El asesinato del arzobispo caldeo de Mosul, monseñor Paulos Faraj Rahho, induce a formular – sin esperar más – la pregunta si estamos asistiendo a un plan para cancelar de Iraq la presencia de un componente cristiano. Al respecto, es necesario antes que nada refutar algunos mitos.
Los crisianos en Iraq no son “extranjeros” ni – como en otros países de Asia – son el resultado de un esfuerzo misionero más o menos reciente. Los ha habido siempre. Estaban en la antigua Asiria y Mesopotamia antes que los árabes musulmanes. Hasta la invasión árabe del séptimo siglo el actual Iraq era una tierra cristiana. También tras la invasión, durante casi cinco siglos – hasta finales del siglo undécimo – los cristianos seguían constituyendo la mayoría. Sólo a partir del siglo duodécimo las relaciones han dado un vuelco, a causa de la progresiva conversión al islam de cristianos que, en tanto que seguían siendo tales, mantenían el estado de dhimmi, ciudadanos de segunda categoría que entre otras cosas tenían que pagar impuestos más altos. Pero ello no les impedía dar una relevante contribución a la cultura árabe en la región. Durante el califato abaside muchos textos de la cultura filosófica, científica y médica griega fueron traducidos al árabe y puestos a disposición del mundo islámico no del griego, sino del siriaco, por traductores cristianos. Los primeros directores de la famosa “Casa de la sabiduría” deseada en Bagdad por los abasides eran cristianos. Los grandes traductores árabes musulmanes de Bagdad eran a su vez discípulos de estos cristianos, en particular del primer responsable de la “Casa de la sabiduría”, Yuhanna ibn Massway, y de su sucesor Hunayn ibn-Isahq. Así fue traducida al árabe la geometría de Euclides. De cien obras de Galeno traducidas al árabe en la Edad Media, noventa y seis lo fueron a manos de cristianos del actual Iraq. El Jundi Shapour Bimarestan, una institución cristiana, se convirtió en el modelo para la construcción en Bagdad y en otros lugares de hospitales, una realidad inicialmente desconocida al islam. Los califas continuaron durante siglos a encomendarse a médicos de corte cristianos.
La invasión mongol del siglo XIII – en la cual, naturalmente, resultaron muertos también muchos cristianos – asestó un durísimo golpe a las comunidades cristianas. Pero éstas siguieron siendo un componente importante de aquellas que darían lugar a las tres vilayet, estos es, provincias otomanas de Mosul, Bagdad y Basora. Junto a la presencia de las Iglesias siriaca – católica y ortodoxa – y a minorías más pequeñas de rito latino y armenio, era asimismo relevante la Iglesia Asiria, separada de la Iglesia católica desde el V-VI siglo y a menudo llamada “nestoriana” aunque rechace esta etiqueta. Un ramo de esta última, la Iglesia caldea a la cual pertenecía el obispo asesinado, en 1553 se reconcilió con Roma. Se habla mucho, y justamente, de las masacres de los armenios antes de la Gran Guerra de 1914-1918 y durante la misma. Pero también los cristianos de Iraq fueron considerados quinta columnas de las potencias occidentales y sistemáticamente masacrados. Sobre las cifras existe un amplio debate, pero no es irrazonable estimar que hayan sido asesinados varios centenares de millares de cristianos ortodoxos y asirios, y 75.000 católicos. Como resultado, tras la Primera guerra mundial los cristianos de Iraq – a causa también de la emigración alentada por un sentimiento de profunda inseguridad – se redujeron bajo el 10% de la población. Hoy son el 3-4%, alrededor de ochocientas mil personas.
El segundo mito a refutar es que todo iba de perlas para los cristianos bajo Sadam Hussein. No es así. La presencia de un caldeo, Tariq Aziz, como vice-primer ministro y ministro de exteriores era el típico espejismo del régimen, una operación cosmética para esconder las duraderas discriminaciones. El mismo Tariq Aziz había tenido que tomar este nombre árabe, cuando se llamaba Mikhail Yuhanna, para poder participar a la vida política. Sea como fuere, el hecho que muchos cristianos asirios y caldeos apoyasen las reivindicaciones de autonomía de los kudos los convirtió en víctimas del régimen de Sadam Hussein desde sus primeros años de gobierno, durante los cuales el dictador se proclamaba laico pero al mismo tiempo sofocaba en sangre las protestas kurdas. Miles de cristianos comunes han dado su trágica contribución a las fosas comunes que siguen descubriéndose y donde se hallan centenares de cadáveres de kurdos a menudo asesinados con gases asfixiantes (un “arma de destrucción masiva” ciertamente en manos de Sadam). Tras la guerra del Golfo de 1991 Sadam – convencido o no – jugó la baza religiosa, imponiendo elementos de la ley islámica en todo Iraq y discriminando las minorías. Mientras Tariq Aziz entretenía hombres políticos, dirigentes de asociaciones católicas y sacerdotes europeos – y se aseguraba la colaboración de algún obispo – la leyenda del régimen “más tolerante de Oriente Próximo con los cristianos” chocaba con la realidad de los hechos, que seguían hablando de iglesias destruidas y sacerdotes asesinados. Monseñor Jean Sleiman, arzobispo de los latinos de Bagdad, ha recientemente recordado la gravedad de la persecución tras 1991, que entre otras cosas ha convencido un sexto de los cristianos iraquíes – 150.000 personas – a abandonar sus bienes para escapar del país y emigrar.
Y no obstante ello la invasión americana ha sido acogida por los cristianos iraquíes con sentimientos más bien ambivalentes. Por una parte, nadie – salvo algunos que se vieron concretamente beneficiados – echa de menos el régimen de Sadam Hussein. Por otra, se era conscientes que las persecuciones no venían solamente “de arriba”, una maniobra política del régimen, sino que eran aplaudidas y sostenidas por muchos musulmanes que también odiaban a Sadam Hussein. Para más inri, sobre todo después de 1991 Sadam – que necesitaba, tras la invasión de Kuwait, reconstruirse en el mundo árabe la imagen de un paladín del islam agredido por Occidente – había dejado penetrar en Iraq elementos ideológicos ultrafundamentalistas y militantes radicales utilizados para el “trabajo sucio” contra los kurdos en el Norte del País. Las ideas de éstos habían hecho mella en una parte de los sunníes, con satisfacción del régimen que ciertamente prefería que los problemas de Iraq fueran achacados por la población a una conspiración de Occidente presentado como “cruzado” y anti-islámico y no a la pésima administración de Sadam. En cuanto a los chiíes, que ciertamente eran hostiles al sunní Sadam, ideas radicales penetraban en Iraq desde Irán. Los cristianos se preguntaban con ansia si, derrocado Sadam, sus problemas acabarían o si en cambio – ya ni siquiera controlados por una policía de régimen que era sí brutal pero al menos funcionaba – grupos de musulmanes excitados por una predicación ultrafundamentalista y por simples gamberros se encarnizarían con sus comunidades.
Lamentablemente se ha verificado la segunda hipótesis. Los distintos gobiernos iraquíes que se sucedieron tras 2003 no fueron capaces de garantizar el orden público y proteger las minorías. Algunos obispos iraquíes que han analizado la situación con particular lucidez han sí denunciado un proyecto para cancelar la presencia cristiana de Iraq, pero han distinguido entre los varios protagonistas cuyas posturas no son iguales. Hoy la amenaza principal viene de terroristas extranjeros, que tratan de enervar las tensiones entre las distintas comunidades iraquíes pescando en río revuelto para sus fines. En el mundo sunní existen grupos ultrafundamentalistas que sin embargo son minoritarios. La mayoría de los chiíes – y ciertamente sus jerarquías, empezando por el gran ayatolá Sistani – no quiere el choque con los cristianos y denuncia puntualmente los atentados y los secuestros. En la obscuridad de una situación que sigue siendo dramática se avizora una luz. La mayoría del islam iraquí ha entendido que el choque entre cristianos y musulmanes es solamente el instrumento del cual se sirven los terroristas, en su mayoría extranjeros, que no quieren ni el bien de Iraq ni la paz. Una colaboración entre cristianos y musulmanes para aislar estos terroristas es posible.
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Massimo Introvigne. T. Ángel Expósito Correa
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