En una antigua novela de ciencia ficción de los años 70 (“Mundo Anillo”, de Larry Niven), se asiste a un duelo en el cual cada uno de los protagonistas hace gala de sus mejores armas. Lo sorprendente es que quien gana no utiliza artilugios que causen dolor, sino, curiosamente, placer. En particular, logra su objetivo gracias a un chip implantado, mediante el cual envía una honda eléctrica al cerebro de su enemigo, causándole un placer tan intenso, que éste es incapaz de defenderse.
Esta escena siempre me ha sorprendido no sólo por lo adelantado para la época, sino sobre todo, por lo sutil de su mensaje: que para manipular al ser humano puede utilizarse tanto el placer como el dolor, de lo cual pueden extraerse varias consecuencias.
La más obvia es que esta sutil forma de dominación a través del placer, por ser indolora, es más difícil de identificar, lo que la hace más perversa que las tradicionales formas de manipulación. Incluso podría darse el caso, nada infrecuente, de que el sujeto ni siquiera se entere de lo que le está ocurriendo, y se convierta en un simple títere de su agresor. De hecho, esta es la conclusión a la cual llega el personaje vencido una vez pasados los efectos placenteros, dándose perfectamente cuenta de que en caso de seguir sometido a dicha arma una y otra vez, podría muy bien transformarse en un esclavo de la misma.
Como resulta fácil adivinar, hoy podríamos estar asistiendo a un problema parecido, a nivel social e incluso, cultural. Puesto que vivimos en un mundo que busca el placer y sobre todo, huye del dolor, o si se prefiere, cataloga el progreso y la calidad de vida en función de la comodidad y del goce, puede muy bien estar hipotecando buena parte de su libertad por este camino, entre otras, por dos razones.
La primera, porque en el fondo, una sociedad que se comporta así, va perdiendo resistencia, e incluso puede quedar completamente inerme ante el sufrimiento, que de manera inevitable llegará en esta vida. De ahí, por ejemplo, que el dolor se vaya haciendo insoportable como realidad en sí misma, incluso si no afecta directamente al propio sujeto, motivo por el cual se lo esconde o elimina a como dé lugar. La eugenesia, la eutanasia o varios casos de suicidios por motivos nimios son una buena muestra de ello.
La segunda razón es la apuntada al principio: que los sujetos pueden comenzar a verse literalmente atrapados en una red de placeres o de ausencia de sacrificio y dolor tal, que cada vez les sea más difícil salirse de ella; en suma, que se harán más y más esclavos de la misma y, eventualmente, de quien la controle, convirtiéndose en peleles del hedonismo, perdiendo en buena medida su libertad.
Es por eso que aunque parezca cada vez más paradójico o incomprensible para el mundo de hoy, el sufrimiento y las dificultades tienen sentido; no sólo debido a que son realidades ineludibles para el hombre, por mucho que se esfuerce en lograr lo contrario (lo cual hace conveniente enfrentarse a ellas, al no quedar otra alternativa), sino en el fondo, porque en cierta medida –y sin pretender caer en ningún tipo de masoquismo–, nos mantiene “vivos”, esto es, con los pies bien puestos en la tierra, haciéndonos despertar de ese sueño utópico que busca un mundo perfecto e indoloro, lo cual resulta imposible en virtud de nuestra propia finitud.
·- ·-· -······-·
Max Silva Abbott
***
Visualiza la realidad del aborto: Baja el video Rompe la conspiración de silencio. Difúndelo.
|