Arbil cede
expresamente el permiso de reproducción bajo
premisas de buena fe y buen fin |
Para
volver a la Revista Arbil nº 115
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 115 |
Si quieres puedes autoengañarte, pero si no ya tienes elementos más que suficientes y experiencias previas para saber que "voto útil" y "mal menor" es lo mismo que aborto, sodomía y "realidades nacionales" impulsadas desde el Gobierno y el Parlamento
Crear vida es una ficción
por
Nicolás Jouve de la Barreda
A primeros de 2008 ha saltado la noticia de que en el Instituto J. Craig Venter de Rockville, Maryland, se ha creado vida por primera vez. En este comentario señalamos la trascendencia de lo que se ha hecho, que lejos de suponer la creación de un ser vivo, consiste en «resíntesis» en el laboratorio, ó si se prefiere la producción de un «genoma artificial» copia del genoma de la bacteria de genoma más pequeño conocido, el Mycoplasma genitalium. No se conoce todavía sí este genoma será capaz de funcionar como uno natural, aunque el paso para averiguarlo está en la agenda de los investigadores del citado instituto. Todo un alarde tecnológico del que se pueden esperar aplicaciones biotecnológicas extraordinarias, sin descartar ciertos riesgos, por lo que se impone un importante debate ético que no frene estas investigaciones sino que las impulse hacia su vertiente mas positiva para la sociedad.
|
Tras el alarde tecnológico que
hizo posible el conocimiento de la organización del genoma humano, culminado en
el 2003, el Proyecto Genoma Humano ha sido el banco de pruebas del que se han
derivado importantes avances en el conocimiento de los misterios de la vida,
sobre todo al haberse desarrollado nuevas tecnologías que han permitido avanzar
en el conocimiento de cómo están organizados los genomas (número de genes,
funciones de cada gen, factores de que depende su expresión, funcionamiento
interactivo de los genes, etc.). En pocos años hemos pasado de un
desconocimiento de la organización de la información genética a contar con las
claves para desvelar los misterios de la vida de cientos de especies de virus,
bacterias, hongos, plantas y animales. Sin embargo, lo hecho hasta aquí, con
ser muy importante, no es suficiente, y el camino a recorrer en la
interpretación del «libro de instrucciones» que nos hemos dado es largo pero
apasionante para seguir asombrándonos del extraordinario y aparentemente inagotable
manantial de la vida, que hizo su aparición sobre la faz de la Tierra hace más de 3.500 millones de años.
Las perspectivas del Proyecto
Genoma Humano
En lo que atañe al Proyecto Genoma
Humano, todo se ha sobredimensionado y exagerado desde su abordaje a comienzos
de los años noventa. Ya entonces se hablaba de descubrir la «piedra roseta de
la vida», y ahora estamos convencidos de que lo conocido nos permitirá entender
la biodiversidad, saber más sobre el origen evolutivo de nuestra especie,
aprender como tiene lugar el desarrollo morfogenético del ser humano y de las
demás especies de organización multicelular de complejidad semejante, desarrollar
métodos de diagnóstico y terapia de las enfermedades genéticas, y en particular
el cáncer, y explotar los recursos que nos ofrecen las demás especies mediante
experimentos dirigidos de modificación genética de sus propiedades.
Con los pies en el suelo, y sin
desestimar nada de lo hecho, el Proyecto Genoma Humano en sí mismo, es más fruto del extraordinario
avance tecnológico en Biología Molecular y Bioinformática, que de ideas
necesitadas de demostraciones empíricas. El investigador Richard Lewontin, un importante genético evolutivo americano,
afirma que «en realidad el Proyecto Genoma Humano se parece más a una
organización administrativa y financiera que a un proyecto de investigación en
el sentido usual de estos términos» .
Lo cierto es que el meticuloso y complejo trabajo necesario, ha exigido probablemente
más tecnología que talento. Lo
que se ha hecho en realidad es fragmentar en piezas pequeñas un genoma de 3.100
millones de pares de bases de ADN, para clonarlas, almacenarlas, aislarlas y
analizarlas de una en una al máximo detalle, para después recomponer el puzzle,
interpretando el significado y la lógica de cada parte y de todo el conjunto. La reducción del todo a las partes, para después integrar
las partes en el todo, es un puro ejercicio de reduccionismo muy habitual en la
experimentación científica y posible gracias a las nuevas técnicas, por lo que
el trabajo realizado se merece antes el calificativo de tecnología a lo grande
(big-technology), que de ciencia a lo grande (big-science).
Craig Venter, hoy al frente del Laboratorio del Instituto de su mismo
nombre, en Rockville, Maryland, coordinó las investigaciones del Proyecto
Genoma Humano que implicaba al grupo
privado Celera Genomics , e impulsó el estudio del genoma a partir de la
expresión directa de los genes. Su aproximación tecnológica, a diferencia de la
llevada a cabo por Francis Collins, coordinador del Consorcio Internacional del
Proyecto Genoma Humano, consistió en el análisis de los genes activos (ADN) en
las células especializadas, a partir de los mensajeros (ARN-m), que se
sintetizan solo en el momento en que se expresan los genes, durante el
desarrollo y/ó en el tejido en que corresponde hacerlo. Este trabajo, lo llevó
a cabo el equipo del Dr. Venter en el Instituto de Investigación Genómica
(TIGR) de Gaithersburg, en Maryland. De este modo, a diferencia del método
propugnado por el Dr. Collins
se rentabilizaba el estudio del genoma, al estudiar de forma preferente las secuencias
codificantes (genes) dejando para una posterior aproximación regiones del
genoma menos interesantes. La idea de Venter, ha servido para avanzar en la
vertiente funcional de los genes y gracias a su trabajo hoy sabemos mucho no
solo sobre la organización de las secuencias del genoma humano, sino sobre todo
del papel funcional de cada gen. Hoy podemos afirmar que las consecuencias del
Proyecto Genoma Humano para el futuro de la biomedicina son extraordinarias en
sus vertientes diagnóstica, farmacológica y terapéutica .
El «genoma mínimo»
En 1999, casi a punto de concluir la secuenciación del Borrador del
genoma humano, el Dr. Venter y su equipo se embarcó en otra investigación
enormemente interesante y de un gran calado para entender el origen y la
evolución de los seres vivos .
Se trataba de indagar las características genéticas mínimas que debe contener
un organismo, es decir, el tipo de genes o funciones mínimas necesarias para
soportar una vida celular, o dicho de otro modo el «genoma mínimo» que debe
contener un ser vivo. ¿Qué tipo de genes, cuántos y qué funciones son necesarios
para sostener la vida celular? Las respuestas a estas preguntas tienen un gran
interés para la biología de comienzos del siglo XXI, y su aproximación
experimental se refiere a los seres más sencillos de la naturaleza, las
bacterias. Los objetivos de esta línea de investigación las expresaba el propio
Venter de la siguiente forma en la revista Science: «No pienso que haya muchos biólogos tratando de contestar a la pregunta ¿qué es la vida?... Nosotros
estamos trabajando desde una perspectiva reduccionista, probando el
conocimiento del genoma más pequeño posible, con el fin de entender cómo
trabajan juntos los genes para sustentar la vida». Esta sería la idea inicial
de partida hacia la síntesis de un «genoma artificial», mediante el ensamblado
lineal de los genes que se considerasen indispensables.
Una forma de abordar el conocimiento del genoma mínimo consistió en el
análisis genómico comparativo, para lo que hubo que esperar a tener toda la
información de varios genomas de bacterias y estudiar los genes comunes y no
comunes. La idea se polarizó hacia los micoplasmas por constituir el grupo de
microorganismos más sencillos que se conocen. Se trata de un grupo muy diverso
de bacterias, que carecen de pared celular y que, debido a su sencillez
estructural y deficiencias funcionales en el medio natural en que viven,
aprovechan los sistemas celulares de los organismos huésped y utilizan la
maquinaria bioquímica de las células a las que invaden para producir su propia
fuente de energía. Estos microorganismos se pueden cultivar en medios in
vitro, aunque muestran una extrema dependencia del ambiente requiriendo la
adición de diversos nutrientes, proteínas animales, suero sanguíneo, esterol y
extractos complejos para su crecimiento. De por sí ya resultaba atractiva la
idea de conocer qué genes son necesarios en las diferentes condiciones de
cultivo en comparación con los indispensables en el tracto urogenital del
huésped humano al que parasitizan.
En 1995 Fraser
y sus colaboradores de la universidad de North Carolina, habían culminado al
estudio completo de las secuencias de ADN del genoma de Mycoplasma genitalium, que
posee un tamaño algo superior a 580.000 pares de bases (pb) nucleotídicas y una
capacidad de codificación de unas 485 proteínas. Un año más tarde se había
publicado el genoma completo de su pariente más próximo, Mycoplasma pneumoniae , que tiene un genoma sustancialmente
mayor, de 816.394 pb y con posterioridad se han publicado más de 200 genomas de
especies bacterianas, con lo que hoy en día existe una gran cantidad de
información para abordar un análisis comparativo de todos estos genomas y
deducir qué genes son comunes a todas ellas, cuáles pueden considerarse obligados
y cuáles son dispensables.
El camino a seguir para satisfacer la curiosidad sobre el «genoma
mínimo» consistiría en investigar todos los genes de todas estas especies y
hacer un repertorio de los que cumplen funciones vitales y están presentes en
todas ellas. A pesar de la aparente sencillez del método, el abordaje no es tan
simple por una serie de circunstancias, pero especialmente por el elevado
número de genes que diferencian unas especies de otras, y por la relatividad de
su necesidad en dependencia de los diferentes ambientes en que viven.
El grupo de investigación del Instituto Craig Venter, centró su trabajo
exclusivamente en el genoma de M. genitalium, y llegó a la conclusión de que esta
especie es en sí misma un subproducto derivado de M. pneumoniae , que tiene más de 200 genes extra que
son dispensables en la primera. Lo que se pone en evidencia con este tipo de
análisis es las posibilidades que ofrecen este tipo de análisis para llegar a
conocer la historia evolutiva de las especies y en particular para el estudio
del papel funcional individual e integral de los genes.
La síntesis del primer «genoma
artificial»
En la misma dirección, y rayando en lo que podríamos considerar
ciencia-ficción, Hamilton Smith ,
Premio Nobel de Medicina en 1978 y Premio Príncipe de Asturias de Investigación
Científica y Técnica junto a Collins y Venter en el 2001, y sus colaboradores
del instituto Craig Venter, se planteó la síntesis artificial de un genoma que
contuviera el genoma mínimo, mediante el aislamiento previo y ensamblado
artificial del repertorio de los genes que se considerasen esenciales para la
vida, que se insertarían como piezas dentro de una célula. Lógicamente el
modelo que se eligió fue el del genoma bacteriano más sencillo conocido, y este
sería el de M. genitalium.
Un paso importante en esta dirección lo supone la publicación el 24 de enero de 2008 de la culminación de la síntesis química completa, el ensamblado y la
clonación de un genoma idéntico al de Mycoplasma genitalium . sintetizado artificialmente. Se
trata de otro alarde tecnológico del mundo de la Genética Molecular, por lo que supone no ya la síntesis de las secuencias de los cientos de
genes, sino de su unión longitudinal hasta constituir una réplica sintetizada del
genoma de una bacteria, para lo cual se hizo necesario ir uniendo secuencias de
varios genes para constituir fragmentos del genoma, que a su vez se unían entre
sí para constituir regiones mayores, y así hasta completar el ensamblado de
todo el genoma. Para conseguir esto hubo de ensayar vectores de clonación (algo
así como transportadores de fragmentos de ADN con capacidad de replicación) en
sistemas biológicos de capacidad creciente de almacenamiento.
En concreto, estos investigadores partían de pequeñas piezas de ADN
sintetizadas, de un tamaño de unos 5.000 a 7.000 pb, que se iban uniendo mediante técnicas de recombinación in vitro para constituir fragmentos más largos, de
24.000, 72.000 y 144.000 pb (1/4 del genoma total), que una vez empalmadas eran
introducidas en unos vectores llamados BACs (Bacterial Artificial Chromosomes)
para su clonación en la bacteria Escherichia coli. Estos vectores son muy
conocidos en el campo de la genómica y habían sido desarrollados para mantener
los largos fragmentos del genoma humano. Sin embargo, su límite de capacidad de
transporte de fragmentos de ADN es inferior a la longitud del tamaño total del
genoma de Mycoplasma genitalium, por lo que en su trabajo los investigadores
del Instituto Venter hubieron de recurrir al traslado de las cuatro cuartas
partes del genoma mantenidas en E. coli, a un segundo tipo de vectores y
microorganismos de mayor capacidad. De este modo, procedieron al ensamblado de
las cuatro partes mediante la transformación asociada a la recombinación de
levaduras de la especie Saccharomyces cerevisiae, utilizando como vehículo un
tipo de vectores de mayor capacidad, los YACs (Yeast Artificial Chromosomes).
De entre los diversos intentos al menos uno dio lugar a un genoma sintético que
alineaba de forma correcta las cuatro piezas procedentes de los BACs.
El gran desafío, el alarde tecnológico de esta investigación, consiste
en el logro de la síntesis artificial, o más apropiadamente la resíntesis de un
genoma previamente existente en la naturaleza. Pero es importante destacar que
no se trata de nada parecido al diseño de un genoma, ó a la síntesis de una
forma de vida, sino a la recreación de algo que ya existe y cuyo conocimiento
detallado, consecuencia de los proyectos genoma, nos ha permitido sintetizar
una copia. Los propios investigadores que la han creado señalan como paso a
seguir a continuación, la demostración de que este genoma es capaz de
funcionar, en sustitución de un genoma natural. Esto supondrá varios años, con
suerte varios meses de nuevos experimentos.
Sintetizar un genoma no
significa «crear vida»
La cuestión importante que surge a continuación se refiere lógicamente
a la finalidad de estas investigaciones. En realidad, lejos de crear un ser
vivo en el laboratorio, una especie de Frankenstein a escala microbiana, lo que
había animado al grupo de Venter era estudiar las necesidades mínimas de
información genética que debe poseer el ser vivo más sencillo, y en su caso
utilizar los microorganismos que se obtuviesen tras su incorporación mediante
la sustitución del genoma natural por el sintético, para aplicaciones
biotecnológicas.
En sus investigaciones, señalan los autores, que de los 485 genes
codificantes de proteínas que posee la bacteria Mycoplasma genitalium, hay al
menos 100 que de forma individual no parecen indispensables en las condiciones
de cultivo de laboratorio, aunque queda por saber cuáles y cuántos de éstos
genes serían simultáneamente dispensables. Una vez lograda la síntesis del
genoma artificial, la vertiente a seguir es intentar la síntesis de nuevos
genomas, mediante la eliminación alternativa de algunos genes, o su sustitución
por otros que confirieran a las bacterias recreadas propiedades de interés para
su explotación comercial o industrial.
Hoy es prematuro predecir en que acabarán todas estas investigaciones,
ni si servirán para desenmarañar los secretos de la evolución microbiana, el
control del metabolismo de los microorganismos o su explotación en diferentes
direcciones. Lo que sí podemos señalar es que la producción de un genoma mínimo
sintético permite pensar en el diseño de genomas que contuviesen un repertorio de
genes necesarios para la vida con autonomía suficiente para su supervivencia y
reproducción en ambientes artificiales y bajo condiciones muy controladas. De
ellas se puede esperar la obtención de productos útiles para el hombre,
sustancias químicas o fármacos de interés terapéutico como la insulina, los
factores de coagulación de la sangre, vacunas, anticuerpos monoclonales, etc.
Se podrían diseñar organismos dotados de un genoma mínimo para reducir el
consumo de energía o producir menor cantidad de residuos contaminantes que las
bacterias naturales de uso industrial, eliminar los que dificultasen la
obtención de un producto génico deseado, realizar tareas específicas, como la
degradación de toxinas ambientales, producir biocombustibles, etc.
A pesar del gran logro conseguido es absurdo señalar, como se ha
llegado a decir, que el paso dado con las investigaciones del Instituto J.
Craig Venter, demuestra que se puede «crear vida» en el laboratorio. Lo cierto
es que hasta ahora, lo único que se ha hecho es producir un genoma sintético de
imitación. La resíntesis de un genoma bacteriano está muy lejos de la creación
de un organismo vivo y desde luego es impensable a una escala superior al de la
bacteria. Pensemos que el genoma humano es como mínimo 6.000 veces más grande y
contiene cerca de 60 veces más genes que el genoma sintético producido a
imitación del micoplasma, y que el nivel de simplicidad de éste no tiene nada
que ver con la compleja estructura de los cromosomas humanos, donde aparte del
ADN se ensamblan cientos de proteínas de las que depende su organización y el
funcionamiento de los genes (por encima de 25.000).
La historia se repite, y este mismo tipo de pretensiones ya surgió hace
unos treinta años cuando a mediados de los setenta los investigadores
desarrollaron la tecnología del ADN recombinante, consistente en ensamblar de
forma dirigida genes procedentes de diferentes cepas de bacterias. En aquel
entonces, el escenario fue la Universidad de Stanford, y el equipo impulsor
estaba dirigido por el investigador americano Paul Berg, Premio Nobel de
Química en 1980. Aquellas investigaciones, como las actuales, promovieron una
especial polémica porque se suponía que los investigadores se lanzaban a la
aventura de «jugar a dios» y por los riesgos biológicos potenciales que podían
plantear los microorganismos recombinantes.
Es importante
recordar que, ante la incertidumbre que planteaban las derivaciones de aquellas
investigaciones, se estableció una moratoria a la espera de un control adecuado
de los riesgos potenciales. En realidad, son pocos los ejemplos en la historia
de la ciencia en que los científicos implicados, ante una eventual respuesta
inesperada ó contraproducente de sus investigaciones, decidieran unánimemente detener
sus experimentos. Sin embargo, tan insólito hecho se dio entonces, en las
raíces de la tecnología de la «ingeniería genética» conducente a la obtención
de los organismos modificados genéticamente, comúnmente denominados
«transgénicos». En febrero de 1975 se reunieron más de cien biólogos
moleculares en el centro de conferencias de la ciudad californiana de Asilomar,
la mayoría americanos y el resto pertenecientes a otros 16 países. Entre ellos
se encontraba Paul Berg y muchos otros importantes investigadores. En aquella
reunión se decidió el establecimiento de una serie de pautas de precaución, a las
que se obligaban todos los científicos que habían iniciado experimentos de ADN
recombinante. Se estudiaron los diferentes tipos de ensayos en marcha y se les
asignó un nivel del riesgo: mínimo, bajo, moderado o alto. Para cada nivel de
riesgo se estableció un compromiso menor o mayor de contención de los
experimentos, de tal modo que se evitase la posibilidad de que los vectores
portadores del ADN recombinante, se pudiesen escapar de los organismos bajo
experimentación a otros de su entorno ambiental, donde podrían potencialmente
llegar incluso a dañar a los seres humanos o crear problemas en los
ecosistemas. Esta moratoria fue respetada y cumplida rigurosamente durante
años, hasta que aparecieron nuevos procedimientos de obtención de ADN
recombinante y vectores más seguros y mejor controlados.
En aquél momento, se
cuestionó si sería ético transferir genes entre organismos que no son de la
misma especie y alterar de este modo el contenido genético resultante del
proceso de la evolución por selección natural. En el momento presente en que se
ha llegado a recrear un genoma semejante al de una bacteria se repite la misma
pregunta ¿no es esto jugar a dios? Sin embargo, plantearse así las cosas es
exagerado e improcedente. Por mucho que modifiquemos o reinventemos genéticamente
un genoma ¿qué representan estos pequeños pasos de la ciencia respecto a la
inmensa e inabarcable obra de la creación? A lo más que podemos aspirar es a
descubrir e imitar algún fenómeno natural como consecuencia de la contemplación
de la naturaleza y esto no significa crear algo nuevo, ni suplantar a Dios, ni
ascender en no se sabe que pretenciosa escala hasta considerarnos a su nivel.
A raíz de estas investigaciones se tiende a dar rienda suelta a la
imaginación y es especialmente frecuente escuchar comentarios que ensalzan el
poder ilimitado del hombre y rebajan la mano de Dios a la inexistencia. Sin embargo, debemos situar los avances en su justo término y no
sobredimensionar el valor de los «pequeños pasos para el hombre, aunque sean grandes
pasos para la humanidad». Francis Collins, coparticipe del logro del
conocimiento del Genoma Humano confiesa su agnosticismo hasta los 27 años en su
reciente libro Cómo habla Dios
y señala cómo el descubrimiento del genoma humano le ha llevado a vislumbrar el
trabajo de Dios en la naturaleza. Afirma Collins que «cada paso
adelante en el avance científico, es un momento de especial alegría
intelectual, pero también un momento donde siente la cercanía del Creador, en
el sentido de estar percibiendo algo que ningún humano sabía antes, pero que
Dios sí conocía desde siempre», todo lo cual le lleva a concluir que hay bases
racionales para un Creador y que los descubrimientos científicos, lejos de
alejarlo, llevan al hombre más cerca de Dios.
Todo el acopio de
conocimientos sobre los fenómenos naturales, unido a la impresionante escalada
en la capacidad tecnológica para
modificar genes o ensamblar genomas, nos eleva como mucho a la categoría de buenos
imitadores de la naturaleza, pero esto no es una novedad. El descubrir e
incluso imitar a la naturaleza es lo que viene haciendo el hombre desde que se
despertó en nuestra especie la portentosa y singular cualidad de pensar y
dominar el mundo que le rodea. Y, lejos de jugar a Dios, lo que en el contexto
de la tradición judeo-cristiana estamos haciendo es cumplir con los designios
que Dios asignó al hombre desde un principio, un plan perfectamente trazado en el
Génesis
«Hagamos al hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza, y domine en los
peces del mar, en las aves del cielo, en los ganados y en todas las alimañas, y
en toda sierpe que serpea en la tierra».
Por tanto, de vuelta al terreno humano, lo que es cierto es que se
trata de unas investigaciones difíciles y arriesgadas que pueden dar lugar a
diversas aplicaciones de interés, cuyas implicaciones de carácter social,
comerciales, éticas y legales deben ser analizadas. Esto quiere decir que la producción
de genomas sintéticos de diseño nos debe situar ante un importante debate
ético, ya que, al margen de otras consideraciones y de los potenciales
beneficios, no siempre se pueden predecir las consecuencias o las desviaciones
posteriores derivadas de la utilización de las presumibles bacterias que
llegaran a producirse. La experiencia de las últimas décadas demuestra que,
incluso pequeñas alteraciones genéticas en organismos sencillos, pueden derivar
hacia consecuencias imprevistas. Aunque los organismos producidos mediante la
síntesis de genomas mínimos no tienen necesariamente por qué plantear más riesgos
que los organismos modificados genéticamente por técnicas de ingeniería
genética convencional, esta tecnología podría acelerar el paso hacia la
obtención de organismos cada vez más complejos que podrían obligarnos a hacer
frente a riesgos impredecibles, o incluso en la utilización con fines tan
negativos como los que se refieren a la «guerra bacteriológica». Pero esto
tampoco es la primera vez que ocurre en la historia de la Ciencia y la Tecnología.
Precisamente por esto, estas investigaciones nos sitúan ante un nuevo reto
al que ha de hacer frente la sociedad. Como en casos anteriores es de esperar una
regulación jurídica que establezca el marco en el que los expertos en bioética
juzguen lícito trabajar en este campo en beneficio de la sociedad. Es lógico
pensar que para evitar situaciones de riesgo, la sociedad debe conocer la
trascendencia de estas investigaciones y, en su caso, establecer normas de
obligado cumplimiento, basadas en la seguridad de las nuevas tecnologías, que
deberían ser los científicos los primeros en identificar y señalar.
·- ·-· -······-· Nicolás Jouve de la Barreda
R.C. Lewontin, The Doctrine
of DNA. The Biology as ideology, Penguin Books, London 1993.
F. Collins, M. Morgan, A.
Patrinos, «The Human Genome Project:
Lessons from Large-Scale Biology» , en Science 300 (2003), pp. 286-290.
F. Collins, E. Green, A
Guttmacher, M. Guyer, «A Vision for
the Future of Genomics Research. A blueprint for the genomic
era», en Nature 422 (2003), pp.
835-847.
M.K. Cho, D. Magnus, A.L. Caplan, D.
McGee, «Ethical Considerations in Synthesizing a Minimal Genome». en Science,
286 (1999), pp. 2087-2090.
C.A. Hutchison III, S.N. Peterson,
J.C.,Venter, y col., «Global Transposon Mutagenesis and a Minimal Mycoplasma Genome»,
en Science 286 (1999), pp. 2165-2169.
Fraser, y col., «The minimal gene complement of the Mycoplasma
genitalium», en Science, 27 (1995), pp. 397-403.
R. Himmelreich, H. Hilbert, H. Plagens, y col.,
«Complete sequence analysis of the genome of the bacterium Mycoplasma
pneumoniae», en Nucleic Acids Research (1996), pp. 4420-4449.
R. Himmelreich, H. Hilbert, H. Plagens, y col.,
«Complete sequence analysis of the genome of the bacterium Mycoplasma
pneumoniae», en Nucleic Acids Research (1996), pp. 4420-4449.
C.A. Hutchison III, S.N.
Peterson, J.C.,Venter, y col., «Global Transposon Mutagenesis and a Minimal Mycoplasma
Genome», en Science 286 (1999), pp. 2165-2169.
D. A. Gibson, G.A. Benders, H.O. Smith,
C.A. Hutchison III, J.C.,Venter, H. O. Smith y col., «Complete chemical
synthesis, assembly, and cloning of Mycoplasma genitalium genome», en
Scienexpress / www.sciencexpress.org
/ 24 january 2008, 10.1126/science.1151721
< F. Collins, «¿Cómo habla Dios?. La evidencia científica
de la fe». Editorial Temas de Hoy, Madrid 2008.
Gn 1,26.
***
Visualiza la realidad del aborto: Baja el video Rompe la conspiración de silencio. Difúndelo.
|
|
Para
volver a la Revista Arbil nº 115
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 115
La página arbil.org
quiere ser un instrumento
para el servicio de la dignidad del
hombre fruto de su transcendencia y
filiación divina
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y
Crítica", es editado por el Foro
Arbil
El contenido de
estos artículos no necesariamente
coincide siempre con la línea editorial
de la publicación y las posiciones del
Foro ARBIL
La reproducción total o parcial
de estos documentos esta a disposición
del público siempre bajo los criterios
de buena fe, gratuidad y citando su
origen.
|
Foro
Arbil
Inscrita en el
Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F.
G-47042954
Apdo.de Correos 990
50080 Zaragoza (España)
ISSN: 1697-1388
|
|
|