Otoño de
1944, Japón tiene perdida la guerra, si no se admite que la tenía
perdida desde el principio, por la diferencia en recursos industriales,
petróleo etc. Pero el Imperio del Sol naciente decide jugárselo todo
a una carta. En ese sentido, su armada va a dar una lección de pundonor
y de ambición. Nunca se arrugó ante la desproporción de recursos.
Sabía, desde el principio, con el almirante Togo, que o vencía rápido
a los demonios occidentales, o que sería inexorablemente derrotada.
La lección fue también para las flotas germana e italiana, que también
estaban en clara desventaja contra los británicos en el Atlántico
y Mediterráneo; sumadas y en su escenario en una desproporción parecida,
pero que jamás osaron salir en son de guerra “a por todas”. Al
final, el tiempo pone a todos en su sitio y las guerras las suelen ganar
los mayores recursos, en aplicación del viejo refrán que dice:
”Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos,
que Dios ayuda a los malos cuando son más que
los buenos”.
Pero eso no es óbice para
que haya que descubrirse un instante ante quienes, como Aníbal o Lee,
se la jugaron con decisión en un envite decisivo.
El mar no es del que hunde
gota a gota tonelaje enemigo, si no de quien niega su posesión al oponente.
Lo demás viene por añadidura.
Quizá no sea tan famosa como
otros enfrentamientos de la IIGM, sin embargo, creemos que se trata
del mayor combate naval, que parece serán todos ya batallas aeronavales
a partir de Pearl Harbour. Aunque la mayoría de los lectores recuerde
mejor Midway, y mejor también lo hace el cine americano, magnífico
en la propaganda y con sinceros intentos de alguna objetividad años
después, Midway fue el punto de inflexión, pero ni en fuerzas empeñadas
ni en pérdidas es equivalente a la puntilla de Leyte. Contar el número
de barcos puede llevar a engaño, pues podemos contar más en muchos
encuentros, incluso grecopúnicos, en Accio o en Lepanto, pero nos encontramos,
haciendo abstracción del poderío técnico, ante la mayor batalla naval
de la Historia; casi 300 buques de guerra, omitiendo cientos de transporte
y unidades menores. USA, y Australia, presentaban, según fuentes, entre
213 y 157, Japón presentó 87. Entre todos desplazaban más de dos
millones de toneladas y estarían los más poderosos buques entonces
construidos por el hombre. Si alguna vez fue grandiosa una “última
carga” como la que recoge el film El
último samurai, fue la de los acorazados, y de la Armada Imperial,
coja de aviones y combustible, y con alguna inferioridad electrónica,
pero no de hombres y de valor. La pareja de superacorazados nipones,
bajo el torpedeo aéreo americano me recuerdan, salvando distancias,
a los gallardos caballeros de Francisco I, abatidos en Italia como Bayard
ante un arcabucero de Gonzalo de Córdoba. Se resolvería la eterna
carrera entre el escudo y el proyectil.
Corrijo en pequeña medida
el cuadro comparativo que nos ofrece la clásica, y frívola como fuente,
pero útil como recurso rápido, wikipedia. Sin contar con las unidades
menores, lanchas rápidas, transportes y submarinos, éste es el orden
de batalla en ese par de días decisivos en los que Neptuno contuvo
el aliento.
Comandantes |
William
F. Halsey |
Jisaburo
Ozawa |
Fuerzas en combate |
8 portaaviones
18 portaaviones de escolta
12 acorazados
24 cruceros
141 destructores
Aproximadamente 1.500 aviones |
8 portaaviones
(sin aviones)
2 superacorazados
7 acorazados
19 cruceros
34 destructores
Aproximadamente 200 aviones |
Bajas |
3.500
muertos
1 portaaviones
1 crucero
2 portaaviones de escolta
3 destructores |
10.000 muertos
4 portaaviones
3 acorazados (uno de los mayores de la Historia)
6 cruceros
12 destructores |
La flota japonesa de ocho portaaviones
seguía siendo imponente pero sobre el papel. Luego de Midway y las
Marianas, sus pilotos y aparatos restantes eran escasos, y eso convertía
a la fuerza de portaaviones en inoperante. El Alto Mando Japonés sabía
que el siguiente desembarco sería en las Filipinas; esto significaba
el corte de la ruta a Borneo (fuente de petróleo del Japón) y el final
de las posibilidades de resistencia japonesa. Preveían dos posibles
lugares de desembarco, la isla de Samar o la de Leyte; y era seguro
que los americanos acudirían con toda la flota para protegerlo.
Desde el punto de vista americano,
quizá invadir Filipinas fuera un esfuerzo prescindible, pero la palabra
del virrey del Pacífico, McCarthur estaba empeñada en un “¡Volveré!”,
(sin duda para no tener que tragárselo como el rey carlista Carlos
VII en 1876), de tal modo que la ruta al Japón pasaba por arrebatarle
una a una las cuentas de su rosario oceánico, antes que por el ataque
directo una vez al alcance de raid aéreo, asunto que quedó para la
primavera de 1945, Iwo Jima.
El almirante Toyoda esbozó
el plan de defensa de Filipinas (Plan Sho); éste demostraba claramente
la falta de esperanzas en el futuro que invadía al Alto Mando Imperial.
El plan consistía en utilizar la fuerza de portaaviones como cebo,
irían desprovistos de sus armas, los aviones (esto suponía la imposibilidad
de desarrollar operaciones de ataque en el futuro ). Como era lógico,
la fuerza principal de portaaviones americana acudiría al ataque de
la japonesa y eso permitiría a las fuerzas de superficie (prácticamente
indemnes aún) atacar a los portaaviones ligeros, transportes de tropas
y suministros y a las fuerzas de superficie americanas. El precio era
alto, pero permitiría rechazar el desembarco y dar un respiro al Japón;
mientras las fuerzas aéreas con base en tierra, 200 aparatos, podrían
atacar a los portaaviones americanos. La mañana del 20 de octubre se
ordenó a los pilotos destinados en Luzón, Filipinas que se reunieran
para escuchar las palabras del célebre pionero de la aviación, el
almirante, en Japón el arma aérea estaba del todo subordinada a la
Marina, sin constituir un tercer ejército, Takijiro Onishi. Pálido
y preocupado, habló lentamente y un tanto vacilante:
”Japón está en grave peligro. La salvación de nuestro país ya
no está en manos de los ministros, ni del Estado Mayor, ni de humildes
comandantes como yo. Por ello, en representación de vuestros cien millones
de compatriotas, os pido este sacrificio y rezo por vuestro triunfo.
Desgraciadamente, no podremos deciros los resultados. Pero seguiré
vuestros esfuerzos hasta el final y comunicaré vuestros logros al Trono.
Podéis estar seguros de ello. “
Después, en tono conciliador, añadió:” Vosotros ya sois dioses
sin deseos terrenales. Vais a entrar en un largo sueño.”
Mientras estrechaba la mano a todos los pilotos y les deseaba suerte,
dijo: «Os pido a todos que lo hagáis lo mejor posible.» El almirante,
de 53 años de edad, tenía lágrimas en los ojos cuando terminó de
hablar.
Como habían previsto los japoneses.
Los yanquis escogen Leyte por su situación entre las dos grandes islas
del archipiélago (Luzón y Mindanao ); incluso en el día coinciden
las previsiones japonesas, será el 20 de octubre. De la base de Singapur,
parten las fuerzas de superficie en dirección a Borneo, donde esperarán
el momento de salir al ataque. Está dividida en dos grupos:
La fuerza mandada por el almirante
Kurita que se compone de los gemelos superacorazados Yamato
y Musashi, los acorazados Nagato, Kongo y Haruna, los
cruceros pesados Atago, Takao, Maya, Chokai, Tone, Chikuma, Suzuya,
Mikuma, Haguro y Kumano y una veintena de destructores.
La fuerza mandada por el almirante
Nishimura está compuesta por los acorazados Yamashiro
y Fuso, el crucero pesado Mogami y cuatro destructores.
De la base de Nagasaki parte
el almirante Shima con los cruceros Nachi y Ashigara.
Zarpa puntual hacia Cabo Engaño
la escuadra mandada por Ozawa, que está compuesta por los portaaviones
Zuikaku, Chiyoda, Chitose y Zuiho, los acorazados (recientemente
convertidos en híbridos de portaaviones y acorazados) Ise
y Hyuga, el crucero ligero Oyodo y seis destructores.
Los americanos que se dirigen
a Leyte llevan al menos 157 barcos de guerra de todo tipo y 420 transportes.
Sobre todo, 36 portaaviones al completo de sus recursos aéreos.
La batalla comenzó con ataques
aéreos a las bases en tierra y el bombardeo de las playas por parte
de los buques aliados. A las 14 horas, sube a una lancha de desembarco
el general McArthur, le acompaña el nuevo presidente títere Sergio
Osmeña (el presidente Quezón había fallecido tres meses antes), y
se dirige a la playa Roja, a ocho kilómetros de Taclobán. Allí montará
uno de los espectáculos propagandísticos a los que tan aficionado
es el general.
Mientras el desembarco en tierra
evolucionaba con normalidad, todos sabían que el enfrentamiento decisivo
tendría lugar en el mar. Si la flota aliada era rechazada, la cabeza
de puente tendría los días contados, a la inversa, era cuestión de
tiempo que el archipiélago fuera arrebatado a loa japoneses, aunque
alguno resistió por su cuenta ¡hasta la ancianidad!.
Kurita había zarpado la noche
del 18 para rodear por el norte la isla de Palawán, pasar por el sur
de Mindoro, atravesar el Mar de Sibuyan e internarse en el estrecho
de San Bernardino. Nishimura, con buques más antiguos y lentos, debería
dirigirse directamente al estrecho de Surigao pasando entre la isla
de Negros y Mindanao. Mientras, Shima (venido directamente del Japón)
debería reforzar a Nishimura.
Las cosas empiezan mal para
los japoneses; el 22 por la noche al norte de Palawán, la fuerza de
Kurita es descubierta por los submarinos americanos Dace y
Darter, que hunden al Maya
y al Atago, al precio de hundirse el Darter.
La alarma dada por los submarinos
pone el movimiento la III Flota Estadounidense, Halsey da la orden de
dirigirse hacia el enemigo. Están nombres legendarios que se repetirán
el la historia naval americana, como los portaaviones de ataque Hornet,
Hancock, Monterey, Cowpens, Wasp, Essex, Princeton, Langley, Franklin,
San Jacinto, Enterprise, Belleau Wood
y Lexinton, también cuenta con los acorazados New Jersey, Iowa,
Massachusetts, South Dakota, Washington
y Alabama además de quince cruceros y unos sesenta destructores.
A las 8:37, los americanos
lanzan sobre la flota de Kurita toda la aviación. Casi todos los barcos
de la fuerza de Kurita reciben daños, aunque menores, pero no cejan
en su empeño. Preocupa el estado del Musashi que ha recibido
una bomba de 250 Kg.,-más o menos la misma con la que el Stuka de Rudel
en Sebastopol partía en dos a un acorazado Ruso-, y un torpedo, pero
la enorme nave continua su rápido caminar. Al mediodía, una nueva
oleada de aviones retoma el ataque, el Musashi vuelve a recibir
el impacto de tres torpedos. Pero todas las averías fueron puestas
bajo control y el gigante continuó su caminar como si nada hubiera
ocurrido. A las 13:30 un nuevo ataque aéreo y el Musashi recibe
cuatro bombas y un torpedo que le hieren una vez más. Tiene que reducir
la velocidad de la escuadra a 22 nudos para no dejarle atrás. Finalmente
el Superacorazado se hundía a las 19:15 tras haber recibido ¡diecisiete
bombas y diecinueve torpedos¡.
Ambos superacorazados japoneses
desplazaban 69.100 tons. cada uno. Sus mayores rivales aliados, de la
clase Iowa, 55.000, por comparar el legendario Bismarck alemán, 45.000.
Eran más grandes que los portaaviones de su tiempo, siendo superados
sólo por la clase Forestal, ya en 1954. El Yamato sobrevivió
hasta su dramática salida de Okinawa, en 1945, consciente de tener
combustible sólo de ida.
Pero los japoneses también
habían tenido su ración de éxito. En ese momento Halsey se dirigía
hacia Cabo Engaño al encuentro de los portaaviones japoneses. Creyó
que la escuadra de Kurita estaba más dañada de lo que estaba en realidad
y había decidido arrumbar hacia el norte para enfrentarse con los que
consideró, erróneamente, mayor peligro, la flota de portaaviones sin
aviones. Ha dejado a la VII Flota al mando de Kinkaid como protección
en el estrecho de Surigao. Lo forman los acorazados Tennessee, California,
Maryland, West Virginia, Wisconsin
y Missouri además de ocho cruceros, treinta destructores y unas
cuarenta lanchas A las 23 horas, Nishimura entra en el estrecho con
su formación. Comienza a recibir ataques de lanchas torpederas y destructores
pero continua a toda maquina internándose en el estrecho (que mide
80 kilómetros de largo por un ancho de cuarenta de máximo y seis de
mínimo ). No sabe que los acorazados de Kinkaid le cierran el paso
al final del estrecho y su flota es aniquilada. Shima que navegaba tras
ellos tiene el tiempo justo de huir y salvar a sus cruceros.
Cuando Kinkaid canta victoria
le llegan noticias de que Kurita ha alcanzado a la V Flota. La componen
un grupo de portaaviones ligeros que manda el almirante Sprague, son:
Petrof Bay, Santee, Suwanee, Sangamon, Natoma Bay, Manila Bay, Marcus
Island, Ommaney Bay, Kadashan Bay, Savo Island, Kitkum Bay, Gambier
Bay, Saint-Lô, Fanshaw Bay, White Plains
y Kalinin Bay; además de una veintena de destructores de escolta
A pesar de Nishimura haya sido
destruido y Shima obligado a retirarse, Kurita está a punto de realizar
los objetivos del Plan Sho. Halsey, mordido el anzuelo, persigue a los
portaaviones lejos de poder intervenir y Kinkaid después del combate
nocturno con Nishimura no dispone de la necesaria munición.
Hunde al Gambier Bay
y al Saint-Lô con tres destructores que tratan desesperadamente
de interponerse para salvar a los portaaviones. Cuando inesperadamente
Kurita ordena retirarse a su escuadra. Esta decisión ha sido muy discutida,
y sólo se justificaría por una dramática falta de combustible o munición.
Halsey hunde, como se esperaba,
a los cuatro portaaviones de cebo y un destructor mientras un ataque
de la aviación de Luzón hunde el Princeton. Ozawa se retira
con el Ise y el Hyuga hacia el Japón.
Sin una marina para defender
el imperio, al Japón solo le queda retroceder sabiendo que el final
no está lejos. Su desesperación se ha materializado al utilizar, por
primera vez, las fuerzas Kamikazes del almirante Onishi. Al perder la
mitad exacta de la flota, se perdía toda esperanza y se pondría el
Sol de Oriente. Mientras los Estados Unidos recuperan la principal colonia
en el Pacífico y no les queda enemigo ni sobre el mar ni en los cielos.
Restaban flecos, pero la Victoria estaba escrita. ·- ·-· -······-·
Fco. Javier D. de Otazu
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