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El General Jake Smith mando a los soldados estadounidenses  «kill and burn...», mantando a todos lo muchachos filipinos que tuvieran más de 10 años.

El mapa de la ética

por Max Silva Abbott

Los clásicos buscaron en el propio hombre, en su esencia o naturaleza, la pista para saber qué usos de su libertad le son beneficiosos y cuáles nocivos como persona, desde un enfoque integral, y que fuera más allá de la mera opinión

Desde muy antiguo –en nuestro caso y hasta donde conocemos, a partir de los griegos– ha existido la preocupación por saber qué hacer con nuestra libertad: puesto que no tenemos nuestra vida encauzada de antemano como los animales, debemos ir, por decirlo de algún modo, a campo traviesa, haciendo camino al andar. Esto significa que podemos tomar multitud de opciones en atención a dicha libertad; pero corremos el riesgo de no llegar a parte alguna o incluso de autodestruirnos. Por eso no siempre lo que “podemos” hacer coincide con lo que “debemos” hacer.

En consecuencia, puesto que libertad es una espada de doble filo y no tenemos asegurado el éxito, el hombre ha buscado tener una guía para usarla correctamente: la ética. Podemos seguir o no sus indicaciones, puesto que somos libres; mas la ventaja de contar con esta “hoja de ruta” resulta más que evidente, porque por mucho que hayamos desandado el camino, siempre nos permite enderezar el rumbo.

Sin embargo, para los clásicos la ética era algo a descubrir, no a inventar o construir, como muchos pretenden hoy: un dato a constatar mediante la observación del propio hombre, en una mirada de largo plazo, que apunta a su existencia completa a fin de conseguir una vida lograda, para aprovecharse al máximo como persona.

Es por eso que la ética podría compararse con un mapa. Y la comparación es más que sugerente. En efecto, para confeccionar un mapa, hay que tener en cuenta las características y la geografía del territorio que se desea representar con él, a fin de que refleje la realidad tal cual es. Por eso no tiene ningún sentido, sino que resulta absurdo e irracional “inventar” un mapa –o una ética– a gusto del usuario, porque no sirve para nada.

En el fondo, y guardadas las proporciones, la ética y un mapa tienen la misma finalidad y el mismo origen: la finalidad de un mapa es permitir ubicarse en el territorio y llegar a alguna parte, para que el viaje tenga sentido; y la ética también nos muestra un camino, a fin de que el sujeto saque lo mejor de sí o, al menos, no desperdicie su vida, evitando que se extravíe en el uso de su propia libertad. Y en cuanto a su origen, tanto un mapa como la ética deben basarse en la realidad, en lo que las cosas son. Por eso, tal como es absurdo inventar un mapa, tampoco tiene sentido diseñar una ética a nuestro antojo.

Es por eso que los clásicos buscaron en el propio hombre, en su esencia o naturaleza, la pista para saber qué usos de su libertad le son beneficiosos y cuáles nocivos como persona, desde un enfoque integral, y que fuera más allá de la mera opinión; algo así como tener en cuenta nuestra estructura biológica para saber qué alimentos nos son necesarios y cuáles perjudiciales. Mas lo importante es que en todos estos casos se trata de un dato a descubrir, de una realidad a constatar que no depende de los caprichos, gustos o conveniencias, sino de lo que las cosas son. Es por eso que si realmente queremos hablar de ética en serio, imperioso es darnos cuenta de que ella no depende de lo que queramos, sino de una realidad –en este caso, nosotros mismos– que en cierta medida nos supera.

Sin embargo, y como en muchas oportunidades, la clave no radica tanto en un problema intelectual, sino de actitud: el estar dispuestos a aceptar nuestra propia realidad y límites y a no creernos sus artífices; o si se prefiere, estar abiertos a la posibilidad de que las cosas no siempre serán como nos gustaría que fuesen.

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Max Silva Abbott



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