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Teopatía cristianista

por Luis María Sandoval

El progresismo cristiano ¿es cristiano o "cristinanista"? ¿Hay una teología progresista o es una teopatía? ¿Es siquiera original y moderno o es una reedición del modernismo vestido de New Age?

El Papa Pío XII indicó una vez que no era apropiado referirse a nuestra religión con el término “cristianismo”:

“Para alcanzar estos fines, la Iglesia no obra sólo como un sistema ideológico. Sin duda se le define también como tal sistema, cuando se utiliza la expresión “catolicismo”, que no le es habitual ni plenamente adecuada. La Iglesia es mucho más que un sistema ideológico; es una realidad, como la naturaleza visible, como el pueblo o el Estado. Es un organismo plenamente vivo con su finalidad y su vida propios” [1] .

Efectivamente, y sin censurar el uso vulgar, lo cierto es que el sufijo ‑ismo remite, en castellano, bien a unos estudios especializados, bien a algún género de ideología. Y el empleo de un solo sustantivo (cristianismo) y de un solo adjetivo (cristiano) puede conducir a la confusión, ciertamente grave, de que cristiano es el que participa de las ideas del cristianismo, y no el seguidor de Cristo, como es su verdadero sentido.

Compárese esto con los mahometanos, cuya religión recibe el nombre de islam, y lo a ella referente de islámico, en tanto que el término “islamistas” se aplica sólo a los convictos de “islamismo” (o a los expertos occidentales en la religión mahometana) [2] .

Un cristianismo de principios

Volvamos al cristianismo.

Ser cristiano es ser discípulo de Cristo; discípulo integral en camino de convertirse plenamente en “otros Cristos”, en expresión de San Cipriano.

Mientras que, en puridad –cuando no se usa como mero recurso de lenguaje-, el “cristianismo” de algunos contemporáneos es otra cosa bien distinta, que pretende confundirse con la Religión Cristiana y el seguimiento de Cristo. Otra cosa, para cuyos adherentes se requeriría acuñar el neologismo “cristianistas” en buena lógica gramatical.

El “cristianismo” contemporáneo a que nos referimos es una ideología que, como todas ellas, abstrae de la realidad alguno de sus elementos más significativos, para explicar y reconstruir dicha realidad a partir de aquel elemento, definido en exclusiva como determinante.

Un cristiano ha de conformarse con Cristo, en vida de oración y gracia, atendiendo a todos los detalles del Evangelio, que constituyen las palabras del Verbo increado.

En cambio, abundan hoy en la Iglesia los secuaces del “cristianismo” en su sentido propio, que actúan muy de otro modo: no se guían tanto por todos y cada uno de los pasajes del Evangelio sino por “lo fundamental” del mismo. Por eso deberían denominarse cristianistas, para evitar confusiones con los cristianos de siempre y de ahora.

Cuando un cristiano sostiene alguna doctrina católica incómoda (si bien con claro fundamento evangélico) con frecuencia topa hoy con este otro género de espíritus, que se confunde bajo el nombre de cristianos (por inexistencia del apropiado de cristianistas), personas que nos dirán que la postura católica, tradicional y refrendada por el Magisterio, no es correcta porque... lo fundamental del Evangelio –es decir, del “cristianismo”- es una sola cosa, y con las que la contradigan –o así lo parezca- no debemos complicarnos la vida. Y así, entre la simplificación inicial, y su aplicación abusiva, muchas doctrinas católicas (siempre las que más entran en contraste con el mundo, ¡qué casualidad!) han de ser repudiadas... en nombre del cristianismo.

Porque “cristianismo” será, pura y simplemente, la opción por los pobres, o la tolerancia, o el amor; y, si el cristianista se ha alejado menos del sentir cristiano, la misericordia. Virtudes y actitudes todas ellas propias de Cristo, y que el cristiano debe procurar imitar y asimilar seriamente, pero en conjunto con toda la persona y enseñanza de Nuestro Señor.

Es cierto que comprender, aprender, predicar, e incluso aplicar el “cristianismo” es más fácil; pero también que lo es que tiene un elevado precio: o bien engendra la confusión de los fieles cristianos, ante conclusiones silogísticas aparentemente impecables, aunque opuestas al sensus fidei, la tradición y el magisterio; o bien los cristianistas de filas, que creen ser cristianos de buena fe, se sorprenden, cuando no se escandalizan, de otras palabras de Cristo que se salen del simplista esquema ideológico de ‘lo fundamental’. Un ejemplo: es cierto que hay una parábola que expresamente nos exhorta a la tolerancia de los frutos del mal en este mundo, pero también lo es que su explicación por el propio Jesús termina con el fuego del Infierno para los hijos del Maligno y los obradores de iniquidad (Mt 13,42).

En particular, la condenación y el Infierno no entran en el esquema cristianista, y es uno de los ejemplos más claros de cuanto se distancian los cristianistas de los cristianos: ¡para un cristianista no resulta chocante considerarse, de hecho, aunque no lo diga, ‘más cristiano que Cristo’! Si los principios cristianos son de amor y misericordia sin límite alguno, ningún cristiano, ni el propio Cristo, puede pensar seriamente que existe un Infierno eterno. El cristianista completa, lógico y satisfecho, la evolución de los principios que Jesuús esbozó.

Sucede que los cristianos no seguimos unos principios ‘de elevada moral’ sino a un hombre que se dijo Dios como el Padre, y lo probó resucitando. De Jesús procuramos seguir, por venir de Él, todas sus enseñanzas, conservadas por vía de Tradición, en la Iglesia o en las Escrituras, aunque no las entendamos o nos contraríen inicialmente (y, a veces, a lo largo de toda una vida de pecadores).

El procedimiento cristianista es muy diferente. No sólo la aplicación deductiva de un par de principios elimina las enseñanzas complejas -pero no menos ciertas- del Evangelio, sino que, al adherir a unos principios, y no a las enseñanzas de una persona, de hecho elegimos a qué principios nos adherimos; y no tanto según criterios de verdad sino de conveniencia (es el supremo argumento cristianista: estos principios me sirven, me hacen bien). De modo que si pudimos elegirlos una vez, podremos redefinirlos posteriormente, cuantas veces nos vuelva a hacer falta.

Aún más; un cristianismo de principios es como un teorema científico o un instrumento mecánico: podemos emplearlo indefinidamente con independencia de su descubridor, que incluso podemos considerar mitológico. De ahí que los cristianistas insistan tanto en la equiparación práctica de los cristianos, a los que pretenden representar, con los incrédulos, siendo lo importante que unos y otros participen de determinadas actitudes filantrópicas. Aunque, en definitiva, son los cristianistas los que adaptan su moral a la imperante en el mundo, en particular en materia de sexo, familia y vida.

La verdadera Religión Cristiana es como el amor personal... porque es amor personal. Enamorarse de una amada ideal choca con el inconveniente de que no existe tal como la imaginamos, de modo que, ante la persona real y sus hechos, no entenderemos como la persona idealizada puede fumar, o no ser amiga de los perros, saliéndose de nuestro esquema. Por el contrario, amar a una persona concreta consiste en saber qué le agrada de verdad para complacerla, y, tratándose del Hombre Dios, con la certeza de que existe la más poderosa de las razones detrás de cada uno de sus gestos y palabras, por misteriosos que sean.

Este es el motivo por el que para el cristiano la verdad es irrenunciable: necesita saberse amador de una persona real, no de un personaje o arquetipo de fábula creado para sostener una moraleja; como necesita la certeza de que cada cosa que se nos ha transmitido de Él es verdadera.

En tanto que para el cristianista, la materialidad de la Resurrección o la veracidad histórica de las Escrituras, son interpretables y en último término prescindibles, con tal de que se salve el mensaje –la ideología- de paz, filantropía, amor y tolerancia a que reducen el Evangelio. Esta era y es la conclusión de la película “The body” y, en general, de todo el aluvión de novelas y películas rocambolescas sobre alguna pretendida conspiración encubridora de falsedades cristianas, que, sin embargo, pretenden salvar los principios ‘fundamentales’ cristianos (entiéndase bien: los del “cristianismo” ideológico).

Teopatía

Pero... no sólo de principios vive la teopatía cristianista.

Y no hay errata en nuestra frase: en el fondo, más apropiado que pensar que existe una teología progresista es aludir a una teopatía. Nuevamente el recurso a una palabra distinta y más correcta se hace obligado por el objeto mismo al que se refiere.

El sufijo –patía se emplea principalmente para enfermedades, y es cierto que las que se nos presentan como teologías progresistas son verdaderas patologías respecto de la verdad revelada y su desarrollo racional. Pero la raíz de –patía se refiere más ampliamente a los sentimientos y pasiones.

Ya hemos visto que para el cristianista cabal la verdad histórica y de hecho es desdeñable en tanto se salve la enseñanza de determinados principios morales. Pero no sólo se desdeña la verdad como punto de partida (y como objetivo) sino también la razón como método. Discutir con un cristianista conduce, enseguida, a ser tachado de demasiado racional, o a ‘suscitar lástima’ por dejarse encorsetar por la lógica, terreno que les es particularmente adverso.

El cristianista de nuestra década ya se parece muy poco al cristiano-marxista previo: es mucho más acomodado e individualista, y toma partido por el patos frente al logos [3] . No quiere saber de verdades de Fé, sino de ‘experiencias’, y el argumento definitivo para él será un simple “yo siento que debe ser así”.

Su fe es un particular sentimiento subjetivo, que reputa de excepcional, y que por su propia naturaleza es incomunicable y cierra toda posibilidad de diálogo [4] : porque o se posee un sentimiento que se cree análogo –puesto que los sentimientos no se comparten propiamente, al revés que las ideas‑, o no. Más aún: una fe identificada con el sentimiento merece ser el blanco de los escépticos, porque una tal religión merece justamente el dictamen de opio del pueblo, en la medida en que muchos sentimientos son fantasmagorías alejadas de la realidad y que distraen de ella.

Nuevamente, la deriva sentimental de la religión es un plegarse a la moda mundana: un psicologismo, una religión vivida como una modalidad embellecida de autoayuda. Y no es que la Religión no nos ayude también en este mundo en cierta medida, sino que lo pernicioso aquí es el ‘por uno mismo’ contenido en el ‘auto-’. El subjetivismo del método repercute en inmanentismo de cómo se entiende la salvación. Y en este punto el sentimentalismo enlaza con el pelagianismo [5] .

El imperio del sentimiento como fundamento de la religión encuentra su correlato en la tiranía de los sentimientos en la moral cristianista. O, mejor dicho, del sentimiento, en singular, porque cuando se escucha dogmatizar cosas como que los sentimientos representan la autenticidad de la persona, o que son incoercibles, no se refieren con ello a los extendidos sentimientos de tipo depresivo hasta la inclinación al suicidio, ni al abanico que va de la antipatía al odio, ni al éxtasis estético, ni a cninguna forma de miedo, sino que se centran en la atracción afectiva y sexual, sin que el erudito cristianista se acuerde de que Jesús, en el alabadísimo sermón programático del Reino, equipara con el adulterio la mirada con deseo, y condena y deroga las instituciones del repudio y el divorcio (Mt 5,27-32) [6] .

La Iglesia ya conoció, sopesó y condenó la concepción sentimental –y por ello subjetiva- de la Fe, dilucidando y refrendando la verdad opuesta:

Quinto: sostengo con toda certeza, y sinceramente profeso, que la fe no es un sentimiento ciego de la religión que brota de los escondrijos de la subconciencia, bajo presión del corazón y la inclinación de la voluntad formada moralmente, sino un verdadero asentimiento a la verdad recibida de fuera por oído, por el que creemos ser verdaderas las cosas que han sido dichas, atestiguadas y reveladas por el Dios personal, creador y Señor nuestro, y lo creemos por la autoridad de Dios, sumamente veraz [7] .

Si algo sorprende es que los fautores de este revival de la religión sentimental sean ‘curas jóvenes’... en su tiempo. Tan talluditos hoy que casi todos ellos se ordenaron cuando estaba en vigor este juramento para acceder al sacerdocio, de lo que se sigue que decidieron hace tiempo vulnerar, transgredir y contradecir el juramento que libremente prestaron, y mediante el cual accedieron a las cátedras y ministerios eclesiales desde los que pontifican en sentido opuesto. En lo que hay quebrantamiento de juramento, abuso de confianza y falta de la más elemental rectitud.

Pero aún hay algo más ridículo: esta apelación a la revelación privada para cada uno, en forma de experiencia o sentimiento, a más de ser inverificable y barrera para el diálogo, ni siquiera es un descubrimiento de las teologías más avanzadas (ni de las de hoy, ni de aquellas que se agitaron en torno al 1900), sino que es elemento fundamental, desde 1829, para la convicción subjetiva de los miembros de una secta, norteamericana y derechista para más inri: los mormones.

Reproduzco literalmente de unas hojitas de propaganda recibida de misioneros mormones, por otra parte sinceros, amables y abnegados (incluso más que los cristianistas):

Los versículos 3, 4 y 5 del capítulo 10 del libro de Moroni [8] constituyen lo que se llama «la promesa». En estos versículos Nuestro Padre Celestial nos promete que si queremos saber si una cosa es cierta,  o no, sólo tenemos que preguntarle. El método es sencillo: 1) Leer el libro de Mormón. 2) Meditar sobre lo que ha leído. 3) Orar a Dios y preguntarle si lo que ha leído es cierto o no. [...]”

La comparación con los mormones, muy indicada respecto al punto esencial, es suficiente para comprender las limitaciones, o, mejor dicho, la intrínseca ausencia de límites de fundar la religión en el sentimiento subjetivo de Dios: en la teopatía.

Por otra parte, conviene destacar la colusión que se da en los cristianistas de dos actitudes teóricas, en principio opuestas entre sí: el racionalismo desmitificador e ideologista, y el sentimentalismo subjetivo más radical. Se apreciará como los errores que no pueden concordar sí se conciertan en la práctica contra la Fe verdadera, y también como ésta se nos presenta en ese sentido bajo la forma de justo medio.

 

New Age de pátina cristiana

Si bien lo consideramos, un genérico “cristianismo” sin apellidos no puede definirse sino por referencia a la Iglesia (la única, la Católica), y lo constituyen aquellas opiniones y comunidades que participan en parte, y en parte difieren, de la enseñanza de la Iglesia. Porque una definición por notas comunes, cualesquiera sean, inevitablemente dejará fuera a grupos que, sin embargo, comúnmente entendemos que integran esa constelación cristiana que constituye como la cola de cometa de la Iglesia Católica.

Pero hay ismos heréticos que, pese a proceder del mundo espiritual cristiano, están tan separados de la Iglesia, en tantas enseñanzas al tiempo, que puede dudarse si no son ya otra religión a la vez imitadora y rival, como es el caso de mahometanos y mormones.

San Pío X caracterizó al modernismo como “un conjunto de todas las herejías” [9] . Y este retoñar del modernismo con palabras más de moda –siendo las ideas exactamente las mismas- plantea otra cuestión: la teopatía cristianista, acumulando errores y desviaciones ¿sigue siendo cristiana, o es ya otra religión?

Desde luego, las actitudes cristianistas han contagiado a muchos cristianos de hoy en diversos grados, auqnue podemos creer que el error material no alcanza a la herejía formal por ausencia de conocimiento y deliberación suficientes, sin que por ello pierda nada de su nocividad.

De los maestros cristianistas, más enterados y recalcitrantes, no podemos eludir la sospecha de herejía. Pero el sistema, tal como hemos expuesto, y lo reclama la lógica, no discrepa de la Fe en algún extremo importante sino en un conjunto de piezas fundamentales (subjetividad de la creencia sin ceñirse a algo recibido de fuera, relativización de la inspiración de las Escrituras o de la historicidad de la Resurrección) de modo que es tan diferente como para poderse considerar completamente ajena a la sustancia cristiana, otra religión distinta. ¿Cuál?

Sin pararnos en las apariencias, en realidad nos encontramos ante un grupo New Age que emplea imágenes y lenguaje cristianos.

Sabemos que la constelación New Age es muy fluida, y que en las mismas personas se suceden, o coexisten, diversos mitos de referencia, sobre todo antiguas y exóticas religiones. Pero esta religiosidad gnóstica se mantiene igual en el fondo pese a los cambios de modas espirituales: es un jugar a ser budistas, o a compartir la sabiduría tradicional, hasta de patagones o bosquímanos, pero sin llegar a convertirse en tales hasta serlo únicamente y de verdad. No es muy diferente del jugar a pastoras de la corte de María Antonieta: aquellas cortesanas sabían que eran nobles, como nuestros gnósticos saben que las formas religiosas con que revisten sus ideas previas las eligen ellos mismos [10] .

El New Age prescinde de verdades contrastables y le bastan los mitos más variados. Es una moda propia de las poblaciones desahogadas que sólo pretende –y en ello se agota- ‘sentirse mejor’. Con muchísima literatura todo se reduce a una credulidad sorprendente, encaminada a unas vaguedades tópicas, mediante técnicas que, de no mediar tanto engolamiento, cualquiera calificaría de supersticiones.

La raíz de esta vestimenta de religiosidad del psicologismo de autoayuda está muy bien descrita en este pasaje: “Los opulentos habitantes de los avanzados países occidentales no pueden negarse a sí mismos nada, y en cierto momento se les ocurre que los hombres que tienen fe en Dios están “disfrutando” de algo de lo que los agnósticos se han privado a sí mismos. [...] Pero los credos religiosos exigen a sus seguidores que vayan más allá de sí mismos, que se sometan a una verdad mayor que ellos mismos, que se conviertan en auténticos discípulos. Por el contrario, la religión New Age consiste sencillamente en un culto a uno mismo. ¿Cuántos seguidores de la New Age creen realmente en diosas? [11] ”.

¿No resulta excesivo reconducir a la moda del New Age la desviación teopática cristianista? Puede que sí para la inmensa mayoría de sus contagiados, pero no en cuanto al sistema en su conjunto y su lógica interna.

Sin duda los teópatas cristianistas son los únicos integrantes de esa galaxia que rechazan encuadrarse en ella, y los que más se aferran a la vestimenta religiosa, pero de hecho son una religión diferente en los puntos esenciales: no en uno, sino en todos. Y da pena, por las personas y por la incongruencia manifiesta, ver a los cristianistas que durante media tarde se han esforzado en manifestar que tu interpretación de lo cristiano es errónea, y debe cambiar por la más moderna contraria, quejarse el resto de la velada de que siguen siendo cristianos, no son herejes, tienen tanto derecho como el fiel al Magisterio a llamarse católicos, y que la Iglesia es tan de unos como de otros.

La teopatía cristianista se presenta, además, como una religión New Age caracterizada por dos rasgos particulares: es parásita y es estéril.

Parásita, porque a diferencia de otras corrientes del fenómeno new age, sólo se extiende entre quienes ya conocían o simpatizaban con las formas cristianas. En tanto que la remisión a espiritualidades orientales se produce en gentes occidentales, de  matriz cristiana a la postre, que no conocían nada de aquellas sabidurías previamente, el ‘cristianismo’ no procede a la inversa: no introduce nociones de origen cristiano a quienes las desconocían, sino que sólo se dirige a quienes son cristianos para desvirtuar el contenido de los elementos de su religión.

Y no sólo es limitada por eso en sus objetivos y su expansión, sino que ya poseemos perspectiva suficiente para comprobar que es estéril para promover una sucesión de generaciones. Cristianos educados en la fe ‘antigua’ se han podido convertir en ardientes ‘cristianistas’, que siguen buscando prosélitos dentro de la Iglesia (brindar la verdadera comprensión de la Fe con exclusión de la ortodoxia), pero no vemos que tales progresistas transmitan ese entusiasmo a sus hijos. A lo que se ve, éstos tienden a participar del relativismo filantrópico recibido, pero no se suscitan entre ellos vocaciones para consagrar íntegramente la  propia vida al ‘cristianismo’ con hicieran sus padres.

Los clérigos cristianos siguen suscitando nuevas vocaciones sacerdotales entre sus fieles, en tanto que los sacerdotes pasados al ‘cristianismo’, numerosísimos hace unas décadas, han sido muy escuchados pero nada imitados.

La teopatía cristianista conduce, a las dos generaciones, a la religión civil, solidaria y tolerante, que impera en occidente, pero no se perpetúa en cuanto tal sino por nuevos contagios.

Novedades vetustas

Estas consideraciones sobre las extendidas desviaciones que en nuestros días se hacen pasar por cristianas, sin serlo, tienen como finalidad última recordar su vetustez. Las presuntas modernidades, que tanto apelan al Concilio Vaticano II, son falaces hasta respecto a su edad.

Precisamente este año de 2007 estamos conmemorando el centenario de la encíclica Pascendi de San Pío X, que, para condenar el llamado modernismo, primero redujo a sistema común sus manifestaciones, a veces inconexas.

Recomendamos con este motivo volver a leer los textos del Magisterio que tienen relación con la materia:

- El Decreto del Santo Oficio Lamentabili, de 3 de julio de 1907, condenando sesenta y cinco proposiciones modernistas.

- La citada encíclica Pascendi dominici gregis, de 8 de septiembre de 1907.

- El motu proprio Sacrorum antistitum, de 1 de septiembre de 1910, estableciendo el que fue conocido como juramento antimodernista.

- Y a estos tres documentos del pontificado de San Pío X conviene añadir, por la conexión de las tendencias, la carta Testem benevolentiae, dirigida por su predecesor León XIII al Cardenal Gibbons el 22 de enero de 1899, condenando los errores del entonces llamado americanismo.

No son fáciles de encontrar; ni siquiera están todos en el sitio del Vaticano en la red, aunque el Denzinger sí contiene la parte sustancial de todos ellos [12] .

Conviene efectuar esa lectura, inducida por el centenario de la Encíclica principal, para purificar nuestra Fe tanto del contagio ambiental, del que nadie está exento, cuanto del desánimo.

Ciertamente la gran ola progresista, que nos deja en su reflujo el presente encharcamiento en teopatías, ideologismos y actitudes New Age, fue un auténtico maremoto devastador, cuyas consecuencias todavía nos rodean.

Pero si Juan Pablo II nos insistió repetidamente en aquellas palabras de Jesús “no tengáis miedo”; hay otras del Evangelio que, completándolas, hacen perfectamente al caso para cerrar este artículo esperanzadamente: “el Príncipe de este mundo está juzgado” (Jn 16,11). También la agobiante teopatía cristianista de principios del siglo XXI está ya juzgada por la Iglesia. Hace cien años justos. Aunque tengamos que esperar... ¡Sursum corda!

·- ·-· -······-·
Luis María Sandoval



[1] Pío XII, Discurso al X Congreso Internacional de Ciencias históricas, 1955.

[2] Y se da el caso de que en el islam esa riqueza terminólogica es menos necesaria que en la Religión Cristiana, por cuanto el “islamismo”, en cuanto ideología extremista, está contenido expresamente en el propio Corán, en tanto que los musulmanes ‘moderados’ poco pueden argumentar en favor de su postura además de una cómoda e incongruente -aunque sin duda más que razonable- inaplicación de parte de las aleyas coránicas.

[3] Obvian, sin embargo, que San Juan identificó al Hijo increado del Padre con el Logos (Jn 1,1) y que San Pedro nos exhortó a estar dispuesto a dar razón de nuestra esperanza (1 Pe 3,15).

[4] Compréndase la distancia que engendra por el testimonio de un escritor converso del siglo XX, Arnold Lunn: “Temperamentalmente soy un escéptico y no me interesan los credos que no pueden juzgarse a sí mismos en el tribunal de la razón... la experiencia personal, válida para quien la ‘experimenta’, no es argumento para quien no la ha compartido”.

[5] Víd. Luis María Sandoval, “Pelagianismo político. Tendencias pelagianas de los católicos en política” en Católicos y vida pública. Actas del Congreso 5, 6 y 7 de noviembre de 1999 (Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1999), págs. 305-313.

[6] Una persona muy querida me dijo una vez, cargada de comprensión cristianista con los pecados de la carne, que, en realidad, Jesús no había enseñado nada sobre el sexo. No sé si sirvió de algo recordarle que, por su empleo de la palabra ‘adúltero’, Jesús no parecía muy comprensivo con el mismo (Mt 12,39; 15,19; 16,4 y 19,18; Mc 7,22; 8,38 y 10,19; Lc 18,20), que a la adúltera le exhortó  a “no pecar más” (Jn 8,11), que, sin parábolas de ninguna clase, equiparó el divorcio con el adulterio (Mt 5,31-32 y 19,3-10; Mc 10,2,12 y Lc 16,18), provocando sorpresa y distanciamiento en los discípulos; y que, con la más rabiosa actualidad, recordó a la samaritana que su pareja de hecho no era su marido (4,16-18). ¿Es eso nada? ¿No es suficiente?

[7] Fragmento del texto del juramento contra los errores del modernismo. Motu proprio Sacrorum antistitum de 1-IX-1910. Este juramento debía prestarse obligatoriamente para acceder a las órdenes sagradas y diversos oficios eclesiásticos hasta 1967.

[8] Textos que están justo llegando al final de la revelación mormona. Copio el aludido versículo 4: «Y cuando recibáis estas cosas quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo». No sé como un cristianista puede ser capaz de mofarse de un mormón.

[9] El pasaje completo de la Pascendi (§ ) dice así: “Contemplando ahora como en una sola mirada el sistema entero, nadie se admirará si lo definimos como un conjunto de todas las herejías. A la verdad, si alguien se propusiera juntar, como si dijéramos, el jugo y la sangre de cuantos errores acerca de la fe han existido, jamás lo hubiera hecho mejor de cómo lo han hecho los modernistas. Es más, han llegado éstos tan lejos que, como ya insinuamos, no sólo han destruído la religión católica, sino toda religión en absoluto. De ahí los aplausos de los racionalistas; de ahí que quienes entre éstos hablan más libre y abiertamente  se felicitan de que no han hallado auxiliares más eficaces que los modernistas”.

[10] La ficción e insinceridad profunda del New Age se aprecia bien en sus librerías, en donde se ofrecen a la vez –y compran los mismos- multitud de saberes y ‘revelaciones’ de suyo incompatibles, pero coincidentes en su presunta capacidad de conferirnos armonía interna y con la naturaleza, alumbrando las energías incalculables que encerramos en nuestro interior. Más grave es cuando en las librerías religiosas de signo cristianista vemos en menor escala la penetración de libros de autoayuda mística o el ‘eneagrama’.

[11] El párrafo es de James Hitchcock, y lo tomamos de José Antonio Ullate Fabo, La verdad sobre el código Da Vinci (Madrid, Libros libres, 2004), pág. 119.

[12] En España, hace unos años la revista Verbo reprodujo íntegra en su número 373-374 de 1999 la Carta Testem Benevolentiae. Y su último número 455-456 está dedicado monográficamente a “La devastación modernista”.



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