Introducción
Corrían los años 20, la revolución había
hecho estragos en el suelo patrio, no bien habíamos salido de un siglo plagado
desgracias para nuestro país y nuestra Iglesia, cuando en la segunda década del
siglo XX se desataron terribles brotes anticristianos en México, todos ellos
extraños al pueblo de México, profundamente católico, y por lo mismo, lo que se
esperaba era lo peor. Pues de un lado estaban las hordas salvajes de los revolucionarios
–influenciados por el bolchevismo soviético y financiados por los Estados
Unidos- que arrasaban con cualquier vestigio de civilización a su paso, y por
el otro, la Iglesia, civilizadora por excelencia, encarnada en el pueblo de
México, el encuentro iba a ser terrible.
Y el encuentro se dio: la segunda mitad de
la década de los 20´s fue prodiga en mártires que fieles a Cristo, prefirieron
morir antes de avergonzarse de Él. Nuestro suelo se regó con sangre de
hermanos, federales, agraristas y cristeros eran católicos, pero los primeros
fueron o bien engañados y manipulados, u obligados a realizar cosas en contra
de su conciencia pues de ello dependía su empleo en las fuerzas federales.
Se quiso erradicar de México la cruz de
Cristo, y un pueblo entero con su sangre le dijo al tirano que prefería morir
antes de cambiar de rey, un pueblo entero acudió a las urnas, y con su sangre
legitimo el reinado social de Cristo en nuestra amada Patria.
Y entonces, a la par que fueron surgiendo
por doquier soldados de Dios que luchaban por los derechos de la Iglesia -que
generosamente se “echaron al cerro” a luchar
por su fe- surgieron los Mártires, personas que negándose a empuñar un arma,
dieron el mas excelso testimonio de su ser cristiano, y con su conducta
ejemplar y heroica, le hablaron a Cristo del gran amor que le tiene nuestra
Nación, y con su sangre vertida, dijeron a los tiranos que Dios no muere, que
México nació católico, y católico seguirá siendo mientras haya hombres capaces
de luchar por su Patria y su fe; dijeron a los injustos opresores, que mientras
haya un hombre mexicano, que este dispuesto a morir por su fe, México seguirá
siendo católico, pues México tiene un destino que cumplir, y que lo habrá de
cumplir, aunque en ello se nos vaya la vida.
Principales agrupaciones que participaron
en el conflicto religioso
La Asociación Católica de la Juventud Mexicana: ACJM
Los jóvenes mexicanos que habían estado muy
activos en el momento de las elecciones después de la caída de don Porfirio
Díaz, apoyando al Partido Católico, veían como su patria se derrumbaba cayendo
en la anarquía y yéndose al comunismo. Por lo cual, después de serias
deliberaciones, se constituyeron en la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, siendo su primer asistente eclesiástico, el R.
P. Bernardo Bergöend S. J. y su primer presidente nacional, el joven Rene
Capistran Garza, destacado luchador social.
En lo sucesivo, al referirme a esta heroica
agrupación, lo haré citando únicamente sus siglas –ACJM- como se le conoció en
aquellos años, pues se citara abundantemente, ya que gran parte de estos
mártires perteneció a esta benemérita agrupación que tantos hijos suyos dio a
la Iglesia en México.
Esta agrupación fue en extremo heroica, sus
integrantes no dudaron en ir al frente, generosos dieron su vida por Cristo,
como consecuencia lógica de su sólida formación, la cual puede enunciarse así:
Piedad, Estudio y Acción.
La Liga Nacional Defensora de
la Libertad Religiosa: La Liga
Para hablar de la creación de esta
importante agrupación, debo decir antes, que destacadas personalidades del
mundo católico de los años 20´s se daban perfecta cuenta que el ambiente anticatólico
lejos de menguar, crecía día con día a pasos agigantados, y que si pronto no
se hacia una agrupación capaz de oponerse al gobierno, la iglesia católica en México
estaría en serios problemas.
Cedo la palabra a don Andrés Barquín y
Ruiz, conocido escritor cristero, quien nos describe así el origen de esta
heroica sociedad “Estando así las cosas, el licenciado Miguel Palomar y
Vizcarra, don Rene Capistran Garza y don Luis G. Bustos, resolvieron dar vida
al antiguo proyecto de creación de una Liga Cívica de Defensa religiosa, y
habiendo convocado a los miembros representativos de las organizaciones católicas
existentes les propusieron la creación de esa institución, la que al fin quedo
fundada el 14 de marzo de 1925.”
Esta agrupación integraba a las
agrupaciones católicas mas importantes de aquellos años, como las Damas
Católicas, Los Estudiantes Católicos, la ACJM, los Caballeros de Colon, etc…
tomo oficialmente el nombre de Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, y tenia como características principales, que no nacía como una
agrupación religiosa, no tenia ninguna relación con la jerarquía eclesiástica e
integraba a los católicos mexicanos para que haciendo uso de su derecho de
petición consagrado en al Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, luchara por echar abajo las restricciones que en materia de culto
había en México. En lo sucesivo la mencionare mucho, pero solo me referiré a
ella como “La Liga”
Brigadas Femeninas de Santa Juana de
Arco
La mujer mexicana se ha caracterizado
siempre por su profunda religiosidad. Incluso ha habido publicaciones que la
exaltan en tal sentido, entre ellas recuerdo ahora el documento “La guardiana
de la fe” publicado hace algunos años en la editorial EVC, en el se habla de la importancia de la mujer en la forja de nuevos cristianos
y en el sostenimiento de la fe en México.
Cuando para los hombres mexicanos llego el
momento de luchar con las armas en la mano, las mujeres de ningún modo se
quedaron como simples espectadoras, ellas alentaban a sus maridos, a sus
novios, hermanos, primos, etc., jamás dieron un paso atrás, antes al contrario,
el 21 de junio de 1927, un grupo de ellas, -pertenecientes a la Unión de
Empleadas Católicas se reunió en el pueblo de Zapopan, cerca de Guadalajara,
para constituirse en la primera Brigada Femenina de Santa Juana de Arco.
Este pequeño grupo, creció de manera rápida
por todo el occidente del país, y pronto por toda la geografía nacional, - en
1928 eran casi 10 000 cruzadas- teniendo como principal actividad, las
comisiones de finanzas, guerra, provisiones, beneficencia información y
sanidad. La primera jefa suprema de esta agrupación, fue la señorita Celia Gómez, residente en la ciudad de México.
La Unión Popular
Agrupación de Católicos Jaliscienses,
fundada por Anacleto González Flores, que después, al fundarse la Liga, se unió
al proyecto nacional de resistencia pasiva en contra de los abusos del gobierno
de México en materia de culto.
Publicaban un periódico que tuvo mucho
éxito llamado “Gladium” en donde se daban a conocer gran parte de las
actividades realizadas por la Unión Popular, entre sus mejores escritores, se encontraron los después mártires Anacleto González Flores, Luis Padilla, Miguel Gómez Loza, etc…
HIMNO A LA UNIÓN POPULAR
Sal guerrero valiente a pelear,
Presuroso iremos los dos Por que hay viene la Unión Popular Defendiendo la causa de Dios.
Adelante las huellas cristianas Que defienden de Cristo la ley, Las que dicen que muera el tirano, Las que gritan viva Cristo Rey.
Sal gustoso a la guerra hombre honrado, Ahora es cuando debéis de pelear, En el cielo seréis coronado Si ayudáis a la Unión Popular.
Anacleto González Flores
A LA MEMORIA DEL LIC. ANACLETO GONZÁLEZ FLORESAnsiando libertar a la oprimida Nación, en que su cuna se naciera, Alzó su voz potente, enardecida, Conquistándose adeptos por doquiera. Levantó aquella raza que gemía… Encadenada por la férrea mano, Tirana y cruel de la caterva impía, Opresora del pueblo mexicano.
Gallardo era su gesto, majestuoso, ¡Oh como su palabra entusiasmaba! No era un hombre vulgar, era el coloso Zempoalt guerrero que a la lid llamaba. Ansias de libertad le consumían… Lamentaba el error de tantos hombres, Esclavos de su orgullo que vendían Sus conciencias, sus vidas y sus nombres.
Fue un héroe que plantó regia bandera, Luchando por formar criterios sanos; O por escrito o con su voz entera, Rectas ideas sembró entre sus hermanos. ¡Era el faro de luz que reverbera, Señalando el sendero que pisamos!
Guadalajara, octubre de 1927.
Este distinguido luchador social,
nació en Tepatitlán, Jal., el 13 de julio de 1888.
Nació en un ambiente de extrema
pobreza, en el ambiente campesino pero profundamente cristiano de la región de
los Altos de Jalisco lo cual no le impidió poseer siempre nobles sentimientos,
elevados ideales y gran inteligencia. Unas misiones predicadas en su parroquia
en 1905 lo hicieron un efecto en extremo benéfico, volviéndolo mas piadoso y
apostólico.
En 1908 ingresó al Seminario
Auxiliar de San Juan de los Lagos; pronto alcanzó grandes adelantos en las
ciencias y hasta pudo suplir con creces las ausencias del catedrático,
ganándose el apodo de toda su vida: “Maistro Cleto”. Cuando concluyó que su
vocación no era el sacerdocio ministerial, dejó el Seminario para ingresar a la Escuela Libre de Leyes. Notable pedagogo, orador, catequista y líder social cristiano, se
convirtió en paladín laico de los católicos de Guadalajara.
En torno suyo fue congregándose lo
que más tarde sería el núcleo inicial de la ACJM en Guadalajara, que lo reconoció como su guía. Difusor entusiasta del Partido Católico Nacional desde 1911 y
del Demócrata en 1918, pronto se constituyó en uno de los católicos más activos
en el campo cívico con la fundación de círculos obreros, cooperativas y
círculos de estudio
Poseedor de vasta cultura,
escribió algunos libros llenos de espíritu cristiano, así como centenares de
artículos periodísticos.
De su pluma, hemos extraído la siguiente
frase, para darnos cuenta del fuego que ardía en su espíritu: “Entre tanto,
nosotros nos retorcemos en medio de nuestra mendicidad de valores humanos, de
un lado y del otro en medio de la inercia, de los titubeos y de la
pusilanimidad de los pocos valores que tenemos.”
Cuando en 1918 el gobierno del
Estado de Jalisco pretendió aplicar el artículo 130 constitucional, limitando
el número de sacerdotes y reglamentando el uso de los templos, González Flores
con la ACJM desplegó todo un movimiento de resistencia pacífica que se extendió
por todo el Estado y que incluía el boicot, el luto y los manifiestos, mientras
la arquidiócesis de Guadalajara impedía la eficacia de la nueva reglamentación
suspendiendo el culto en los templos y trasladándolo a las casas. Después de 8
meses de intensa lucha, el Decreto 1913 y su reglamento debieron ser derogados.
Heriberto Navarrete, en su Libro “Por
Dios y por la Patria” que recoge sus memorias sobre esta lucha, nos narra
sorprendentes acontecimientos realizado por los católicos del estado de
Jalisco, cunado se les invitaba a unirse a la causa de Dios.
De éste éxito se sirvió para
diseñar la estrategia a seguir cuando en 1925 se repitió la historia en
Jalisco; esa misma táctica de lucha pacífica, de recursos dirigidos al Congreso
y de boicot económico, se implementó a nivel nacional en 1926.
Muy fiel a su prelado, el Siervo
de Dios Francisco Orozco y Jiménez, propuso a los católicos la resistencia
pacífica y civilizada a los ataques del Estado contra la Iglesia; constituyó por ese tiempo la obra cumbre de su vida, la Unión Popular, que llegó a contar con decenas de miles de afiliados.
Cuando en 1926 iniciaron los
alzamientos cristeros en el occidente del país, sobre todo en Jalisco, habiendo
sido agotado todo medio pacífico, ante la propuesta insistente de la Liga de secundar su opción por la vía armada, y convencido de que el episcopado no condenaba
la lucha, aceptó el cargo de delegado regional de la Liga, y por lo tanto se convirtió en el brazo de apoyo de la insurrección católica en defensa
de la libertad religiosa.
Alimentado con la oración y la
comunión diaria, fortaleció su espíritu para dar su voto con sangre por la
libertad de la Iglesia Católica. La madrugada del 1º de abril de 1927 fue
aprehendido en el domicilio particular de la familia Vargas González; se le trasladó al Cuartel Colorado, donde se le aplicaron tormentos
muy crueles; le exigían, entre otras cosas, revelar el paradero del Arzobispo
de Guadalajara: "No lo sé, y si lo supiera, no se los diría", respondió. Los
verdugos, bajo las órdenes del General de División Jesús María Ferreira, Jefe
de Operaciones Militares de Jalisco, descoyuntaron sus extremidades, le
levantaron las plantas de los pies y, a golpes, le desencajaron un brazo.
Don Joaquín Blanco Gil, nos relata así el
martirio del “Maistro” y compañeros:
“Anacleto fue torturado a
cuchilladas, se le suspendió de los pulgares, le dejaron así colgado mientras
atormentaban a los hermanos Vargas González, exclamando el mártir: “no jueguen
con niños; si quieren sangre de hombre, aquí estoy yo” y dirigiéndose a
Padilla Gómez que pedía confesión: “no, hermano, ya no es tiempo de
confesarse, sino de pedir perdón y de perdonar. Es un padre, no es un juez el
que espera. Tu misma sangre te purificará”, los hermanos Jorge y Ramón Vargas
González, habían apenas terminado de recitar el acto de contrición, cuando
fueron pasados por las armas, les toco la dicha de ocupar el envidiable puesto
de asistentes del caudillo en su entrada triunfal a los cielos. No salía bien
de un abanderado, llegar solo hacia su rey.
Luís Padilla Gómez pidió le dejaran orar, y cuando estaba
arrodillado rezando, una descarga cerrada le arranco la vida. Anacleto González Flores fue herido con un marrazo en el costado izquierdo, cayendo al
mismo tiempo que recibía una lluvia de balas, siendo sus ultimas palabras,
antes de la postrera tortura que le asesino “General: perdono a usted de
corazón, muy pronto nos veremos ante el tribunal divino; el mismo Juez que me
va a juzgar, será su Juez; entonces tendrá usted un intercesor en mi con Dios…
una sola cosa diré, y es : que he trabajado con todo desinterés por defender la
casa de Jesucristo y de su Iglesia.
"Vosotros me matareis, pero sabed que conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mi dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con
la seguridad de que veré pronto, desde el cielo, el triunfo de la Religión y de mi Patria… por segunda vez oigan las Ameritas este santo grito: yo muero pero
Dios no muere, ¡Viva Cristo Rey!”
“El Pelotón primero no quiso obedecer las órdenes
de la ejecución que había dado el jefe de operaciones militares en Jalisco,
por lo que hubo de ser sustituido por otro. Como el lo pidió, -morir al final,
para animar a sus amigos- fueron muertos primero sus compañeros cayendo él al
final, con la fortaleza invencible de los mártires, para confusión de los perseguidores
que aseguraron su derrota ante la libertas invencible del espíritu.”
Hasta el último momento de su vida, Anacleto fue coherente
entre el pensar y actuar. Siempre vivió lo que predicaba, el había dicho que
los mártires serían lo que habrían de proclamar el reinado temporal de Cristo
en México, y él quiso ser uno de ellos, el, con su sangre, testimonio la
adhesión de México a la causa de Cristo Rey.
“Su muerte fue como su vida: convencido de la verdad
cristiana y de que Nuestro Señor le pedía el sacrificio de su vida, resignado
esperó la muerte, como quien sabe que está cumpliendo con el destino
providencial. Su enseñanza fue no sólo de palabra, sino principalmente con su
ejemplo. Hay que pedir a Dios que conceda a su Iglesia muchos católicos que
trabajen con el ejemplo y el convencimiento de Anacleto”.
José Cardenal Garibi Rivera Arz. De Guadalajara.
"¡Jesús misericordioso! Mis pecados son más que las
gotas de sangre que derramaste por mí. No merezco pertenecer al ejército que
defiende los derechos de tu Iglesia y que lucha por ti. Quisiera nunca haber
pecado para que mi vida fuera una ofrenda agradable a tus ojos. Lávame de mis
iniquidades y límpiame de mis pecados. Por tu santa Cruz, por mi Madre
Santísima de Guadalupe, perdóname, no he sabido hacer penitencia de mis
pecados; por eso quiero recibir la muerte como un castigo merecido por ellos.
No quiero pelear, ni vivir ni morir, sino por ti y por tu Iglesia. ¡Madre Santa
de Guadalupe!, acompaña en su agonía a este pobre pecador. Concédeme que mi
último grito en la tierra y mi primer cántico en el cielo sea ¡Viva Cristo Rey!"»
«Al final del Rosario, los cristeros de Jalisco
añadían esta oración compuesta por Anacleto González Flores.
Miguel Gómez Loza
Este otro personaje es hijo
también de la católica Tepatitlan en el estado occidental de Jalisco, donde
nació el 11 de agosto de 1888.
Fue un Laico casado y abogado de
profesión.
Fue martirizado en Atotonilco el
Alto, Jal., el 21 de marzo de 1928.
El Licenciado Gómez Loza fue hijo
de campesinos, lo que le confirió un carácter noble y recio, que después afloraría
en los momentos más cruciales de su vida, dando en todo momento muestras de valentía
y honradez. Desde su niñez hasta su juventud cuidó de su madre, viuda, en la
modesta aldea de Paredones; sin embargo, nunca abandonó el deseo de superarse
en ciencia y en virtud. Desde su juventud fue promotor incansable de la
doctrina social de la Iglesia. Junto con su entrañable amigo Anacleto González
Flores, en las filas de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana A.C.J.M., de Guadalajara, encontró escuela y cátedra para su formación religiosa y moral y para
sus ansias apostólicas.
Sorteando mil dificultades,
ingresó a la Escuela Libre de Derecho, perseverando en sus estudios hasta
concluir la carrera de derecho. Hombre intrépido, de convicciones, nada le
arredraba en sus propósitos cuando estos eran justos, lícitos y debidos. Por
defender los derechos de los necesitados, cincuenta y nueve veces fue
encarcelado, y muchas veces golpeado.
En 1922 contrajo matrimonio con
María Guadalupe Sánchez Barragán. De su matrimonio le nacieron tres hijas. En
1927, durante la persecución religiosa contra la Iglesia, Miguel se unió a la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, empleando todos los medios pacíficos permitidos para resistir los ataques
del Estado a la libertad de credo. Para defender la libertad y la justicia,
aceptó el nombramiento de Gobernador de Jalisco, conferido por los católicos de
la resistencia. Perseguido por las fuerzas federales, fue acribillado por el
ejército federal, cerca de Atotonilco el Alto, Jalisco, el 21 de marzo del año
de 1928.
Morir por Cristo en El
Lindero
“El Lindero” es el nombre del lugar
donde murió el Lic. Miguel Gómez Loza el 21 de marzo de 1928. “Lindero” significa límite o confín de una propiedad o localidad. Nombre emblemático el del lugar
de su muerte, pues toda su vida se desarrolló como en el lindero entre el
cristiano “prudente” y el “temerario”. Gómez Loza, siempre fiel a su conciencia
y a sus convicciones, abrazó la causa cristera convencido de que era causa
justa y de que no había otro camino para conservar la libertad de los mexicanos
y su derecho de creer en Dios como católicos.
Al igual que Anacleto, tampoco
Miguel era hombre de armas, su trabajo era meramente civil. Cuando murió
ostentaba el nombramiento de Gobernador civil de los cristeros, es decir, era
el responsable de coordinar los esfuerzos por difundir escuelas, aprovisionar y
sustentar a los cristeros, recabar recursos para la causa, ayudar a las
familias de los combatientes e implementar una red de información al servicio
de la Unión Popular y el Ejercito Libertador.
Hombre de fuego, noble e impetuoso,
católico hasta la médula, espíritu libre y sencillo, era hipersensible a las
injusticias y a las imposiciones, su acción era inmediata y audaz.
No son pocas las anécdotas que
retraban perfectamente su personalidad combativa, por ejemplo, para luchar
contra los prestamistas y los patrones que explotaban a sus medieros, fundó una
Caja de Ahorro y una cooperativa, animado por su hermano sacerdote.
En la Revista David, publicada por ex-cristeros, encontramos este relato que nos hablan de la
bravura de este alteño: “Un día primero de mayo, los rojinegros plantaron su
odiosa bandera en al catedral tapatía: Gómez Loza subió solo a la torre, arrió
el odioso hilacho y lo hizo pedazos. los rojinegros se liaron con el a
puñetazos, Gómez Loza lucho hasta caer sin sentido junto a unos de los
tranvías eléctricos que hacían el servicio a Zapopan.”
Otra historia nos lo muestra
molesto por la clausura de la escuela católica en su pueblo y porque se obligó
a los padres de familia a mandar a sus hijos a la oficial, Miguel ató a la cola
de su caballo el retrato de Juárez que había desplazado al de la virgen de
Guadalupe, y lo arrastró por el caserío; entonces el comisario lo detuvo y a su
vez arrastró a Miguelito, atado con una cuerda a la montura. Pero no se dejó intimidar y abrió su propia escuela enfrente. Fue compañero de
luchas de Anacleto: en el Partido Católico Nacional, en el estudio de Derecho,
en la creación de círculos de estudio que se trasformarían en la ACJM, en la creación y difusión de la periódicos católicos, en la defensa del arzobispo
Francisco Orozco y Jiménez, en la lucha contra las leyes opresivas del decreto
No. 1913, del año 1917; igualmente trabajaron juntos en la organización de
sindicatos católicos y cooperativas, en la Unión Popular. Sus acciones a favor de la Iglesia y de la libertad le costaron casi 60
encarcelamientos; pero también recibió la condecoración Pro Ecclesia et Pontífice, del papa Pío XI.
De él podríamos decir lo que García
Morente decía del autentico Caballero Cristiano, prototipo del ideal hispano:
Tenia ansia de eternidad Gómez Loza fue siempre fiel a Cristo en todas las
situaciones de su vida, a el no le importo jamás la opinión del mundo, sabia
que había que obedecer a nuestro Señor y jamás se detuvo a pensar en lo que se
pensaba de el, o en las consecuencias de desafiar al mundo por cumplir la voluntad
de Dios.
“Para el caballero cristiano, la vida no es sino la preparación de la muerte, el corredor estrecho que
conduce a la vida eterna, un simple tránsito, cuanto más breve mejor, hacia el
portalón que se abre sobre el infinito y la eternidad. El «muero porque no muero» de Santa Teresa expresa perfectamente este sentimiento
de la vida imperfecta. En cambio, hay colectividades humanas que han propendido
y propenden más bien a hacerse una idea positiva de la vida terrestre. Ven la
vida como algo estante, duradero –aunque no perdurable -que merece toda nuestra
atención y todos nuestros cuidados. Estos pueblos, que saben paladear la
«douceur de vivre», cuidan bien de aderezar y realzar las formas diversas de
nuestra vida terrenal; aplican su espíritu y su esfuerzo a cultivar la vida,
convierten, por ejemplo, la comida en un arte, el comercio humano en un sistema
de refinados deleites y la hondura santa del amor en una complicada red de
sutilezas delicadas. Son gentes que aman la vida por sí misma y le dan un valor
en sí misma, y la visten, la peinan, la perfuman, la engalanan, la envuelven en
músicas y en retóricas, la sublimizan; en suma, le tributan el culto supremo
que se tributa a un valor supremo.”
Morir en primavera
Justamente el día en que comienza
la primavera, floreció la tierra roja de San Francisco de Asís con rosas de
sangre, nacidas de “el colorado” Miguelito, que venía de las tierras coloradas
de El Refugio, municipio de Acatic. Como si la Providencia quisiera darnos a entender que no moría, sino que entraba en la vida que se
renueva, o mejor dicho, en la Vida que no se marchita. Dios no se alegraba con
la muerte de Miguel, sino con el amor de Miguel por Dios, por la Iglesia y por la Patria.
El licenciado Miguel Loza Gómez
nació el 11 de agosto de 1888, hijo de Petronilo Loza y de Victoriana Gómez. Su
único hermano, Elías, se había ordenado sacerdote en 1913 y había muerto a
causa de un atentado en 1926; Miguel, por su parte, se había casado en 1922 con
Guadalupe Sánchez y había tenido tres hijas: María de Jesús, María del Rosario
y María Guadalupe. A su muerte, sólo le sobrevivían su madre, su esposa y sus
hijas.
Moría a los 40 años de edad, en
plena madurez, en el momento en que las semillas de la libertad estaban
germinando en México, cerrando el paso al totalitarismo mexicano. Atrás la
estela heroica de su lucha; quedaba vacante el cargo de Gobernador Provisional
cristero que la liga le otorgara tras la muerte de Anacleto, ocurrida el 1º de
abril de 1927; vacío quedaba Palmitos, el refugio sanjulianense de Gómez Loza.
Ya era imposible cumplir el viaje a Guadalajara.
La muerte de Gómez Loza, hacia el
final de la gran ofensiva callista que reconcentró a los rancheros de Los Altos
en las principales poblaciones mientras limpiaba “con peine de acero” toda la
región, militarizada completamente y explorada constantemente en diversas
direcciones, marco un punto y aparte en la lucha cristera. En lo sucesivo,
Gorostieta se convertirá en el leader del movimiento en la región.
Allí quedaba Gómez Loza,
acribillado detrás de un encino. Al darse cuenta por los papeles que llevaba de
que se trataba del Gobernador cristero, lo arrastraron cabeza de silla, y lo
llevaron a Atotonilco. La ofrenda de su vida, como la de Nicho Vázquez, el correo que murió junto con él, y la de muchos otros, es preciosa a los ojos del Señor, pues eran sus fieles y se esforzaban por una Patria libre y
generosa. Por eso su muerte es preciosa no sólo a los ojos de Dios, sino
también a nuestros ojos.
Fue un hombre que defendió sus
creencias bajo el postulado de que la defensa de la fe era una causa justa y
que no había otro camino para conservar la libertad de los mexicanos y su
derecho a creer en Dios como católicos. Fue por ello que, a quien también se le
conoció como «El Gobernador Civil», murió acribillado apenas a los 40 años de
edad, teniendo como testigo un encino, donde quedó su cuerpo, justo por el
tiempo en que el autoritarismo mexicano abría paso a la libertad que germinaba
en México.
José Dionisio Luís Padilla
Gómez
En la perla del Occidente de
México –Guadalajara Jal- nació Luis Padilla el 9 de diciembre de 1899.
Fue laico célibe, profesor, fue
martirizado en Guadalajara, Jal., el 1º de abril de 1927.
Recibió una esmerada educación en
el seno de una familia distinguida y cristiana. En 1917 ingresó al Seminario
Conciliar de Guadalajara, donde destacó por su conducta intachable y la pureza
de sus costumbres; abandonó la institución en 1921 para aclarar ciertas dudas
vocacionales.
Una vez fuera del Seminario, se
dio de alta como profesor, impartiendo clases sin retribución alguna a niños y
jóvenes pobres. Fue socio fundador y miembro activo de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (A.C.J.M.), donde desarrolló un intenso
apostolado, sobre todo en el campo de la promoción social. Su acendrada piedad
la practicaba, sin afectación, en todas partes: en su casa, en la calle y en el
templo; fue un ferviente devoto de la Santísima Virgen.
Al estallar la persecución del
Estado contra la Iglesia católica, Luis Padilla se afilió a la Unión Popular para trabajar a través de medios pacíficos en la defensa de la religión. En repetidas ocasiones expresó su deseo de seguir a Jesús hasta el dolor, el sufrimiento y la entrega total de la vida.
El día 1º de abril de 1927, a las dos de la mañana, fue acordonado su domicilio por un grupo de soldados del ejército
federal, bajo las órdenes del mismo jefe de operaciones militares del Estado de
Jalisco, general de división Jesús María Ferreira, quien con lujo de fuerza
ordenó el saqueo de la morada y la aprehensión de sus habitantes, además de
Luis, su anciana madre y una de sus hermanas.
Heriberto Navarrete cuenta así la
aprehensión de nuestros mártires: “A media noche entre
los días 31 de Marzo y 31 de Abril de 1927 combinadas la Policía Metropolitana y la de Guadalajara, asaltan la residencia de los Vargas González
(donde estaba el “Maistro”), la de Luís Padilla, la del Señor Ignacio Martines y mi domicilio en Guadalajara.
Es conocido el
resultado de estas aprehensiones: “El mismo día eran pasados por la armas en el
Cuartel Colorado, el Maestro, Luís Padilla y los dos hermanos Vargas.”
El joven Luis fue remitido al
Cuartel Colorado, soportando en el trayecto golpes, insultos y vejaciones. Poco
después fueron aprehendidos otros cuatro cristianos: el abogado Anacleto
González Flores y los hermanos Jorge, Ramón y Florentino Vargas González,
acusados de conspirar contra el Estado Mexicano. Presintiendo su fin, Luis expresó
su deseo de confesarse sacramentalmente; su compañero de apostolado y de
prisión, Anacleto González Flores, lo confortó diciéndole: No, hermano, ya no
es hora de confesarse, sino de pedir perdón y de perdonar. Es un Padre y no un
juez el que te espera. Tu misma sangre te purificará. Ya en el paredón, los
cuatro valientes cristianos recitaron a voz en cuello el acto de contrición;
mientras Luis Padilla, arrodillado, ofrecía su vida a Dios con ferviente
oración, los verdugos descargaron sus armas sobre él, consumando, a los 26 años
cumplidos, su oblación a Dios hasta el derramamiento de la sangre.
En su natal Guadalajara, Luis
Padilla Gómez se caracterizó por ser un estudiante ejemplar, formado bajo la
educación vigorosa y profunda de los sacerdotes jesuitas. Ingresó al Seminario
Conciliar de esta ciudad donde permaneció cinco años, hasta noviembre de 1921 y
donde tiempo después se desempeñaría como maestro, actividad por medio de la
cual intentaba formar a los jóvenes, enseñándoles los principios de la Doctrina Social de la Iglesia.
Su vida espiritual estuvo marcada
por una gran devoción a la Virgen María, además de que recurría a la constante meditación, ya que sostenía que la personalidad de un hombre se mide siempre
por su vida interior. Fue miembro también de la ACJM, y era asiduo a las letras y a la literatura, por lo que se le considera un sabio y santo.
Años mas tarde, durante la exhumación de su cuerpo, sucedió
alo realmente extraño: su osamenta adquirió tonalidades brillantes, pero mejor
leamos el relato que el cura Ramiro Camacho envió a la redacción de la revista Cristera David: “Al cabo de 25 años de sepultado, en el panteón
municipal de esta ciudad, en la cripta de la familia Padilla Gómez, se procedió a la exhumación de su cadáver, para trasladarlo a la
cripta de San Agustín. Era en punto de las 12 del día 9 de julio de 1952.
La Señorita Luz –hermana del mártir- que contemplaba el esqueleto, de repente vio aparecer como
una estrellita en el orificio del tiro de gracia. En seguida nuevas estrellitas
cubrieron todo el cráneo, hasta extenderse el fenómeno a todos los huesos, de
tal guisa que la osamenta quedo totalmente brillante.
Luz pregunto estupefacta a un
desenterrador: que es esto? El interrogado incipientemente dijo: es el salitre…
En relación con las exhumaciones que se
hicieron de los señores Mercedes Gómez, viuda de Padilla Ignacio Gómez Medina, Jacoba Padilla viuda de Peña, y Luis Padilla Gómez, solamente este ultimo
resulto en toda la osamenta un brillo o sea, cristalizados los restos, cosa que
ninguno de los otros restos tenían.”
Jorge Vargas González
Este mártir y su hermano, nacieron
igualmente en el estado de Jalisco.
Es bueno resaltar que la población
de Jalisco es muy cristiana, y que debido a eso, en la mayoría de revueltas que
había padecido nuestro país, sus pobladores escasamente participaron, peor
cuando se trato de defender su fe, y de dar el testimonio supremo de Cristo,
los jaliscienses no tuvieron igual en México.
Se cuenta que cuando el presidente
Plutarco Elías y su secretario de Guerra, General Joaquín Amaro, en compañía de
otras personas, discutían la situación del conflicto que se había desatado por
las agresiones del estado a la fe del pueblo mexicano, alguien mencionaba
acerca de los habitantes de Jalisco, que no se preocuparan, que el gallinero de
Jalisco no daría problemas al ejercito federal –Zacatecas, estado vecino ya
estaba levantándose en armas- y que la rebelión no se extendería mas.
Meses mas tarde, Jalisco Sí se
había levantado en armas, y estaba dando muchos dolores de cabeza a los
soldados federales, entonces, el General Amaro le dice al presidente: “déme
tres meses Sr. Presidente y en ese tiempo acabaré con la rebelión de los
jaliscienses” a lo que uno de los presentes contesto: “no diga eso mi General,
yo conozco a los que encabezan el movimiento, se que es gente que lo dará todo
por la causa que defienden, no diga eso, no sea que esos tres meses se
conviertan en tres años”. Y efectivamente esos tres meses se convirtieron en
tres años, debido a la entrega de la gente que lideraba el movimiento en
Jalisco y otras regiones, del país, el que dijo esto bien que sabia lo que
decía, pues había sido seminarista y conocía a nuestros mártires.
Los mártires de los que estamos
hablando, todos ellos murieron por amor a Cristo, todos pudieron escapara y
salvar sus vidas, pero prefirieron ofrendarla al buen Dios, ninguno de ellos
llego a tomar las armas, todos fueron inmolados indefensos.
A este tipo de personas se refería
el que interpelaba a Amaro, estas personas si que supieron darlo todo por sus
ideales, hasta la vida misma por amor a Nuestro Rey.
Jorge Vargas González nació en
Ahualulco, Jal., el 28 de septiembre de 1899.
Laico célibe, martirizado en Guadalajara, Jal., el 1º de abril de 1927.
Fue hijo de un honrado médico y de
una valerosa matrona, comparable a la madre de los Macabeos, fue el quinto de
once hermanos. Se le bautizó el 17 de octubre de ese año, poniéndole el nombre
de Jorge Ramón, aunque durante su vida utilizó el primero. Siendo niño, su familia
se trasladó a Guadalajara, tomando como domicilio, una casa de la calle de
Mezquitán.
Como muchos jóvenes católicos en
México, Jorge participó de los anhelos y de las inquietudes de quienes sufrían
el flagelo de la persecución religiosa; ejemplos en su familia no faltaban, en
especial el de su íntegra y piadosa madre.
Durante la persecución religiosa,
en 1926, siendo Jorge empleado de la Compañía Hidroeléctrica, su hogar sirvió de refugio a muchos sacerdotes perseguidos, entre
otros, el padre Lino Aguirre, quien sería luego obispo de Culiacán, Sinaloa, de
quien Jorge fue custodio y compañero de correrías. A finales de marzo de 1927,
los Vargas González recibieron en su hogar al proscrito líder Anacleto González
Flores, columna de la resistencia católica de Jalisco y sus alrededores; la
familia conocía de sobra lo que podía costar su acción. Anacleto compartía el
aposento de Jorge.
En ese lugar los sorprendió la
celada del 1° de abril. Todos, hombres, mujeres y niños, entre vejaciones y
sobresaltos, fueron aprehendidos por Atanasio Jarero, jefe de la policía de
Guadalajara. Un mismo calabozo sirvió para alojar tres de los Vargas González:
Florentino, Jorge y Ramón; su crimen: haber alojado a un católico perseguido.
Horas después encerraron en una
celda contigua a Luis Padilla Gómez y a Anacleto González Flores. Jorge, desde
la reja de su prisión dio a entender a Luis Padilla que serían fusilados; le
quedaba claro que en esas circunstancias la muerte lo incorporaría a Cristo. Se
lamentó luego de no poder recibir la comunión siendo ese día viernes primero,
pero su hermano Ramón le reconvino: "No temas, si morimos, nuestra sangre
lavará nuestras culpas". La entereza de ánimo de los hermanos se mantuvo,
charlando con desenfado antes de ser ejecutados. Por una orden de último
momento, uno de los tres hermanos, Florentino, fue separado del resto.
Antecedió a la muerte algún tipo de tormento, pues el cadáver de Jorge presentó
un hombro dislocado, contusiones y huellas de dolor en el semblante; lo cierto
es que llegada la hora, con un crucifijo en la mano, y ésta junto al pecho, el
siervo de Dios recibió la descarga cerrada del 201 batallón, que ejecutó la
sentencia.
Ramón Vicente Vargas González
Hermano del anterior mártir, nació
en Ahualulco, Jal., el 22 de enero de 1905.
Laico célibe, estudiante
universitario pasante en medicina.
Fue martirizado en Guadalajara,
Jal., el 1º de abril de 1927.
Fue el séptimo de once hermanos;
tres notas lo distinguieron de ellos: el color rojo de su pelo, que le ganó el
sobrenombre de Colorado, su elevada estatura y su jovialidad. Radicado con su
familia en Guadalajara, Ramón, siguió los pasos de su padre al ingresar a la Escuela de Medicina, donde destacó por su buen humor, su camaradería y su clara identidad
católica.
En cuanto estuvo a su alcance,
atendio gratuitamente la salud de los pobres. A los 22 años, próximo a concluir
sus estudios universitarios, recibió en su hogar, a Anacleto González Flores,
quien no tardó en advertir las elevadas dotes de Ramón, pidiéndole de inmediato
sumarse a los campamentos de la resistencia activa como enfermero: “Por usted
hago lo que sea, Maistro, pero irme al monte, no”, contestó el interpelado.
Esta respuesta nos habla de que nuestros mártires jamás utilizaron armas en la
cristiada, su resistencia fue de otras maneras, pero igualmente supieron
oponerse varonilmente a los deseos tiránicos de nuestro moderno Cesar.
La madrugada del 1° de abril de
1927 alguien azotó la puerta de los Vargas González; Ramón atendió el llamado;
al entreabrir la puerta, un nutrido grupo de policías se apoderaron de la casa. Se cateó la vivienda y se aprehendió a sus ocupantes. Ramón mantuvo la calma pese a su
indignación; en la calle, aprovechando el tumulto, pudo escapar sin que lo
advirtieran sus captores, pero no tardó el volver sobre sus pasos y entregarse.
Jean Meyer en una de sus
investigaciones, recoge el testimonio de una de las hermanas de Ramón, y nos
dice que cuando ya había escapado, no se resigno a estar lejos y salvo,
mientras su familia era vejada por esas hordas de salvajes en que se había
convertido el ejército mexicano. Por lo cual, decide regresar, entregarse y
compartir el mismo destino que le esperaba a sus compañeros.
Cuando supo que iba a morir, su
hombría de bien y su esperanza cristiana le bastaron para unir su sacrificio al
de Cristo. Ante una exclamación de su hermano Jorge, respondió: "No temas,
si morimos nuestra sangre lavará nuestras culpas”.
Creyendo que Florentino era menor,
se le obligo a abandonar a sus hermanos, por lo cual el martirio lo padecieron
solo Ramón y Jorge
Padres heroicamente
cristianos
Cuando su madre estaba ante los
cadáveres de sus hijos mártires de la fe, -Jorge y Ramón- llegó Florentino, a
quien los soldados no quisieron matar por considerarlo menor de edad. Al verlo,
su madre le dice:
-“¡Ay, hijo! Qué cerca estuvo de
ti la corona del martirio; debes ser más bueno para merecerla”
Estas eran las mujeres que
forjaron a los numerosos mártires que bendicen nuestra Patria, mujeres
profundamente cristianas que se preocupaban por su formación y vida cristiana,
y no se dejaban arrastrar por modas que las alejaran de Dios.
Por otro lado, mientras eran
velados los cadáveres de los mártires, la gente se acercaba a darle el pésame a
su padre, a lo que el respondía: “Ahora sé que
no es el pésame lo que deben darme, sino felicitarme porque tengo la dicha de
tener dos hijos mártires”
José Luciano Ezequiel Huerta
Gutiérrez
Nació el 7 de enero de 1876, fue bautizado en la Parroquia de Magdalena, y se le consideró un muchacho idealista, generoso y sociable.
Fue martirizado en Guadalajara,
Jal., el 3 de abril de 1927.
Esposo y padre ejemplar de
numerosa prole, fue poseedor de una magnífica y bien cultivada voz de tenor
dramático, gracias a la cual asistía a los oficios litúrgicos con bastante
lucimiento y decoro. Muy devoto de la Sagrada Eucaristía, comulgaba con frecuencia. Muy caritativo, compartía sus bienes entre los
necesitados.
Fue sacado de su casa a la fuerza
la mañana del 2 de abril de 1927; acusado de esconder “curas rebeldes”, mientras
Salvador, su hermano fue privado de su libertad a través de engaños. Los dos
hermanos fueron torturados con la finalidad de que denunciaran el paradero de
sus hermanos sacerdotes, - Eduardo y José Refugio-
preguntas a las que respondían: «Que viva Cristo Rey».
Cuando fue hecho prisionero,
acababa de visitar la capilla ardiente donde era velado el cadáver del líder
católico Anacleto González Flores. En los calabozos de la Inspección de Policía, lo torturaron hasta hacerlo perder el conocimiento. Cuando volvió en
sí, expresó sus lamentos cantando el himno eucarístico: “Que viva mi Cristo,
que viva mi Rey”.
La madrugada del día siguiente, 3
de abril, que era Domingo de Ramos fueron llevados al Panteón de
Mezquitán para ser fusilados, no sin antes perdonar a sus agresores. Se formó el cuadro para la ejecución; había llegado la hora. Ezequiel dijo a su hermano Salvador: Los perdonamos, ¿verdad? Sí, y que nuestra sangre
sirva para la salvación de muchos, repuso el interpelado; una descarga de
fusilería cortó el diálogo.
Muy cerca de ese lugar, la esposa
de Ezequiel escuchó los disparos; ignoraba quienes eran las víctimas; con todo,
reunió a su numerosa prole: Hijitos, vamos rezando el rosario, por esos pobres
que acaban de fusilar.
Las balas apagaron primero la vida de Ezequiel y su hermano
Salvador, dijo: «Me descubro ante ti, hermano, porque eres un mártir…».
“Entre todos los mártires, cuyo heroísmo y
gloria empurpuran la historia de la Iglesia, no hay ninguno cuyo testimonio
supremo –ese testimonio de fe y de amor, del cual Cristo mismo afirmaba que
sobrepasa a todos los otros- sea mas luminoso y mas entusiasmante que el de los
mártires mexicanos.”
J. Salvador Huerta Gutiérrez
Salvador, nació el 18 de marzo de 1880 en la misma población, y se le reconoció un carácter serio y obediente.
Ambos hermanos fueron amigos de Anacleto González Flores y
reconocidos por la sociedad de Guadalajara personas que amaban a Dios
Laico casado, mecánico tornero de
oficio. Fue martirizado en Guadalajara, Jal., el 3 de abril de 1927.
Mecánico por vocación, se dedicó a
este oficio, llegando a ser uno de los mejores de Guadalajara. Amante del
Santísimo Sacramento, participaba todos los días de la Eucaristía y adoraba, con frecuencia, el Sagrado Depósito. Su conducta como hijo, como esposo
y padre fue siempre ejemplar. Poseía una particular intuición ante el peligro,
al que se enfrentaba con singular fortaleza.
Al comenzar el año de 1927 la
situación religiosa se tornó imposible para los católicos. Se perseguía sin
tregua a los clérigos por considerárseles instigadores de la resistencia
armada. El 2 de abril de 1927, consumado el asesinato de Anacleto González y
sus tres compañeros, acudió al cementerio a despedir los restos del conocido
líder.
De regresó a su taller, lo
esperaban agentes de la policía, quienes valiéndose de un ardid, lo arrestaron.
En la Inspección General comenzó un crudísimo tormento; lo colgaron de los
dedos pulgares; querían los verdugos conocer el paradero de los presbíteros
Eduardo y José Refugio –sus hermanos-. Exánime lo tiraron en un calabozo.
En las primeras horas del día
siguiente, 3 de abril, lo condujeron, junto con su hermano Ezequiel, al panteón
de Mezquitán. Ante el pelotón de fusilamiento, pidió una vela encendida, iluminando
su pecho descubierto: ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!; disparen; muero por Dios, que lo amo mucho.
Don Joaquin Blanco Gil, describe
asi la muerte de estos valientes: “Si Ezequiel huerta tuvo valor un día para
reclamar a un impío que cometía faltas de respeto en el templo en que ambos
estaban, recibiendo en respuesta una puñalada que era una condecoración en
carne viva, Salvador Huerta, después de ver como era fusilado su hermano, antes
de serlo el mismo, pidió una vela y con ella encendida, en al mano izquierda,
descubrió con la diestra su pecho, y alumbrándolo bien, dijo a sus verdugos:
aquí esta el corazón dispuesto a morir por su Dios, porque lo ama mucho”
José de Jesús Sánchez del Río
Los hechos que hasta aquí has venido
leyendo –y las que te faltan en esta obra- amable lector, tiene un origen común:
la sólida fe de un pueblo que se negó a renunciar a Cristo por una vida efímera,
pasajera, una fe que los llevo a arrostrar los mas grandes peligros y
privaciones, seguros de que su sacrificio serviría para dejarnos una Patria mas
justa.
Esto no debemos perderlo de vista,
tanto lo mártires como los cristeros, estuvieron animados por un amor sin
limites a Dios y la Patria, pues solo así se explica la enorme capacidad de
sacrificio que poseían, solo de esa manera es posible entender la desigual
lucha que enfrentaron los cristeros y las sangrientas muertes que heroicamente
soportaron los mártires sin apostatar.
En el caso de la vida del mártir
que a continuación se describe, lo anterior es mas que evidente: la profundidad
y generosidad de su fe es evidente en cada momento, en nuestro mártir, en sus
padres, en sus hermanos, en el ambiente en que vivió su corta vida, etc…
Es en esas comunidades
profundamente cristianas, en donde se han dado esas grandes muestras de amor a
Cristo, pues solo el amor a Dios pudo hacer que miles de hombres se lanzaran al
cerro a pelear contra un ejercito sostenido por los Estados Unidos,
repitiéndose la lucha de David contra Goliat, solo ese amor, pudo hacer
posible el surgimiento de las heroicas Brigadas Femeninas Santa Juana de Arco;
solo ese amor sin limites hacia nuestro Divino Salvador, fue capaz de sostener
a las miles de familias que apoyaron incondicionalmente a los Sacerdotes, a los
Mártires, a los Cristeros.
Y pues, sin más, les invito a que
disfruten de este relato, digno de ser recordado por siempre por todos los
mexicanos.
José de Jesús Sánchez del Río, nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Mich. Hijo de Macario Sánchez
Sánchez, y de María del Río Arteaga. Fue bautizado seis días después de su
nacimiento, en la parroquia de Santiago Apóstol. Hizo sus estudios en el
colegio del pueblo. Rezaba el rosario diariamente, asistía a misa todos los
domingos, cada día 21 del mes asistía al templo del Sagrado Corazón, a celebrar
a San Luis Gonzaga y a recibir la sagrada Comunión, muy devoto de la Santísima Virgen de Guadalupe, asistía al catecismo.
El 31 de julio de 1926 se decretó la suspensión del culto público. José tenía 13 años y 5 meses. Su hermano
Miguel decidió, junto con otros amigos, Adán y Guillermo Gálvez, tomar las
armas para defender a Cristo y a su Iglesia. José, viendo el valor de su
hermano, pidió permiso a sus padres para alistarse como soldado; su madre trató
de disuadirlo pues, por sus pocos años, más bien iba a estorbar que ayudar.
Cuando escuchó el argumento de su madre, José le dijo: “Mamá, nunca había sido
tan fácil ganarse el cielo como ahora, y no quiero perder la ocasión”.
Su madre le dio permiso pero le
pidió que le escriba al jefe de los Cristeros de Michoacán, don Prudencio
Mendoza, para ver si lo admitía. José escribió al jefe cristero y la respuesta
fue negativa. Era muy pequeño. Le daba las gracias por sus buenas intenciones.
No se desanimó y volvió a escribir pidiéndole que lo admitiera, si no como
soldado activo, sí como un asistente, al fin que no daría problemas y podía
ayudar cuidando los caballos, quitando las espuelas a los soldados y hasta
preparando comida pues “sabía cocer y freír frijoles”. Don Prudencio reconoció
la grandeza del muchacho y le contestó diciendo: “Si tu madre te da permiso, te
acepto”. Con la bendición de su madre, partió para los campamentos de Mendoza.
En el campamento se ganó el cariño
de sus compañeros que lo apodaron “Tarcisio”. Su alegría endulzaba los momentos
tristes de los cristeros y todos admiraban su gallardía y su valor, tanto los
jefes como los compañeros. Por la noche dirigía el santo rosario y animaba a la
tropa a defender su fe diciéndoles: “Hoy es fácil alcanzar el cielo”. Y entonaba
el canto: “al cielo, al cielo, al cielo quiero ir...”
El 5 de febrero de 1928, al año y cinco meses de estar con los cristeros, participó en un combate, cerca de
Cotija, Mich. Luego de varias horas de lucha, el caballo del general cayó
muerto de un balazo. Al darse cuenta, José bajó de su montura con agilidad y le
dijo: “Mi general, aquí está mi caballo, sálvese usted, aunque a mí me maten.
Yo no hago falta y usted sí”. Entregó su caballo, pidió un fusil y parque y
combatió con bravura. Al acabársele las balas, viéndose sin municiones, arrojó
el arma sobre el enemigo, para ver si se descalabraba, como él dijo: “algún
demonio”. Fue hecho prisionero y llevado ante el general callista quien lo
reprendió por combatir contra el gobierno, a lo que contestó José: “Me
aprehendieron porque se me acabó el parque, pero no me he rendido”.
El general, al ver su decisión y
arrojo, le dijo: “eres un valiente, muchacho. Vente con nosotros y te irá mejor
que con esos cristeros”. “¡Jamás, jamás! ¡Primero muerto! ¡Yo no quiero unirme
con los enemigos de Cristo Rey! ¡Yo soy su enemigo! ¡Fusíleme!”.
El general lo mandó encerrar en la
cárcel de Cotija, en un calabozo oscuro y maloliente. José pidió tinta y papel
y le escribió una carta a su madre. He aquí el texto: “Cotija, 6 de febrero de 1928. Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo
que voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios. No te
preocupes por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes diles a mis dos
hermanos que sigan el ejemplo que les dejó su hermano el más chico. Y tú haz la
voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi
padre. Salúdame a todos por última vez. Y tú recibe el corazón de tu hijo que
tanto te quiere y verte antes de morir deseaba. – José Sánchez del Río”.
Juntamente con José fue
aprehendido un joven llamado Lázaro. Ambos fueron trasladados de Cotija a
Sahuayo. Con los brazos amarrados los metieron a la parroquia, que el diputado
Rafael Picazo había convertido en caballeriza y gallinero, donde albergaba a
sus gallos de pelea y donde tenía también frecuentes orgías sacrílegas.
Esto le causó a José profunda tristeza. Esa misma noche luchó por deshacerse de sus ligaduras y una vez libre
de ellas, se dedicó a matar los gallos del diputado. Después se recostó en un
rincón y se durmió tranquilamente.
Al día siguiente, al saber lo que
había sucedido, Picazo se presentó iracundo y, enfrentándose a José, le dijo: “¿Qué has hecho, José?”. “La casa de Dios es para venir a orar; no para refugio
de animales”, le contestó el niño. Picazo lo amenazó y José le dijo con
decisión: “Desde que tomé las armas estoy dispuesto a todo. ¡Fusíleme!”
Poco después sus familiares le
llevaron el almuerzo. Lázaro no quiso comer, pero José lo animó diciéndole:
“Vamos comiendo bien. Nos van a dar tiempo para todo y luego nos fusilarán. No
te hagas para atrás. Nuestras penas duran mientras cerramos los ojos”.
Por la tarde sacaron a Lázaro para
ahorcarlo y José fue obligado a estar junto al árbol de la ejecución. Colgaron a Lázaro y un cuarto de hora después, creyéndolo muerto, lo bajaron y lo
arrastraron al cementerio, donde lo abandonaron. Pero Lázaro se reanimó y huyó
trabajosamente.
Mientras tanto el papá de José
quiso rescatarlo con dinero. El diputado Picazo le pidió cinco mil pesos, pero
el afligido padre no podía reunir tan enorme suma, así que le ofreció su casa,
muebles y cuanto tenía. Picazo vociferó entonces, que de todos modos, con
dinero o sin dinero “en las barbas de su padre lo mandaría matar”. Al saberlo
José, pidió que no se pagara por él ni un solo centavo.
Llevado de los ardientes deseos
que tenía de que llegara el momento de derramar su sangre por Cristo, se acercó
a los soldados y les dijo: “Mátenme”. Y como si temiera que para ellos fuera un
obstáculo el verlo de frente, les vuelve la espalda para que le disparen.
Como en el tiempo de las
catacumbas
El viernes 10, como a las 6 de la
tarde, lo sacaron del templo y lo llevaron al cuartel del Refugio, que antes
era mesón. Al saber la cercanía de su muerte, consiguió papel y le escribió a
una de sus tías, hermana de su papá, la siguiente carta: “Sahuayo, 10 de febrero de 1928. Querida tía: estoy sentenciado a muerte. A las 8 y media de la
noche llegará el momento que tanto he deseado. Te doy las gracias por los
favores que me hiciste tú y Magdalena. No me encuentro capaz de escribir a mi
mamá. Dile a Magdalena que he obtenido el permiso de verla por última vez (para
que le llevara la sagrada Comunión) y creo que no se negará a venir. Salúdame a
todos y tú recibe, como siempre y por última vez, el corazón de tu sobrino que
mucho te quiere y verte desea.
¡Cristo vive, Cristo reina, Cristo
impera! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe! –José Sánchez del Río, que murió en defensa de la fe. No dejen de venir. Adiós”.
A las 11 de la noche llegó la hora
suprema. Le desollaron los pies con un cuchillo, lo sacaron del mesón y lo
hicieron caminar a golpes hasta el cementerio. Los soldados querían hacerlo
apostatar a fuerza de crueldad, pero no lo lograron. Dios le dio fortaleza para
caminar, gritando vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe.
Ya en el panteón, preguntó cuál
era su sepultura, y con un rasgo admirable de heroísmo, se puso de pie al borde
de la propia fosa, para evitar a los verdugos el trabajo de transportar su
cuerpo. Acto seguido, los esbirros se abalanzaron sobre él y comenzaron a
apuñalearlo. A cada puñalada gritaba de nuevo: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!”. En medio del tormento, el capitán jefe de la escolta le preguntó al
niño mártir, no por compasión, sino por crueldad, qué les mandaba decir a sus
padres, a lo que respondió José: “Que nos veremos en el cielo. ¡Viva Cristo
Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!”. Mientras salían de su boca estas
exclamaciones, el capitán le disparó a la cabeza, y el niño cayó dentro de la
tumba, bañado en sangre, y su alma volaba al cielo. Era el 10 de febrero de 1928.
La conmoción de los católicos de
Sahuayo fue tal, que el cementerio estuvo todo el día custodiado por los soldados,
pues todos querían recoger sangre del mártir. Sin ataúd y sin mortaja recibió
directamente las paladas de tierra y su cuerpo quedó sepultado, hasta que años
después sus restos fueron inhumados en las catacumbas del templo Expiatorio del
Sagrado Corazón de Jesús. Actualmente reposan en el Templo Parroquial de
Santiago Apóstol, en Sahuayo, Michoacán.
Luís Magaña Servín
Debido a la situación en que había
que vivir en la segunda década del siglo pasado, plagada de persecuciones a los
cristianos, nos hemos acostumbrado a separar nuestra fe cristiana de nuestra
vida diaria; muchos cristianos nos hemos habituado a llevar dos vidas, que: Por
un lado están nuestra misa, nuestras invocaciones esporádicas a Dios y nuestro
persignado por la noche; por otro lado están nuestros negocios, nuestros odios
y vicios, nuestras movidas en el juego del poder, esto es mas que evidente, y
tristemente real, pues en nuestro país eminentemente católico, se dan tantos
escándalos de corrupción, de narcotráfico, secuestro, etc… que nos hablan de
esa separación entre fe y vida, incluso entre el clero se ha escuchado decir
que “una cosa se es dentro del templo y otra muy distinta fuera de él”.
En los tiempos de que hemos estado
hablando, se luchaba por lograr el efectivo reinado de Cristo: “Viva Cristo
Rey, en mi Corazón, en mi Casa y en mi Patria” era la jaculatoria compuesta por
nuestros antepasados.
Afirmaban nuestros gloriosos
antepasados, que Cristo debería primero reinar en tu corazón, dentro de ti, y
una vez que esto fuera así, el Buen Dios reinaría en tu hogar, en tu familia, y
una vez que esto fuera así, la sociedad compuesta por familias, reconocería el
reinado de Cristo.
Así lo entendió Luis Magaña Servin
y esforzándose en vivir esto, cayo victima de el odio anticatólico de un
gobierno que se empeñaba en desterrar al legitimo rey de México y del mundo. Nació
en Arandas, Jal., el 24 de agosto de 1902, hijo de Raymundo Magaña Zúñiga y
María Concepción Servín Gómez, hermano de Delfino y José Soledad. La familia Magaña Servín se dedicaba a curtir pieles para la elaboración de coyundas, huaraches,
saleas y otras cosas.
Su familia era muy cristiana; lo
acercó al bautismo el 26 de agosto de 1902, a la confirmación el 2 de julio de 1905, y a la primera comunión el 25 de diciembre de 1909. Luis armonizó su vida con su fe; solía comenzar la jornada con la santa misa y la comunión a
las cinco de la mañana, tras de lo cual se iba a trabajar. Era muy atento con
los empleados, no comía hasta que ya hubieran comido bien sus trabajadores.
Ponía mucho empeño en el trabajo, era un modelo de laboriosidad, pero el
trabajo nunca desplazó a Dios; Luis no trabajaba el domingo, y si tenía alguna actividad en la Iglesia, le daba más importancia a la Iglesia. De hecho Luis ingresó a la ACJM en 1919, a la Adoración Nocturna en 1922, y era muy activo en la Liga Católico-Social Arandense, fundada ese mismo año.
Aunque era un muchacho trabajador y
ahorrativo (a los 23 años ya había comprado una finca), para él lo más
importante era Dios y el prójimo. Como buen acejotaemero, procuraba dar
catecismo y pláticas a los trabajadores; a todo mundo trataba bien, de nadie
hablaba; en Atotonilco era querido por sus clientes, a quienes vendía pieles
curtidas; no tenía vicios ni era mal hablado, era muy servicial.
Contrajo matrimonio con Elvira
Camarena Méndez el día 6 de enero de 1926; de esta unión nacieron un
primogénito varón, Gilberto y una hija póstuma, María Luisa.
Luis Magaña fue pues un cristiano
íntegro, esposo responsable y solícito; mantuvo sus convicciones cristianas sin
negarlas, aun en tiempos de prueba y persecución. Fue miembro activo de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana A.C.J.M y de la archicofradía de la Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento, en la parroquia de Arandas.
A la hora del levantamiento
cristero, Luis optó por no tomar las armas, pero apoyó al movimiento de forma
espiritual y material; oraba mucho por todos y, junto con muchas personas del
lugar, daba ropa, comida, dinero y algunas veces parque a los cristeros. Sabía
que se estaba jugando la vida; los militares no bromeaban, no pocos pacíficos
habían sido ya víctimas de la persecución. Pero Luis confiaba en el día del triunfo de la fe y preparaba su traje para usarlo ese día.
El día 9 de febrero de 1928, un grupo de soldados del ejército Federal, capitaneado por el general Miguel Zenón
Martínez tomó la población de Arandas. De inmediato dispuso fueran capturados
los católicos que simpatizaran con la resistencia activa en contra del
gobierno; uno de ellos fue Luis. Cuando llegaron a su domicilio, no pudieron
aprehenderlo por haberse ocultado debidamente; fue reemplazado por su hermano
menor.
Al enterarse del acto, Luis se dirigió
al lugar donde tenían prisionero a su hermano, por la calle una persona
le sugirió que no fuera, pues lo matarían. Luis abrió los brazos y miró al
cielo mientras decía “¡Que felicidad! Dentro de una hora estaré en los brazos
de Dios”. Según algunos, se encontró por la Juárez a un pelotón que iba por él, pues Z. Martínez había descubierto que el prisionero no era el buscado y había mandado
por él. “Señores, ¿a quién buscan? ¿A Luís Magaña? Yo soy”, les dijo Luís.
Se Presento con el General
Martínez, solicitando la libertad de su hermano a cambio de la suya. Estas fueron sus palabras: “Yo nunca he sido rebelde cristero como ustedes me titulan,
pero si de cristiano se me acusa, sí, lo soy, y si por eso debo ser ejecutado, bienvenido
y en hora buena. ¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!” Sin mayores
preámbulos, el militar decretó la muerte de Luis; momentos antes de ejecutarse
la sentencia, en el atrio de la iglesia parroquial, Luis pidió la palabra y
dijo: “Pelotón que me ha de ejecutar: quiero decirles que desde este momento
quedan perdonados y les prometo que al llegar ante la presencia de Dios será
por los primeros que pediré”; dicho lo cual, exclamó con voz potente: “¡Viva
Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!”.
Mientras Luis decía estas palabras,
el teniente ordenaba: “¡Preparen!, ¡Apunten!, ¡Fuego!” Eran las 3:30 de la tarde del 9 de febrero de 1928 cuando la descarga mataba a Luis que apenas
había terminado de gritar: ¡Viva Cristo Rey! Según algunos testigos, junto con
él murió José Refugio Arana.
Pasado un rato Don Raymundo –su
padre- tuvo la valentía de ir con el general Z. Martínez a pedirle el cuerpo de Luis; fueron Marcelino y Raymundo por el cuerpo y vieron que
tenía encima un letrero que decía: “Así mueren los cristeros”. Marcelino rasgó
el letrero a la vista de los soldados, sin que estos le dijeran algo. Después
envolvieron el cuerpo en una sábana y lo llevaron a su casa. La mamá le quitó
la camisa ensangrentada y la conservó. Al siguiente día, 10 de febrero, muy temprano fueron a sepultarlo al panteón municipal.
Así moría un hombre que amo a
Cristo, y que el próximo 20 de noviembre, al ser beatificado, la Iglesia nos lo
pone como ejemplo de amor a Dios, y de ejemplo en el cumplimiento de los
deberes que Dios y la Patria Exigen.
“…que mi último grito en la tierra y
mi primer cántico en el cielo sea ¡Viva Cristo Rey!"»
Los Mártires de San Joaquín
Al iniciarse los levantamientos
armados por toda la geografía nacional, los cristeros eran pocos,
desorganizados y con armas rudimentarias, lo que les obligaba a pelear combates
de poca monta, pero poco a poco, al ir aumentando el numero de integrantes del
Ejercito Nacional Libertador, mejor conocidos como Cristeros, las acciones
fueron tomando mas fuerza, aunado a eso, cada vez poseían mejores armas, las
cuales les eran arrebatadas a los mismos federales, pues los Estados Unidos se
cuidaron de no vender armas a los libertadores, para proteger a su títere en
turno.
Los voluntarios aumentaban día con
día, “En todas partes aparecen lideres naturales, hombres
honrados de reconocido prestigio, que encabezan a los alzados. Entre ellos
destacan numerosos rancheros de las zonas campesinas de México.” estos voluntarios
eran tantos, que según relatos de ex-cristeros, a muchos hombres tenían que
dejarlos en sus casas, pues no era posible reclutar tanta gente para la que no
tenían ni caballos ni armas, por lo cual se pedía a los voluntarios, que se
quedasen en casa.
Estos Voluntarios de la lucha cristera, eran profundamente
cristianos, lo repito nuevamente, pues creo que es un aspecto de la lucha que
no ha sido suficientemente tomado en cuenta, y cito a Jean Meyer, que nos dice:
“Sólo un ejemplo: en cierta ocasión en que los cristeros habían sufrido varias
bajas y estaban tristes, el general «Degollado les hizo rezar el rosario, tras
de lo cual los arengó: "Porque Cristo Rey se llevó a los nuestros ya
ustedes se acobardaron, ¿ya se les olvidó que al enlistarse en las filas de Su
ejército le ofrecieron sus servicios y sus vidas?... Dios, sin necesidad de
usar de combates, dispone de nuestras vidas cuando a Él le place... Dejen sus
armas al pie del altar, que yo nunca seré jefe de cobardes". Las tropas
lloraban y gritaban: "¡No, mi general! Seguiremos siendo los valientes de
Cristo Rey, y si no, pónganos a prueba"»
La llegada del general Enrique
Gorostieta Velarde, a la dirigencia de los cristeros, vino a eficientar aun más
la labor que ya desempeñaban, introdujo la disciplina militar, coordino
acciones de los grupos que se encontraban dispersos por todas partes, y se
logro que pudiera pensarse en acciones de mas repercusión.
Y precisamente una de ellas, lo fue
el asalto al ferrocarril, eligiendo para esto, un lugar cercano al municipio de
la Barca, en el estado de Jalisco, por lo que nos referiremos en adelante para
hacer alusión a esta acción, como el “asalto al tren de la Barca.”
Una Investigadora de la Universidad Nacional, nos relata brevemente este hecho diciendo que “El asalto del tren de
Guadalajara fue realizado con objeto de apoderarse de los pertrechos militares
y de una fuerte cantidad de dinero que conducía”
Por estos pertrechos militares tan escasos
siempre en las filas cristeras, y por el dinero, se decidieron asaltar este
ferrocarril en la Barca, estado de Jalisco, pero no cotaron con la actitud
cobarde de la tropa que custodiaba el tren, pues al iniciar los primeros
disparos, tomaron al pasaje como escudo humano, lo que ocasiono varias perdidas
humanas, y al final de la batalla, la captura de los pertrechos y armas por
parte de los cristeros.
Los federales al no poder vengarse
directamente de los cristeros, deciden hacerlo con el mejor de sus enemigos,
con aquel que no se defiende y a quien persistentemente le achacaban todo lo
malo que sucede en el país: el clero católico.
Retomando un poco el tema, transcribo la
nota de este asalto que el libro “León Cristero: nos da: “El asalto al tren de
Guadalajara hecho por los alzados de Jalisco, al mando del Padre Vega, y un mas
reciente descarrilamiento al tren del general Amarillas, jefe de operaciones en
el estado de Guanajuato, causado por los mismos, exacerbo el animo de los
callistas y sirvió de pretexto al General Sánchez para desfogar su clerofobia
en los hechos patentes que vamos a relatar.
Estos hechos concretamente se tradujeron en
un recrudecimiento de la persecución a los católicos en las zonas de mas
actividad cristera, Rius Facius dice lo siguiente: “otra de las ordenes
arbitrarias giradas por el gobierno perseguidor, fue la de encarcelar a todos
los sacerdotes que se encontraban en el foco de la rebelión, en los estados de
Jalisco, Guanajuato y Michoacán. Esto coloco a los clérigos en situación difícil
y peligrosa, pues de hecho se les consideraba responsables de todos los
levantamientos y, por lo mismo, enemigos del régimen, a quienes había que
exterminar.”
Producto de esta acción militar de los
cristeros se recrudeció la persecución en contra de los clérigos, victimas de
la cual, cayeron los siguientes tres mártires
Andrés Solá Molist
Nació en Taradell, provincia de
Barcelona (España) el 7 de octubre de 1895. De humilde condición; a los catorce
años entró como postulante con los Misioneros Hijos del Corazón Inmaculado de
María, en la ciudad de Vich. Fue ordenado presbítero el 23 de septiembre de 1922 en Segovia. En 1923 fue enviado a México, donde consagró su labor
apostólica a la Virgen de Guadalupe; en diciembre de 1924 fue trasladado a la
ciudad de León, donde trabajó como misionero. Cuando el Gral. Calles decretó la
expulsión de los sacerdotes extranjeros, en 1926, se refugió en casa de las
señoritas Alba, allí en León.
A esa casa llegó también el P. José
Trinidad Rangel en febrero de 1927. El hogar se transformó en un oratorio
secreto donde, con cautela, se celebraba la Eucaristía, se adoraba al Santísimo Sacramento y se confesaba a los fieles. Leonardo, que era
un hombre muy fervoroso, participaba en todas estas actividades.
Al respecto, así nos habla de el
Pbro. Miguel Ángel León, en su magnifica obra “La persecución de la Iglesia en
México”, publicado por primera vez en Cordoba Argentina en el año de 1927:
“El Padre Andrés Solá, joven Sacerdote, Misionero del
Corazón de María, había predicado en plena persecución, cuatro misiones o
cumplimientos, asistió a muchos enfermos, administrado cuatrocientos bautismos,
repartido mensualmente tres mil comuniones y visitado en los tres últimos meses,
de febrero , marzo y abril de 1927, hasta 25 casas distintas, para llevarles el
Santísimo Sacramento, siendo de los pocos, o acaso el único que prestaba este
ministerio en León. Reconocido como Sacerdote por una fotografía en que da la
primera comunión, fue preso en al AV. 20 de enero, numero 7, donde tenia su
oratorio una virtuosísima dama, Jovita Alba. De aquel oratorio, paso al cuartel
en compañía de Leonardo Pérez, joven empleado que acababa de comulgar, y a
quien tomaron por sacerdote. En el cuartel permanecieron hasta las 8 de la
noche, junto con el coadjutor de la parroquia de Silao, don Trinidad Rangel y
los jóvenes Marín, Romo y Oñate.”
Mas adelante daré mas detalles de su martirio, al relatar la
vida y muerte de sus compañeros.
José Trinidad Rangel Montaño
Nació en el rancho El Durazno,
Municipio de Dolores Hidalgo, Gto, el 4 de junio de 1887. Su familia era de condición muy humilde. Desde niño iba a misa y pronto manifestó su deseo de
entrar al Seminario, pero no pudo hacer realidad esta aspiración sino hasta la
edad de 20 años.
Debido a la persecución
carrancista que obligó al cierre de los Seminarios en numerosas diócesis de la República Mexicana, se vio obligado a terminar sus estudios en Estados Unidos, para ser
ordenado presbítero el 20 de abril de 1919. Fue sucesivamente párroco de
Jaripitío y vicario de Silao.
Así se expresa de el una persona conocida:“Tuve
la dicha de conocer al Padre Trinidad Rangel, de cuyas manos recibí alguna vez
la sagrada comunión. Era muy joven, recién salido del Seminario. Recuerdo muy
bien su figura delgada, la suavidad de su palabra, la beatitud que irradiaba en
su persona.
No quiso el Padre Rangel, huir cuando el
culto publico fue suspendido y se quedo en el pueblo ejerciendo su ministerio.
Celebraba misa, auxiliaba moribundos, bendecía matrimonios. Su presencia fue
delatada al general amarillas, jefe de armas, que ordeno su captura. El humilde
sacerdote fue detenido y asesinado en la mañana del 24 de abril del 1927, juntamente con el Padre Solá y don Leonardo Pérez Larios.”
Don José Perez,
Pbro, nos describe así el contexto de su captura: “Al acercarse la Semana Santa, las Religiosas Minimas, de San Francisco del Rincón, pidieron a Monseñor Olaez,
que a ser posible, les proporcionara un sacerdote para que les celebrara los
oficios divinos; el Sr. Olaez, mando llamar al Padre Rangel y le manifestó únicamente
el deseo de que fuera el, quien pasara a la vecina ciudad, para acceder al
ruego de las religiosas, sin que lo tomara como un mandato. A lo que el buen
sacerdote contesto: “iré, para mi el deseo de S.S. Es un mandato, y partió a
San Francisco del Rincón.”
Llegando a su destino, se dedico a
administrar sacramentos y celebrar la Santa Misa Clandestinamente, desplegando a cada momento, gran ardor apostólico.
Aunque obraba con cautela, fue
descubierto y detenido el 22 de abril de 1927, junto con el Lic. Dionisio Valdivia, Julio Orozco y José Quezada, que fueron liberados al día siguiente. Esto
ocurrió tras un cateo, en el que el sacerdote fue descubierto como tal por
pregunta expresa del oficial y la confesión del padre de ser “Ministro de
Dios”. Fue conducido a León, al cuartel, instalado en el edificio del
Seminario.
Leonardo Pérez Larios
Nació en Lagos de Moreno, Jal., el
28 de noviembre de 1889. Hijo de don Isaac Pérez y doña Tecla Larios de Pérez. Fue bautizado el 6 de diciembre del mismo año. Hizo la primera comunión en
Encarnación de Díaz, ya que su familia vivía en el rancho llamado El Saucillo.
Leonardo deseaba ser monje pero,
no pudiendo cumplir sus anhelos, por espacio de diez años vivió en calidad de
agregado en una comunidad, en donde se distinguió por su devoción al Santísimo
Sacramento.
Estudió en Encarnación de Díaz y
su conducta fue intachable, dedicado y responsable. Se ganó la fama de
bondadoso, sumiso y obediente. Después se trasladó a la ciudad de León, Gto.
En León fue empleado de un
establecimiento llamado “La Primavera”. Es notorio que, siendo su patrón
bastante descreído, a Leonardo nunca se le vio disgustado, a pesar de las duras
reprimendas de que era objeto por cualquier motivo. Cuentan que le oyeron decir
a su patrón: “Si hay cielo, Leonardo lo tiene”. La señorita Jovita de Alba, que lo hospedaba, le oyó decir a Leonardo: “Anhelo ser mártir de
Cristo Rey”.
Destacó por su cariño y devoción
al Santísimo Sacramento y la Santísima Virgen, a quien desde niño rendía culto, de manera especial durante el mes de mayo. Frecuentaba los sacramentos.
Era fervoroso, sacrificado y
obediente. Participaba en la Adoración Nocturna al Santísimo Sacramento y procuraba que le tocara la hora más pesada, -de doce a una-; y, cuando eran pocos
adoradores, con gustoso seguía una hora más. Todo esto después de trabajar duro
todo el día.
En el tiempo de la persecución
religiosa, aumentó su piedad; visitaba diariamente al Santísimo Sacramento en
el oratorio de la casa de las señoritas Alba (Jovita y Josefa), donde
estuvieron viviendo y ejerciendo el ministerio el P. Rangel y el P. Solá.
Leonardo, al salir de su trabajo, fungía como sacristán en los cultos que se
realizaban en ese domicilio.
La mañana del domingo 24, el P.
Andrés Solá celebró la Santa Misa y suficientemente informado de los
acontecimientos, propuso a los fieles celebrar una Hora Santa y otras
rogativas, lo mismo que tramitar la liberación del P. Rangel
Varias mujeres se ofrecieron a
interceder y se presentaron ante el General Sánchez para pedirle la libertad
del prisionero. El General, al oír que se trataba de la liberación de un cura,
las ofendió y amenazó pistola en mano. Lo único que lograron fue el permiso de
llevarle una cama y algunos enseres.
Las mujeres salieron y fueron a
comunicar al P. Solá el resultado; un grupo de soldados y “secretas” salieron
tras ellas y las dieron por presas a la entrada de la residencia de las
señoritas Alba. Invadieron los departamentos, el oratorio, la sacristía y allí
aprehendieron, entre insultos, blasfemias y sarcasmo, al P. Solá y a Leonardo
Pérez, que suponían era también sacerdote y aunque fue desmentido tanto por el
mismo Leonardo como por el P. Solá y muchos leoneses que se enteraron de lo
sucedido.
Pidieron más hombres armados y un
automóvil y sacaron cautivos al P. Solá, a Leonardo Pérez y a las mujeres que
habían pedido la libertad del P. Rangel lo mismo que a las señoritas Alba;
todos fueron trasladados al cuartel.
Algunas personas caritativas
llevaron a los presos algunos alimentos y cuando los estaban comiendo entró el
General Sánchez. El P. Solá, por educación, le dijo: “¿Usted gusta?”; a su
amabilidad correspondió una sarta de injurias. Se acercó el perrillo del
General y el P. Solá, disimulando las palabrotas, le arrojó unas migajas de
pan, por lo que el General, montado en cólera, le dijo: “¡No le dé pan, usted
no es digno ni de darle de comer a mi perro!”.
El domingo 24, entre cinco y siete de la tarde, fueron juzgados por
un tribunal improvisado, acusados falsamente de ser los asaltantes del tren de
Guadalajara, descarrilado en el kilómetro 491, entre las estaciones La Mira y Las Salas, el 23 del mismo abril. En el transcurso del juicio el P. Solá dijo al juez
que no podían fusilarlo, porque él era un misionero español, a lo que contestó
el juez: “También para los extranjeros tenemos balas”.
El General Sánchez, incapaz de
enfrentar a los verdaderos responsables del descarrilamiento del tren y con el
afán de quedar bien con sus superiores, envió a Joaquín Amaro, Secretario de
Guerra y Marina este mensaje: “Acabo de aprehender a tres cabecillas del asalto
al tren…”. El Gral. Amaro respondió: “Lléveselos al lugar del descarrilamiento,
y fusile a los tres”.
Los prisioneros fueron llevados a Lagos de Moreno la noche del 24 y ahí durmieron hasta la madrugada del día 25, en que se
reanudó el viaje hasta Encarnación de Díaz, donde fueron bajados y trasladados
al tren militar del General Amarillas. De ahí fueron llevados hasta el
kilómetros 491, entre La Mira y Las Salas. Se les ordenó a los dos sacerdotes y
a Leonardo, descender del tren y fueron conducidos junto a un charco de
petróleo y chapopote, se absolvieron disimuladamente, se pusieron en cruz y
recibieron las descargas.
El P. Rangel y Leonardo murieron
de inmediato y el P. Solá, aún con vida, se revolcaba en el charco de
chapopote. Los soldados despojaron a sus víctimas de todo y volvieron al tren.
Al iniciar el tren su marcha, el oficial de la escolta ordenó a una cuadrilla
de trabajadores ferroviarios: “Quemen esos cuerpos”. Eran las 8:52 de la mañana del lunes 25 de abril de 1927.
Al partir el tren bajaron los
trabajadores Petronilo Flores, Miguel Rodríguez y otros más. Al acercarse Petronilo, oyó que el P. Solá le decía: “Oye, ¿qué vas a hacer conmigo?”. “Nada, señor”,
le dijo; y el padre añadió: “¿Ves esos dos muertos que están a mi lado? Uno es
sacerdote de Silao, de la Iglesia del Perdón; yo soy sacerdote español, de León,
somos sacerdotes y morimos por Jesús... morimos por Dios, estoy muy herido,
muerto por Jesús”. Le dijo también que el otro –Leonardo-, no era sacerdote, y
le pidió que por caridad los enterraran.
“El P. Solá sobrevivió dos horas
más, sin poder moverse, sumergido en aquel charco de chapopote, desangrándose,
sobrecogido por la calentura y atormentado por la sed, experimentando un
verdadero suplicio. Eran las doce del día cuando murió. Los ferroviarios, en
lugar de quemar los cuerpos, cavaron tres sepulturas en las que depositaron los
cuerpos. Días después, Manuel Pérez, hermano de Leonardo, obtuvo permiso para
trasladar los cuerpos al panteón de Lagos de Moreno, que era la población más
cercana; los cuerpos fueron exhumados y trasladados a Lagos de Moreno el 1º de mayo.”
Ángel Darío Acosta Zurita
“Pbro. Darío Acosta Zurita,
vicario cooperador de la parroquia de la Asunción, del Puerto de Veracruz, en cuyo templo fue asesinado, frente a centenares de niños que asistían a la doctrina, y
de los sacerdotes que ejercían su ministerio en esos momentos”.
Presbítero de la diócesis de
Veracruz, nacido el 13 de diciembre de 1908 en Naolinco, Ver.
Asesinado en Veracruz el 25 de julio de 1931, tres meses después de su ordenación sacerdotal.
Nació el 13 de diciembre de 1908, en Naolinco, Ver., hijo del Sr. Leopoldo Acosta y de la Sra. Dominga Zurita. Fue bautizado en la iglesia parroquial de San Mateo Apóstol, el 23 de
diciembre, con el nombre de Ángel Darío.
El ambiente familiar era cristiano
y sencillo y su infancia transcurrió tranquila. Su padre se desempeñaba como
carnicero, era trabajador y honrado. Su madre, mujer cristiana y de gran
fortaleza, supo transmitir la fe con su ejemplo y se preocupó de que recibiera
una buena instrucción cristiana. Recibió la primera Comunión a la edad de seis años y posteriormente el sacramento de la Confirmación.
Desde niño conoció las
limitaciones y los sacrificios, ya que en las revueltas armadas por la
revolución, su padre perdió el ganado que poseía y los medios económicos
necesarios para el sostenimiento de su familia, enfermó de gravedad y al poco
tiempo falleció. La joven viuda tuvo que hacer frente a la situación de extrema
pobreza en que quedó. Darío la ayudó en el sostén de sus cuatro hermanos.
Desde pequeño, se distinguió por
su carácter noble, tranquilo y reflexivo, dócil y servicial, bondadoso y
responsable, sociable y extrovertido, cariñoso con su madre. Fue muy notable su
atractivo por las cosas de la Iglesia, gozaba ayudando de acólito y manifestaba
una devoción especial y una piedad firme.
Contra viento y marea...
En una ocasión, en que el entonces
Obispo de Veracruz, Mons. Rafael Guízar y Valencia realizó una visita a
Naolinco en busca de vocaciones para el Seminario que estaba bajo su gestión,
Darío asistió, invitado por unos amigos, experimentando con toda certeza el
llamado de Dios al Sacerdocio; pero al final del Preseminario, el obispo no lo
seleccionó porque era todavía muy chico y consideraba que su madre, viuda, lo
necesitaba por ser en su familia el mayor de los hijos varones. Por ese motivo,
Darío manifestó profunda tristeza y su madre, con gran generosidad y empeño,
buscando el apoyo del Sr. Cura Miguel Mesa, llevó a su hijo a Jalapa, ante el
Sr. Obispo Guízar y Valencia para suplicarle que lo recibiera en su Seminario,
logrando que lo aceptara, primero como alumno externo, y al poco tiempo,
obteniendo una beca por su excelente aprovechamiento y óptima conducta.
Eran tiempos difíciles para la Iglesia por la revolución y las continuas luchas por el poder que asolaban el país, y Mons.
Guízar decidió trasladar su Seminario a la ciudad de México. Darío se ganó muy
pronto la simpatía de sus superiores y condiscípulos, por su carácter ecuánime
y caritativo, su dedicación al estudio y sólida piedad. Darío tenía fama de ser
un excelente deportista, le gustaba mucho el fútbol y fue el capitán del equipo
por varios años. Tenía un carácter bondadoso y servicial.
Un mártir recién consagrado
Fue ordenado sacerdote el 25 de abril de 1931, de manos del propio Mons. Guízar y Valencia. Cantó su primera Misa el
24 de mayo, en la ciudad de Veracruz, y fue enviado como vicario cooperador a
Parroquia de la Asunción, en esa misma ciudad. Desde su llegada fue notable
para la gente, su fervor y bondad, su preocupación por la catequesis infantil y
dedicación al Sacramento de la Reconciliación.
El vendaval de la persecución
rugía con gran violencia, y el párroco llamó en varias ocasiones a sus vicarios
para manifestarles la gravísima situación en que se encontraba la Iglesia y el peligro constante que corrían sus vidas, por el simple hecho de ser sacerdotes,
dejándoles en absoluta libertad de ocultarse, si así lo consideraban; o de irse
a sus casas, si así lo deseaban. La respuesta que obtuvo de los tres fue siempre:
“Estamos dispuestos a arrostrar cualquier grave consecuencia por seguir en
nuestros deberes sacerdotales”. La disposición al martirio era manifiesta y
constantemente renovada en aquellos días en que el perseguidor mostró todo su
odio a Dios y a la Iglesia católica, al promulgar el decreto 197, Ley Tejeda,
referente a la reducción de los sacerdotes en todo el Estado de Veracruz, para
terminar con el “fanatismo del pueblo”, como lo había publicado unos días antes
el gobernador, Adalberto Tejeda, en el diario El Dictamen, amenazando con la
muerte a quienes no se sometieran. Además, de parte del gobernador, fue enviada
a cada sacerdote una carta exigiéndoles el cumplimiento de esa ley. Al P. Darío
le correspondió el número 759 y la recibió el 21 de julio.
El P. Darío era consciente del
peligro que corría su vida, sin embargo, manifestó en todo momento una gran
tranquilidad y una serena alegría.
El sábado 25 de julio de 1931, muy temprano, recibió el P. Darío la visita de su madre, que llegó a Veracruz
en el momento en que su hijo celebraba la Eucaristía, a la que asistió conmovida y llena de gratitud. Era la primera vez que se veían después de su ordenación
sacerdotal.
Ese mismo día, 25 de julio, era la
fecha establecida por el gobernador para que entrara en vigor la inicua ley.
Era un día lluvioso, y en la parroquia de la Asunción todo transcurría normal. Las naves del templo estaban repletas de niños que habían
llegado de todos los centros de catecismo, acompañados por sus catequistas.
Había también un gran número de adultos, esperando recibir el sacramento de la reconciliación. Eran las 6.10 de la tarde, cuando varios hombres vestidos con gabardinas
militares entraron simultáneamente por las tres puertas del templo, y sin
previo aviso comenzaron a disparar contra los sacerdotes. El P. Landa fue
gravemente herido, el P. Rosas se libró milagrosamente, al protegerse en el
púlpito y el P. Darío, que acababa de salir del baptisterio, en donde había
bautizado a un niño, cayó acribillado por las balas asesinas, bañado en su
propia sangre, cayó muerto instantáneamente, alcanzando a exclamar: “¡Jesús!”.
Todo era confusión y caos,
gritería de los niños y de las personas mayores, que de manera atropellada,
trataban de refugiarse bajo las bancas o corrían buscando la puerta de salida.
Al escuchar los disparos, salió de la sacristía el Sr. Cura de la Mora pidiendo que a él también lo mataran, pero los asesinos ya habían huido. El Sr. Cura se
acercó para darle los últimos auxilios al P. Darío. El cadáver fue conducido a la Cruz Roja para seguir los procedimientos legales.
Al enterarse de lo ocurrido, Mons.
Guízar y Valencia, dirigió una carta al gobernador Adalberto Tejeda, haciendo
referencia a dos mártires, porque cuando recibió la noticia creyó que el otro
sacerdote, Padre Landa, también había muerto: «... No pudieron escoger
oportunidad más propicia para enaltecer a la Iglesia fundada por Jesucristo, derramando la sangre de dos mártires en fuerza del odio que usted y sus partidarios
le tienen a Dios y a la Iglesia... En estos momentos, cuando yo lloro, herido
por la espada del dolor, con motivo de tan enormes crímenes, los ángeles del
Cielo reciben las almas de dos mártires, en medio de las más grandes alegrías,
para colocarlas entre los héroes del cristianismo. Sr. Tejeda, ya Veracruz fue
regada con la sangre de mártires y ella fructificará para que brillen la verdad
y la justicia, y para que la religión, lejos de extinguirse en ésta, mi amada
diócesis, con tan excelente poda, brote con mayor vigor, a pesar de los esfuerzos
de los tiranos, que se estrellarán ante la roca inexpugnable de Dios».
·- ·-· -······-·
Israel Tapia
González Flores Anacleto “El
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Pérez José D. Pbro. “ León
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Pérez José D. Prbo. “León Cristero”
Editorial Minerva, León Guanajuato 1988, Pag. 39
Joaquín Blanco Gil, “EL Clamor de la Sangre” Editorial REXMEX México 1947,
Pág. 259
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