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El General Jake Smith mando a los soldados estadounidenses  «kill and burn...», mantando a todos lo muchachos filipinos que tuvieran más de 10 años.

Algunas notas sobre aspectos de la lucha cultural desde Acción Española hasta hoy

por José Luis Orella

Las raíces de la anestesia que sufre la sociedad española habría que buscarla en Antonio Cánovas del Castillo, quien a favor de la estabilidad y la supervivencia del régimen, hizo todo lo posible por crear unos hábitos que impidiesen y desalentasen al público español de la participación en la vida política.

La instauración de la II República provocó toda una catarsis en las derechas españolas. Algunos monárquicos alfonsinos como Eugenio Vegas Latapié, Ramiro de Maeztu y el marqués de Quintanar habían creído que la caída del régimen primorriverista había sido por falta de una base ideológica coherente. Para poder destruir la República recién instaurada, los monárquicos debían crear un plataforma ideológica que sintetizase y reelaborase las ideas de los pensadores tradicionalistas españoles para formar un programa intelectual superior al discurso republicano. Curiosamente, ellos que procedían del liberalismo, pasaban a reconocer al tradicionalismo defendido por los carlistas, como el discurso más coherente con la historia de España.

Este proyecto se pudo hacer cuando parte de los apoyos económicos que iban para un levantamiento militar del general Orgaz fueron entregados a Vegas Latapié, quien los utilizó para la operación ideológica que tenía in mente. [1]  Por el contrario, la conspiración militar que había sido promovida para proteger la unidad nacional quebrantada por los nacionalismos periféricos fue un rotundo fracaso. El 10 de agosto de 1932, el general Sanjurjo se adueñaba de la ciudad de Sevilla, pero no conseguía el concurso de ninguna otra guarnición militar teniendo que entregarse a las autoridades.

La represión posterior del gobierno fue muy dura porque cerró numerosos periódicos de significación monárquica y deportó a centenar y medio de militares y simpatizantes derechistas al Sáhara. Los carlistas se mantuvieron al margen del movimiento conspiratorio por la debilidad de su organización paramilitar y la falta de entusiasmo en un pronunciamiento dirigido por alfonsinos y derechistas republicanos. Su triunfo hubiera significado una orientación conservadora o una instauración alfonsina, de todas formas algo que no preocupaba a los carlistas.

Entre tanto, Eugenio Vegas Latapié tomando como ejemplo la "Acción Francesa" de Charles Maurras (1868-1952), había desarrollado las actividades divulgativas sobre la forma monárquica. El provenzal Maurras con un importante equipo de intelectuales galos había convertido la asociación, la revista y la editorial en un laboratorio doctrinal cuyas enseñanzas ganaban adeptos en Bélgica, Suiza, Portugal y España. "Acción Francesa" se había convertido en el modelo a seguir por todos los derechistas antiliberales europeos. Sin embargo, la condenación eclesiástica a la revista (no al diario) por el agnosticismo positivista de su director, obligó a sus admiradores extranjeros a concentrarse en fuentes intelectuales autóctonas aunque las moldeasen con el discurso del francés. [2]  Maurras había sido denominado por Pío X "sólido defensor de la Iglesia y la Santa Sede", a pesar de sus condenas que Pío XI haría públicas en 1926, metiéndole en el Indice.

De esta forma, "Acción Española" se inspiró en Jaime Balmes, Juan Donoso Cortés, Marcelino Menéndez Pelayo, Juan Vázquez de Mella y los escritores neocatólicos del XIX, buscando un discurso dialéctico enraizado con las enseñanzas surgidas de la tradición española y a su vez eludiendo la influencia metafísica del tradicionalismo galo. [3]  En esta empresa, el monopolio alfonsino fue casi absoluto, Eugenio Vegas Latapié, Ramiro de Maeztu y el marqués de Quintanar formaron la triada dirigente y eran alfonsinos como la mayor parte de su lista de colaboradores. La excepción la marcaron Víctor Pradera y el conde de Rodezno de filiación carlista. Su ideólogo oficial y el principal dirigente político. Los carlistas colaboraron en la creencia de que "Acción Española" era un laboratorio doctrinal independiente de siglas políticas.

"Acción Española" sirvió como aglutinante de los diferentes sectores ideológicos de la derecha española y consiguió la reunión de un prestigioso equipo de intelectuales, que con sus conferencias, cursillos, artículos y libros pudieron dotar a una generación de estudiantes y universitarios españoles de una argumentación ideológica antidemocrática y antirrepublicana. Para su sostén económico consiguieron sus dirigentes el apoyo de la aristocracia terrateniente andaluza y castellana, la industrial vasca y la comercial catalana. Entre sus componentes podían encontrarse a: marqués de Pelayo, Lorenzo Hurtado de Saracho, Pilar de Careaga, José Félix Lequerica, conde de los Andes, conde de Mayalde, Joaquín Bau, duque de Fernán-Núñez, José de Aresti, conde de Ruiseñada, Matías Guasch, José Luis Oriol, José María Pemán, duque de Toledo (Alfonso XIII), Juan de Borbón... [4] . Sin embargo, esta ayuda duró una suscripción en muchos casos, quejándose Vegas Latapie de la penuria que sufrió la revista [5] .

Las ideas que los monárquicos de "Acción Española" propugnaban eran una conexión del presente con el pasado imperial. España estaba en decadencia desde la asimilación de los presupuestos ideológicos liberales y debía recobrar la conciencia política de su pasado histórico dotándose de un régimen coherente con él. Este nuevo Estado sería la monarquía tradicional que los carlistas llevaban un siglo defendiendo y los alfonsinos habían descubierto con la instauración republicana. El Estado debía ser heredero de aquel que los Reyes Católicos construyeron como base del futuro imperio español.

La monarquía tradicional propugnada por los hombres de "Acción Española" era el sistema ideal por estar en consonancia con el pasado imperial. Además, como institución respetuosa con los fueros y derechos de las personalidades históricas formantes del reino, la monarquía tradicional ejercía de elemento integrador de la nación española. El rey era el juez moderador de los diferentes poderes, porque por la ley de la herencia su persona era independiente de los intereses de partidos y oligarquías, siendo la persona más cualificada en conducir por el sendero del bien común. [6]

El derecho hereditario de la monarquía proporcionaba a la nación una estabilidad política que la república carecía al cambiar de jefe de estado cada cierto tiempo. En definitiva los monárquicos consideraban la monarquía tradicional superior a la república porque era una institución que garantizaba la unidad nacional y la estabilidad del Estado. La figura del monarca ejercía de poder moderador entre las diferentes instituciones conformantes del Estado, las cuales servían a su vez para limitar su poder evitando el absolutismo.

Por el contrario, el monarca constitucional no podía realizar este papel positivo por ser un "augusto cero", según las palabras de Vázquez de Mella. El rey liberal era un símbolo decorativo al estar el poder confiado al parlamento. Según los monárquicos tradicionalistas el sistema liberal, parangonando a Maurras, representaba al país oficial, pero no al real. Por tanto, se hacia necesario que el Estado se dotase de un organismo que representase fielmente los organismos naturales de la sociedad. La adopción del corporativismo organicista reflejaba según sus opiniones a la nación real por estar representados la familia, el municipio, la región y los cuerpos socioeconómicos del país. Las Cortes corporativas serían más representativas que el parlamento liberal y más moderno que el del Antiguo Régimen formado por los tres estados.

La discusión ideológica se centró en rebatir todas las ideas procedentes de la Revolución Francesa, considerando a 1789, como la fecha del inicio de los males de este mundo después del pecado original. Sobre todo Rousseau fue el filósofo más criticado y su concepción del hombre y de la sociedad desmontada con los argumentos proporcionados por el neotomismo de la escuela de Lovaina.

Los tradicionalistas españoles eran nacionalistas y fervorosos católicos, y como tales identificaron ambos términos, llegando a considerar sinónimo de buen español al creyente católico, del mismo modo, el republicano fue considerado izquierdista y anticlerical. Los monárquicos concebían la monarquía tradicional como algo consustancial con la historia de España, como también lo era su misión divina católica. La religión había sido el engarce unificador de los diferentes pueblos de España y la desaparición de esta cualidad del catolicismo español podía representar el inicio de la disgregación de la nación entre sus fuerzas centrífugas.

La institución monárquica había sido la espada del catolicismo contra los turcos y los luteranos, y no podía concebirse ser español sin ser católico. Por la identificación del término republicano con el discurso de izquierdas y anticlerical, la posibilidad de un republicanismo de derechas quedaba condenada y sus mentores considerados traidores. Sin embargo, León XIII había permitido el ralliement en Francia para unir a los católicos y con su mayoría natural transformar las instituciones republicanas desde dentro. Esta era la misma opinión de los católicos sociales, Herrera Oria y Gil Robles, dentro de Acción Popular, y la apoyada por el nuncio apostólico Tedeschini, quien con su influencia ayudó a que la derecha optase por el camino del accidentalismo, y no por el republicanismo, ni por el monarquismo declarado.

Sin embargo, los hombres influidos por Acción Española plasmarían un discurso uniforme en la CEDA, los monárquicos, carlistas e incluso falangistas. A partir de julio de 1936, la posibilidad de instaurar el Estado Nuevo de Víctor Pradera, y la proyección exterior de la Hispanidad de Ramiro de Maeztu, se hizo posible en el bando nacional, finalmente triunfador de una cruenta Guerra Civil.

Pero en el tiempo actual, volvemos a pecar de los mismo, la necesidad de conformar un pensamiento vertebrador de la derecha católica y social. En la pugna electoral que vivimos, nuestros candidatos electorales han entrado en el mercadeo de los votos. Sin embargo, se hace necesario cada vez más la necesidad de la defensa comprometida de los principios morales que sustentan la sociedad. En nuestro días vemos con envidia, como Italia o Polonia, no digamos nada de Estados Unidos, disponen de unas sociedades civiles maduras que irrumpen e influyen en las líneas de decisión política de los partidos políticos.

Cual es la razón de que eso no ocurra en España. Las raíces de la anestesia que sufre la sociedad española habría que buscarla en Antonio Cánovas del Castillo, quien a favor de la estabilidad y la supervivencia del régimen, hizo todo lo posible por crear unos hábitos que impidiesen y desalentasen al público español de la participación en la vida política. No obstante, en los demás países se ha podido recuperar la iniciativa ciudadana y redirigir las líneas de actuación política, gracias a la intervención de los Think Tanks.

Estos equipos de pensamiento, que reúnen a intelectuales universitarios, conforman nuevos discursos valóricos que ayudan a la transformación social. En la actualidad existen cinco mil grupos de este tipo. En nuestro país, los vinculados oficialmente a los partidos políticos, se han convertido en correas de transmisión de sus organizaciones electorales, quedando esterilizados en sus propuestas. Por el contrario, los independientes, aún careciendo de medios, gozamos de una fertilidad productiva. En el momento actual, la defensa de los principios morales se encuentra casi en exclusiva en think tanks católicos, que consiguen introducir de forma transversal su mensaje. De esa forma, países como Italia y Chile han conseguido victorias por la vida. La sociedad española no debe anestesiarse con el tranquilizante voto del “mal menor”, por el contrario debe revitalizar y dinamizar la sociedad, construyendo una sociedad mejor desde sus cimientos, apostando por el bien mayor. Esa es la labor de Foro Arbil, que en hermandad con otros grupos intelectuales, pretende construir y elaborar de los principios del catolicismo, la cimentación sólida de nuestra cultura, que es nuestra identidad.

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José Luis Orella



[1] Eugenio Vegas Latapié, Escritos Políticos. Madrid, 1940. p. 12

[2] Raul Morodo, Los orígenes ideológicos del franquismo, Acción Española. Madrid, 1985. p. 95-96

[4] "Acción Española". Madrid, enero de 1936, nº 83. p. 1

[5] < Javier Badía, La revista Acción Española: Aproximación histórica y sistematización de contenidos. Tesis inédita. Pamplona, 1992. p. 48-51

[6]  Víctor Pradera, El Estado Nuevo. Madrid, 1937. p. 219 y siguientes



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