Como se sabe, justicia es “dar a cada uno lo suyo”. Esto significa que a cada persona debe entregársele aquello que merece, sea algo bueno o malo; en suma, que sea tratado según sus méritos, devolviendo de manera equilibrada, bien por bien o mal por mal. Ahora, desde siempre se han registrado toda clase de injusticias (pobreza, explotación, privilegios, abuso físico o psicológico, etc.). Sin embargo, hoy se está agregando otra, que si bien puede ser más difícil de percibir, no por eso es menos importante. Ella consiste en el desigual tratamiento que las actuales sociedades y sus gobiernos están dando a los sujetos en relación a la mayor contribución que pueden hacer para conservar dichas sociedades: tener hijos. En efecto, todos podemos colaborar en pos del bien común. Sin embargo, si se mira con atención, el mayor aporte que podemos hacer a la sociedad que nos cobija y en la cual nos hemos formado (y, en consecuencia, a la que debemos bastante), es contribuir a su mantenimiento, teniendo hijos y formándolos, para que se integren a la misma. Esto es esencial, porque las generaciones que hoy son las protagonistas de nuestras sociedades pasarán, dejarán de existir, más temprano o más tarde. Y resulta evidente que se necesitan generaciones de reemplazo, para que tomen su lugar, nuestro lugar. Por eso es evidente que la mayor contribución que podemos hacer a nuestras sociedades no son sólo acciones del “ahora”, sino sobre todo, proyectadas al futuro, mediante la incorporación y formación de nuevos miembros, para que nuestras sociedades no perezcan. Por eso, en estricto rigor, es tremendamente injusto que se trate de manera igual a quienes colaboran con el todo social en este aspecto tan fundamental, y aquellos que no lo hacen, no porque no puedan, sino sencillamente, porque no quieren tener hijos. Y es injusto, se insiste, porque los segundos sólo están pensando en sí mismos, fruto de una actitud bastante egoísta, al punto que no están dispuestos a negarse cosas o postergarse, razón por la cual no tienen descendencia.
Esto es fundamental, porque quienes tienen hijos están haciendo un enorme esfuerzo para que la vida de nuestras sociedades siga adelante. Resulta claro que la formación de una familia y la venida de los hijos constituye una de las mayores realizaciones a las que puede aspirar una persona (por algo se dice que la naturaleza es sabia), pero se insiste, es tremendamente injusto que no se recompense de alguna manera este esfuerzo respecto de quienes no quieren hacerlo (mediante políticas de real apoyo a la familia, por ejemplo). Lo anterior no constituye ningún privilegio, sino sólo a darle a cada uno lo suyo, según sus méritos. No distinguir entre unos u otros es una abierta arbitrariedad.
·- ·-· -······-·
Max Silva Abbott
***
Visualiza la realidad del aborto: Baja el video Rompe la conspiración de silencio. Difúndelo.
|