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Demonios, “intronautas” y enanos tras las huellas de la verdad
por
Pedro Edmundo Gómez, osb.
La formula bernardiana define una posición que fusiona en un solo gesto “la fidelidad a la tradición y la apertura al progreso” (Cfr. Sacrosanctum Concilium 23) declarando que la conditio sine qua non para que “veamos mejor y más lejos”, no es sólo la confianza en nuestras propias fuerzas, sino, que otros nos eleven en el aire y nos levanten sobre su gigantesca altura.
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El demonio con el “Punto de
Vista Histórico” borra las huellas de la verdad
“Quia studium
philosophiae
non est ad hoc
sciatur quid homines senserint
sed qualiter se habeat veritas
rerum”
Tomás de Aquino [1]
El entonces cardenal Joseph
Ratzinger en una conferencia titulada “Fe, verdad y cultura. Reflexiones a
propósito de la encíclica «Fides et Ratio»” [2]
afirmaba: “Hasta qué punto no es moderno preguntar por la verdad, lo ha
representado magníficamente el escritor y filósofo C. S. Lewis en un libro de
éxito aparecido en los años cuarenta, Cartas del diablo a su sobrino” [3] .
Esta obra del pensador irlandés esta
compuesta por las cartas que el repulsivo Escrutopo, “demonio tentador con rango de secretario” en la
“bajojerarquía”, dirige a su “querido” sobrino
Orugario, un principiante en el arte de seducir y confundir al hombre. Este
había expresado ante sus superiores la preocupación de que los hombres
inteligentes [4] ,
como era el caso del joven “paciente” que le habían encomendado, leyeran los
libros de los sabios antiguos y pudieran de este modo descubrir y seguir las
huellas de la verdad.
En la conclusión de la carta XXVII su tío lo tranquiliza
diciéndole:
“Sólo los eruditos leen
libros antiguos, y nos hemos ocupado ya de los eruditos para que sean, de todos
los hombres, los que tienen menos posibilidades de adquirir sabiduría
leyéndolos. Hemos conseguido esto inculcándoles el Punto de Vista Histórico” [5] .
Y pasa luego a
describir esta sutil y, por eso, muy difundida estrategia para evitar
paradójicamente la adquisición de la verdad en nombre de la ciencia.
“El Punto de Vista
Histórico significa, en pocas palabras, que cuando a un erudito se le presenta
una afirmación de un autor antiguo, la única cuestión que nunca se plantea es
si es verdad. Se pregunta quién influyó en el antiguo escritor, hasta qué punto
su afirmación es consistente con lo que dijo en otros libros, y qué etapa de la
evolución del autor, o de la historia general del pensamiento, ilustra, y cómo
afectó a escritores posteriores, y con qué frecuencia ha sido mal interpretado
(en especial por los propios colegas del erudito) y cuál ha sido la marcha general
de la crítica durante los últimos diez años, y cuál es el «estado actual de la
cuestión»…” [6] .
La ciencia es un
conocimiento válido en su orden, la explicación y comprensión, siempre
hipotética y conjetural, de la multiplicidad de los fenómenos, pero que no
implica ningún conocimiento verdadero de la realidad. Por eso hacer de la
ciencia el único conocimiento posible es una forma “inteligente” de ir borrando
las huellas de la verdad.
El cardenal alemán
recuerda que el filósofo Josef Pieper, que
también reproduce este pasaje de Lewis en su tratado sobre la interpretación,
señalaba que las ediciones de los pensadores clásicos, por ejemplo Platón o
Dante, realizadas en los países comunistas anteponían siempre una introducción
que buscaba “proporcionar al lector una comprensión histórica y así excluir la
cuestión de la verdad” [7] .
Lo mismo ocurre en otras corrientes de pensamiento contemporáneo:
“Lo que en Lewis aparece en forma
de ironía, lo podemos encontrar hoy presentado científicamente en la crítica
literaria. En ella se descarta abiertamente la cuestión de la verdad como no
científica. El exégeta alemán Mario Reiser ha llamado la atención sobre un
pasaje de Umberto Eco en su novela de éxito «El nombre de la rosa», donde dice:
«La única verdad consiste en aprender a liberarse de la pasión enfermiza por la
verdad»” [8] .
Con el “Punto de Vista
Histórico” se ha logrado negar toda posibilidad de que un escritor antiguo sea
considerado por su lector contemporáneo “como una posible fuente de
conocimiento” verdadero, tanto es así que “…presumir que lo que dijo podría tal
vez modificar los pensamientos o el comportamiento… sería rechazado como algo
indeciblemente ingenuo” [9] .
Y hoy somos todos adultos y críticos. Respecto a este punto el Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la fe subrayaba con preocupación:
“Una cientificidad ejercida de
este modo inmuniza frente a la verdad. La cuestión de si lo dicho por el autor
es o no, y en qué medida, verdadero, sería una cuestión no científica; nos
sacaría del campo de lo demostrable y verificable, nos haría recaer en la
ingenuidad del mundo precrítico. De este modo, se neutraliza también la lectura
de la Biblia: podemos explicar cuándo y bajo qué circunstancias ha surgido un
texto, y, de este modo, lo tenemos clasificado dentro de lo histórico («Historisch»),
que a la postre no nos afecta” [10] .
Detrás de este modelo, que no es
el único posible, se oculta algo más.
“En el trasfondo –afirma
Ratzinger- de este modo de interpretación histórica hay una filosofía, una
actitud apriórica ante la realidad que nos dice: no tiene sentido preguntar
sobre lo que es; sólo podemos preguntar sobre lo que podemos hacer con las
cosas. La cuestión no es la verdad, sino la praxis, el dominio de las cosas
para nuestro provecho” [11] .
Queda claro que el “Punto de Vista
Histórico” responde al primado de la praxis sobre la theoría. Lo afirmaba
Romano Guardini al decir: “La voluntad de acción lo absorbe y domina todo. El ethos
adquiere la primacía absoluta e indiscutida sobre el logos; la vida actuante y
febril, sobre la vida contemplativa y mística” [12] .
Sin ocio contemplativo no hay posibilidad de reconocer los vestigios de la
verdad.
Cuando se “ha establecido como
principio la acción sobre la contemplación; el principio de la revolución sobre
el de la autoridad; el principio de la violencia sobre el amor; el principio
del yo sobre el orden; el principio de la autenticidad sobre la verdad” [13] , entonces domina la voluntad sobre
la inteligencia, la ciencia sobre la filosofía, la técnica sobre la moral, el
pensamiento sobre el ser y el lenguaje sobre el pensamiento. En palabras de
Ratzinger: “El fundamento para esta renuncia inequívoca a la verdad estriba en
lo que hoy se denomina el «giro lingüístico»: no se puede remontar más allá del
lenguaje y sus representaciones, la razón está condicionada por el lenguaje y
ligada al lenguaje” [14] .
Y como el quehacer teológico asume esta filosofía no debe asombrarnos que:
“El relevante exégeta protestante
U. Luz afirme -totalmente en consonancia con lo que hemos oído de Escrutopo al
principio- que la crítica histórica ha abdicado en la Edad Moderna de la
cuestión de la verdad. Él se cree obligado a aceptar y reconocer como correcta
esta capitulación: que ahora ya no hay una verdad a buscar más allá del texto,
sino posiciones sobre la verdad que concurren entre ellas, ofertas de verdad
que hay que defender ahora con discurso público en el mercado de las visiones
del mundo” [15] .
Pero como el astuto Escrutopo sabe que “el hombre no está
aprisionado en el cuarto de espejos de las interpretaciones; (y) puede… buscar
el acceso a lo real, que está tras las palabras y se le muestra en las palabras
y a través de ellas” [16]
propone una dosis de refuerzo al
“Punto de Vista Histórico”:
“… puesto que no
podemos engañar continuamente a toda la raza humana, resulta de la máxima
importancia aislar así a cada generación de las demás; porque cuando el
conocimiento circula libremente entre unas épocas y otras, existe siempre el
peligro de que los errores característicos de una puedan ser corregidos por las
verdades características de otra. Pero gracias a Nuestro Padre [«padre de las
profundidades»] y al Punto de Vista Histórico, los grandes sabios están ahora
tan poco nutridos por el pasado como el más ignorante mecánico que mantiene que
«la historia es un absurdo»…” [17] .
¿Cómo escapar a estos
engaños metodológicos que ocultan las huellas de la verdad? El cardenal, cuyo
lema episcopal como arzobispo de Munich-Frisinga era “colaborador de la
verdad”, ya que “se trata siempre de lo mismo: seguir la verdad y ponerse a su
servicio” [18] ,
nos invita:
“Naturalmente es difícil volver a
dar carta de ciudadanía a la cuestión de la verdad en el debate público, debido
al canon metodológico que se ha impuesto hoy como sello acreditativo de la
cientificidad. Por eso, es necesario un debate fundamental sobre la esencia de
la ciencia, sobre la verdad y el método, sobre el cometido de la filosofía y
sus posibles caminos” [19] .
El “intronauta” a
“retropropulsión” sigue las huellas de la verdad
“No se puede crear una «cultura
nueva» por destrucción de la antigua, como no se puede producir
flores sin ramas ni raíces.
Hay que regar las raíces y la
flor viene sola, por obra de Dios, el sol y el
viento…”
P. Leonardo Castellani [20]
El escritor y filósofo
argentino Leopoldo Marechal propone, como uno de los posibles caminos, “un
movimiento de reacción a «retropropulsión»…a operarse, no en el espacio físico,
sino en el tiempo histórico, (que) nos llevaría de nuevo al equilibrio y por
consiguiente al orden” [21] .
Igualmente afirma Henri de Lubac: “Para escapar de las antiguallas que se hacen
pasar por la tradición, es necesario remontarse al más lejano pasado, que se
revelará como el más próximo presente” [22] .
Se trata de un movimiento
“…retrógrado, no en el sentido habitual e insultante de la palabra, sino en la
significación «mejorativa»…” [23] ,
según la canta en su Biografía del Poeta: “El surubí le dijo al camalote: «No
me dejo llevar por la inercia del agua, yo remonto el furor de la corriente, para
encontrar la infancia de mi río»…” [24] ,
buscando las huellas de las verdad “…es decir, de un centro primordial, de una
fuente de agua viva, de un lugar de alegría: la palabra primera” [25] , el ser, unidad,
verdad, bondad y belleza. Es lo mismo que confiesa en Claves de «Adán
Buenosaires»:
“Naturalmente, como la
inmovilidad es imposible a toda criatura forzada por la «condición temporal» y
sometida, por ende al movimiento, sólo me quedaban dos recursos: o morir
(abandonar la corriente del siglo en un gesto suicida), o nadar contra la
corriente, vale decir, iniciar un «retroceso» en relación con la marcha del
río. Para lograrlo es indispensable oponer una fuerza de «reacción» a la fuerza
descendente que nos arrastra, tal como lo están haciendo, en el campo de la
física, los productores de cohetes y de aviones a retropropulsión [26] .
Y por si a alguien le
quedaba alguna duda en El Banquete de Severo
Arcángelo cuenta:
“¿Qué hace un astronauta cuando necesita
despegar de nuestro globo para llegar a la luna? Vencer primero la fuerza de
gravitación terrestre con otra fuerza de sentido contrario, vale decir a
retropropulsión. En ese momento el astronauta es un «retrógrado», con relación
al mundo que abandona. Libre ya en el espacio cósmico, el astronauta se dirige
a la órbita de la luna y se hace atraer por su fuerza de gravitación. En aquel
momento el astronauta es un «vanguardista»…yo soy el Retrógrado y el
Vanguardista... lo que soy de verdad es un
Retrógrado en el «tiempo» y un Vanguardista en el «no-tiempo»… ¡retroceder en
la temporalidad humana!... Sí, un
viaje de «intronáutica». ¡Volver sobre los pasos del hombre y recobrar todo lo
perdido en su fuga o descenso! ¡Recobrar los horizontes dejados atrás, los
éxtasis abolidos, los templos ocultos en la maraña invasora y los alegres
jardines clausurados!” [27] .
Para este “intronauta”,
cristiano y platónico, “hay analogía entre las leyes del mundo físico, del
mundo psíquico y del mundo espiritual”, por lo que concluye: “En tal manejo de
fuerzas estoy ahora: soy un retrógrado, pero no un «oscurantista», ya que voy,
precisamente, de la oscuridad hacia la luz” [28] .
Ya lo decía a su modo un medieval del siglo XII:
“No se pasa de las tinieblas de la
ignorancia a la luz de la ciencia si no se releen con amor cada vez más vivo
las obras de los antiguos. ¡Que ladren los perros y que gruñan los cerdos! No
por eso dejaré de dedicar todos mis cuidados a los antiguos y cada día el
amanecer me encontrará estudiándolos” [29] .
“Enanos montados
sobre las espaladas de los gigantes” para ver las huellas de la verdad
Leyendo el
Metalogicon del obispo Juan de Salisbury, obra aparecida en 1159, encontramos
una frase atribuida a su maestro Bernardo Silvestre o de Chartres:
“Somos
como enanos montados sobre las espaldas de gigantes; nosotros vemos mejor y más
lejos que ellos, no porque nuestra vista sea más aguda o nuestra talla más
alta, sino porque ellos nos elevan en el aire y nos levantan sobre su
gigantesca altura” [30] .
Si
siguiéramos “el Punto de Vista Histórico”, como lo sugieren el “padre de la
mentira” (cfr. Jn 8, 44) y sus secuaces, nos preocuparíamos y desvelaríamos por
discernir: la autoría de la frase [31] ;
posible dependencia del poeta latino Lucano [32] ;
adaptación al platonismo “chartriano”; coherencia con el llamado renacimiento o
humanismo del siglo XII; conciliación con la corriente de los “moderni” o con la
de los “antiqui”; identidad de los gigantes: ¿son los filósofos y escritores
paganos o los Padres de la Iglesia?; relaciones con las formulaciones de sus
contemporáneos Alejandro Neckham [33]
y Pedro de Blois [34] ;
recepción en san Buenaventura, Isaac Newton y hasta en Stephen Hawking, etc…; y
no descubriríamos las huellas de una de esas “verdades características” de otra
época, que pueden ayudarnos a corregir “algunos errores característicos” de la nuestra.
Porque como dice Escrutopo en su primera carta a Orugario:
… en aquella época, los hombres todavía sabían
bastante bien cuándo estaba probada una cosa y cuándo no lo estaba; y una vez
demostrada, la creían de verdad; todavía unían el pensamiento a la acción, y
estaban dispuestos a cambiar su modo de vida como consecuencia de una cadena de
razonamientos. Pero ahora… hemos cambiado mucho todo eso. Tu hombre… ahora no
piensa, ante todo, si las doctrinas son «ciertas» («verdaderas») o «falsas»,
sino «académicas» o «prácticas», «superadas» o «actuales»…” [35] .
Pocos años después de escrita la
celebre frase alguien la tradujo artísticamente. En las vidrieras que se
encuentran en el lado sur de la Catedral de Chartres encontramos en el centro
del rosetón a la figura de Cristo, rodeándolo circularmente aparecen figuras
del Apocalipsis, debajo la Reina del Cielo, que sostiene al Niño Jesús que
imparte su bendición, y a los costados cuatro enanos montados sobre las
espaldas de gigantes, con la mirada atisbando hacia delante.
Literalmente los enanos son los
evangelistas que descansan en los hombros de los profetas: Mateo sobre Isaías,
Juan sobre Ezequiel, Marcos sobre Daniel, Lucas sobre Jeremías; los gigantes
son los profetas elevando sobre sus espaldas a los evangelistas, que ven lo que
ellos deseaban ver y no pudieron (cfr. Lc 10, 23-24) [36] . Alegóricamente son el símbolo de
cómo se puede ser “…un Retrógrado en el «tiempo» y un Vanguardista en el
«no-tiempo»…”, de cómo hacer un viaje de “intronáutica”, realizando un “movimiento
de reacción a retropropulsión”, es decir, “retrocediendo en la temporalidad
humana” y siendo ayudados por los experimentados en la búsqueda de las huellas
de la verdad.
La
formula bernardiana define una posición que fusiona en un solo gesto “la fidelidad
a la tradición y la apertura al progreso” (Cfr. Sacrosanctum Concilium 23)
declarando que la conditio sine qua non para que “veamos mejor y más lejos”, no
es sólo la confianza en nuestras propias fuerzas, sino, que otros nos eleven en
el aire y nos levanten sobre su gigantesca altura.
Ahora
bien, si nos cerramos a la idea de ver mejor y más lejos que los antiguos, y
los consideramos como modelos acabados e insuperables, seremos “retrógrados”,
“reaccionarios”, “conservadores”, “tradicionalistas” y “cerrados”, en la
significación prejuiciosa de estas palabras que poco y nada tiene que ver con
la verdad, porque ya no iríamos tras las pisadas de la verdad. Es como si
dijéramos con Nicola de Marimondo, el maestro vidriero de “El Nombre de la
Rosa”: “Es inútil, ya no tenemos la sabiduría de los antiguos, ¡se acabó la
época de los gigantes…¡Dime en qué los superamos!” [37] .
Pero, si
nos negamos a subir sobre sus espaldas tampoco podremos ser verdaderos
“vanguardistas”, “progresistas, “liberales”, “de avanzada” y “abiertos”, porque
diríamos con un humanista moderno: “ni somos enanos, ni fueron ellos gigantes,
sino que todos tenemos la misma estatura” [38] ,
dándole ahora la razón a Guillermo de Baskerville: “muchas veces los sabios de
estos nuevos tiempos sólo son enanos subidos sobre los hombros de otros enanos” [39] . En el fondo verificamos lo que
denunciaba Etienne Gilson:
“Hemos
perdido esa noble modestia. Muchos contemporáneos nuestros quieren permanecer
en el suelo; poniendo su gloria en no ver nada más, a menos que sea por ellos
mismos, se consuelan de su estatura convenciéndose que son viejos. Triste vejez
aquella que pierde la memoria” [40] .
Sigamos buscando
y caminando tras las huellas de la verdad, avancemos retrocediendo, ayudados
por los gigantes antiguos y siempre confiando en que el Espíritu de la Verdad nos
guiará hasta la verdad completa (cfr. Jn 16, 13).
·- ·-· -······-·
Pedro Edmundo Gómez, osb.
[1]
In Aristotelem lib. de caelo et mundo. L. I, lect. 22.
[2]
16 de febrero de 2000, Palacio de Congresos y Exposiciones de Madrid, Primer
Congreso Teológico Internacional organizado por la Facultad de Teología “San
Dámaso”.
[3]
Joseph Ratzinger, “Fe, verdad y cultura”, e-aquinas 2 (2004), p. 3.
[4]
Cfr. Cleve Staples Lewis, Cartas del diablo a su sobrino,
Santiago de Chile, Andrés Bello, 1999, p. 25.
[7]
Joseph Ratzinger, “Fe, verdad y cultura”, op. cit., p. 3
[9]
Cleve Staples Lewis, Cartas del diablo a su sobrino, op.
cit., p. 131.
[10] Joseph Ratzinger, op. cit., p. 4.
[12]
Romano Guardini, El espíritu de la liturgia, Barcelona, CPL, 1999, p. 94
(Cuadernos Phase 100).
[13]
José Ramón Pérez, Amor y verdad I, Córdoba, UCC, 1970, p. 10.
[14] Joseph Ratzinger, op. cit., p. 4.
[16]
Idem, p. 5. Cfr. Blanca del Valle Avellaneda. Meditación
cristiano-metafísica, Córdoba, Del Copista, 2006, pp. 70-76.
[17]
Cleve Staples Lewis, Cartas del diablo a su sobrino,
op. cit., p. 131.
[18]
Joseph Ratzinger, Mi vida. Recuerdos (1927-1977), Encuentro, Madrid,
1997, p. 130.
[19]
Joseph Ratzinger, “Fe, verdad y cultura”, op. cit., p. 6.
[20]
Citado por Franco Recoveri, Fe y Cultura, Una aproximación histórica al
problema, La Plata, UCALP, 2004, p. 7.
[21]
Leopoldo Marechal, Cuaderno de Navegación, Autopsia de Creso,
Sudamericana, Bs. As., 1975, p. 90.
[22]
Henri de Lubac, Paradojas seguido de Nuevas paradojas, Madrid, PPC,
1997, p. 8.
[23]
Leopoldo Marechal, Cuaderno de Navegación, Claves de «Adán Buenosaires»,
op.cit., p. 140.
[24] Leopoldo Marechal, Heptamerón, La poética, Bs. As., Sudamericana, 1974, p. 135.
[25]
Jorge Torres Roggero, “Los valores simbólicos de la obra de Leopoldo Marechal”,
en Leopoldo Marechal entre símbolo y sentido, Córdoba, Del Copista,
2004, p. 40.
[26]
Leopoldo Marechal, Claves de «Adán Buenosaires», op. cit., p.
141.
[27]
Leopoldo Marechal, El Banquete de Severo Arcángelo, Bs. As.,
Sudamericana, 1985, pp. 259 y s.
[28]
Leopoldo Marechal, Cuaderno de Navegación, Claves de «Adán Buenosaires»,
op. cit., p. 141.
[29]
Pedro de Blois, citado por Alejandro Rodríguez de la Peña, “Los orígenes de la
Universidad: las piedras y las almas de las universidades medievales”, Arbil
85 (www.arbil.org.).
[30] Juan de Salisbury, Metalogicon, III,
4; cfr. Edouard Jeauneau, Nani sulle Spalle di Giganti, Napoli, Guida,
1969.
[31] Cfr. Robert K. Merton, On the shoulders of giants, 1993.
[32]
En el siglo I había escrito en su Bellum Civile que “los pigmeos que
pueden erguirse sobre la espalda de los gigantes, alcanzan a ver más lejos que
ellos”.
[33]
De naturis rerum, c. 78; ed. Wright, Rer. Brit. Scrip., 34, 1863, p. 123.
[34]
Epist., 92, PL 207,290.
[35]
Cleve Staples Lewis, Cartas del diablo a su sobrino,
op. cit., p. 25.
[36]
“Estos precedieron, prepararon y llevaron a aquellos. Pero
entre uno y otro grupo hay algo más que anterioridad cronológica, más que una
complementariedad doctrinal. Hay una cesura entre los dos Testamentos. Con la
Encarnación, la humanidad ha accedido a un nivel de vida superior. Lo que se ha
desvelado a los ojos de los discípulos de Cristo era inaccesible a la larga
sucesión de sus predecesores. Sin embargo, todos son solidarios, dentro de una
misma historia salvífica en la que cada uno desempeña un papel irremplazable”
(Gérard de Champeaux y Dom Sébastien Sterckx, Introducción a los símbolos,
Madrid, Encuentro, 1992, p. 418).
[37]
Umberto Eco, El nombre de la rosa, Bs. As., Lumen-De la flor, 1992, p.
109.
[38] Juan Luis Vives, Opera Omnia, ed. G. Mayans,
Valencia, Benedicto Monfort, 1782-1790, vol. VI, p. 39.
[39]
Umberto Eco, op. cit., p. 113.
[40]
Etienne Gilson, El espíritu de la Filosofía Medieval, Madrid,
Rialp, 1981, p. 386.
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