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La otra parte del exilio republicano en México (I). Los primeros asaltabancos.

por Eduardo Delfino Vital Torres

La verdad del exilio rojo en México, alejada de la presentación sentimentalista desnortada y falsaria, tiene varias caras, muchas de ellas bajo el denominador del deshonor y de la iniquidad. Fue parte de ese exilio, chequistas, asesinos,etc,, gente de la peor calaña la que recaló en la América Hispana. Su obra, dejó calado, y todavía pervive. Caso del negocio de los lupanares y la explotación sexual femenina formando un auténtico emporio, es obra de estos “republicanos amantes de la libertad”. Un aspecto quizá más desconocido, pero primero en el tiempo, es el de los primeros asaltabancos.

Un diario metropolitano publicó a fines de 1941 un reportaje titulado “Cómo se volcó sobre México la escoria del hampa ibera”, y en un subtítulo se hablaba de que “ un sobrino de Chicho (Narciso) Bassols seleccionó a los hampones”. La verdad es que vinieron muchos que se decían intelectuales pero escribían intelectual con hache, sobre todo los que aseguraban ser periodistas sin haber pasado nunca de simples peluqueros.

Otros, la mayoría, que afirmaban ser agricultores no sabían ni cultivar una maceta. Uno de los más renombrados, el filósofo José Gaos, al inaugurar un curso de invierno en la Universidad Nacional de México, había expresado dirigiéndose a sus alumnos: “si ustedes esperan que por cinco pesos que pagaron como inscripción a este curso, voy a decirles toda mi verdad, están un poco equivocados; voy a darles una quinta parte de mi verdad”.

Parece que a éste filósofo Gaos se atribuye también una clase sobre la Teoría del Conocimiento, en la que decía : “tengo aquí frente a mi pupitre, un vaso; parece un vaso, pero no es un vaso. Aquí tengo un libro; parece un libro, pero no es un libro…”. En eso una alumna fastidiada, se fue saliendo del salón, y al preguntarle por qué se iba, respondió : “Maestro: parece que me voy, pero no me voy”.

A estos refugiados se refería el licenciado Emilio Portes Gil cuando declaró por esos días que “venían poseídos de un espíritu de conquista y de sentimiento de superioridad…lesionando la hospitalidad de que eran objeto y faltando al respeto que merecían” algunas personas. El Dr. Atl, a su vez, calificaba a los “intelectuales” de “desechos humanos” que “fueron a la guerra porque no tenían otra cosa que hacer, bastando con verlos en la calle para convencerse de que eran tipos absolutamente patibularios”. Toda la ciudad de Morelia no perdonó ni ha perdonado aún al general Lázaro Cárdenas el que hubiera ordenado desalojarse a los niños salesianos del edificio en que se albergaban para instalar allí a los chicos españoles, sin importar que los desalojados anduvieran comiendo de limosna en las casas de los nacionales que se condolían de ellos. En cambio, los recién llegados exigían banquete diario y hacían asco a los frijoles porque decían que tenían bichos mientras los garbanzos “saltaban p’arriba”. Pedían vino y jamón, etc.

Mientras tanto, los refugiados adultos no intelectuales comenzaron a enseñar las uñas. La Secretaría de Gobernación los citó para manifestarles que los fondos de auxilio destinados por el gobierno del general Cárdenas para ayudarlos, estaban por agotarse, por lo que se consideraba prudente hacerles una atenta invitación para que estudiaran la mejor forma de subvenir a sus necesidades por su propio esfuerzo y trabajo. Nuestros huéspedes se deshicieron en frases poco comedidas para nuestras autoridades y llegaron hasta a los denuestos e improperios. Un hijo de un coronel español Romero agredió por vías de hecho durante la reunión al licenciado Guillermo Cárdenas, funcionario de Gobernación, al extremo de que intervino la Policía Especial del Ministerio.

Y llegó el 29 de julio de 1941, cuando, según un diario metropolitano, “fue asaltado un banco a veinte pasos de la Jefatura de Policía” por unos “forajidos rojos, de los refugiados españoles”. Se trataba de la Financiera Industrial y Agrícola, S.A, donde murió de un balazo en la cabeza el Gerente y resultaron heridos el Consejero y un mozo. No faltó quién propusiera que a los refugiados indeseables que vinieron a aumentar en México la criminalidad, se les enviara a ocupar una de las Islas Marías. Otro tabloide sugirió que “algunos de los indeseables más indeseables que los otros” fueran depositados en el fondo del océano que circunda ese penal.

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Eduardo Delfino Vital Torres



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