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La Paz de los Dioses y la persecución de los Cristianos
por
Martín Ibarra Benlloch
Un sistema politeísta, al igual que un sistema relativista, son radicalmente incompatibles con el cristianismo. No significa esto que no puedan convivir momentáneamente, o que los cristianos no puedan ser en ocasiones tolerados. Significa que son realidades antagónicas y que, quien profundice en ellas, acabará persiguiendo.
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Coinciden los años finales
del siglo III no solo con un afianzamiento del culto solar, sino con un
sincretismo solar, con el que se busca la convivencia pacífica de los grupos
religiosos diferentes. Cada vez se habla más de un summus deus, que
recibiría diversos nombres, pero que sería el mismo. Convenía que todos lo
adoraran, pues eso era la garantía de la paz y de la prosperidad del Imperio.
Pero se trataba de discernir cuál era esa divinidad .
Por otra parte, tenemos la
existencia de los dioses, tan estrechamente vinculados a la vida de las
ciudades. El caso de Sócrates, nos puede situar en un contexto en el que la
libertad religiosa de las personas resulta bastante desconocida. Es acusado de
impiedad y de querer introducir en Atenas dioses nuevos, despreciando a los
dioses patrios. Con ello corrompe a la juventud. La acusación tiene la
suficiente fuerza como para que se le condene.
Otro ejemplo bien conocido es
el de la obligación de sacrificar impuesta por el rey a sus súbditos. Entre
estos se hallaban los judíos. Algunos comienzan a sacrificar a los dioses, lo
que equivale a una apostasía. Hasta que el anciano Matatías derriba el ara
sacrificial y encabeza la revuelta contra el "tirano". Esto es
contemplado como una deslealtad grave, que debe de ser castigada.
Nosotros nos ceñiremos en
nuestro artículo de manera exclusiva al Imperio Romano, tratando tres
apartados: a) la carta de Plinio a Trajano (112) y su contestación; b) la
mentalidad de Diocleciano (284-305) y de otros emperadores de la tetrarquía; c)
Sincretismo y relativismo.
Con ello comprobaremos la
importancia del concepto que se tenía de la pax deorum, y cómo esto
llevo a unas actitudes constantes a lo largo del Imperio Romano. Ulteriores
estudios podrán demostrar si esto es algo que se dio en otras épocas y otros
pueblos de la Antigüedad.
A) Carta de Plinio a
Trajano y rescripto de Trajano (112)
En el mes de septiembre de
111, Plinio Secundo era legatus Augusti pro praetore de la provincia de
Bitinia y Ponto. Al recorrer su provincia, descubrió que en algunas ciudades y
pueblos se había planteado un problema con los cristianos. Muchos templos se
habían quedado prácticamente vacíos y nadie se acercaba a comprar la carne procedente
de los sacrificios. Muchos de ellos, en aplicación del institum Neronianum
eran delatados como cristianos. "Empecé por interrogarles a ellos mismos.
Si confesaban ser cristianos, los volvía a interrogar segunda y tercera vez con
amenaza de suplicio. A los que persistían, los mandé ejecutar. Pues fuera lo
que fuere lo que confesaban, lo que no ofrecía duda es que su pertinacia y
obstinación inflexible tenía que ser castigada" .
Las cosas, sin embargo, se
fueron complicando. "Se me presentó un memorial, sin firma, con una larga
lista de nombres. A los que negaban ser o haber sido cristianos, y lo probaban
invocando, con fórmula por mí propuesta, a los dioses y ofreciendo incienso y
vino a tu estatua, que para este fin mandé traer al tribunal con las imágenes
-cosas todas que se dice ser imposible forzar a hacer a los que son de verdad
cristianos-, juzgué que debían ser puestos en libertad". Otros, dijeron
que habían sido cristianos, pero que ya no lo eran. "Estos también, todos,
adoraron tu estatua y la de los dioses y blasfemaron de Cristo".
Se trata, como vemos, de
faltas de carácter religioso. Plinio acusa a los cristianos de impiedad o
ateísmo -no adoran a los dioses-, de superstitio illicita, y de una
falta de reverencia al emperador porque rechazan el culto imperial. Pero esto
último no había sido obligado a nadie, ni tampoco lo había exigido de manera
expresa el emperador Trajano.
Ahora bien, ¿en qué consistía
el crimen "o, si se quiere, su error"? Plinio recoge la información
obtenida: "su error se había reducido a haber tenido por costumbre, en
días señalados, reunirse antes de rayar el sol y cantar, alternando entre sí a
coro, un himno a Cristo como a Dios y obligarse por solemne juramento no a
crimen alguno, sino a no cometer hurtos ni latrocinios, ni adulterios, a no
faltar a la palabra dada, a no negar, al reclamárseles, el depósito
confiado". Todo esto no lo encuentras mal, ni le parece un peligro para el
Estado. Pero como le parecía raro, optó por torturar a dos esclavas que
"se decían ministras o diaconisas. Ninguna otra cosa hallé, sino una
superstición perversa y desmedida".
Como quedan muchos cristianos
acusados de tales, y Plinio no encuentra ningún cargo firme salvo su propio
cristianismo, pregunta qué hacer al emperador. Y finaliza con la demostración
de que la dureza en la persecución está obteniendo los frutos apetecidos, con
una vuelta al culto de los dioses: "Lo cierto es que, como puede
fácilmente comprobarse, los templos antes ya casi desolados, han empezado a
frecuentarse, y las solemnidades sagradas, por largo tiempo interrumpidas,
nuevamente se celebran, y que, en fin, las carnes de las víctimas, para las que
no se hallaba antes sino un rarísimo comprador, tienen ahora excelente mercado.
De ahí puede conjeturarse qué muchedumbre de hombres pudiera enmendarse con
sólo dar lugar al arrepentimiento".
Plinio se pregunta si sería
necesario ejecutar a todos los cristianos o si, por el contrario, conviene que
se enmienden y se arrepientan. Observemos que, en el fondo, no se trata de que
piense que no deben de ser castigados, sino de una opción de conveniencia y de
tiempos. Para Marta Sordi, "la pregunta de Plinio -y aquí convengo con
Wlosok y con Keresztes- es si el cristianismo es una falta, de acción o de
pensamiento, una culpa o un error. Planteado de esta forma, el
problema es característico del derecho romano, que desconocía el perdón para
los "arrepentidos" por delitos contra las personas o contra el
Estado" .
Este es el quid de la
cuestión. La acusación de ateísmo o de superstición no eran más que culpas. Se
les condena sobre todo por su nomen, por el hecho simple de ser
cristianos, pues non licet esse christianus, no está permitido ser
cristiano.
¿Existe en la mentalidad de
Plinio Segundo un hecho incompatible entre ser romano y cristiano? Por supuesto
que sí. Pero él solo podía juzgar y condenar a los no romanos. A los ciudadanos
romanos los remitió a Roma; pero de estos dice que estaban "atacados de
semejante locura".
El rescripto del emperador
Trajano a Plinio es un ejemplo de ambigüedad y contradicción. "No se los
debe buscar; si son delatados y quedan convictos, deben ser castigados; de
modo, sin embargo, que quien negare ser cristiano y lo ponga de manifiesto por
obra, es decir, rindiendo culto a nuestros dioses, por más que ofrezca
sospechas por lo pasado, debe alcanzar perdón en gracia de su arrepentimiento.
Los memoriales, en cambio, que se presenten sin firma, no deben admitirse en
ningún género de acusación, pues es cosa de pésimo ejemplo e impropia de
nuestro tiempo".
Tertuliano comenta admirado
esta sentencia del emperador en su Apologético, datado en el 197-198,
estando todavía en vigor el rescripto de Trajano. "¡Oh sentencia
forzosamente confusa! Prohíbe se los busque como inocentes y manda se los
castigue como culpables. Perdona y es cruel, disimula y castiga. ¿Cómo es, ¡oh
censor!, que te censuras a ti mismo? Si condenas, ¿cómo es que no haces también
pesquisas? Si no las haces, ¿por qué no absuelves? Para dar batida a los
salteadores, por todas las provincias se establecen puestos de soldados; contra
los reos de lesa majestad y los públicos enemigos, todo ciudadano es soldado y
la pesquisa se extiende a los cómplices y confabulados. Sólo al cristiano no es
lícito buscarlo; sí, en cambio, es lícito delatarle, como si el término de la
inquisición pudiera ser otro que la delación. Condenáis, pues, a un denunciado
a quien nadie quiso se le buscara; ese tal, a lo que alcanzo, no mereció la
pena por ser culpable, sino porque, no debiendo ser buscado, fue hallado" .
De cualquier manera, en el
pensamiento del emperador Trajano queda muy claro que es suficiente con que los
cristianos nieguen ser tales y sacrifiquen a los dioses. Este
"arrepentimiento", esta apostasía es suficiente .
Lo cual quiere decir que, para Trajano, ser cristiano y ciudadano romano
resulta incompatible.
Cicerón ha conservado un
importante texto legal antiguo: separatim nemo habessit deos; neve novos,
neve advenas, nisi publice adscitis, privatim colunto: nadie puede
separarse de la ciudad en el culto de los dioses, como no puede nadie infringir
sus leyes o negarle su servicio sin dejar, ipso facto, de ser ciudadano
y caer bajo su justo castigo .
No existe la libertad de las conciencias. Y resulta palmario que ningún
ciudadano puede hurtarse de rendir culto a los dioses, sin dejar de ser
ciudadano o castigado justamente.
Pero una minoría se había
resistido a ello, la judía, y otra nueva minoría, la cristiana, lo hacía en la
actualidad. Los judíos contaron pronto con el apoyo del poder, ya desde Julio
César .
Y aceptaron el culto imperial, cosa que los cristianos no hicieron nunca .
No nos extraña que los cristianos tardaran más en contar con el apoyo imperial.
B)La mentalidad de Diocleciano (284-305) y de otros
emperadores de la tetrarquía (293-313)
Diocleciano era un pagano
convencido. Además de las fuentes literarias, tanto paganas como cristianas,
que hacen alusión a ellos, tenemos otros elementos que reflejan muy bien cuál
es la esencia de su pensamiento. Estos son las acuñaciones monetarias, con unos
cambios muy significativos y algunas esculturas que hacen construir, que nos
dan la clave de su concepción teocrática y también de la tetrarquía. No es que
Diocleciano se hiciera perseguidor de los cristianos de la noche a la mañana.
Es que sus fundamentos religiosos le llevaban a ello. Al llevar a cabo una
política religiosa arcaizante, volviendo a las esencias y costumbres romanas,
no podía más que incidir en la incompatibilidad de ambas realidades, paganismo
y cristianismo. ¿Acaso podía existir una Romanitas diferente a la que se
había dado hasta el momento, con un emperador o un imperio cristiano? Eso era
algo inconcebible para Diocleciano y para otros emperadores de la tetrarquía.
1. Un pagano convencido.
Diocleciano sintió una gran
devoción hacia algunos dioses, sobre todo Júpiter y el hérore-dios Hércules. En
las acuñaciones monetarias, los tipos que más se repiten son los de Júpiter,
Hércules, Marte y el Sol .
La asimilación de los emperadores a algún dios se había realizado desde Octavio
Augusto, que utilizó mucho a Júpiter en la iconografía. Calígula lo hará de
Júpiter Óptimo Máximo, lo mismo que Trajano. Adriano acuñará monedas donde
aparece el águila de Júpiter. Y también Hércules aparece como uno de los
símbolos del emperador que pone en orden al mundo librándolo de todo mal. El
emperador Cómodo se identificará con Hércules. Y otros muchos emperadores, como
Aureliano, Probo, Caro y Carino propondrán a Hércules y Júpiter como
protectores de su reinado.
Diocleciano les concedió una gran
importancia; en labios del rétor pagano Libanio, Diocleciano fue el que había
sabido, de la mejor manera posible, hacer que los dioses de los emperadores
gobernaran el mundo .
Diocleciano se hizo llamar Iovius, hijo de Júpiter y a su colega
Maximiano, Herculius, hijo de Hércules. Son los primeros que aparecen en
las inscripciones llamados aeterni como personas, mientras que hasta
entonces la locución aeternitas Augustorum, aeternitas principum, se
referían a la eternidad del poder, es decir a la dinastía imperial.
En su ideología, los
verdaderos gobernantes del imperio romano y del cosmos eran Júpiter y Hércules.
Pero estos reinaban a través suyo, eran sus representantes y depositarios de su
virtud divina. De ahí que la tetrarquía que estableció Diocleciano tuviera unas
bases teocráticas del poder imperial. Eran los dioses los que los habían
elegido, a través de los hombres.
Otro de los elementos de la
ideología tetrárquica es el de la concordia, muy unida al colegio
imperial de los cuatro príncipes. Esta idea de concordia aparece en
numerosas ocasiones en la iconografía. Lo hace en las monedas desde el
principio, hasta el final, los años 304-305. Ejemplos notables de esto lo
tenemos en los grupos de San Marcos y del Vaticano. La concordia imperatorum
estaba en la base de la concordia militum. No es casualidad que el año
293 tenga lugar la reforma monetaria con la introducción del folles, y
que en ella aparezca como tipo en su reverso como el Genius Populi Romani,
una personificación con la que se pide a todos los habitantes del imperio la
unidad y la romanidad. Con esta medida, se han suprimido todas las variaciones
anteriores. También aparecen en el anverso los cuatro emperadores sacrificando
juntos .
Los emperadores son los primeros que han de dar ejemplo de pietas erga deos,
ya que gracias a esa actitud garantizan la felicidad del orbis terrarum .
Este sistema tetrárquico, con
esta sustentación teocrática garantizaba la estabilidad del Imperio Romano. Así
al menos pensaba su fundador, Diocleciano. Todo aquel que lo negara, pondría en
peligro la estabilidad del Imperio y por consiguiente, se declaraba contrario
al mismo. La incompatibilidad con el cristianismo quedaba manifiesta. ¿Cómo
iban a tolerar los hijos de Júpiter y Hércules a los cristianos, que creían en
un solo Dios? ¿Cómo iban a tolerar los cristianos la osadía de esos emperadores
que se hacían hijos de dioses que no existen?
Lactancio, que estuvo de
retor en la ciudad imperial de Nicomedia, llamado por el emperador Diocleciano,
conocía bien todo esto. En su libro titulado Instituciones Divinas,
arremete contra el politeísmo y expone la verdad cristiana de manera asequible
a un amplio público proveniente del paganismo. Los dioses que salen peor
parados son Júpiter y Hércules. Además, los tetrarcas sostenían que se
encontraban en una nueva edad de oro, que se conmemoraba con ocasión de las
celebraciones de los cinco, diez y veinte años de imperio de los emperadores, y
que queda reflejado en las monedas que se acuñan. En el panegírico ya mencionado
del año 291, se sostiene que la edad de oro de Saturno ha vuelto ahora bajo los
auspicios de Júpiter y Hércules .
Lactancio niega por completo esta pretendida edad de oro. Y después del trágico
final de Galerio, Severo y Maximino, escribe: "¿Qué es ahora de aquellos
sobrenombres de Jovios y Hercúleos, brillantes e ilustres entre las gentes,
que, por vez primera, adoptaron con insolencia Diocles y Maximiano y, después,
heredaron y mantuvieron sus sucesores? El Señor, en verdad, los aniquiló y
erradicó de la tierra" .
La incompatibilidad teórica
aparece bastante diáfana. La mentalidad de Diocleciano y el sistema político y
su sustentación teocrática no permiten otro resultado que la eliminación de los
adversarios. Además, está el valor de las fechas elegidas por Diocleciano,
cargadas todas ellas de una gran intencionalidad, que nos demuestran una vez
más que nos hallamos ante un pagano convencido. La elección del primero de
marzo como dies imperii de los césares Constancio y Galerio resulta
clara, debido a las múltiples connotaciones astrológicas de este día. Lo mismo
se puede pensar de la proclamación de Maximiano el 13 de diciembre, día
consagrado a Júpiter. Por último, la gran persecución se inicia el 23 de
febrero, festividad de los Terminalia, fiesta de Iupiter Terminus.
Esta fiesta ponía fin al año romano antiguo. Y muy posiblemente Diocleciano
quería significar con ello el final de una época y el inicio de otra, sin
cristianos .
2. Argumentos de
Diocleciano y de Galerio antes de la persecución de 303 .
Lactancio nos ha conservado
en su opúsculo Sobre la muerte de los perseguidores, un relato de
cómo Galerio fue el inductor de la gran persecución del año 303. Sin entrar en
el fondo de la cuestión, sí deseamos tratar brevemente de algunas de las cosas
que ahí se dicen, para que se vea la mentalidad imperante.
La madre de Galerio
"adoraba a los dioses de las montañas" y "ofrecía banquetes
sacrificiales casi diariamente" (XI,1). "Los cristianos se abstenían
de participar, y mientras ella banqueteaba con los paganos, ellos se entregaban
al ayuno y la oración" (XI,2). Su hijo Galerio, llevado por las quejas de
su madre, concibió un gran odio hacia ellos y decidió eliminarles. En el
invierno del año 302, Diocleciano y Galerio coincidieron en el palacio imperial
de Nicomedia para tratar de diferentes asuntos y, sobre todo, de este.
Diocleciano "insistía en
que los cristianos acostumbraban a morir con gusto y que era suficiente con
prohibir la práctica de esta religión a los funcionarios de palacio y a los
soldados" (XI,3). Consultó Diocleciano con algunos altos funcionarios y
militares sobre este asunto. "Algunos, llevados de su odio personal contra
los cristianos, opinaron que éstos debían ser eliminados en cuanto enemigos de
los dioses y de los cultos públicos; los que pensaban de otro modo coincidieron
con este parecer, tras constatar los deseos de esta persona, bien por temor,
bien por deseo de alcanzar una recompensa" (XI,6). Todavía no tomó una
resolución Diocleciano, sino que envió un arúspice al Apolo Milesio, que
respondió "como enemigo de la religión divina" (XI,7). Por todo ello,
Diocleciano decide comenzar la persecución el día 23 de febrero de 303, con la
destrucción de la iglesia de Nicomedia, la quema de las Sagradas Escrituras y el
saqueo de sus propiedades. "Al día siguiente se publicó un Edicto en el
que se estipulaba que las personas que profesasen esta religión fuesen privadas
de todo honor y de toda dignidad y que fuesen sometidas a tormento, cualquiera
que fuese su condición y categoría; que fuese lícita cualquier acción judicial
contra ellos, al tiempo que ellos no podrían querellarse por injurias,
adulterio o robo; en una palabra, se les privaba de la libertad y de la
palabra" (XIII,1).
A partir de este momento, la
persecución no hará más que endurecerse, tal y como deseaba Galerio. Pero
resulta más que suficiente para comprobar cuál era la mentalidad de Diocleciano
a este respecto. Se sentía asistido, como todos los emperadores, por la
ideología imperial, que hacía del emperador el defensor de la paz y de la
libertad de sus súbditos. El emperador era el garante del orden y debía
castigar a quien lo perturbara. El emperador era el garante de que las cosas
iban a ir bien. Esto solo era posible si se hacía caso de las tradiciones
patrias y se cumplía con las obligaciones a los dioses.
Cuando los cristianos se
abstienen de los sacrificios a los dioses de las montañas, están atentando
contra la paz de los dioses. Las consecuencias pueden ser funestas. Cuando los
cristianos se niegan a dar culto al emperador, están demostrando no ser
ciudadanos leales .
Quizás por esto, deba de apartárseles de la administración y del ejército. Para
ser buen ciudadano, para defender al imperio como militar, hace falta aceptar
sus esencias patrias. Sus dioses. Así se había actuado en otras ocasiones; el
primer paso que se dio fue el de suprimir los jueces, los gobernadores, los
funcionarios, los soldados cristianos.
El edicto de persecución
muestra cómo, una vez más, el poder político interviene en la esfera privada,
para lo que se cree con todo derecho. Además, el simple hecho de ser cristiano
hace perder toda clase de derechos. Resulta incompatible ser ciudadano romano y
cristiano, por lo que parece. La incompatibilidad estaba clara en la mente de
Diocleciano, quien solo se había detenido por razones de prudencia política,
para ver si era o no el momento adecuado y hasta dónde debía llegar la
persecución y aniquilamiento del enemigo.
Por otra parte, Lactancio nos
muestra un perfil más negro todavía sobre Diocleciano. Se prende fuego en el
palacio imperial de Nicomedia, y el emperador se encoleriza con todos. "Y
antes que a nadie, obligó a su hija Valeria y a su esposa Prisca a que se
mancillasen ofreciendo sacrificios" (XV,1). Muy posiblemente ambas mujeres
fueran catecúmenas .
Diocleciano no se detiene ni ante su esposa ni ante su hija; tampoco lo hará
Galerio, desposado con Valeria y por ello yerno de Diocleciano. Nada les
diferencia a la hora de violentar voluntades, ni siquiera los lazos familiares.
El único agravante que pesa
sobre Galerio, según recoge Lactancio, es el de su barbarie, su afán de sangre.
Tanto él como Diocleciano eran partidarios de perseguir a los cristianos, pero
mientras Diocleciano sostenía al principio en que "todo se hiciese sin
derramamiento de sangre, en tanto que el César deseaba que fuesen quemados
vivos los que se negasen a ofrecer sacrificios" .
Esta pena se comienza a aplicar en cuanto se aprueba el edicto persecutorio:
"Personas de todo sexo y edad eran arrojadas al fuego y el número era tan
elevado que tenían que ser colocados en medio de la hoguera, no de uno en uno,
sino en grupos" (XV,3).
3. El edicto de Galerio de
30 de abril de 311.
"Entre las restantes
disposiciones que hemos tomado mirando siempre por el bien y el interés del
Estado, Nos hemos procurado, con el intento de amoldar todo a las leyes
tradicionales y a las normas de los romanos, que también los cristianos que
habían abandonado la religión de sus padres retornasen a los buenos
propósitos". Así comienza el edicto en el que el emperador Galerio,
enfermo, decide cesar la persecución. Todo lo ha hecho por el bien del Estado:
así hablan los utópicos. Y hay que "amoldar todo a las leyes
tradicionales", también las conciencias y la religiosidad: así hablan los
totalitarios.
Pero es una manera de pensar
propia de los romanos que, de algún modo, se acentúa a partir de Octavio
Augusto. ¿Cómo no pensar en los versos de Horacio: "Tu imperio lo debes a
que te humillas ante los dioses: de aquí tu gloria, a ellos has de referir tus
éxitos"? .
O en el fragmento conservado de Ennio: "Las antiguas costumbres y el valor
de sus hombres, mantienen firme al Estado romano" .
¿Cómo interpreta Galerio la
actitud de los cristianos? "En efecto, por motivos que desconocemos se
habían apoderado de ellos una contumacia y una insensatez tales, que ya no
seguían las costumbres de los antiguos, costumbres que quizá sus mismos
antepasados habían establecido por vez primera, sino que se dictaban a sí
mismos, de acuerdo únicamente con su libre arbitrio y sus propios deseos, las
leyes que debían observar y se atraían gentes de todo tipo y de los más
diversos lugares". Los cristianos son "insensatos". Además, no
viven de acuerdo con las normas políticas establecidas. En esto no importa nada
ni la persona, ni la ley natural, ni la verdad. Eso es algo que al gobernante
no importa demasiado; lo importante es que nadie transgreda lo establecido.
El transgresor debe ser
excluido y castigado. "Tras emanar nosotros la disposición de que
volviesen a las creencias de los antiguos, muchos accedieron por las amenazas,
otros muchos por las torturas". El poder político interviene en la esfera
privada, buscando el bien del Estado, con amenazas y torturas. El perseguidor
ni se plantea si tiene derecho o no a ello: es un benefactor de la humanidad y
ve más claro y más lejos que los demás.
Pero ¿qué ha sucedido que no
entraba en los cálculos del poder? "Mas, como muchos han perseverado en su
propósito y hemos constatado que ni prestan a los dioses el culto y la veneración
debidos, ni pueden honrar tampoco al dios de los cristianos..." Lo
importante es la pax deorum. Si esta falla, el imperio se hundirá. No
vale que nadie se hurte a ella. Si no es de una manera, puede hacerlo de otra.
Lo importante es que haya una pax deorum. En el fondo, Galerio no
entiende qué diferencia puede haber entre el Dios cristiano y los demás. Entre
el Dios cristiano y Júpiter, o el Sol.
"...en virtud de nuestra
benevolísima clemencia y de nuestra habitual costumbre de conceder a todos el
perdón, hemos creído oportuno extenderles también a ellos nuestra muy
manifiesta indulgencia, de modo que puedan nuevamente ser cristianos y puedan
reconstruir sus lugares de culto, con la condición de que no hagan nada
contrario al orden establecido". Los cristianos han obrado mal, pero
Galerio los perdona. El perseguidor es quien, benevolente, les permite seguir
siendo cristianos y tener unas manifestaciones cultuales públicas. Galerio está
convencido de que tiene derecho a ello y, por consiguiente, que los cristianos
ni cualquiera otro, tienen derecho a lo mismo por la sencilla razón de ser
personas. La libertad religiosa tiene una limitación clara: "que no hagan
nada contrario al orden establecido". El "orden establecido"
puede exigir muchas cosas. Por ello, desde el poder, se podrá nuevamente
perseguir a los cristianos quienes, previamente, han ido en contra de ese
"orden establecido".
El resultado de esta paz, es
que los cristianos siguieron dependiendo de la bondad o maldad de los
emperadores hacia ellos.
4. La persecución de
Maximino Daya
Poco después, el emperador
Maximino Daya que controla Oriente, decide perseguir de una manera más sutil,
hasta cierto punto más actual. Se trata de conseguir acabar con el cristianismo
sin que haya mártires. Se trata de utilizar la propaganda, la calumnia y la
educación en la escuela para acabar con los cristianos.
Para ello utiliza en primer
lugar a los elementos rectores de las ciudades. Así lo explica Eusebio de
Cesarea: "El mismo Maximino estableció por cada ciudad como sacerdotes de
los ídolos y, por encima de éstos, como sumos sacerdotes, a todos los que más
se habían distinguido en las funciones públicas y que en todas habían adquirido
fama" .
Esto se entiende bien, ya que los dioses paganos no tenían una existencia
independientemente de las ciudades, siendo los elementos rectores de las
ciudades los que copaban la mayor parte de los sacerdocios oficiales .
También hace difundir las
actas falsas de Pilato, llenas de blasfemias contra Cristo según informa
Eusebio de Cesarea, y hace que se estudien en la escuela. "Después de
inventar -como suena- unas Memorias de Pilato y de Nuestro Salvador,
abarrotadas de todo género de blasfemias contra Cristo, con la anuencia del
soberano las distribuyen por todo el país sujeto a su mando, con instrucciones
escritas para que en todo lugar, lo mismo en los campos que en las ciudades, se
expusieran públicamente a todos y los maestros de escuela se cuidaran de
enseñarlas a los niños en vez de las ciencias, y hacérselas retener de
memoria" (IX,5,1). Por primera vez, el Estado pagano impone una enseñanza
anticristiana de manera abierta.
Además, capturan a
prostitutas en Damasco, a las que atormentan en la plaza pública y les obligan
bajo tortura a afirmar que "algún tiempo habían sido cristianas y que
entre los cristianos habían visto acciones criminales, y que éstos cometían
acciones licenciosas en las mismas casas del Señor, y todo cuanto querían que
ellas dijeran para calumnia de nuestra doctrina" (IX,5,2). Esta era una forma
de actuar que ya había sido denunciada en la segunda mitad del siglo II por san
Justino: "Y, en efecto, tratando de dar muerto a algunos cristianos
fundados en las calumnias que corren contra nosotros, arrastraron también a
esclavos, niños o mujerzuelas y, por medio de espantosos tormentos, los
forzaron a repetir contra nosotros los cuentos del vulgo, los mismos crímenes
que ellos cometen públicamente" .
Todo esto prepara la nueva
persecución del emperador Maximino. Conocemos su rescripto de persecución por
la copia de la estela de Tiro que nos ha traducido Eusebio de Cesarea. Merece
la pena citar algunos párrafos, para dilucidar el punto de vista de Maximino.
Comienza así: "Por fin, la débil audacia de la mente humana se ha
fortificado al haber sacudido y disipado toda oscuridad y tiniebla de error -el
mismo que antes de ahora, asediaba con la sombra funesta de la ignorancia- de
los sentidos de unos hombres no tan impíos cuanto desgraciados, y reconoce que
es regida y consolidada por la providencia benevolente de los dioses
inmortales" (IX,7,3).
El amor a los dioses se
manifiesta en los habitantes de Tiro. Su religiosidad les priva de la ruina
funesta que se deriva de no rendirles el culto y sacrificio debidos.
"Porque, ¿quién podría ser tan insensato y ajeno a todo entendimiento que
no comprenda que, a la solicitud benevolente de los dioses debemos el que la
tierra no niegue las semillas a ella confiadas ni arruine con vana espera la
esperanza de los campesinos?". Las calamidades "ocurrieron por causa del
funesto error de la vana impostura de esos hombres inicuos, cuando prevalecía
en sus almas y casi, por así decirlo, abrumaba con sus deshonras a todas las
regiones del mundo habitado" (IX,7,9). Han sido los cristianos los
responsables de todas las calamidades del pasado, una acusación recogida
anteriormente por otros escritores cristianos .
Los que hayan renunciado a su
locura e impiedad -siendo cristianos- que se alegren, como libres "de una
terrible enfermedad". Pero "si permanecieren en su maldita impostura,
que sean separados y arrojados bien lejos de vuestra ciudad y de sus contornos,
conforme lo pedisteis, para que de esta manera vuestra ciudad, apartada de toda
mancilla y de toda impiedad, siguiendo vuestra laudable diligencia en este
asunto y vuestro natural propósito, pueda con la debida reverencia prestarse a
los sacrificios rituales de los dioses inmortales.
5. La palinodia de
Maximino
Las cosas se tuercen para el
emperador Maximino, que tiene que hacer frente a un periodo de hambre, peste y
guerras. Si se había ufanado de que todo le era próspero por su devoción y
piedad a los dioses patrios, parece que estos le han abandonado. Eusebio de
Cesarea lo interpreta como la intervención de Dios a su lado: "Dios,
campeón de su propia Iglesia, haciendo tascar el freno, por así decirlo, al
orgullo del tirano contrario a nosotros, demostró que el cielo era un aliado
puesto de nuestro lado" (IX,7,16).
A finales del año 312,
Maximino escribe una carta en la que, de mala gana, acaba reconociendo la libertad
de los cristianos. Resulta muy interesante leer los argumentos del perseguidor.
"Jovio Maximino Augusto, a Sabino: Estoy persuadido de que, lo mismo para
tu firmeza que para todos los hombres, es evidente que nuestros señores y
padres, Diocleciano y Maximiano, cuando se dieron cuenta de que casi todos los
hombres, abandonando el culto de los dioses, se habían mezclado con la raza de
los cristianos, obraron rectamente al ordenar que todos los que habían
desertado del culto de sus propios dioses inmortales fueran de nuevo llamados
al culto de los dioses mediante corrección y castigo ejemplar" (IX,9ª,1).
Nuevamente vemos la unión
estrecha entre comunidad política y religiosa, e intromisión del poder político
en la esfera personal y las creencias más íntimas de los ciudadanos. Así
obraban -y obran- los paganos, convencidos de actuar rectamente. La pax
deorum justifica cualquier intervención, incluso la violencia,
"corrección y castigo ejemplar", contra los que estén en desacuerdo.
Continúa su carta con un ramalazo
posibilista, oportunista: "Pero cuando yo llegué por primera vez al
Oriente bajo buenos auspicios y me enteré de que en algunos lugares los jueces
habían desterrado por la causa antes señalada a numerosísimas personas que
podían ser útiles al Estado, di órdenes a cada uno de los jueces para que en
adelante ninguno de ellos se comportara duramente con los habitantes de las
provincias, sino que, más bien, con halagos y exhortaciones, intentaran
llamarlos de nuevo al culto de los dioses" (IX,9ª,2).
Esta es la demostración de
una táctica muy efectiva, a la vez que nos muestra su religiosidad pagana y su
punto de vista estrictamente político. No se preocupa por los campesinos,
pequeños artesanos, pescadores, a los que se pueda reprimir sin que afecte para
nada a la seguridad del Estado. Pero a las personas cualificadas, "útiles
al Estado", de las que no se puede prescindir para que no se entre en una
crisis política manifiesta, hay que "corregirlas" de otra manera más
persuasiva, con "halagos y exhortaciones".
Esta política de halagos para
"reconocer el culto de los dioses" puede dar algunos frutos, y es
preciso recibir a los cristianos que apostaten. "Pero si algunos desean
seguir su propio culto, podrías ir dejándolos en su libertad" (IX,9ª,8).
Se arrincona la persecución abierta y sangrienta, para primar la labor de
seducción y apostasía, acomodándose a las actuales circunstancias. Los
cristianos eran nuevamente tolerados, como se toleraba a los enfermos
incurables.
Pocos meses más tarde,
enfrentado Maximino con el emperador Licinio, publica un nuevo edicto a favor
de los cristianos, posiblemente para atraérselos de cara a la confrontación
bélica que se hacía inevitable. De la traducción del texto, ofrecemos un único
párrafo que nos muestra bien el pensamiento del emperador:
"Por consiguiente, para
eliminar en lo sucesivo toda sospecha y ambigüedad causantes de temor, hemos
determinado que se promulgue esta orden, con el fin de que a todos sea
manifiesto que, por este regalo nuestro, a quienes quieran tomar parte en
semejante secta y religión les es lícito acercarse, de la manera que cada uno
quiera, o como más le guste, a aquella religión que haya elegido practicar
habitualmente. Y también les queda permitido el construir sus iglesias
propias" (IX,10,10).
No se trata tanto de
reconocer un derecho que todos poseemos por el hecho de ser personas o,
incluso, un derecho y un deber como criaturas, a rendir culto a Dios. Se trata
de un "regalo nuestro", un regalo de Maximino; lo mismo que lo da lo
puede quitar y elegir libremente la religión no es algo que le parezca propio
de la naturaleza humana. Es, pues, una concesión más política que fruto del
convencimiento personal.
C) El sincretismo y el
relativismo.
Se ha escrito con cierta
profusión, que el período helenístico se caracteriza por su individualismo, su
relativismo y por unas tendencias sincréticas importantes. Esto es algo que hay
que matizar mucho, pero en líneas generales sí se puede hablar de una época con
una tendencia mayor que las anteriores al individualismo, el relativismo y el
sincretismo.
Unos siglos más tarde,
coincidiendo con el mayor peso del oriente del Imperio Romano, las tendencias
individualistas, relativistas y sincréticas aumentan. Citaremos unos casos, a
modo de ejemplo, antes de abordar con detalle la relación que puede existir
entre el sincretismo y la actitud persecutoria o tolerante hacia el
cristianismo.
1. Severo Alejandro
Del emperador Severo
Alejandro (222-235) nos han llegado noticias muy diversas, en algunas de las
cuales se advierte una estima sincera hacia los cristianos. Un ejemplo de ello
sería, por ejemplo, el hecho de encargar al escritor cristiano Sexto Julio
Africano, de la construcción y ordenación de la biblioteca del Panteón, en
Roma, en torno al año 227-228. De este escritor se conservan extensos
fragmentos de su obra enciclopédica, los Kestoi, dedicados al emperador
Severo Alejandro. La opinión que tuvo sobre la organización eclesiástica fue
óptima y se le consideró un emperador filocristiano .
El autor de la Vita
Alexandri, en la Historia Augusta nos refiere algunas noticias sobre
el emperador que a primera vista, resultan sorprendentes. La primera, como
muestra de buen emperador que se lleva bien con todos: “Mantuvo a los judíos
sus privilegios. Permitió que hubiera cristianos. Fue tan deferente con los
pontífices, los quindecenviros y los augures, que les permitía revisar el
veredicto de determinadas causas relativas al culto que él ya había
sentenciado” .
La segunda, su intención de
levantar un templo a Cristo y admitirlo entre los dioses de Roma: "Si
estaba en Roma (Alejandro Severo), cada siete días subía al Capitolio y
frecuentaba los templos. Tuvo intención de levantar uno a Cristo y ponerle en
el número de los dioses. Pensamiento que se dice tuvo también Adriano, quien
había mandado construir en todas las ciudades templos sin simulacros. Estos
templos, aun hoy día, por no tener númenes a quienes estén consagrados, se
llaman de Adriano, quien se decía que justamente para este fin los mandaba
construir. Mas, por lo que a Alejandro Severo se refiere, le disuadieron de su
idea los sacerdotes, según los cuales, de haberla llevado a cabo, se hubieran
hecho todos cristianos y quedarían los templos desiertos" .
La tercera, el que en su
larario privado dio culto personalmente a Cristo junto a Abraham, Orfeo,
Apolonio de Tiana y a sus predecesores en el imperio. “Este fue su plan de
vida: primero, si le era lícito, es decir, si no se había acostado con su
esposa, hacía un sacrificio por la mañana en su larario en el que tenía las
estatuillas de los emperadores divinizados, aunque solamente una selección de
los mejores, y las de seres de gran honorabilidad, entre los que se hallaban
Apolonio y, según el testimonio de un escritor de su época, Cristo, Abrahán, Orfeo
y otros personajes parecidos a ellos, y las estatuas de sus antepasados” .
No se sabe cuál era la intención del autor de esta Vita Alexandri al
incluir a Cristo entre Abrahám, Orfeo y Apolonio de Tiana, además de los
emperadores divinizados. Porque ni Abrahám, ni Orfeo ni Apolonio, ni los
emperadores divinizados, fueron dioses. Incluir a Cristo entre ellos sería
considerarlo un mero hombre.
Severo Alejandro se nos
aparece como una persona que busca sinceramente el monoteísmo, con
independencia de que se le llame de una manera o de otra. Para Sordi, desea
devolver al Imperio "con este summus deus de muchos nombres, una
nueva unidad espiritual en la que todos, paganos, judíos y cristianos se
pudieran reconocer de igual manera, ut quemadmodum deus colatur,
representan el punto más alto y quizá más consciente del sincretismo
severiano" .
Naturalmente, esta tendencia
sincretista, que propugnaba una tolerancia religiosa, resultaba un gran peligro
para la fe cristiana. Poco tenía que ver el Dios creador y único, con la vaga
divinidad del paganismo. Y menos todavía con el uso que se hacía por parte de
los romanos de la religión al servicio de la patria. Recordemos las palabras
que Dión Casio puso en labios de Mecenas en su discurso a Octavio Augusto, en
que le aconseja que honrara a la divinidad "según los usos patrios" y
que obligara a los demás a honrarla, que odiara y castigara a aquellos que se
comportaban en el culto como extranjeros: "y no sólo por los dioses, sino
porque la gente que introduce nuevas divinidades y convence a muchos para que
adopten costumbres extranjeras constituye un peligro para la monarquía".
Palabras que Dión Casio dirigía al emperador Severo Alejandro para que
abandonara su tolerancia.
El segundo momento bonancible
es el que sigue a la paz de Galieno. Durante varias décadas, los cristianos no
son abiertamente perseguidos y por ello vuelven a aparecer entre los estamentos
dirigentes y el ejército. A muchos de ellos, sobre todo a los magistrados y
altos cargos, se les dispensará del culto a los dioses y del culto imperial.
Esta dispensa era una manera clara de atraer a los cristianos a la
administración.
2. El sincretismo solar
Tertuliano en su Apologético
había salido al paso de los que interpretaban mal el sentido del domingo, dies
solis, y pensaban que los cristianos adoraban al Sol. "Otros, muchos
más humana y verosímilmente creen que el sol es nuestro dios. Seremos, si
acaso, asimilados a los persas, aunque nosotros no adoremos al sol pintado en
un lienzo, teniéndolo en todas partes en su bóveda celeste. El origen de tal
sospecha proviene del hecho notorio de que nosotros oramos vueltos hacia la
región de oriente. Pero también muchos de vosotros, mostrando alguna veneración
hacia los astros, movéis los labios vueltos hacia la salida del sol" .
Dos décadas más tarde de
escribirse lo anterior, alcanzaba el poder imperial Heliogábalo (218-222),
sacerdote del Baal de Emesa, que quiso convertir a Baal en el primer dios del
imperio y que se declaró él mismo gran sacerdote del culto solar. Todos los
dioses estaban subordinados al Sol, el summus deus, del que no eran más
que aspectos y manifestaciones. Sus excentricidades y aberraciones, propiciaron
su asesinato en 222. A él le seguirá Severo Alejandro, cuya actitud
sincretista ya hemos comentado.
Bajo el reinado de Aureliano
(270-275), llega al máximo el culto oficial al Sol. Aureliano tomó algunas
medidas que beneficiaron a los cristianos de Antioquía, pero se debió a un
criterio estrictamente político. Adquiere los títulos de Deus et dominus,
porta la diadema radiada y el manto de oro, emblema solar y aparece en las
monedas frente a la divinidad suprema Deus Sol Invictus, del que será
pontífice máximo .
Y no llegó a firmar los edictos de persecución contra los cristianos por su
muerte inesperada .
Coinciden estos años finales
del siglo III no solo con un afianzamiento del culto solar, sino con un
sincretismo solar, con el que se busca la convivencia pacífica de los grupos
religiosos diferentes. Cada vez se habla más de un summus deus, que
recibiría diversos nombres, pero que sería el mismo. Convenía que todos lo
adoraran, pues eso era la garantía de la paz y de la prosperidad del Imperio.
La elección de este dios fue uno de los principales problemas de esta época;
hay quien piensa que fue el principal problema político del momento .
Constancio Cloro tuvo una
devoción clara hacia el culto solar que, muy probablemente, compartió su hijo
Constantino. Éste fue proclamado césar en el año 306 y en las campañas que
realizó contra Majencio, incluyó en los escudos y estandartes el signo de la
cruz que había visto en un sueño o en una visión y que atribuyó al Dios de los
cristianos la victoria que había logrado con ese signo. Algunos piensan que se
trata de una simple simbología solar, mientras que otros lo relacionan con el
símbolo cristiano .
Sin embargo, conviene que
reparemos en unas fuentes muy importante para ver el cambio experimentado por
el emperador Constantino, y no son otras que los panegíricos latinos.
Examinaremos brevemente el panegírico que hizo en Tréveris un retor pagano del
año 313 delante del propio emperador. En él se exalta la victoria de
Constantino sobre Majencio y la celebración del origen divino de la misma: los
responsos de los arúspices y los colaboradores más estrechos del emperador eran
contrarios a la expedición bélica. El rétor anónimo se pregunta "qué dios
y qué praesens maiestas lo habían impulsado". Porque Constantino
tiene una relación especial con esa "mente divina", que sólo se le
manifiesta a él (2,5). Después de una enumeración pormenorizada de las campañas
militares en Italia, el rétor explica que Constantino se enfrentó a un
adversario al que la divina mens le había quitado el juicio, a fin de
que pudiera ser derrotado (16,2; 18,1). Y concluye el panegírico con una
plegaria al summae rerum sator "que quiso tener tantos nombres
cuantas son las lenguas de los pueblos y del que no podemos saber cómo quiere
que se le llame", mens divina inmanente al mundo o autor
transcendente de todo movimiento, potestad suma situada por encima de todos los
cielos.
El autor, un pagano
convencido, emplea grandes circunloquios en los que la religión pagana sale
bastante mal parada, y una difusa divinidad, un dios supremo, cuida de
Constantino de una manera especial. Ya no estamos como unos años atrás, cuando
los panegiristas salpicaban sus discursos de alusiones a los dioses con sus
nombres de Júpiter, Apolo, Mercurio, Liber. Aquí se han silenciado casi por
completo.
En el panegírico del año 310,
se habla extensamente de la religiosidad solar de Constantino, y en él se
nombra al Sol de la manera tradicional romana: Apolo, a la vez que se mencionan
a otros dioses como Ceres, Liber, Mercurio, Juno y Júpiter Capitolino, que no
eran incompatibles con el summus deus de la religión solar. Tres años
más tarde, en 313, el rétor pagano no cita el nombre de esta desconocida
divinidad que asiste a Constantino. Si como años atrás hubiera sido el Sol
(Apolo), no se entiende por qué no lo hubiera citado con este nombre.
De alguna manera, nos encontramos
con una evolución personal de Constantino, desde la devoción solar común a su
padre Constancio Cloro, hacia el Dios de los cristianos. Fue algo gradual,
apreciable en numerosas cosas, pero de ninguna manera se puede apreciar en él
un cambio brusco. Ni en su interior había cambiado por completo, ni en un
Imperio que no controlaba ni era mayoritariamente cristiano sino todo lo
contrario, podía dar más pasos ni más rápidos.
3. La visión de
Constantino
Con motivo de la guerra civil
entre Majencio y Constantino, tenemos uno de los sucesos más controvertidos de
la historia. Se trata del sueño que tiene Constantino la víspera de la batalla
del Puente Milvio. Pero antes de afrontarlo, conviene que veamos el
planteamiento que realiza Eusebio de Cesarea en su obra Vida de Constantino,
escrita poco después de fallecer dicho emperador.
"No dejaba de percatarse
de que, dados los maléficos encantamientos mágicos de que se valía el tirano, a
él le era precisa una ayuda superior a la estrictamente militar, y buscaba un
dios protector, considerando como secundarias la importancia de los ejércitos y
la cantidad de soldados (pues, ausente el auxilio de Dios, creía que todo esto
no tenía ningún vigor), a la par que confesaba la insuperabilidad e
invencibilidad de la cooperación divina" .
Se dará cuenta de que sus
adversarios, contando con una pluralidad de dioses, "al rendirles culto
con libaciones, sacrificios y oblaciones, los más encontraron un final no
precisamente feliz"; por el contrario, solo su padre "había hallado
en el dios que está más allá de todas las cosas y a quien honró en el
transcurso de toda una vida, al salvador, al guardián del imperio y al
dispensador de todo bien" (I,27,2-3). Decide, después de mucho
reflexionar, "que solamente había que honrar al dios de su padre".
Según la narración de Eusebio, este dios es el de los cristianos; según los
testimonios de otras fuentes, desde luego más creíbles, era el Sol.
Observemos las razones que da
Eusebio para la elección de un dios u otro. Poco o nada tienen que ver con
asuntos doctrinales. Se trata de conseguir el favor de la divinidad para el
desempeño de una misión política. Se ha de escoger la divinidad que haya
demostrado ser la más eficaz. Es en este momento de cavilación personal y
comienzo de las oraciones de Constantino al dios de su padre, cuando tiene su
visión.
"En las horas meridianas
del sol, cuando ya el día comienza a declinar, dijo que vio con sus propios
ojos, en pleno cielo, superpuesto al sol, un trofeo en forma de cruz,
construido a base de luz y al que estaba unido una inscripción que rezaba: con
éste vence. El pasmo por la visón lo sobrecogió a él y a todo el ejército,
que lo acompañaba en el curso de una marcha y que fue espectador del
portento" (I,28,2).
Constantino caviló mucho sobre
este suceso. Cuando anocheció, vio en sueños a Cristo "con el signo que
apareció en el cielo y le ordenó que, una vez se fabricara una imitación del
signo observado en el cielo, se sirviera de él como de un bastión en las
batallas contra los enemigos" (I,30). Así lo mandó hacer. Además, decidió
preguntar a "los iniciados en sus doctrinas y les preguntaba quién era
dios y cuál era el sentido del signo que se dejó ver en la visión. Le dijeron
que se trataba del Dios hijo unigénito del único y sólo Dios, y que la señal
aparecida era símbolo de la inmortalidad y constituía un trofeo de la victoria
sobre la muerte" (I,32,1-2). A partir de aquel momento, Constantino asoció
a su compañía "a los sacerdotes de Dios como asesores, sosteniendo el
parecer de que habíase de honrar al dios que contempló en la visión con todo
tipo de culto".
Frente a esto, se nos muestra
a su oponente, el emperador Majencio, como volcado en la mántica.
"Finalmente, el remate que coronaba tanto mal fue que el tirano se volcará
en la hechicería, unas veces rajando el vientre de las mujeres gestantes con
intenciones mágicas, otras escudriñando las vísceras de criaturas recién
nacidas, o degollando leones o ejecutando diferentes actos nefandos con el fin
de evocar los demonios y desviar la guerra; pues con estas artes esperaba
hacerse con la victoria" (I,36,1). Licinio, después de consultar un
oráculo, decidió salir de las murallas de Roma y enfrentarse con el ejército de
Constantino: aquél día iba a perecer el enemigo de Roma, le había dicho. La
ambigüedad del oráculo duró poco; entablado el combate, Majencio murió ahogado .
Nos interesa resaltar en
ambos emperadores, el recurso a la divinidad que les puede conseguir la
victoria. Victoria militar en primer lugar, política en segundo. Majencio sigue
las antiguas tradiciones romanas, en buena manera etruscas. Constantino se
halla dudoso de qué dios escoger. Al decidirse por hacerlo por el dios de su
padre el emperador Constancio Cloro, una extraña visión le hace dar un pequeño
giro hacia el Dios de los cristianos. Con ese conseguirá el triunfo, militar
primero, político después. La diferencia con los planteamientos que hemos visto
anteriormente con Diocleciano, Galerio o Maximino es patente. No se trata ahora
de mantener o restablecer la "paz de los dioses" para evitar un
castigo, sino elegir la divinidad más fuerte que sea capaz de llevarle al
triunfo sobre los enemigos. Después ya se impondrá la paz, que será
salvaguardad por la divinidad que le haya llevado a la victoria.
Por otra parte, conviene
dejar constancia de la "benevolencia" con que Eusebio de Cesarea
trata a Constancio Cloro, haciéndole cristiano o tratándolo como si fuera tal.
Ciertamente, Constancio fue monoteísta y no fue un perseguidor sanguinario. Los
martirios en los territorios que controlaba fueron mínimos, lo mismo que la
destrucción de edificios religiosos. Pero no hay que olvidar que, al igual que
es monoteísta, devoto del Sol, aparece en numerosas ocasiones como adorador de
los dioses, al igual que los demás emperadores. Y en las acuñaciones montéales
que ya hemos mencionado, se le ve sacrificando junto a los demás emperadores .
De todo esto prescinde Eusebio, en atención sobre todo, a que se trata del
padre de Constantino, el gran campeón de los cristianos, el nuevo Moisés, como
le gustará repetir reiteradamente. En el fondo, no dejamos de estar inmersos en
un mundo un tanto sincretista, narrado por un ecléctico que convivió
estrechamente con el poder.
Cuando se produce la entrada
victoriosa de Constantino en Roma, es recibido por todos como un libertador.
Eusebio escribe que "hombres, mujeres y niños con inmenso número de
domésticos lo proclamaban liberador, salvador y benefactor" (I,39,2),
empleando títulos que se solían aplicar a los emperadores y a los reyes
helenísticos. Constantino dice que el artífice de la victoria ha sido Dios y
renuncia subir al Capitolio a sacrificar a los dioses. E hizo que se colocara
en el Foro una imagen con la siguiente inscripción: "Con este signo
salvífico, verdadero argumento de fortaleza, liberé esta ciudad, puesta a salvo
del yugo tiránico; más aún, al liberarlos también restituí al Senado y al
pueblo romano la antigua fama y esplendor" (I,40,2). Roma sigue con el
culto a los dioses; pero Constantino atribuye su victoria militar a un signo
-la cruz- que le fue revelado y parece vincularse cada vez más al Dios de los
cristianos.
5. La visión de Licinio
Después de la alianza entre
Constantino y Licinio, se produce el natural acercamiento entre los otros dos
emperadores, Majencio y Maximino Daya. No tardará mucho Maximino en declarar
las hostilidades contra Licinio. Lactancio nos cuenta con cierto detalle los
momentos previos de la batalla y cómo cada emperador se preparó.
"Entonces, Maximino hizo
un voto a Júpiter en el sentido de que, si alcanzaba la victoria, eliminaría el
nombre de los cristianos y lo erradicaría totalmente". Y a Licinio se le
aparece un ángel de Dios que le ordena que él y su ejército "elevase
plegarias al Dios supremo: si así lo hacía, suya sería la victoria" .
Al despertarse, Licinio manda escribir las palabras que había oído, que son las
siguientes: "Dio supremo, a ti rogamos, Dio santo, a ti rogamos: a ti
encomendamos toda la justicia, a ti encomendamos nuestra salvación, a ti
encomendamos nuestro Imperio. Gracias a Ti vivimos, gracias a ti alcanzamos la
victoria y la felicidad. Dios supremo, Dios santo, escucha nuestras plegarias.
A ti extendemos nuestros brazos: escúchanos Dios santo, supremo" (XLVI,6).
La batalla tiene lugar el 30
de abril del año 313. Estando los ejércitos frente a frente, siendo mucho más
numeroso el de Maximino, los soldados de Licinio colocan en el suelo los
escudos, se quitan los yelmos, "elevan las manos al cielo con los
oficiales delante de ellos y recitan la plegaria precedidos por el emperador.
El ejército que va a perecer escucha el murmullo de los que oran"
(XLVI,10). Después de recitado tres veces, se revisten para el combate.
El planteamiento que hace
Lactancio es que ambos emperadores confían en su victoria, por la intercesión
de la divinidad. Acudiendo a Júpiter uno; invocando al Dios supremo el otro. Ya
hemos dicho, que en estos momentos se tendía a un fuerte monoteísmo,
centralizado en un dios supremo, que podía ser Júpiter. No parece tan distante
la posición de Maximino de la de Licinio. Sin embargo, al mencionar el primero
a Júpiter, está cerrando la puerta a los cristianos: ese no es su Dios. Y su
política persecutoria les hace pensar: este no es nuestro emperador. Mientras
que Licinio, con ese vago Dios supremo, se puede referir a Júpiter, al Sol o al
Dios de los cristianos. Licinio se nos muestra como un pagano monoteísta, que
puede simpatizar algo con el cristianismo en este momento, al igual que poco
más adelante se convertirá en un perseguidor .
Algunos estudiosos han calificado
el sueño de Licinio y la plegaria que hace recitar como un intento de
"atraerse las simpatías de una parte del Imperio donde predominaba el
cristianismo y, al propio tiempo, intentó tener en cuenta la composición mixta
-pagana y cristiana- del ejército; de ahí su tono sincretístico, más bien
pagano que cristiano" .
Sin embargo, el entusiasmo de Lactancio es evidente, así como el atribuir la
victoria a Dios, a quien califica de Dios supremo, dando a entender que el que
aparecía en la oración de Licinio y recitada por todo su ejército era el Dios
de los cristianos: "Fue así como el dios supremo los entregó como
holocausto a sus enemigos" (XLVII, 3).
De cualquier manera, en este
estudio nos interesa destacar la identificación tan sencilla operada por Lactancio
entre el Dios supremo de la plegaria de Licinio con el Dios de los cristianos.
Y la ambivalencia de que ese Dios supremo, summus deus, pueda ser
identificado de diferente manera por paganos monoteístas y cristianos. Esto,
que de manera transitoria no proporciona problemas si se hace para destruir a
un enemigo común (Maximino Daya, decididamente politeísta, aunque concentrando
sus plegarias en torno a Júpiter) puede parecer un avance. ¿Pero lo es en
realidad o sólo durante un brevísimo plazo de tiempo? El caso de Licinio nos
demuestra que es una situación inestable que se ha de despejar lo más
rápidamente posible .
Pero primero examinemos las disposiciones favorables a los cristianos que
tomaron Licinio y Constantino.
6. Las disposiciones
imperiales de Constantino y Licinio de 313
Este es el conocido como
Edicto de Milán, del que vamos a recoger su parte principal. Citaremos la
versión que del mismo nos transmite Eusebio de Cesarea. Comienza así el
preámbulo: "Al considerar, ya desde hace tiempo, que no se ha de negar la
libertad de la religión, sino que debe otorgarse a la mente y a la voluntad de
cada uno la facultad de ocuparse de los asuntos divinos según la preferencia de
cada cual, teníamos mandado a los cristianos que guardasen la fe de su elección
y de su religión. Mas como quiera que en aquel rescripto en que a los mismos se
les otorgaba semejante facultad parecía que se añadían claramente muchas y
diversas condiciones, quizás se dio que algunos de ellos fueron poco después
violentamente apartados de dicha observancia" .
Licinio decide publicar el
edicto de Galerio suprimiendo algunas restricciones que abrían la puerta
fácilmente a una nueva persecución. Los emperadores Licinio y Constantino se
pusieron de acuerdo en Milán sobre dos temas de manera preferente: la boda de
Licinio con la hermana de Constantino y la política a seguir con los cristianos
.
"Cuando yo, Constantino
Augusto, y yo, Licinio Augusto, nos reunimos felizmente en Milán y nos pusimos
a discutir todo lo que importaba al provecho y utilidad públicas, entre las
cosas que nos parecían de utilidad para todos en muchos aspectos, decidimos
sobre todo distribuir unas primeras disposiciones en que se aseguraban el
respeto y el culto a la divinidad, esto es, para dar, tanto a los cristianos
como a todos en general, libre elección en seguir la religión que quisieran,
con el fin de que lo mismo a nosotros que a cuantos viven bajo nuestra
autoridad nos puedan ser favorables la divinidad y los poderes celestiales que
haya.
Por lo tanto, fue por un
saludable y rectísimo razonamiento por lo que decidimos tomar esta nuestra
resolución: que a nadie se le niegue en absoluto la facultad de seguir y
escoger la observancia o la religión de los cristianos, y que a cada uno se le
dé facultad de entregar su propia mente a la religión que crea que se adapta a
él, a fin de que la divinidad pueda en todas las cosas otorgarnos su habitual
solicitud y benevolencia" (X,5,4-5).
A partir de ahora, como se
detalla a continuación, no habrá restricciones para que los cristianos puedan
desarrollar su propia religión, pero tampoco para los demás. "Ya que estás
viendo lo que precisamente les hemos dado nosotros sin restricción alguna, tu
santidad comprenderá que también a otros, a quienes lo quieran, se les da facultad
de proseguir sus propias observancias y religiones -lo que precisamente está
claro que conviene a la tranquilidad de los tiempos-, de suerte que cada uno
tenga posibilidad de escoger y dar culto a la divinidad que quiera"
(X,5,8).
Esto supuso un paso adelante
para los cristianos, que vieron el final de la persecución en gran parte del
imperio y el resurgir de sus comunidades cristianas, la construcción de
iglesias, etc. La interpretación que hace Eusebio de la situación es la
siguiente: "Así, pues, todos los hombres se vieron libres de la opresión
de los tiranos, y una vez alejados de los primeros males, unos de una manera y
otros de otra, iban confesando único dios verdadero al que había combatido en
defensa de los hombres piadosos" (X,2,1).
El contemplar la evolución de
los emperadores de perseguidores a tolerantes resultó un gran paso adelante.
Más tarde, al ver las medidas de favor y la legislación favorable a los
cristianos, sobre todo de Constantino, muchos cristianos se volverán hacia este
emperador como a su auténtico campeón. Constantino se irá acercando al
cristianismo y se notará en muchas de sus acciones. Pero tengamos presente que
solo se bautizará al final de sus días y que su pensamiento religioso siguió
imbuido de un ideal sincrético.
¿Cuál es la idea de fondo de
este "Edicto de Milán", o de este acuerdo entre los emperadores
Licinio y Constantino? Se trata de establecer una libertad religiosa, no
impedir el culto a ninguna divinidad: "que cada uno tenga posibilidad de escoger
y dar culto a la divinidad que quiera". ¿Qué se consigue con esta libertad
religiosa? Muy claro lo exponen: "a fin de que la divinidad pueda en todas
las cosas otorgarnos su habitual solicitud y benevolencia" (X,5,5). La
mentalidad es la misma que encontramos en la tradición romana y en
prácticamente todos los pueblos primitivos: la paz de los dioses -la paz de
Dios para el pueblo judío-. Si no se rinde culto a la divinidad, sea la que
sea, el castigo será inevitable. Esto nos pone frente a otra cuestión: ¿por qué
dictan este acuerdo los emperadores? ¿Por un criterio de oportunismo político?
¿Por un convencimiento de que la libertad de culto es lo mejor? ¿Por una
simpatía hacia los cristianos, que no podía ser más abierta en este momento?
Porque el problema de fondo
subyace ahí. Es la autoridad política la que decide, benevolente, otorgar la
libertad religiosa "a fin de que la divinidad pueda en todas las cosas
otorgarnos su habitual solicitud y benevolencia". Lo mismo que ha
decidido, benevolente, la libertad religiosa, decidió benevolente, la
obligación de sacrificar a los dioses. Pero, ¿quién es el Estado, su
representante, la máxima autoridad política, para decidir cuándo y cómo se
puede o no se puede dar culto a la divinidad?
En segundo lugar si las
circunstancias históricas demostraran que, después de obtenida la libertad
religiosa, se hubieran sucedido desórdenes, guerras, catástrofes naturales, ¿se
podía con ello interpretar que la divinidad estaba descontenta y que por ello
no les otorgaba "su habitual solicitud y benevolencia"? Si no se
reconocía que la religiosidad es algo natural al hombre, un derecho que se debe
reconocer más que conceder, se corre el peligro de que el poder, de manera
arbitraria, lo conceda o lo retire a su arbitrio. No estaban los tiempos
suficientemente preparados para ello y por eso no podemos exigir ni censurar
unos hechos y una mentalidad que hoy podemos no compartir. Pero sí hemos de
comprender los tiempos y reflexionar sobre ellos.
En tercer lugar, al conceder
"libre elección en seguir la religión que quisieran, con el fin de que lo
mismo a nosotros que a cuantos viven bajo nuestra autoridad nos puedan ser
favorables la divinidad y los poderes celestiales que haya", se está
diciendo desde el poder dos cosas: que cada uno crea en la divinidad que
quiera, y que el hechod e que haya unas u otras, más o menos, al poder no le
importa. Lo importante es que esa divinidad o divinidades les sean favorables.
¿No es esto una actitud relativista? ¿Qué más da un dios que cuatro, que cinco,
o que se llame de una manera que de otra?
Ya lo habían indicado en
numerosas ocasiones a los cristianos durante las diferentes persecuciones.
Traigamos a colación, a modo de ejemplo, lo sucedido al obispo Dionisio de
Alejandría durante la persecución de Valeriano, en la carta que dirige contra
Germán. Resulta muy interesante la transcripción que se nos ofrece de la
conversación entre el gobernador Emiliano y el obispo Dionisio. Emiliano habla
de la benevolencia de los emperadores al permitir a los cristianos que se
salvaran, "con tal de que queráis volver a lo que es conforme a la
naturaleza, adorar a los dioses salvadores de su imperio y olvidaros de lo que
va contra naturaleza" .
¿Qué le responde el obispo Dionisio? "No todos adoran a todos los dioses,
sino que cada uno adora a los que creen que lo son, y así nosotros rendimos
culto y adoramos al único Dios y creador de todas las cosas, el que puso
también el imperio en manos de los augustos Valeriano y Galieno, amadísimos de
Dios y a él dirigimos continuamente nuestras súplicas por el imperio, con el
fin de que permanezca inconmovible" (VII,11,8). Una respuesta en la que se
demuestra la lealtad y patriotismo de los cristianos, aunque no coincidan en la
concepción politeísta.
La respuesta de Emiliano es
paradigmática: "Pues, ¿quién os impide adorar también a éste, si es que es
Dios, con los dioses que lo son por naturaleza? Porque se os manda dar culto a
los dioses, y dioses que todo el mundo conoce". Esta es la cuestión. ¿Qué
puede importar un dios más, en un mundo politeísta? Pero claro, el poder obliga
a adorar a los dioses "que lo son por naturaleza", y "que todo
el mundo conoce". No se trata de argumentar a favor o en contra de la
unicidad de Dios; simplemente, dejar constancia que esto es algo que a muchos
no ha importado nada. Y a otros muchos, les resulta igual que sea un dios u
otro, porque te vienen a decir, todos son el mismo.
Dionisio responde:
"Nosotros no adoramos a ningún otro". Esa es la pura verdad. Un
cristiano adora a Dios, pero por eso mismo, no cree y no puede adorar a otros
dioses, porque no existen y porque entrañaría una apostasía de su fe.
La conclusión del gobernador
Emiliano es la habitual: "Estoy viendo que vosotros sois no solo ingratos,
sino también insensibles a la mansedumbre de nuestros augustos; por lo cual no
vais a quedaros en esta ciudad, seréis deportados a las regiones de Libia"
(VII,11-10). El no obedecer a la autoridad requiere un castigo. Pero, además,
hay que salvaguardar a la comunidad, porque si alguien no sigue las normas
establecidas, la divinidad se puede encolerizar. Por eso hay que alejar al
disidente, matarlo o alejarlo de su territorio.
¿Pueden convivir dos
concepciones tan antagónicas como el politeísmo y el monoteísmo cristiano? La
experiencia histórica demuestra que, o bien el Estado tenía unos fundamentos
paganos y el cristianismo era tolerado, o viceversa. Pero se tolera algo que no
se ve bien, algo que no gusta.
Por otra parte, en el momento
actual estamos viviendo un proceso en cierto modo parecido, pero contrario, al
que se vivió durante el siglo III. Estamos saliendo del cristianismo a marchas
forzadas y llegando a una situación en la que se ofrece nuevamente una
convivencia, un mundo de paz y de estabilidad. ¿Sobre qué bases? Es lo mismo,
nos dicen, pero estas bases no pueden ser las cristianas. Han sustituido una
divinidad por otras -demiurgo masónico, constituciones liberales, panteísmo- y
se aprestan a construir un Estado en el que todo el mundo les rinda culto.
En el larario de los hombres
públicos, en el larario de tantas iglesias, hay toda clase de imágenes, como
las del larario de Severo Alejandro. Todas son iguales, todas valen lo mismo.
Y si el Estado es un Estado
laicista que impone el que todo el mundo acepte sus criterios, ¿cómo actuarán los
cristianos? Como siempre. Recordemos que en todas las persecuciones, la mayoría
cedió y apostató. Solo un resto se salvó en cada momento. Leamos nuevamente a
Dionisio de Alejandría en su carta a Fabio, obispo de Antioquia, ante el edicto
de persecución del emperador Decio: "Lo cierto es que todos estaban
aterrados, y muchos de los más conspicuos, unos comparecían en seguida, muertos
de miedo; otros, con cargos públicos, se veían llevados por sus propias
funciones, y otros eran arrastrados por los amigos. Llamados por su nombre, se
acercaban a los impuros y profanos sacrificios, pálidos unos y temblorosos,
como si no fueran a sacrificar, sino a ser ellos mismos sacrificios y víctimas
para los ídolos, tanto que el numeroso público que les rodeaba se mofaba de
ellos, pues era evidente que para todo resultaban unos cobardes, para morir y
para sacrificar" .
Pero no acaba aquí la cosa. "Algunos otros, en cambio, corrían más
resueltos a los altares y llevaban su audacia hasta sostener que jamás
anteriormente habían sido cristianos" (VI,41,12). ¿No conocemos a ninguno
así? Una mirada a nuestros pueblos y ciudades, del Occidente, nos lo confirma.
La cristiandad alejandrina se
salva por unos pocos, "los sólidos y dichosos pilares del Señor", de
los cuales se cita su nombre: son cuantificables. La sangre de los mártires es
semilla de cristianos. ¿De qué son semilla los escépticos, los sincretistas,
los tolerantes? San Ireneo lo expresaba bien de los herejes: semen diaboli.
7. La persecución de
Licinio y su lucha con Constantino
Unos años más tarde, en torno
al 320/321, se produce una reacción del emperador Licinio, que gobierna Oriente
en contra de los cristianos. En sus cálculos está el que Armenia es
oficialmente cristiana desde el año 314; que algunos de sus súbditos simpatizan
más con Constantino que con él. Y el hecho de que una embajada persa fuera
hasta Constantino en son de paz, le llevó a la conclusión de que podía acabar
rodeado. Esta es la versión que nos da Eusebio en la Vita Constantini,
refiriéndose a la ciudad de Amasea del Ponto:
"Allí, por segunda vez
tras las primeras devastaciones, fueron barridas algunas iglesias desde la
cimera hasta los cimientos, otras fueron clausuradas por orden de los
magistrados locales, con el fin de que no se reuniese allí ninguno de los que
lo solían hacer, ni se rindiera a Dios el culto debido. A aquel hombre que
venía en disponer tales medidas no se le ocurrió pensar que ese culto se
llevaba a cabo también por él, haciendo ese cálculo dictado por una perversa
conciencia; estaba, en cambio, convencido de que nosotros efectuábamos todo y
solicitábamos de Dios su clemencia sólo y exclusivamente a favor de
Constantino" (II,2,1).
No volveremos a argumentar
sobre la lealtad de los cristianos hacia el poder constituido, por el que
rezaban, oración que rezaban incluso por sus perseguidores. Es, simplemente, la
actitud que Eusebio de Cesarea nos muestra de Licinio. No entiende para nada el
cristianismo y sólo ve en él un instrumento del poder. Si le beneficia, lo
consiente y le pide su colaboración. Si piensa que políticamente le perjudica,
lo persigue. Es la misma dimensión instrumental y política de la religiosidad
que tantos contemporáneos suyos comparten, incluso en alguna medida
Constantino. Pero frente a la argumentación que hemos observado en años
anteriores de que los cristianos rompían la "paz de los dioses" y que
podrían ser los responsables de un castigo de la divinidad, el planteamiento
actual no es ése. No se trata tanto de que "la paz de los dioses" se
halle amenazada, sino de que el poder político de Licinio se vea amenazado por
la lealtad de los cristianos hacia "su" emperador, que no es otro más
que el cristianófilo Constantino.
Los preparativos de guerra
entre ambos emperadores comienzan. Constantino se rodea de sacerdotes
cristianos, con lo que según Eusebio conseguía la cooperación divina. Por ello,
Licinio se hizo "circundar de adivinos y vates egipcios, de hechiceros,
brujos y profetas de los dioses en que creía; después, en su búsqueda por
captarse con sacrificios a los que reputaba como dioses, preguntaba por qué
vías le saldrían bien las tornas de la guerra" (II,4,2).
Antes de entablar combate,
Licinio acude a un bosque lleno de imágenes de los dioses, a los que sacrifica
y enciende cirios. Eusebio pone en sus labios el siguiente discurso:
"Amigos y conmilitones, he aquí a los dioses patrios que honramos por
haber aprendido desde nuestros primitivos antepasados a venerarlos; pero ese
que encabeza la línea adversaria de combate, incurso en perjurio contra las tradiciones
patrias, ha preferido la doctrina que niega los dioses, obcecado secuaz de un
dios extranjero, originario no sé de dónde, y con su desvergonzada enseña está
ensuciando su propio ejército. Fiel a la cual, al alzarse en armas, no se lanza
contra nosotros, antes bien contra los mismos dioses a los que ha dado de lado.
Es, por tanto, la presente hora la que impugnará al errado en doctrina,
juzgando entre los dioses venerandos por nosotros y los del otro bando"
(II,5,1) Será de rigor adherirse al dios que venza, aunque sea ese dios
extranjero, añade Licinio.
El conflicto, que es
básicamente político, lo vemos planteado como un conflicto básicamente
religioso. Se presenta a Constantino como ajeno a Roma y a sus esencias, que
están sustentadas por los dioses patrios; los ha rechazado, siguiendo a un dios
extranjero. No es, por consiguiente, un buen romano. En la mentalidad de
Licinio, como de tantos otros, era incompatible ser cristiano y romano. Por
otra parte, no deja de ser grave el que, a pesar de ser un politeísta
convencido, esté dispuesto a adherirse a ese dios extranjero si resulta más
fuerte que los otros. Como en un primer momento a Constantino, no parecen
importarle para nada las características de esa divinidad, ni lo que entraña
rendirle culto. Sólo interesa saber qué divinidad es más poderosa. Ni siquiera
la preocupa el hecho de saber si hay un solo dios o si hay muchos.
Por otra parte, en la arenga
a sus tropas, les da a entender que hay que adorar al dios más fuerte. ¿Qué
hace un emperador adoctrinando a los soldados sobre qué deben de hacer?
Combaten por los dioses; pero si son derrotados, deben adorar al dios
extranjero. Licinio marca un camino, porque cree que tiene derecho a hacerlo.
Si él está dispuesto a cambiar en el caso de ser derrotado, sus soldados deben
hacerlo también.
La guerra la gana
Constantino. El sistema tetrárquico que tan pacientemente montara Diocleciano
el año 293, queda definitivamente destruido. Constantino queda como único
emperador. "Ya no hubo ningún recuerdo de las precedentes calamidades,
ocupados todos en lanzar vítores en cualquier lugar al triunfador, y profesando
unánimes que reconocían como único Dios al salvador de éste" (II,19,1). Es
la conclusión lógica del planteamiento anterior, al menos tal y como lo ha ido
narrando Eusebio de Cesarea.
Por primera vez se puede
pensar seriamente en la posibilidad de un emperador cristiano en una sociedad
cristiana. Falta mucho para ambos, pero ya no se trata de una utopía lejana. Es
más, para escritores como Eusebio de Cesarea, la sociedad cristiana debe de ser
reflejo del reino celeste y eso comienza a esbozarse: "Todo estallaba de
luz. Los que andaban cabizbajos se miraban mutuamente con rostros sonrientes y
ojos radiantes, y por las ciudades, igual que por los campos, las danzas y los
cantos glorificaban en primerísimo lugar al Dios rey y soberano de todo -porque
esto habían aprendido-, y luego al piadoso emperador, junto con sus hijos
amados de Dios" .
Veamos cuál es el pensamiento
del propio Constantino, que podemos conocer bastante bien a través de un edicto
que promulgó en el otoño del año 324 .
Comienza de la siguiente manera:
"Ya desde muchísimo
tiempo, a los que opinan recta y juiciosamente sobre el Supremo Ser, les ha
resultado bien claro en qué medida diferían, y sin asomo de toda duda, la
escrupulosa observancia relativa al venerabilísimo culto del cristianismo, y
los que baten marcha contra él y quieren comportarse con desdén. Pero ahora se
ha puesto de manifiesto con sucesos más que evidentes y renombradas gestas lo
absurdo de la duda, y qué grande es el poder del gran Dios, cuando a los que
respetan lealmente la ley venerabilísima y no osan infringir ninguno de sus
preceptos, les salen a su encuentro ubérrimos bienes, y, en sus empresas, el
conforto mejor con bien fundadas esperanzas; por el contrario, a los que se
encastillaron en una decisión impía, los resultados les son acordes con sus
tomas de posición. Pues ¿quién podría alcanzar favor alguno si ni reconoce que
Dios es el causante, ni está presto a rendir el adecuado culto? Los hechos
inclusive confirman lo que se está afirmando" (II,24,1-2). Y un poco más
adelante, concluye: "He llegado a la inquebrantable convicción de que debo
al sumo Dios toda mi alma, todo lo que se resuelve en lo más íntimo del
pensamiento".
Conclusiones
Cicerón ha conservado un
importante texto legal antiguo: separatim nemo habessit deos; neve novos,
neve advenas, nisi publice adscitis, privatim colunto: nadie puede
separarse de la ciudad en el culto de los dioses, como no puede nadie infringir
sus leyes o negarle su servicio sin dejar, ipso facto, de ser ciudadano
y caer bajo su justo castigo .
No existe la libertad de las conciencias.
Hay que defender la libertad
personal. Eso no lo hace el Estado que controla a todos sus súbditos, que está
dispuesto a amenazar y a torturar para que todos cumplan las leyes y normas
establecidas.
Hay que poner límites a la
acción del Estado y de las administraciones. Por la existencia de la ley
natural: tenemos derechos por el hecho de ser hombres, el matrimonio es la
unión de un varón y una mujer, etc. Por la subsidiariedad.
La religiosidad personal ha
de ser respetada por el Estado, que no puede interferir en la libre elección de
los ciudadanos. Y tampoco pueden existir ciudadanos de primera y de segunda
según su religión.
Los que pretenden imponer su
criterio por la fuerza, o por la mentira, suelen intentar aprovechar su
presencia en el poder para manipular a las nuevas generaciones a través de la
educación. Es un abuso y hay que recordar que la educación corresponde
prioritariamente a los padres y que el Estado no debe adoctrinar a nadie.
La incompatibilidad entre el
cristianismo y el Estado politeísta aparece diáfana. No significa esto que no
se puedan dar periodos de tolerancia o de convivencia. Pero se trata de una
situación pasajera, inestable, que en cualquier momento se puede quebrar.
O
prevalece uno o prevalece otro.
Algo parecido sucede con el
sincretismo, que resulta al fin y a la postre tan intolerante como el Estado
politeísta.
Esto que hemos dicho, cabe
aplicarlo cambiando los términos. Porque durante algunos siglos, se invirtió la
posición, y fueron algunos gobernantes cristianos los que persiguieron por no
respetar la libertad de las conciencias, la libertad personal, la ley natural,
el principio de subsidiariedad y por no desarrollar una legislación plenamente
cristiana.
Lo primero que nos hemos de
plantear es la base sobre la que se asienta el sistema político. Un sistema
politeísta, al igual que un sistema relativista, son radicalmente incompatibles
con el cristianismo. No significa esto que no puedan convivir momentáneamente,
o que los cristianos no puedan ser en ocasiones tolerados. Significa que son
realidades antagónicas y que, quien profundice en ellas, acabará persiguiendo.
Lo segundo, es la necesidad
de poner límites al Estado. No es quién para inmiscuirse en las creencias
religiosas de nadie. Pero cuando las bases del Estado se hallan sustentadas por
completo por esa religiosidad, quien no está de acuerdo con esta religiosidad,
está atentando de manera directa -al quebrar la paz de los dioses- contra la
sociedad y contra la estabilidad del Estado.
·- ·-· -······-·
Martín Ibarra Benlloch
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