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Propedéutica a la teoría política
por
Alberto Buela
Toda teoría política está constituida sobre una concepción específica del hombre, el mundo y sus problemas, la teoría política hoy, no puede ser como
antaño sólo una teoría del poder, sino una teoría de la autoridad legítima
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Comencemos por los términos. Teoría, término
que proviene del griego theoréin = contemplar, indica un conjunto de ideas
que están sistemáticamente relacionadas, y pertenece tanto a la filosofía como a
la ciencia. El filósofo se pregunta el porqué de las cosas, mientras que el científico
se pregunta por el cómo.
Toda teoría política está constituida sobre
una concepción específica del hombre, el mundo y sus problemas. Para avalar esta
afirmación obsérvese simplemente que para los griegos el hombre es ánthropos
que etimológicamente significa "el que investiga lo que ha visto", "el
que contempla". Mientras que para los romanos el hombre es homo, que
proviene de humus, que significa "el que está parado en la tierra",
"el terráqueo". Si continuamos esta aproximación etimológica nos podemos
explicar el porqué la filosofía en los griegos y el derecho en los romanos son sus
logros más genuinos y específicos.
Así hemos tenido durante el siglo XX teorías
políticas marxistas, liberales, fascistas, socialdemócratas, y en nuestro medio,
peronistas, radicales y conservadoras.
Esta disciplina se debe ocupar antes que nada
de problemas pre-políticos o metapolíticos como son los del origen de la instalación
del hombre en el mundo, que desarrollaremos en dos puntos: a) el nomos
de la tierra y b) sobre el poder.
Viene luego el objeto específico de la política
con sus tres finalidades: el bien común; la seguridad exterior y la concordia interior
y prosperidad.
Para terminar con el tratamiento de los temas
y problemas de lo público, que son los que preocupan a la comunidad en su conjunto,
tales como: Pueblo, Nación, Estado, partidos políticos, sistemas partidistas, regímenes
políticos y de gobierno, la comunidad internacional, las relaciones internacionales,
diplomacia y organismos internacionales.
El nomos de la tierra
Nuestra idea de norma deriva del término nómos
que proviene del verbo griego némein que significa tres cosas: 1)
recoger, tomar, recolectar o apropiar. 2) repartir, dividir, limitar o distribuir
y 3) aprovechar, explotar, utilizar o asentar.
Este concepto de nomos de la tierra es
instaurador y no derivado de un principio de orden anterior. El establece la relación
fundante del hombre con la naturaleza y los otros hombres. Nos está indicando la
prístina y primigenia relación del hombre con la tierra. Así el hombre como recolector y cazador observa como la tierra contiene en sí misma una
medida interna de la justicia: Da ante el esfuerzo de quien recoge y sabe cazar.
En un segundo momento el hombre como agricultor
labra la tierra y fija los límites entre lo fértil y lo agreste. La tierra otorga
una segunda medida de justicia: La cosecha para quien la trabaja.
Y en un tercer momento, el hombre deja su
peregrinaje y se asienta, se apacienta sobre la tierra repartida y limitada para
explotar y aprovechar regularmente sus frutos. Y es en este momento cuando nace
la política, que no es otra cosa que la acción que permite organizar lo político.
Todo nomos implica un poder.
Los rasgos típicos que según Platón - ya viejo
y en su último y breve diálogo Epínomis o Alrededor de las leyes - hacían
a los griegos superiores a los bárbaros son: 1) la educación o paidéia.
2) que tienen el auxilio del oráculo de Delfos y 3) su fidelidad a la observancia
de las leyes. Estos tres rasgos han hecho que los griegos hayan perfeccionado todo
lo que han recibido de los bárbaros. Estos tres elementos permitieron a los griegos
inventar y tener política.
Lo político y la política
Afirma muy acertadamente el renombrado pensador
griego contemporáneo Cornelius Castoriadis que: "los griegos no inventaron
lo político
en el sentido de la dimensión de poder explícito siempre presente en toda sociedad,
inventaron, o mejor dicho crearon la política como la ciencia que organiza dicho poder"(1)
. Esta distinción esencial nos pone sobre
aviso acerca de la confusión que aún perdura hoy entre lo político- dimensión del
poder explícito- y la política - institución conjunta de la sociedad -.
Nosotros queremos llamar la atención que aun
cuando "a partir de la década del 70 comenzó a imponerse en las principales
lenguas europeas un distinción que buena parte del siglo XX había ignorado
entre: lo político (Politisch, le politique, il politico, Political) y la política
(Politik, la politique, la politica, Politics)" (2), en nuestro medio universitario, académico
y político se ignora, a veces, por completo. Producto, fundamentalmente, de una
concepción funcionalista y sociologista de nuestros los cientistas políticos.
Así lo político es lo permanente, se dirige
a la esencia, pues la comprensión del problema corresponde al ser de la política. Como categoría peculiar del ser lo político pertenece a la esfera de la naturaleza humana.
Mientras que la política es lo perecedero, la actividad del hombre para organizar
lo político. Pertenece al domino del hacer. Lo propio y específico de la política
es lo político cuyo dominio está determinado por lo público, el cual se caracteriza
por la distinción entre amigo y enemigo, pero este enemigo no es el enemigo privado(inimicus)
sino el enemigo público(hostis) el que me hostiga o impugna (3).
Cuando en 1965 se llevó a cabo en la Sorbona
la defensa de una tesis sobre este tema el profesor Jean Hyppolite, traductor de
Hegel, y prestigioso catedrático impugnó la tesis diciendo: Yo había cometido
un error, pensé que nunca terminaría Ud. su tesis. Pero si Ud. tuviera razón y la
noción de enemigo es el punto central de lo político sólo me restaría cultivar
mi jardín. A lo que el postulante respondió: Ud. no cometió un error sino
dos. El primero Ud. lo ha reconocido y no insistiré en ello, el segundo, es creer
que es suficiente cultivar su jardín para eliminar el enemigo. J. Hyppolite
respondió: Si Ud. persiste no me queda más que suicidarme. Será entonces su
tercer error Profesor, respondió el postulante, pues si Ud. se suicida
su jardín quedará sin protección, su mujer y sus hijos también y su enemigo habrá
vencido".
Reiteramos que el enemigo no puede ser más
que enemigo público (hostis) porque todo lo que es relativo a la comunidad
se vuelve por este solo hecho asunto público. El conocido pasaje evangélico se refiere
al perdón de enemigo privado cuando afirma: diligite inimicos vestros =Amad
a vuestro enemigos (Mt. 5.44) y no diligite hostis vestros.
El pensamiento light, il pensiero debole,
el pensamiento políticamente correcto ha visto en esta distinción esencial una apelación
a la guerra más que a la convivencia y ha intentado diluir, incluso borrar, esta
distinción para reemplazarla por la de adversarios o amigos con una visión opuesta,
sin percatarse que el asunto no es una cuestión de nombres más o menos agradables
al oído, sino de esencias.
La idea de encontrar la paz entre los amigos
es absurda, ya que por naturaleza la amistad es un estado de paz. Y es en realidad
la noción de enemigo político (hostis) la necesaria para comprender acabadamente
la idea de paz. Así podemos afirmar que quien rehúsa la idea de enemigo es un enemigo
de la paz (incluso a pesar de él) pues hacer la paz, es hacerla con un enemigo.
Del poder: Legalidad y Legitimidad
A la distinción entre lo público y privado
y a la que existe entre amigo y enemigo debemos sumar ahora la tercera de las distinciones
políticas aquella entre el mando y la obediencia o dicho en términos politológicos
entre gobernantes y gobernados.
La naturaleza del poder exige dos condiciones indispensables: que no sea esporádico sino estable, permanente y continuo, rasgos
que en política lo define su mayor o menor institucionalización, y que sea colectivo,
lo cual obliga al poder político ha ser forzosamente público. Es legítimo todo aquello
que se encuentra fundado en el derecho, en la razón y en el valor. En el derecho,
la legitimidad se vincula a la legalidad, en orden a la razón y a lo verdadero y
en orden al valor a lo bueno.
La teoría política hoy, no puede ser como
antaño sólo una teoría del poder, sino una teoría de la autoridad legítima.
Se distinguen tres formas de legitimidad que
acompañan al ejercicio del dominio o gobierno: a) la tradicional, basada en la validez
por siempre de las tradiciones. b) la carismática, basada en la sumisión en el valor
ejemplar de una persona. c) la racional o legal, fundada en la creencia de la legalidad
de los reglamentos y el derecho. Las dos primeras son conocidas también como legitimidades
de ejercicio y la tercera como legitimidad de origen.
Ahora bien, estas legitimidades son simplemente
formales, pues sólo caracterizan ciertos rasgos de la legitimidad, pero los principios
reales o metapolíticos de la legitimidad son los fines a los cuales se consagran
los distintos regímenes políticos. Considerados desde la teoría política, disciplina
sobre la que estamos hablando, estos fines teóricos son tres: el bien común; la
seguridad exterior y la concordia interior y prosperidad.
El objeto específico de la
política
La política la podemos definir no como el
arte de lo posible según afirmó Leibniz y repitieron luego hasta el hartazgo, sino
más bien como el arte de hacer posible lo necesario, como la definió Maurras, entendiendo por necesario aquellas carencias que el hombre tiene para realizar
su esencia. Su objeto específico está constituido por el logro de los tres fines
mencionados: el bien común; la seguridad exterior y la concordia interior y prosperidad.
De modo general todo lo que obra, y específicamente
el hombre, lo hace en busca de un interés o un bien de ahí que el bien tenga razón
de causa final. Así el bien o fin final de la política es el logro del bien común.
Que puede ser entendido bajos sus múltiples acepciones: eudaimonía o felicidad
en Aristóteles, salus populi en Hobbes, interés común en Rousseau, bien
del Estado en Hegel, bien del país en Toqueville o bien público en Freund.
Ciertamente que ese bien común o bien del
pueblo consiste en la seguridad, entendida como la protección contra los enemigos
exteriores, en la paz interior y en el desarrollo de la riqueza y prosperidad de
sus habitantes. Vemos así cómo en un primer momento- el de la seguridad exterior-
el presupuesto del bien común está condicionado por la relación amigo -enemigo,
y en este sentido la tarea de la política consiste en superar esa enemistad y establecer
la paz.
El logro de la vida buena, el famoso eu
zen griego o la bona vita romana bajo el aspecto de política interior
se llama concordia = cum cordis, significa compartir el corazón, sentir
de la misma manera. Así como compañero viene de cum panis, que es compartir
el pan. La concordia supone la superación de la enemistad interna. Esa concordia
interior se funda en la participación en un proyecto común, dado por valores a realizar
que en política se entienden como metas o fines.
Vemos cómo la seguridad y la concordia constituyen
los dos aspectos de un mismo bien, el fin de la práxis política, entendido como
logro del bien común o bien del pueblo. Estos dos aspectos aseguran la paz. Pero como la felicidad supone un mínimo de prosperidad no puede haber paz interior sin prosperidad
(trabajo, salud, educación, justicia). Vemos entonces, cómo la política, un arte
todo de ejecución que intenta hacer posible lo necesario tiene la exigencia, además,
de ser eficaz.
Esta comunidad de miras e identidad de sentimientos
expresados a través de la concordia se concreta en las ideas de Patria y Pueblo,
Nación y Estado, con lo que pasamos el tercero y último de los puntos de esta propedéutica
a la teoría política.
Patria y Pueblo
La patria como pater = tierra de
los padres, nos indica no sólo el lugar de nacimiento, que no elegimos, sino además
el patrimonio y tradición común, cultural, étnico, lingüístico, religioso que nos
signa desde el momento que caemos a la existencia y que nos distingue del resto
de los mortales. A la patria está vinculado el país y éste está enraizado con el
paisaje, ese espacio geográfico e histórico que nos contiene. De ahí nace nuestro
carácter de paisanos.
Así los paisanos, los hijos del país, constituimos
un pueblo, esto es, una comunidad de hombres y mujeres unidos por una conciencia
común de pertenencia a un mundo de valores (culturales, religiosos, lingüísticos,
etc.) pero no necesariamente con una conciencia política común. Los pueblos no deciden
cómo quieren ser; simplemente son, existen. Cuando poseen una conciencia política
de lo que quieren ser allí pasamos a la idea de Nación o a ser el pueblo de tal
o cual Nación.
Nación y Estado
Brevemente podemos definir la Nación como
proyecto de vida histórico que se da un pueblo cuando se transforma en una comunidad
política. Es el pueblo cuando tiene un propósito político decidido.
La idea de proyecto (pro-iectum) significa,
como su nombre lo indica, algo tirado, yecto delante, pero al mismo tiempo un proyecto
político genuino exige un anclaje en el pasado, éxtasis temporal que el pensamiento
progresista rechaza de plano. Pues cuando él se vuelve sobre el pasado lo hace siempre
como víctima. La idea de antiguo lo espanta, porque la vanguardia es su método.
En la política hodierna, no sólo hay una incomprensión
histórica sino, por lo que acabamos de afirmar, existe una incomprensión funcional
de la idea de proyecto. Pues todo proyecto se piensa genuinamente a partir de una
tradición de pensamiento nacional, de lo contrario es un producto de la razón ilustrada
con lo cual se transforma en una nada de proyecto o en un proyecto inverosímil.
El fin de la política nacional como arquitectónica
de nuestra sociedad, tiene que partir de un fundamento metafísico que me dice que
la realidad (el ente) es lo que es más, lo que puede ser. Es sobre ese poder ser
donde debe actuar la política, si es tal y no sólo apariencia. Y si actúa sobre
lo que puede llegar a ser, debe actuar con pro-yectos y así la política será el
principal agente del cambio de la realidad económica, social y cultural. De lo contrario
seguirá convalidando y consolidando el statu quo vigente.
En cuanto al Estado definido como la nación
jurídicamente organizada, no tiene un ser en sí (Stato fine como pensó
el fascismo) sino que existe en y a través de sus aparatos. No es tampoco la máquina
para mantener la dominación de una clase sobre otra (como pensó el marxismo-leninismo),
sino que es el instrumento que sirve como gestor al gobierno para el logro del bien
común, entendido como felicidad del pueblo y grandeza de la nación
·- ·-· -······-·
Alberto Buela
(1) Castoriadis,
C: Le monde morcelé, París, Seuil, 1990, p.125.- Retoma este autor la distinción
entre la política y lo político formulada por el eminente politólogo y jurista Carl
Schmitt y desarrollada luego, próximo a nuestros días, en la escuela del realismo
político por autores como Julien Freund, Gianfranco Miglio o Michel Maffesoli..
(2) Molina Jerónimo: Julien Freund: lo político y la política, Madrid, Sequitur, 2000, p.34
(3) Fue Carl Schmitt
quien en un trabajo de 1932, El concepto de lo político, realizó la primera
caracterización de esta distinción política fundamental. Así sostiene inmediatamente
ab initio: "La distinción propiamente política es la distinción entre amigo
y enemigo. Ella da a los actos y a los motivos humanos sentido político. Este criterio
no se deriva de ningún otro, representa en lo político, lo mismo que la oposición
relativamente autónoma del bien y el mal en la moral, lo bello y lo feo en estética,
lo útil y lo dañoso en economía"
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