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Teopatía cristianista
por
Luis María Sandoval
El progresismo cristiano ¿es cristiano o "cristinanista"? ¿Hay una teología progresista o es una teopatía? ¿Es siquiera original y moderno o es una reedición del modernismo vestido de New Age?
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El Papa Pío XII indicó
una vez que no era apropiado referirse a nuestra religión con el término
“cristianismo”:
“Para alcanzar estos
fines, la Iglesia no obra sólo como un sistema ideológico. Sin duda se le
define también como tal sistema, cuando se utiliza la expresión “catolicismo”,
que no le es habitual ni plenamente adecuada. La Iglesia es mucho más que un
sistema ideológico; es una realidad, como la naturaleza visible, como el pueblo
o el Estado. Es un organismo plenamente vivo con su finalidad y su vida
propios” .
Efectivamente, y sin
censurar el uso vulgar, lo cierto es que el sufijo ‑ismo remite,
en castellano, bien a unos estudios especializados, bien a algún género de
ideología. Y el empleo de un solo sustantivo (cristianismo) y de un solo
adjetivo (cristiano) puede conducir a la confusión, ciertamente grave, de que
cristiano es el que participa de las ideas del cristianismo, y no el seguidor
de Cristo, como es su verdadero sentido.
Compárese esto con los
mahometanos, cuya religión recibe el nombre de islam, y lo a ella referente de
islámico, en tanto que el término “islamistas” se aplica sólo a los convictos
de “islamismo” (o a los expertos occidentales en la religión mahometana) .
Un cristianismo de principios
Volvamos al cristianismo.
Ser cristiano es ser
discípulo de Cristo; discípulo integral en camino de convertirse plenamente en
“otros Cristos”, en expresión de San Cipriano.
Mientras que, en puridad
–cuando no se usa como mero recurso de lenguaje-, el “cristianismo” de algunos
contemporáneos es otra cosa bien distinta, que pretende confundirse con la Religión Cristiana y el seguimiento de Cristo. Otra cosa, para cuyos adherentes se requeriría
acuñar el neologismo “cristianistas” en buena lógica gramatical.
El “cristianismo”
contemporáneo a que nos referimos es una ideología que, como todas ellas,
abstrae de la realidad alguno de sus elementos más significativos, para
explicar y reconstruir dicha realidad a partir de aquel elemento, definido en
exclusiva como determinante.
Un cristiano ha de conformarse
con Cristo, en vida de oración y gracia, atendiendo a todos los detalles del
Evangelio, que constituyen las palabras del Verbo increado.
En cambio, abundan hoy en
la Iglesia los secuaces del “cristianismo” en su sentido propio, que actúan muy
de otro modo: no se guían tanto por todos y cada uno de los pasajes del
Evangelio sino por “lo fundamental” del mismo. Por eso deberían denominarse
cristianistas, para evitar confusiones con los cristianos de siempre y de
ahora.
Cuando un cristiano
sostiene alguna doctrina católica incómoda (si bien con claro fundamento
evangélico) con frecuencia topa hoy con este otro género de espíritus, que se
confunde bajo el nombre de cristianos (por inexistencia del apropiado de
cristianistas), personas que nos dirán que la postura católica, tradicional y
refrendada por el Magisterio, no es correcta porque... lo fundamental del
Evangelio –es decir, del “cristianismo”- es una sola cosa, y con las que la
contradigan –o así lo parezca- no debemos complicarnos la vida. Y así, entre la simplificación inicial, y su aplicación abusiva, muchas doctrinas
católicas (siempre las que más entran en contraste con el mundo, ¡qué
casualidad!) han de ser repudiadas... en nombre del cristianismo.
Porque
“cristianismo” será, pura y simplemente, la opción por los pobres, o la
tolerancia, o el amor; y, si el cristianista se ha alejado menos del sentir
cristiano, la misericordia. Virtudes y actitudes todas ellas propias de Cristo,
y que el cristiano debe procurar imitar y asimilar seriamente, pero en conjunto
con toda la persona y enseñanza de Nuestro Señor.
Es cierto que comprender,
aprender, predicar, e incluso aplicar el “cristianismo” es más fácil; pero
también que lo es que tiene un elevado precio: o bien engendra la confusión de
los fieles cristianos, ante conclusiones silogísticas aparentemente impecables,
aunque opuestas al sensus fidei, la tradición y el magisterio; o bien
los cristianistas de filas, que creen ser cristianos de buena fe, se
sorprenden, cuando no se escandalizan, de otras palabras de Cristo que se salen
del simplista esquema ideológico de ‘lo fundamental’. Un ejemplo: es cierto que
hay una parábola que expresamente nos exhorta a la tolerancia de los frutos del
mal en este mundo, pero también lo es que su explicación por el propio Jesús
termina con el fuego del Infierno para los hijos del Maligno y los obradores de
iniquidad (Mt 13,42).
En particular, la
condenación y el Infierno no entran en el esquema cristianista, y es uno de los
ejemplos más claros de cuanto se distancian los cristianistas de los
cristianos: ¡para un cristianista no resulta chocante considerarse, de hecho,
aunque no lo diga, ‘más cristiano que Cristo’! Si los principios cristianos son
de amor y misericordia sin límite alguno, ningún cristiano, ni el propio
Cristo, puede pensar seriamente que existe un Infierno eterno. El cristianista
completa, lógico y satisfecho, la evolución de los principios que Jesuús
esbozó.
Sucede que los cristianos
no seguimos unos principios ‘de elevada moral’ sino a un hombre que se dijo
Dios como el Padre, y lo probó resucitando. De Jesús procuramos seguir, por
venir de Él, todas sus enseñanzas, conservadas por vía de Tradición, en la
Iglesia o en las Escrituras, aunque no las entendamos o nos contraríen
inicialmente (y, a veces, a lo largo de toda una vida de pecadores).
El procedimiento
cristianista es muy diferente. No sólo la aplicación deductiva de un par de
principios elimina las enseñanzas complejas -pero no menos ciertas- del
Evangelio, sino que, al adherir a unos principios, y no a las enseñanzas de una
persona, de hecho elegimos a qué principios nos adherimos; y no tanto según
criterios de verdad sino de conveniencia (es el supremo argumento cristianista:
estos principios me sirven, me hacen bien). De modo que si pudimos elegirlos
una vez, podremos redefinirlos posteriormente, cuantas veces nos vuelva a hacer
falta.
Aún más; un cristianismo
de principios es como un teorema científico o un instrumento mecánico: podemos
emplearlo indefinidamente con independencia de su descubridor, que incluso
podemos considerar mitológico. De ahí que los cristianistas insistan tanto en
la equiparación práctica de los cristianos, a los que pretenden representar,
con los incrédulos, siendo lo importante que unos y otros participen de
determinadas actitudes filantrópicas. Aunque, en definitiva, son los
cristianistas los que adaptan su moral a la imperante en el mundo, en
particular en materia de sexo, familia y vida.
La verdadera Religión Cristiana es como el amor personal... porque es amor personal. Enamorarse
de una amada ideal choca con el inconveniente de que no existe tal como la
imaginamos, de modo que, ante la persona real y sus hechos, no entenderemos
como la persona idealizada puede fumar, o no ser amiga de los perros,
saliéndose de nuestro esquema. Por el contrario, amar a una persona concreta
consiste en saber qué le agrada de verdad para complacerla, y, tratándose del
Hombre Dios, con la certeza de que existe la más poderosa de las razones detrás
de cada uno de sus gestos y palabras, por misteriosos que sean.
Este es el motivo por el
que para el cristiano la verdad es irrenunciable: necesita saberse amador de
una persona real, no de un personaje o arquetipo de fábula creado para sostener
una moraleja; como necesita la certeza de que cada cosa que se nos ha
transmitido de Él es verdadera.
En tanto que para el
cristianista, la materialidad de la Resurrección o la veracidad histórica de
las Escrituras, son interpretables y en último término prescindibles, con tal
de que se salve el mensaje –la ideología- de paz, filantropía, amor y
tolerancia a que reducen el Evangelio. Esta era y es la conclusión de la
película “The body” y, en general, de todo el aluvión de novelas y
películas rocambolescas sobre alguna pretendida conspiración encubridora de
falsedades cristianas, que, sin embargo, pretenden salvar los principios
‘fundamentales’ cristianos (entiéndase bien: los del “cristianismo”
ideológico).
Teopatía
Pero... no sólo de
principios vive la teopatía cristianista.
Y no hay errata en
nuestra frase: en el fondo, más apropiado que pensar que existe una teología
progresista es aludir a una teopatía. Nuevamente el recurso a una palabra
distinta y más correcta se hace obligado por el objeto mismo al que se refiere.
El sufijo –patía
se emplea principalmente para enfermedades, y es cierto que las que se nos
presentan como teologías progresistas son verdaderas patologías respecto de la
verdad revelada y su desarrollo racional. Pero la raíz de –patía se
refiere más ampliamente a los sentimientos y pasiones.
Ya
hemos visto que para el cristianista cabal la verdad histórica y de hecho es
desdeñable en tanto se salve la enseñanza de determinados principios morales.
Pero no sólo se desdeña la verdad como punto de partida (y como objetivo) sino
también la razón como método. Discutir con un cristianista conduce, enseguida,
a ser tachado de demasiado racional, o a ‘suscitar lástima’ por dejarse
encorsetar por la lógica, terreno que les es particularmente adverso.
El cristianista de
nuestra década ya se parece muy poco al cristiano-marxista previo: es mucho más
acomodado e individualista, y toma partido por el patos frente al logos .
No quiere saber de verdades de Fé, sino de ‘experiencias’, y el argumento
definitivo para él será un simple “yo siento que debe ser así”.
Su fe es un particular
sentimiento subjetivo, que reputa de excepcional, y que por su propia
naturaleza es incomunicable y cierra toda posibilidad de diálogo :
porque o se posee un sentimiento que se cree análogo –puesto que los
sentimientos no se comparten propiamente, al revés que las ideas‑, o no.
Más aún: una fe identificada con el sentimiento merece ser el blanco de los
escépticos, porque una tal religión merece justamente el dictamen de opio del
pueblo, en la medida en que muchos sentimientos son fantasmagorías alejadas de
la realidad y que distraen de ella.
Nuevamente, la deriva
sentimental de la religión es un plegarse a la moda mundana: un psicologismo,
una religión vivida como una modalidad embellecida de autoayuda. Y no es que la
Religión no nos ayude también en este mundo en cierta medida, sino que lo
pernicioso aquí es el ‘por uno mismo’ contenido en el ‘auto-’. El subjetivismo
del método repercute en inmanentismo de cómo se entiende la salvación. Y en este punto el sentimentalismo enlaza con el pelagianismo .
El imperio del
sentimiento como fundamento de la religión encuentra su correlato en la tiranía
de los sentimientos en la moral cristianista. O, mejor dicho, del sentimiento,
en singular, porque cuando se escucha dogmatizar cosas como que los
sentimientos representan la autenticidad de la persona, o que son incoercibles,
no se refieren con ello a los extendidos sentimientos de tipo depresivo hasta
la inclinación al suicidio, ni al abanico que va de la antipatía al odio, ni al
éxtasis estético, ni a cninguna forma de miedo, sino que se centran en la
atracción afectiva y sexual, sin que el erudito cristianista se acuerde de que
Jesús, en el alabadísimo sermón programático del Reino, equipara con el
adulterio la mirada con deseo, y condena y deroga las instituciones del repudio
y el divorcio (Mt 5,27-32) .
La Iglesia ya conoció,
sopesó y condenó la concepción sentimental –y por ello subjetiva- de la Fe,
dilucidando y refrendando la verdad opuesta:
“Quinto: sostengo con
toda certeza, y sinceramente profeso, que la fe no es un sentimiento ciego de
la religión que brota de los escondrijos de la subconciencia, bajo presión del
corazón y la inclinación de la voluntad formada moralmente, sino un verdadero
asentimiento a la verdad recibida de fuera por oído, por el que creemos ser
verdaderas las cosas que han sido dichas, atestiguadas y reveladas por el Dios
personal, creador y Señor nuestro, y lo creemos por la autoridad de Dios,
sumamente veraz” .
Si algo sorprende es que
los fautores de este revival de la religión sentimental sean ‘curas
jóvenes’... en su tiempo. Tan talluditos hoy que casi todos ellos se ordenaron
cuando estaba en vigor este juramento para acceder al sacerdocio, de lo que se
sigue que decidieron hace tiempo vulnerar, transgredir y contradecir el
juramento que libremente prestaron, y mediante el cual accedieron a las
cátedras y ministerios eclesiales desde los que pontifican en sentido opuesto.
En lo que hay quebrantamiento de juramento, abuso de confianza y falta de la
más elemental rectitud.
Pero aún hay algo más
ridículo: esta apelación a la revelación privada para cada uno, en forma de
experiencia o sentimiento, a más de ser inverificable y barrera para el
diálogo, ni siquiera es un descubrimiento de las teologías más avanzadas (ni de
las de hoy, ni de aquellas que se agitaron en torno al 1900), sino que es
elemento fundamental, desde 1829, para la convicción subjetiva de los miembros
de una secta, norteamericana y derechista para más inri: los mormones.
Reproduzco literalmente
de unas hojitas de propaganda recibida de misioneros mormones, por otra parte
sinceros, amables y abnegados (incluso más que los cristianistas):
“Los versículos 3, 4 y
5 del capítulo 10 del libro de Moroni
constituyen lo que se llama «la promesa». En estos versículos Nuestro Padre
Celestial nos promete que si queremos saber si una cosa es cierta, o no, sólo
tenemos que preguntarle. El método es sencillo: 1) Leer el libro de Mormón. 2)
Meditar sobre lo que ha leído. 3) Orar a Dios y preguntarle si lo que ha leído
es cierto o no. [...]”
La comparación con los
mormones, muy indicada respecto al punto esencial, es suficiente para
comprender las limitaciones, o, mejor dicho, la intrínseca ausencia de límites
de fundar la religión en el sentimiento subjetivo de Dios: en la teopatía.
Por otra parte, conviene
destacar la colusión que se da en los cristianistas de dos actitudes teóricas,
en principio opuestas entre sí: el racionalismo desmitificador e ideologista, y
el sentimentalismo subjetivo más radical. Se apreciará como los errores que no
pueden concordar sí se conciertan en la práctica contra la Fe verdadera, y
también como ésta se nos presenta en ese sentido bajo la forma de justo medio.
New Age de pátina cristiana
Si bien lo consideramos,
un genérico “cristianismo” sin apellidos no puede definirse sino por referencia
a la Iglesia (la única, la Católica), y lo constituyen aquellas opiniones y
comunidades que participan en parte, y en parte difieren, de la enseñanza de la Iglesia. Porque una definición por notas comunes, cualesquiera sean, inevitablemente dejará
fuera a grupos que, sin embargo, comúnmente entendemos que integran esa
constelación cristiana que constituye como la cola de cometa de la Iglesia Católica.
Pero hay ismos heréticos
que, pese a proceder del mundo espiritual cristiano, están tan separados de la
Iglesia, en tantas enseñanzas al tiempo, que puede dudarse si no son ya otra
religión a la vez imitadora y rival, como es el caso de mahometanos y mormones.
San Pío X caracterizó al
modernismo como “un conjunto de todas las herejías” .
Y este retoñar del modernismo con palabras más de moda –siendo las ideas
exactamente las mismas- plantea otra cuestión: la teopatía cristianista,
acumulando errores y desviaciones ¿sigue siendo cristiana, o es ya otra religión?
Desde luego, las
actitudes cristianistas han contagiado a muchos cristianos de hoy en diversos
grados, auqnue podemos creer que el error material no alcanza a la herejía
formal por ausencia de conocimiento y deliberación suficientes, sin que por
ello pierda nada de su nocividad.
De los maestros
cristianistas, más enterados y recalcitrantes, no podemos eludir la sospecha de
herejía. Pero el sistema, tal como hemos expuesto, y lo reclama la lógica, no
discrepa de la Fe en algún extremo importante sino en un conjunto de piezas
fundamentales (subjetividad de la creencia sin ceñirse a algo recibido de
fuera, relativización de la inspiración de las Escrituras o de la historicidad
de la Resurrección) de modo que es tan diferente como para poderse considerar completamente
ajena a la sustancia cristiana, otra religión distinta. ¿Cuál?
Sin pararnos en las
apariencias, en realidad nos encontramos ante un grupo New Age que emplea
imágenes y lenguaje cristianos.
Sabemos que la constelación New Age es muy fluida, y que en las mismas personas se suceden, o coexisten,
diversos mitos de referencia, sobre todo antiguas y exóticas religiones. Pero
esta religiosidad gnóstica se mantiene igual en el fondo pese a los cambios de
modas espirituales: es un jugar a ser budistas, o a compartir la sabiduría
tradicional, hasta de patagones o bosquímanos, pero sin llegar a convertirse en
tales hasta serlo únicamente y de verdad. No es muy diferente del jugar a
pastoras de la corte de María Antonieta: aquellas cortesanas sabían que eran nobles,
como nuestros gnósticos saben que las formas religiosas con que revisten sus
ideas previas las eligen ellos mismos .
El New Age prescinde de
verdades contrastables y le bastan los mitos más variados. Es una moda propia
de las poblaciones desahogadas que sólo pretende –y en ello se agota- ‘sentirse
mejor’. Con muchísima literatura todo se reduce a una credulidad sorprendente,
encaminada a unas vaguedades tópicas, mediante técnicas que, de no mediar tanto
engolamiento, cualquiera calificaría de supersticiones.
La raíz de esta
vestimenta de religiosidad del psicologismo de autoayuda está muy bien descrita
en este pasaje: “Los opulentos habitantes de los avanzados países
occidentales no pueden negarse a sí mismos nada, y en cierto momento se les
ocurre que los hombres que tienen fe en Dios están “disfrutando” de algo de lo
que los agnósticos se han privado a sí mismos. [...] Pero los credos religiosos
exigen a sus seguidores que vayan más allá de sí mismos, que se sometan a una
verdad mayor que ellos mismos, que se conviertan en auténticos discípulos. Por
el contrario, la religión New Age consiste sencillamente en un culto a uno
mismo. ¿Cuántos seguidores de la New Age creen realmente en diosas? ”.
¿No resulta excesivo
reconducir a la moda del New Age la desviación teopática cristianista? Puede
que sí para la inmensa mayoría de sus contagiados, pero no en cuanto al sistema
en su conjunto y su lógica interna.
Sin duda los teópatas
cristianistas son los únicos integrantes de esa galaxia que rechazan encuadrarse
en ella, y los que más se aferran a la vestimenta religiosa, pero de hecho son
una religión diferente en los puntos esenciales: no en uno, sino en todos. Y da
pena, por las personas y por la incongruencia manifiesta, ver a los
cristianistas que durante media tarde se han esforzado en manifestar que tu
interpretación de lo cristiano es errónea, y debe cambiar por la más moderna
contraria, quejarse el resto de la velada de que siguen siendo cristianos, no
son herejes, tienen tanto derecho como el fiel al Magisterio a llamarse
católicos, y que la Iglesia es tan de unos como de otros.
La teopatía cristianista
se presenta, además, como una religión New Age caracterizada por dos rasgos
particulares: es parásita y es estéril.
Parásita,
porque a diferencia de otras corrientes del fenómeno new age, sólo se extiende
entre quienes ya conocían o simpatizaban con las formas cristianas. En tanto
que la remisión a espiritualidades orientales se produce en gentes
occidentales, de matriz cristiana a la postre, que no conocían nada de
aquellas sabidurías previamente, el ‘cristianismo’ no procede a la inversa: no
introduce nociones de origen cristiano a quienes las desconocían, sino que sólo
se dirige a quienes son cristianos para desvirtuar el contenido de los
elementos de su religión.
Y no sólo es limitada por
eso en sus objetivos y su expansión, sino que ya poseemos perspectiva
suficiente para comprobar que es estéril para promover una sucesión de
generaciones. Cristianos educados en la fe ‘antigua’ se han podido convertir en
ardientes ‘cristianistas’, que siguen buscando prosélitos dentro de la Iglesia
(brindar la verdadera comprensión de la Fe con exclusión de la ortodoxia), pero
no vemos que tales progresistas transmitan ese entusiasmo a sus hijos. A lo que
se ve, éstos tienden a participar del relativismo filantrópico recibido, pero
no se suscitan entre ellos vocaciones para consagrar íntegramente la propia
vida al ‘cristianismo’ con hicieran sus padres.
Los clérigos cristianos
siguen suscitando nuevas vocaciones sacerdotales entre sus fieles, en tanto que
los sacerdotes pasados al ‘cristianismo’, numerosísimos hace unas décadas, han
sido muy escuchados pero nada imitados.
La teopatía cristianista
conduce, a las dos generaciones, a la religión civil, solidaria y tolerante,
que impera en occidente, pero no se perpetúa en cuanto tal sino por nuevos
contagios.
Novedades vetustas
Estas consideraciones
sobre las extendidas desviaciones que en nuestros días se hacen pasar por
cristianas, sin serlo, tienen como finalidad última recordar su vetustez. Las
presuntas modernidades, que tanto apelan al Concilio Vaticano II, son falaces
hasta respecto a su edad.
Precisamente este año de
2007 estamos conmemorando el centenario de la encíclica Pascendi de San Pío X, que, para condenar el llamado modernismo, primero
redujo a sistema común sus manifestaciones, a veces inconexas.
Recomendamos con este
motivo volver a leer los textos del Magisterio que tienen relación con la
materia:
- El Decreto del Santo
Oficio Lamentabili, de 3 de julio de 1907, condenando sesenta y cinco
proposiciones modernistas.
- La citada encíclica Pascendi
dominici gregis, de 8 de septiembre de 1907.
- El motu proprio Sacrorum
antistitum, de 1 de septiembre de 1910, estableciendo el que fue conocido
como juramento antimodernista.
- Y a estos tres
documentos del pontificado de San Pío X conviene añadir, por la conexión de las
tendencias, la carta Testem benevolentiae, dirigida por su
predecesor León XIII al Cardenal Gibbons el 22 de enero de 1899, condenando los
errores del entonces llamado americanismo.
No son fáciles de
encontrar; ni siquiera están todos en el sitio del Vaticano en la red, aunque
el Denzinger sí contiene la parte sustancial de todos ellos .
Conviene efectuar esa
lectura, inducida por el centenario de la Encíclica principal, para purificar
nuestra Fe tanto del contagio ambiental, del que nadie está exento, cuanto del
desánimo.
Ciertamente la gran ola
progresista, que nos deja en su reflujo el presente encharcamiento en
teopatías, ideologismos y actitudes New Age, fue un auténtico maremoto
devastador, cuyas consecuencias todavía nos rodean.
Pero si Juan Pablo II nos
insistió repetidamente en aquellas palabras de Jesús “no tengáis miedo”; hay
otras del Evangelio que, completándolas, hacen perfectamente al caso para
cerrar este artículo esperanzadamente: “el Príncipe de este mundo está juzgado”
(Jn 16,11). También la agobiante teopatía cristianista de principios del siglo
XXI está ya juzgada por la Iglesia. Hace cien años justos. Aunque tengamos que
esperar... ¡Sursum corda!
·- ·-· -······-·
Luis María Sandoval
Pío XII, Discurso al X Congreso Internacional de Ciencias históricas, 1955.
Y se da el caso de que en el islam esa riqueza terminólogica es menos necesaria
que en la Religión Cristiana, por cuanto el “islamismo”, en cuanto ideología
extremista, está contenido expresamente en el propio Corán, en tanto que los
musulmanes ‘moderados’ poco pueden argumentar en favor de su postura además de
una cómoda e incongruente -aunque sin duda más que razonable- inaplicación de
parte de las aleyas coránicas.
Obvian, sin embargo, que San Juan identificó al Hijo increado del Padre con el
Logos (Jn 1,1) y que San Pedro nos exhortó a estar dispuesto a dar razón
de nuestra esperanza (1 Pe 3,15).
Compréndase la distancia que engendra por el testimonio de un escritor converso
del siglo XX, Arnold Lunn: “Temperamentalmente soy un escéptico y no me
interesan los credos que no pueden juzgarse a sí mismos en el tribunal de la
razón... la experiencia personal, válida para quien la ‘experimenta’, no es
argumento para quien no la ha compartido”.
Víd. Luis María Sandoval, “Pelagianismo político. Tendencias pelagianas de los
católicos en política” en Católicos y vida pública. Actas del Congreso 5, 6
y 7 de noviembre de 1999 (Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1999),
págs. 305-313.
Una persona muy querida me dijo una vez, cargada de comprensión cristianista
con los pecados de la carne, que, en realidad, Jesús no había enseñado nada
sobre el sexo. No sé si sirvió de algo recordarle que, por su empleo de la
palabra ‘adúltero’, Jesús no parecía muy comprensivo con el mismo (Mt 12,39;
15,19; 16,4 y 19,18; Mc 7,22; 8,38 y 10,19; Lc 18,20), que a la adúltera le
exhortó a “no pecar más” (Jn 8,11), que, sin parábolas de ninguna clase,
equiparó el divorcio con el adulterio (Mt 5,31-32 y 19,3-10; Mc 10,2,12 y Lc
16,18), provocando sorpresa y distanciamiento en los discípulos; y que, con la
más rabiosa actualidad, recordó a la samaritana que su pareja de hecho no era
su marido (4,16-18). ¿Es eso nada? ¿No es suficiente?
Fragmento del texto del juramento contra los errores del modernismo. Motu
proprio Sacrorum antistitum de 1-IX-1910. Este juramento debía prestarse
obligatoriamente para acceder a las órdenes sagradas y diversos oficios
eclesiásticos hasta 1967.
Textos que están justo llegando al final de la revelación mormona. Copio el
aludido versículo 4: « Y cuando recibáis estas cosas quisiera exhortaros a
que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son
verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera
intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el
poder del Espíritu Santo». No sé como un cristianista puede ser capaz de
mofarse de un mormón.
El pasaje completo de la Pascendi (§ ) dice así: “ Contemplando ahora
como en una sola mirada el sistema entero, nadie se admirará si lo definimos
como un conjunto de todas las herejías. A la verdad, si alguien se propusiera
juntar, como si dijéramos, el jugo y la sangre de cuantos errores acerca de la
fe han existido, jamás lo hubiera hecho mejor de cómo lo han hecho los
modernistas. Es más, han llegado éstos tan lejos que, como ya insinuamos, no
sólo han destruído la religión católica, sino toda religión en absoluto. De ahí
los aplausos de los racionalistas; de ahí que quienes entre éstos hablan más
libre y abiertamente se felicitan de que no han hallado auxiliares más
eficaces que los modernistas”.
La ficción e insinceridad profunda del New Age se aprecia bien en sus
librerías, en donde se ofrecen a la vez –y compran los mismos- multitud de
saberes y ‘revelaciones’ de suyo incompatibles, pero coincidentes en su
presunta capacidad de conferirnos armonía interna y con la naturaleza,
alumbrando las energías incalculables que encerramos en nuestro interior. Más
grave es cuando en las librerías religiosas de signo cristianista vemos en
menor escala la penetración de libros de autoayuda mística o el ‘eneagrama’.
El párrafo es de James Hitchcock, y lo tomamos de José Antonio Ullate Fabo, La verdad sobre el código Da Vinci (Madrid, Libros libres, 2004),
pág. 119.
En España, hace unos años la revista Verbo reprodujo íntegra en su
número 373-374 de 1999 la Carta Testem Benevolentiae. Y su último número 455-456 está dedicado monográficamente
a “La devastación modernista”.
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