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Católicos, científicos y exiliados
por
Alfonso V. Carrascosa
La ceguera del totalitarismo laicista persigue no sólo al catolicismo, si llega el caso se atreve con la ciencia, obligando al exilio a quien se ponga por delante contrario a su cosmovisión del mundo
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Los laicistas creen que sin religiones el mundo viviría
mejor, porque no existirían ni "binládenes" ni "inquisiciones". Por ello, la ideología
laicista pretende extirpar el fenómeno religioso de la realidad humana, podría
decirse que éste es su propósito fundamental, algo que los propios laicistas
vaticinaron que ocurriría de manera inminente hace algo más de un siglo, cuando
Darwin propuso su teoría de la evolución, pero que no termina de ocurrir. Sin
embargo, son pocos los laicistas -acaso ninguno- que caen en la cuenta de que
ideologías tales como el socialismo, que tanto en su vertiente nazi como
comunista es radicalmente laicista y atea, ha generado "hítleres" y "estálines" que
han asesinado a millones de personas, y en algunos sitios siguen produciendo
muertos y privaciones de libertad de escándalo dados los tiempos que corren
(en China sin ir más lejos). Los países socialistas, junto con los islámicos,
son los países donde todavía se persigue encarnizadamente a los católicos.
Socialista también es ETA. En el ámbito de la ciencia el credo laicista dice de
que sin Dios se avanza más en el conocimiento, cuando lo que la historia
demuestra es todo lo contrario: que hemos llegado donde estamos
fundamentalmente "gracias
a Dios" , y que en Occidente ha jugado la Iglesia Católica un papel de promotor de la cultura crucial. Pero la ceguera del
totalitarismo laicista persigue no sólo al catolicismo, si llega el caso se
atreve con la ciencia, obligando al exilio a quien se ponga por delante
contrario a su cosmovisión del mundo.
Por otro lado, incluso los católicos estamos convencidos de
que los exiliados intelectuales sólo lo fueron desde la España franquista, tema
muy de actualidad en relación a la mal llamada "memoria histórica", que
padece amnesias lamentables. Henry Kamen, Profesor de Historia Moderna en
Estados Unidos y Reino Unido, y autor de "Los desheredados. España y las huellas del
exilio", en una entrevista recientemente publicada por un diario
español de gran tirada decía “...las élites intelectuales no se exiliaron de
la España de Franco, si no de la republicana...”, mencionando explícitamente el
caso del Dr. Marañón, católico y científico. En el mismo sentido abunda Jose
Andrés-Gallego, Profesor de Investigación del CSIC, al afirmar “...los
exiliados se fueron primeramente de la España “roja”. Esa presunción, tan clara
hoy día, de que se exiliaron de la España “nacional” es falsa. Ortega y Gasset,
García Morente, Pérez de Ayala, los grandes intelectuales de la Universidad Complutense de Madrid que se exiliaron, lo hicieron en 1936, cuando estaba en
Madrid el Gobierno republicano”. Precisamente por ello se desbarató la Escuela
de Madrid de Filosofía.
García Morente ocupó el decanato de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad Central. En 1930 fue nombrado subsecretario de
Instrucción Pública y Bellas Artes, siendo ministro Elías Tormo. En 1933
participó como decano y profesor en el famoso viaje de estudios crucero por el
Mediterráneo, en el que eran alumnos Julián Marías, Manuel Granell o Carlos
Alonso del Real, culminación de un curso que en enero había conocido la novedad
del nuevo edificio de Filosofía y Letras, en la recién estrenada Ciudad
Universitaria, impulsada por Alfonso XIII antes de la República. Desencadenada la guerra civil fué destituido por los republicanos, logrando huir a
París. Viudo, asesinado el marido de su hija mayor (la otra se hizo religiosa)
como «mártir de la Cruzada», esperando en un triste cuarto parisino a que
pudieran llegar desde el Madrid republicano sus hijas y sus nietos, cuenta que
«he aquí que un día, después de llorar mucho, en la soledad de mi cuarto, sentí
un profundo consuelo que descendía sobre mi: una paz como intemporal y eterna
envolvía mi alma y una especie de voz interior, muy suave y cariñosa, me
invitaba a confiar en la bondad infinita de Dios. Recordé entonces, una por
una, las oraciones de mi infancia, que, sin yo darme cuenta, empezaron a fluir
de mis labios. Acudió a mi mente la imagen bendita de Nuestro Señor Jesucristo,
llamándome como llamaba y llama siempre a todos los que sufren y lloran para
darles el consuelo inefable de su divina palabra y de su amor inextinguible.»
Ingresó en la abadía benedictina de Ligugé, cerca de Poitiers, y decidió su
vocación sacerdotal. García-Morente sería ordenado sacerdote.
Pero los componentes de la escuela de filosofía de Madrid no
fueron los únicos en irse, ante la amenaza de los "demócratas " del
frente popular (compuesto por socialistas, anarquistas, comunistas e
izquierdarepublicanistas catalanes), con la connivencia de las autoridades del "legítimo"
gobierno republicano, y ante la amenaza de que alguien les considerara
indeseables quintacolumnistas católicos, burgueses o fascistas.
También se fueron huyendo por católicos Ibáñez-Martín,
parlamentario de la CEDA, y a Albareda (su padre, farmacéutico, y uno de sus
hermanos habían muerto en Caspe víctimas de grupos anarquistas anticatólicos
laicistas), edafólogo cuyo prestigio había reconocido la propia Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) y el célebre
químico de la JAE, Enrique Moles, que le propuso con carácter oficial
establecer una cátedra de doctorado para que impartiera clases sobre la ciencia
del suelo, la edafología, en la que Albareda era un experto a nivel mundial, a
quien también reconocería José Castillejo, secretario de la JAE, que le
ofreció dirigir unos laboratorios para desarrollar trabajos de investigación
científica edafológica. Ibáñez Martín y Albareda serían, pasada la Guerra Civil, presidente y secretario general del CSIC, mayor organismo científico español de la
actualidad, que relanzó la actividad científica mediante su descentralización y
su profesionalización, alcanzando ésta cotas sin precedentes de becas de
formación en el extranjero, a América, incluída la del norte, poniendo en
marcha el programa "Fullbrigth", e
institucionalizando jóvenes disciplinas científicas tales como la ecología y la
biología molecular.
Un caso curioso de la barbarie
totalitaria de los laicistas "sin Dios", caso que se encargan de silenciar a toda
costa este Año de la Ciencia 2007, centenario de la fundación de la JAE, es el
de José Castillejo, que fue nada menos que secretario de la (JAE), organismo que supuso una etapa más de la institucionalización de la ciencia española
durante la primera mitad del siglo XX, que se desarrollaría gracias al CSIC
fundado como hemos visto por católicos.
José Castillejo estudió Derecho
en Madrid, empezando en el Colegio «María Cristina» del Escorial, dirigido por
los Agustinos, y licenciándose en la Universidad Complutense. En la novela Respaldada por el viento, la que fuera su
esposa, Irene Claremont de Castillejo, da cuenta de cómo se sucedieron los
lamentables acontecimientos de su salida del Madrid republicano, donde se
encontraba en el verano de 1936, tras el estallido del golpe de estado
franquista. Sucedió lo siguiente: “Un día, después de comer con sus hermanas
en el Olivar (nombre de su casa en el Madrid gobernado por el Frente
Popular) y mientras dormía una corta siesta en su propia cama, llegó Mariana
corriendo desde su casa en el otro extremo del jardín y dijo: Ha llamado
Paulino. Les oyó hablar y vienen a por ti”. Tal vez fueron a por él
porque había estudiado con curas¡Vaya usted a saber!
Continúa la autora narrando que de inmediato se presentó un
coche con cuatro hombres armados
“...con fusiles; los cuatro, profesores, todos
conocidos por José, uno hasta del Instituto Escuela...”
Tras un escueto “Usted,
véngase en el acto”, José Castillejo se despidió aprisa de sus hermanas, sin
esperanza de volver a verlas. La comitiva se dirigió de inmediato a la antigua
oficina de Castillejo, en la madrileña c/ Medinaceli 4, donde le exigieron las
llaves de la JAE. También se personó, apercibido por la familia, el entonces
Ministro de Educación del gobierno republicano, Sr. Barnes, que aplazó el
asunto para el día siguiente en el ministerio. El día anterior había sido
visitado por Castillejo para ponerse a su disposición, y le había comentado
algo que se recoge en el mismo libro: “Yo no tengo autoridad alguna;
espero mi propia detención de un momento a otro. Los comunistas y anarquistas
tienen ahora el poder, no yo". Más adelante la autora sigue comentando la detención de su
marido: “Y
así quedó José en libertad de momento, libertad que no implicaba en absoluto
fianza de seguridad. La fórmula habitual de asesinar solía ser dar al individuo
un paseo en coche, soltarle y, al echar a correr, pegarle dos tiros”. Al día
siguiente se llevó a cabo la mencionada reunión, en la que Castillejo estuvo presente sin duda porque no le dejaron en manos del comité político
armado que le había prendido. Cuenta la autora que:
“En la reunión misma, presente también Menéndez
Pidal, fue acordado formalmente traspasar la Junta a un comité revolucionario”
Sin duda, por cómo se
sucedieron los acontecimientos con posterioridad a ésta más que discutible
cesión de autoridad sobre la JAE, que no era patrimonio de ningún partido
político, sino un organismo destacado en el desarrollo científico de una
sociedad democrática, se acababa de firmar la sentencia de muerte de tal
institución. José Castillejo, a la vista del peligro inminente que corría, se
sirvió de contactos, influencias, y de la familia de su mujer en Inglaterra,
para salir de España reclamado por la diplomacia londinense, donde finalmente
llegaría, según Irene Claremont “Pero cuando llegó a Londres, los doce días de
horror sin tregua le habían transformado en un viejo”
No es de extrañar que el
abogado José Castillejo, secretario vitalicio de la JAE, incombustible al paso
de múltiples gobiernos democráticos y a la Dictadura de Primo de Rivera (tal
vez esta pudo ser otra causa del intento de asesinato), durante la cual se
construyó el emblemático Edificio Rockefeller en la mítica Colina de los Chopos, terminaría sus días escribiendo en 1937 desde su exilio
londinense el libro "War of ideas in Spain" , en el que decía en
relación a la IIª República Española: “La revolución española,
aunque empezada por intelectuales y habiendo buscado su inspiración en los
libros, pronto se volvió un movimiento del instinto contra la razón...La
república española se ha permitido algunos de los métodos políticos de los
peores períodos de la monarquía e incluso sus medidas de justicia han estado a
veces teñidas por el espíritu de venganza”.
La JAE comenzó su andadura,
según escribe Castillejo en el mismo libro, como un organismo con un intento al
menos sobre el papel de pluralidad: “La Junta estaba compuesta de veintiún miembros
honorarios vitalicios, profesores y científicos eminentes, representando las
diferentes ramas del conocimiento y todos los matices de la opinión pública,
desde absolutistas (carlistas) y católicos hasta republicanos extremos y ateos”.
< ¡Cómo cambiaron las tornas con el tiempo Don José! ¿Verdad?
Sin embargo la JAE acabó sus
días muy ideologizada, cosa que favoreció poco a la ciencia. La progresiva ideologización de la JAE se recoje en la obra coordinada por
Sánchez-Ron "Un
siglo de ciencia en España" . En ella se comenta la existencia de
evidentes sesgos ideológicos durante el período de la II República, que ocasionó la no concesión de fondos a instituciones lideradas o tenidas por
conservadoras tales como la Sociedad Aragonesa Ibérica de Ciencias Naturales, el Observatorio del Ebro (fundado por
jesuitas), el Laboratorio de Hidrobiología de Celso Arévalo (del Museo Nacional
de Ciencias Naturales) o el Laboratorio de Investigaciones Bioquímicas de
Antonio Gregorio Rocasolano.
Estas oleadas de laicismo
están reviviendo en nuestros días, particularmente en el CSIC, el el que se ha
quitado el busto de su fundador, católico y científico, Prof. Dr. Jose Mª
Albareda, sustituyéndola por los suficientemente homenajeados Ramón y Cajal
(científico creyente) y Severo Ochoa (que también se exilió desde el Madrid
republicano) ya que hay sendos institutos en el CSIC con sus nombres, y bustos
en el hospital del nombre del primero y en la Fac. de Medicina de la U. Complutense de Madrid, y se ha plantado además una escultura de un nuevo Árbol de la
Ciencia, abstracta, que no sería de extrañar sustituyera como logotipo al
clásico árbol de la ciencia luliano, denominado así en honor del científico
católico Ramón Llul, que es el emblema actual del CSIC. Actos todos de tinte
claramente laicista, y que además han supuesto un gasto de un millón de euros
del erario público, ¡ con la necesidad que hay de dinero para la
investigación!.
Recientemente (2-10-2007) el Cardenal Rouco ha dicho en la
Eucaristía que precedió al acto académico de inicio de curso en la Universidad Pontificia Comillas-ICAI-ICADE que “si la universidad piensa a fondo su misión,
su sentido, para el bien de la sociedad en la que se sitúa no debería renunciar
a la experiencia de la fe”. Para el cardenal Rouco se pueden dar patologías de
la religión, pero también patologías de la razón, “que son tremendas y
acompañaron la historia del siglo XX, en Europa y en el mundo, de una manera
singularmente dolorosa, cruel y destructora del hombre”. Según el prelado “no
hay ninguna verdad científica, ni fórmula, ni método científico que sirva al
final, si no se rige según la ley de Dios”.
Con el esfuerzo y la cordura
de todos, particularmente de quienes tienen cargos de responsabilidad en I+D,
debería evitarse la creciente politización de las instituciones científicas,
por el ataque de un laicismo escasamente riguroso y muy poco científico. ·- ·-· -······-·
Alfonso V. Carrascosa
***
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