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Para las campanas de Suresnes
por
Charles Maurras
Un siglo y la cosa no cambia: los políticos que tienen secuestrado el
voto de la derecha social favorecen, y financian, las cosmovisiones culturales
de la izquierda
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Artículo publicado por Ch. Maurras en L’Action Francaise el 11 de Agosto
de 1908 y reproducido en su obra La Democratie Religieuse ( París 1921) .
Nuestra enhorabuena a M. Louis Lambert, de Le Gaulois. Magnífica idea la
suya. Por suscripción nacional van a sustituirse, en la iglesia de Suresnes,
las campanas que son hoy bronce fundido en la estatua de Zola.
La Action Francaise se inscribe, desde luego. Y, naturalmente, apenas
instaladas en el campanario, estas campanas nuevas bajarán para emplearse en
alguna estatua al traidor Dreyfus. Le Gaulois volverá a abrir inmediatamente
una suscripción cuyo producto irá, sin tardar mucho, a la fundición con destino
a la estatua ecuestre del traidor Ullmo. Tercera suscripción de los
conservadores liberales, a modo de protesta, de “réplica”, “la mejor réplica”,
escribirá M. Louis Lambert. Tercera sustitución: al primer judío que traicione,
al primer veneciano que haga su elogio el gobierno de la traición querrá
dedicar un monumento geminado cuya materia prima no dejarán de dar los bronces
religiosos. Pero los creyentes, los independientes y los adversarios proveerán
una vez más de nuevas campanas y de estatuas nuevas. Nuestros judíos se
hartarán de traicionar, nuestros metecos de escribir el panegírico de la
traición, y el gobierno mismo de levantarles altares, antes de que el mundo de
la derecha se haya cansado de pagar las cuentas del culto enemigo.
Si la confiscación de las campanas de Suresnes, y su incorporación a los
bustos de Zolas, Dreyfus, Ullmos y otros tales, realiza un símbolo perfecto del
régimen republicano, es preciso confesar que la sustitución indefinida de esas
mismas campanas simboliza, no menos exactamente, el género de oposición que los
“buenos franceses” hacen a este régimen de treinta años a esta parte.
Ni incrimino ni censuro: todo lo inútil me horroriza profundamente. Ya
se ha visto: Action Francaise suscribe. Nos conformamos con nuestra calidad de
conservadores. Ponemos en juego la parte de esta admirable y mísera mentalidad
a la que no hemos podido sustraernos, siempre trasquilados en ese ir por lana
de las protestas oratorias, siempre hormigas laboriosas de un estéril trabajo
de reconstrucción.
Productores natos, no destructores, guardianes natos del orden y no
revolucionarios, el primer pensamiento de los buenos franceses nunca es
responder a los decretos de guerra civil con una ofensiva encaminada a quebrar
estos decretos en su fuente de origen, en su factor inicial. No piensan en
imponer la retractación de la injuria, ni en enderezar el tuerto de la
injusticia. No toman medidas contra la causa para evitar la repetición de los
efectos. ¿Violencia? ¡Cá! ¿Rebelión? No son “jacobinos blancos” (1). Lo que se
hace sin pérdida de tiempo y lo que se repite desde hace treinta años es un
esfuerzo inmediato para reparar el daño en cuanto se ha producido. Sin devolver
el golpe se cura la herida. Cuando está bien cerrada vuelve el enemigo y la
abre otra vez. De nuevo empieza a sanar. Otra vez se la cura. Y así otra vez y
sin cesar.
Cuando los religiosos fueron expulsados de Francia la primera vez,
nuestros amigos no pensaron en arrojar del poder a los expulsores: trataron de
hallar subterfugios ingeniosos para hacer entrar de nuevo a los expulsados
ajustándose a las leyes existentes. Y cuando las escuelas primarias se
transformaron en laicas, lo que hicieron fue construir al lado escuelas libres.
Con la enseñanza secundaria y superior se siguió la misma táctica. La misma que
con los servicios de asistencia y de hospitalidad. Gentes de corazón, y de gran
corazón, decían: “No podemos hacer el bien aquí, iremos a otra parte”. Como
contra lo que se dirigían no era contra el lugar donde ellos hacían el bien,
sino contra el bien que ellos hacían, porque era el bien y porque venía de
ellos, la legislación y la administración los persiguieron en los refugios que
habían ido a buscar. Arrojados primero de las casas del Estado, lo fueron luego
de sus propios hogares. después de haberles quitado lo que habían recibido de
las anteriores generaciones, se les arrebató lo que debían a las nuevas, a sus
propios esfuerzos de hoy. Establecido ya en el Arzobispado el lazzarone
Viviani, y el judío Cohen en Les Oiseaux, (2), la mano negra de la confiscación
se cierne ya sobre otros inmuebles, propiedad de obras indiscutiblemente
laicas, pero que necesitan imprescindiblemente Cohen y Viviani, Ullmo y
Dreyfus.
Pero yo os pregunto, ¿qué límite podrían encontrar los deseos de Dreyfus
y de Ullmo?¿Y qué obstáculos se oponen a las concupiscencias de Cahen y de
Viviani? Más bien contribuye todo a excitar este bueno y fructuoso deseo. Los
expoliados por la mañana empezarán de nuevo su tarea por la tarde: de nuevo
empezarán a construir -palacios o cobertizos- nuevas casas a las que, en cuanto
estén secas las paredes, hará llevar equipaje el enemigo.
La audacia de tal adversario no me inspira la menor admiración.
Lo admirable es la tolerancia de las víctimas.
Hay en nuestro tiempo gentes magníficamente dotadas, porque han recibido
el genio de la acción “práctica”. A esta acción se han entregado en cuerpo y
alma. Pero la fatalidad de nuestro tiempo es que no conciban más acción que la
inmediata.
-¡Cuidado, señora!- decía yo a una, hace pocos años -el Gobierno acabará
por apoderarse de ... (y aquí el nombre de una de sus fundaciones).
-¡Arrebatarme N. ...!
Un chispazo zigzagueó un momento en sus ojos inmensos, que se
dulcificaron instantáneamente; en sus labios floreció una sonrisa más apacible
que el azul del mar bajo un cielo sereno. Tuve instantáneamente una viva
sensación de mi ridículo. La eminente mujer a quien acababa de hacer
vislumbrara un porvenir tan imaginario como la eventualidad de una persecución
gozaba de la intimidad de M. Combes, quien, aunque no tuviese asegurado el
privilegio de una vida eterna, parecía que por largo tiempo había de ser el
árbitro de la política francesa. Por eso los obreros de la fundación N.
trabajaban apaciblemente para la eternidad; albañiles, carpinteros, broncistas,
hojalateros, gasistas y electricistas se afanaban. Hoy todo ha terminado. Creo
que la República trabaja también, forjando sus armas contra N. ... He oído
decir que Mme. X ya no sonríe.
Es bella la embriaguez del entusiasmo en una de estas almas muy grandes,
muy altas, muy puras. Hay algo más bello, sin embargo: la alianza de estas
virtudes apasionadas con una razón completa. Digo completa para que no quede
excluída la razón política. Razón que es compone de recuerdo, de previsión y
también de audacia.
El pasado se repite y se repetirá. La misteriosa sustancia del porvenir
no puede imaginarse demasiado diferente del pasado. Se portarán con nosotros
como se han portado hasta ahora. Nos quitarán todo lo que hemos atesorado y
construído sin haber sabido defenderlo con una hábil contraofensiva. Mientras
que el brazo sólo nos sirva para preservar nuestro pecho, y no para herir el
del enemigo, pesará sobre nosotros la amenaza. En todo lugar y en todo tiempo
ocurrirá como con las campanas de Suresnes: veinte veces pagadas, fundidas de
nuevo veinte veces, hasta que un día, desesperados de vernos siempre heridos en
este pobre campanario de arrabal parisiense, nos demos cuenta de que a donde
hay que ir es a la plaza de Beauveu (3), y no a llevar bronce, ni oro, sino
hierro.
Ante todo política. Política ofensiva y apuntando al régimen.
Lo demás es pagar las fiestas y que se divierta el enemigo (4) ·- ·-· -······-·
Charles Maurras
(1) Epíteto dirigido a Bernard de Vesins por el juez
judío Norms, de Versalles, después del asalto de la iglesia de San Sinforiano
(N. del A.).
(2) Convento de religiosas de Notre-Dame, en París, situado en la
esquina de la calle de Sèvres y el Boulevard des Invalides.
(3) En la plaza de Beauveu está situado el Ministerio del Interior (N.
del T.).
(4) Las campanas de la suscripción de Le Gaulois fueron benditas e
instaladas en el verano de 1911; creo que M. Arthur Meyer fue el padrino; por
lo demás la madrina fue madame Meyer.
Esperemos... (N. del A.)
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