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De los males del islam
por
Luis María Sandoval
No importa tanto acumular erudición sobre el islamismo sino acertar con el juicio que merece, por el cual se avanzará ya el género de tratamiento indicado.
El islam es un mal grave, derivado de la falsedad de su profeta Mahoma, en el que se acumulan diversas modalidades de maldad hasta hacer sospechar que en su conjunto sirve a un designio anticristiano.
Y en el presente, el mahometanismo sigue sirviendo para perjudicar la posición cristiana, tanto desde el exterior como en su mismo interior, al generar dilemas de mal menor, verdaderos y falsos, en relación con el pensamiento liberal.
La proximidad taxonómica del islam a la Religión Cristiana no es suficiente para juzgar de su malicia sin atender al origen y los frutos de tal semejanza.
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Indice
- Benevolencias con el Islam.
- Los bienes del Islam.
- Sentido religioso y falsa religión.
- Falsa religión, la raíz del mal.
- Moralidad errónea, consecuencia de la falsa religión.
- Similitud y enemistad con la religión cristiana.
- Males de la oposición directa. Una realidad anticristiana.
- Los retorcidos males de la caricatura: el rechazo de los monoteísmos
- Los retorcidos males de la caricatura: la autocensura de los cristianos.
- Entre el sistema y el Islam.
- ¿Alianza por la libertad religiosa?
- No falta el mal menor.
- Maldad y malicia.
- ¿Un mal providencial?.
- La victoria sobre el mal.
* * * * *
Un
estudio acerca de malicia y maldad, sobre poco conciliador, puede parecer
redundante, porque en los diccionarios no se aprecia una distinción clara entre
ambos términos, de modo que las acepciones que recibe uno también las recibe el
otro. Pero si malicia y maldad coinciden en significar cualidad de malo, parece
que en ‘malicia’ tanto la Real Academia como María Moliner concentran
particularmente el sentido de intención e inclinación a lo perverso.
Y por ese motivo plantearemos esa doble cuestión, porque no sólo se trata de
constatar hasta que punto el islam implica males objetivos, sino de subrayar
cómo en él parece subyacer un designio anticristiano deliberado.
Benevolencias con el islam
Desde que los padres conciliares decidieron sustituir el realista y equilibrado
inicio “Gaudium et luctus” del documento sobre el mundo moderno por el
exclusivamente positivo “Gaudium et spes”, en el mundo católico impera
un cierto optimismo imperativo de lenguaje y pensamiento, el cual impone
empezar encontrando en todo el aspecto o la parte buena, incluso en aquello
contra lo que se quiere alertar a los fieles en un determinado momento.
Tal hábito puede terminar confundiendo a todos, porque no es pedagógico, sino
desconcertante, insistir en las virtudes accidentales de aquello que se va a
reprobar y condenar. Se corre el riesgo de desvalorizar el juicio global que
una realidad merece justamente antes de enunciarlo. Recordar que no hay un mal
absoluto no debe interferir en el necesario juicio orientativo sobre ciertas
realidades amplias en su conjunto.
Está de moda hablar del islam en los ambientes católicos, pero en términos
descriptivos –‘hay que conocer’– o con enumeración de aspectos positivos y
negativos –enfatizando lo que une más que lo que separa, lo cual, si se medita,
no pasa de una mera petición de principio–,
pero como colofón de tanta erudición y de tanta comprensión no se nos brinda
nunca un balance de conjunto, una valoración de Mahoma y sus secuaces. Y sin
esa orientación no pueden progresar nuestras actitudes y conductas, y ni
siquiera los propios estudios teóricos.
Es más, observamos diversas maniobras paralogísticas para evitar ese juicio
global, o para edulcorarlo.
--- Así, se nos dice que en la práctica hay muchos y diferentes islames. Cierto sin
duda, pero eso pasa absolutamente con todas las realidades genéricas terrenas,
y aun así se las juzga. Y si hay muchos islames no se debe olvidar que si lo
son todos, pese a su diversidad, por coincidir en el género ‘islam’, ese
género, en cuanto tal, podrá recibir una calificación.
--- También se observa un truco que ya se practicaba hace décadas con respecto al
socialismo real: la comparación de cierto islam teórico e ideal, bien con los
cristianos reales o con los actos del occidente postcristiano. Naturalmente,
cualquier entidad así tratada tiene todas las de ganar ante las mentes a las
que se presenta tal comparación deshonesta. Las comparaciones deben hacerse
entre realidades homogéneas: ya sean doctrinales o prácticas. Y se nos suele
decir muy poco de cómo viven en realidad los mahometanos su religión: con qué
profundidad y con qué vicios. Un amplio estudio sociológico del islamismo real
puede que deshiciera muchas leyendas doradas.
--- Pero, sobre todo, no se puede dejar de desenmascarar la tentativa de encubrir
los males existentes en la realidad del islam con el recurso a pontificar que
“el verdadero islam es ...” (añádase cualquier virtud o lista de ellas), y no
como parece manifestarse un día sí y otro también.
El islam no posee una autoridad central unánimemente reconocida –y hoy ni siquiera
una posibilidad práctica de establecerla– que pudiera discernir los auténticos
mahometanos de los falsos muslimes. Del mismo modo que como católicos no nos
toca establecer qué puñado de congregaciones representa al verdadero
luteranismo, y qué miríadas no, tampoco nos corresponde hacer algo similar con
el islam.
Siempre se pueden juzgar, con respecto a la verdad objetiva, las doctrinas de cualquier
tiempo y los comportamientos concretos del presente, y así decir si las
enseñanzas del Corán son verdaderas o erradas; pero de la herética autenticidad
de doctrinas y conductas parece más razonable que fueran sus propios
fundadores, o sus portavoces autorizados, o las propias comunidades en su
conjunto, quienes decidan.
Ocurre que el islam que saldría definido por cualquiera de esos tres estamentos suele
tener la incómoda manía de no coincidir con el ‘verdadero islam’ que algunos
católicos querrían que existiera en alguna escondida parte para salvarlo.
Los bienes del islam
Por otra parte, las
mismas referencias a los bienes del islam a las cuales estamos acostumbrados no
dejan de ser una falsificación de la óptica cristiana y una injusticia para el
sentido islámico.
Los cristianos encontramos en el islam muy notables coincidencias en torno a determinados
valores. Sin duda que esos puntos coincidentes son buenos; lo que no está tan
claro es que nos aproximen tanto como parece.
Si los valores predicados
fueran lo esencial del cristianismo, a la postre se podría suprimir del mismo
el elemento propiamente religioso sin perjuicio, adoptando la forma de un tibio
new age postcristiano y superador, al que conduce el llamado progresismo
católico.
Posiblemente un cristianismo sin Cristo y un islamismo sin Mahoma pudieran cantar
recíprocamente sus excelencias en casi perfecta armonía.
Pero el cristianismo no
es una ideología; no son sus valores lo esencial en él,
sino Cristo, el Verbo de Dios que se encarna en la historia. Y tampoco es una mera escuela filosófica el islam, cuyos valores dependen
únicamente de la voluntad arbitraria de Alá, conocida por la revelación dictada
a Mahoma.
Sin
duda la coincidencia en la historicidad de ambas religiones es un punto de
encuentro.
Pero tal coincidencia obedece a una clara dependencia: Mahoma inició su
predicación -en principio sólo para los árabes- con la vista puesta en las
escrituras y los profetas que ya poseían judíos y cristianos. De modo que no
cabe sorpresa ni alabanza en aquella coincidencia que supone una imitación.
A la postre, los bienes
que a ojos cristianos se encuentran en el islam no son las características de
su religión, sino bienes ciertos pero muy genéricos.
Y dejan de ser en absoluto sorprendentes en cuanto se recuerda que son
imitaciones, cuando no distorsiones.
La cuestión de los
orígenes islámicos es vital, pues sobre ella se fundará el juicio que nos ha de
merecer Mahoma, y el crédito que podemos dar a su Libro. Por ello es una
cuestión intelectualmente ineludible para obrar con probidad.
Nuestra
tesis es que la religión mahometana, o islam, no tiene origen divino, es una
imitación de la religión bíblica, y es un mal, una realidad mala y perniciosa,
en la cual la acumulación de maldades objetivas nos induce finalmente a pensar
en la existencia, tras ellas, de una malicia en la intención, la cual la dio
origen y la sostiene. Abordaremos primero el aspecto objetivo y luego el
intencional de sus males.
Sentido religioso y falsa religión
El
islam es un conjunto vital que pretende fundarse en una religión revelada y
debe ser juzgada atendiendo a dicho núcleo. Y resulta que su principal defecto
es constituir una falsa religión.
Reconocer
y adorar como dios a lo que no lo es, o no existe, es, según la moral católica,
un mal grave contrario el Primer Mandamiento, análogo en sentido contrario a
negar su existencia y el deber de religión.
Obsérvese
que hemos escrito ‘mal’, y no ‘pecado’, porque éste exige pleno conocimiento y
libertad. Concedemos que en muchísimos mahometanos –la gran mayoría- su
religión por sí sola no constituya pecado por falta de tales requisitos.
Pero
no hemos de creer que la no imputabilidad de una conducta supone ausencia de
mal, como quisiera el conformismo moral actual. Un abortista sin perfecto
conocimiento ni libertad puede ser personalmente irresponsable, pero no deja de
ocasionar el gravísimo mal de la muerte de un inocente a manos de sus
protectores naturales. Del mismo modo, los fautores de una falsa religión
contrarían la voluntad explícita de Dios y se perjudican a sí mismos y a los
demás hombres.
La
falsa religión, como lo es el islam, es siempre un mal de primera magnitud, y
quien no comprende esto arriesga su plena conciencia cristiana porque pierde el
sentido religioso.
La
falsa religión es una falta contra el Primer Mandamiento. El Primero, porque si
Jesucristo hizo del amor al prójimo un Segundo análogo a éste, no invirtió su
posición ni decretó su suplantación. Nos encontramos sin embargo con muchos
cristianos que hacen precisamente del Primer Mandamiento un asunto opinable,
optativo, subjetivo, y, por tanto, de categoría muy inferior al no matar o no
robar (puesto que el no fornicar ha desaparecido), que al parecer sí son
elementos ineludibles de la moralidad universal. Frente a ellos, debemos
recordar que la adoración y el amor al Dios infinitamente superior y dador de
todos los bienes (empezando por nuestra existencia), es el primer y principal
mandamiento, ya en el orden de la moral meramente natural.
Pero
se nos dirá que precisamente los mahometanos son campeones de la honra al Dios
trascendente y personal, infinitamente superior al hombre, y del sentido de la
religión, que comienza por la adoración y la oración antes de prolongarse en
moral.
Un mal
llamado ecumenista
podría decirnos que hay que defender al islam, porque es religioso en sumo
grado, y, por lo tanto, no debe ser atacado por los cristianos. Sin embargo, en
los Evangelios encontramos algo muy distinto de ese altruismo políticamente
correcto que algunos creen que contienen o ‘deberían’ contener. Ya sabemos:
amor entendido como tolerancia, ... paz, ... tolerancia, ... pluralismo, ...
tolerancia, ... solidaridad, y ... tolerancia.
El
Jesús evangélico, de la historia y de la Fe, no predica esos principios, y ni
siquiera el principio del monoteísmo: se predica a Sí mismo Camino, Verdad y
Vida, obra milagros para que creamos en El, y glorifica al Padre con Quién está
identificado (Jn 10, 30) en testimonio recíproco. Y no sólo glorifica Jesús al
Padre y Éste al Hijo (Jn 12,28; 13,31-32 y 17,1), sino que se nos anuncia al
Espíritu Santo que quedará para siempre con la Iglesia (Jn 14, 16).
Los
católicos que han conocido de cerca el islam no dejan de recordar que el Alá
del Corán no es el Dios de la Biblia.
Y si eso es verdad en cuanto a sus ‘rasgos de conducta’ (de qué modo se nos
dice que actúan un Dios y otro, y qué moral nos dictan) aún lo es más
precisamente respecto al misterio de la Santísima Trinidad. A las cortas miras humanas podría parecer irrelevante para nuestra vida
terrena y nuestra salvación el conocimiento incomprensible de ese misterio. Y
sin embargo Cristo ha querido dárnoslo a conocer, para hacernos partícipes ya
de un atisbo de la intimidad divina. ¿Despreciaremos su voluntad?
Si
leemos y meditamos los Evangelios, no puede cabernos duda de que la falsa
religión, incluso monoteísta, significa una grave carencia respecto de la
voluntad del Dios verdadero, que quiere ser conocido y venerado en modo muy
específico (Vida trinitaria, centralidad ineludible de Cristo en la humanidad
como Salvador y Rey)
pese a que tal insistencia pueda parecer inconveniente e innecesaria a los que
piensan ‘mejor que Dios’ y ‘más elevada y desinteresadamente que Él’.
Pero
además, aunque parezca lo contrario, el monoteísmo islámico es más culpable de
falsedad deliberada ante la verdadera religión que las religiones meramente
paganas.
Falsa religión, la raíz del mal
Entre
los paganos, el monoteísmo, o los vestigios del mismo, son signo de cierta
mayor perfección, porque el paganismo es una construcción consuetudinaria,
mítica y muy desviada de la verdad original: que existe una Divinidad superior
al hombre al que éste debe veneración y acatamiento. En el paganismo actúa
deformada la religiosidad natural del hombre.
El caso
del islam es muy distinto por ser una secta de influencia cristiana. Todas las
religiones nacidas con posterioridad a Cristo no han dejado de imitarle a Él y
a su Iglesia.
Pero el islamismo, como el mormonismo, es una de las pocas que se pretende fruto
fiel de una directa revelación divina literalmente transmitida. En estas sectas
la religiosidad natural es desviada deliberadamente bajo las apariencias de
religión verdadera.
Llegados
a este punto no nos encontramos ante cierto error de origen colectivo y oscuro,
adornado y distorsionado cada vez más con el tiempo, sino a una falsedad con un
nacimiento muy concreto, que ha de atribuirse a una inteligencia consciente de
su falacia: sea la de un hombre embaucador, sea la del Enemigo de Dios y del género humano actuando a través de alguna forma de posesión. O sean
formas mixtas de las anteriores.
Debemos
detenernos en la falsedad del islamismo, sin establecer la cual ningún repudio
de sus consecuencias tiene sentido.
No
existe posibilidad lógica de que un cristiano conceda a Mahoma el papel de
profeta. Si lo fue, y su predicación viene de Dios, hay que aceptar todo su
testimonio, incluido el que se inventa acerca de Jesús negando su divinidad (Corán,
sura 5, aleyas 116, 118 ó 119 según las versiones).
O Cristo
es la Palabra definitiva de Dios o Mahoma es el Sello de los profetas. De ahí
también que debamos rescatar la palabra mahometano por oposición a cristiano,
porque lo contrario es conceder la verdad de su religión.
Los
cristianos tenemos por cierto que la Resurrección de Cristo es la clave de
nuestra religión, que sin ella sería vana (I Cor 15,14-20), y estamos siempre
interesados en contrastar su absoluta historicidad y veracidad. No es por
nuestra parte injusto reclamar lo mismo respecto de Mahoma, pues la veracidad
de su testimonio es la clave del Corán y del islam.
* * * * *
Jesús
llevó una vida irreprochable y desprendida, en tanto que las revelaciones de
Mahoma sirven en multitud de ocasiones para legitimar los intereses
-escasamente elevados- de éste.
Cristo
hizo en vida multitud de milagros sobre realidades cotidianas, comprensibles a
los hijos de toda nación. Mahoma se negó a intentar siquiera el efectuar
ninguno
y esgrime como ‘milagro’ la belleza de su lengua árabe, inaprensible para el
resto de los pueblos del mundo, e inconcluyente también para los arabófonos,
que al presente han construido su lengua tomando el Corán como modelo.
Jesús
resucitó de entre los muertos: milagro definitivo que todos aspiramos a
compartir. Mahoma no resucitó, y no precisamente porque alguno de sus
seguidores no pensara al principio que su muerte era temporal, lo cual
coadyuvó desde ese temprano momento a causar la escisión chiíta.
Y
además, en ningún momento Mahoma ha podido presentar a su favor el cumplimiento
de las profecías mesiánicas del pueblo elegido en la Primera Alianza, como se cumplen en Nuestro Señor Jesucristo.
Y no
es menos importante el hecho de que Cristo constituyó una Iglesia con todos los
elementos para cumplir su misión cuando Él ascendiera a los Cielos. En cambio,
a Mahoma le sorprendió la muerte sin haber adoptado ninguna providencia para su
sucesión. Posiblemente, de la determinación de la asamblea de los seguidores
mahometanos de elegir un mero califa (reemplazante) para evitar la
fragmentación y temprana desaparición de la secta que les resultaba tan
provechosa, en vez de sustituirle otro Profeta, como entre los mormones,
provenga la extrema rigidez de su dogma. Comparativamente, la Iglesia de Jesús,
asistida del Espíritu Santo, ha dejado y deja un sorprendente testimonio de
flexibilidad en la fidelidad.
* * * * *
Por todo ello concluimos que Mahoma es un falso profeta,
predicador de una doctrina que él atribuía indebidamente a Dios. Por parte de
los cristianos, todo cuanto no sea afirmar esto, en la ocasión y manera clara y
prudente que haga falta, es debilitar la propia Fe y dificultar la ajena. Por eso es tan inaceptable que los actuales presentadores cristianos del islam, en
sus libros y artículos, aborden los orígenes del mismo adoptando en tono
narrativo, sin ningún género de salvedades ni averiguaciones, reproduciendo la
versión mahometana: “recibió una visión”, etc.
Toda la cuestión del islam depende de si Mahoma recibió una visión, o, más
exactamente, si recibió una visión procedende de Dios.
Eludir esta cuestión es deshonestidad intelectual. Aunque disguste
enunciarlo, podrá haber paz entre cristianos y mahometanos, pero no hay posible
compatibilidad entre la veracidad de Cristo y la de Mahoma.
En cambio, empezar estableciendo la condición de falsa revelación
del islam elimina entre los fieles otras confusiones y perplejidades,
exteriores e internas.
La existencia del islam no puede interpretarse como un misterioso
signo divino, como sucede cuando se habla de las ‘tres grandes religiones
monoteístas’ y aun de las ‘tres religiones abrahámicas’. ¡Abraham sólo tuvo una
religión, no tres! Y el origen abrahámico del santuario mecano de la Caaba no
es menos mítico que el origen salomónico -o hirámico- de la masonería: es sólo
una autoatribución ennoblecedora.
Al islam como pretendido tercer brote del tronco abrahámico no se
le puede conceptuar de diverso modo que a todas las pretendidas terceras y
definitivas etapas de la revelación que han seguido la estela de Joaquín del
Fiore, bien que en este caso sea anterior, y recurra a mensajes arcangélicos en
vez de a propias especulaciones.
Si un cristiano quiere plantearse el papel y la valoración del
fenómeno mahometano coherentemente con su fe, puede y debe acudir a algunos
pasajes del Nuevo Testamento que parecen bastante apropiados:
Nuestro Señor mismo advirtió y profetizó: “Guardáos de los
falsos profetas” ‑que se reconocen por sus frutos- (Mt 7,15 ss); “Mirad
que no os engañe nadie. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo:
«Yo soy el Cristo», y engañarán a muchos”, “surgirán muchos falsos
profetas que engañarán a muchos”, “surgirán falsos cristos y falsos
profetas, que harán grandes señales y prodigios” (Mt 24 vs. 4-5, 11 y 24 y
Mc 13,22). Si Mahoma no fue precisamente quien pretendió el título de ‘Profeta’
por antonomasia, y ocupar el culmen de la historia de la salvación, y si no ha
engañado a muchísimos, no se sabe a quién se podrá aplicar con más propiedad
estos pasajes.
Después de ascendido Jesús a los Cielos, también San Pedro y San
Juan nos alertan sobre la venida de falsos profetas (II Pe 2,1 y 1 Jn 4,1).
Igual que los Hechos de los Apóstoles nos refieren de la existencia de un falso
profeta en Chipre que mereció de San Pablo un milagro punitivo (Act 13, 6-12).
Y las repetidas amonestaciones de San Pablo respecto a los falsos
doctores, son extensibles a los que pontifican recurriendo a serviciales
dictaciones arcangélicas en lugar de abstrusos sofismas.
No se acaba de comprender por qué ninguno de estos pasajes
escriturísticos se contemplan hoy cuando se trata de buscar una perspectica
teológica cristiana del islam. Parecería que los cristianos debemos tomar como
punto de partida de nuestros juicios los textos de la Sagrada Escritura, nos resulten convenientes o no; y la honradez intelectual requeriría, en
todo caso, aportar los textos citados para explicar el motivo por el que no son
aplicables al caso.
Por último, recordemos que la tradición secular cristiana ha
aplicado la consideración de ‘falso profeta’ a Mahoma, en la estela de esos
textos .
Moralidad errónea, consecuencia de la falsa religión
Las
deficiencias morales de la enseñanza mahometana son sólo las consecuencias
naturales de obedecer una falsa revelación, y no deben constituir el centro de
la apologética cristiana ante el islam.
De
modo que sabemos que en cuestiones de vida matrimonial el Corán segrega y
capitidisminuye a la mujer, y consagra el repudio fácil, el matrimonio temporal
o de visita,
y la poligamia. Muchas de tales enseñanzas se ajustaron como anillo al dedo a
conveniencias de Mahoma y sus compañeros, y justo entonces fueron bajadas del
cielo a su oído.
También a conveniencia de las armas de Mahoma el Corán refrendó la violación
por éste de usos de la guerra arábigos. Etcétera.
Todo
ello, y mucho más, merece un estudio pormenorizado que contribuya a demostrar
la falsedad de las pretensiones de Mahoma, y a inducir o a confirmar las
reservas frente a la religión que fundó. Pero ésa es la distracción la que
criticábamos y en la que no queremos incurrir aquí.
El
Corán y la sunna enseñan elementos morales objetivamente malos que los
mahometanos practican (con mayor coherencia en lo que les es condescendiente
que en lo que se les exige, con la excepción de la práctica generalizada del
ayuno de Ramadán), y que son consecuencia directísima de la falsa revelación
islámica.
* * * * *
Centrémonos
tan sólo en ciertas características generales de la moralidad musulmana, de
suyo mucho más explicativas y peligrosas que el examen de su contenido caso por
caso. La moralidad musulmana es positivista, legalista, e impositora por
naturaleza, muy diferente en sus consecuencias sociales de la moral católica.
* La moralidad musulmana es positivista en cuanto no deja lugar para el derecho
natural. Los mahometanos son fideistas en materia de teología, y en ética se
adscriben al malum quia prohibitum frente al razonable prohibitum
quia malum .
La arbitraria prescripción o prohibición
divinas son la única fuente y razón de la moralidad. Su dios no tiene consideración alguna con la razón humana como para dirigirse a
ella moralmente a través de la obra de la creación. Ello ocasiona una grandísima dificultad para dialogar en este terreno con los
musulmanes, por falta de base común.
* La moralidad musulmana concede, de hecho, un fuerte predominio al cumplimiento
externo de los preceptos sobre la intención. Nos encontramos ante una regresión a la moral farisaica en que degeneró el judaísmo, en la cual, sin duda, está
inspirada. Nosotros, herederos de la liberación cristiana de la ley, entendida
ésta en su sentido peyorativo, corremos el peligro de no comprender su sentido
moral, atribuyéndoles sensibilidades morales que nos son familiares hasta el
punto de creerlas universales, pero que no compartimos.
* Y una moralidad fundada en una lista de preceptos no es, como la nuestra,
flexible y libre, sino que va acompañada de la mayor rigidez y de un intrincado
casuismo.
El musulmán vive bajo su ley específica de origen religioso, que es muy diferente
de las prohibiciones taxativas -pero escasas- del derecho natural y de la
exhortación a la perfección que son propias de los cristianos. Un mahometano
está sometido a ingente cantidad de prescripciones y prohibiciones, que abarcan
desde el momento y las posturas exactas de la oración, hasta los alimentos y su
preparación.
Dicho de otro modo, el mahometano concibe su moral bajo la forma
de ‘ley’, y todos los especialistas coinciden en señalar que la forma más
característica y desarrollada de la especulación religiosa islámica es su
derecho
* La consecuencia lógica de una moralidad centrada en las acciones
sobre las intenciones, y que se rige por preceptos que no se razonan, debiera
ser la tendencia a imponer una disciplina social a su imagen, incluso por la violencia. Y la evidencia histórica confirma esa deducción lógica: la ley islámica es
concebida inseparablemente como ley social y política, que debe imponerse a
todos (a todos, incluyendo el estatuto de los dimmíes o sometidos a su
protección –protegidos a la fuerza-), y el islam está unido al concepto de jihad
o guerra santa.
El
islamismo contemporáneo, moderado o extremista (esto último retornando a
Mahoma, que no desviándose de él), tiene por programa la conversión de la sharía
en única ley civil, la extensión de la misma a todas las naciones, y el recurso
a las armas siempre que se haga necesario.
* La diferencia entre la ley islámica y la doctrina social católica es mucho más
profunda de lo que parece. Nuestra doctrina social no impone fórmulas
determinadas sino principios generales, y, si bien deriva naturalmente de la
moral cristiana, su no observancia por los estados en que viven los cristianos
suponen para éstos dificultades mayores o menores, pero pocas veces les impone
la contravención directa de un mandamiento expreso, terminante e ineludible.
El choque entre una legislación civil no musulmana y el mahometano observante es
mucho más fácil y frecuente que entre el católico fiel y un legislador no
cristiano, con el cual el principal punto de fricción, aparte del contenido del
derecho natural, será sólo la autonomía interna de la Iglesia. Y notemos que, en cambio, un islamista contemplará siempre la más mínima diferencia
con las mucho más numerosas prohibiciones y prescripciones de su ley, algunas
de contenido trivial para nosotros, como directamente opuesta a la explícita
voluntad divina.
A imitación de los cristianos, pero mucho más a menudo y por motivos más fútiles,
el musulmán dirá “es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres” (Act 4,
19), con lo que manifestará la irreductibilidad de sus errores morales.
Pero todo lo anterior es el aspecto meramente negativo: la mayor conflictividad de
la ley islámica con cualquier ley civil positiva que no se atenga a la sharía,
en occidente como en los países de mayoría mahometana.
En el aspecto positivo la diferencia entre doctrina social cristiana y ley musulmana
es mucho mayor. La moral social cristiana se funda en el derecho natural, y por
ello tiene más posibilidades de justificarse y de alcanzar un acuerdo con las
potestades civiles no cristianas (o con las minorías no cristianas) que un
riguroso casuismo sin más justificación que la revelación coránica, aquella que
precisamente el no mahometano no comparte.
Ahora, para seguir nuestro hilo argumental, debemos proseguir con la exposición de los
diversos males que se dan cita en el islam.
Similitud y enemistad con la religión cristiana
El islam es una falsa religión, pretendidamente revelada, cuyo mensaje contiene
preceptos conflictivos, y a veces completamente inmorales, la implantación
universal de los cuales por la fuerza se contempla expresamente.
Si lo anterior define el contenido del islam, la modalidad concreta en que se
presenta es la imitación de la religión bíblica, y el resultado del conjunto es
una religión que parece diseñada ex profeso para entorpecer el triunfo de
la Fe Católica.
La similitud al cristianismo y su oposición al mismo caracterizan el conjunto del
islam, y están estrechamente ligadas, como vamos a mostrar.
De que el islam contenga elementos bíblicos no cabe ninguna duda:
+ es sabido que nació en un ambiente en que
judaísmo y cristianismo eran conocidos, aunque imperfectamente;
+ Mahoma mismo se arrogó el ser portavoz
auténtico de la revelación que habría sido traicionada por judíos y cristianos;
+ incluso se ha especulado si en su origen el
islam no fue sino el intento de introducir el mosaísmo entre los árabes,
adaptándolo a ellos.
Ciertamente,
su parentesco con el Antiguo y el Nuevo Testamento es innegable.
Pero ese parentesco, que por la posterioridad del Corán se comprende fácilmente que
significa influencia e imitación de aquéllos, da unas veces en simplificación, otras en
tentativa de suplantación, y otras en caricatura. Veamos como imitación,
suplantación y caricatura coinciden siempre en perjuicio de la Fe cristiana.
Males de la oposición directa. Una realidad anticristiana
- Teológicamente, la simplificación de los dogmas cristianos, suprimiendo sus
misterios característicos que mortifican la razón, introduce una ‘competencia a
la baja’ en el monoteísmo revelado: el islam se presenta como más racional y
más facil. Y otro tanto puede decirse de su moralidad, en la que, sin ser
depravada, desaparece la propuesta de los consejos evangélicos de celibato,
pobreza y mansa obediencia.
- Misionalmente, el postcristiano islam contiene en su mensaje una ‘vacuna’
contra la predicación cristiana: para el musulmán no existe la novedad
cristiana, porque ya conoce a Jesús por el islam, y además está más al día,
pues ‘sabe’ que a ese profeta le sucedió el definitivo, que es Mahoma. Igualmente,
el milagro definitivo de la Resurrección es negado hábil y radicalmente:
negando la previa muerte en la Cruz.
- Declarados expresamente errados, los cristianos han de ser combatidos por las
armas hasta que acepten dejar su religión o pasar a la condición de sometidos
‘protegidos’ (dimmíes), condición siempre dificultosa, amenazada,
privada de fecundidad misionera, tentada de apostasía, y humanamente
irreversible sin mediar intervención externa.
- Pero si los cristianos ya existentes son combatidos, perseguidos y sometidos, la
posibilidad de nuevas conversiones procedentes de los mahometanos es todavía
más difícil, porque si la charía predica la jihad, y estipula la
situación de los dimmíes, además es tajante sobre la pena de muerte al
musulmán que pudiera convertirse a otra religión. En un país
islamizado no pueden entrar misioneros; los dimmíes no manifiestan celo
predicador por miedo a empeorar su delicada situación; los potenciales
conversos mahometanos se encuentran satisfechos con una religión a primera
vista superior a la cristiana;
y la amenaza de muerte social y física termina de disuadir cualquier veleidad
de conversión, salvo casos absolutamente excepcionales.
* * * * *
En
resumen: la imitación simplificada y suplantadora del islam ataca la subsistencia
y expansión de la Iglesia por múltiples ángulos.
Se
comprende que este presunto pariente monoteísta del cristianismo, imitador y
amenazador, no haya constituido munca un cauce de conversiones a la religión
verdadera, sino una alternativa a la misma, puesto que las frustra y desvía en
provecho propio. Y esto, que es verdad individualmente, lo es más a escala
colectiva.
Todas
las experiencias históricas confirman plenamente nuestro diagnóstico previo. En
efecto: la expansión de la Fe entre todas las naciones hasta los confines de la
Tierra, según voluntad de Nuestro Señor (Mt 28,19; Act 1,8), ha encontrado en
el islam un obstáculo excepcionalmente perjudicial y coriáceo en su camino.
Mirando el mapamundi, y rememorando la historia de los dos milenios de cristiandad,
pocos retrocesos de la expansión cristiana han sido tan considerables en
extensión, población y duración como los debidos al islam. Cismas y herejías
han debilitado la comunión en la Fe, pero no la han borrado. Misiones
incipientes han sido destruidas por la persecución de los paganos... hasta que
en la historia ha vuelto a abrirse un nuevo portillo a la predicación. La persecución
comunista en Europa ha sido, por la misericordia de Dios, relativamente breve a
escala histórica (vid. Mt 24, 22), y sus efectos destructivos, con preverse
largos, han sido más leves que la obra del islam.
En cambio, a manos del islam sucumbieron territorios de poblaciones secularmente
cristianas, incluidos todos aquellos ligados a la vida de Nuestro Señor, el
teatro de las primeras predicaciones de la Iglesia, el hogar de sus Santos
Padres y la sede de sus primeros Concilios. Situación que no ha revertido
todavía -¡en trece siglos!- con constante mengua de la población que mantiene
nuestra Fe en esas tierras otrora unánimemente cristianas.
Y a la observación del retroceso persecutorio a manos del islam debe unirse la
constatación del no menos gigantesco efecto de cerrojo rotundo a la propagación
de la Fe: hoy en día el conjunto de los países musulmanes, y prácticamente sólo
ellos, es el único gran vacío que existe en el mapa de las misiones y bautismos
de la Iglesia.
El islam es una refinada imitación invertida de la religión verdadera, muy propia
del ‘mono de Dios’ que es el Demonio. Y también hallamos en él la perversión de
la más sincera religiosidad humana –posiblemente en su manifestación más
elevada fuera de la Iglesia- hasta recordar aquello que profetizara Nuestro
Señor al decir “llegará la hora en que todo el que os mate piense que da
culto a Dios” (Jn 16,2).
Y sin
embargo, no hemos considerado todavía otros males más rebuscados que la aviesa
similitud del islam con la Fe cristiana están provocando específicamente en
nuestros tiempos.
Los retorcidos males de la caricatura: el rechazo de los
monoteísmos
Caricatura
es aquella imagen en que se reconocen los elementos característicos de algo,
pero distorsionados o exagerados, y mezclados con otros introducidos de intento
para inducir burla o repulsa.
La
malicia diabólica del islam, caricatura cristiana de considerable parecido,
mueve en nuestros días a desprestigiar a la religión verdadera ante los
incrédulos, favoreciendo que incluso los más moderados compartan prejuicios con
los anticristianos declarados de voluntad perseguidora, en tanto que por
desconcierto, comodidad, y falsa humildad se debilita la firmeza de las
posturas cristianas entre los fieles.
La
función del islam como justificador también de la repugnancia y la aversión de
los incrédulos al cristianismo es muy patente.
En
nombre de una común naturaleza de las religiones monoteístas (tan ingenuamente
concedida por tantos cristianos) se arguye que todas son en el fondo iguales,
insistiendo especialmente en su carácter intolerante derivado de la afirmación
de un único Dios, que sería la causa de oscurantismos y conductas violentas
hasta las guerras santas. En la ONU existe ya una declarada corriente de
opinión contraria a los monoteísmos, tan nefastos y diferentes de las
tradicionales sabidurías politeístas a ensalzar y reconvertir al panteísmo
ecologista.
Desde
luego, el islam, con su credulidad acrítica y sus supersticiones, con la
cerrazón intelectual del fideísmo, con sus costumbres indefendibles legisladas
por la divinidad, y con su llamamiento programático a la guerra santa, es un
género de compañía de la que no blasonar y con la que sería preferible no
quedar clasificados.
Se ve
aquí una conveniencia práctica de marcar las diferencias entre cristianismo e
islam alejándonos de optimismos ‘fraternos’. Aunque sólo fuera a estos efectos
convendrá hacer hincapié en lo que nos diferencia y separa más que en lo que
pueda unirnos... teórica pero no realmente.
Dicho
esto, lo cierto es que se tira por elevación contra el cristianismo fingiendo
apuntar al islam, con un odio preexistente a esta maniobra, a la que el
mahometismo se presta tan bien, casualmente o no. Tras las avanzadas del
ecologismo y del New Age encontramos al panteísmo, en el que la consideración
puramente abstracta de los filósofos -el Todo es lo Supremo- es compatible con
el politeísmo popular, que ve en cada pequeña creatura un diosecillo. Es
curioso que los laicistas de ayer hayan oscilado del ateísmo al panteísmo, pero
todo ello se mueve dentro del universo de cuño masónico y del odio invariable a
Cristo y a su Iglesia, para el cual el islam brinda ahora un convincente
pretexto.
Es
evidente que los cristianos no podemos unirnos a las denuncias antiislámicas
que a la postre rechazan todo Dios personal y trascendente. ¡Y desde luego que
esa maniobra y esa persecución están en marcha!
Pero
tampoco podemos identificarnos sin más con los musulmanes, y aún es más
preocupante el conjunto de perturbaciones que la caricatura mahometana de la
religión cristiana está produciendo ahora en el seno de la misma.
Los retorcidos males de la caricatura: la autocensura de los
cristianos
¿Cómo reaccionan los
cristianos ante la creciente proximidad con la realidad musulmana, informativa
y física?
¿Y al recibirles por
próximos parientes religiosos, por monoteístas abrahámicos?
Sólo muy pocos creen
erróneamente que deberíamos imitar totalmente a los mahometanos en su
radicalidad y coherencia, y que el ideal social cristiano sería un jomeinismo
de signos y contenidos católicos.
En cambio, una gran
mayoría, por rechazo a los errores del islam, manifiestos en conductas
inaceptables, corre a marcar distancias, pero de una forma trágica: con tal de
alejar su identidad cristiana de las posturas islámicas rechazan precisamente
lo que nos une, sin percibir que el islamismo no es una mera aplicación de
actitudes, por lo demás idénticas, a otros objetos u otros nombres (otro nombre
de Dios, otro libro sagrado, etc.), sino una sutil pero deformante caricatura
de las mismas.
Por aborrecimiento de lo
que es burda copia e imitación se generaliza entre los cristianos la reticencia
al original, a la verdad, y se refuerza la tendencia hacia un cristianismo
liberal, light y a la carta, que repudia dentro de nuestra religión las
pretensiones monoteístas de suyo absolutas (única religión verdadera, enseñanza
revelada indefectible, moral objetiva), así como la vivencia integral y radical
de la religión (reduciéndola por el contrario a una faceta aislada y privada),
por no hablar del descrédito presente y retroactivo de otras muchas ideas
legítimas, como pueden ser la confesionalidad pública o las cruzadas.
¡Por no parecernos a
nuestra caricatura nos arriesgamos a desprendernos de nuestro carácter! ¡De
modo que nos apartaríamos de la verdad precisamente en aquello en que el islam
la ha imitado... si bien con exageración y deformación!
Cualquier análisis sereno
puede mostrar como la Sagrada Escritura inspirada no es un Corán dictado,
que el Emmanuel –Dios con nosotros– no existe en el islam, que la moral
revelada que asume el derecho natural no equivale a la que lo ignora y
contradice, que tampoco el fundamento cristiano de los estados desemboca en una
forma de sharía, o que las cruzadas son muy diferentes en su
planteamiento a la jihad, etc. Pero el mal efecto de la impresión
perdura en muchos y será difícil de desarraigar.
Además, existen casos en
que siendo la actitud común verdaderamente idéntica no cabe renunciar a ella,
como sería el caso, por ejemplo, de la disciplina matrimonial.
Puesto que el matrimonio
se orienta en última instancia a engendrar hijos para el Cielo, la Iglesia, que
en última instancia siempre ha tolerado a sus hijos e hijas contraer nupcias
con no cristianos,
ha exigido en sus cánones garantías de que los hijos que se engendren en tales
uniones serán bautizados y educados en la fe católica.
Por imitación y con perfecta
lógica, el islam, imbuido de ser la religión verdadera, da por hecho que todos
los hijos de mahometano y no musulmana (no admite el matrimonio de las
musulmanas fuera de la umma) lo han de ser también. Entre esas dos
disciplinas el conflicto es irreductible: no cabe boda entre un musulmán
coherente y una cristiana fiel.
¿Y qué debe hacer la
Iglesia? ¿Renunciar al ‘maximalismo’ de reclamar el bautismo y la educación
cristiana de los hijos que han de venir, para no parecernos a los islamistas?
Si existe una religión
verdadera, la primacía de Dios exige semejante precepto, que sin embargo no
será admisible a favor de una religión falsa. Como se ve, una y otra vez la
cuestión de si existe una religión verdadera, y cuál sea, tiene consecuencias
ineludibles como para haber dejado de abordarse abiertamente durante tanto
tiempo. Lo que es monstruoso en aras de un falso dios es igualmente ineludible
en orden al Dios verdadero.
Entretanto,
retengamos que el islam, al tiempo que facilita nuevos pretextos al ataque del
laicismo liberal contra la Iglesia, también induce un contagio liberal en su
propio seno.
Entre el Sistema y el Islam
Pero
aún ocasiona en nuestros días el islam un mal más entre los occidentales de
estirpe cristiana: el filoislamismo por revancha.
En el
mundo se perfila un complejo conflicto mundial entre el Islam y Occidente. Y
quien rechaza esta constatación adopta la actitud de desoír a Casandra y matar
al mensajero, porque el choque de civilizaciones no lo postuló Huntington, sólo
lo describió; en todo caso su creador fue Mahoma, y no en vano todas las
fronteras del mundo islámico hoy son de hecho zonas de guerra, como lo postula
la división del mundo en Dar-al-Islam y Dar-al-Harb.
Cuando el islam, que no
es un bloque, pero sí una ideología político-religiosa y una opinión pública
extensa y extrañamente concorde, desafía a Occidente, muchos occidentales ‑sobre
todo de izquierdas, pero también entre las extremas derechas, incluso las de
matriz cristiana- simpatizan con él por el sólo deseo de que el ‘Sistema’
reciba su merecido de otras manos, ya que no puede ser por las suyas.
* * *
Sistema, con mayúscula,
es el conjunto de males institucionales, sobre todo liberales, que corrompen y
dominan Occidente hasta confundirse con él. Pero no se repara suficientemente
en que el Occidente es, de hecho, algo mucho más complejo que eso. No es ya la
Cristiandad, por supuesto. Pero tampoco corresponde plenamente a ninguno de los
varios proyectos de Revolución anticristiana.
Occidente es hoy una
realidad de raíz y herencia cristiana, aunque sea residual; de población
todavía cristiana en buena parte, aunque con frecuencia se trate de una
religiosidad sociológica, descaecida o desorientada; de leyes y gobiernos con
principios liberales laicistas, correspondientes a mayorías de ese signo; y, en
conjunto, una situación de hecho en equilibrio inestable entre principios y
realidades ampliamente contradictorios entre sí. Y, con todo, Occidente no deja
de ser nuestra patria carnal, y sus autoridades de hecho, ilegítimas por muchos
conceptos, merecen adhesión cordial, solidaridad y obediencia, especialmente
hacia fuera, en tanto no contradicen directamente nuestros deberes cristianos.
* * *
Por la fortísima
contraposición existente entre el relativismo occidental y el islamismo han
nacido ciertos filoislamismos, vagamente formulados y mal justificados, que
debemos criticar.
El más elemental de esos
filoislamismos es el que arguye con el aforismo “los enemigos de mis enemigos
son mis amigos”. La hegemonía liberal es atea, relativista, y sumamente
inmoral; luego bienvenida sea la resistencia islámica de dimensión mundial, que
cree en verdades indiscutibles y tiene sentido de Dios.
Pero tal planteamiento se
descalifica por su odio e imprudencia. Las coincidencias puramente negativas no
son sólidas, a más de envenenar el corazón. Y, por otra parte, no existe la
menor oportunidad en un oportunismo cuando los presuntos aliados no son menos
opresores y sí mucho más fuertes que uno mismo. La situación después del
Guadalete de los vitizanos –a la postre godos y cristianos– debería hacer
reflexionar algo más desde un principio sobre las ventajas e inconvenientes de
buscarse tales aliados.
Las
alianzas cristianas con musulmanes pueden establecerse –y también ser
discutidas– en el terreno de lo circunstancial o geopolítico y por un provecho
concreto, pero nunca en el terreno de la coincidencia intelectual, moral y
‘monoteísta’.
¿Alianza por la
libertad religiosa?
Otros
planteamientos filoislámicos son más graves aún, en cuanto su fundamentación
quiere ser positivamente cristiana además de antiliberal.
Así,
los cristianos deberíamos apoyar a los islámicos para salvaguardar del laicismo
una libertad religiosa que a ambos ampara y beneficia. Vendría a ser una
alianza defensiva estable de los creyentes frente a los incrédulos. Y sería
altamente recomendable porque respaldar limitaciones a la libertad
religiosa de los musulmanes en España se podría volver en contra de la Iglesia,
por lo cual deberíamos inclinarnos por el máximo laxismo al respecto.
Y es que algunos cristianos pueden tender a identificarse con el “es
preciso obedecer a Dios antes que a los hombres” de los mahometanos como
actitud religiosa, sin reparar suficientemente en la justicia de su demanda
concreta. Ahora bien: si esa acitud la esgrime un mahometano contra el derecho
natural ¿hemos de solidarizarnos con él por su apelación a la divinidad
monoteísta presuntamente común?
* * * * *
En
primer lugar, no deja de ser curioso que los que desean rechazar el
liberalismo por su indiferentismo religioso de estirpe masónica acepten como
valioso sin más un cierto monoteísmo indiferenciado: es lo mismo que apreciaría
un masón consecuente.
Es difícil que prospere
una resistencia al laicismo liberal sobre la base de los principios
indiferentistas de sus predecesores, a saber: toda religión es buena, lo
importante es lo que nos une en la moral más allá de los credos concretos.
Porque entonces, prescindido de toda referencia divina en la confirmación del
derecho natural, sólo puede ser el estado –el presente, liberal- quien se erija
en árbitro de la moral ciudadana obligatoria.
* * * * *
La
confusión se encuentra en el concepto de libertad religiosa. El Catecismo de la Iglesia Católica dice explícitamente que “El derecho a la libertad religiosa no puede ser de suyo ni ilimitado, ni
limitado solamente por un ‘orden público’ concebido de manera positivista o
naturalista”, para recordar con el Concilio que esos justos límites deben
estar en “normas jurídicas conformes con el orden objetivo moral” (CEC §
2109).
La
libertad religiosa del liberalismo oscila, de hecho, entre las promesas de
tolerarlo absolutamente todo y las pretensiones de dictar una moral pública
laica obligatoria. Y cuanto más insistan las minorías islámicas en occidente en
establecer su jurisdicción religiosa entre nosotros, pasado el inicial
optimismo multicultural, más se excitará la tentaciónde dictar un laicismo
rigorista que también perjudicará a la Iglesia.
Ahora bien, el interés
cristiano se encuentra en la verdad. Y por la verdad que es nuestro interés no
podemos consentir, ni menos favorecer, la equiparación de Cristo con Mahoma, ni
de las prácticas cristianas y mahometanas, como tampoco podemos aceptar la
‘nueva generación’ de pretendidos derechos humanos como el aborto o el llamado
matrimonio homosexual.
Hay que recordar que la
religión cristiana y la religión mahometana, cuando son coherentemente vividas
en todos sus extremos, producen frutos opuestos. Y hay que atreverse a decir
que el musulmán que convive pacíficamente es el religiosamente tibio, mientras
que el paso obligado para convertirse en peligro público es la recuperación
rigurosa del Corán. De otro modo: es cierto que a la Iglesia van –vamos- muchos
pecadores, pero todos los santos, clamorosos u ocultos, las frecuentan; en
cambio, no todos los que frecuentan las mezquitas son terroristas, pero todos
los terroristas islamistas empiezan por frecuentar determinadas mezquitas.
* * * * *
No sería de recibo, en
suma, que, para defender la libertad de ciertas mujeres ‑las monjas- a
constituir comunidades femeninas autónomas, identificadas por sus hábitos, los
católicos debiéramos defender en el mismo lote la imposición a todas las
mujeres musulmanas de ropas específicas que significan su posición subordinada
respecto a los varones.
Además de la conciencia cristiana, que debe ser lo primero, la imagen cristiana
padecería enormemente amparando con la libertad religiosa ésa y otras prácticas
islámicas.
Y no se diga que si hemos permitido que la ley occidental legalice el divorcio y
las uniones sodomitas no hay motivo para rechazar el repudio unilateral o la
poligamia: el argumento es inconcluyente, porque la vigencia de un mal social
no puede justificar que se le añadan otros, cuando lo que se impone es
esforzarse por la remoción de los ya existentes.
Del mismo modo que no
abogamos por la libertad para el aborto para que pueda gozar de libertad la
causa provida, no nos hace falta proteger la falsa libertad religiosa de
promover la yihad (¡contra los cristianos!) para que se nos reconozca
la libertad de predicar y vivir el Evangelio.
* * * * *
Al
paso de estas consideraciones sobre el islam, resulta muy importante comprobar
y resaltar que la táctica de reducir el mínimo político exigible por la Iglesia
a la libertad religiosa no suprime el conflicto que se pretendería evitar: la
Iglesia no puede satisfacerse con cualquier ‘libertad religiosa’, sino sólo con
la ‘auténtica’, como acostumbran a añadir los documentos eclesiales. Y una
libertad religiosa limitada por el orden moral objetivo sólo es dable mediante
el reconocimiento del mismo, que resulta, en la práctica, de la aceptación del
Magisterio por la autoridad civil.
En
conclusión, una neoconfesionalidad mínima sigue siendo la consecuencia lógica
ineludible de la moral católica en la vida pública.
No falta el mal menor
Finalmente,
se llega a los argumentos de mal menor, siempre tan perniciosos a la larga,
porque en el orden de la percepción parecen convertir el mal considerado menor
en un bien desde el momento en que no es el ‘mayor’, y en el orden de la acción
desmovilizan cualquier iniciativa cristiana, renunciando a cualquier género de
reconquista radical y justificando el conformismo.
Además,
para comparar un mal con otro y concluir cual es peor existen docenas de
perspectivas distintas, por las que se obtienen conclusiones contrapuestas.
¿Qué es peor, una música desafinada o un color chillón?
* * * * *
¿Es el
islam un mal menor que el liberalismo?
Esa es
la cuestión verdadera, que no es exactamente la misma que se argumenta cuando
se escuchan preferencias esteticistas del género ‘prefiero un adversario
radical coherente que un tibio inconsecuente’. Hoy se puede escuchar aplicado a
islamistas y liberales, como ayer pudo serlo a comunistas ateístas y a
burgueses materialistas.
Pero una cosa es que el el creyente islámico esté o no incurso en un error menor que
el incrédulo relativista occidental, y otra que en realidad lo prefiramos como
mal que nos azote y persiga. Porque una cosa es la preferencia apreciativa por
la persona de algún modo admirable, o su menor culpa moral, y otra la
preferencia práctica por lo que nos acarree una menor dificultad. En la guerra
hay que honrar la valentía del enemigo sin dejar de desear que esté
desmoralizado y huya.
En toda esa perspectiva de presunto mal menor que busca el ‘mejor perseguidor’, se
comete el olvido de preguntar ¿mejor para quién?
Es posible que, objetivamente, la religión falsa sea un mal menos alejado que el
ateísmo de la fe cristiana (¡siendo los dos en sí pecados igualmente mortales!).
También es posible que, subjetivamente, un perseguidor activo de buena fe, como San
Pablo, sea menos culpable ante el tribunal divino que un acomodaticio neutral.
Pero tales cosas no pasan de posibilidades, enunciadas con un cierto intento de escrutar
y sustituir el juicio divino.
Con
todas esas verdades que no vienen a cuento se está perdiendo de vista lo
principal: el bien de la religión cristiana y de sus fieles.
¡Lo
que nos interesa es quién sea el adversario menos dañino para los cristianos! Y
ése es, sin duda, el de principios laxos e incoherente con ellos, es decir, el
liberalismo cotidiano, mientras no recrudezca su práctica retomando sus
principios.
León
XIII, el papa que condenó expresa y continuadamente el liberalismo en varias
encíclicas (con una específicamente dedicada a la cuestión: Libertas
praestantissimum, 1887), ciertamente enseñó que un régimen liberal,
permaneciendo inaceptable en orden de principio, podía ser aceptado y deseado
como alternativa más tolerante a un régimen más opresivo y crudamente
perseguidor.
Valía para el comunismo y vale para el mahometismo.
Se
habrá observado de qué modo, en el fragor de la polémica, se esgrimen
argumentos en que se confunden el mal menor para los cristianos con el menor
mal que estarían cometiendo sus adversarios, abstractamente considerado. Y por
otra parte, en la práctica, no se trata tanto de la posibilidad de sustituir
uno por otro, cuanto de añadir a los males del liberalismo imperante los de
parcelas de poder reconocidas al islam.
Maldad y malicia
Llegados
a este punto, es donde cabe reflexionar en qué consiste la maldad intrínseca
del islam y en qué reside el peligro de su malicia.
No
cabe duda de que por sus dogmas, su moral, su naturaleza histórica, la posesión
de una escritura titulada sagrada y sus pretensiones de continuidad de los
judíos y cristianos, la religión mahometana es la más próxima que existe a la
cristiana.
Luego
si la maldad como ‘cualidad de malo’ se considera como la distancia metafísica
al bien habrá que decir que la religión mahometana es la menos mala de todas. Habrá que
alabarla, y hasta favorecerla en condiciones de mal menor.
Pero
si se considera la malicia como ‘intención perversa’, atendiendo al origen
falsificado y a sus frutos, el juicio es completamente inverso: el islam
aparece como un perfecto designio anticristiano del que guardarse muy
seriamente. Lo cual es perfectamente congruente con la experiencia histórica y
cotidiana.
Y es
que el mero parecido, incluso en igual grado, merece muy distintas calificaciones
cuando es espontáneo y cuando es buscado; y cuando es deliberado la intención
que ha guiado la imitación resulta determinante. En una reproducción artística
se aprecia el parecido con el original como su mejor cualidad, en cambio, en un
billete de banco el mayor parecido de una falsificación con el auténtico lo
hace más peligroso.
La
semejanza del islam con la religión cristiana sería laudable en grado sumo si
fuera espontánea, como en el caso de la convergencia de dos descubridores de
una misma verdad científica, pero deja de serlo si es intencionada, como en el
caso del investigador plagiario. Y su caso es, ciertamente, el de una
reproducción que pretende recibir el mérito de un original.
El
islam es una buena aproximación –y sólo hasta cierto punto– de la religión
cristiana, que no reconoce haberla imitado, que pretende ser auténtica, y que
busca su suplantación.
¿Nos
fijaremos sólo en lo mucho que nos une y lo ‘poco’ que nos separa (esa menor
maldad intrínseca)? ¿O atenderemos a la indudable y enorme malicia que propicia
precisamente el parecido buscado y no bien confesado?
La
aproximación a las religiones por sus ‘valores’, reduciéndolas a ellos, se
conforma con la primera perspectiva e ignora la segunda, histórica y global: el
origen de la coincidencia, que nos habla de su intención. La pregunta clave
sigue siendo ¿de dónde proviene esa extraña coincidencia? En última instancia:
¿las pretendidas revelaciones de Mahoma proceden del único Dios?
Todos
los males provocados por el islam a la religión cristiana que hemos ido
examinando: competencia, persecución, confusión y distanciamiento, no son
producto de múltiples factores aunados por el tiempo, sino frutos de una
invención humana concreta, y llevan siglos sirviendo perfectamente a un muy eficaz
designio anticristiano, como para no querer ver en ello un instrumento
diabólico en que la propia religiosidad humana se aprovecha y revuelve contra
la religión verdadera.
A la
vista de todo ello, es más que admisible sugerir que la coincidencia de tantas
manifestaciones de maldad en el islam esconde una malicia intencionada. Y aun
si las falsas revelaciones de Mahoma no fueron sugestiones diabólicas, parece
que el islam ha sido un instrumento del que se ha valido Satanás contra la
difusión del Evangelio o la perseverancia en él. ¿Cómo habríamos de creer que
el poderoso ángel caído se vale sólo de sectas satánicas marginales y no sabe
ver ni emplear las grandes posibilidades que le daba y le da el islam para
entorpecer la Fe y perseguir a los santos?
¿Un mal providencial?
Pero
el Demonio nunca tiene la última palabra: la Divina Providencia nunca es vencida.
Decir
que la misteriosa realidad del islam oculta un signo providencial es falso si
se quiere significar con ello que, por ser providencial, también es bueno en sí
mismo, sólo que de otra manera. Pero sí es verdad cuando consideramos que nada
escapa a la Divina Providencia, y que ésta tolera los males y saca de ellos
bienes inesperados para nosotros.
Por
supuesto, los designios ocultos de la Providencia se nos escapan hasta que se
cumplen, pero algo de ellos podemos intentar elucubrar.
Ante
los males que el islam causa a la Religión y los fieles, la primera
consideración, siempre válida, es la de nuestros mayores y las Escrituras: Dios
lo permite por nuestros pecados, no tanto como castigo –que también-, sino para
que no nos creamos merecedores de lo que nos da por Gracia.
En
otro orden, la llamada de atención del islam se dirige a la tibieza de la
inmensa mayoría de los cristianos. ¿Cómo sorprendernos humanamente de que la
seriedad y el compromiso en la conducta de los musulmanes no sea premiada con
éxitos naturales? Si lo verdaderamente sorprendente es que los cristianos, pese
a nuestra tibieza en seguir plenamente nuestra Fe, pervivamos. El islam es un recordatorio,
pese a ser una mala copia, de lo que debería ser la primacía de Dios y de la
Religión en nuestras vidas.
Y
también parece muy claro que el islam es una llamada de atención sobre la
cuestión de la verdad a un cristianismo demasiado contagiado de liberalismo.
Hemos
insistido en que lo que nos separa es la disyuntiva irreductible entre la
veracidad de Jesús y de Mahoma.
Pero
lo que más nos debe llamar la atención es la problemática de la religión
verdadera: las consecuencias de la verdad.
Las
palabras de una revelación verdadera deben ser observadas en obsequio de Dios,
las de una falsa revelación no pueden ser respetadas incondicionalmente. Una
misma actitud no merece el mismo juicio en servicio de la verdad o del error.
Lo que es tolerable, lamentable o inadmisible para una falsa religión es loable
e ineludible en orden al Dios verdadero.
Por lo
que la cuestión de la verdad, de nuestra religión y de las otras, es de la
máxima importancia. Y, en último término, ¿sabemos apreciar debidamente la
gracia de haber conocido la verdadera religión que pudimos no haber tenido, se
la agradecemos a Dios profundamente, y la procuramos compartir con nuestros
semejantes que no la conocen? La existencia del islam es un recordatorio
providencial a hacerlo. Es ésta una conclusión eminentemente positiva;
procuremos concretarla un poco más.
La victoria sobre el mal
1.- Para vencer al mal lo primero es reconocerlo. Llamar bien al bien y mal al mal.
El islam es un mal. Un mal cuya raíz está en la falsa revelación sobre la que
se sustentan sus errores morales, que son sólo secundarios. Y un mal cuya
proximidad y semejanza a la religión cristiana no lo hace menor, sino más
dañino.
Por supuesto, tener claras estas nociones en el interior de la Iglesia no significa
espetarlas sin más a los musulmanes. Existen motivos de prudencia y caridad
para que, incluso conscientes de estar incursos en un mal, se busque hacia
ellos una aproximación respetuosa, dialogante y generosa.
2.- Tampoco simplificar el doble conflicto existente. Existe un conflicto entre la
religión cristiana y el liberalismo y otro entre la religión cristiana y el
islam que no son reducibles a uno. Ni rehuír los defectos de la religiosidad
desviada del islam nos puede llevar a comulgar con el liberalismo, ni la animadversión
a éste puede fundar una alianza de fondo con el islam, desvirtuando las graves
diferencias existentes.
3.- Se dice que el problema y el mal son ciertos musulmanes. Es verdad sólo si se
entiende bien: objetivamente considerados, los mejores musulmanes son aquellos
que no son buenos musulmanes, en el sentido de cumplidores coherentes de la
totalidad de su credo.
Por
eso decimos que el mal es el islam, mientras no decimos que lo sean la inmensa
mayoría de sus seguidores.
Esta
es una diferencia fundamental entre la Religión verdadera y las falsas: en
tanto que no todos los cristianos que van a Misa son santos, pero todos los
santos van a Misa, con el islam ocurre todo lo contrario: no todos los
mahometanos que van a la mezquita son terroristas suicidas, pero todos los
islamistas, salafitas, yihadistas y terroristas suicidas han pasado por ciertas
mezquitas antes de su encuadramiento definitivo como tales.
El ya
citado periodista italiano Magdi Allam dedicó buena parte de sus controversias
a defender la existencia de un islam humano, argumentándolo con su propia
experiencia en su Egipto natal. En ese sentido su ya citado libro Vencer el
miedo constituye la instantánea de un estado intermedio de su conversión. A
la postre, tras tantos años intentando sostener esa postura, se bautizó en la
Fé católica ante la imposibilidad de salvar el islam en sí mismo.
Es un
error, de naturaleza indiferentista y de gravísimas consecuencias prácticas, el
pensar y difundir que la solución es que los musulmanes sean buenos musulmanes.
La única solución verdadera y definitiva es que los musulmanes se bauticen, lo
cual sólo ocurrirá si les predicamos la Fe, para lo cual debemos entender
primero que ése, precisamente, es nuestro deber.
Por
otra parte se hace necesario advertir que los musulmanes influenciados por los
peores rasgos del islam no son pocos: un sondeo reciente en Inglaterra arrojaba
la cifra de más de un treinta por ciento de estudiantes mahometanos británicos
que consideraba justificado asesinar en nombre del islam.
4.- Los cristianos debemos pensarnos y presentarnos ante los demás con perfecta
independencia del islam.
Es
cierto que el espejo del Islam nos indica a veces una verdadera actitud
religiosa que nunca debimos olvidar, y otras, en cambio, distorsiones sutiles
que debemos evitar a toda costa. Pero, precisamente porque en él se dan ambas
circunstancias mezcladas, su valor como guía, positiva o negativa, es equívoco.
Se impone volver a plantear las cuestiones cristianas desde las raíces de la
tradición católica exclusivamente, y tomar del Islam las ilustraciones a favor
o en contra sólo a posteriori.
Como
ejemplo concreto de evitar la presentación ante los ajenos de la fe cristiana
como ligada al islam merece la pena recordar este pasaje del Catecismo de la Iglesia Católica: “Sin embargo, la fe cristiana no es una ‘religión del Libro’” (CEC §
108). Del mismo modo, tampoco debemos presentar la Fe cristiana como
pertenenciente a la familia de las religiones monoteístas abrahámicas, porque
no existe tal familia, sino la categoría que por sus características externas
agrupa al original y las imitaciones fraudulentas.
5.- Se
habrá observado que el primer resultado de considerar los males del islam se
refiere a correcciones que los cristianos debemos acometer en nuestro interior.
Errores, incoherencias y falta de firmeza en nuestros planteamientos de Fe y en
las consecuencias lógicas que de la verdad se infiere, y carencias,
incongruencias y tibiezas en nuestro compromiso, que debería ser ardiente,
decidido y total. Éste si es un bien, indirecto, que el islam nos hace y nos
hará siempre.
Y
respecto a los creyentes mahometanos, ¿cuáles han de ser las consecuencias de
lo considerado?
Ante
todo, comprender las graves dificultades que surgen con quienes son coherentes
y comprometidos con los errores mahometanos. Y limitarnos con ellos a contactos
pacificadores en materias en las que pueda haber convergencia y concordancia,
como la defensa de ciertos valores comunes.
Aparentemente,
éste era el punto de partida que criticábamos en un principio, pero no es así:
se trata de emprender dicho camino no por creer en su bondad intrínseca, sino
por la dificultad de encontrar otro, y con el conocimiento de las dificultades
subyacentes. Esta última frase se encuentra con cierta frecuencia en los
escritos cristianos que animan a dialogar con el islam, pero falta siempre la
exposición previa suficiente acerca de esas dificultades, los males del islam,
que hemos procurado desarrollar aquí como preparación de la parte cristiana a
tales contactos.
6.- El
postrer mal que origina el islam es que su naturaleza sectaria distorsiona y
deteriora de tal modo la buena voluntad de los musulmanes hacia los ajenos
(presupuesto básico de la convivencia o el mero trato humano) que más parece
convertirla en mala voluntad.
En
esas condiciones, bien advertidos, en los tratos y diálogos con el mundo
islámico organizado (a diferencia del particular musulmán abierto), deben
evitarse indebidos optimismos y concesiones. La palabra clave es reciprocidad.
Una reciprocidad entendida en su sentido estricto, y no como una ‘inversión’
unilateral de generosidades que, se espera, fomentarán una correspondencia más
adelante.
Es
particularmente prudente no favorecer positivamente la institucionalización del
islam en Occidente en torno a asociaciones y mezquitas. No son los musulmanes
aislados los problemáticos por ‘incontrolados’, sino precisamente los que son
controlados por entidades ocupadas de una mayor coherencia coránica. Si
cualquier estudioso, musulmán o no, nos dirá que en la religión de Mahoma no es
necesario un clero intermediario entre el fiel y Alá, no se entiende bien la
obsesión por la ‘mezquitización’ de los musulmanes en occidente, y menos la
colaboración a la misma de los cristianos o de los gobiernos.
Y también
debe exigirse a las partes musulmanas, desde un principio, la reciprocidad en
los países con leyes islámicas en la libertad para convertirse sin represalias
del islam al cristianismo, o para que entren las Sagradas Escrituras, escritos
cristianos y sacerdotes.
El
problema de la reciprocidad es, en su mayor parte, un problema de cortedad por
parte de los cristianos en su propio perjuicio:
+ Cortedad, primero, para aludir al concepto
mismo de reciprocidad estricta, como si fuera algo ineducado en lugar de justo.
+ Cortedad de ánimo, porque la exigencia de
reciprocidad entraña la posibilidad de que se haga necesaria una retorsión del
mal padecido para conseguir que se vuelva a una reciprocidad positiva; si el
cristiano cree ‑erróneamente- inmoral practicar cualquier género de
presión enérgica como retorsión, y no resulta creíble al respecto, queda
desarmado para reclamar reciprocidad, y no la obtendrá.
+ Y cortedad de imaginación, porque desde un
concepto cristiano de igualdad de derechos para todos los hombres sin
distinción de religión (el que es desconocido en el islam) es cierto que a
primera vista no parece que se pueda ejercitar una retorsión por las
injusticias inferidas a los cristianos en otros países sobre los musulmanes
españoles o residentes en España. Pero sí se puede ejercitar una restricción
sobre las ayudas, financieras o de otro género (envíos de libros o de imanes),
para los grupos islámicos en occidente procedentes de países que no respeten
una mínima reciprocidad con los cristianos. Y sin tales ayudas la
problematicidad musulmana en occidente disminuiría enormemente.
7.- En última instancia, la solución
del problema del islam es una, y sólo una: seguir el mandato final de Nuestro
Señor, procurando con empeño, mediante la oración, la predicación y el ejemplo,
que los mahometanos se bauticen.
Su Santidad Benedicto XVI
nos ha dado ejemplo bautizando en público a un destacado converso proveniente
del Islam, Magdi Allam, nada menos que en el día y lugar más señalados: la
Vigilia de Pascua de 2008 en San Pedro del Vaticano. En potencia, es un gesto
tan simbólico como el viaje de Juan Pablo II a Polonia en 1979: no hay que
tener ni reparos ni miedo en bautizar a los que vienen del islam.
Y no es algo imposible:
la Gracia de Dios viene cuando la solicitamos, y se bautizan los musulmanes
menos pensados, no sólo un egipcio instalado en Italia desde hace casi cuarenta
años como Magdi Cristiano Allam, sino también, más recientemente aún, Masab
Yousef, hijo del líder Hassa Yousef de Hamas (es decir, la sección palestina de
los Hermanos Musulmanes), incluso sabiéndose condenado a muerte por ello.
·- ·-· -······-·
Luis María Sandoval
Y la respuesta implícita, nunca enunciada, es: porque
previamente se ha decidido buscar argumentos en un sentido determinado y sólo
en ése, a conveniencia de la decisión política adoptada de un apaciguamiento
incondicional. Se ha desterrado a priori cuanto no sea optimismo o rendición.
“La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes,
que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y
todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a
cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a
Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús
como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre
virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del
juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello,
aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las
limosnas y el ayuno” (Nostra aetate, 1965, § 3).
Si se observa con atención percibiremos que el
Concilio se refiere a los musulmanes, pero no al Islam; y que alaba ciertas
creencias suyas, pero omite cualquier reconocimiento de Mahoma y del Corán, que
se cuida de no mencionar siquiera. Un musulmán no se puede sentir perfectamente
reconocido en tales condiciones, como no lo puede sentir un cristiano a quien
se alabe su religión por ser portadora de amor, paz y de atención a los pobres
sin mencionar a Jesús ni a la Resurrección que prueba su divinidad.
Dante, en su Divina Comedia, sitúa a Mahoma
como al primer personaje que reconoce en el noveno círculo del Infierno, el de
los sembradores de divisiones, y con ellas de cismas y herejías.
Precisamente, el publicista británico Hilaire Belloc,
en su ensayo sobre Las grandes herejías (1936), dedicó uno de sus cinco
capítulos al islam, insistiendo en que se trataba de una herejía cristiana
simplificadora, aunque no surgiera en el seno de la Iglesia sino en su
periferia, y planteando extensamente entonces, con el califato recién abolido y
la práctica totalidad de sus pueblos bajo dominación extraña, la posible, y aun
probable, resurrección del islamismo.
Y es curioso que en 1942, igualmente en la época más
baja de la historia del islam, cuando nada hacía presagiar su actual
recuperación, el escritor católico argentino Hugo Wast, en su novela
apocalíptica Juana Tabor (Capítulo VII, Visión del porvenir),
coincidiera en identificar el islam con aquella de las cabezas de la Bestia
que, estando herida de muerte, se recuperó (Apo 13,3).
La tradición católica nunca ha perdido de vista la
singularidad anticristiana de Mahoma y sus seguidores.
“Cualquiera que, conociendo el Antiguo y el Nuevo
Testamento, lee el Corán, ve con claridad el proceso de reducción de la Divina Revelación que en él se lleva a cabo. Es imposible no advertir el alejamiento de
lo que Dios ha dicho de Sí mismo, primero en el Antiguo Restamento por medio de
los profetas y luego de modo definitivo en el Nuevo Testamento por medio de Su
Hijo. Toda esa riqueza de la autorrevelación de Dios, que constituye el
patrimonio del Antiguo y del Nuevo Testamento, en el islamismo ha sido de hecho
abandonada.”
“Al Dios del Corán se le dan unos nombres que están
entre los más bellos que conoce el lenguaje humano, pero en definitiva es un
Dios que está fuera del mundo, un Dios que es sólo Majestad, nunca el
Emmanuel, Dios-con-nosotros. El islamismo no es una religión de redención.
No hay sitio en él para la Cruz y la Resurrección. Jesús es mencionado, pero sólo como profeta preparador del último profeta,
Mahoma. También María es recordada, Su Madre virginal: pero está completamente
ausente el drama de la Redención. Por eso, no solamente la teología, sino
también la antropología del Islam, están muy lejos de la cristiana”.
Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza,
(Barcelona, Plaza & Janés, 1994, pág. 106) Las cursivas están en el
original.
De la consideración de dichas normas se sigue
fácilmente una conclusión como ésta:
“El islam no ha aprendido nunca a ser una religión.
Por naturaleza es una tiranía. Hasta que aprenda a dejar que la puerta oscile
hacia ambos lados, y permita que los musulmanes decidan no ser musulmanes sin
ser castigados, el mundo no tendrá más remedio que luchar contra ellos para ser
libre [...] Mientras los musulmanes corrientes piensen que es su deber
matar a cualquier musulmán que intente dejar de serlo, mientras piensen que
tienen el sagrado deber de empuñar las armas para obligar a los que no son
creyentes a obedecer la ley islámica... no podrás liberalizar eso, no podrás
convertirlo en un sistema decente para nadie. Ni siquiera para los musulmanes”.
Incluso si se considera este juicio demasiado severo
como para compartirlo, al menos debería ser debatido en los tratados acerca del
islam. Pero la otra tiranía de lo políticamente correcto hace que tal idea sólo
se pueda imprimir ¡en una novela de ciencia ficción! (Orson Scott Card, La
sombra del gigante, Barcelona, Ediciones B, 2006, págs. 262-263).
Por eso, en el precedente Código de Derecho
Canónico de 1917 se añadía “Los Ordinarios y los demás pastores de almas:
1º Hagan cuanto esté en su mano para que los fieles cobren horror a los
matrimonios mixtos ...” (antiguo Canon 1064), y esto, que se predicaba ya de
los matrimonios con cristianos acatólicos, se aplicaba a los de disparidad de
culto con mayor razón (antiguo Canon 1071).
“Donde exista ya o donde amenace la existencia de un
gobierno que tenga a la nación oprimida injustamente por la violencia o prive
por la fuerza a la Iglesia de la libertad debida, es lícito procurar al Estado
otra organización política más moderada, bajo la cual se pueda obrar
libremente. No se pretende en este caso, una libertad inmoderada y viciosa; se
busca un alivio para el bien común de todos; con ello únicamente se pretende
que donde se concede licencia para el mal no se impida el derecho a hacer el
bien” (León XIII, Libertas praestantissimum, 1887, § 31).
Es
cierto que esta situación [separación Iglesia-Estado, indiferentismo
religioso de éste] existe en algunos países. Pero esta situación de la
Iglesia, si bien tiene muchos y graves inconvenientes, presenta, sin embargo,
algunas ventajas, sobre todo cuando el legislador, con una feliz inconsecuencia
entre la legislación promulgada y el propio legislador, se muestra imbuido de
los principios cristianos y gobierna cristianamente. Estas ventajas no pueden
justificar ni enmendar el falso e injusto principio de la separación ni
autorizan a nadie para defenderlo. Sin embargo aquellas ventajas hacen
tolerable un estado de cosas que prácticamente no es el peor de todos” (León
XIII, Au milieu des sollicitudes, 1892, § 41).
Los principios liberales son inaceptables, pero una
realidad liberal no radical puede ser un mal menor que una situación de menor
libertad práctica para el bien.
Para los cristianos que hoy insisten pertinazmente en
la ‘incontestable’ autenticidad de la experiencia religiosa de Mahoma,
convendría, además, considerar el juicio de un maestro de espiritualidad como
San Ignacio de Loyola, que prevenía no sólo “que es propio del ángel malo
que se disfraza de ángel de luz entrar con lo que gusta al alma devota y salir
con el mal que él pretende”, sino que incluso “cuando la consolación es
‘sin causa’, aunque en ella no haya engaño por ser de Dios nuestro Señor sólo,
como está dicho, sin embargo, la persona espiritual a quien Dios da esa
consolación debe mirar con mucha vigilancia y atención dicha consolación, y
discernir el tiempo propio de la actual consolación del tiempo siguiente en que
el alma queda caliente con el fervor y favorecida con los efectos que deja la
consolación pasada; porque muchas veces en este segundo tiempo por su propio
discurrir relacionando conceptos y deduciendo consecuencias de sus juicios, o
por el buen espíritu o por el malo, forma diversos propósitos y
pareceres que no son dados inmediatamente por Dios nuestro Señor; y por tanto
hay que examinarlos muy bien antes de darles entero crédito o ponerlos por obra”
(Ejercicios espirituales, Reglas para la discrección de espíritus para
la segunda semana, reglas 4ª y 8ª).
Si tales cautelas se deben tener para las experiencias
religiosas de las almas cristianas no se entiende por qué no habrían de
aplicarse dichas reservas a algunas experiencias de Mahoma, sobre todo al
principio, para dar algo más de luz sobre su vocación profética.
“Hay que distinguir al islam como religión y a los
musulmanes como personas. Si yo decidí convertirme, es totalmente obvio que lo
hice porque maduré una valoración negativa del islam. Si yo pensara que el
islam es una religión verdadera y buena, no me habría convertido, habría
seguido siendo un musulmán. Pero nosotros vivimos en una Europa que está
enferma de relativismo y que está sometida a lo políticamente correcto.
Entonces hay que decir que todas las religiones son iguales, prescindiendo de
sus contenidos, y no hay que decir nada que pueda hurtar la susceptibilidad de
los demás. Pero yo rechazo esto porque creo que el ejercicio de la libertad de
expresión no puede ser limitado. Y digo lo que pienso”.
(Entrevista para La Nación de Buenos Aires,
publicada el 31-III-08, y reproducida por Aciprensa el 1-IV-08 en http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=20637)
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