Allá por el año 1942, la borrachera nacionalsocialista de triunfo y señorío empezaba ya a dejar paso a una amarga resaca. Desde luego, todavía eran muchos los que confiaban en el discurso establecido por el «nuevo orden europeo», pero cada vez iban siendo más los que lograban percibir un fondo de realidades disonantes, e incluso algo parecido a un reproche moral, en aquella región en la que el pensamiento casi no se atreve a ser consciente.
¿Dónde estaban aquellos vecinos que habían desaparecido de la noche a la mañana? ¿Adónde iba ese transporte de familias con niños y ancianos que fueron empaquetados la otra tarde en vagones de ganado? ¿Qué había de cierto en los comentarios del hijo del panadero, durante su permiso del frente ruso? ¿No coincidía con lo que otros estaban diciendo también a escondidas? ¿O era todo un simple producto del nerviosismo, o, peor aún, el resultado de la propaganda enemiga?
Entonces se alzó Goebbels. Y dijo así: «En caso de ser derrotados, nos colgarán a todos con la misma soga».
El sentido real de esta frase no pasó desapercibido a la lucidez de Thomas Mann, quien poco después advertía a los alemanes, en una de sus famosas charlas radiofónicas de la BBC: «Esa es la palabra de un canalla que sabe lo que le espera a él y a su banda de cómplices, si la cosa sale mal,... y quiere ahora generalizar en lo posible su destino,... y os grita: „¡No nos dejéis en la estacada! Vosotros nos habéis acogido, nos habéis tolerado, habéis hecho todo con nosotros... Si ahora nos entregáis, si ya no seguís con nosotros, ¡entonces nos colgarán a todos con la misma soga!“».
Thomas Mann llamaba a sus compatriotas a la rebelión, ahora que empezaba a resquebrajarse la careta del régimen. Llamaba a la rebelión, y a no caer en la trampa de Goebbels: La trampa del sentimiento de culpa imperdonable. Un sentimiento de culpa inarticulado y no percibido como tal ?entre otras cosas por su flagrante contradicción con la lectura oficial de la realidad?, pero tanto más poderoso por ello.
Thomas Mann llamaba a la rebelión. Pero, a juzgar por el curso de la historia, parece que Josef Goebbels comprendió mejor los resortes interiores de la naturaleza humana. En todo caso, el hecho es que los alemanes no se rebelaron. Y son numerosos los testimonios recogidos por los historiadores y que apuntan a este factor clave en la lealtad final al régimen: Ya no podemos volvernos atrás. Estamos todos en el mismo barco. Si decimos que ellos son culpables, nos estamos condenando a nosotros mismos. Hay que seguir, y dejar a un lado los (¿falsos?) escrúpulos. ¿Acaso tenemos todos los datos necesarios para emitir un juicio competente? Confiemos en el Führer.
El estudioso que se acerca a estos tristes pasajes de la historia de Europa, se encuentra expuesto a la tentación de sentirse en una posición de clara superioridad moral con respecto a esos mezquinos ciudadanos del tercer Reich: Desde luego, si yo hubiera estado ahí ?pensará con certeza algún lector?, no hubiera reaccionado del mismo modo. Una vez atisbada la injusticia y el engaño del régimen, habría hecho lo posible por luchar contra él. O, por lo menos, no habría seguido apoyándolo con todas mis fuerzas.
¿De verdad?
A comienzos del año 2008, no son pocos los que empiezan a percibir que algo muy importante no va bien en nuestra propia sociedad. Las imágenes de los mataderos de niños de Barcelona y Madrid están ahí para el que quiera verlas. El cinismo de los responsables de estos centros también ?«Si usted tiene una moral [comenta uno de los verdugos] tómela y quédesela para usted»?. Los hallazgos en los contenedores de basura de nuestras ciudades también ?«En Barcelona [comenta un testigo] se hablaba mucho de que aparecían fetos en la basura, de que si las clínicas los tiraban... Todo el mundo suponía que era una leyenda urbana más, pero a mí me dio por querer confirmarlo. Empecé a salir y ya ve lo que me encontré»?. ¿Entonces qué?
Entonces es la hora de Josef Goebbels.
Es la hora en la que Goebbels nos habla a cada uno en lo más íntimo:
Querido joven, ¿no te enseñamos a entender la sexualidad como un juego sin compromisos? Y cuando irrumpieron las consecuencias, ¿no te explicamos lo que tenías que hacer, y lo hiciste? Estimado colega, profesor de filosofía, ¿no eludiste durante años el tratamiento de un tema tan difícil y poco claro? ¿No acariciaste incluso los argumentos sobre la definición cultural del inicio de la persona, o sobre la ausencia de un sistema nervioso activo en tal o cuál estadio del embrión? ¿Y no disfrutaste del aplauso de los alumnos, del prestigio debido a un espíritu avanzado y a la altura de nuestro tiempo? Diputado, ¿no ganaste el favor de tus electores, y el de los dirigentes de tu partido, con el ocultamiento de un tema incómodo, o con aquellas declaraciones abiertas y progresistas? Apreciado doctor, ¿qué habrá que pensar entonces de aquellas firmas, de aquellos consejos, productos de la compasión (aunque muy rentables, ciertamente)? Padres que mirasteis para otro lado, cuando no forzasteis la situación. Ciudadanos que no quisisteis complicaros la vida. ¿Qué váis a decir ahora? Si ahora nos entregáis, si ya no seguís con nosotros, ¿acaso no os estáis condenando a vosotros mismos?
Esta es la situación de España a comienzos del año 2008, al tiempo en que comienza a percibirse un cierto malestar, y mientras los vertederos de nuestras ciudades se llenan y se llenan de carne humana.
El viejo Moloch sonríe en los infiernos. Y tú, lector, ¿qué piensas hacer?
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Francisco José Soler Gil
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