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Mártires propagandistas en la guerra civil española
por
Cristina Barreiro Gordillo
La Asociación Católica Nacional de Propagandistas, agrupación de católicos con fines de apostolado en el campo seglar, perdió durante la Guerra Civil española un propagandista por cada seis. Algunos de sus centros fueron exterminados y en otros como el de
Madrid donde los propagandistas pasaban del centenar, fueron asesinados uno por cada cuatro de sus integrantes. En una estimación general, más de 80 propagandistas murieron víctimas de la represión entre el 18 de julio de 1936 y el 1º de abril de 1939. El país quedó dividido en dos mitades irreconciliables: los centros de la A.C. de P. ubicados en las zonas que permanecieron fieles a la República fueron saqueados, los propagandistas sufrieron persecución y condena, otros tuvieron que esconderse y no pocos encontraron dificultades hasta llegar a la
“zona nacional”. Muchos propagandistas se sumaron con entusiasmo al alzamiento mientras que otro elevado número, se enroló en el Ejército en servicios “patrióticos”, ciudadanos o de vanguardia y retaguardia. Algunos centros quedaron desiertos porque sus componentes partieron hacia el frente.
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Los
preparativos: ¿La participación de los propagandistas?
En
términos generales podemos afirmar que el movimiento católico español estaba
ajeno a los preparativos aunque es cierto que existen casos concretos de
participación. Pero la mayoría de los miembros de la A.C. de P. mostraron una actitud poco propicia y la Asociación -por su apoliticismo formal- no tuvo nada que ver con el alzamiento. Cuando en mayo de 1936 Ángel Herrera partía
hacia Friburgo, desconocía el entramado articulado por Mola. El primer
presidente de la A.C. de P. se mostró partidario del entendimiento y de la
lucha dentro de la legalidad.
No obstante, también hay que decir que una vez producido el alzamiento aconsejó
el apoyo a las autoridades del embrionario “estado nacional”: se trata de la
aplicación de la política de acatamiento activo de las formas de gobierno
recomendada por Leon XIII. Por lo tanto podemos afirmar que Herrera pasó de la
crítica al levantamiento, por serlo contra un régimen legalmente establecido, a
la obediencia a las nuevas autoridades como aplicación, de la teoría del
acatamiento al poder constituido. Por su parte parece que Fernando
Martín-Sánchez, Presidente de la Asociación cuando comienza la guerra y que se encontraba en Santander en julio de 1936 -ciudad a la que había acudido para
participar en los Cursos de Periodismo de la Universidad Menéndez y Pelayo- ignoraba el complot militar.
La
posición adoptada por Gil Robles resulta más compleja. El líder de la C.E.D.A. entregó 50.000 pesetas -una parte del remanente del fondo electoral de su partido- a
Carlos de Salamanca para auxiliar a Mola en caso de que este se viese obligado
a huir al extranjero. Cuando se produjo el alzamiento, Gil Robles estaba en
Biarritz. El día 17 se había desplazado a San Sebastián, donde supo que los
militares se habían levantado en África.
Francisco Herrera -hermano del inspirador de El Debate y miembro del
Consejo de Administración de la Editorial Católica- se encontraba informado y conforme con el complot. El líder de la Derecha Regional Valenciana, el propagandista Luis Luciá, sí tuvo conocimiento de lo que
estaban tramando los militares aunque no aprobó su comportamiento: cuando el
Gobierno todavía estaba intentando salvar la situación, Luciá mandó un
telegrama a Madrid en el que manifestaba su aceptación a la autoridad
republicana.
Otros propagandistas como el exministro de la República, Manuel Giménez Fernández no apoyaron el levantamiento de julio de 1936.
Primeras
horas. Represión y persecución
Cuando
comienza la Guerra había en España 25 Círculos de Propagandistas. Los que se
encontraban en zona en la que triunfó el movimiento militar no sufrieron
destrozos físicos ni se vieron obligados a interrumpir sus actividades aunque
en los primeros días de guerra, suspendieron los Círculos de estudios; la gran
mayoría limitó sus funciones a la celebración de la Misa de Comunión de los primeros viernes aunque se vio reducida la concurrencia debido al
alistamiento de sus miembros en las filas nacionales. Es lo que le ocurrió al
Centro de Jerez y Córdoba que se quedaron vacíos y no pudieron reanudar sus
actividades hasta el fin de la contienda. Por el contrario, los Círculos de los
propagandistas situados en localidades en las que fracasó el movimiento militar
sufrieron saqueos y desbaratamientos. Es el caso del centro de Madrid, ubicado
en la calle de Alfonso XI 4, que fue ocupado por elementos del Frente Popular.
Porque a las pocas horas del pronunciamiento comenzó en la zona controlada por
el gobierno republicano una especie de “revolución social” contra el sentimiento
católico español que se materializó en actuaciones contra la Iglesia y todo lo que representaba: las publicaciones madrileñas no populistas son incautadas
y las personalidades dirigentes del movimiento católico perseguidas y -en muchas
ocasiones- detenidas y encarceladas. En este ambiente de hostigamiento, ¿qué
fue de los propagandistas vinculados al centro de Madrid, al Consejo General de
la A.C. de P. y a los periódicos de La Editorial Católica? Los únicos Consejeros libres (que habían quedado en zona nacional) desde
el primer momento fueron Ricardo Fernández Cuevas y Nicolás Albertos Gonzalo.
El director de El Debate, Francisco de Luis, el Presidente del su
Consejo de Administración, José Larraz y el vicepresidente de la Junta de Gobierno, Alberto Martín Artajo, estaban en Madrid y sólo con el tiempo lograron
pasar a la zona controlada por Franco.
La Oficina de Madrid, fue completamente destrozada y el Tesorero General
-Jesús de la Fuente Martínez- resultó detenido. Otros propagandistas son
encarcelados y puestos a disposición de las milicias populares o de la Dirección de Seguridad.
Ramón Valdés y Martínez de Pinillos -quien en sus años como universitario había
sido Secretario General de la Confederación de Estudiantes Católicos- cae asesinados. No pocos propagandistas fueron trasladados a la cárcel Modelo: Francisco
Rodríguez Limón, José Montero García, Agustín Minguijón -que el 18 de julio
estaba en Madrid por razones de estudio- y el ex-ministro de la República, Federico Salmón Amorín. Otros miembros del Círculo de Madrid van a morir en las
“sacas” que se produjeron en la capital durante el mes de noviembre: Joaquín de
la Sotilla y Adsuar, Fernando Benito, José Palma Campos, Manuel de Llanos y
Pastor, Felix María de Llanos y Pastor... En Paracuellos de Jarama perdió la
vida el propagandista Rafael Vinader Soler, miembro fundador de la Asociación en Murcia que por motivos profesionales se había trasladado a Madrid y cuyo
“delito” fue refugiar en su casa a Federico Salmón. También en Paracuellos, en
la madrugada del 6 al 7 de noviembre, es asesinado el propagandista del centro
de Madrid, abogado y directivo del Consejo Central de la Juventud de Acción Católica, José Montero García. Otros propagandistas que se encontraban en
la capital al estallar la guerra consiguieron refugiarse en embajadas
internacionales: Francisco de Luis, Director de El Debate se refugió en
la embajada de Argentina; el taquígrafo del mismo periódico, José Luis García
Rubio va a permanecer en la legación de Turquía hasta su evacuación; Ernesto
Laorden se refugió en una embajada hispano-americana y el arquitecto, Julián
Laguna Serrano consiguió salir de Madrid por medio de la embajada francesa y
pasar a zona nacional.
En el
resto de los centros de los propagandistas situados en zona republicana, el
proceso fue similar: se procedió a la incautación de locales y a la persecución
de sus miembros. Resultó especialmente violenta la represión contra los
propagandistas en Valencia -fusilamiento de José Manuel de Castells- así como
la cometida en los centros de Levante y del Sur. En los primeros días de guerra
muere asesinado en Barcelona, el propagandista Antonio María de Febrer y Jover,
el consiliario de la Correspondencia de Fuente del Mestre (Badajoz), Manuel
Casimiro Morgado, el ex-subsecretario de Comunicaciones y Obras Públicas
durante el bienio radical-cedista Francisco Javier Bosch Marín... En septiembre
se encuentra en la carretera de Torrelodones el cadáver del Jefe de
Secretariado de la Confederación Nacional Católico Agraria (C.N.C.A.), Felipe Manzano y en la de Alpedrete, el del Vocal de la Junta Central de Acción Católica, José María de la Torre de Rodas y era fusilado el veterano
propagandista de Oviedo, Gonzalo Meras y así con muchos otros.
Los
propagandistas que decidieron huir de la zona republicana hacia territorios
dominados por Franco fueron numerosos. Pese a ello, pasados los primeros meses
de guerra, más de la mitad del censo de la asociación estaba en zona
republicana. Se conocen los casos de personalidades destacadas de la Asociación que tuvieron dificultades hasta conseguir llegar a la zona nacional: Alberto Martín Artajo estuvo recluido en su casa durante algunos días hasta que cuando se vio
cesado por el gobierno del Frente Popular de su puesto como abogado en el
Consejo de Estado, decidió refugiarse en la embajada de México desde la que
después de siete meses, huye a la zona controlada por Franco. Joaquín Ruiz Jiménez, Secretario General de la Confederación de Estudiantes Católicos de España y una de las promesas mas brillantes de los sectores juveniles católicos,
permaneció preso en cárceles de Madrid -entre ellas la Modelo- hasta junio de 1937 y aunque estuvo a punto de ser ejecutado en mas de una ocasión,
consiguió llegar a la legación de Panamá “merced a la humanidad del ministro de
la gobernación, Ángel Galarza” y a la zona nacional para enrolarse en el
ejército de Franco.
Francisco de Luis, Director de El Debate y Consejero de la A.C.de P., se escondió en casa de unos parientes hasta que en septiembre de 1936 consigue
asilo en la embajada Argentina. Tras un “azaroso” viaje, en palabras de su hijo
y biógrafo, embarcó en Alicante en el torpedero argentino “Tucumán” dirección
Marsella. De allí pasó a Guerthary en el país vasco-francés, hasta que en
febrero entra en la zona nacional por Irún. Se instaló temporalmente en San
Sebastián. El propio Presidente de la A.C. de P, vivió momentos difíciles hasta
salir del territorio republicano. Martín-Sánchez estaba en Santander cuando
comenzó la guerra. Parece que a los pocos días recibió aviso de un banco para
abrir una caja que tenía alquilada y contenía documentos “comprometidos” para
los propagandistas, entre ellos la relación y señas de todos los miembros de la A.C. de P. Decidió huir a Bilbao. Para ello era preciso un coche y permiso de circulación que
en tiempos de guerra, sólo era concedido por las autoridades del Frente
Popular. Los papeles se hicieron a nombre de Fernando Martín -se ocultó Sánchez Juliá- “paralítico” (efectivamente padecía una enfermedad
degenerativa que limitaba su movilidad) que necesitaba desplazarse a Bilbao
para consultar con un especialista y se dio el nombre de un médico de ideología
izquierdista. El Presidente consiguió llegar a Bilbao y se refugió en el
domicilio de Rafael Vilallonga Medina, propagandista y secretario del Centro de
Bilbao desde 1933. Desde aquí -y gracias a la ayuda del nacionalista vasco José
María Leizaola y parece que también del entonces propagandista José Antonio
Aguirre-
pasa a Francia rumbo al San Sebastián “nacional”. Llegaba el 30 de diciembre de
1936. Alfredo López -director de los Cursos de Verano de Acción Católica
celebrados en el Colegio Cántabro de Santander y en los que estaban
participando los propagandistas Pedro Laín Entralgo y Juan José Barcia Goyanes- entró en zona nacional a mediados de agosto. Aunque la mayor parte de
los participantes en los cursos lograron pasar a Bilbao, cuatro alumnos fueron
asesinados en Santander. Los barcos de la Cruz Roja ayudaron a muchos otros a cruzar la frontera. Años después, el propio Martín-Sánchez recordaba así la
experiencia:
“Salí de
zona roja a los cinco meses, entre graves riesgos, por la bondad de Dios, y en
mí se cumplieron al pie de la letra las palabras del salmo: “Dios envió a sus
ángeles para que me llevaran en volandas...”, y entre los instrumentos humanos
de que el señor se sirvió uno fue la serenidad augusta de Alfredo López, verdadero salvador de los muchachos que asistían a la Universidad Católica de Santander.
Otros
propagandistas no consiguieron llegar al territorio liberado y se tuvieron que
integrar en el ejército republicano. Es el caso del entonces propagandista
Rafael Calvo Serrer que, tras refugiarse en un pueblo de Alicante, fue
reclutado por el XII Batallón Garibaldi de la 45 División en la que coincidió con el también propagandista del Centro de Valencia, Alfredo Sánchez Bella. Luis Luciá vivió una odisea: después de permanecer seis meses oculto en
el Maestrazgo, fue detenido por grupos anarquistas y pasó dos años en la cárcel.
Propagandistas
y nuevo estado: integración o colaboracionismo
Los
Centros de la A.C. de P. que permanecieron en zona nacional continuaron -en
parte- celebrando las actividades propias de la Asociación. Llama la atención el elevado número de jóvenes que se apuntaron como voluntarios
en las filas del ejército nacional y la baja que ello derivó en la concurrencia
a los actos de los propagandistas. El propagandista y abogado, Juan M.Castro
Rial se incorporó voluntario a la Falange gallega como alférez provisional de
infantería y combatió en el frente norte hasta agosto de 1937; Francisco Elías
de Tejada Spínola -que se encontraba en Alemania ampliando sus estudios
jurídicos- regresó para alistarse como voluntario en las brigadas navarras; Guillermo Escribano Ucelay fue soldado de Artillería en el frente de Santander, nombrado
teniente del Cuerpo Jurídico Militar y destinado al Consejo de guerra
permanente de la Auditoría de Burgos; Rafael de Balbín sirvió en el ejercito
del Aire como capitán provisional y el ingeniero de caminos Esteban Errandonea,
del Centro de Santander, fue requerido por el Estado Mayor del Ejército para
ayudar a la causa.
No
obstante, era de imaginar que en una España polarizada entre lo que se llamó
“la anarquía y el orden” o lo que era lo mismo “el ateismo y la religión”, los
propagandistas se inclinasen hacia la defensa del sentimiento católico. Al convertirse
en guerra el pronunciamiento militar y conocerse la persecución que en la zona
republicana se había desencadenado contra la Iglesia, la elección no tiene dudas. De este modo y aunque muchos propagandistas se mostraron poco partidarios del
uso de la fuerza, unieron sus intereses en la protección de los valores
cristianos: las disposiciones de las autoridades nacionales resultaron bastante
favorables a la religión católica y es lógico pensar, que después de unos
iniciales momentos de confusión, los propagandistas se alinearían con la España de Franco. Cuando en marzo de 1937, Martín-Sánchez transmita a los propagandistas
congregados en Pamplona para la celebración de la XXIII Asamblea General de la Asociación, la idea que Herrera tenía respecto a la situación
política al manifestar que “entiende su deber estar al servicio del gobierno
nacional acatando sus órdenes”
había pasado el tiempo de incertidumbre y recelos. Los propagandistas debían
“adaptar” sus actividades a las circunstancias y servir a la Iglesia con inquebrantable fidelidad. Entramos así en la controvertida cuestión acerca de la
actitud que adoptaron los dirigentes del catolicismo en el seno de la España de Franco y viceversa: es lo que Tusell denomina “marginación y mímesis”.
Marginación
La
tónica inicial de la España franquista respecto a muchos propagandistas fue de
“recelo” hacia quienes durante los años de la República se habían acogido a la política de acatamiento de las formas de Gobierno y aquellos
católicos que habían colaborado con el gobierno republicano. Por ello, durante
los años de guerra -y prácticamente hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial- muchos de los propagandistas que habían militado en la CEDA van a ser relegados de las esferas de poder que habían ocupado en los años 30. Su
influencia política es inferior y aunque continúan con la labor de apostolado
seglar, no van a tener la misma relevancia que en el periodo anterior. La
“marginación estatal” sea quizá el término que mejor exprese la actividad de
estos propagandistas en los primeros meses de guerra, marginación que en
ocasiones pudo transformarse en persecución o cuanto menos, en amenaza: cuando
en agosto de 1936 Gil Robles entró en la España nacional se encontró con un ambiente de resentimiento. Viajó hasta Pamplona para recoger a su mujer y a su hijo
-que se encontraban en casa de Rafael Aizpún, exministro de la República y miembro de la A.C. de P.- en un peregrinaje en el que hubo de soportar una
algarada en su contra en Burgos y “cierto temor” al llegar a Pamplona. Esta
hostilidad le hace abandonar España y dirigirse de nuevo a Portugal, abandonar
las gestiones públicas para años después volver a la política aunque para
defender la causa monárquica. De hecho, cuando a finales de mayo de 1938 hace
una visita a Salamanca, la Prensa oficial le ataca y hace responsable de la
situación española. También el exministro de Agricultura cedista y propagandistas,
Manuel Giménez Fernández -que residía en Chipiona (Cádiz), localidad que fue
muy pronto dominada por el ejército nacional- sufrió conflictos con las
autoridades y estuvo a punto de ser fusilado por milicias juveniles.
El propagandista y fundador del Centro de Valencia Luis Luciá que como se ha
visto estuvo procesado por los republicanos, fue condenado a muerte por las
autoridades de la España nacional. Aunque no fue ejecutado, morirá a comienzos
de 1943 en el destierro. El Boletín de los Propagandistas no hizo
mención de su fallecimiento.
El democristiano catalanista y también propagandista, Manuel Carrasco Formiguera
fue fusilado en Burgos en 1938. Fernando Martín-Sánchez, soportó durante su
estancia en San Sebastián varios registros de falangistas. Ni siquiera Ángel
Herrera se libró de la hostilidad que reinaba en la primigenia España de Franco. Herrera, que vino a España en diciembre de 1937 para resolver
cuestiones personales y entrevistarse con Franco en audiencia que no le fue
concedida, tuvo que aguantar insultos mientras estuvo en Santander y su
domicilio sufrió intentos de asalto por parte de falangistas.
En
resumen, durante los primeros meses de Guerra fueron los poderes emergentes del
nuevo estado y especialmente los falangistas, quienes mayores reparos mostraron
respecto a los miembros de la A.C. de P., que -de manera individual y nunca
implicando a una Asociación de la que siempre hay que recordar su apoliticismo
corporativo- habían secundado las posiciones legalistas preconizadas por la C.E.D.A.
Por otra
parte, la Jerarquía Eclesiástica se mostró recelosa respecto a los tintes estatistas que se respiraban en Burgos. En ese sentido la A.C. de P. intentó evitar la integración de los Estudiantes Católicos en el Sindicato único
así como a la suspensión de la Confederación Nacional Católica Agraria, organizaciones ambas en las que el catolicismo
social de los propagandistas tenía peso. Algunos grupos falangistas no se
sentían identificados con el sentimiento católico que movía a muchos jóvenes a
enrolarse en el ejército nacional. Ello llevó a muchos propagandistas a
encontrarse en un ambiente de desconfianza que les condujo a posiciones
limitadas en sus actividades como católicos en la vida pública. Los dirigentes
del catolicismo político perdieron sufrieron la “observación adusta” de quienes
colaboraban con la España de Franco. Esta relativa “marginación” llevó a
algunos miembros de la A.C.N. de P. a ocupar puestos públicos de menor
significación política de la que habían tenido en periodos anteriores: dadas
las circunstancias, eran desplazados por simpatizantes falangistas no
vinculados a la Asociación. En este sentido, hay que recordar cómo ningún
propagandista va a ocupar un ministerio en el primer gobierno de Franco, aunque
poco a poco fueron ganando esferas de poder.
Mímesis
y colaboración.
Pero a
pesar de esta “marginación”, la A.C. de P. apareció vinculada a la causa de
Franco; los propagandistas coincidieron en una aceptación de la jefatura
nacional y en los principios de la “Cruzada". Las causas que llevaron a la A.C. de P. a esta aceptación son muy diversas aunque todas convergen en el mantenimiento que
de la religión hacían parte de los mandos nacionales. La Jerarquía eclesiástica y en general todos los propagandistas -salvo las particularidades del
nacionalismo del PNV- identificaban el “bien” con la causa de Franco mientras que el
“mal” era todo lo que representaba el Frente Popular y así se produce lo que
podemos llamar la “identificación” entre las actitudes políticas del sector
católico del régimen: para militares, católicos y gobierno nacional existía un
enemigo común, el Frente Popular. En esta coyuntura es lógico suponer que los
apoyos de las asociaciones de carácter religioso y de la Jerarquía se inclinasen hacia el bando nacional. En esta identificación que los
propagandistas sintieron hacia la “España de Cruzada” tuvieron un fuerte papel
las noticias sobre la represión que estaban cometiendo los republicanos contra
quienes mantenían vinculación con la causa católica en España además de las
disposiciones legales sobre materias religiosas que se aprobaron por las
autoridades franquistas y que Martín-Sánchez agradeció de manera pública en
septiembre de 1938 durante la celebración de la Asamblea General de la Asociación. En la España de Franco los propagandistas recompusieron su
vida y sirvieron a la causa del bando nacional porque era la más afín a sus
convicciones.
Y fue
precisamente este inicial colaboracionismo con el bando nacional, el que llevó
a un número destacado de propagandistas a participar en las nacientes
administraciones públicas. El Presidente de la A.C. de P. Fernando Martín-Sánchez, fue nombrado Consejero de consulta de la Junta Técnica del Estado españolen Burgos, al constituirse el primer gabinete nacional de
Franco en 1938, ocupa el cargo de Secretario Técnico del Instituto Geográfico,
dependiente de la Presidencia del Gobierno y ya en 1939, jefe de los Servicios
del Instituto Geográfico de Madrid; Francisco de Luis trabajó en la Delegación del Estado para Prensa y Propaganda y José María Pemán fue nombrado Presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza de la Junta Técnica de Gobierno, organizada en octubre de
1936 tras el nombramiento Franco como Jefe del Estado. El médico Enrique Suñer,
accedió a la Vicepresidencia de esta Comisión y fue quién -debido a los
múltiples compromisos de Pemán- ejercerá como Presidente. Como Vocal de esta
Comisión de Cultura se nombró al tradicionalista Mariano Puigdollers,
propagandista numerario vinculado al Centro de Valencia aunque ahora residente
en Burgos. Alberto Martín Artajo, abogado y miembro desde 1930 del Cuerpo de
Letrados del Consejo de Estado, fue nombrado asesor jurídico de la Comisión de Trabajo de la Junta Técnica del Estado en Burgos y luego, asesor del ministerio
del mismo nombre. El propagandista José Ibañez Martín, quien había sido elegido
diputado cedista en los años de la República y que desde el momento mismo del estallido de la Guerra Civil se identificó con la causa de Franco, va a prestar un
importante apoyo al nuevo Estado a través de la defensa exterior y mediante su
participación en una misión cultural de propaganda en Hispanoamérica. Meses
después será nombrado Ministro de Educación. Los propagandistas colaboraron
también con el nuevo poder civil a través de sus puestos como dirigentes de
asociaciones católicas que se habían fraguado en años anteriores y que en este
caso no se vieron obligadas a desaparecer. El caso mas destacado es el de la Confederación Nacional de Padres de Familia, como se sabe vinculada a la Acción Católica y que al estallar la guerra tenía como Presidente y Secretario General a los
propagandistas, José María Mayans -conde de Trigona- y José María Torre de
Rodas.
Pero sobre todo y a medida que muchos propagandistas iban llegando a la zona
nacional, se irán incorporando a la administración de Burgos y Salamanca.
Conclusiones:
Los
miembros de la A.C. N. de P. fueron perseguidos en la zona republicana por su
condición de católicos y por sus diferentes formas de concebir la acción pública.
En la zona nacional, muchos fueron vistos con “recelo” por haber defendido
posiciones legalistas hasta las últimas horas republicanas.
El número total de muertos durante la Guerra Civil fue de 81;
lo que convierte a la A.C.N. de P. en la institución más castigada por la guerra. En la relación de propagandistas “triunfantes” que elaboró la Asociación hay abogados, militares, ingenieros, catedráticos, periodistas, obreros, médicos y
políticos de diferente significación política. Fernando Martín-Sánchez, en el
discurso ante el Nuncio papal que pronunció en junio de 1940, hizo especial
hincapié en la “unidad y variedad” como características comunes a los
propagandistas muertos durante la guerra. Unidad, dice, en cuanto al ideal por el que todos murieron. Variedad, insiste, en sus “vidas y en sus
muertes, en sus cunas, en sus vocaciones, en sus filiaciones políticas, en su
manera de morir y hasta en su modo de estar sepultados”;
desde el obrero metalúrgico que había llegado a ser presidente de la Confederación de Sindicatos Católicos, hasta el grande de España y el marqués que “meció su cuna entre las viejas paredes de un céntrico palacio madrileño”.
Variedad, también en sus vocaciones; desde la vocación eclesiástica de los
consiliarios de la A.C.N.de P. hasta los padres de familia.
Entre esos “propagandistas triunfantes” abundan las vocaciones de Acción
Católica: Ricardo Cortés, “patriarca de las vegas palentinas que recitaba las
bienaventuranzas como una oración y que las practicaba como un deber” y Presidente
de la C.N.C.A.; Felipe Manzano -entre los dos llevaban el peso principal de la importante Confederación Nacional Católico Agraria-; José María Torre de Rodas, encargado de la Confederación de Padres Católicos en España durante la Segunda República y que había orientado su quehacer público hacia la defensa de la enseñanza
católica, la moralidad y el “cine decoroso”; y Luis Campos, Secretario General de la A.C.N. de P., que fue asesinado en el picadero de Paterna
de Valencia. Entre los propagandistas muertos en la guerra también son variadas
sus profesiones y encontramos notarios; capitanes de Caballería como Ortiz
Portillo; comandantes de Estado Mayor como Barja de Quiroga, encargado de la
organización de la Legión Gallega que falleció en la estación de Teruel. La
filiación política de los miembros de la A.C.N. de P. asesinados fue muy
variada: Onésimo Redondo, fundador de las J.O.N.S. y que murió camino de
Guadarrama en una emboscada cerca de Olmedo o Federico Salmón, ex-ministro de
Trabajo que fue asesinado en una de las sacas de las cárceles madrileñas de
noviembre de 1936. Diversos también en sus muertes: Bermúdez Cañete falleció tras
varios pistoletazos en la madrileña calle de Alcalá cerca del Círculo de Bellas
Artes, Luciano Puigdollers murió en los Pirineos después de muchas penurias y
otros que “no se sabe ni cuándo, ni cómo murieron, ni dónde murieron”.
Todos ellos eran “propagandistas triunfantes”, “hojas caídas del árbol de
nuestra Asociación”,
en palabras de su Presidente Martín-Sánchez Juliá.
·- ·-· -······-·
Cristina Barreiro Gordillo
GARCÍA ESCUDERO, José María: El
pensamiento de Ángel Herrera. Antología política y social. Madrid, BAC,
1987. pp.223-225 y CAMBÓ, Francesc: Meditacions. Dietari, 2ºvol.
Barcelona, 1984. p.280.
En GIL ROBLES, José María: No fue
posible, pp.797-800, el autor incurre en una serie de contradicciones.
Primero afirma que nadie contó con él y que ni siquiera estaba enterado de lo
que pasaba. Poco mas adelante explica que Francisco Herrera Oria y otros
monárquicos le habían pedido ayuda económica y que, tras el entierro de Calvo
Sotelo, había dado algunos consejos sobre la estrategia que los golpistas
deberían seguir en Madrid. Sobre estas cuestiones puede verse; BARBA, Donato: La
opisición durante el franquismo 1. La Democracia Cristiana. Madrid, Encuentro, 2001.
pp.36-38.
TUSELL, Javier: Historia de la Democracia Cristiana en España.II.Los nacionalismos vasco y catalán. Los solitarios. La Guerra Civil.
Madrid, Edicusa, 1974. pp.274-277.
Al terminar la guerra, el Boletín de la A.C.N. de P. (1 diciembre 1939) revela la participación en el alzamiento de dos propagandistas militantes en
la Derecha Regional Valenciana: Manuel Attard Alonso y Javier Bosch Marín. El
primero había sido el enlace de la sublevación para Valencia. El segundo, había
participado activamente en los preparativos.
LUIS DÍAZ MONASTERIO-GUREN, Felix de: Francisco de Luis. Del periodismo a la
política y al mundo de la empresa. Madrid, Fundación Humanismo y Democracia, 1983. p. 60.
Entre los miembros del Consejo, únicamente de Luis Campos Gorriz -Secretario General de la Asociación- se tenían en abril de 1937 noticias poco agradables. Boletín de la A.C. de P. (1 abril 1937).
Relatos sobre la vida de los
propagandistas en las cárceles de Madrid, así como de las “sacas” nocturnas
encontramos en Boletín de la A.C. de P. (1 enero 1938). Relato del
propagandista José María de la Vega.
Boletín de la A.C. de P.. (1 abril 1938, 1 agosto
1938, 1junio 1939 y 1 agosto 1939) y MONTERO, Mercedes: Historia de la A.C. N. de P. La construcción del Estado Confesional. 1936-1945. Navarra, Eunsa, 1993.
GARCÍA ESCUDERO, José María: Conversaciones
sobre Ángel Herrara. Madrid, BAC, 1986. p.448.
Capítulo aparte merecería el estudio del caso del PNV y la represión de la Iglesia. Las fuerzas gubernamentales vascas asesinaron a casi una cincuentena de sacerdotes o
religiosos y varios propagandistas sufrieron persecución. Es el caso de Vicente Gómez, Antonio Ferrando, Luis Leguina, Juan Villota, Antonio Álvarez Robles y Ricardo Sánchez de Movellán, que entonces aún no pertenecía a la Asociación pero que ingresará en ella en 1937. Puede verse; ANDRÉS GALLERO, José y PAZOS,
Anton: La Iglesia en la España contemporánea/2. Madrid, Encuentro 1999. pp.27-33 y ONAINDÍA, Alberto de: Capítulos de mi vida. I. Hombre de
paz en la Guerra. Buenos Aires,
Ekin, 1973. pp.192-194; donde se relata cómo en marzo de 1937 Herrera le
propuso que los vascos firmaran la paz con los militares y a continuación, que
sus soldados fueran movilizados en el ejército nacional.
Discurso pronunciado por Martín-Sánchez
con motivo del cierre de la Asamblea General del alo 1941. Boletín de la A.C.N. de P. (1 octubre 1941).
TUSELL, J.: Historia de la Democracia Cristiana. Antecedentes y C.E.D.A. Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1974.
p.277.
Boletín de la A.C. de P. (1 abril 1937).
TUSELL, Javier: Franco y los
católicos. La política interior española entre 1945 y 1947. Madrid,
Alianza, 1984. p.18.
GARCÍA ESCUDERO, José María: De
periodista a Cardenal. Madrid, BAC, 1998. p.211.
En la Asamblea de Secretarios de 1943, José María Haro Salvador - Secretario del Centro de Valencia- hace esta referencia:
“una aclaración al Boletín de la Asociación, que seguramente por culpa nuestra se ha omitido, y es la noticia de la muerte de Luis Luciá, el día 6 de enero de
este año, que fue compañero nuestro y fundador del Centro de Valencia, aunque
desde hace unos doce años no pudiera seguir la vida activa del centro”.
Se ha visto como los propagandistas
Manuel Giménez Fernández, Luis Luciá y Manuel Carrasco Formiguera sufrieron la
represión en la “zona nacional”.
En
la esquela que se publica en el Boletín con fecha de 1 de septiembre de
1939, se contabilizan un total de 77 propagandistas que murieron “por Dios y
por España, sacrificados por los rojos o luchando bajo las banderas de la Patria”. Poco después, en el Boletín con fecha de 1 de octubre de 1939, se añade a la
enumeración anterior los siguientes nombres: Fernando Quiroga (Cádiz), José
Palma Campos y Fernando Benito Villanueva (Madrid) y Rafael Vinader Soler
(Murcia). De este modo nos encontramos con un total de 81 “propagandistas
triunfantes”, cifra que se contradice con la de 78 que presenta el profesor
GARCÍA ESCUDERO, José María: De periodista a Cardenal. Madrid, BAC,
1998. p.210. No obstante no se ha podido confirmar la muerte como víctimas de
la represión de David Fernández Diéguez, Gonzalo María de Piñana, Manuel Cabada
Vázquez y Eduardo Mascias, quienes parece que fallecieron durante la guerra por
enfermedad. Por su parte, MONTERO, Mercedes: Historia de la A.C. N. de P. La construcción del Estado Confesional. 1936-1945. Navarra, Eunsa, 1993,
establece en 80 los propagandistas asesinados.
Boletín de la A.C.N. de P . (15 de junio y 1 de julio
de 1940).
Boletín de la A.C.N. de P . (15 de junio y 1 de julio
de 1940).
Boletín de la A.C.N. de P. (15 de junio y 1 de julio de 1940).
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