo que sea nuestro estado de ánimo en cada momento.
Quizá sea un discurso duro,
pero esconde una sabiduría que Viktor E. Frankl reflejó, por ejemplo, en estos
dos breves fragmentos.
No cabe duda de que, al
fin y al cabo, siempre es mejor experimentar un malestar y que los médicos nos
aseguren que no hay nada fisiológico detrás. Siempre será mejor que el caso
contrario, es decir, no notar nada y, sin embargo, arrastrar una lenta
enfermedad latente […].
Paciente: Todo me parece
vacío, sin sentido.
Frankl: ¿Qué es lo que
cuenta para usted, la manera como le parecen las cosas, o sea, vacías o llenas…
o más bien lo que cuenta para usted es que todo sea importante?
La argumentación de Frankl
es obvia. Por supuesto, siempre es mejor no estar enfermo aunque uno se sienta
enfermo (como les sucede a los hipocondríacos) que estar enfermo y no notarlo
(de momento). Siguiendo la misma lógica irrefutable, también es mejor acometer
algo con sentido y sentirse (de momento) miserable (como en el “salto al
auto-olvido natural y abnegado”) que hacer algo carente de sentido y sentirse
de maravilla (por ejemplo, al consumir drogas). Por tanto, el mensaje que una
ayuda eficiente para adictos deberá transmitir es el siguiente: el ser tiene
preferencia sobre cualquier ilusión emocional.
Y, simultáneamente, de
manera inadvertida y espontánea, se producirá el milagro de la obtención de
identidad… [13]
III. Emotividad fecunda
y emotividad desbocada
El subjetivismo engendra
sentimentalismo
Todo lo anterior se
encuentra resumido en esta breve sentencia de Max Scheler, que compendia en
pocas palabras lo que constituye la sublime dignidad de la persona:
Solamente quien quiere
perderse a sí mismo en una cosa [en una tarea, en otra persona, diríamos mejor]
puede lograrse auténticamente a sí mismo [14] .
Palabras decisivas, que
iluminan el tema que nos ocupa —la afectividad y su crecimiento incontrolado—,
con solo advertir que la prioridad absoluta y desaforada concedida al yo
provoca los siguientes efectos:
1. Exacerba la proliferación de
sentimientos, que se multiplican sin fin y se transforman en el centro de
nuestra atención.
2. Incrementa de forma desmesurada la
importancia que se les concede.
3. Y desemboca de manera casi inevitable en
sentimentalismo o sensiblería, con todas las connotaciones que ello lleva
consigo.
Es lo que explica, con
fundamento en largas horas de trato con los enfermos mentales, Cardona
Pescador:
Cuando el hombre se
obsesiona —y hoy es muy frecuente este tipo de obsesión— por hacerse “autónomo”,
desligado de toda vinculación o dependencia que considera “alienante”, pierde
su conexión con la verdad objetiva, y la consecuencia de esta actitud, es la
angustia de sentirse inmerso en un mundo vacío de valores. Ese hombre,
desconectado de la realidad, no hace más que buscar continuamente algo
estable, un valor perdurable, escoge como único criterio sus sensaciones
subjetivas y las absolutiza. El enquistamiento en su propio “yo” le conduce a
no saber salir de sí mismo, absolutiza su propio vivir, busca lo agradable y
elude todo lo desagradable. Así el principio del placer es elevado a la
categoría de principio supremo.
El egocentrismo absolutiza
su propio yo y, en vez de tomar el lugar que le corresponde en el sistema
universal de relaciones, se hace a sí mismo centro del mundo y tiende fatalmente
a construir una jerarquía de valores dictada por sus sensaciones inmanentes.
Así como el sentido de la vida dice Igor Caruso solo se revela por la adhesión
a una jerarquía de valores estables, así se oscurece más y más por el subjetivismo
consiguiente a la precaria apoyatura en el propio yo.
Así, el criterio
fundamental de valoración se deposita en la sensación, en la búsqueda de
placer, que continuamente necesita nuevas comprobaciones. Tomar el placer como
criterio de vida conduce forzosamente a un profundo disgusto y a la tristeza [15] .
¿Que cómo me siento?
Para intuir el peligro que
engendra la actitud recién dibujada —el sentimentalismo—, de momento bastaría
rememorar que los sentimientos, afectos, emociones, etc., son siempre
percepción del estado en que se encuentra el propio yo —o alguno de sus componentes,
que redunda en los restantes—, aunque sea en relación a otras personas, situaciones
o realidades, o incluso causado o motivado por ellas.
En lo que ahora nos
importa, la manifestación de cualquier estado de ánimo comienza siempre con un
«(yo) me siento…» o «(yo) me encuentro…», en los
que queda claro que el primer punto de referencia de la afectividad es uno
mismo, el propio yo.
Por poner ejemplos
comprensibles, aunque un tanto banales, resulta muy distinto afirmar:
1. «Me arrebata la belleza de este
paisaje», «sí, no me parece mal la puesta del sol» o, yendo al extremo,
«la exposición será preciosa, pero a mí me importa un bledo».
2. Que sostener: «este atardecer es
impresionante, aunque hoy no me diga nada», «El Quijote es la máxima
expresión de la novela castellana, por más que algunos no sepan advertirlo»,
«la película es fantástica, sin duda, con independencia de cuántos y
quiénes logren apreciarla».
En los tres primeros
supuestos, el centro de interés y lo especialmente resaltado, aunque de distinto
modo, es el yo.
En los siguientes, por el
contrario, nuestra afirmación recae y subraya un atributo de la realidad,
haciendo pasar a segundo plano, o simplemente omitiendo, nuestra reacción
frente a ella y manifestando de este modo, al menos de manera implícita, que lo
que a mí me suceda o deje de suceder, aunque relevante, no resulta, en
fin de cuentas, lo decisivo.
Que es, como leemos en las
citas precedentes, lo defendido por la logoterapia como condición de salud
mental y perfeccionamiento humano.
Pues… ¡fatal!
Con otras palabras: la
prioridad concedida al yo se expresa de manera muy clara en una atención
exagerada a uno mismo y, para lo que nos interesa, en una percepción obsesiva
de cómo me encuentro, de si me siento bien o mal, satisfecho o incómodo,
pletórico o hundido, triunfante o fracasado…; es decir, en una especie de dictadura
de los sentimientos.
Lo cual —aunque dicho con
cierto retintín irónico— suele conducir a la hipocondría e incluso a la
neurosis.
1. Como sentenciaba aquel viejo amigo: «si,
cumplidos los 40 años, un día te levantas y no te duele nada, es… que estás
muerto»; de ahí que, dentro de unos límites razonables, resulte preferible
levantarse —y seguir levantado— sin atender siquiera a lo que a uno le duele o
le deja de doler, a si ha dormido bien o mal o, simplemente, no ha dormido, al
tiempo que lleva sin sentirse pletórico, etc.
2. Y es que la reiterada inquisición sobre
nuestra salud o nuestro bienestar o sobre nuestra felicidad lleva consigo, de
ordinario, el recrudecimiento de las molestias y la fijación y persistencia del
estado de desdicha o depresión.
Nos lo aseguran los
especialistas en salud mental. Allport, por ejemplo, asevera:
A medida que el foco del
problema se reorienta hacia objetivos ajenos al yo del paciente, la vida en su
totalidad se vuelve más plena de sentido [16] .
Algo parecido, pero más
concreto, sostiene Lukas:
Es un hecho largamente
demostrado que el exceso de introspección resulta perjudicial. El ser humano
se caracteriza por tener una naturaleza volcada hacia el mundo. Si se pega a su
ego de manera hipocondríaca, cae en la vorágine de miedos propia de una
criatura desvalida, mientras que la abundancia de valores salvadora desaparece
literalmente de su alrededor. La psicología también nos enseña que las personas
que no se gustan están permanentemente dedicadas a sí mismas, mientras que las
que, por así decirlo, están de acuerdo consigo mismas apenas reflexionan sobre
ellas. ¡Ignórate y te tendrás en cuenta! La consideración se traslada hacia el
yo en cuanto uno no está seguro de sí mismo, desconfía de sí mismo o no se cree
a sí mismo [17] .
Y, la misma doctora, con
expresión aún más directa:
Un número de dificultades
en la vida normal —enfermedades psicosomáticas, paranoia o fijación de un
pensamiento—, existen mientras les prestemos atención, empeoran si cavilamos
sobre ellas […], pero desaparecen cuando son ignoradas [18] .
Pero también lo descubren
la experiencia y el sentido común:
2.1. Pues, por más que a los jóvenes les
resulte casi imposible de imaginar, es muy difícil que en la vida de un adulto madurito
no haya algo, en cualquiera de los terrenos de su existencia, que vaya mal
o, cuando menos, no del todo bien.
2.2. Por eso, si se pone a buscarlo, no hay
duda de que lo encontrará y ese hallazgo multiplicará sus dolencias
físicas o psíquicas o ambas, mutuamente realimentadas, en una especie de
espiral, cuyo término puede ser… el psiquiatra o el cementerio (elija cada cual
lo más libremente que pueda, si es que, ante las opciones ofrecidas, le quedan
ganas de escoger).
De nuevo con palabras de
Lukas:
Las personas que viven
constantemente preocupadas por su bienestar, nunca se sentirán bien, y aquellas
que continuamente se observan buscándose síntomas de enfermedad, ya están enfermas.
Las personas psicológicamente
sanas también tienen problemas, pero limitan sus preocupaciones a aquellos
sobre los que pueden ejercer algún control; e intentan trascender sus metas,
cambiando de actitud, cuando se enfrentan con una situación difícil, inalterable [19] .
Y el sentimentalismo
engendra egoísmos
Habíamos llegado a esta
conclusión casi sin quererlo, en el intento de poner título a este parágrafo,
cuando nos encontramos con las siguientes palabras de Lukas:
Una vez, visité un hogar
para niños con severo retraso mental, en compañía de dos estudiantes. Uno de
ellos comentó: ¡“Qué terrible! ¡Cómo sufren estos pequeños! Yo nunca podría
trabajar aquí”. El otro dijo: “Bueno, si supiera que no hay suficientes
ayudantes disponibles, no me importaría trabajar aquí, porque se necesita mucho
apoyo y amor”. Ambos eran compasivos, pero el primero pensó en sus propios sentimientos,
el otro acerca del bienestar de los niños. Si nos damos cuenta de que somos
necesarios, crece nuestra fuerza para superarnos, pero si nos concentramos en
averiguar si esas energías son suficientes, atendemos más a nuestras
debilidades y nos sentimos frustrados [20] .
Si nos paramos a
reflexionar sobre este asunto, advertiremos hasta qué extremos la primacía de
lo subjetivo-sentimental impregna casi toda la vida contemporánea, en la esfera
pública y en la privada… y cuán desproporcionada resulta la preponderancia de
lo mío sobre lo del resto.
1. Por ejemplo, aunque existan gloriosas
excepciones y aunque con frecuencia se afirme lo contrario, lo habitual
—considerado culturalmente— es que el propio interés se imponga al bien
común, en el ámbito personal-familiar, nacional e internacional: expresiones
del tipo «yo paso» o «ese es tu/su problema», dejan bien al descubierto el núcleo
de la cuestión.
2. Y ya en los dominios afectivos, es fácil
comprobar que a muchos de nosotros nos importa más cómo nos sentimos al hacer o
dejar de hacer algo que si lo realizado es bueno o malo, resulta beneficioso o
perjudicial para los otros.
3. Más todavía, bastantes de nuestros
contemporáneos no tienen otro criterio para calificar algo como bueno o malo
que la repercusión sentimental-afectiva que experimentan en sí mismos: el modo
como se sienten al verlo, considerarlo, realizarlo, repudiarlo, etc.
(Según comentaban unos
buenos amigos, una visita guiada a China —las visitas a China solo pueden ser guiadas—
es tal vez lo que mejor ponga de manifiesto la tendencia, establecida
gubernamentalmente y, según ellos, plena y libremente aceptada por
los ciudadanos —¡al menos, por los guías!—, a centrarlo todo en el propio
bienestar).
Una afectividad
desbocada
Que todo lo anterior se
deriva de una incorrecta comprensión y de un uso defectuosos de la afectividad
se atisba —¡por contraste: porque en la actualidad no se atiende al «objeto» o
«causa», o «motivo», sino a la pura emoción en sí!— en esta idea capital de von
Hildebrand, que concreta y da su forma definitiva a cuestiones antes esbozadas:
Quizá la razón más
contundente para el descrédito en que ha caído toda la esfera afectiva se
encuentra en la caricatura de la afectividad que se produce al separar una experiencia
afectiva del objeto que la motiva y al que responde de modo significativo. Si
consideramos el entusiasmo, la alegría o la pena aisladamente, como si tuvieran
su sentido en sí mismas, y las analizamos y determinamos su valor
prescindiendo de su objeto, falsificamos la verdadera naturaleza de tales
sentimientos. Solamente cuando conocemos el objeto del entusiasmo de una
persona se nos revela la naturaleza de ese entusiasmo y especialmente “su razón
de ser”. Como dice San Agustín: “Finalmente nuestra doctrina pregunta no tanto
si uno debe enfadarse, sino acerca de qué; por qué esta triste y no si lo está;
y lo mismo acerca del temor” (La Ciudad de Dios, 9, 5) [21] .
Concluimos con unas nuevas
palabras de Scheler, también en esta ocasión necesitadas de ciertas
correcciones, pero certeras en lo que atañe a la esencia de su mensaje, que me
permito poner en cursiva.
En contra del uso más
habitual de las expresiones, que rechaza como desviación desordenada el amor
propio, mientras que considera neutro el mero amor de sí,
Scheler distingue entre un legítimo amor propio y un ilícito e
incorrecto amor de sí, y afirma de este último:
En el amor de sí mismo lo
vemos todo, incluso a nosotros mismos, con “nuestros” ojos, y referimos todo
lo dado, inclusive nosotros mismos, a nuestros estados afectivos sensibles
[…]. Podemos, por tanto, movido por él, hacer de nuestras más elevadas
potencias, actitudes, fuerzas […] esclavos de nuestro cuerpo y sus estados.
Cubiertos y arropados por un tejido de abigarradas ilusiones, entretejido con
insensibilidad, vanidad, codicia y orgullo, lo aseguramos todo en el amor a
nosotros mismos… [22]
Es decir, como hemos
explicado en otros lugares, cada cual convierte el amor con que se quiere en
fundamento y raíz de la bondad o maldad de cualquier otra persona o cosa: si me
proporciona un beneficio las torno buenas; si me perjudica, por ese
mismo y exclusivo motivo se transforman en negativas y malas.
Pero con ello entraríamos
en un tema amplísimo, que no es posible abordar de momento. ·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y Antonio Porras
Yepes
Stork, Ricardo,
Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia humana, Eunsa, Pamplona 1996, p. 59.
Cfr. < Melendo, Tomás, Felicidad y
autoestima, ya citado.
Frankl, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp,
Madrid, 6ª ed., pp. 75-76.
Cit. por Frankl, Viktor, El hombre en busca
de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p. 135-6.
Bruckner , Pascal, La euforia
perpetua. Sobre el deber de ser feliz, Tusquets Editores, Barcelona 2001,
p. 18.
Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta,
Editorial Dunken, Buenos Aires 2006, p. 132.
Si se añade: «mi marido
es muy bueno, pero no trabaja»… normalmente no hacen falta más explicaciones.
Yepes
Stork, Ricardo,
Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia humana, Eunsa, Pamplona 1996, pp. 62-63.
Hildebrand, Dietrich von,
El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, pp. 41-42.
Frankl, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp,
Madrid, 6ª ed., pp. 26-27.
Frankl , Viktor, Die
Psychotherapie in der Praxis. Eine kasuistische einführun für Ärzte, Piper,
Munich, 3ª ed., 1995, p. 229; la traducción es mía.
Lukas, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y
problemas de adicción, Paidós, Barcelona, 2005, pp. 18-19.
Lukas, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y
problemas de adicción, Paidós, Barcelona, 2005, pp. 42-43.
Scheler , Max, Philosophische
Weltanschauung, Berlín, 1954, p. 33.
Cardona
Pescador, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid 1998, p. 43.
Cit. por Frankl, Viktor, El hombre en busca
de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p. 148, nota 33.
< Lukas, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir,
Ed. Paidós, Barcelona, 2001, p. 65.
Lukas, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido,
Ediciones LAG, México D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 37-38.
Lukas, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido,
Ediciones LAG, México D.F., 2ª reimp., 2006, p. 47.
Lukas, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido,
Ediciones LAG, México D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 60-61.
Hildebrand,
Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 36.
Scheler, Max, Ordo amoris,
Caparrós Ed., Madrid 1996, p. 37.
***
Visualiza la realidad del aborto: Baja el video Rompe la conspiración de silencio. Difúndelo.
|
|
Para
volver a la Revista Arbil nº 114
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 114
La página arbil.org
quiere ser un instrumento
para el servicio de la dignidad del
hombre fruto de su transcendencia y
filiación divina
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y
Crítica", es editado por el Foro
Arbil
El contenido de
estos artículos no necesariamente
coincide siempre con la línea editorial
de la publicación y las posiciones del
Foro ARBIL
La reproducción total o parcial
de estos documentos esta a disposición
del público siempre bajo los criterios
de buena fe, gratuidad y citando su
origen.
|
Foro
Arbil
Inscrita en el
Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F.
G-47042954
Apdo.de Correos 990
50080 Zaragoza (España)
ISSN: 1697-1388
|
|
|