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El verdadero lenguaje de la Revolución. Violencia y represión en la Murcia republicana [1934-1939].
por
Sergio Fernández Riquelme,
Los mismos periódicos que escondían o justificaban la represión clasista e ideológica contra los sectores contrarios al Frente popular, pueden servir para evidenciar “el verdadero lenguaje de la revolución”, antes y durante la Guerra civil. A través de ella, en este caso de la murciana, la represión en la retaguardia republica nos muestra una “esencia política” siempre negada. Una historia local como ésta, ilustra claramente sobre los orígenes pretéritos, perfectamente definidos (véase octubre de 1934 y febrero de 1936) y los fines revolucionarios, ampliamente documentados, de la violencia política desatada en la zona controlada por el gobierno de Madrid. Asimismo, su reconstrucción historiográfica conduce a la desmitificación de la llamada “legalidad” de los modelos de Estado desarrollados por los miembros del Frente Popular. Se demuestra así la imposible traslación de los conceptos políticos actuales a situaciones pretéritas, promulgada por los rectores de la “memoria histórica”, por el simple designio de vinculaciones emocionales o cálculos electorales. Esconder, minimizar e incluso justificar estos hechos, en aras a una “dignificación” del bando político responsable de la misma, conduce a la pura y simple falsificación histórica (como indirectamente reconoce la historiografía autodenominada como “progresista” (*).
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“Por su naturaleza, el historiador sólo puede ser revisionista dado que su trabajo parte de lo que ha sido recogido por sus predecesores y tiende a profundizar, corregir y aclarar su reconstrucción de los hechos” (Renzo de Felice [i] ).
Un
domingo de septiembre de 1936, el párroco de Nuestra Señora de El Carmen
(Murcia) fue ejecutado públicamente. Tras ser arrastrado por el suelo, atado de
pies y manos, por una turba de “espontánea” desde la Cárcel provincial hasta la misma Parroquia carmelitana, al párroco Sotero González Lema, “el cura Sotero”, se le cortó
una mano en la Plaza Camachos, los genitales en el Jardín de Floridablanca y
fue quemado vivo colgado de una pared dentro de la misma Iglesia. Ningún periódico de la época contó la historia, ningún político del Frente
Popular denunció los hechos y ningún juez emprendió acciones legales contra sus
ejecutores. La “Memoria histórica”, lema propagandístico de ciertas actitudes
ideológicas, la ignora más de medio siglo después [ii] .
El
olvido que sufrió y sufre aun esta historia, aparece como ejemplo evidente de
una construcción mitológica, idílica y romántica, difundida sobre el pasado
republicano; construcción fundada sobre la ontologización de un concepto
ideológico de la democracia, que desvirtuó entre 1934 y 1939 su realidad como
técnica de representación y participación política, y fabricó de uno de los
grandes falsarios de nuestra historia contemporánea: la justificación de la
violencia política durante la II República y la “República en guerra”. La
entonces Provincia murciana es un testimonio ilustrativo al respecto.
La
prensa local ocultó durante tres años los rostros, los nombres y las
circunstancias de los más de 1.060 asesinados en la provincia de Murcia (1812
para R. Salas Larrazabal) [iii] .
Este fenómeno de eliminación física de “naturaleza clasista”, recuperado por la
Causa General [1943] fue el hecho más visible de la represión
republicana durante la Guerra civil; pero estos datos no pueden hacernos
olvidar que fueron la consecuencia extrema de un proceso más amplio de uso
político de la violencia con fines de transformación revolucionaria. El
18 de Julio de 1936 no solo comenzó una sublevación contrarrevolucionaria, que
en su objetivo de establecer en España un Estado nacional, autoritario y
corporativo, dejó más de 70.000 víctimas en su avance militar y su unificación
política (cifra relativa a tres años de imparable crecimiento territorial). Ese
mismo día, inmediatamente después del Alzamiento, se aceleraron
distintos proyectos revolucionarios de construcción de un nuevo Estado
socialista de tipo racionalista y totalitario, bajo el icono político de la
“República”, iniciados en Octubre de 1934, y que dejó casi 60.000 fallecidos en
su “democrática retaguardia”. Pero esta misma Prensa al servicio del poder frentepopulista,
muestra, con toda claridad, el lenguaje usado para señalar con nombres y
apellidos al enemigo a eliminar y las clases sociales a exterminar, para
legitimar la persecución religiosa y la depuración universitaria, para
legitimar la censura y la expropiación, la justicia parcial y la “venganza
popular”; o lo que es lo mismo, evidencian el “verdadero lenguaje de la
revolución”.
Por ello
se hace imprescindible abordar documentalmente y comprender de manera
empírica, desde el análisis de la “iconografía política”, las raíces e
implicaciones de este lenguaje ideológico. A través de lo ocurrido en Murcia,
alcanzaremos a comprender el papel que jugó en la génesis y legitimación de un
conflicto político-social que llegó hasta los límites del “exterminio de
clase”; es más podremos mostrar su vinculación con posiciones historiográficas
actuales, promotoras de la llamada “memoria histórica” y patrimonializadoras de
una “democracia republicana” que consideran su ascendiente jurídico-político.
Esta crónica provincial demuestra, con ello, la escasa validez heurística de
las interpretaciones maniqueas de los acontecimientos fundadores y terminales
de la Guerra de España. Mientras sobre el otro “bando” en conflicto, se han
escrito multitud de estudios que han deformado la naturaleza del mismo
(“fascista”, “antirrepublicano”, etc.), magnificando las cifras de su violencia
política, convirtiendo en seres monstruosos y grotescos a sus líderes y
miembros; sobre el “bando republicano” escasean obras donde se refleje los
orígenes históricos, los precedentes doctrinales, y las responsabilidades
políticas de su violencia y represión. Como señala P.C. González Cuevas, en la
mayoría de estas obras “los republicanos aparecen como depositarios de todas
las virtudes cívicas y democráticas” y la responsabilidad de sus asesinatos “se
difumina y diluye en una supuestamente espontánea reacción del pueblo oprimido,
cuando es de sobra bien sabido que los autores de aquellos tenían nombres y
siglas muy concretos” [iv] .
Aquí el lenguaje y la iconografía mitológica jugaron, y juegan aún, un
importante papel de distorsión, cuando no de negación ideológica [v] .
Pero la
documentación histórica, sin manipulación previa, apunta una primera síntesis
interpretativa, refrendada por los hechos y los datos a nivel provincial:
1.- La
responsabilidad de la violencia política republicana residió, directamente y en
última instancia, en los poderes públicos frentepopulistas monopolizadores del
poder desde julio de 1936, bien por su decisión consciente, bien por la omisión
de su labor de mantenimiento del orden público, o bien por generar y alentar un
clima de persecución capaz de legitimar la represión total. “Identificar sin
más, como a menudo se hace, la democracia, entendiendo por tal la liberal y
pluripartidista, con los republicanos - González Cuevas- no deja de ser una
grave tergiversación histórica. Socialistas revolucionarios, comunistas y
anarquistas – lo mismo que sus aliados internacionales- no combatieron en
defensa de la legalidad republicana, sino por la construcción de un sistema
socioeconómico y político; no, desde luego, el demoliberal [vi] ”.
2.- Sus
orígenes se pueden localizar, perfectamente, en el discurso ideológico (1931) y
en la praxis política (1934) reelaborada en la mayoría de los miembros del
futuro FP durante la II República. Ambos hechos, la responsabilidad y el origen, fueron justificados –cuando no deformados- por el lenguaje político de los
sectores ideológicos implicados, y ocultados por el pensamiento
jurídico-político adepto. C. Schmitt señalaba que “la materia de la cual forma
sus ideas y de la que depende en su trabajo científico, le vincula a
situaciones políticas, cuyo favor o disfavor, cuya suerte o desgracia, victoria
o derrota capta también al investigador y maestro y determina su destino
personal. En tiempos de guerra civil latente o declarada, esta realidad se
siente más intensamente” [vii] .
3.- Los
titulares de prensa, los mítines partidistas, las proclamas en la radio y en
los periódicos, los lemas de las manifestaciones o las propias sentencias
judiciales, reflejaban un lenguaje político que no solo intentaba elevar la
moral de la retaguardia o apelar a la legalidad republicana; al contrario, nos
encontramos con un lenguaje cargado de valores [viii]
radicalmente incompatibles con la visión establecida sobre el “enemigo
político”, destinado a adoctrinar a la retaguardia en una visión conflictiva de
la historia y del presente, y encargado de legitimar la violencia política
necesaria para construir, revolucionariamente, un nuevo Estado republicano de
naturaleza mesiánica [ix] .
La
experiencia murciana ilustra, frente la “moralización de la política” propia de
la Memoria histórica, un ejemplo local que ilustra sobre la
descomposición política de la II República, el “mito del bienio negro” radical-cedista, la sedición socialista de octubre 1934, la manipulación de los
resultados electorales de febrero de 1936, la sublevación de julio de 1936, y
el chequismo o terrorismo de Estado desde ese mismo verano [x] .
Un recorrido previo sobre la literatura historiográfica referida al fenómeno de
la represión en la Guerra civil muestra la preeminencia del sinistrismo o
“mentalidad indulgente con los crímenes cometidos en nombre de buenas
intenciones”
[xi] .
Esta mentalidad impele a autores como P. Preston, A. Reig Tapia, J.
Fontana, J. Casanova o F. Espinosa a obviar los valores cuantitativos, las
referencias documentales y el análisis “realmente político”. De un lado definen
a la represión nacional (violencia contrarrevolucionaria de respuesta),
ni más ni menos, como “genocidio” sin la mínima comprobación cuantitativa y
cualitativa; de otro, y repitiendo su ignorancia sobre los datos fundamentales,
minimizaban la represión republicana (violencia revolucionaria de
transformación) y sostenían para ello que la “izquierda carecía de proyecto
represivo”
[xii] .
Esta interpretación maniquea usaba un “lenguaje ideológico” con el que era
“imposible entrar en polémica”, tal como advirtió Martín Rubio, “ya que no
escriben historia, y no escriben historia porque –a pesar de de que algunos de
ellos manejan con mayor acierto documentación y fuentes- el contexto
explicativo es falso, está al servicio de una tesis previa y por eso cuando es
necesario se distorsionan los resultados”
[xiii] .
La represión republicana no es un
problema, sino una realidad histórica; una realidad aún, paradójicamente,
ausente de las grandes compilaciones que pretenden recomponer la historia de
este régimen durante la Guerra civil [xiv] .
A ello ha contribuido la
competencia historiográfica por esclarecer el número de represaliados por cada
uno de los bandos en lucha entre 1936 y 1939, o la labor de minimización de la
violencia política en el área controlada por el gobierno de Madrid. Ambas
explicaciones han llevado el ostracismo de la empresa histológica centrada en
desentrañar la esencia política y el fin revolucionario de la violencia
republicana [xv] ,
oculta bajo el llamado “mito republicano” [xvi].
Este mito ideológico, mayoritario en ciertos ámbitos académicos, explica,
oculta o justifica las matanzas colectivas, los asesinatos políticos, la
persecución religiosa, la colectivización agraria, la censura informativa, o
las checas clandestinas; pero sobre todo funda una ideología ética progresista,
que popularizada a través de un
estilo poético casi romántico, pretende estar por encima del análisis político.
Así esta represión aparece narrada como un episodio de resistencia heroica, de
venganza clasista de un pueblo oprimido y de una democracia amenazada, como
defiende E. Moradiellos [xvii] .
Pero la represión desatada en Murcia entre 1934 y 1939 desvela raíces previas y
fines revolucionarios no siempre advertidos.
Al
respecto, existen fuentes primarias y secundarias de gran valor para una
aproximación hermenéutica a esta esencia política de la represión
republicana en la provincia de Murcia. Podemos encontramos información
cualitativa y cuantitativa en el apartado provincial de la Causa General, en
obras de Salas Larrazabal o Martínez Leal, en distintas monografía locales, y
en el capítulo específico del trabajo de la profesora murciana Carmen González
sobre Guerra Civil en Murcia. La primera obra, pese a ciertas
deficiencias cuantitativas o elementos propagandísticos, sigue constituyendo
hoy todavía la principal fuente documental sobre el proceso represor
republicano; el caso murciano aparece reflejado en la Pieza 1 (principal) y en
sus “Estados” 1 y 2 (dejando fuera el 3): el primer Estado recogen las
distintas muertes violentas de residentes, reales o posibles, acaecidas en la
provincia, y el segundo las de no residentes conocidos [xviii] .
Mientras que el resto de textos, en especial la obra de González, aportan una
valiosa recopilación contrastada de datos de víctimas y de formas represivas.
a) La
génesis de la violencia republicana: ¿Octubre de 1934 o Julio de 1936?.
El
fracaso del levantamiento del 18 de julio de 1936 en la provincia de Murcia,
colocó a la provincia dentro de los límites geopolíticos del régimen
frentepopulista. El control de las principales instituciones políticas por el
Frente popular y el inmediato control del orden público por las milicias
sindicales de sus adlateres de la Alianza obrera, amen de la decisión del
general sublevado Goded de atacar desde Valencia no Murcia sino Barcelona, explican
esta situación. Pero pese a su alejamiento del frente militar, el nivel escaso
de conflictividad social previo (a excepción de los centros militares e
industriales de la comarca de Cartagena), la debilidad de la trama conspirativa
regional y la supuesta fidelidad institucional, Murcia sufrió como otras zonas
bajo el control aparente de Madrid, la aceleración de los procesos represivos
de finalidad revolucionaria anunciados en 1934 (aunque en un nivel notablemente
menor que en Asturias, Madrid y Cataluña).
Tras la
llegada de las primeras noticias del levantamiento en África, el 19 de julio de
1936 se extendieron rumores sobre la noticia de la rebeldía de algunas
guarniciones, y el 20 de julio varias milicias políticas y sindicales acudieron
al Cuartel de artillería y al Gobierno Civil pidiendo armas. Pese a la
debilidad del levantamiento nacionalista en la Provincia, las milicias fueron
armadas, tomaron esos primeros días el poder en la calles de Murcia o
Cartagena, y algunas de ellas acudieron a Albacete y San Javier para ayudar a
sofocar la rebelión (en la capital, sólo la Guardia civil se sumó abiertamente
al Alzamiento, convirtiendo al Colegio de los Maristas de El Malecón en su
cuartel general, posición que duró hasta la intervención directa del ministro
de la Guerra republicano). Como era obvio, esta “reacción espontánea” estuvo preparada
muchos meses antes.
A la debilidad
de la “trama conspirativa” en la Provincia, respondió una amplísima reacción de
las milicias “antifascistas”, creadas ya desde 1934, al frente de las cuales se
situaron los capitanes Martín y Saura. Reunidas en torno a la Comisión de Orden
público o Brigada de Milicias populares, creada a instancias del Frente popular
provincial, se encargaron de perseguir a todos y cuantos fueras susceptibles de
ser definidos como “facciosos”, objetivo que quedó plasmado en la prensa local
con las siguientes palabras: “Camarada: quién no esta con nosotros está
contra nosotros. Quien no reprueba con todas sus fuerzas la rebelión sangrienta
y criminal del fascismo vaticanista y militar, está de acuerdo con ella. Quién
no es antifascista furibundo, es fascista. Quién no lucha contra nosotros es la
sombra” [xix].
Su labor represiva, vinculada indisolublemente a la actuación incontrolada de
grupos no tan anónimos, degeneró en un sistemático proceso de ajusticiamiento
extrajudicial y de usurpación de propiedades privadas (rústicas y urbanas), que
mostró toda su esencia política al alcanzar, incluso, a todas las familias
gitanas de Totana, expulsadas de la localidad por su supuesta indiferencia
política ante el FP (el primer asesinato en Totana fue el del pequeño
propietario agrícola gitano José María Marín Díez [xx] ).
Aunque en algunas de sus manifestaciones fue progresivamente condenado y
encauzado por las autoridades del Bloque de Alianza obrera, la esencia
política de eliminación física y legal del enemigo de clase se mantuvo visible
hasta el final de la Guerra. Hechos como la quema de por la Columna de hierro
anarquista procedente de Valencia del Archivo y la Oficina Liquidadora del
régimen de la propiedad de Mula, la creación del “campo de concentración” de
Totana [xxi] ,
la destrucción de la Agencia de recaudación de Contribuciones de la Hacienda
pública de Jumilla (24 de julio de 1936), y del juzgado, registro y notaria de
Cieza al mes siguiente, muestran hasta que punto era frágil la distinción entre
defensa de la legalidad y defensa de la revolución en la provincia de Murcia
por los integrantes del FP.
A la
inmediata detención de los conocidos apoyos del levantamiento (con F. Servet
supuestamente a la cabeza) y de los considerados grupos “financieros y
conspiradores” (con De la Cierva Malo de Molina también supuestamente como
líder), sucedió ese proceso no tan espontáneo de eliminación física,
unificación política y transformación socioeconómica. El asalto colectivo a la
prisión provincial y el asesinato de diez de sus presos políticos, ante la
pasividad o complicidad de la fuerza pública, fue el punto central de la
represión en la capital regional. El “enemigo político” fue definido y casi
eliminado durante los dos primeros meses de la Guerra civil, siguiendo la
lógica de violencia política desatada en el inmediato periodo republicano [xxii] .
La prensa, órgano declarado de intereses partidistas y “antifascistas” se sumó
a la caza y captura del enemigo derechista, siendo portavoz a su vez de las
intenciones políticas del FP, de sus luchas internas, y de las contradicciones
entre la subversión revolucionaria y la defensa testimonial de la legalidad
republicana que practicaban y defendían a la vez las mismas organizaciones
(como encontramos en el diario Nuestra Lucha, el cual informaba de la
detención del D. Ángel Guirao “conocido financiero de la insurrección y ex
senador del Reino” [xxiii] ).
Estos
hechos que demuestran la esencia política, consciente y planificada de
la violencia política. Así podemos contemplar como durante los tres años de
conflicto, la Provincia no solo fue “fiel” retaguardia económica, fuente de
“heroicos milicianos”, y base portuaria de operaciones (Cartagena); fue el
escenario de una conflictividad político-social que no fue ni consecuencia directa
de la espontánea reacción de la ciudadanía republicana, ni consecuencia última
ante el levantamiento cívico-militar nacional. Constituyó la segunda fase,
encubierta bajo la sacralización de la “democracia republicana”, de un
proceso de transformación revolucionaria de la sociedad española iniciado en
1934; y que en 1936, en pocas horas, derruyó lo que quedaba del entramado
jurídico-política de la II República, gracias a la paramilitarización permitida
por el gobierno Giral; hecho que sancionó el control de la vida social por
parte de las milicias obreras, y que favoreció la definitiva y exclusiva
autoarrogación frentepopulista de la terminología democrática y republicana con
fines propagandísticos.
El éxito
indudable de este encubrimiento histórico debe, en gran medida, a la pretendida
oficialización de la una moralización histórica respecto a la “República
en Guerra”, que niega o reduce el impacto de esta realidad; con ello pretende
desactivar los principios de neutralidad axiológica que deben orientar los
fines de todo análisis historiográfico. Así tomaba partido declarado por un
bando político pretérito, por unas victimas determinadas del “terror blanco”, y
minusvaloraba con ello los testimonios directos de los que detectaron y
previnieron sobre la violencia revolucionaria [xxiv] .
La “Memoria histórica”, paradigma de esta moralización de la violencia
republicana a través de la llamada historia social, obvia la
documentación en aras a preservar el “mito republicano”, que a través de la
trilogía “Izquierda, la Revolución y el Proletariado”; pretenden establecer una
continuidad ideológica “democratista” entre 1931 y 2004.
Pero el
análisis periodístico de la violencia política en la retaguardia republicana,
desde esta experiencia regional, muestra la incorrección conceptual presente en
estudios de ámbito nacional. La justicia popular, la legalidad republicana, la quinta
columna, los facciosos y los reaccionarios, las masas espontáneas y la
venganza histórica, la autodefensa y de la democracia del pueblo; estas palabras
reflejadas en la prensa murciana son un ejemplo palmario de la vinculación de
la violencia política con Octubre de 1934, y la presencia genética del ideal
del “conflicto” legitimador en gran parte de la proclamas doctrinales de los
futuros miembros del Frente popular. Así encontramos una retaguardia con
“sacas” y “checas”, con fusilamientos oficiales o asesinatos clandestinos, con
asaltos a cárceles y prisiones, con quema de propiedades y símbolos de los
“elementos facciosos”, con incautaciones revolucionarias y socializaciones
planificadas, con la persecución de la “quinta columna”, con enfrentamientos no
sólo periodísticos entre supuestos aliados, con la plenitud de la “iconografía
política” que identificaban República y Revolución. El titular conmemorativo de
Nuestra Lucha evidenciaba lo expuesto: “En Octubre de 1937 más firmes
aún que en Octubre de 1934” [xxv] .
Lo dicho
explica como, pocos días después del inicio oficial de la contienda, en las
calles de Murcia o Cartagena no solo comenzaron a desaparecer la mayoría de
valores y modos de vida burgueses (ante el “oficial” espíritu igualitarista y
proletarista con la visible generalización de la alpargata y del mono de
trabajo); también, y en aras a la legitimidad democrático-proletaria y las exigencias
de la guerra, se limitaron la libertad política (se prohibió la afiliación a
cualquier movimiento no integrado en el FP), de prensa (se censuraron o
incautaron los diarios El Levante Agrario, El Tiempo y La Verdad),
educativa (prohibición de la formación religiosa y politización extrema de la
pública), económica (intervencionismo, expropiaciones sin indemnización,
colectivizaciones legales e ilegales) y religiosa (persecución al catolicismo);
todo ello en menor grado que otras regiones de la España republicana, pero con
una tipología similar.
Éste era el “verdadero lenguaje” de la retaguardia, la iconografía
política de lo que quedaba de la Segunda República; éste fue el lenguaje
que, en las tierras murciana, mostraba la naturaleza estrictamente política,
pese a ciertos actos de violencia personal o espontánea, de la represión
desatada. Las palabras del socialista Francisco Guidel suponen un claro
ejemplo: “es evidente que en la provincia de Murcia se han desatado pasiones
estos días con motivo de hechos lamentables” [xxvi] .
La genealogía política y sociológica de la represión republicana se
mostró con toda claridad en Murcia, Lorca, Cartagena, Bullas o Tecla; fueron el
escenario de ocupaciones de fincas que remitían a febrero de 1936, de la
incautación de fábricas conserveras desde el mismo Octubre de 1934, del
asesinato selectivo de dirigentes de la oposición conservadora-derechista tras
la paramilitarización sindical de julio de 1936, de una persecución religiosa
sin precedentes en nuestra era contemporánea (más de 77 religiosos asesinados),
de la depuración universitaria de no afectos al Frente Popular, de la censura
gubernamental de toda manifestación cultural católica-tradicional, de ataques y
cierres de la prensa conservadora (La Verdad sufrió decenas de ataques y
tres cierres desde marzo de 1931 a julio de 1936), de la proliferación de la
“justicia popular” directa y de la parcialidad ideológica de los Tribunales
Populares. Por ello, se hace imprescindible reflejar hechos y palabras no
siempre advertidos de esta época convulsa, como cuando en octubre de 1936,
durante un mitin cenetista organizado en Murcia (dónde intervino Federica
Montseny), el primer ministro de Justicia en el gabinete de Largo Caballero,
el bullense Juan López mostraba a las claras el objetivo declarado de uno de
los integrantes del gobernante FP: “Ya no tenemos burguesía, y si la hay, la
tenemos que exterminar” [xxvii] .
Varios indicios historiográficos provinciales apuntan en esta dirección. Los
1804 ejecutados que contabiliza Salas Larrazabal [xxviii]
o los 740 que atestigua Carmen González [xxix]
son un primer indicio de la misma. El desconocido testimonio autobiográfico de
un murciano en 1940, el militar falangista Martín Rubio y Hernández [xxx] ,
nos muestra un segundo y valioso indicio (pese a su evidente filiación
nacionalista). El tercer indicio lo encontramos en la presencia de casi toda la
clase política provincial no exiliada en las listas de ejecuciones bajo el FP
(como Francisco Ortega, presidente de AP en Ricote, Francisco Roca, alcalde de
La Unión, o Policiano Maestre, diputado a Cortes por Cartagena); pero mismas
listas dónde encontramos un sinfín de propietarios, eclesiásticos,
profesionales liberales, intelectuales, militares o simples empleados también
víctimas del “paseo nocturno” (o de su viaje sin vuelta al “Pilón”, término de
la carretera de Cartagena dónde era ejecutados frecuentemente, dónde se les
“daba el paseo”), de la sacas masivas y de los fusilamientos legales, de
detenciones ilegales y torturas en checas, de reclusión en campos de
trabajo o de expropiación “revolucionaria” de todas sus posesiones. Un
cuarto indicio surge del análisis de la prensa frentepopulista del periodo
entre 1936 y 1939, dónde el lenguaje político e ideológico señalaba claramente
el “enemigo” a eliminar y las formas de hacerlo, insistiendo en un camino
bastante alejado de lo que podía quedar del constitucionalismo republicano. Y
un quinto y último indicio de este proceso represor, surge de la constatación
de la multitud de instituciones y símbolos religiosos que o fueron pasto de las
llamas o fueron incautados y ocupados por el Frente popular y las
organizaciones sindicales, desde la ocupación del Obispado de Cartagena a la
quema de distintas tallas de Francisco Salzillo.
Estos indicios cuestionan las interpretaciones legalistas y espontáneas de la
fenomenología de la violencia republicana; además nos ayudan a explicar varios
hechos asociados: la colaboración consciente de los republicanistas con
organizaciones socialistas y anarquistas que aspiraban alcanzar esa “revolución
pendiente”, el registro de los miles de sospechosos que fueron ingresados en
prisión o torturados en la checas de Murcia y Cartagena, los cientos de
fincas y empresas que fueron expropiadas por “utilidad social” en toda la
provincia (visible ya en marzo de 1936), o la total depuración burocrática
frentepopulista que alcanzó al mismo primer rector de la Universidad de Murcia,
José Lostau, inmediatamente expulsado de su puesto en favor de un comisario
político comunista. ¿Por qué un diario conservador y católico como La Verdad,
que nunca apoyó a los sublevados ni hizo apología de los mismos, fue incautado
por el Frente popular murciano diez días después del levantamiento, convertido
al día siguiente en “diario republicano”, y días después prohibido, dejando sus
talleres al servicio del diario socialista Nuestra Lucha?, ¿cuál fue ese
motivo: sólo una casualidad, una necesidad unificadora o antifascista, o simple
y llanamente el no participar de las ideas e intenciones del mismo FP?.
b) El asesinato político: la imagen
visible de la represión.
La persecución y el asesinato de naturaleza política es el hecho más visible
historiográficamente; hecho que muchas veces elude el análisis del más amplio
proceso de control y depuración de la vida política, económica, periodística y
social ante los imperativo bélicos, y del paralelo proceso de mutación
revolucionaria de la retaguardia republicana. Como hemos visto antes, este
fenómeno poseía precedentes evidentes durante la primavera de 1936, pero
durante los primeros meses de Guerra el asesinato y represión política se
dirigió abiertamente contra todos los posibles miembros de la “clase social
dominante”: políticos y ex políticos conservadores, dirigentes y militantes de
formaciones partidistas, y empresarios, propietarios y religiosos no siempre
con vínculos e identidades políticas (Rodríguez Llopis recoge a 45 propietarios
asesinados, la mayoría en Jumilla, Torre Pacheco, Moratalla, Mula, Yecla y en
Bullas, localidad dónde de sus 9 asesinados 3 pertenecían a la misma familia,
los Melgareses Marsill) [xxxi].
R.
Salas Larrazabal sitúa en 1812 los fallecidos por la represión política del
Frente popular en la región (frente a los 855 de la posterior represión
nacional), el listado del Santuario de la Gran Promesa de Valladolid recoge 952
“mártires”, la Dirección general de Estadística apunta la cifra de 801 (en
función de los efectivamente inscritos en la provincia por muerte violenta
entre 1936 y 1940), a 740 asciende para C. González el número de victimas de la
violencia durante los tres años de guerra (622 durante los primeros seis meses,
24 en 1937, 10 en 1938, y 61 en 1939), mientras que para la fiscalía de la
Causa General aparecen 812 “caídos”. Estas cifras suponen entre el 4,57% y el
5,25% del índice provincial de fallecimientos por cada mil habitantes (por
debajo de la media nacional, un 11,30%), la filiación familiar, la extracción
social o la militancia política de los concretos fallecidos y represaliados
evidencia el contenido ideológico de la represión, ya que según el propio
testimonio del Gobernador civil de Murcia, en los primeros cuatro meses de su
mandato se había depurado toda la retaguardia provincial, alcanzándose la cifra
de más de 2000 detenidos (entre ellos 200 supuestos falangistas).
En el término de Cartagena, desde el mismo verano de 1936, la violencia
política contra los no adeptos al Frente popular adquirió rasgos cercanos a los
de las grandes ciudades de la retaguardia. Un historiador actual como Martínez
Leal y las memorias de un cartagenero de la época, Martín Rubio, coinciden en
definir como “formidable represión” la violencia política desplegada en la
ciudad departamental sobre los supuestos militantes del Alzamiento. Esta
alcanzó a todos los miembros de los partidos políticos conservadores, de los
grupos sociales considerados “reaccionarios”, y especialmente a los religiosos
y sus Centros en el municipio. Coinciden igualmente en establecer sus raíces en
la primavera del 36, y fundamentalmente en caracterizarla como la manifestación
más visible de la eclosión de la llamada “Revolución social” departamental [xxxii] .
Las primeras semanas de la Guerra asistieron la vacío político de las
instituciones municipales, pasando el poder directamente a manos de los dos
Consejos revolucionarios de Cartagena: el del Frente popular y el de la Alianza
Obrera CNT-UGT (actuación autónoma e ilimitada solo frenada en parte por la
constitución del Consejo municipal el 18 de enero de 1937).
Siguiendo al mismo Martínez Leal y a la “rama” cartagenera de la Causa General [xxxiii] ,
son 461 aproximadamente los ejecutados durante estos tres años, siendo agosto
de 1936 el año de máxima represión, fecha de las ejecuciones en los navíos España
nº 3 y Rio Sil. El fusilamiento en el Arsenal de los tenientes de
navío Ángel González López y José Tapia Manzanares, la mañana del día 19 de
julio de 1936, inició el uso de la violencia política como proyecto político en
la ciudad, significada con tres “sacas” multitudinarias de la cárcel de San
Antón, con ejecuciones masivas de militares no adeptos, y con la explosión
tolerada de la represión anticlerical desde el posterior día 25 (que se llevó
la vida de decenas de clérigos, provocó la destrucción de hornacinas callejeras
como las de las calles Cuatro Vientos o la Virgen de la Soledad, el retablo de
la antigua Catedral, o la capilla barroca del Cristo del Socorro). Tras la
constitución del Tribunal popular de Cartagena, el número de ejecutados por el
FP descendió considerablemente, aunque la represión ideológica comenzó a crecer
de manera imparable hasta cuantificarse 2.160 personas ingresadas en la Prisión
de San Antonio por motivos políticos y económicos, amén de miles de sancionados
con penas de multa económica o traslados a Campos de trabajo. Los altos niveles
de represión en el municipio se explican en parte, por ser uno de los centros
portuarios fundamentales del Estado republicano, el segundo enclave de
producción de armamento, y porque en Otoño de 1936 desembarcó en su muelle el grueso
de las armas soviéticas destinadas a la defensa de Madrid [xxxiv] .
La brutal represión religiosa en Cartagena conllevó la quema, incautación o
destrozo de todos los templos del municipio (especialmente significativa fue la
actuación contra las Iglesias de Santa María de la Vieja, Santa María de
Gracia, Nuestra Señora del Carmen, y la de la patrona de la ciudad, la Iglesia
de la Caridad); y llegó al asesinato de 7 párrocos locales: Pedro Gambín Pérez,
Antonio Pacual Navarro, Francisco Soler Espinosa, Agustín Delgado Maciá,
Antonio Hernández Ruíz y José Martínez Fortuny. Resulta harto significativo
como en la ciudad portuaria, 67 de sus políticos conservadores y derechistas
fueron ejecutados oficial y extraoficialmente. Esta “represión selectiva” se cebó
con la gran mayoría de la clase política desafecta el Frente Popular, entre
quienes encontramos a Francisco Roselló Hernández, presidente de la Juventud
Católica local, a Juan Dordá y a Antonio Egea, antiguos concejales de la
Dictadura, a Eladio Inglés Cutillas, concejal de Acción popular, a Enrique
Pedro González, presidente de las JAP, a Adolfo González Amor y Cuellar,
fundador de la Falange municipal, a Francisco Dionisio Oliver, presidente local
y concejal de AP, a Miguel Carlos Roca, secretario de AP, o a Isidro Juan
Martínez, presidente de la Juventud tradicionalista. Como en otras regiones de
la España republicana, la violencia política en la Cartagena frentepopulista
tuvo sus raíces en el periodo previo. Egea Bruno muestra como la inestabilidad política
se remontaba al primer gobierno local socialista-azañista, dónde en sólo dos
años se sucedieron nueve alcaldes. La ruptura de la Conjunción favoreció el
desarrollo de un clima de crisis social y política, y una especial movilización
de la organizaciones obreristas locales, que tras las huelgas de 1932 y 1933,
se unieron revolucionariamente en el Frente Único Obrero antifascista
(15 de febrero de 1934) y electoralmente en el Frente Popular. Tras el
complot comunista en el Arsenal descubierto en agosto de 1934, la primea unión
supuso un órdago en toda regla frente al poder radical-cedista y a la propia
legalidad republicana (que tras la intervención gubernamental conllevó la
destitución del Ayuntamiento y el procesamiento de sus líderes). La segunda, retomando
el ideario de la infructuosa tentativa revolucionaria, alcanzó el poder en el
consistorio departamental, restituyendo el anterior gabinete, destituyendo a
los funcionarios sospechosos y retirando a los mandos militares menos adictos.
Otras localidades de la provincia sufrieron el mismo proceso, aunque con
niveles lógicamente más reducidos que en el campo de Cartagena o en la misma
capital. En Jumilla, los mismos días 17 y 18 de julio de 1936, “ante la fachada
de antiguo Concejo de la villa” fueron ejecutados públicamente dos presos
falangistas, Juan Martínez Erasio y Pedro Cutillas Sánchez, y un “propietario”
como Constantino Porrás. El día 25, en la misma localidad fueron quemadas
varias Iglesias y ocupados decenas de terrenos privados, e incluso semanas
después, una pequeña “turba” dirigida por la llamada Tía Leonor (o “la
Capitana”) incautaron las imágenes religiosas del Cristo amarrado a la Columna
y de la Abuela de Santa Ana (el paroxismo de la primera represión alcanzó a la
primera víctima de los “paseos” jumillanos, un ugetista acusado de propinar una
paliza a un joven local
[xxxv] ).
El 26 de julio fue ajusticiado en la Fuente Negra de Yecla, Martín Azorín
Martínez, conserje de Acción popular; el 5 de agosto cayó asesinado en la
carretera de Pinoso el cura-rector de la pedanía de Raspay, Antonio Martínez
Urios; y días después fueron ejecutado en Albacete el arcipreste Francisco
Campos Martínez, antiguo párroco de La Purísima, y en la carretera de Jumilla,
el exconcejal de 64 años Antonio Martínez Ortega
[xxxvi] .
Ese mismo mes, en Cieza se atentó contra los templos religiosos, el juzgado, el
registro civil, el registro de la propiedad y la notaria. Pero sería el 28 de
septiembre de 1936 cuando, en pleno funcionamiento del Tribunal popular, se
produjo en Murcia el hecho más significativo: se asaltó la Cárcel provincial y
se ajustició a cuatro de sus presos políticos “derechistas”.
c) La represión
colectiva: sacas nocturnas, asaltos a prisiones y masas “espontáneas”.
Los “paseos”
fueron la modalidad más característica y mayoritaria de asesinato de carácter
político y económico en zona republicana, y por ende, en tierras murcianas. Los
pueblos, pedanías, partidas y ciudades murcianas fueron el escenario de esta
modalidad de ajusticiamiento nocturno, aunque para González en su “toponimia de
la violencia”, varios lugares de la geografía provincial fueron seleccionados
para ejercer esta “justicia popular”. Conocidas cunetas, cementerios, ramblas y
prados fueron el lugar elegido dónde los Comités revolucionarios locales
eliminaron a sus enemigos ideológicos (como hicieron el Comité Revolucionario
de Puente Tocinos, el Comité del Pueblo de Corvera o el Comité Rojo de Pliego).
El disparo en la cabeza y el uso de armas blancas, así como el rociado final de
los cadáveres con gasolina, fueron los medios preferentes de asesinato en
pueblos de Blanca, Totana
[xxxvii] ,
Abarán, Caravaca, Lorca, Moratalla, Murcia, Torre Pacheco, Mula, Alhama o
Cieza. La espontaneidad de dichos “paseos” se demuestra con el asesinato del
médico Antonio Miguel de la Peña Seiquer, militante de AP en Espinardo. Tras su
detención en Alicante por elementos del Frente Popular de la misma pedanía
murciana, fue traído a Espinardo y ejecutado a las doce de la noche en el
cementerio. Lo mismo sucedió con el asesinato de dos sacerdotes oriolanos en
Beniel por un grupo procedente del mismo pueblo alicantino. En Caravaca, un
tumulto “espontáneo” dirigió el asalto del día 2 de octubre de 1936 a la Cárcel
del partido y el posterior asesinato de 11 presos políticos “de derechas”. Las
Haciendas cartageneras “La Boticaria” y “Lo Soto” fueron escenario el 5 de
marzo de 1939 del asesinato colectivo de 61 personas; y en La Unión, tres
personas acusadas de “fascistas y católicos” fueron asesinados en la Carretera
de Cabo de Palos al Albujón (km. 17) por la 206 Brigada Comunista.
Los hechos más conocidos de “asesinatos colectivos” fueron los sucedidos a
bordo de los buques-prisión Rio Sil y España nº 3. Las noticias
de supuestas matanzas nacionalistas y el atraque en el Puerto de Cartagena del
bombardeado Acorazado Jaime I, fueron el caldo de cultivo o la excusa
perfecta para la ejecución extrajudicial de los jefes y oficiales acusados de
insurrección en la localidad (España nº 3) y de los Guardias civiles de
Albacete (Rio Sil). 10 prisioneros del segundo buque fueron asesinados
el día 14 de agosto de 1936 y 25 arrojados al mar esa misma noche, al igual que
los 147 del primer buque (los únicos cinco que consiguieron esconderse fueron
ajusticiados la mañana del día 15 de agosto). Junto al popular asalto a la
cárcel provincial de Murcia en septiembre el 18 de septiembre de 1936, en la
misma Cartagena destacó la “saca” de la prisión del partido de San Antón, donde
fueron ejecutados 49 detenidos, entre los que figuraban Francisco Barrionuevo
Sánchez (jefe local de Falange), José Paez Rios (ex alcalde primorriverista),
Antonio Valdivia Gris o Francisco Roca Reyes. En Caravaca, la prisión del
Castillo fue asaltada la madrugada del día 2 de octubre, y ejecutados 11 presos
políticos a manos de 18 vecinos comunistas y cenetistas. En Totana, la
madrugada del día 20 de octubre de 1936, tras el única bomba caída en la
localidad (que no ocasionó daños personales), un centenar de lugareños
(aproximadamente 140 elegidos de la lista de firmantes del telegrama de pésame
por el asesinato de José Calvo Sotelo) fueron sacados de sus casas y agrupados
en la Plaza de la República. Tras tres días de presidio sin acusación previa,
sin juicio correspondiente y sin registro de entrada en la Cárcel del Partido,
sesenta de ellos fueron trasladados a la Cárcel provincial de Murcia.
d) La
persecución antirreligiosa.
Como en la casi totalidad de las provincias bajo control de Madrid, el culto
religioso católico murciano fue sistemáticamente perseguido y prohibido.
Francisco Medina Ortiz recuerda como su padre fue detenido y suspendido de
empleo y sueldo (era funcionario de Telégrafos) en enero de 1937 por los
motivos que contenían su ficha policial: “fanático religioso, comulga diariamente”
[xxxviii] .
Tras ser declarada públicamente como opresora, hegemónica y pro sublevados, la
Iglesia murciana fue objeto de asesinatos selectivos, matanzas colectivas,
ofensas rituales y destrozos materiales incalculables; este fenómeno local
respondía a una dimensión de la trasformación revolucionaria de la comunidad
política española, que en la mayoría de sus versiones, pretendía erradicar al
catolicismo, física y culturalmente, de la zona republicana, tras la ofensiva
jurídica desatada desde el mismo año 1931 y tras años de propaganda y ofensivas
anticlericales de nula legalidad y escasa justificación. Las Piezas 1ª
(Estado nº 3), 10ª (Persecución religiosa), 11ª (Tesoro artístico), 12ª
(Tesoro artístico y cultura roja) de la Causa General de Murcia, nos ofrecen amplia documentación sobre un fenómeno que pretendía
extirpar de raíz todo lo religioso de las esferas civil y pública murciana.
68
religiosos fueron asesinados, cientos de Iglesias y Conventos atacados, decenas
de estos templos totalmente destruidos, casi todos los de Cartagena, siete de
la capital (Ermita de San Miguel, Iglesia Parroquial de San Antolín, Iglesia y
Convento de Jesús María, Convento e Iglesia de los padres franciscanos) y
numerosos en distintas localidades de la Provincia (Iglesias parroquiales de
Beniaján[xxxix] Cehegín, Lorca y el Convento de los franciscanos de La Alberca). Además fueron
destruidas y profanadas 18 Iglesias, 5 capillas de templos y numerosas casas de
religiosas (como las capitalinas Iglesia y Convento de Madre de Dios, Iglesia y
Convento de MM. Capuchinas, Siervas de Jesús, Carmelitas de la Caridad,
Terciarias franciscanas, Regulares de Nuestra Señora del Carmen). A ello, se
unió la ocupación “gubernamental” de cientos de edificios religiosos, el robo e
incautación de miles de piezas sacras, la destrucción de valiosos archivos
eclesiásticos y parroquiales, y sobre todo, la propiciación oficial de un clima
ideológico abrumadoramente anticlerical en la sociedad civil.
Como es lógico, todo este proceso culminó con la prohibición de toda
manifestación pública de religiosidad. A este respecto destacan los distintos
bandos del alcalde socialista Piñuela, dónde instaba a la población a no
festejar conmemoraciones religiosas al aire libre ni acudir a los cementerios
por supuesto peligro de ataque aéreo del bando enemigo; pero para Ruíz Abellán
“estaba claro que lo que pretendía el Ayuntamiento es que no se celebrase la
Fiesta de difuntos en la región de Murcia”
[xl] .
Estas palabras mostraban a las claras el objetivo frentepopulista de
desaparición de toda fiesta y conmemoración religiosa, que se evidencia con la
supresión de facto de las celebraciones de la famosa Semana Santa
murciana y de la Navidad, de las cuales no vuelven a aparecer noticias en la
prensa provincial. Esta última festividad fue sustituida por la Fiesta del
niño (celebrada en nochebuena), destinada recoger donativos, víveres y
mantas para el frente militar
[xli] . A
tal punto llegó la prohibición, que en la pedanía murciana de Santo Ángel, el
culto se tuvo que realizar clandestinamente en la pequeña Ermita de San Antonio
el Pobre (en plena Sierra de Carrascoy).
La persecución de los Hermanos Maristas fue
otro testimonio de esta represión religiosa. Tras ser incautado su colegio en
Murcia, para convertirlo en un Hospital de sangre, el 22 de julio fueron
arrestados sin orden escrita, todos los miembros de la comunidad de Cartagena.
El 30 de agosto les tocó el turno a la comunidad de Murcia capital; sus 42
miembros (trabajadores incluidos) fueron recluidos en la Cárcel provincial sin
juicio hasta septiembre, en deplorables condiciones de vida e higiene, y sólo
bajo la causa documentada de no mostrar “simpatías” al régimen frentepopulista.
Paralelamente, el cura párroco de la parroquia murciana de El Carmen, confeso
conservador, fue, como hemos visto, condenado a pena de muerte y ejecutado días
más tarde gracias al asalto colectivo a la Prisión provincial; tres religiosos
fueron fusilados y torturados en Totana y siete párrocos cartageneros sufrieron
semanas más tarde la misma suerte. Ocho sacerdotes fueron ametrallados en las
cuestas del Puerto de la Cadena, en la carretera entre Murcia y Cartagena, la
noche del 19 al 20 de octubre de 1936, junto a tres seglares del Asilo Nuestra
Señora de la Fuensanta (situada en la plaza San Juan); meses antes se asesinó
públicamente al mismo fundador del Asilo, el reverendo Antonio Gallego Arellano
(14 de agosto).
En Lorca fueron fusilados seis religiosos de los hermanos
de las Escuelas cristianas del colegio San José, junto al sacerdote de la
parroquia de Santiago en un Coto minero a cinco kilómetros de la localidad
(tras ser enjuiciados por el Tribunal número 2 de la Provincia bajo presidencia
de Lino Martín Carnicero) [xlii] ;
mientras todos los
Hermanos Salesianos fueron arrojados a un pozo de de cal tras ser ajusticiados [xliii] .
< Este proceso
anticlerical, como demuestra Carmen González, se concentró en los primeros
cuatro meses de la Guerra civil, paso previo a la institucionalización de los
procesos políticos y sociales, consiguiendo con ello una total sumisión y
represión de las organizaciones religiosas eclesiásticas y seglares. En este
sentido, Mula, Pliego, Los Alcázares, Lorquí, Villanueva (la Iglesia de
Nuestra Señora de la Asunción) o Abanilla vieron como milicianos del
heterogéneo Frente popular local o alentaban o directamente dirigían la
destrucción de sus símbolos religiosos en esas semanas iniciales. El caso del seminarista José
Antonio Navarro Rincón fue un claro ejemplo. Movilizado por el ejército
republicano el 24 de septiembre del año 1937 fue detenido, interrogado y
maltratado por sus superiores en el Frente de Aragón, y condenado a muerte en
juicio sumarísimo por la fidelidad expresada a sus convicciones religiosas (fue
ejecutado en el pueblo zaragozano de Vedado de Zuera)[xliv] .
Esta destrucción física y material directa corría paralela de una represión
ideológica y simbólica que testimoniaba de manera más evidente la opción
antirreligiosa de los grupos de la coalición del Frente Popular murciano. La
República en Murcia se autodefinía, por su lenguaje y por sus actuaciones, no
como laica, sino como antirreligiosa, definiendo al Obispado de Cartagena como
la “Reacción”. La profanación de espacios y símbolos católicos llegó al extremo
cercanos al paroxismo: destruir la cruz central del cementerio municipal de
Murcia y derruir las paredes que separaban a católicos y no católicos; vaciar
de los nichos de la Catedral a los Canónigos y Beneficiados y poner en su lugar
a los Brigadistas internacionales caídos, amén de situar sobre sus nuevas
tumbas los símbolos revolucionarios al uso: el martillo y la hoz[xlv] ;
o profanar y eliminar los cadáveres de varias religiosas en proceso de
beatificación como Sor Mariana de S. Simón y Maria Ángela Astorch, o del mismo
mártir San Teodoro (al que previamente se arrastró públicamente). Incluso,
desde el propio Ayuntamiento de Murcia, regido por el socialista Piñuela, se
aprobó en septiembre de 1936 dinamitar el Sagrado Corazón de Jesús del
Castillo de Monteagudo, situando en su lugar un monumento a la “Libertad o a la
República”.
Estos hechos atacaban directamente el legado histórico-artístico no solo de la
Iglesia, sino de la propia región, llegando a ser expoliado o destruido de
manera notable el tesoro eclesiástico de reliquias, obras de arte o monumentos.
La cifra de más de 200 pinturas, de más 300 esculturas, y de aproximadamente 43
archivos bibliográficos lo demuestra. Los días 14 de agosto de 1936 en Lorca y
el 25 de julio del mismo año en Cartagena fueron los dos momentos de máxima
intensidad en el saqueo, quema o destrucción del patrimonio de Capillas e
Iglesias. Pese a los intentos del alcalde de Murcia o de distintos vecinos, la
importancia de lo sucedido se pone en evidencia con la constatación de la destrucción
o desperfectos a obras artísticas de gran valor, realizadas por nombres tales
como De Bussi, Camacho, Sistori o Salzillo. A la destrucción de elementos
materiales y simbólicos, se unió la de amplios recursos archivísticos y
documentales, ya que en estos días desaparecieron textos incunables, códices y
manuscritos de imposible recuperación y de imposible reconstrucción. En este
punto destacan los ataques a los archivos parroquiales de Santa Eulalia, San
Bartolomé, El Carmen y San Pedro, o al Archivo de la Curia eclesiástica y de
las Pías Fundaciones del Cardenal Belluga.
Otro símbolo del
proyecto político frentepopulista en la Provincia, y de sus paralelas
necesidades bélicas, se nos manifiesta con las ocupaciones y transformaciones
oficiales de las instituciones religiosas; o lo que es lo mismo: secularización
y politización de los espacios religiosos murcianos. En Mazarrón, todos los
edificios religiosos fueron incautados y vaciados interiormente en agosto de
1936, siendo convertidos en depósitos de alimentos y armas (la Parroquia de San
Antonio fue el nuevo almacén de la Comisión de Abastos, y la de San José en el
Puerto fue el nuevo alojamiento de la Fuerza del regimiento naval 1). En Campos
del Río, su Iglesia parroquial se utilizó desde julio de 1936 como centro de
refugiados (como la Iglesia de la Maravillas de Cehegín, centro de alojamiento
de refugiados en Málaga), en Torre Pacheco como deposito de material bélico, en
Albudeite como almacén y cárcel, en la Torres de Cotillas como Casa del Pueblo
de la UGT (al igual que la Iglesia de la Concepción de Alhama). Caso
paradigmático fue el de Moratalla, dónde la Iglesia de Santa Ana se convirtió
en la sede la CNT local, Nuestra Señora de la Asunción en la del taller
carpintero para escuelas, San Francisco en la del almacén de víveres del
Consejo de Administración de Fincas Rústicas, y La Rogativa en la de la Escuela
nacional. Y en Murcia, las ocupaciones adquirieron rasgos paradigmáticos: el
Palacio episcopal fue la nueva sede de la UGT local, el Seminario de San
Fulgencio paso a manos de la CNT, la Parroquia del El Carmen fue el nuevo
Almacén de aviación, el Convento-Iglesia de la Merced de trasformó en la sede
del FUE, la Parroquia de San Antolín fue el lugar para Radio Lenin y el Cuartel
de Pioneros Rojos, el Convento de Santa Ana se modificó para albergar el Asilo
de la Asistencia social del FP o el taller de confección de carteles de
propaganda, o la Parroquia de Santa Eulalia fue la sede del Servicio de
transportes.
e) Incautación
y colectivización “popular”: expropiación rural e industrial.
A la eliminación física de los máximos dirigentes o personalidades de la
“derecha” murciana, se sucedió, de manera paralela, un proceso de intervención
socioeconómica de las organizaciones obreristas, especialmente en el campo
murciano (al margen o con el respaldo del Gobierno civil). Las primeras
ocupaciones ilegales de fincas, industrias y edificios públicos (incluidos los
religiosos), fueron sancionadas y continuadas por un proceso de legalización de
los “hechos consumados”, controlado institucionalmente por los mismos
responsables o incitadores del primer proceso: las organizaciones políticas y
sindicales del FP. El cambio de dirección de la contienda bélica en contra de
los intereses frentepopulistas, y la necesidad de mantener la fachada
“legalista” sobre todo tras la creciente presencia comunista y anarquista en el
gobierno, hacía imprescindible un proceso de control y unificación de la
socialización de “los medios de producción” acelerada entre julio y septiembre
de 1936 (pese a que el Ministerio de la Gobernación dictó una Orden al
Gobernador civil de Murcia, el mismo 28 de julio, para que los alcaldes
murcianos publicaran bandos prohibiendo todo tipo de asesinatos o incautaciones).
“Ensayar
sistemas revolucionarios antes de ganar la guerra es favorecer la victoria del
enemigo” proclamaba Nuestra Lucha, cuando en numerosas partes de la
España republicana la transformación revolucionaria de la propiedad era un
hecho irreversible. Tanto en la España como en la Murcia republicana, el
levantamiento militar fue la excusa perfecta para las organizaciones sindicales
y políticas de izquierda, que la aprovecharon para lanzarse a una revolución
que tuvo en la socialización de la propiedad uno de sus pilares esenciales. El
cuestionamiento absoluto y relativo del marco del derecho de propiedad en los
primeros meses, situó a la fracción republicanista en minoría frente a las
masas encuadradas en la izquierda política y sindical, que cuestionaba tanto la
composición de los gabinetes de Casares Quiroga y Giral, como el respeto a lo
que quedaba de las garantías constitucionales previas. Tras la primera
incautación de las propiedades de los “desafectos al régimen” y la creación
forzada de las primeras colectividades (ya iniciadas en febrero de ese mismo
año), la llegada de Largo Caballero al poder frentepopulista en 1937 supuso un
intentó de proseguir con la socialización del agro y de la industria pero bajo
control frentepopulista. Las necesidades bélicas y diplomáticas debían
conciliarse con el mayoritario programa político-social de los miembros del FP,
dejando en un más que precario equilibrio la legalidad republicana entre la
revolución socioeconómica izquierdista y la rebelión militar derechista.
El fenómeno antes descrito se desarrolló casi miméticamente en la Provincia
murciana, especialmente en el predominante sector agrario. En razón de utilidad
social y necesidad militar, fue incautada una gran extensión de la propiedad
agrícola regional, siendo afectados esencialmente los definidos como enemigos
de la República y beneficiados aquellos autodefinidos como continuadores del
régimen nacido en 1931 (UGT, PSOE y CNT). En este sentido, suponía una
continuación casi literal de las primeras ocupaciones ilegales permitidas por
el murciano Ruíz Funes en el Ministerio de Agricultura (difíciles de
cuantificar en la región y por el control azañista de la prensa). Entre 1936 y
1938, en el campo murciano se expropió casi el 23% de la superficie útil
(260.060 ha. sobre 1.086.528 ha), representando la ocupación por motivos
políticos el 58% del total, la ocupación colectiva el 29, 99% (la agricultura
colectivizada llegó a 122 colectividades, de ellas 53 de la UGT, 59 de la CNT y
10 de carácter mixto) y un 19,73% “por la fuerza de los hechos”; un proceso que
provocó una transformación radical antes desconocida de la estructura
socio-económica de la provincia, al no atacar el inexistente problema del
latifundismo, sino al cuestionar la supervivencia y productividad del
mayoritario y tradicional minifundismo local (lo que explica los decretos del
comunista Vicente Uribe, sucesor de Ruíz Funes al cargo del Ministerio, sobre
los límites de expropiación: 30 ha. en secano, 5 ha. en regadío y 3 ha. en huerta).
Dos claros ejemplos de la intención política del proceso lo encontramos en la
finca rústica Arboleda (Lorquí) expropiada al ex ministro Juan de la
Cierva y Peñafiel ya el 17 de marzo de 1936, acusado a la sazón de “servidos de
la causa fascista”; y en la pugna entre comunistas y el Sindicato agrario de
Bullas por la conformación de un frente común en las formas de incautación y
colectivización de las fincas del pueblo.
En la huerta de la Vega media del Segura, las incautaciones comenzaron el mismo
día 17 de marzo de 1936, al calor del Decreto nacional de 3 de marzo que
permitía a los Ayuntamientos “rescatar” los bienes comunales y la expropiación
sin indemnización por razones de “utilidad social” (el cual justificaba de
hecho las incautaciones previas, de más de 572.055 ha sólo entre marzo y julio
de 1936). Tras la disolución del Comité de Hacendados, cuyos miembros fueron
encarcelados o expropiados (Asensio Illán, Viudes Guirao, Escribano Guixé,
Alarcón Gambín, Gálvez Lucas y Llanos Jiménez), la quema de los archivos de la
Junta de Hacendados, y sin ningún control del IRA (Instituto de Reforma
agraria), la expropiación y reparto de las tierras respondió desde un primer
momento a los objetivos de las organizaciones obreristas, como los casos caso
de la incautación a manos de la UGT-CNT de la finca de Luisa García Levasseur
en Churra y de la de Juan Serón Rolandia en Lobosillo. Las primeras
disposiciones oficiales se referían a incautaciones “por abandono”, por lo que
se omitieron conscientemente en los Boletines oficiales de la provincia hasta
junio de 1937 los nombres de los propietarios de estas iniciales
expropiaciones. A partir de esta fecha, los expropiados fueron genéricamente
definidos como “enemigos del régimen” (siguiendo la circular del 27 de enero de
este año a instancias de los Comités murcianos, por la cual el Ministerio de
Agricultura publicaba que “los arrendatarios de fincas rústicas que el 19 de
julio pertenecían a personas que han sido declaradas facciosas, quedaban en
propiedad de la tierra en usufructo”, lo que de facto sancionaba las
expropiaciones anteriores. 164 propietarios y sus cónyuges perdieron sin
indemnización sus bienes, entre ellos republicanos moderados como el
independiente de derechas José María Guillamón, Adrián Viudes Guirao de la
CEDA, o José Moreno Galvache de la Unión republicana (cuyos terrenos
expropiados no llegaban, según el Libro de Repartos de la Junta de
Hacendados, a las 2 ha. o 18 tahullas).
Sólo el 30% de las tierras incautadas fueron debidamente legalizadas por el
IRA, y más del 20% cayeron en manos de colectividades cenetistas y ugetistas
(que un informe del IRA de 8 de agosto de 1938 calificaba de “malas”, junto a
las de Albacete), quienes las constituyeron de forma notablemente expeditiva,
tal como refleja la siguiente certificación dirigida al Gobierno civil: “Excmo.
Sr.: Como Secretario del Sindicatos Agrícola de Cabezo de Torres, certifico:
Que la Junta general extraordinaria celebrada en el día de la fecha y a las
ocho y media de la noche, acordó este Sindicato por unanimidad incautarse de
todos sus productos agrícolas dentro de una colectividad entre sus asociados. Y
para que conste para sus efectos legales se lo comunicamos a V.E. cuya vida se
prolongue muchos años para bien de la república. Cabezo de Torres, a veinte de
octubre de 1936.- Vº. Bº, firma y rúbrica del vicpresidente del sindicato, Juan
Muñoz y del secretario, Fernando Muñoz”. A los nuevos propietarios y
arrendatarios, dichas Comisiones y Colectividades bajo control sindical fueron
exigiendo importantes “contribuciones económicas” para la causa, pese a que la Delegación
provincial para la Reforma agraria negaba la autorización para las mismas;
muchos de estos nuevos propietarios, o bien se quedaron con las nuevas tierras recibidas
para que no cayeran en manos de las Colectividades, o siguieron colaborando con
los antiguos propietarios, o denunciaron a estos para hacerse con las propiedad
en exclusiva (incluso sometiéndolos a la miseria económica). En total, y
siguiendo las conclusiones de Ayala, fue expropiada más de la cuarta parte de
la huerta murciana, pese a las públicas discrepancias de la minoría
gubernamental (Unión republicana e Izquierda republicana); la denuncia del
mismo Gobernador civil Romero Cochinero, que el 15 de mayo de 1937 apuntaba la
existencia de numerosas denuncias por incautación ilegal de fincas y rústicas
urbanas bajo la inacción de la autoridad pública, hechos que definía como
“asaltos y saqueos”; o la información del comunista Unidad sobre el caso
omiso que las mismas organizaciones político-sindicales hacían de las
instrucciones ministeriales y de la exclusiva notificación al IRA de dichas
expropiaciones por la necesidad de prestamos estatales para cultivar las
explotaciones.
Aunque a un nivel menos intensivo que en el campo, la industria y el comercio
provincial sufrieron notables procesos de incautación y colectivización ajenos,
en su gran mayoría, a exigencias diferentes a las establecidas por la actividad
militar. El informe de 1940 de la Cámara de Comercio de Murcia presentaba 179
denuncias, que aún repartidas por toda la geografía provincial, 51 pertenecían
a Murcia capital y 18 a Alcantarilla; su tipología señalaba 108 incautaciones,
49 requisas, 15 controles obreros, 4 colectivizaciones y 3 intervenciones; sus
autores mostraban 38 del FP, 18 de la CNT, 16 de la UGT, 12 del conjunto
UGT-CNT, amén de 5 por las Casas del Pueblo y 9 de los Comités de incautación
locales; y en cuanto a los sectores, la industria (79), el comercio y los transportes
fueron los sectores más afectados. A estos procesos de violación y
transformación de la propiedad privada, más propios del proceso revolucionario
“institucional” que de la defensa de la “legalidad”, se unieron los Comités de
control en manos de la UGT. A través de ellos se intento intervenir en la fábrica
ciezana “Géneros de Punto S.A.”, se socializaron todas las empresas del ramo de
la manera en Alcantarilla, y se controló sistemáticamente todas las actividades
comerciales a través del Sindicato Provincial de transportes. El punto final se
sitúo en la aprobación de las Bases Reguladoras de Control e Intervención
Obrera, documento programático que sancionaba la creación de Comités de
control en todas las industrias de guerra, coordinados mediante un Comité de
control Central del FP. A partir del mismo, las incautaciones y socializaciones
se difundieron por toda la geografía provincial, siendo dirigidos dichos
Comités en cada localidad por la organización sindical predominante, con el
apoyo directo de las fuerzas policiales y militares en la intervención de
sectores esenciales (transportes, hoteles, fundición de hierro o abastos), y
con el respaldo legal del FP en la incautación, socialización y creación de
cooperativas (como en el caso de Cartagena, dónde en noviembre de 1936 se
sancionaban las ocupaciones de los Comités de Incautaciones socialistas, como
las del Círculo Obrero Socialista, la Sociedad Obrera o la Sociedad de Obreros
Mineros “La Realidad”)
[xlvi] .
f) El modelo
comunista: de las Checas al SIM.
Las prisiones clandestinas en
Murcia, conocidas a nivel historiográfico como “checas”, salieron a la luz
pública, casi dos años después de su creación. El 14 de abril de 1937, la
principal checa de la capital murciana, situada en calle Frenería
(anteriormente en la calle Trinquete), fue denunciada por Fernando Piñuela,
alcalde capitalino y secretario de los socialistas murcianos, al Ministerio de
Gobernación; a su juicio era un centro de detención ilegal y de continuas
torturas físicas y psíquicas a los allí recluidos. Creada a instancias de la
dirección del PCE en Murcia, se encontraba dirigida por Ramón Torrecillas y
Domingo Ranchal (agentes comunistas de 3º provisional), y bajo el control de
los distintos Gobernadores civiles, los también comunistas Cabo Giorla y
Antonio Petrel. Esta cárcel ilegal funcionaba de manera independiente de la
Comisaría municipal, y Torrecillas actuaba como Delegado provincial de la
Dirección general de seguridad (controlada a nivel nacional por el también comunista
Santiago Carrillo).
Tras las
denuncias de los medios anarquistas (las únicas publicadas), salió a la luz una
realidad ocultada durante mucho tiempo: 60 fueron aproximadamente los
detenidos, la mayoría fueron torturados y muchos de ellos acabaron desaparecidos
(entre ellos Antonio Clemares) o ingresados directamente en el Hospital
provincial; además, sirvió como medio de atemorizar a significados sectores de
la sociedad murciana, y en muchas ocasiones medio de confiscar hasta sus
objetos más personales. La posterior intervención judicial obligó a trasladar,
que no liberar, a los detenidos de la “checa” a la misma Comisaría (entre
ellos, José Alcaraz Bernal, Adrián Luis Viudes, Alfonso Ros Zapata y Ángel Sanz
Pérez). La de Cartagena, repartida en varios locales políticos del centro
urbano (sedes de Alianza Revolucionaria en Plaza Castilla o del PCE en
Plaza de España), repitió el mismo plan de interrogatorios, torturas y
reclusión que la de Murcia.
La existencia de ambos centros a las alturas de mediados de 1937 demuestra o
bien el escaso funcionamiento o bien la complicidad de los Tribunales
populares. La madrugada entre el 2 y el 3 de agosto de 1937, fueron detenidos
más de veinte lorquinos registrados en una supuesta lista de miembros de Falange,
siendo sometidos a brutales interrogatorios por los líderes chequistas Ranchal
y Torrecillas. Tras veinte días de arresto sin juicio en Murcia, cuatro de
ellos fueron condenados a pena de muerte por el Tribunal de Alta Traición y
Espionaje de Barcelona, siendo condenado uno de ellos a seis años en el
Batallón de trabajo, y siendo ejecutados finalmente dos de ellos (Carmelo
Sánchez Manzanares y Francisco López Martínez). Ante toda esta historia,
Eusebio Serrano señalaba desde el PC murciano que “hay un hecho: se ha
maltratado a unos fascistas. Nosotros no vamos a defender los malos tratos,
pero la verdad es que han sido unos fascistas”[xlvii] .
Esta institución no sólo reflejaba el plan de sistemática represión
“antifascista” ejecutado por las organizaciones comunistas locales, sino las
profundas luchas por puestos políticos entre los distintos grupos de la Alianza
Obrera. El dirigente socialista Álvarez Castellanos denunció como su cuñado fue
detenido y torturado por la checa murciana, los socialistas pedían la dimisión
del Gobernador Petrel por el conocimiento de estos hechos, y los
anarcosindicalistas atacaban por ello al comunismo murciano. A raíz de esta
denuncias, las “checas” de Murcia fueron clausuradas y sus responsables
parapoliciales fueron encarcelados, pero no hubo ni hubieron responsabilidades
políticas para los inductores y responsables últimos de las mismas. Durante un
mes, las Juventudes Libertarias fueron desgranando las actuaciones y ciertas
responsabilidades de los chequistas comunistas de Murcia.
El
artículo del 9 de abril de 1937, “La Inquisición en el banquillo de los
acusados”, atacaba directamente a la dirección del PCE murciano y del mismo
Gobierno civil (en manos comunistas), y el del día 11, “Ha sido detenido el
jefe de la checa murciana: ¡Justicia, justicia y justicia¡” ponía nombre y
apellidos al primer nivel de responsabilidades. Tras numerosos artículos
igualmente críticos, el vicepresidente del Consejo Provincial, Norberto Pérez,
decidió echar tierra sobre el asunto con justificaciones peregrinas:
considerando que esta campaña periodística ayudaba al crecimiento de los
miembros de la Quinta columna y afectaba sobremanera a la unidad antifascista.
Pese a la difusión de estos hechos (solo en portada de Confederación),
el comunismo murciano seguía declarando que marcaba el “camino de la unidad
antifascista”, defendía la unidad de medios y fines con el socialismo
regional, y apoyaba claramente la “represión antifascista”. Todo lo
anterior indica como se constituyó, desde inicios de la Guerra, en instrumento
tolerado de represión de la organización comunista en la región, y resultado
directo de su progresivo control absoluto de los mecanismos de seguridad y
control del orden público en España y en Murcia. Ante la ofensiva comunista
contra en POUM, sólo los anarcosindicalistas de la provincia denunciaban el “chantaje
moral” de los “bolchevizantes”[xlviii] .
En este sentido Eusebio Serrano, secretario general del comité político del PC,
declaraba también: “Y ahora decimos a los fascistas de Murcia: Que no canten
victoria. De lo que se está dando cuenta todo el mundo es de que hay una Quinta
columna”, por lo que se hacía imprescindible “la depuración de mando y
mucha limpieza en la retaguardia”. Este proceso hacía imprescindible
superar todo tipo de formalidades legales: “¡Hay que compadecer a los
pobrecitos fascista de Murcia y nuestros soldados aguantar aunque se mueran día
a día!. En nosotros no puede haber más que un anhelo, una actitud: aplastar al
fascismo en el frente y en la retaguardia. Hay que estar vigilado”,
siguiendo claramente el modelo soviético: “hace 19 años que Rusia ha
realizado su victoriosa revolución socialista y los troskistas todavía hoy
luchan organizativamente contra el poder soviético”. Este mismo líder hacía
suyas las palabras del camarada Antonio Cañizares: “no basta con decir a los
fascistas no pasarán. Hay que decir: pasaremos por encima de sus cadáveres. Si
hay que asesinar, si hay que asesinar a su mujeres, a sus hijos, hay que
hacerlo, porque si nosotros caemos, nuestros hijos no encontrarán piedad
tampoco de ellos”. Incluso celebraba la actuación del gobernados Petrel en
este tema: “el camarada Petrel ha tenido también planteado el problema de la
Quinta columna y el camarada Petrel ha una gran obra de depuración”. En
términos similares se pronunciaba Ramón Blasco, rechazando la consideración del
PC como “elemento de terror”, y defendiendo la unión política y sindical
entre comunistas y socialistas en un “partido único del proletariado”.
Conectada con los anteriores organismos, en agosto de 1937 apareció el Servicio
de información militar (SIM), con la misión declarada de la “depuración
revolucionaria” entre la oficialidad militar y la no declarada
investigación de posibles civiles “contrarrevolucionarios”. Desde sus dos
centros en Murcia (carretera de Espinardo y Caja de Reclutas de Murcia), en
Cartagena (Ministerio de la Marina y Castillo de la Atalaya) y en las
delegaciones locales (Águilas, Calasparra, Caravaca, Lorca y Moratalla),
aplicaron métodos extremadamente violentos en los interrogatorios sobre
presuntas actividades de conspiración o espionaje, que sufrieron entre otros el
agente comercial Mamerto Melgarejo Cánovas, el médico José Romero Font o el
agente del SIP de la Marina José Ladiñán López. A inicios de 1937, los
conflictos entre anarquistas y comunistas llegaron a tal punto a nivel
nacional, que El Liberal publicó en portada un “Manifiesto” firmado por
Díaz y Vázquez por el “triunfo del proletariado sobre los enemigos seculares”.
Este mismo diario recogía los discursos pronunciados por los comunistas Mejías,
Félix Montiel y Cabo Giorla en el Teatro Circo de Murcia, auténtico resumen
programático de las intenciones del partido marxista-leninista con respecto al
destino de las instituciones republicanas en España, y por tanto en Murcia.
Aurora Mejías apostaba por una educación femenina exclusiva en el seno de las
organizaciones y sindicatos obreros; Félix Montiel sumía la necesidad de una
unificación comunista de todas las asociaciones obreras y de vinculación total
con la línea soviética de la III Internacional, y la intención de convertir al
socialismo obligatoriamente en un “partido bolchevique”; mientras el
Gobernador civil, Cabo Giorla, defendía “que no puede haber contradicción
entre el Frente popular y un militante del partido comunista”[xlix] .
g) Depuración e
intervención: los conflictos en el seno del Frente popular.
El conflicto político afectó como es obvio al mismo seno del FP. Tanto la
“declaración de hostilidad” contra el enemigo ideológico como las meras luchas
partidistas, condicionaron el funcionamiento institucional de la “alianza
antifascista” murciana. La depuración interna de los organismos
frentepopulistas y de las institucionales municipales y provinciales bajo su
control, fue uno de los puntos que mejor refleja la muy limitada asimilación
frentepopular-democracia. El mismo funcionamiento paralegal de “las checas”
puso de manifiesto la desunión organizativa del FP y de las disidencias
internas existentes en seno, visibles desde principios del levantamiento, y que
para el Gobernador civil Salvador Sánchez Pérez, mostraban que este organismo
nunca estuvo a la altura de las circunstancias: escasas relaciones con los
poderes municipales, descoordinación entre sus miembros, autonomía casi
absoluta de sus sindicatos y partidos, duplicidad de funciones, y escaso
control de los procesos represivos y depurativos.
Al
respecto, el mismo Consejo provincial de Murcia, creado el 23 de diciembre bajo
la presidencia de Norberto Pérez Sánchez (Izquierda republicana) fue escenario
visible de las luchas y rivalidades entre las organizaciones autónomas del FP
provincial, de la multiplicidad de organismos de intervención (estatal,
sindical, frentepopulista, municipal, etc.), y del vacío de poder ante una
acción político-sindical paralegal no exclusiva de los primeros meses. Las
divergencias no solo afectaba a funcionamiento institucional del FP, sino a la
misma cosmovisión ideológica antifascista. A nivel doctrinal, mientras los
comunistas buscaban a toda costa iniciar un proceso de unificación tendente a
un Partido único revolucionario y marxista, los socialistas apostaban
por Comités de enlace ante la realidad de las JSU y el trasvase de
miembros al PC, y los anarquistas un simple “Frente popular, antifascista y
revolucionario” que preservara su funcionamiento autónomo[l] .
Pese a las declaraciones conjuntas de “hermandad obrera” o de “unión
antifascista”, nos encontramos con numerosos ejemplos de lo dicho: en las
luchas intestinas por el control del Gobierno civil entre socialistas y
comunistas (estos últimos minoritarios, pero que tuvieron a los dos primeros
gobernadores durante la Guerra); la actuación de la Consejería de transportes,
limitada realmente ante el control efectivo del área por la CNT y la UGT,
centrales sindicales que reivindicaban su monopolio en la gestión de la obras
públicas, de los puestos de trabajo o del suministro de víveres (llegando a
existir hasta tres comisiones de Abastos en la capital: provincial, municipal y
frentepopulista); en la libertad de cada FP local y cada organización
político-sindical en creare sus propias asociaciones profesionales (llegando a
existir 80 sindicatos agrícolas en la provincia en otoño de 1936); en la
depuración de los funcionarios de la anterior Diputación, sustituidos por
aquellos sumariamente fieles al Frente popular (como hemos atestigua Carmen
González en el Ayuntamiento de Murcia). Esta depuración llegó a la expulsión “por
indeseable” del militante comunista Ricardo Ramón Chafer, acusado de atacar
en nombre “de intransigencias revolucionarias” a los redactores de Nuestra
Lucha y a miembros del PSOE por negarse a la unificación obrera. Ante la
crítica contra estas organizaciones, desde el periódico citado se le atacaba de
“cadáver político” despreciable, y advertía lo siguiente: “pero no
desesperamos de ver pasar, todavía, muchos cadáveres de tal calaña”[li] .
Este doble (y hasta triple) autoridad político-social conllevó importantes
enfrentamientos entre sindicatos y partidos supuestamente aliados, llegando al
punto de que, como en Lorca, a mediados de agosto del año 1936 las riñas entre
ugetistas y cenetistas acabaron con el asalto al cuartel militar, a varias
iglesias y a la central telefónica; como en Cieza, dónde en noviembre de 1936
sucedió un encuentro armado entre los anteriores grupos por la representación
en el ayuntamiento; o como en Murcia, dónde los anarquistas se retiraron del
Tribunal popular por su desacuerdo con los procedimientos del mismo, y se retiró
el nombre de “La Pasionaria” al Barrio de El carmen tras el golpe de coronel
Casado. En noviembre de 1936, el Sindicato de oficios varios de la CNT en
Fortuna denunció ante el Comité nacional del sindicato el ataque comunista a su
sede local, provocado a su juicio por su intención de participar en el poder
municipal y sus denuncias de fascista sobre el alcalde socialista del pueblo.
Los anarcosindicalistas volvieron a denunciar, esta vez el Sindicato único de
las Fuerzas armadas de Cartagena, la persecución del Gobernador civil
comunista, al que tildaban de difamador, represor y monopolizador (el cual
llegó a encarcelar y desterrar a algunos de sus miembros en las Fuerzas
Armadas). También el Sindicato de alimentación cenetitsta volvió a denunciar a
Petrel por convertir en 1937 al Gobierno civil en sede y órgano del PCE. En
Julio de 1937, desde Confederación se alertaba sobre la estrategia de
dominación comunista: “el pesebre y los afanes de caudillaje llevan a muchos
a sentirse antifascista hasta el delirio. Todo antifascismo se reduce a
mangonear y zancadillear, haciendo trampas a troche y moche”[lii] .
Cartagena fue en este punto ejemplo otra vez de las contradicciones inherentes
al pacto republicano-izquierdista. Desde la misma formación electoral del
Frente Popular, los republicanos moderados se sintieron, como señalaba el mismo
Antonio Ros, cada vez más desilusionados de la vida pública nacional y local.
Frente al crecimiento paralegal sin control alguno por parte de las milicias
sindicalistas desde febrero de 1936, el mismo Antonio Ros o Bonmatí intentaron
defender infructuosamente el funcionamiento constitucional y democrático de la
corporación local. Las numerosas depuraciones en el ayuntamiento cartagenero
eran denunciadas por los republicanos reformistas pero no paralizadas. Como
recoge Francisco Franco Fernández, dentro del clima prebélico de julio de 1936,
“dentro de las propias filas republicanas detectamos dos posiciones: por una
parte la defendida por aquellos que como Alejandro del Castillo otorgan un
apoyo firme a los socialistas, y por otra parte los del grupo político cercano
a Antonio Ros, enfrentados desde siempre con aquellos y defensores de la
justicia y la legalidad republicana por encima de todo”. Este historiador
recoge el proceso de alejamiento de grupo moderado y legalista, con la
expulsión de la vida municipal de Casimiro y Severino Bonmatí, críticos con “el
ostracismo y menosprecio sistemático al que estaban sometidos los católicos
practicantes, por parte del círculo político encabezado por los socialistas
Amancio Muñoz y Jesús López Lorente, al que Antonio Ros calificó años más tarde
de un siniestro peluquero socialista, semianalfabeto y vesánico que, durante
una revuelta se impregnó las manos de sangre con horrendo frenesí”. La radicalización de la política municipal
frentepopulista semanas antes del Alzamiento, se llevó por delante a gran parte
de la opción republicana moderada, tradicional detentadora del poder de la
Corporación cartagenera desde 1931, sobre todo tras el nombramiento de López
Lorente como primer teniente de alcalde y presidente del FP local, al que el
republicanista Antonio Ros “tenía por el más nefasto de los políticos
cartageneros” [liii].
Junto al asesinato y al exilio de
destacados funcionarios considerados “desafectos”, las instituciones
municipales y provinciales murcianas sufrieron un rápido proceso de depuración
ideológica, al pasar estas al control directo y exclusivo de las organizaciones
frentepopulistas. Iniciado, como en el caso de Totana, días después de las
elecciones de febrero de 1936, el Decreto de 2 de agosto de 1936 de la
Presidencia del Consejo de Ministros, autorizaba cesar a los Gobernadores
civiles y a las Corporaciones locales a los empleados municipales que “hubiese
tenido participación en el movimiento subversivo o fueran notoriamente enemigos
del régimen”. En Cartagena, este proceso adquirió una mayor intensidad, por
ser epicentro de las acciones militares desde su Puerto y su Arsenal, tal como
denunció tímidamente el ya citado Antonio Ros. La Gestora municipal de esta
ciudad se encontró formada exclusivamente, desde el día 29 de julio, por
miembros del FP (y un solo independiente); esta se vio totalmente sometido al
ejercicio real del poder de organismos paralegales nada democráticos como el
Comité del Frente Popular y el Comité de la Alianza Revolucionaria; y las
milicias sindicalistas y políticas ejercían la justicia popular y la
socialización económica.
El Comité del FP, creado el mismo
día 18, se convirtió en el verdadero factotum de la vida local. Dirigido
por el socialista Jesús López, contaba con facultades casi absolutas y con
ausencia total de control legal o democrático. Mientras se eliminaba y depuraba
a los “facciosos” de Falange, Acción popular o Renovación Española, la política
municipal pasó a manos definitivas de las organizaciones obreristas. En el
nuevo Consejo Municipal de 14 de enero de 1937, patrocinado por el gobernador
provincial comunista Petrel, sólo aparecían tres miembros republicanos. Si
durante la II República las principales instituciones cartageneras estuvieron
en manos de republicanos (azañistas, radicales o socialradicales), en los años
de Guerra estas pasaron a manos de la izquierda revolucionaria. Los dos
alcaldes fueron socialistas (Semitiel y Soler Pallarés) y los tenientes de
alcalde terminaron siendo militantes de las fuerzas “parlamentarias” UGT, CNT
y FAI. Como ocurría en el gabinete central (en Valencia primero y después en
Barcelona), en la provincia de Murcia se completó el heterogéneo proceso de transformación
revolucionaria de la España republicana, con el ascenso a las instituciones sin
elecciones previas ni mandato constitucional de las fuerzas de la izquierda
radical.
El Ayuntamiento de
Murcia siguió al pie de la letra las directrices gubernamentales, criticando
como “caciquil” la gestión radical-cedista anterior, y desplegando un proceso
de total depuración del funcionariado local. El 31 de julio de 1936, la moción
del socialista Francisco Gilbert pretendía la “eliminación de aquellos
funcionarios (...) que se hayan caracterizado por sus actividades francamente
antirrepublicanas, hayan realizado campañas contra el gobierno legítimo de la
República o hayan contribuido de cualquier modo a exaltar la sedición fascista”[liv] .
La Comisión depuradora dirigida por el alcalde Piñuela, entre agosto y
septiembre de 1936 completó la destitución de todos los acusados de “desafectos
al régimen”, entre ellos administrativos como Jacinto Serrano Miró, subalternos
como Ginés García Moreno, o el arquitecto municipal José L. de León y Díaz.
Este proceso fue lógicamente culminado con la sustitución de los depurados por
miembros incondicionales del FP, tal como rezaban las dos propuestas
siguientes: una de diciembre de 1936 sobre “ascenso en el escalafón que corresponda,
a los funcionarios que por pertenecer a partidos políticos del Frente Popular y
Agrupaciones sindicales con anterioridad al 16 de febrero de 1936, gozan de la
plena confianza de esta corporación”; y otra de septiembre de 1937 que
creaba la Comisión de Personal y Gobierno Interior para depurar al personal
sospechoso de no mostrar “adhesión a la causa antifascista y lealtad al
Gobierno republicano”.
La misma corporación
municipal murciana, haciendo suyas las proclamas de depuración y “unidad
antifascista” tan recurrentes en Nuestra Lucha y Unidad, aprobó
la suspensión de la financiación de las casas escuelas propiedad de
“desafectos” (diciembre de 1936), la retirada de la concesión de venta de
determinados productos a “figuras representativas” de la derecha local. Ahora
bien, esta depuración institucional llegó a las mismas filas de las
organizaciones políticas y sindicales frentepopulistas. En febrero de 1937, la
CNT-UGT de Espinardo publicó una relación con las individuos “indeseables y
emboscados” expulsados de ambas centrales sindicales, y la comarcal de Fuente
Álamo llegaba incluso a disolver la UGT de las Palas al considerar que se
encontraba infectada de “elementos indeseables”. Esta depuración llegó incluso
provocar ataques recíprocos entre la UGT y la CNT por la supuesta presencia de
estos elementos reaccionarios en sus respectivas filas, tal como sucedió en
enero de 1937 con denuncias mutuas en las áreas de Transportes, Correos y
Hacienda. El Comité de Enlace CNT-UGT de Bullas, con motivo de su constitución
en octubre de 1937, consideraba necesario “estirpar de raíz a esos grupos de
malos compañeros que con su baja política, quieren corroer nuestros ideales, en
connivencia con nosotros mismos, haciéndose pasar por revolucionarios, cuando
si ganasen ellos, lo emplearían en convertir sus aspiraciones burguesas en
realidades acomodadoras”; eso sí, a la unidad y a la depuración anteponían
la victoria en la guerra “que al fin y al cabo es la Revolución social, por
la que hemos luchado siempre”, ya que cuando“hayamos terminado la
guerra, tiempo quedará para exterminar también a todos los fariseos”[lv].
El punto álgido de los
conflictos en el seno del Frente popular murciano se alcanzó con los
controvertidos sucesos de Cartagena de marzo de 1939, semanas antes del final
de la contienda militar. El avance imparable de las tropas nacionales, y las
perennes disputas ideológicas y estratégicas sobre Guerra y Revolución,
propiciaron la ruptura de la coalición frentepopulista. En Murcia, y
especialmente en el Puerto de Cartagena, se escenificó la lucha entre los
partidarios de la resistencia militar (Negrín y los comunistas), y diversos
sectores que buscaban un acuerdo con las tropas franquistas. La consideración
común de todas las fuerzas políticas a la hora situar a Cartagena como última
zona de repliegue, facilitó el nacimiento de numerosas conspiraciones en la
localidad y la final crisis de marzo de 1939. Estudiada por Martínez Leal,
Romero y Martínez Pastor[lvi] ,
esta crisis nació cuando ciertos sectores militares y políticos cartageneros,
conscientes del punto central en el que ahora se encontraba su comarca,
decidieron sumarse a la creciente corriente de opinión en contra de la línea
política marcada por los comunistas-socialistas de Díaz y Álvarez del Vayo. Un
sector puramente militar, liderado por Vicente Ramírez, Jefe del Estado mayor
mixto, y Norberto Morell, Jefe del Arsenal, proponía la exclusiva actuación antiNegrín
y anticomunista en pro de un acuerdo de última hora con Franco; otro sector
cívico-militar ponía en contacto a distintas personalidades militares y
sociales deseosas de un cambio de rumbo bien cercano a las tesis anteriores,
bien a la rendición a la fuerzas militares. Este sector estuvo capitaneado por
la llamada asociación del Socorro blanco, organización clandestina que
apoyaba a los presos derechistas y a sus familias, dirigida por el odontólogo
Antonio Bermejo, y apoyada por el sargento exfrentepopulista Calixto Molina, el
inspector de policía Antonio Bueno, el director de la Caja de Ahorros Monte de
Piedad Antonio Ramos Carratalá y el delegado de hacienda Sánchez Rosique.
Entre el 5 y el 6 de
marzo de 1936 se desencadenaron los hechos. Tras una primera intentona
descubierta por el SIM (siendo detenidos una docena de personas, entre ellos
Bermejo, ramos o Sánchez Rosique), los militares republicanos Armentía, José
Cascales, Molina y Arturo Espá, se unieron decididamente al cambio ya gestado
en Madrid. Después de interminables negociaciones entre el gabinete Negrín y
los responsables de la Armada en Cartagena, la remodelación ministerial de los
mandos de las fuerzas navales precipitó la crisis. La sustitución del
dubitativo Carlos Bernal por el adepto comunista Francisco Galán al frente de
la Jefatura de la Base naval, unió temporalmente a los distintos grupos
disidentes, que la noche del día cinco tomaron los principales centros
militares y detuvieron a Galán y sus seguidores. Las disensiones entre los
partidarios de la colaboración con las fuerzas franquistas (liderados por el
general retirado Rafael Barrionuevo) y los seguidores del pactista Casado
(Armentía) facilitaron la recuperación de la plaza por la Brigada 206, bajo
control directo del PC. Más de sesenta muertos fue el resultado de la crisis,
la cual provocó un evidente vacío político acentuado por la posterior huida de
toda la clase política frentepopulista (unido al hundimiento del cargero
nacional Castillo de Olite, que dejó la cifra de entre 1000 y 1500
muertos). Como apunta Martínez Leal, el primera gestora municipal tras la
entrada de las tropas de Camilo Alonso Vega fue presidida, paradójicamente, por
el primer alcalde de la Cartagena republicana. Francisco Pérez Lurbe.
H) Extorsión
económica y control vecinal: libertad vigilada en la retaguardia.
La persecución política y religiosa antes analizada exigía, como es lógico, de
precisos conocimientos por parte de sus ejecutores de las biografías,
domicilios y situación socioeconómica de los ajusticiados y de los lugares
atacados. Este total control social desplegado por los grupos y simpatizantes
del Frente Popular, se evidenciaba en los salvaconductos expedidos por las
organizaciones políticas y sindicales del FP) los únicos que aparentemente
permitían la libre y segura circulación, además con otras modalidades
fiscalizadoras de la vida diaria. Los llamados “Comités de vecinos” cumplieron
exactamente esta función, como primer escalafón de “lucha antifascista”, aunque
sólo queda constancia del creado durante 1938 en la Barriada “La Pasionaria” de
Murcia (anunciada a través del periódico Unidad [lvii] ).
Ejemplos de esta libertad vigilada lo encontramos en la misma prensa regional,
que llegaron hasta el punto de publicarse denuncias “populares” en la sección
de sucesos: en un “Fascista denunciado” se señalaba que “Antonio Gambín
Pujalte denuncia a Joaquín Solano Mirete por proferir frases de los sublevados
fascistas”; y en “Agresión” que “Ángel Nicolás Verdú denuncia que fue
agredido por Bartolomé Esteban, quién esgrimiendo una pistola intentó
dispararla, tratándose de un elemento peligroso por sus ideas reaccionarias”[lviii] .
A ella se unió el control de los recursos económicos y alimenticios en tiempo
de guerra, a través del Tribunal de Subsistencias y precios indebidos
(posteriormente competencia del Tribunal Espacial de Guardia de Murcia en abril
de 1938), aunque más trascendencia tuvo el fenómeno de extorsión económica de
los “donativos voluntarios para la causa antifascista”. A nivel provincial,
esta extorsión fue institucionalizada con la creación del Comisión de
Economía y Socorro (Junta Recaudadora del Comité de Defensa de Murcia), que
a instancia del Comité provincial del FP, se aseguraba de cobrar los “donativos
voluntarios” para la “Causa Antifascista” a los particulares y a la
banca. A nivel local, estos “donativos” fueron exigidos desde agosto de
1936 por los Inspectores Delegados o a través de las Alcaldías republicanas en
distinta forma y cantidad. En Lorquí, cuatro personas fueron objeto de
recurrentes requerimientos económicos para el sostenimiento de las milicias y
como prueba de su fidelidad a la República (Herederos de Luís Brugarolas Pérez,
Antonio Tomás Sanz, Julián Plaza Miralles y Antonio Fernández González); en
Alhama, el Frente popular consiguió casi 5.000 pts. del Banco Popular; en
Cartagena, si ciertas personas e instituciones catalogadas como”pudientes” no
abonaban la cantidad exigida, la Alcandía o el Frente popular departamental
tenía la facultad de poder expedir expropiaciones o multas bastante severas (el
Hospital de la Caridad departamental recibió la suma de 549.500 pts. de la
época (de la que se quedó con sólo cerca de 400.000). Mientras, en Caravaca,
Archena, Ricote, Ulea y Villanueva, la Delegación podía exigir a los directores
de los bancos la intervención directa en las cuentas corrientes y de ahorro y
la extracción de cantidades de hasta 3.500 pts. (obteniendo un total de 22.500
pts.); en Cieza, de la Banca Martínez Montiel se obtuvieron 25.000 pts., en
Mula más de 18.000 pts. de dos personas (Pedro Pérez de los Cobos y Patricio
Aliaga Rubio), en Yecla más de 16.000 de 15 vecinos; mientras, en la capital
provincial las cuentas del exdiputado Agustín Virgili Quintanilla y del obispo
Miguel de los Santos y Gómara fueron directamente embargadas.
i) La violencia
ideológica: prensa y educación “antifascista”.
Como hemos
apuntado desde el principio, los hechos y las palabras no siempre
recorren el mismo camino, pero en muchas ocasiones se imbrican mutuamente en la
consecución de objetivos políticos declarados. República y Revolución,
legalidad y orden nuevo, unidad antifascista y quinta columna parecían a simple
vista elementos ideológicamente contrapuestos, pero el discurso político desde
1934 los unía en una región tan periférica como la murciana. Si bien es cierto
que ciertos bandos políticos en la prensa local invitaban al control
“responsable“ de los actos “espontáneos” de violencia política; igualmente, y
desde esta misma prensa, se alentaba a la persecución contra todo aquel y todo
aquello susceptible de ser miembro de la “hidra fascista” (tal como rezaba en
el comunicado de formación del Bloque de la Alianza obrera), dando carta
blanca a la acción “clasista” de los “milicianos obreros” [lix] .
Aunque el alcalde de Moratalla intentó salvar la vida de varios encarcelados,
el secretario general del PCE murciano, Eusebio Serrano y el periódico
comunista Unidad impelían continuamente a “limpiar la retaguardia”.
Asimismo, en Cieza, Izquierda republicana y el Comité de Enlace de comunistas y
socialistas alentaba a los vecinos a perseguir a todos los supuestos espías,
fascistas o conspiradores.
Como
señala Antonio Crespo, la prensa murciana republicana estuvo controlada y
limitada a la de los organizamos autónomos dentro del FP, bajo censura previa,
y centrada, más que en informar, en mantener la moral en la retaguardia,
difundir su ideario revolucionario y en movilizar a la ciudadanía contra todo
posible “faccioso” `[lx]. En
Totana, la censura llegó hasta el punto de que la Alcaldía prohibió la posesión
de aparatos de radio, la circulación del semanario Juventud Libre, o la
instalación de altavoces en las calles para difundir propaganda
frentepopulista.
De los tres diarios existentes en la capital murciana antes del levantamiento,
dos de ellos, el conservador El Tiempo y el católico La Verdad
fueron incautados en julio de 1936 (junto a la prohibición del Levante
agrario). Los talleres de El Tiempo en la calle Ceballos fueron
incautados por la CNT en 1937, editándose desde ellos Confederación.
Como hemos apuntado antes, La Verdad fue convertido por decreto en
“diario republicano”, en sus talleres se instalaron los órganos oficiales Nuestra
lucha (UGT) y Unidad (PCE), siendo asesinados sus dos últimos
directores (Martínez García y Federico Salmón) y su administrador (Pedro
Sánchez Barba); todo ello tras haber sufrido varias suspensiones gubernativas
durante la II República y su clausura temporal en agosto-septiembre de 1932.
Con ello, toda la prensa provincial (con el anarquista Confederación, el
republicano El Liberal, los testimoniales Normas, Mercantil,
Ofensiva, Acción o el periódico militar La Armada) se sumó a la
línea de la “causa antifascista” marcada por Ángel Álvarez Castellanos. Éste, el
segundo director de Nuestra lucha, sucedió en el cargo a Francisco Félix
Montiel en noviembre de 1936, tras renuncia del mismo tras advertir de la utilización del periódico, sin su consentimiento,
para lanzar la consigna de los paseos[lxi] .
Este
último periódico, sustituto del clausurado La Verdad, se lanzó una
continua campaña de persecución de todos los potenciales miembros de la “quinta
columna” fascista (tal como reflejan los titulares expuestos), y de defensa
abierta de un proceso revolucionario sustituto de lo que podría quedar del
Estado democrático y social “de derecho”. El 10 de septiembre de 1936 abría
página con el titular “los rebeldes no tienen derechos”, ya que
–continuaba en primera página- “el futuro de España nos obliga a ser
inflexibles”, para lo que “el gobierno, en suma, aniquilará al fascismo” [lxii] .
La portada del día 12 de septiembre no escondía sus referentes ideológicos: “Hagamos
nuestra la consigna de Lenín: organización, organización y organización”,
para lo cual “es necesario que aniquilemos a los ejércitos enemigos y
también es necesario que nos apoderemos de los baluartes económicos dónde
tienen sus reservas el Fascio”[lxiii] ;
y una proclama en la tercera página del día 13 del mismo mes era sumamente
ilustrativa: “Stalin no está solo”[lxiv] .
Tras una primera etapa fundacional bajo la dirección de Francisco Félix Montiel
como órgano de las Juventudes unificadas y de la UGT, la llegada al puesto
director de Álvarez Castellanos lo convirtió en el órgano oficial de la
Federación socialista murciana. Unidad, periódico comunista dirigido por
Ramón Blasco, nació el 21 de septiembre de 1937 con un objetivo “antifascista”
similar al del diario anterior, llenando sus páginas con conmemoraciones de
gestas de la URSS, escritos de “La pasionaria”, o la posición oficial del PCE
sobre temas regionales y nacionales.
El difícil equilibrio entre legalidad constitucional y revolución social se
hacía patente en las páginas del diario, teniendo que llegar a proclamar lo
siguiente: “luchamos en definitiva por la causa de la justicia social.
Comencemos –al menos- por ser nosotros mismos justos”[lxv] .
A la depuración política se unía la abierta defensa del modelo soviético (“La
actividad creadora del genio soviético”, “el camarada Stalin ha dicho:
tengo gran fe en la juventud española. No le defraudemos” son algunos de
los testimonios)[lxvi] ,
visibles en discurso recogido del dirigente socialista Pascual Tomás, reflejo
de las contradicciones antes señaladas. Sobre la defensa del legado
republicano, la igualdad de clases o la unidad antifascista, apuntaba la
oportunidad del “ejemplo de la Unión soviético” en aras al modelo
económico frentepopulista: estado federal e intervencionismo económico total,
para “quitar a la burguesía los útiles de trabajo”. “Nosotros queremos –
continuaba- que el gobierno nacionalice los talleres, las factorías y las
fábricas, que el gobierno, con su absoluta responsabilidad, nombre los
directores técnicos de las fábricas y el director administrativo de cada una”,
sobre los Comités de control bajo la base proporcional de las centrales
sindicales[lxvii] .
Esta posición se hacía nuevamente patente en el editorial del 2 de octubre de
1937: “Querámoslo o no, socialismo”, el cual continuaba afirmando que la
lucha contra el bando fascista no era una simple lucha militar, sino que
conllevaba el objetivo final del “cambiar el orden social y del orden
económico” para edificar una “República de los trabajadores” (y el
mismo día se reproducían el siguiente e ilustrativo texto: “la patria
socialista: la lucha no terminará antes de que el pueblo haya vencido
definitivamente. Dice Largo Caballero en su saludo a Rusia”, el “gran
pueblo soviético”[lxviii] ).
En Cartagena, el proceso revistió las mismas características, aunque el
fusilamiento de los dos corresponsales cartageneros de ABC (Juan Soro Macabich
el 7 de octubre de 1936 y Antonio Guindulain Cererols el 17 de marzo) mostraba
un paso adelante. Toda la prensa local y comarcal estuvo bajo control de las
organizaciones del FP y la censura del Ayuntamiento departamental. Para Mínguez
Lacheras, tanto Amanecer, Cartagena Nueva, Unidad, El Noticiero, como
Eco de Cartagena, Venceremos, Armada, La Tierra, Ofensiva y Metralla,
describía la realidad “siempre exagerada, cuando no hermética, oportunista y
rabiosamente parcial”. El diario conservador, y el más antiguo de la ciudad, El
Eco de Cartagena, fue cerrado el 28 de julio de 1936 tras el exilio de su
propietario Jesualdo Soler Rodríguez y la persecución de su redactor-jefe, el
cedista Antonio Navarro Olmos. El Noticiero fue convertido desde el 9 de
octubre de 1937 en “Diario órgano de expresión de la Federación comarcal de
Sindicatos únicos CNT-FAI de Cartagena”, La Tierra en portavoz de
la Juventud Socialista Unificada comarcal ese mismo año, y Cartagena nueva
pasó de la incautación frentepopulista (dirigido ahora por Enrique Gallego en
octubre de 1936) al final y censurado control de la CNT (con Ramón Perelló
desde el 2 de marzo de 1937)[lxix] .
El 27 de julio nació Venceremos, diario matutino “Órgano Comarcal del
PC” dirigido por Ramón Blasco, que junto al breve periódico Amanecer,
llenaba sus portadas y páginas con proclamas en pro de la persecución total de
la “Quinta columna”, la necesidad de un “Partido único”, y las loas al sistema
soviético. Del primer diario resultan ilustrativas algunas de los textos y
titulares publicados: “Todos los antifascistas deben contribuir con su
trabajo y vigilancia a romper la ofensiva oscura de la Quinta columna que
intenta minar desde la retaguardia la victoria del pueblo español”, y “al
pelotón de fusilamiento todos los que en estos momentos trabajan en nuestra
retaguardia para el enemigo. Sin contemplaciones actuemos en esta hora”[lxx] ;
“pena de muerte para el traidor y el espía”, “proletarios de todo el mundo,
unios”, “hay que vigilarlos, y al menor movimiento han de ser
exterminados”, o “nos jugamos muchas cosas en esta guerra para que
perdamos el tiempo en pleitos jurídicos” (esta última frase tomada a
Álvarez del Vayo)[lxxi] .
Si las fiestas religiosas y las manifestaciones externas de culto fueron
prohibidas, todo lo contrario ocurrió con los homenajes al régimen soviético. Ahora
bien, no hubo ninguna fiesta más importante que la conmemoración de la
Revolución soviética, la llamada “Semana de la URSS”. La de 1937 contó
con actos del FUE en el Teatro Romea, dónde escenificaron “un teatro
revolucionario (llamado “El universitario”) con música y romances
dedicados al “hermano soviético”[lxxii]
(el gran éxito de público hizo que el 6 de noviembre se volviese a celebrar un
final de fiesta de la Semana soviética con la representaciones popular de la
misma en la Glorieta a las 3 y media de la tarde); con un homenaje a los
“amigos de la URSS” basado en actuaciones del grupo Agit-Prop, de las Brigadas
internacionales y del Grupo de mujeres antifascistas; con un acto del PC en el
Teatro Circo decorado con grandes dibujos de Lenin y Stalin, una gran estrella
de cinco puntas con la hoz y el martillo, con banderas de la JSU y de Izquierda
republicana, y con la música de la Internacional; y con la final proyección de
la película “Juventud triunfante”, dónde según el periódico Unidad, se
entonaron “ovaciones a la figura de Stalin, tantas veces aparecida en la
pantalla, con el aplauso propio de quién ve en este un gran luchador, al
dirigente de los destinos de la clase proletaria mundial”[lxxiii] .
La deriva revolucionaria de Izquierda republicana se hizo patente en las
páginas de El Liberal. Bien por necesidad de supervivencia política,
bien por reconocimiento de su progresivo papel testimonial en el FP, los
republicanistas moderados se unieron a la “revolución social” también presente
en tierras murcianas. Varias columnas de Fernando Valera lo demuestran. En
“Para afianzar la revolución” (2 de enero de 1937) escribía que “solo hubo
una manera de ganar al fascismo en la batalla del 18 de febrero. Fundir a toda
la opinión democrática del país en torno al programa del Frente Popular. Solo
hay ahora una manera de vencer al fascismo en el campo de batalla: fundir en
una legión común las bayonetas de todos los hombres libres. Anarquistas,
marxistas y republicanos, han sellado en las trincheras el pacto de sangre
(...) ordenando todas las insignias y estandartes de la revolución en torno a
la bandera tricolor de la República” , ya que “lo que se ventila en el
mundo – hoy sobre el escenario de España, mañana ¿quién sabe dónde?- es algo
más que una lucha de doctrinas, de clases o de partido. Es la guerra entre dos
mundos. De un lado el mundo viejo: castas, privilegios, supersticiones,
iniquidades, tiranía. Del otro, la justicia, la razón, la libertad” [lxxiv] .
En “¿Qué somos los republicanos” (6 de enero de 1937), defendía, de una
manera por lo menos peculiar, que los republicanistas no era ni “templados
ni burgueses”, sino “trabajadores” fieles por sus ideas y hechos, ya
que “todo cuanto ha planteado hoy la revolución no es nuevo para nosotros”.
“Nuestros programas mínimos – continuaba- contienen precisamente las
soluciones prácticas a las que se acogen ahora los partidarios de la
revolución. En nuestro programa está todo, desde el Estado federal, la
estructura económico-sindical del àís, hasta la nacionalización de la tierra,
de la banca y del gran capital, sin olvidar el respeto a las pequeñas empresas
agrícolas, industriales y mercantiles”[lxxv].
La Universidad de Murcia no fue ajena al
proceso anteriormente descrito. La Gaceta de la República de 2 de septiembre de
1936 proclamaba, ante la consolidación de los frentes militares, la
paralización de todas las actividades docentes de nivel superior, tras la
suspensión de la labor académica y el aplazamiento de matrícula en los primeros
meses posteriores al levantamiento. Tras el estallido de la guerra, el rector
Loustau se encontraba en área bajo control nacionalista, su natal Valencia de
Alcántara (dónde finalmente permaneció como profesor del instituto), por lo que
fue inmediatamente destituido, tomando posesión el 14 de noviembre de 1936 con
cargo de Comisario-Rector de la Universidad de Murcia, el catedrático de
Derecho Laureano Sánchez Gallego (nombrado por el Ministerio de Instrucción
Pública, mientras que al mismo tiempo ejercía funciones administrativas de
delegado del Ministerio en Murcia). La actuación de Sánchez Gallego se limitó a
representar al Ministerio y a dirigir la escasa vida académica de la
Universidad, restringida a actividades de “extensión universitaria”, siguiendo
la las directrices ministeriales. Bajo su mandato, la FUE actuó persiguiendo
libremente a estudiantes, profesores y funcionarios catalogados como
“fascistas”, y su espacio físico fue ocupado por el Hospital de Sangre de las
Brigadas Internacionales, que la anarquista Federica Montseny, ministra de
Sanidad y Asistencia Social, había inaugurado el 2 de mayo de 1937 ("instalado
en los locales espaciosos de la Universidad", según publicaba Nuestra
Lucha).
En septiembre de 1937, el Ministerio de Instrucción
pública, ahora bajo control comunista, propuso la supresión de la institución
universitaria en Murcia (tras el primera durante la dictadura Primorriverista),
aprobando una disposición que suspendía la enseñanza para el curso siguiente
(publicada en la Gaceta de 3 de septiembre de este años). Este proyecto
propició la reacción de gran parte de la prensa local y de los grupos
políticos-sindicales que la controlaban, especialmente del diario cenetista Confederación,
el cual criticaba el intento como un “ataque comunista” en toda regla. Pese a
que dicha supresión no fue formalmente aprobada, no llegaron a comenzar ni el
curso académico 1937-1938 ni el 1938-1939, aunque paradójicamente la
Universidad de Murcia colaboró a la hora de establecer los nuevos planes de
estudios republicanos. Un mes después, el 3 de noviembre de 1937 la Gaceta
publicaba el Plan de Estudios de la Facultad de Ciencias de la Universidad de
Murcia, junto al de la Universidad de Madrid y el de la de Valencia, y poco
después, el 2 de febrero de 1938 la Gaceta publicaba la disposición que
permitía abrir " matrículas de ingreso en distintas Facultades de las
Universidades de Madrid, Valencia y Murcia". La reacción anticomunista
consiguió la caída del Rector-Comisario, en beneficio de Manuel Pérez Xambó,
abogado y profesor de la Universidad, nombrado por orden del Ministerio de 29
de noviembre de 1938.
El sindicato estudiantil único, la ya citada
FUE contribuyó a la depuración ideológica e institucional, justificándola en su
lenguaje y actuación política yuxtaponiendo apelaciones a la democracia
frentepopulista y a la revolución obrera. Por ello, uno de sus objetivos
declarados era el “exterminio de la canalla fascista” para alcanzar la “realización
de nuestra universidad”, apostando con ello con las tesis del
Ministro de educación Jesús Hernández: diseñar una educación “orientadora de
las masas populares en su lucha por la Cultura y la libertad” que hiciese
tabla rasa con los modelos antes conocidos. Para alcanzar este fin, la FUE
murciana apoyó el citado decreto de 19 de septiembre de 1936 sobre “revisión de
los alumnos”, que suspendía todos los derechos académicos en la enseñanza
oficial y libre, y ordenaba el paso ineludible de los nuevos ingresos por un
Comité de selección bajo control exclusivo del FP
[lxxvi] .
Su posición leal a los postulados ideológicos y militares frentepopulistas, no
escondía su pretensión de monopolizar la representación de los estudiantes
(cuando estaban paralizadas las clases) a nivel nacional y provincial.
“La F.U.E es la única organización antifascista de los
estudiantes” sostenía un editorial posterior, “y que nadie pretenda
–continuaba- arrebatarnos el puesto que tenemos conquistado a través de
largos años de lucha en los claustros y en la calle”. El proyecto de
“Revolución cultural”, que instrumentalizaba como “lucha antifascista” las
necesarias apertura universitaria y acción contra el analfabetísimo, necesitaba
de una única organización sindical estudiantil, la eliminación de las Academias
nacionales y de un paralelo proceso de depuración. Se aniquilaba la vieja y
caduca pedagogía “clasista”, y como servicio a la construcción política de un
régimen obrero, el papel del estudiante murciano debía centrarse en participar
activamente “en la depuración que se avecina en los centros docentes
españoles”. El puesto obtenido por la FUE en el Comité seleccionador y
depurador respondía a este anhelo de desterrar de la educación al “señorito
vago” e integrar en exclusiva “a los mejores dotados, aunque éstos sean
de pueblo”[lxxvii] .
El control efectivo de la pedagogía marxista de las aulas murcianas era
denunciado desde Confederación como “Delito fuera de los códigos”:
“Estamos cansados de oír a nuestros niños
cantar en las escuelas himnos de Partidos. Las pobres criaturas merecen más
respeto y mejor educación (...) Nos rebelaremos con todas las armas de la
Razón, frente a quienes hoy adocenan a nuestros hijos con cánticos y romances
propios de un Partido que ni siquiera es la clase mejor de la humanidad. No
enviamos a nuestros hijos a las escuelas para que sus profesores les enseñen la
Internacional (...) tampoco queremos que se les hinche con doctrinas marxistas
que interpretan la historia falsamente”[lxxviii] .
La depuración,
el control ideológico y la propaganda llegaron incluso a las filas de las
actividades de ocio y espectáculos, mostrando como se en estos años se hizo
necesidad de supervivencia la adhesión expresa a la ideología frentepopulista.
Como recoge María Isabel Martínez, el teatro se vio afectado por este proceso
gracias a la labor de la Asociación General Obrera de Espectáculos públicos
(AGOEP); esta organización, siguiendo los preceptos de Madrid realizó, instó el
26 de julio de 1936 (desde la tribuna de El Liberal) a todos sus
miembros a que se afiliarían inmediatamente y adquirieran el carné acreditativo
de la UGET o de la FEIEP (carné que aseguraba el libre tránsito por las calles
murcianas o el reparto de víveres durante el racionamiento) [lxxix] .
La AGOEP convirtió a muchos de los espectáculos teatrales de Murcia en coto
para su propaganda política y su labor coactiva, labor que evidencia la nota
siguiente, fechada el 7 de noviembre de 1938: “se cita a todos los afiliados
el domingo 8, de 11´00 a 13´00, para asuntos de interés. Quién no haga acto de
presencia sin causa justificada se considerará enemigo del Régimen y de nuestra
causa” [lxxx] .
Otro ejemplo del control casi total del mundo del espectáculo que dicha
organización ejercía, fue la nota del 24 de septiembre de 1936 de la Comisión
de Espectáculos públicos del Comité Provincial de Intervención e Incautación de
Industrias: “nos vemos precisados a advertir todos los ciudadanos que la
intervención e incautación de las Industrias de Espectáculos públicos solo
pueden ser intervenidas o incautadas por esta Comisión”. A su labor se
unió, desde septiembre, la labor censora del Gobierno civil.
j) Los métodos
de la Justicia popular republicana.
Una vez comenzada la depuración no “espontánea” de los principales líderes
facciosos y la ocupación de los espacios religiosos, fue aprobada la
institucionalización de la justicia popular republicana. Su objetivo
fundacional de controlar los excesos violentos “del pueblo” y ofrecer garantías
de un juicio justo a “los desafectos”, quedó en entredicho desde el mismo
inicio de su funcionamiento. De su primera denominación como “Tribunales
especiales contra la rebelión, la sedición y los delitos contra la seguridad
exterior del Estado” (25 de agosto de 1936), se pasó a la elocuente de
“Tribunales populares”, clara demostración de cómo el FP situaba al laxo
concepto de “pueblo” como fuente de toda soberanía judicial. A nivel nacional,
Salas Larrazabal significaba el carácter sectario de sus miembros, Sevillano
Calero su labor puramente represiva, Bolloten su apariencia de
constitucionalidad de la ejecuciones [lxxxi] ,
Alejandre su vinculación con las posiciones políticas de los grupos del FP,
Cobo Romero su instrumentalización en manos de la organizaciones obreristas
como medio de eliminación legal y física de sus “enemigos de clase”. Todos
estos autores coincidían en conceptuarla como órgano de legitimación de las
“muertes legales” de la represión republicana, mientras Tuñón de Lara, Glicerio
Sánchez, Carmen González o J. Casanova apuntaban en un sentido diametralmente
opuesto, valorando su sistema de garantías, su participación popular y el
contexto de guerra en el que se desarrollaba; pero como reconocía Javier
Tusell, “los organismos imaginados para dar una apariencia legal a esa
persecución del adversario político revestían parecidas características en los
dos bandos. Tanto los tribunales militares como los populares estaban en su
mayoría en manos de personas que no eran jueces” [lxxxii] .
A nivel provincial, la situación no varió en exceso. La primera evidencia de la
limitación y complicidad de su actuación en la represión ideológica
frentepopulista, la tenemos en la misma composición del primer Jurado popular,
formado en exclusiva por representantes de los grupos del FP (8 representantes,
cuando se proyectaron 14, de Izquierda republicana, PSOE, CNT, Partido Federal,
Unión republicana, PCE y UGT) [lxxxiii] .
Una segunda evidencia la encontramos en como eran puestos a disposición muchos
de los “desafectos al régimen” (detenidos por las milicias locales sin más
pruebas que su filiación política o su posición socioeconómica) [lxxxiv] .
Un tercera aparece cuando el PC murciano persiguió a su miliatnet Felipe
Aparicio Egea por testificar a favor del “reaccionario” Luis Fontes Pagán,
comunicando “que está terminantemente prohibido participar como testigos de
defensa en todos los procesos contra la reacción y el fascismo” (comunicado
titulado “Un ejemplo que debe imitarse” [lxxxv] )
y en las pruebas testificales y documentales de la fiscalía en el famoso juicio
a la “cabeza de la quinta columna”: testigos y pruebas procedentes casi en
exclusiva del FP (y en concreto de la Juventud socialista unificada) [lxxxvi] ;
una cuarta cuando el exsocialista totanero Salvador Moya Cayuela fue condenado
por desafecto al régimen republicano (por su cambio de militancia) [lxxxvii] ;
y una quinta, de especial importancia, cuando el día 12 de septiembre de 1936
27 vecinos de la capital fueron procesados en un juicio con gran seguimiento de
la prensa local (ocupando su condena la primera página del El Liberal).
De la nómina de encausados -definidos por el fiscal como la “representación
más genuina de la vieja España retrógrada y reaccionaria. De una parte el
capitalismo.. de otra parte el señoritismo..”- destacaban los líderes y
militantes falangistas Federico Servet, Miguel Gallego Alcaraz, Gonzalo de Haro
Bustamante, Francisco Pérez Beltrán, Fernando Carrasco Aracil, Fernando Ciller
Hita, Ricardo Conejero Urrutia y Antonio González Egea; militantes de AP en
Murcia como su presidente, Ángel Romero Elorriaga, Enrique de la Cierva Malo de
Molina y Adrián Viudes Guirao; o el mismo cura párroco de El Carmen, acusado de
atacar desde el púlpito a la República.
Sobre la lista de los detenidos y sus testimonios al Tribunal se hizo eco Nuestra
Lucha en su última página: “Actuaciones del Tribunal popular” [lxxxviii] .Un
total de diez penas de muerte, ocho de reclusión perpetua, tres de una año y un
día, una absolución y una multa de 20 millones a pagar entre los condenados (en
concepto de indemnización civil) fue la condena del tribunal. Las palabras
denigratorias de la prensa y del fiscal sobre los encausados provocaron que,
ante la posibilidad de indulto o conmutación de las ejecuciones previstas, los
diez condenados a pena de muerte fueran ajusticiados por la “masa ciudadana”,
en plena Feria de Septiembre de la capital. La negativa del Gobierno civil a
ejecutar las primeras penas de muerte, provocó una movilización de distintos
grupos radicales frentepopulistas sobre la Cárcel provincial, que tras días de
acoso, la asaltaron. Gracias al apoyo de las fuerzas públicas allí presentes,
agruparon a los presos políticos en el patio número cuatro, y ejecutaran ese
mismo día a los presos anteriormente indultados.
La Causa nº 52 contra 24 procesados “por rebelión”, fue otras de las evidencias
de lo dicho. Estos procesados, dónde se encontraban importantes dirigentes de
la derecha política murciana, como los exalcaldes Lúis Fontes Pagán y José
Musso Blanc, fueron condenados a 13 penas de muerte, 11 por inducción a la
rebelión y 2 por adhesión, y 8 penas de reclusión a 14 años fueron dictadas el
15 de septiembre de 1936. Dos días antes, los dos representantes de la CNT
murciana en el tribunal denunciaron a la prensa provincial las coacciones a las
que fueron sometidos por el Gobernador civil comunista Cabo Giorla, y la farsa
judicial que presenciaban ante sentencias dictadas de antemano. El fusilamiento
de los 13 condenados el mismo día en el que se deliberaba en Madrid sobre el
posible indulto, orden directa del Gobernador civil con apoyo socialista, testimonia
la verdadera realidad del Tribunal popular [lxxxix] .
Posteriormente, el Tribunal Especial de Murcia nº 1 se trasladó a Cartagena
para dictar 11 penas de muerte el día 16 (ejecutadas en día 22), y condenar a
seis meses y un día de prisión menor a Faustino Álvarez Díaz el día 17 (por
auxilio a la rebelión); y el nº 2 dictó en Lorca prisión de 14 años a un
sacerdote de la población de La Paca. Otros ejemplos, y bastante más evidentes,
lo encontramos en la causa nº 39 de octubre de 1936, que juzgaba a
posteriori a tres vecinos de La Unión (Páez Ríos, González Amor y Roca
Reyes) ejecutados en una saca anterior, gracias a las pruebas testimoniales
presentadas por el FP; o en la condena a dos religiosas, Hermanas de la
Caridad, acusadas del delito de rebelión en junio de 1937 (2 años, 4 meses y un
día).
La prensa regional recogía profusamente su actuación, definiéndola como la “justicia
del pueblo” (Nuestra Lucha) [xc] ,
como instrumento de “depuración de la Quinta columna” (Unidad) [xci] ,
o medio esencial de “lucha contra el fascismo” (El Liberal) [xcii] .
El Tribunal Especial Popular de Murcia, encargado de los delitos de rebelión,
sedición y seguridad se encontraba instalado en el Instituto de Bachillerato
Alfonso X el Sabio, y desde febrero de 1937 en la misma Universidad de Murcia
(y en el Salón de Justicia del Arsenal cuando marchaba a Cartagena), siendo
Dionisio Alcázar, Gaspar de la Peña Seiquer, Emilio Díez de Revenga o Juan
Maria Bautista fueron algunos de los abogados defensores presentes. Valgan como
valiosos ejemplos de la esencia política de estos tribunales, las preguntas del
fiscal del citado juicio al “cabeza de la quinta columna”: “Durante el
tiempo que estuvo afiliado a los Estudiantes católicos ¿tomó parte en alguna
huelga contra el régimen” (al estudiante Federico Soubrier); “¿Recuerda
el procesado si en determinada ocasión dio gritos de viva el rey y otros de la
misma especie?” (al pescador Emilio Carrasco); “¿Es cierto que a los
pobres del barrio se les exigía ser católicos para socorrerlos?; La Asociación,
¿estaba constituida como lo ha dicho antes por afiliados de todas las
tendencias políticas?, ¿Recuerda algún nombre de las personas de izquierdas que
pertenecían a la Asociación?, ¿Condena el movimiento actual por ser un
acto delictivo contra un gobierno legítimamente constituido?, ¿Había en
la Asociación hombres de extrema izquierda?, ¿Había algún socialista?, ¿Sabía
el procesado que en otras poblaciones de España los Caballeros Carmelitanos
fueron los que más se distinguieron en el reparto de colchones antes de las
elecciones de febrero? (al médico y “caballero carmelitano” José Sánchez
Pozuelo) [xciii] .
Entre septiembre y diciembre de 1936, el Tribunal dictó un total de 59 penas de
muerte, y juzgó a 676 encausados entre septiembre de 1936 y septiembre de 1937
(de enero a mayo de 1937, se llegó a la cifra de 353 sentencias), siendo la
mayor parte de los fallos judiciales sobre delitos definidos como “rebelión”.
De todas las condenas dictadas, solo ocho milicianos republicanos acusados de
delitos “contra el derecho de gentes” (detención ilegal y asesinato) fueron
condenados y fusilados en el Campo de Tiro nacional de Espinardo en 1937. Para
el cumplimiento de los fallos judiciales “populares” funcionaron la Prisión
Provincial (con 7.949 ingresos), la Prisión habilitada en San Juan en Murcia
capital (en la antigua Iglesia), las prisiones de partido de varias localidades
(Caravaca, Cartagena, Cieza, Lorca, Mula y Totana), amén del Campo de trabajo
de Totana para hombres y de la Casa de Reformas de Cehegín para mujeres (así
como distintos edificios e iglesias habilitada al efecto). La posterior Causa
General resaltaba el general buen trato dado por los funcionarios a los
presos políticos, pero señalaba la durísimas condiciones de vida en los Campo
de trabajo de Totana (por dónde pasaron cerca de 1.799 detenidos), de Valencia,
Alicante, Albatera y Orihuela (dónde fueron trasladados muchos de los
detenidos, bastantes de los cuales no volvieron a Murcia).
En dichos centros fueron recluidos los condenados políticos a penas de hasta 30
años o cadena perpetua, como el citado Enrique de la Cierva Malo de Molina (un
año en Totana y dos más en un Batallón de trabajo), José Aznar (reclusión
perpetua en Orihuela) y José María Hilla Tuero (en Valencia). El 20 de abril de
1937 varios vecinos de Lorca fueron condenados por delito de conspiración a 14
años, 8 meses y un día en campos de trabajo (Ángel Martínez Munuera, José
Martínez Rostán, Martín Perca, Juan Mouliá Parra y José Maria Soler Ros) y dos más
a 12 años y un día por delito de proposición para la rebelión (Ezequiel García
Martínez y Diego Jiménez); el 23 de abril fueron condenados por delitos de
conspiración dos hermanos de Bullas, Fabio Carreño Marsilla a 14 años, 8 meses
y un día en un campo de trabajo, y Joaquín Carreño Marsilla a 10 años en el
mismo campo [xciv] ;
y el día 24 otros vecinos de Bullas sufrieron la condena de un año y un día de
internamiento en un campo de trabajo por delito de proposición para la rebelión
(Eliseo Sánchez Escámez, José Puerta Sánchez, Alfonso Gil Martínez y Bartolomé
García Ramírez) [xcv] .
El discurso recogido en El Liberal del Ministro de justicia, el
anarquista y por ello antiestatista García Oliver, resulta esclarecedor sobre
la esencia de la justicia republicana: “a los presos políticos se les
enviará a campos de trabajo, que serán lugares en los que los militares y los
hijos de los millonarios que no han trabajado nunca para resarcir al Estado de
los inmensos daños que les han causado” [xcvi]
Los métodos de la justicia popular en Murcia se evidencian nuevamente en
Cartagena. De las 596 personas detenidas por motivos políticos en Cartagena, el
Tribunal Popular de la ciudad juzgó a un total de 434 fueron juzgados (de 353
detenidos, 241 fueron juzgados sólo en 1936), siendo el resto de detenidos
liberados o represaliados extrajudicialmente. Como resaltan Bermejo, Ayuso y
Marcos, si en los primeros meses fueron detenidos y juzgados por estos motivos
militares y representantes de los partidos conservadores-derechistas, desde
1937 y 1938 estas actuaciones se extendieron sobre miembros de organizaciones
izquierdistas y sectores económicamente modestos, opuestos a la política
frentepopulista comarcal. La función política de su labor se demuestra en 1936
con los 225 procesados de “afiliación desconocida” y los “simpatizantes de
derecha”; los 67 miembros de Acción Popular, los 31 radicales republicano
(junto a los 36 de Falange). Las luchas por el control de la administración
frentepopulista se advierte desde 1937 en la “justicia popular” local: creció
significativamente los procesados de la UGT, de la CNT y del mismo PCE. Estos
datos señalan la dificultad de la parcialidad tribunal y de la persistencia de
unas “fuerzas del orden” ideologizadas. De los 190 acusados por rebelión sólo
22 fueron condenado y de los 175 por desafección sólo 50; el problema fue que
muchos de los casos sobreseídos fueron juzgados nuevamente por las milicias
políticas y sindicales (dentro y fuera de los cuerpos militares) [xcvii] .
·- ·-· -······-· Sergio Fernández Riquelme
(*) Marcial Pons, editora de
cabecera de la llamada “historia social”, reconoce en su colección Historia de
España (2007) la ideologización de su línea editorial. Define esta línea de
“historiografía progresista”, ni más ni menos, como la única adecuada a la
tradición democrática española; no habla de una historia veraz, ni de una
historia documentada, ni de una historia científica, solo y simplemente, de la
historia al servicio de una determinada ideología política izquierdista.
[i] DE FELICE, Renzo: Rojo y negro.
Barcelona, Ariel, 1996, pp128-129.
[ii] Un claro ejemplo del partidismo ideológico generador
de la Ley de Memoria histórica, se muestra en la justificación de la
“recompensa moral” dada a las víctimas del “terror blanco”: la democracia solo
puede reconocer la dignidad de estas víctimas, ya que las provocadas por el
“terror rojo” ya fueron “recompensadas” bajo el Estado franquista. Así la
democracia se conecta con un bando beligerante en la guerra civil, e
indirectamente con los defensores de un régimen republicano homologado a la
actual Democracia parlamentaria.
[iii] Datos tomados de A. D. Martín Rubio tras revisar,
puntualmente, las cifras recogidas del INE, de la Causa General y de R. Salas
Larrazabal en 1977, y compararlas con las establecidas por los estudios locales
y provinciales más recientes. MARTIN RUBIO, Ángel David: Los mitos de la
represión en la Guerra civil, Madrid, Grafité, 2005, pp 80 y 101.
[iv] GONZALEZ CUEVAS, P.C.: Maeztu. Biografía de una
nacionalista española. Madrid, Marcial Pons editor, 2003, pp13-14.
[v] Iconografía política ideológica y académica
“verdadera”, fundada en los mitos de la matanza de Badajoz (“inicio del
genocidio”), las cárceles de posguerra (“campos de concentración”) o la
espontaneidad de las sacas y las checas, y que para A. Reig Tapia pretende
distinguirse de “la memoria y la historia de la guerra y las manipulaciones
propagandísticas que aún circulan debidas a un consenso políticamente funcional
para el reestablecimiento de las democracia en España, pero científicamente
disfuncional para el afianzamiento y desarrollo de la cultura política”. Véase
la contraportada de REIG TAPIA, A: Los mitos de la tribu. Madrid, Alianza ed.,
2000.
[vi] GONZALEZ CUEVAS, P.C: op.ult.cit., pp14 y 15.
[vii] < SCHMITT, C.: Ex captivitate salus. Buenos Aires, Struhart y cía, 1994, pp 53-54.
[viii] KOSELLECK, Reinhart y GADAMER, Hans-Georg: Historia y
hermenéutica. Barcelona, Paidós, 1977, pp. 69.
[ix] Luis Suárez demuestra como nos encontramos con un
Estado que solo tomaba del régimen de 1931 la fachada simbólica y legalista
necesaria para las nuevas fuerzas en el poder, y que se definía públicamente
sin herencia cristiana y monárquica, sin alternativa electoral derechista y sin
alternativa política antirrepublicana. SUAREZ, L.: “Memoria de la Revolución”.
Aportes, nº 26, 1994, pp 23-34.
[x] La última de nuestras guerras civiles fue el
escenario donde se enfrentaron, militar e ideológicamente, dos modelos de
Estado condicionados por la dialéctica revolución-contrarrevolución[x] :
de un lado un Estado autoritario y corporativo, temporalmente fascistizado; de
otro, un Estado autoritario y racionalista de naturaleza comunista, socialista
o jacobina. Así, 1936 marcó un punto de inflexión en la historia política
española. Ambos modelos utilizaron la violencia y la represión para alcanzar
fines políticos definidos progresivamente, respondiendo a cosmovisiones
sociales y culturales elaboradas doctrinalmente durante la II República. La
contrarrevolución nacionalista reaccionó a la patrimonialización del régimen
republicano, construyendo un Estado autoritario y centralizado bajo la síntesis
doctrinal “de urgencia” de neotradicionalistas y falangistas. Mientras, la
revolución socialista-republicanista utilizó la simbología y mitología de la
“legalidad republicana” para plantear una democracia “progresista” más allá de
los límites del Estado de derecho, que evolucionó en pocos días hacia la
“democracia sindical”, y en pocos meses hacia la “democracia popular”. PAYNE,
S. G.: La primera democracia española, 1931-1936. Barcelona, Ed. Paidós, 1995,
pp 319-327.
[xi] MOLINA, Jerónimo: “Raymond Aron y el régimen de
Franco”. Razón española, nº 121, Madrid, septiembre-octubre de 2004, pp 208.
[xii] ESPINOSA, Francisco: La columna de la muerte. Barcelona,
Ed. Crítica, 2003, pp 253.
[xiii] MARTIN RUBIO, A.D: Los mitos de la represión, págs.
134-136.
[xiv] Sobre una aproximación científica a la Polemología o
“sociología del conflicto” véase Julien Freund, Sociología del conflicto, Ediciones
Ejército, Madrid, 1995, pág. 12.
[xv] SOREL, Georges: Reflexiones sobre la violencia.
Madrid, Alianza ed., 1976, pp 118.
[xvi]
GARCIA CARCEL, Ricardo: “La Guerra civil y la memoria histórica”. ABC, Madrid,
04-08-2007.
[xvii]
Este autor llega a afimar que “entre la violencia institucional y la violencia
social siempre ha existido y existe una diferencia: la primera, al considerarse
legal, se presenta de manera inmediata repleta de teatralidad, y así resulta
ser un acto duradero, ensayado de antemano, que busca excitar la sensibilidad provocando
en los espectadores un horror que siempre es controlable por el poder. La
violencia social, por ser espontánea, no edifica nunca escenarios; a lo sumo
acepta monumentos que siempre se erigen en el epílogo del mismo horror”.
MORADIELLOS, Enrique: 1936. Los Mitos de la Guerra civil. Barcelona, Ediciones
Península, 2005, pp 609-610.
[xviii] Analizada en Murcia por GONZALEZ, Carmen: “La Causa
general de Murcia: técnicas de estudio”, en SANCHEZ, I., ORTIZ, M., y RUIZ, D.
(coords.): España franquista. Causa general y actitudes sociales ante la
Dictadura, Servicio de publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha,
1993, pp 63-77.
[xix] Recogido de la obra LA VERDAD, Historias de nuestra
historia. 100 años en la región de Murcia, Murcia, 2003, pp 107- 108.
[xx] GUERAO NAVARRO, José Antonio: Totana, 1936-1939.
Repercusiones de la guerra civil en un municipio de la retaguardia. Totana,
Ayuntamiento de Totana, 2001, pp 248.
[xxi] Campo de trabajo definido de esta manera por el El
Liberal: “primer campo de concentración para desafectos al régimen” (El
Liberal, núm. 11.381, Murcia, Martes 5 de enero de 1937, pp 1).
[xxii] Los días 11 y 12 de julio de 1931 fueron incendiados
el diario conservador La Verdad y la iglesia gótica de la Purísima, y
saqueados, entre otros, el convento de las Isabelas y el de las Verónicas. El
de 9 diciembre del mismo año, el Ayuntamiento de Molina obligó por oficio al
párroco de Nuestra Señora de la Asunción la entrega de los fondos de la
Hermandad del mismo nombre, para festejos cívicos, y semanas más tarde ordenó
retirar las cruces de mayo de las casas de los vecinos. El día 8 de diciembre
de 1935 fueron atacados en un bar de Hellín Fernández Cuesta y Manuel Mateo,
cuando regresaban a Madrid de un mitin falangista en Murcia (Teatro Circo
Villar), y el día 12, en Yecla fueron heridos varios falangistas por asistir al
mitin de Murcia del día 8 (entre los heridos figuran Luís Ortega González, que
fue asesinado en junio de 1936 en Valencia por miembros del Frente Popular). El
día 14, Cehegín fue escenario de enfrentamientos entre falangistas y
socialistas; y en Jumilla, el 18 de febrero, tras tomar el poder municipal el
Frente Popular, un grupo de sus milicianos asaltaron el domicilio del
falangista Pedro Martínez Eraso, al que torturaron, siendo detenidos 16
falangistas más. El día 19 fue asaltada en Murcia la casa del jefe provincial
de Falange en Murcia, siendo detenidos trece falangistas. Mientras, el día 20,
en Yecla fue asesinado un dependiente de comercio de filiación falangista; en
Jumilla la CNT local proclamó el comunismo libertario con grandes disturbios;
en Torreagüera fue incendiada su Iglesia parroquial; en Murcia capital, el
diario La Verdad fue nuevamente incendiado, así como el diario Levante Agrario,
además del intento de quema de la iglesia del Carmen, hecho que acabó con un
muerto, y el día 26 fue asaltado el Ayuntamiento de la Torres de Cotillas. El
día 9 de marzo de 1936, fue quemada la Iglesia parroquial de Cehegín, el día 15
fue quemada la Iglesia parroquial de Los Garres, y al día siguiente se
registraron disturbios entre frentepopulistas y falangistas en Jumilla. En el
mismo día 16, la Iglesia de Torreagüera fue nuevamente atacada, en Beniaján se
saquearon los archivos parroquiales, en Cehegín se produjo el asalto e incendio
de la iglesia de Santa María de la Concepción y de la Ermita de la Peña y en
Cieza se sucedieron distintos asaltos a las viviendas de considerados
“derechistas”. Igualmente, la Iglesia parroquial de Monteagudo fue incendiada
el día 18, y al siguiente, en Yecla fueron atacados catorce templos (entre
ellos el templo del Salvador del siglo XIII, la parroquia del Niño Jesús con su
talla de Berruguete, la parroquia de Los Dolores con sus pasos de Semana Santa,
las iglesias de San Cayetano, de Santa Bárbara, de San Juan, de San Francisco,
el santuario de la Virgen del Castillo con su camarín de oro y la Iglesia
Arciprestal de la Concepción), además del convento de Concepcionistas
Franciscanos (en el que desenterraron y quemaron los restos del popular
cura-obispo, además de las imágenes de Semana Santa y un cristo de Berruguete).
El 14 de abril fueron asesinados tres “derechistas” en Jumilla, el 17 miembros
del Frente Popular de Cieza asaltaron la vivienda del médico falangista
Gregorio Parra Garrigues que resulta herido grave, y el 20 en Yecla milicianos
socialistas asaltaron el domicilio del falangista José Caro Bautista, de 20
años, al que asesinaron posteriormente. El 10 de mayo una Ermita de Caravaca
fue atacada el día 10, y tres días después, la única iglesia que quedaba en pie
en Yecla (la Basílica de la Purísima) fue incautada por el alcalde y convertida
en mercado, huyendo más de mil personas del municipio. El día 17, milicianos
socialistas y comunistas (con la colaboración de algún guardia municipal)
atacaron a tres “derechistas”: Jesús Marín Moreno, José Marín Morcillo y Manuel
Torres Guerrero.
[xxiii] Nuestra Lucha, Murcia, núm. 21, Sábado 12 de
septiembre de 1936.
[xxiv] DE MADARIAGA, Salvador: Anarquía o
jerarquía. Madrid, Ed. Aguilar, 1970, pp. 91-92
[xxv] Nuestra Lucha, Murcia, Jueves 7 de octubre de 1937,
pp. 4.
[xxvi] Nuestra Lucha, Murcia, núm. 221, Murcia, Sábado 24 de
abril de 1937.
[xxvii] AYALA, José Antonio: “República y Guerra civil en la
región murciana”, en VVAA: Historia de la Región murciana. Murcia, tomo IX,
Ediciones Mediterráneo, 1980, pp 71-72.
[xxviii] SALAS LARRAZABAL, Ramón Salas. Pérdidas de Guerra.
Madrid, Ed. Planeta, 1977, pp 233-236.
[xxix] GONZALEZ, Carmen: Guerra civil en Murcia. Universidad
de Murcia, 1999, pp 156.
[xxx] RUBIO Y HERNANDEZ, Martín: Tierras rojas (memorias de
un cautivo). Murcia, Talleres tipográficos La Moderna, 1940.
[xxxi] RODRIGUEZ LLOPIS, Miguel: Historia de la Región de
Murcia. Murcia, Comunidad autónoma de Murcia, 1998, pp 438.
[xxxii] MARTINEZ LEAL, Juan: República y Guerra civil en
Cartagena. Cartagena, Universidad de Murcia, 1993, pp 196-205.
[xxxiii] CAUSA GENERAL, Ramo de Cartagena, “Relación nominal
de asesinados por los rojos”, Carp. 1065, tomo 1, pp 717
[xxxiv] EGEA BRUNO, Pedro María: “Los siglos XIX y XX”, en
TORNEL, Cayetano Tornel (coord.), Manual de Historia de Cartagena, Ayuntamiento
de Cartagena, 1996, pp 299-415.
[xxxv] GUARDIOLA TOMAS, Lorenzo: Historia de Jumilla. Jumilla,
2005, pp 399-401.
[xxxvi] ORTUÑO PALAO, Miguel: Yecla día a día. Yecla,
Ediciones Duo, 1991, pp 250-254.
[xxxvii] Sobre esta localidad contamos con el estudio ya
citado de José Antonio Guerao Navarro, Totana, 1936-1939. Repercusiones de la
guerra civil en un municipio de la retaguardia, Premio Alporchón de
Investigación Histórica 2000, Ayuntamiento de Totana, 2001.
[xxxviii] MEDINA ORTIZ; Francisco: “Olvidar la memoria”, La
Verdad, Murcia, 17 de octubre de 2006, pp 33.
[xxxix] Localidad dónde fue pasto de las llamas la bellísima
talla de la Patrona de Beniaján, Ntra. Sra. la Virgen del Carmen, realizada por
el escultor Dupard (aunque en algunos escritos se la atribuye al mismo
Salzillo).
[xl] RUIZ ABELLAN, María Concepción: Cultura y ocio en una
ciudad de retaguardia durante la guerra civil (Murcia, 1936-1939). Murcia Real
Academia Alfonso X el sabio, 1993, pp 353.
[xli] El Liberal, Murcia, 18 de diciembre de 1936.
[xlii] MORENO MORENO, Antonio: Historia de la persecución
religiosa en España, 1936-1939. Madrid, BAC, 1961, pp 268-269.
[xliii]
Testimonio de Máximo Antón García, “En nombre de la Memoria Histórica”, en La
Verdad, Murcia, 20-09-2006.
[xliv]
Testimonio recogido por ZAPATA ORTIZ, José María: “Memoria imparcial”. La
Verdad, Murcia, 27-09-2006. Añadía además que “ante la tropa que presenciaba el
fusilamiento, no permitió que le taparan los ojos, perdonó y pidió a Dios
perdón para todos y murió dando vivas a Cristo Rey, el 24 de febrero del año
1938, en el pueblo de Velado de Zuera (Zaragoza), donde fue sepultado. Tenía
sólo 21 años, su cadáver fue exhumado en el año 1940, el cuerpo estaba entero y
su carne inodora, de color rosáceo y actualmente reposa en la iglesia
parroquial de Casasimarro (Cuenca).
[xlv] CGM, Pieza 10ª, Caja 1068, informe de la Diócesis de
Cartagena, fol. 6 en Murcia a 24 de abril de 1941.
[xlvi] AYALA, José Antonio: Murcia y su huerta en la II
República, 1931-1939. Murcia, 1978, pp. 96-97 y 112-118.
[xlvii] “El PC marca el camino de la unidad antifascista”, Nuestra
Lucha, Murcia, núm. 220, Viernes 23 de abril de 1937 (última página).
[xlviii] Confederación, núm. 128, Murcia, Jueves 1 de julio de
1937, pp 1.
[xlix] El Liberal, núm. 11.381, Murcia, Martes 5 de enero de
1937, pp 1 y 3
[l] Confederación, Murcia, núm. 129, Martes 6 de julio de
1937.
[li] Nuestra Lucha, Murcia, Jueves 7 de octubre de 1937,
pág. 4.
[lii] Confederación, Murcia, núm. 128, Jueves 1 de julio de
1937, pág.1.
[liii] Severino
Bonmatí dimitió el día 4 de julio de sus cargos de vocal ante este sectarismo,
al igual que de tesorero del patronato de la Misericordia tras la “dolorosa
expulsión que habían sufrido las mojas que allí trabajan”. FRANCO FERNANDEZ,
Francisco: República, guerra y exilio. Antonio Ros y la generación del 27. Cartagena,
Ed. Aglaya, 2005, pp. 156, 157 y 161.
[liv] GONZALEZ, C.: La gestión municipal republicana en el
Ayuntamiento de Murcia, Ediciones Almudí, Murcia, 1990, pp 34-35.
[lv] Nuestra Lucha, Murcia, Jueves 7 de octubre de 1937,
pág. 4.
[lvi] ROMERO, Luis: Desastre en Cartagena. Madrid, Ed.
Ariel, 1971.
[lvii] “Constitución de los Comités de Vecinos”, Unidad,
Murcia, 13-1-1938.
[lviii] El Liberal, Murcia, núm. 11381, Martes 5 de enero de
1937, pág. 2.
[lix] Tema analizado por GONZALEZ, Carmen: “Sociedad y
Guerra. Condiciones de vida en la retaguardia murciana a través del análisis de
la prensa, 1936-1939”, Anales de Historia contemporánea, núm. 12, vol. 2.
Universidad de Murcia, 1996, pp 381-472.
[lx] CRESPO, Antonio: La prensa periodística en la ciudad
de Murcia (1706-1986). Murcia, Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, 1986, pp
89.
[lxi] Tras este hecho, y por determinas razones tácticas,
Montiel abandonó el PSOE e ingresó en el PCE; Partido que tras intentar usarlo como ariete, sin
conseguirlo, intentó asesinarle en varias ocasiones.
[lxii] Nuestra Lucha, núm. 19, Murcia, Jueves 10 de
septiembre de 1936.
[lxiii] Nuestra Lucha, núm. 21, Murcia, Sábado 12 de
septiembre de 1936.
[lxiv] Nuestra Lucha, núm. 22, Murcia, Domingo 13 de
septiembre de 1936.
[lxv] Nuestra Lucha, núm. 221, Murcia, Sábado 24 de abril
de 1937.
[lxvi] Nuestra Lucha, núm. 219, Murcia, Jueves 22 de abril
de 1937.
[lxvii] Nuestra Lucha, núm. 217, Murcia, Martes 29 de abril
de 1937.
[lxviii] Nuestra Lucha, núm. 39, Murcia, 2 de octubre de 1936.
[lxix] MINGUEZ LACHERAS, Francisco Mínguez Lacheras, La
prensa cartagenera en la Guerra civil. La Unión, Tierra Nuestra, 2000, pp 9, 25
y 45.
[lxx] Venceremos, núm. 81, Cartagena 29 de agosto de 1937.
[lxxi] Venceremos, núm. 106, Cartagena, 28 de septiembre de
1937.
[lxxii] Nuestra Lucha, Murcia, 2 de noviembre de 1937.
[lxxiii] Unidad, Murcia, 9 de noviembre de 1937.
[lxxiv] El Liberal, núm. 11.379, Murcia, Sábado 2 de enero
de 1937, pág. 1. A su juicio, el “pueblo” sostenía el proyecto republicano: “sin
los más humildes, hubiera fracasado el Frente Popular en febrero; sin los más
humildes habríamos perdido la guerra el 18 de julio”; siendo necesaria la
“unidad” política entre los miembros del FP “para garantizar la Revolución”,
aunque denunciaba que “no debe prosperar, sería un crimen que prosperase una
conciencia unilateral, estrecha y mezquina, sobre a quién compete, tanto en el
plano nacional como provincial, la dirección y la responsabilidad de la lucha
del pueblo español contra el fascismo”.
[lxxv] El Liberal, Murcia, núm. 11382, Miércoles 6 de enero
de 1937, pág. 1.
[lxxvi] FUE, Murcia, núm. 1, 3 de octubre de 1936, pp 1- 2
[lxxvii] FUE, Murcia, núm. 4, 1 de noviembre de 1936, pp 1- 3.
[lxxviii] Confederación, núm. 182, Murcia, Sábado de 10 de
julio de 1937.
[lxxix] MARTINEZ LOPEZ, María Isabel: El Romea y otros
teatros de Murcia durante la Guerra civil. Murcia, Universidad de Murcia, 2003,
pp 53.
[lxxx] El Liberal, Murcia, Sábado 7 de noviembre de 1936.
[lxxxi] BOLLOTEN, B.: La Guerra civil española. Revolución y
contrarrevolución. Madrid, Alianza ed., 1989, pp 116.
[lxxxii] TUSELL, Javier: Historia de España S. XX. Madrid, Ed.
Historia 16, 1990, pp 448.
[lxxxiii] “La constitución del Tribunal Popular de Murcia”, Nuestra
Lucha, Murcia, 2 de septiembre de 1936.
[lxxxiv] Como muestra el espacio de “desafectos al régimen”
publicado por El Liberal en la sección de Sucesos de Lorca: “Milicias presentan
a Antonio Arenas García y a Juan Martínez García por desafectos al régimen” (El
Liberal, Murcia, 8 de enero de 1936, pp 2).
[lxxxv] Nuestra Lucha, Murcia, 11 de diciembre de 1936, pp 3.
Y acusaba a este militante, defensor del ex marqués de Ordoño, de pasarse a la
oposición radical-cedista cuando fracasó en las elecciones locales en Corvera,
y advertía a continuación que “los camaradas que no cumplan estas indicaciones
serían fulminantemente expulsados del Partido comunista”.
[lxxxvi] Nuestra Lucha, Murcia, 11 de septiembre de 1936, pp 3
y 4. Las pruebas documentales aportadas por la fiscalía se referían a
telegramas de agrupaciones locales del FP, que definían arbitrariamente a los
acusados de reaccionarios por ser miembros cedistas, ciervistas, monárquicos,
exsocialistas o por supuestas actuaciones “peligrosas”.
[lxxxvii] Nuestra Lucha, Murcia, 10 de septiembre de 1936. Este
periódico recogió la declaración del exsocialista condenado, dónde afirmaba que
no pertenecía a ningún partido político.
[lxxxviii] Nuestra Lucha, núm. 19, Murcia, Jueves 10 de
Septiembre de 1936.
[lxxxix] “A la opinión antifascista”, El Liberal, Murcia, 24
de diciembre de 1936. Comunicado de la Casa del pueblo socialista dónde de
defendía la necesidad de cumplir la sentencia ante la posibilidad de disturbios
“populares”, o de tener que reprimir al propio pueblo republicano si decidían
tomarse la justicia por su mano.
[xc] Nuestra Lucha, núm. 26, Murcia, 18 de septiembre de
1936.
[xci] Unidad, Murcia, 2 de octubre de 1937.
[xcii] El Liberal, Murcia, 10 de septiembre de 1936.
[xciii] Nuestra Lucha, Murcia, 8 de diciembre de 1936.
[xciv] Nuestra Lucha, núm. 217, Murcia, 20 de abril de 1937.
[xcv] Nuestra Lucha, núm. 221, Murcia, 24 de abril de 1937.
[xcvi] El Liberal, núm. 11.387, Murcia, Viernes 1 de enero
de 1937, pág. 3.
[xcvii] BERMEJO, Carmen, AYUSO, Mar y MARCOS, Javier: “El
tribunal popular de Cartagena”, en ARCHIVO HISTORICO NACIONAL: Justicia en
Guerra, Ministerio de Cultura, Madrid, 1990, pp 110-114.
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