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Libertad y Tradición. El legado corporativo de Juan Vázquez de Mella.
por
Sergio Fernández Riquelme
Libertad y tradición son dos conceptos y dos realidades unidas profundamente, mutatis mutandis, en el devenir histórico de la civilización occidental. Frente a la ideologización de la Historia de las Ideas, que equipara democracia parlamentaria y libertad política y social sin el menor escrúpulo empírico, el estudio de autores tan significados como Juan Vázquez de Mella nos ilustra sobre el auténtico itinerario histórico de la Tradición hispana, fundado de manera indisoluble al servicio de la defensa de las verdaderas libertades humanas: las libertades sociales y comunitarias. A esta empresa, auténtica “democracia orgánica”, respondieron diferentes teorías y doctrinas político-sociales generadas y articuladas sobre una visión propia del instrumento de representación, asociación y participación política “corporativa”.
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I
Ante la quiebra de las
tradiciones político-sociales del “Antiguo Régimen”, en gran medida determinada
por influencia de los acontecimientos europeos (Revolución-Restauración) y el
nacimiento del Estado liberal español tras las Cortes de Cádiz;
comenzó una lenta renovación del discurso político del tradicionalismo
hispano. Este discurso se desplegó como “reacción doctrinal” (integrista,
conservadora o absolutista) y como “reacción popular” (carlismo).
La primera reacción debió en
gran medida de autores tales como Fr. Fernando de Zeballos [1732-1802], José
Gómez Hermosilla [1771-1837] o Nicolás Böhl de Faber [1770-1836] defensores del
dogmatismo religioso, el esencialismo sociopolítico y la afirmación del orden
tradicional. Este primer tradicionalismo aun bebía directamente del
doctrinarismo del clasicismo católico y antiliberal”;
se autoafirmaba además como “reacción contra la Ilustración”, tomando como
referencia a los clásicos contrarrevolucionarios españoles (Balmes y Donoso), el pensamiento católico francés de la Restauración (Bonald, Maistre, Lamennais o Chateaubriand) y la retórica contrarrevolucionaria de Edmund Burke [1729-1797]
y F. Schlegel.
Sobre este bagaje doctrinal se delimitaron dos grandes escuelas a mediados del
siglo XIX: la contrarrevolución cristiana de Donoso Cortés y el catolicismo antiliberal de Balmes
y Aparisi.
La segunda reacción vino de la mano del legitimismo carlista
y la defensa de las libertades forales y la tradición católica. Pero tras el
ocaso militar (III Guerra Carlista) y el aparente triunfo del Estado liberal en
España, llegó el ostracismo para los postulados doctrinales del tradicionalismo
y para sus organizaciones políticas. Ante el monopolio político demoliberal,
consagrado por la “fórmula canovista”, y ante el impacto del organicismo
krausista, ciertos sectores tradicionalistas, en cierta medida no estrictamente
ligados a la cuestión carlista,
vieron en el Estado nacional el medio para hacer realidad una “monarquía
tradicional”.
Los tradicionalistas de principios del siglo XX, autoconsiderados como el
herederos de la tradición medieval y de la “universitas christiana”, debían
conciliar el ideal de restauración del orden territorial (foral), social
(orgánico) y moral (tradicional) supuestamente característico del Antiguo
régimen, con la realidad del Estado nacional. Tras el fin de la realidad de
gremios y artesanos, de reyes y fueros, aparecía el Corporativismo como el
medio “natural” de representación y participación del “cuerpo social orgánico”
en la tareas de la comunidad política, reflejo terreno del ideal divino a modo
de sistema orgánico ante el individualismo liberal y ateo.
Esta modernización corporativa del orden social de la Tradición, de la mano de
J. Vázquez de Mella, se fue convirtiendo durante los años veinte del siglo XX
en programa político llamado como Teología política.
A esta renovación se llegó por la
vía de los hechos. El fracaso de la vía insurreccional carlista, condujo a una
nueva e inevitable configuración de un tradicionalismo ajeno al Régimen
político de la Restauración. La derrota definitiva de la alternativa militar
carlista en la III Guerra carlista ante las tropas de Martínez Anido, Blanco y
Primo de Rivera supuso un duro revés al “carlismo de masas”.
El Carlismo, dirigido ahora por Carlos VII, adoptó una posición
contemporizadora con el nuevo régimen canovista: su derrota militar obligaba a
otras vías de supervivencia. Así nacía la Comunión carlista.
Los encargados de tal tarea fueron
el marqués de Cerralbo, responsable de la nueva organización política desde
1888 (un Partido carlista de implantación nacional sobre una jerarquía
de juntas regionales, provinciales y locales, integrado plenamente en la
mecánica restauracionista, pero preparado para una posible nueva movilización
militar), y Juan Vázquez de Mella Fanjul [1861-1928],
doctrinario y periodista destinado a reforzar y actualizar el tradicionalismo
carlista. Junto a S. Minguijón
se dedicó a una ampliación doctrinal del tradicionalismo carlista, capaz de
integrar la Cuestión social y la Identidad nacional, abriendo las bases
intelectuales del mismo. Con ellos, Santiago Galindo
y F. Elías de Tejada señalaban que el tradicionalismo se enlazaba con otras
manifestaciones cercanas ideológicamente (Menéndez Pelayo, J. Aparisi,
Alejandro Pidal),
pero aún se mantenía fiel a la causa carlista. Pero la preeminencia de la
fidelidad al legitimismo, provocó la escisión del catolicismo ultramontano del
periodista Ramón Nocedal [1842-1907] y su rama “integrista” en 1888.
Con el periódico El siglo futuro como portavoz, esta rama se caracterizó
por una interpretación extremista del Syllabus, una concepción del mundo
y de la política basada en la unidad católica, la antirrevolución y el
organicismo social.
II
Vázquez de Mella fue el responsable de la modernización del discurso tradicionalista sobre España
“en sus potencias históricas”. Su empresa intelectual suponía la aplicación
política de las leyes sociales que regían a la patria “como organismo vivo”,
movilizando las energías históricas olvidadas; empresa constante y coherente,
sin contradicciones ni resquicios, centrada en recuperar “la memoria perdida
del alma española”. Caracterizado por Ch. Maurras por defender “un César con
fueros“,
Mella se consagró en estos años, desde un “organicismo social” profundamente
elaborado, a representar al Carlismo en el Parlamento liberal y renovar el
discurso doctrinal de un tradicionalismo carlista “al que consagró su vida a la
exposición y concreción de la doctrina tradicionalista”.
Su discurso sobre “ El sistema representativo tradicional” (31 de mayo
de 1893), resume la esencia de esta renovación: el
tradicionalismo político hispánico debía superar los límites de la Legitimidad
carlista; por ello proclamaba que “queremos nosotros el régimen corporativo y
el de clases porque entendemos que correspondiendo a la misma triple división
de la vida y de las facultades humanas, hay en la sociedad, cualquiera que ella
sea, una clase que representa principalmente el interés intelectual, como son
las corporaciones científicas, las Universidades y las Academias; una clase que
representa, antes que todo y principalmente, un interés religioso y moral, como
es el clero, y otras que, como el comercio, la agricultura y la industria
representan el interés material.
Estas palabras denotan la
actitud contraria de Vázquez de Mella al pesimismo de los pensadores coetáneos
de la Generación del 98 (del que fue el gran olvidado);
el que sería máximo doctrinario de la Comunión tradicionalista,
comenzó a pensar y a construir a España de nuevo buscando las soluciones en la
tradición pasada, a establecer una organización posible de la sociedad y del
Estado, sobre el legado corporativista de Gremios y Fueros. Así lo defendió
desde el Correo Español (director desde 1890), como parlamentario por Comunión,
y casi como ministro de Gracia y Justicia en el gabinete de A Maura (petición a la que no accedió).
Su primer programa político se
centró en cuatro grandes aspectos: 1. unidad católica (por la que luchará hasta
su muerte dentro de su “programa mínimo”); 2. Monarquía representativa y
tradicional (amplia institución en la intentó integrar a carlistas y
alfonsinos, neocatólicos e integristas); 3. principio regionalista y restauración
foral (diversidad regional integrada en la nación española); 4. legitimidad de
orden y de ejercicio del poder soberano (inicialmente en defensa de los
derechos dinásticos de D. Jaime de Borbón, pero tras su ruptura en beneficio de
la monarquía histórica neotradicional).
En "Regionalismo y
separatismo" (1896) concretaba este programa, apuntando que
"confunden, por ignorancia o por hipocresía, el regionalismo con el
separatismo, y sacan a reducir estos supremos recursos retóricos, que en labios
de los liberales son dos sarcasmos: la unidad nacional y la integridad de la
Patria”. Para Mella “la unidad nacional en España la formaron la Iglesia y la
Monarquía tradicional, que representan las dos grandes unidades, interna y
externa, que han originado, sin amasarlas ni confundirlas, la federación de las
regiones que constituyen la patria común”. Por ello defendía que "el
municipio, la provincia y la región, no se pueden administrar ni regir en su
vida interior sin imposiciones extrañas, sino que dependen de cualquier Poncio
amovible a voluntad de un Ministro de la Gobernación; y el capital y la
industria y la paz social de las ciudades más florecientes de España dependen
de la impertinencias de un Dávila, el hombre en cuya cabeza las ideas, si
llegan a penetrar, mueren como los pájaros en la máquina neumática por falta de
oxígeno"
Éstas fueron las ideas fundadoras de su Partido Católico Tradicionalista,
originado en 1918 tras su superación del carlismo oficial, y cuyo órgano de
expresión principal fue el periódico El Pensamiento Español.
Su posición germanófila durante la Gran Guerra, y sus pretensiones de
ampliación del Tradicionalismo le llevaron a la ruptura con el pretendiente
carlista Jaime de Borbón, negándose a suscribir un
documento de apoyo a la causa aliadófila. Desde su partido, Vázquez de Mella situaba a la Tradición, la monarquía, la unidad
de España a través del regionalismo y del foralismo y la
concepción orgánica de la sociedad,
como el marco político del Tradicionalismo, donde la soberanía residía no en el
Estado, sino en sociedad ordenada corporativamente en sus organizaciones
naturales: la familia, el municipio, la región. Era el momento
de un “Estado tradicional”, limitado, controlado y articulado por una sociedad
orgánica y por la continuidad histórica “legítima”; una “tradición móvil y
vital” convertiría a la forma política estatal en corporación más, en un
régimen de corporaciones.
El Estado sería el guía pero no el dueño de una “evolución nacional irrepetible
e inimitable”, de una mutación institucional progresiva que daría un nuevo fin
político al carlismo carlista, un nuevo soporte intelectual para recuperar la
historia foral y comunitaria de la España tradicional, para negar
intelectualmente el totalitarismo individualista, para acotar los límites del
Estado moderno, para afirmar el "ser nacional" de la España regional
y unida, católica y comunitaria.
La Restauración fue
el escenario de su labor y de sus proyectos; un régimen político que Vázquez de
Mella consideraba de “compensaciones y de equilibrios”, que aseguraba
pragmática la “paz pública” pero apenas si impulsó nuevas reflexiones políticas
y filosóficas, al sobrevivir primordialmente sobre el recuerdo de las recientes
guerras civiles y la experiencia de la I República, y sobre redes clientelares
profundamente arraigadas. El Estado liberal edificado sobre la derrota del
carlismo, culminaría para el asturiano, en un “Estado totalitario” que
dirigiría todas las esferas de la vida humana, que controlaría de manera
directa el funcionamiento del conjunto de organismos, asociaciones y derechos propios
de la sociedad. La mecánica estatal arrebataría a estos las funciones legítimas
de protección y socialización de los individuos, sus familias y propiedades, y
les sustraería sus competencias en el control espontáneo del poder político. El
Estado liberal era eso, una versión actualizada y “democratizada” del Estado
absolutista aniquilar los cuerpos intermedios que mediaban de manera natural
entre el poder soberano la sociedad soberana, entre el Estado y el hombre.
Situación que hacía renegar al ciudadano de sus tradiciones, de su tierra, de
su naturaleza y de su Dios. La revolución liberal era el germen de una
“revolución socialista” al hacer depender a dicho ciudadano de manera exclusiva
de una administración estatal que los igualaba para controlarlos, que los
adoctrinaba para poseerlos, que los deshumanizaba como número electoral y mero
consumidor.
Su propuesta era el
retorno a la "mismidad nacional", mediante la “educación nacional”, a
las raíces perdidas de la Nación ante la desacralización y el materialismo
liberal-socialista, era un proyecto espiritual y político católico que limitaba
la racionalidad intervencionista del Estado; por ello afirmaba que “yo soy
partidario de esa autarquía en el municipio, en la comarca y en la región y no
quiero que tenga el estado más que las atribuciones que le son propias".
Si la nación española estaba invadida por un individualismo excluyente, su
propuesta rescataba la comunidad nacional, si se vendía el funcionalismo o el
materialismo él recuperaba el organicismo social. Su teoría política
tradicionalista negaba el liberalismo doctrinario de Cánovas y Sagasta, llamaba
falsa la representación de los partidos “fusionistas”, atacaba furibundamente
el caciquismo que adulteraba el sufragio inorgánico, negaba que la libertad
individual fuese el principio y el fin de la actividad política, señalaba que
el “socialismo y liberalismo son lo mismo, se equiparan y se identifican”,
alertaba contra el “republicanismo importado”, y clamó por la instauración de
una Monarquía cristiana, tradicional y representativa del pueblo, en cuyo
entorno social y raíces históricas encontraba fuerza y legitimidad.
III
En 1918 Vázquez de Mella delimitó
su teoría corporativa como doctrina del “sociedalismo jerárquico”.
Ésta contenía la idea de una Monarquía tradicional representativa,
descentralizada y social, frente al modelo imperante de Monarquía
liberal-doctrinaria que juzgaba revolucionaria; una Monarquía fundada en la “Teoría
de las dos soberanías” (Discurso en el Monte de Archanda de Bilbao, el 15 de Agosto de 1919), donde frente "al dogma de la soberanía
popular" del liberalismo parlamentario, oponía que junto a una soberanía
política, al lado de ella y completándola, existía una “soberanía social”
que nacía de la familia y se desarrollaba en la Escuela, la Universidad, el
Municipio y llegaba a la Región y a las Clases. Esa soberanía no era sólo
creación del Estado, sino más bien el Estado era creación de esa “soberanía
social”, que la necesita como complemento y que viene después como soberanía
política para dirigir el conjunto de las regiones y las clases.
El “sociedalismo” se
fundamentaba en la siguiente reflexión filosófico-política: la soberanía social
viene a resultar una especie de "trinchera de resistencia" fabricada
desde abajo, contra los abusos del despotismo de arriba. Frente a la
representación por partidos, opone Mella la representación por clases, ya que
las necesidades sociales que remedia cada clase son distintas, y las actitudes
individuales que para tal fin son precisas, también son distintas entre sí. Así
como planteó en su ensayo “La Monarquía Carlista”, la clase
agrícola nombraría a sus procuradores, la industrial y comercial a los suyos,
como representación de los intereses materiales.
Los intereses religiosos y morales serán representados por los procuradores del
clero, los intelectuales por las Universidades y Academias, y los históricos
por la Grandeza de España; así “el procurador no será representante de
toda la Nación como en el régimen liberal, sino de las corporaciones y clases
que lo eligen y no sería independiente de los electores una vez elegido, sino
sujeto a ellos por mandato imperativo. No irá a disputar a las Cortes, sino a
pedir y a votar lo que le manden los que le hayan designado, y ha de jurar no
recibir honor ni merced alguna durante su cargo, y si lo hiciera será llevado
ante los Tribunales”.
En consonancia con
las primeras anotaciones hechas por Ángel Herrera en pro de la "unión de
los católicos" (desde el periódico), Vázquez de Mella, estableció un "programa mínimo" de actuación política unitaria católica, ofrecido
infructuosamente en otoño de ese mismo año al Gobierno Maura. Para el asturiano este programa debía de alcanzar que “unas
Cortes verdaderas tiene que ser el espejo de la sociedad, y por tanto hay que
reproducir exactamente sus elementos y sus intereses colectivos y una
sociedad no es una agregado de átomos sin vínculos ni jerarquía. Por la variedad de sus necesidades y las diferentes manifestaciones
del trabajo integral, esté dividida en clases. Es necesario que las seis clases
estén representadas en las Cortes para que la sociedad no esté ausente en
ellas”.
El programa de Vázquez de Mella contenía los
siguientes puntos básicos:
1) la "transformación del régimen parlamentario en régimen
representativo" (atacaba, como era lógico desde sus posiciones
ideológicas, el régimen representativo y el sistema de partidos); 2) "un
sistema corporativo fundado en sindicatos verdaderamente libres podía atraer a
las masas que en aquel momento se inclinaban a hacia el socialismo y el
anarquismo" (dentro de un amplio programa de reformas sociales).
Este programa era el
punto de partida de un nacionalismo español foralista-autonomista, que situaba
al municipio como la única esfera democrática y republicana posible, un lugar
donde “allí viven juntos el sentimiento nacional y al amor a la patria común
con el amor regionalista a la pequeña patria”. Frente al centralismo
liberalismo doctrinario y jacobino de la República y de la Restauración,
sostenía la tradición católica, nacional y social como “sufragio universal de
los siglos” (la defensa de los Fueros de Navarra fue una de sus grandes
obsesiones parlamentarias). Víctor Pradera (su “protegido”) o Salvador
Minguijón continuaron su labor doctrinal, inicialmente en una “línea
socialcatólica”, y posteriormente conectando a Vázquez de Mella con el
movimiento contrarrevolucionario en plena II República. En La crisis del
tradicionalismo (1917), Minguijón hablaba ya de la necesidad de una
doctrina político-social moderna que actualizase y difundiese los principios
tradicionalista siguiendo limitadamente el modelo maurrasiano. El “nuevo
movimiento contrarrevolucionario” español debía abrirse a nuevas opciones
conservadores
y a nuevas oportunidades parlamentarias, pero en búsqueda de una Monarquía
tradicional, gremial y orgánica que amparase un Estado confesional,
corporativo, regional y nacional.
·- ·-· -······-·
Sergio Fernández Riquelme
José F. Acedo Castillo, “La representación orgánica
en el pensamiento tradicionalista”, en Razón española, nº 112, marzo-abril
de 2002, págs. 179-180.
José Luís
Villacorta, La derrota intelectual del carlismo. Aparisi y Guijarro frente
al siglo. Bilbao Ed. Declée de
Brouwer, 1990, págs. 279-280
G. Fernández de la Mora , Los teóricos izquierdistas de la democracia
orgánica, págs. 95 sq.
Muchos de los presupuestos de la concepción filósofica
del tradicionalismo los encontramos en Jaime Balmes, “Filosofía elemental. Etica”, en Obras completas,
tomo III,. Madrid, BAC, 1948, págs. 162 sq.
José Álvarez Junco, Mater Dolorosa, págs. 115 sq.
Adaptación histórica analizada por Francisco Elías de
Tejada , Las Españas. Formación
histórica. Tradiciones regionales, Madrid. Ed. Ambos mundos, SF.
Álvarez Junco sostiene que el Tradicionalismo consistió en
una “corriente europea que nace de la reacción contra la filosofía,
la teología y el sistema político-económico que tiene su origen en la
ilustración, en la revolución francesa y en los primeros y fallidos intentos de
aproximación de la reflexión teológica al nuevo contexto europeo”
convirtiéndose en “una filosofía, que a lo largo de la historia ha sido
retroalimentada desde Platón, Séneca y S. Agustín”, en la que “convergen” los
primeros pensadores de la ”Restauración” y que impulsa un modelo
tradicionalista de Estado, de Sociedad y de Iglesia en Europa. Lo consideraba como una “forma de ver el mundo, el conocimiento humano, las
estructuras básicas de la sociedad, la orientación moral de las conductas y la
interpretación de la deriva interna de los acontecimientos” que tiene como
única fuente “el orden sobrenatural”.. Ídem, págs. 118-119.
Proceso ilustrado por Josep Carles Clemente, Raros,
heterodoxos, disidentes y viñetas del Carlismo. Madrid Ed. Fundamentos,
1995.
Véase Luis Legaz, La idea de Estado en Donoso
Cortés y Vázquez de Mella. Barcelona,
1947.
En La crisis del tradicionalismo S. Minguijón
hablaba de la necesidad de una doctrina político-social moderna que actualizase
y difundiese los principios tradicionalista siguiendo limitadamente el modelo
maurrasiano. El “nuevo movimiento contrarrevolucionario” español debía abrirse
a nuevas opciones conservadores y a nuevas oportunidades parlamentarias, pero
en búsqueda de una Monarquía tradicional, gremial y orgánica que amparase un
Estado confesional, corporativo, regional y nacional. Véase Salvador Minguijón,
La crisis del tradicionalismo. Zaragoza, 1914, págs. 18 sq.
Santiago Galindo Herrera, “Pensadores tradicionalistas”, en Temas españoles,
nº 191,. Madrid, Publicaciones españolas, 1955, págs. 2-5.
Juan Aparisi y Guijarro (1815-1872) fue uno de los
tradicionalistas políticos españoles más renombrados en su tiempo, y uno de los
máximos exponentes del pensamiento corporativo durante el siglo XIX. Su obra
política y filosófica, poco extensa y no muy original, era para Villacorta de
carácter “apologético”. De profundas convicciones religiosas y abiertamente
monárquico, desarrolló bajo la influencia de ambas señas de identidad, una
concepción política y económica corporativa de clara raíz organicista. Su obra
respondía a los postulados de la monarquía tradicional, de un sistema de
libertades concretas, frente a las Constituciones demoliberales. Por ello defendió públicamente la estrategia de “unión
española” de los católicos (desarrollada posteriormente por Cándido Nocedal) como medio de recuperación de la unidad política
católica; basada en la esencia nacional española y la restauración del orden
foral. Y en el plano jurídico institucional, su ideario político, social y
teológico se concretaba en un proyecto constitucional, ya como jefe de la
minoría carlista en el parlamento, articulado en torno a las ideas de religión católica
“oficial” y monarquía tradicional. “ Un programa de gobierno” (1871),
texto publicado en “La Restauración”.
Sobre la obra y figura de Pidal y Mon se pueden destacar: Andrés Ollero, Universidad y política. Tradición y secularización
en el siglo XIX. Madrid, Instituto de Estudios políticos, 1972; y D. Ruiz
González, “Alejandro Pidal o el posibilismo católico de la Restauración.
Posiciones doctrinales y prácticas políticas”, en Boletín de estudios
asturianos, XIII. Oviedo, 1969, págs. 204-214.
Martín Blinkhorn, Carlismo y contrarrevolución en
España, 1931-1939. Barcelona, Ed. Crítica, 1979, págs. 77-78.
Charles Maurras, La encuesta sobre la Monarquía. Madrid,
Sdad. General Española de Librería, 1935, págs. 22.
Tras estudiar en el Seminario de Valdediós y la
carrera de Derecho en Santiago de Compostela, Vázquez de Mella abrazó la causa del
carlismo, siendo Diputado a las Cortes desde 1893 hasta 1916 (elegido como su
representante en por los distritos de Aoiz, Estella y en varias ocasiones por
Pamplona).
Continuaba señalando que “en una sociedad no
improvisada, y con la vida secular como la nuestra, hay la superioridad del
mérito reconocido en todos los pueblos, y la formada por prestigios y glorias
de nombre históricos constituyendo la aristocracia social y la de sangre, y,
con el interés de la defensa y del orden representado por el Ejército y por la
Marina, está completado el cuadro de todas las clases sociales que tienen
derecho a la representación”. Véase J. Vázquez de Mella, Obras completas, vol 1. Madrid, Junta del Homenaje a Mella, 1932, págs. 43 sq.
J. Vázquez de Mella nació en 1861 en Cangas de Onis, y aunque cronológicamente
pudiese pertenecer a esta generación, estuvo más cerca de las posiciones de
Marcelino Menéndez y Pelayo. Elegido en 1893 como diputado a Cortes por Navarra
(región en el que el carlismo era algo más que una doctrina, era una vivencia
popular), único cargo público que desempeñó en toda su vida, tras rechazar dos
cargos ministeriales en los gobiernos de Maura y de Cánovas del Castillo.
Santiago Galindo, op.ult.cit., pág. 29.
Véase Juan Vázquez de Mella, "Regionalismo y separatismo", en El
Correo Español, 7 de septiembre de 1896.
Véase Juan Ramón de Andrés Martín, “El cisma
mellista: historia de una ambición política”, en Arbil, nº 43
El programa de su partido se resumía en cuatro puntos claves: unión moral y
separación económica de la Iglesia y del Estado. Sustitución del régimen
parlamentario por el representativo; autarquía de municipios y regiones, y
defensa resuelta del orden social fundado en la armonía de clases que forman el
trabajo integral; política internacional orientada hacia los tres ideales en
que desemboca la historia de España: dominación del Estrecho, federación con
Portugal, y unión con los Estados Hispanoamericanos.
El esquema del periodista asturiano partía de la denuncia contra la “España
afrancesada” de los liberales lectores del racionalismo de Rousseau (llegaba a decir que "si levantaran la cabeza los héroes de la Guerra de la
Independencia, no volverían de su asombro al ver que los afrancesados que ellos
odiaban usurpan el nombre y la representatividad de la Patria"). Esta
corriente había destruido las bases tradicionales del país, y ante ella oponía
un programa político basado en una reactualizada carlista, tanto programa de
gobierno como de organización social. Para Vázquez de Mella, J.J. Rousseau fue el ingeniero del “racionalismo” basado en crear un hombre de nuevo, a imaginarlo
a partir de su voluntad mutiladora de la naturaleza real del ser humano. El
hombre era un "buen salvaje" pervertido por su ingreso a la sociedad
por acto un voluntario y libre que consistía llanamente en suscribir un
abstracto “Contrato Social”; un pacto que supuestamente lo vuelve soberano con
un simple voto individual, pero realmente lo convierte en un esclavo de un
Estado llamado con acierto como “leviatán” No tan paradójicamente, sus
posiciones les acerba al análisis liberal de Tocqueville o al personalista de
Nicolás Berdiaev.
Idea desarrollada en los artículos contenidos en Juan
Vázquez de Mella, La educación nacional. Madrid, Ministerio
de Educación Nacional, 1950.
Juan Vázquez de Mella, Textos de doctrina política. Madrid, Talleres
Gráficas Artes, 1953, págs. 43 sq. (estudio preliminar, selección y
notas de Rafael Gambra, prólogo de Antonio Iturmendi Bañales).
G. Fernández de la Mora, op.ult.cit., págs. 123 y 124.
Atento al
concepto orgánico de la sociedad de los tradicionalistas españoles anteriores a
él, Vázquez de Mella señalaba como la sede de la soberanía social se encontraba
en "los cuerpos intermedios'', es decir, a los núcleos colectivos en que
el individuo halla cobijo. Situaba situaba en el primer plano los “fueros de la
naturaleza social del hombre” desde una sólida enseñanza escolástica, que
evolucionarían en cada comunidad nacional según el espontáneo y equilibrado
esfuerzo humano y al siempre ponderado designio divino. Frente la abstracción
de esa “libertad” solo reservada a las clases oligárquicas que controlaban el
poder político, su “Estado limitado” reclamaba la reinstauración de las
“libertades concretas” abolidas por el éxito desde el siglo XVIII de las tesis
contractualistas. El maquinismo y el estatalismo que atacaban en la práctica la
“dignidad humana”, solo podrían ser limitados en sus efectos negativos, para
Mella, con la reconstrucción de los estadios intermedios tradicionales
(gremios, corporaciones, municipalidades, familias), dotados de nuevo de fuerza
jurídica, de verdadera autonomía, de legitimidad natural reconocida y de
reconocimiento estatal. Véase J. Vázquez de Mella, “Discurso sobre el sufragio universal”,
Obras completas, vol. 1, págs. 147 sq.
Juan Vázquez de Mella, Regionalismo y monarquía. Madrid, Ed. Rialp,
1957, pág. 279.
Véanse Antonio Iturmendi, En torno a la doctrina de
Mella. Madrid, 1962. Cfr. M. Rodríguez Carrasco, Vázquez de Mella: sobre su vida y su obra. Madrid, 1970
J. Vázquez de Mella, “Entrevista” en ABC, 2 de enero de 1925, en Obras
completas, vol. 2, págs. 285-286
Ídem, vol. 8, págs. 196 sq.
Como la idea del filósofo catalán Eugenio D´Ors [1881-1954], frente a un amenazante “liberalismo
revolucionario roussoniano”, de una “Monarquía hereditaria tradicional y
católica” a imagen y semejanza de la reconstruida en la figura de Isabel La
Católica, dentro de su compleja “Política de Misión”. Véase Eugenio D´Ors, La
vida de Fernando e Isabel. Barcelona, Ed. Juventud, 1982, págs. 29-30. Cfr.
P. C. González Cuevas , La tradición bloqueda, págs. 145-147; y G.
Fernández de la Mora, Los teóricos izquierdistas de la democracia
orgánica, pág.188
Salvador Minguijón, La crisis del tradicionalismo, Zaragoza,
1914, págs. 18 sq.
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