Arbil cede
expresamente el permiso de reproducción bajo
premisas de buena fe y buen fin |
Para
volver a la Revista Arbil nº 120
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 120 |
Cuatrocientos aniversario de la expulsión de los moriscos, cuestión de vida o muerte para España, por su complicidad continua con el peligro turco
La agudeza y la comprensión de los textos
por
Arturo Zárate Ruiz
La modernidad, tan escéptica, ha perdido la correcta comprensión de la agudeza. Ve en ella mero juego de palabras en lugar del instrumento para entender los textos y para aun desentrañar la realidad según lo enseñaron bien los españoles del Siglo de Oro, particularmente Baltasar Gracián. En este ensayo aplico la agudeza, según la entendió Gracián, al análisis de textos y ofrezco siete reglas para no errar en la tarea. Al hacerlo, procuro ilustrarlas con algunos ejemplos controvertidos de la elocuencia barroca, la cual los modernos no pocas ocasiones la equiparan al sofisma y sobre todo consideran prueba del “mal gusto español”. Por tratar de la agudeza, mi exposición intencionalmente no es del todo clara. Para alcanzar mayor claridad, el lector puede consultar las notas finales
|
Desde la irrupción de la “modernidad”, no pocos críticos han
olvidado lo esencial:
admitir el componente intelectual de la agudeza.[1] Por ello fallan inevitablemente en sus análisis.
Si bien se
entretienen en identificar en ella los juegos de palabras, los efectos
emocionales, los caprichos de la fantasía,[2] el poder de la imaginación, la visualización del
mundo, etc.,[3] sus
filosofías críticas no les permiten reconocer las ideas que la agudeza capturan
ni, por ende, se acercan a tales ideas. Tal vez acepten que el texto más
ingenioso, digamos del Siglo de Oro español, sea lindo, pero no racional. Los
ilustrados apreciarían allí, de seguro, las preciosidades barrocas, pero
permanecerían sordos ante la abstracción. He allí que editores contemporáneos
creen necesario traducir algunas ya modernísimas agudezas al español moderno
dizque para que el público las entienda—creen necesario ir más allá del contar
chistes y piensan en la necesidad de explicarlos[4]—. Así, todo lo que es simple agudeza parecen
considerarlo si no un disparate, sí algo desprovisto de razón.
Pero la tragedia
de no admitir el componente intelectual de dicha “filigrana” consistiría menos
en la injusta mala fama del barroco que en el condenarse a no entender jamás
dichos textos ni los textos agudos de cualquier otra época. Por ejemplo, si las
creencias “modernas” sostienen coherentemente que sólo los hechos claros y las
verdades manifiestas son racionales, cualquier agudeza por tanto se habría
necesariamente de condenar como una especie de tontería, pues, por definición
es oscura, esto es, ni expresa hechos claros ni verdades manifiestas; lo más
que se logra es sugerirlos; el lector es a quien corresponde, con su ingenio,
descubrirlos, exprimiendo la sutileza; pero eso se halla un pasito más allá de
las verdades evidentes y los hechos claros con los que el moderno sólo comulga,
para quien, en consecuencia, toda agudeza seguiría vacía de razones.
Este trágico
error puede evitarse si el lector de textos agudos no olvida el componente
intelectual de la agudeza. Para este propósito, el crítico podría servirse de
las siguientes siete reglas de análisis,[5] las cuales he “exprimido” de los libros de Baltasar
Gracián.[6]
Establecer el
concepto
El error más
simple aunque común en el análisis de la agudeza es no cumplir con la
responsabilidad más básica de una audiencia: el escuchar, esto es, el tratar de
caer en cuenta de lo que se dice.
Este error simplísimo
no pocas veces consiste en no exprimir las ideas insinuadas por la sutileza. Entonces,
el lector toma el texto sólo literalmente, o no va más allá de sus imágenes o
de su ornato estilístico, o se apresura y conforma con lo emocional de la
sutileza, por ejemplo, la risa. En cualquier caso, no identifica los puntos y
las líneas de correspondencia de la sutileza, no establece la correlación, no
extrae la idea, no entiende lo que se dijo.
Tan simple como
parezca, esta regla puede ignorarla unánimemente un parlamento, y con los
peores resultados. En 1746, la Diputación de Pamplona comisionó al padre
Francisco de Isla a escribir un discurso para conmemorar la ascensión de
Fernando VI de Castilla al Trono de Navarra. La diputación quiso con todo
poner en claro su propia autonomía respecto a Castilla, proclamando al rey como
Fernando II de Navarra—este reino no debía considerarlo menos importante que
Castilla o que ningún otro del imperio español[7]—. Es más, para enfatizar la ocasión y la importancia
de Navarra, la Diputación le exigió a Isla que usase el estilo culterano, esto
es, uno más inflado que el bombástico, según Isla lo creía y odiaba. Al
parecer, Isla cumplió aun así la comisión: la Diputación celebró, aprobó
oficialmente, imprimió y publicó a los cuatro vientos su discurso.
Pero lo que de
hecho Isla se permitió fue el cometer la quizás mayor travesura de su vida. Se
enseñoreo del estilo culterano con tanta astucia que satisfizo estridentemente
a los provinciales chauvinistas y los convirtió sotto voce en hazmerreír de
Europa.
Isla, refiriéndose
al Reino de Navarra, citó un poema latino que “en Cláusulas breves y elegantes”
hacía “ la más discreta apología de la nada”.[8] Los diputados “no son siempre
hombres de escuela, pero siempre son escuela de hombres”,[9] y, en ellos, “ la nobleza es lo de
menos;[10] por que lo
ménos que son es lo que fuéron sus abuelos,[11] y lo mas es lo que son ellos mismos”.[12] Entonces Isla dijo que “un
reino donde hay tanto en que escoger, ó donde no hay que escoger nada porque
todos es escogido, no sabe lo que se escoge”.[13] Dirigiéndose a algunos diputados en
particular, Isla describió a don Antonio de Oscariz: “...aunque todas las
potencias del mundo estén en guerra, las potencias de este caballero estarán en
una octaviana paz”.[14]
Isla, aparentemente elogiando la pompa de los carruajes por el festejo, llamaría
la atención hacia unas mujeres de Navarra que exclamaban: “¡Mujer, ¡quién
fuera Caballo!”[15]
En resumen, Isla les encantó a los diputados por la sonoridad y sabrosura de
sus palabras, pero también logró insultarlos sin que se diesen cuenta y sin
arriesgar ningún castigo.
Russel P. Sebold
reporta:
Por fin los
navarros cayeron en cuenta y pidieron una retracción publica. Pero Isla se
escapó de la manera más ingeniosa posible, advirtiendo a la Diputación que si ésta
pedía que él se retractara de lo mismo que ella había loado en público, eso sería
como si ella se burlara de sí misma.[16]
Por lo tanto, la
regla consiste en establecer el concepto, en encontrarle su sentido al texto o
a los datos, a no ser que se desee quedar en ridículo como le ocurrió a la
Diputación de Navarra.
Considérense
las interpretaciones posibles
Los textos, e
inclusive los hechos, pueden prestarse a muchas interpretaciones posibles. No
debemos olvidarlo.
Gracián lo
ejemplifica ampliamente en su Agudeza. César tuvo que proclamar rápidamente,
al tropezar durante su desembarco en África, que ya la tenía conquistada en sus
brazos—“Teneo te, Africa”[17]—; así evitó que sus supersticiosos soldados interpretaran
su caída como de mal agüero. Al cuestionar César a un muchacho extranjero, por
su hermosura y parecido a un joven patricio, si su madre había frecuentado la
corte romana, el chaval atisbó la malicia de la pregunta. Le respondió: “Señor,
no; mi padre, sí”.[18]
La respuesta del muchacho pudo tomarse como honesta, de un campesino sencillo,
o como una retorsión, nada ingenua, de un mozalbete resentido, o tal vez ambas
cosas: una retorta honesta pero resentida.[19] El divino Augusto, cuando sobre su altar
en Tarragona ocurrió el “portento” de que brotara una palma, lo ironizó
calculando la frecuencia en que allí se le ofrecían sacrificios, pues no sólo
pasto sino aun árboles crecían allí. Pudo Augusto también preguntarse si, después
de todo, de él emanaban poderes divinos, en lugar de sólo explicarse el
portento por la falta de culto.[20]
Estos ejemplos
muestran que distintas ideas podrían servir de interpretaciones a una serie de
hechos o de palabras. El juicio, por supuesto, pueden sopesar cada idea para
determinar cuál es la mejor y cuál la peor. Pero esta evaluación no puede darse
si las ideas no han sido primero aprehendidas y percibidas con precisión por la
mente. Por tanto la regla es que el lector busque y supla las diferentes
interpretaciones posibles al texto que tenga en sus manos si es que quiere
escoger después, de entre ellas, la más apropiada.
Con todo, el
atender a las interpretaciones alternativas obedece además a la posibilidad de
que varias de ellas coexistan en el mismo texto. Por ejemplo, Gracián escribió
esta meditación sobre san Pedro, que se desarrolla a través de una serie de contrastes
con san Juan Apóstol:
Considera que si
Juan mereció recibir tanto favores de su divino maestro por lo virgen, Pedro
los consiguió por la humilde. Juan fue el discípulo amado, Pedro el
humillado...[21]
Dicha serie de
contrastes sugieren esta otra lectura:
Considera que si
Juan mereció recibir tantos favores de su Divino maestro a pesar de no ser
humilde, Pedro los consiguió a pesar de no ser virgen. Pedro no fue el discípulo
amado, Juan no fue el humillado...[22]
No sólo el
descubrimiento de más interpretaciones posibles, si no también el repasar las
ya dadas permite a la mente allegarse ideas adicionales. Al hacerlo, cada
interpretación se enriquece al profundizar en el significado del texto. Pero
esto puede percibirse mejor con este otro ejemplo, una típica acrobacia del
ingenio de Gracián:
Alma, póstrate tú
a lo pies deste Dios Niño. Después de haber comulgado, preséntale tus tres
ponencias: el incienso en contemplaciones, el oro en afectos y la mirra en las
memorias de sus dolores; ofrécele un fe viva, una esperanza animosa y una caridad
abrazada; franquéale el incienso de la obediencia, el oro de la pobreza y la
mirra de la castidad; sírvele la oración para con Dios, la limosna para con el
prójimo y la mortificación para contigo.[23]
En una primera
lectura, la meditación parece sobrecargada por el ritmo de sus clausulas,[24] en una búsqueda lasciva de
cualquier combinación que suene a vals o a minué: los tres dones de los tres
reyes magos—oro, incienso y mirra—; las tres facultades mentales—entendimiento,
voluntad y memoria—; las tres virtudes teologales—fe, esperanza y caridad—; los
tres votos de los religiosos—obediencia, pobreza y castidad–; las tres obras de
penitencia—oración, limosna, y mortificación (ayuno)—. ¿Por qué no, entonces,
convertir esta lascivia en una orgía pitagórica, digamos las tres personas
divinas, los tres grupos de los coros angélicos,[25] las tres ramas de la Iglesia,[26] las tres edades de las
personas, los tres tentadores del hombre, [27] los tres orificios corporales...? Tal vez
Gracián notó que ya era demasiada su lascivia por arquitectura estilística. O a
lo mejor no prosiguió porque de sus palabras quería exprimir algo más que períodos
ternarios. Quiso probablemente que abstrayésemos de ellas algunas ideas en
particular.
Tradicionalmente
a los dones del incienso, el oro, y la mirra se les
considera símbolos de la esencia del Niño Dios: Dios eterno, Rey
todopoderoso y Hombre mortal. Gracián extendió sus líneas de
correspondencia a las facultades del comulgador: éste debe ofrecerlos como los
dones al Niño Dios en la Eucaristía; así, tras recibir la comunión, el
comulgador debe contemplar en el sacramento la Divinidad, rendir
su voluntad a la gracia de ese Rey , y hacer memoria de
los dolores de Cristo, que se hacen presentes de nuevo en el sacrificio
eucarístico. Gracián fue más allá. Prolongó las correlaciones a las virtudes
teologales. Después de la comunión, el comulgador goza de la fe en la Divinidad
del Niño Dios comulgado, pone su esperanza en ese Rey todopoderoso, y se
consume en un ardiente amor cuya medida es el sacrificio
entonces reactualizado. Pero Gracián no se detiene allí. Expande sus
comparaciones a los votos religiosos por medio de contrastes. El comulgador
ofrece mejor culto y adoración a Dios que el incienso: su obediencia.
El comulgador no puede ofrecerle al infinitamente rico oro, pero sí
reconocer ante Él ser nada, presentándole su pobreza. El comulgador
verdaderamente responde al Santísimo, quien es incorruptible pero aceptó la
corrupción de la muerte para la salvación de los hombres, si abandona la
corrupción del pecado y abraza la incorruptibilidad de la castidad.
Gracián coronó esta serie de “proporciones” e “improporciones” al incluir las
obras de penitencia. Las disciplinas del comulgador ante Dios han de consistir
en adorarlo con el incienso de sus oraciones. La negación de sí
mismo la cumple al comulgador deshaciéndose de su oro, aunque no sea éste
necesario para Dios, infinitamente rico; luego, debe convertirse en limosna
y amor para el prójimo. Que el comulgador sea consiente de su nada y su mortalidad
se realza con las mortificaciones,[28] como el ayuno.
Podríamos seguir
exprimiendo este concepto estableciendo relaciones cruzadas entre los distintos
puntos de la correspondencia. Pero basta. Además, al laconismo de Gracián es más
rebosante para el lector atento que cualquier explicación mía.
Sea pues esta
regla: cuando el crítico trate de entender un texto, o un evento, debe
considerar las muy diversas interpretaciones posibles para así ofrecerle al
juicio no sólo una primera idea, sino muchas otras, y muy ricas, de las que
escoja para un más amplio y sólido dictamen.[29]
No desechar
las ideas extravagantes con premura
A primera vista,
la regla habría de ser la opuesta: si los hechos o los textos desconciertan por
parecer contradictorios, o si son demasiados extravagantes o paradójicos, habríamos
de excluirlos de nuestra consideración para así permanecer en los más seguros límites
de lo claro y sensato para nosotros, [30] tal y como los rigoristas lo hacían. Como “pensadores
rigurosos” habríamos cuando mucho de tolerar estas desconcertantes ideas en la
poesía lírica [31]—sus
autores, los ilustrados nos lo hacen saber, después de todo están afectados por
alguna pasión loca y por ello sufren contradicciones como el amar y odiar a la
vez—, pero no podríamos tolerar tales “insensateces” en la academia. Considere
este soneto de Sor Juana Inés de la Cruz, el cual contempla la posibilidad de
que los amantes a la vez recuerden y olviden:
Dices que yo te
olvido, Celio, y mientes
en decir que me
acuerdo de olvidarte,
pues no hay en
mi memoria alguna parte
en que aun como
olvidado te presentes.
Mis pensamiento
son tan diferentes
y en todo ajenos
de tratarte,
que ni saben si
pueden olvidarte
ni, si te
olvidan, saben si lo sientes.
Si tú fueras
capaz de ser requerido,
fueras capaz de
olvido; y ya era gloria,
al menos, la
potencia de haber sido.
Mas tan lejos
estás de esa victoria
que aqueste no
acordarme no es olvido
sino una negación
de la memoria.
Sor Juana sabía
que Celio podría replicar así:
Dices que no te
acuerdas, Clori, y mientes
en decir que te
olvidas de olvidarte,
pues das ya en
tu memoria alguna parte
en que, por
olvidado, me presentes.
Si son tus
pensamientos diferentes
de los de
Albiro, dejarás tratarte,
pues tú misma
pretendes agraviarte
con querer
persuadir lo que no sientes.
Niégaseme ser
capaz de ser querido,
y tú misma
concedes esa gloria;
con que en tu
contra tu argumento ha sido;
pues si para
alcanzar tanta victoria
te acuerdas de
olvidarte del olvido,
ya no das negación
en tu memoria.
Contradicciones
como éstas, en poesías, revelan menos una corazón loco o juegos de palabras que
un acto del intelecto,[32]
tal como lo es una memoria herida al cobrar conciencia de sí misma en el
esfuerzo de olvidar, un efecto no poco común en nuestra vida diaria. Al
principio, las contradicciones nos parecerán necedad. Pero si continuamente
acuden a nuestra mente e incluso aseguran nuestra atención, tal vez reclamen no
el rechazo sino que se les considere de lleno. Probablemente, si al final no
les encontramos en sí ningún sentido, aun así sí echen luz sobre algo más. Las
paradojas, afirmó Gracián, son “monstruos de la verdad”. [33] Al reflexionar en la concurrencia de la
memoria y el olvido, aprendemos que al esforzarnos en suprimir nuestros
recuerdos dolorosos de hecho les solidificamos su lugar en la memoria.
Ciertamente, las
“dificultades”, [34]
si no es que las paradojas, abundan en la política. Erraríamos tremendamente si
con prisa las desecháramos. Los Estados Unidos por “sensibilidad humana”
bombardearon con las atómicas a Hiroshima y a Nagasaki, para prevenir pérdidas
mayores en vidas humanas. Los mexicanos, en muchas elecciones, hemos seguido
votando—y en serio—por el difícilmente democrático PRI. Los puertorriqueños no
aceptan ni el calor de la independencia ni el hielo de convertirse en estado
yanqui, sino prefieren permanecer en la tibieza colonial. Los argelinos votaron
democráticamente para poner fin a su democracia; paladines de la libertad, como
al ahora español Vargas Llosa, [35]
defendieron esa decisión suya de poner fin a la libertad, pues fue expresión de
una voluntad soberana; las democracias occidentales discretamente hicieron
sentir que están tranquilas pues la decisión democrática argelina de poner fin
a la democracia fue liquidada por un antidemocrático (por supuesto) golpe de
estado que restableció la democracia. No sólo las acciones humanas sino aun las
ciencias abundan en paradojas. El principio Heisenberg postula que cuanto más
certidumbre gocemos en la medida de un parámetro de mecánica cuántica, mayor
incertidumbre padeceremos en otra. Algunos científicos todavía se esfuerzan por
reconciliar la teorías corpuscular y ondulatoria de la luz, contradictorias,
pero con poder equiparable para predecirla y explicarla. No pocos biólogos
coquetean con la idea de la abiogénesis, como Aristóteles hace siglos, al
contemplar bacterias aquí y allá surgiendo de manera impredecible e
inconcebible. Papá pondera que aun los más excelsos campos lo desconciertan con
sus enigmas: en cocina, lo bueno, si de más, no es necesariamente es mejor.
Que concibamos
paradojas no es, pues, dar rienda suelta al sin sentido. Si el objeto
estudiado excede la plena comprensión y se nos presenta en forma velada y
desconcertante, darse cuenta de ello nos permite al menos reconocer los límites
de los poderes de nuestro entendimiento. Entonces los artistas incursionan en
el ámbito de lo sublime. Fray Luis de Granada nos ofrece este ejemplo:
Cuentan que un
famoso pintor, que habiendo pintado en una tabla la muerte de una doncella hija
de un rey, y debujando en torno della los deudos con rostros en gran manera
tristes, y á la madre mucho más triste, cuando vino á querer debujar el rostro
del padre, cubriólo de industria con una sombra: para dar á entender que allí
ya faltaba el arte para exprimir cosas de tan gran dolor. [36]
Forzar los
poderes del entendimiento hasta sus limites no se logra, tal vez, más
intensamente con ningún otro asunto que el religioso. Allí el entendimiento se
topa con su non plus ultra, los misterios eternos. [37] Reconocerá la evidencia tanto de un Dios
omnisciente como la del libre arbitrio humano, pero se fruncirá al percibir una
aparente contradicción en el que se den ambos. Y se agazapará al contemplar
tanto la realidad de un Dios toda bondad y poderío como la realidad del
sufrimiento y del mal. Tener la idea de Dios ya es en sí un misterio pues se
refiere a un Ser que rebasa cualquier compresión posible por el entendimiento
humano. [38]
Los cristianos
vamos más allá de estas confusiones filosóficas ante el Inefable, y nos
desconcertamos frente a la larga lista de misterios revelados: la Creación, la
Caída, el Pueblo Elegido, la Encarnación, la Redención, la Iglesia, el Juicio
Final... A estos misterios centrales de la fe pueden agregársele muchas
porciones oscuras de las Sagradas Escrituras que, por ejemplo, parecen retratar
a Jesús como un niño malo con su mamá. [39]
La oratoria
barroca consistía principalmente en predicación y la predicación de todos los
tiempos ha tenido como misión enseñar y reflexionar sobre los misterios
revelados. En vez de fracasar en su elocuencia, el predicador cumple con su
deber, y lleva su entendimiento hasta el limite, cuando pondera perplejo las
paradojas religiosas. Fray Luis de Granada exclamó:
¿Callaré, ó
hablare? Ni debo callar, ni puedo hablar. ¿Cómo callaré tan grandes
misericordias?, ¿y cómo hablaré misterios tan inefables? Callar es
desagradecimiento, y hablar parece temeridad.[40]
Contando con la
gracia y una pizca de ingenio el predicador a veces puede adentrarse en los misterios
y hasta develarlos un poquito. Fray Luis de Granada así se aproximó a la
Encarnación y a la Redención:
Hizo tan grandes
amistades entre Dios y el Hombre, que vino á acabar, no solo que Dios perdonase
al hombre, y le restituyese en su gracia, y le hiciese una cosa con él por
amor... sino también en persona... ¿quién imaginara que estas dos cosas... había
de venir á juntarse, no en una casa, ni en una mesa, ni en una gracia, sino en
una persona?... Fué tan estrecha esta junta y tan fiel, que cuando hubo que
quebrar, que fue al tiempo de la pasión... pudo la muerte apartar el ánima del
cuerpo... mas no pudo apartar á Dios, ni del ánima, ni del cuerpo, que era
junta de la persona divina; porque lo que una vez por nuestro amor tomó, nunca
más lo dejo. [41]
De hecho, Gracián
reconoció en el ingenio la función de ofrecer alguna luz que resuelva las
paradojas. [42] El
poder de la mente lo medía entonces en encarar las dificultades y resolverlas
con la mayor perspicacia. [43]
Muchos sermones del barroco se caracterizan por esta pasión, de Gracián, por
la gimnasia intelectual.
Aun así, también
sobresale el ingenio en el mero reconocer y presentar la paradoja. Por ejemplo,
el simple descubrimiento y conciencia de un problema ya es en sí un gran avance
en el conocimiento, incluso si su solución no se presentase a la mano. [44] Con un sermón paradójico,
el padre Vieira logró convencer al Rey de Portugal que le permitiese regresar y
predicar en las misiones brasileñas—retorno muy cuestionado antes—. En su Sermâo
da Sexagésima, [45]
el jesuita revisó múltiples formas en que la predicación fracasa porque los
predicadores ni son santos ni practican la sana retórica. Con todo, parece que
Vieira se contradice en todos sus puntos. Ilustra cada falta con destacados
casos exitosos de mala predicación. Si el problema reside en una
audiencia con oídos duros como piedras y mentes sólo agudas para la crítica
mordaz, aun así las piedras durísimas que vieron morir a Jesús se gajaron para
confesar que Él es el Señor, y algo tan agudo como las espinas lo coronaron
como Rey el Viernes Santo. [46]
Si la falta está en que el predicador sea un mal hombre, Jonás no obstante
convirtió a Nínive:
Jonás, fugitivo
de Dios, desobediente, contumaz, e incluso después de engullido y vomitado,
iracundo, impaciente, poco caritativo, poco misericordioso, y más celoso, y
amigo, de su propia estimación que de la honra de Dios y la salvación de las
almas, deseoso de ver subvertida a Nínive y de verla así subvertida con sus propios
ojos, habiendo en ella tantos miles de inocentes: con todo, este mismo hombre
con un sermón convirtió al mayor rey, a la mayor corte y al mayor reino del
mundo, y no de hombres fieles sino de gentes idólatras.[47]
Vieira también
notó que el abuso de ornato no desdice la elocuencia religiosa de san Ambrosio,
san León o san Clemente;[48]
que ni la falta de altos estudios ni el no personalizar lo poco aprendido no
hacen de san Juan Bautista menos convincente al repetir el mensaje profético y
de penitencia de Isaías;[49]
que aunque Moisés carezca de voz poderosa aun así guía a su pueblo...[50] Y más. Vieira no negaba
los necesarios estudios y virtudes en el predicador; ciertamente se los requería.
Pero Vieira ante todo presentaba la paradoja de que tanto buenos como malos
predicadores no son sino pobres instrumentos de Dios todopoderoso.
Reconocer las
paradojas es más que un desplante de ingenio, es practicar la humildad, una
virtud que habla mejor de la santidad del predicador que el peligroso y casi
satánico orgullo de forzar con lascivia el entendimiento para arrancarle sus
secretos al Inefable. En la Cuaresma de 1622, san Francisco de Sales reconoció
su inhabilidad para explicar el misterio de la Cruz. Y no soló eso, no tuvo
pena en exhibir esta incompetencia al recurrir a “supersticiones” para exponer
este misterio:[51]
Debo decirles lo
que me pasó una vez cuando predicaba sobre la Pasión de Jesucristo...
Necesitaba de un símbolo apropiado para describir mi tema más claramente. No
encontrando ninguno en ninguna parte, hallé un libro...
Este símbolo,
entonces, es el pájaro llamado oriol en Francia e icterus en latín. Es
un pájaro completamente amarillo, pero no por la ictericia. Tiene propiedades
especiales: desde arriba de un árbol cura a los enfermos graves de ictericia,
siempre a costa de su propia vida. Cuando el enfermo de ictericia y el pájaro
se miran, el oriol, como si en verdad así ocurriera, se compadece de tal manera
del hombre, su buen amigo, que atrae hacia sí la ictericia. Entonces todo el
cuerpo del pájaro se vuelve por completo amarillo. Sus alas, que eran ya
amarillas, se vuelven aún más; y así su estomago, sus pies, sus plumas y su
cuerpecito. Mientras el hombre, su gran amigo, queda blanco, limpio y
completamente curado. Entonces el pobre pájaro se va volando, suspirando y
cantando una canción de amor compasivo por el gozo de morir para salvar a su
amigo humano. ¡Es en verdad un fenómeno maravilloso! El pájaro nunca había
sufrido de ictericia, pero muere de ella cuando cura al hombre de ella
enfermo. De hecho, le place morir para salvarlo.
Nuestro Señor es
ciertamente esta divina Ave del Paraíso, el divino Oriol, clavado sobre el árbol
de la Cruz para salvarnos y liberarnos de la ictericia del pecado. Para
curarse, sin embargo, el hombre debe mirarlo en la Cruz...Aunque nuestro
Salvador era inocente, murió por nuestras iniquidades. De hecho, murió con
santo gozo de curarnos, aunque incluso al costo de su propia vida.[52]
La incompetencia
3[5] de predicar sobre
estos misterios es paradójicamente, en san Francisco, su mejor instrucción
acerca de los misterios. Confiesa y manifiesta su incompetencia para mostrarnos
la actitud correcta ante el Inefable, y pienso yo que, por extensión, ante
cualquier objeto del entendimiento. [54]
Considérese
si el contexto enriquece el concepto
Todas la
agudezas requieren del crítico un esfuerzo de descubrimiento. Su significado no
se declara palabra por palabra, sino se extrae de las diferentes relaciones que
se perciben entre los “extremos” del discurso, según los llamó Gracián, ya
expresados en el texto o implícitos simplemente en el contexto.
En ocasiones,
todos los elementos que permiten interpretar la agudeza se encuentran en el
texto. Entonces, para exprimir el concepto, sólo se necesita establecer la líneas
de correspondencia entre los distintos elementos. Considere usted esta
descripción de Teresita—esa gran santa de fines del siglo XIX[55]—de su “caminito”:
¡Ay!, al
compararme con los grandes santos, siempre he notado la misma diferencia que se
da, en la naturaleza, entre una montaña cuya cima se pierde entre las nubes y
un granito oscuro de arena que pisan los paseantes... es imposible para mí
crecer grandiosa... pero vivimos en una época de inventos: ahora no hay
necesidad de trepar la escalera peldaño por peldaño; ahora los ricos lo logran
con un elevador. Deseo también descubrir ese elevador que me lleve a Jesús
porque soy muy pequeñita como para escalar peldaño por peldaño la escalera de
la perfección.[56]
Aunque
suficiente por sí mismo este texto para ser interpretado, aún puede
enriquecerse y ser especificado más si se le confronta con otros similares.
Entonces la búsqueda de puntos de correspondencia trasciende el texto original
y empieza a considerar factores explicativos contextuales. Por ejemplo, esta
carta de Teresita al abad Belliére contribuye mucho a un mejor entendimiento de
la cita anterior:
Nunca más que
ahora me ha dado cuenta del grado en que tu amor es hermano del mío, pues es
llamado a elevarse a Dios por el camino del amor, no a escalar los ásperos
peldaños del miedo.[57]
Algunas
ocasiones, la búsqueda de elementos fuera del texto original responde menos a
la posibilidad de enriquecer su entendimiento que a la necesidad de evitar
interpretaciones equivocadas. Aquí, Teresita profesa aparentemente el
quietismo, no reconoce aparentemente en su propia voluntad la responsabilidad
de al menos dar un “sí” muy personal a Dios:
¡Oh, cómo me
gustaría que Dios me hipnotizara!... ¡Sí, quiero que Él tome el control de mis
facultades para no ejecutar ya acciones humanas y personales, sólo las
extremadamente divinas, inspiradas para el espíritu del amor![58]
Al parecer,
Teresita no busca que Dios la ame, si no que la ultraje. No busca de Él ser
conquistada sino poseída, ¡sin haberle Él siquiera pedido permiso, sino
simplemente hipnotizado! Por esto, el teólogo Hans Urs Balthasar percibe en
dicho pasaje el tufo de la herejía:
...la imagen es
una obviamente incompleta pues el hipnotismo elimina la libertad del sujeto
mientras que la gracia la preserva e intensifica.[59]
Von Balthasar
confronta entonces esta imagen con otros textos teresianos y encuentra
finalmente un nuevo entendimiento del pasaje citado:
El punto es que
el hombre no puede sin su consentimiento y sumisión, ser hipnotizado por la
gracia, pero una vez entregándose a la más alta voluntad la sigue sin saber sus
leyes y propósitos... La apuesta del amante en el juego divino es él mismo;
se lanza a éste por amor de Dios. No le importa si al final produce un
ciento, sesenta o treinta, porque la suma de las ganancias no le pertenece ya más
a él que el grano de trigo a la semilla que murió... el amor, en este sentido,
es magia: produce lo que no estaba allí y borra lo que allí estaba. “La
principal indulgencia plenaria, y la cual todos podrían obtenerse sin las
condiciones de costumbre, es la indulgencia de la caridad que cubre una
multitud de pecados.”[60]
Si los escritos
teresianos se leen sueltos, parecen hallarse entre los textos católicos más
sentimentaloides y aniñados del siglo romántico—por poner el más simple
ejemplo, su sobrenombre de “Florecita del Niño Jesús”—.[61] Pero buscando y juntando sus textos
dispersos, su vida y sus misión, surge ella como una de las grandes
reformadoras e intelectuales del catolicismo.[62] Luego, entresacar líneas de
correspondencia entre los textos y los contextos puede enriquecer las
interpretaciones de un discurso y prevenir errores.
Pero hay más,
los textos fuera de su contexto pueden, después de todo, carecer de cualquier
sentido. “Muero porque no muero” suena a balbuceo si el crítico ignora quién lo
pronuncia. Si la Teresona, sus palabras indican la muerte espiritual que ella
sufriría de no rendirse, sin cortapisas, al amor de Dios; si un caballero
enamorado de la corte del siglo XVI, entonces hablan de una muerte y pasión que
no exceden a sus devaneos más profanos.
Las alusiones en
particular sólo se interpretan en su contexto. No especifican jamás los términos
a correlacionar y exprimir, sólo los surgieren a través de la situación.[63] Nerón, saboreando un
hongos, los elogió diciendo “manjar de dioses”. Sus compañeros bien entendieron
que el cínico emperador confesaba haber matado a Claudio, anterior emperador,
con similar pero venenoso platillo, pues aludía y se burlaba de que era ya “divino”:
lo acaba de consagrar en el panteón romano.[64]
Que el crítico
deba establecer correspondencias con el contexto quizá no parezca una
responsabilidad obvia si en el texto estudiado se ha omitido, con intención y éxito,
información relevante sobre las circunstancias particulares del discurso. Esta
responsabilidad, con todo debe cumplirse. Considerése el Sermón de los Escándalos
de fray Luis de Granada.[65]
Al principio no parece más que una exposición doctrinal llana sobre la
naturaleza, las causas y los remedios de este pecado. En especial, Granada se
refiere a la gravedad de los escándalos religiosos pues confunden al pueblo
sobre la veracidad de la fe y de la Iglesia. Granada, gran entusiasta de la
Buena Nueva, se propone a fortalecer en su audiencia una fe, esperanza y
caridad más sólidas que cualquier escándalo o pecado. El texto aunque no específico
en referir sus circunstancias particulares, es bastante rico y extenso. De
hecho, un lector atento puede entrever en él no pocos factores situacionales,
por ejemplo, a quienes les hablaba Granada, en quiénes quería convertir, qué “imagen”
presenta de sí mismo fray Luis, qué asuntos le urgía deslindar con su grey,
etc. Y si el texto no detalla aun más sus circunstancias, el crítico vería en
ellos lo conveniente: un sermón no limitado a una ocasión específica sino
abierto elocuentemente a todos los pueblos y a todas las épocas.[66] Aun así, el texto, por sí
mismo, calla ciertos hechos muy conocidos en su momento y muy publicados por
cualquier biografía estándar sobre Granada: ese sermón es la respuesta de Fray
Luis a un escándalo infame cometido por varios religiosos importantes y en el
cual él mismo se vio envuelto a los 84 años.[67] Esos hechos quizá no cambien en nada lo
esencial del discurso. Aun así, saber simplemente que hubo tal escándalo
enriquece la comprensión del texto. Sucede que Granada calló: no mencionó para
nada el escándalo en que se vio involucrado. Pero no lo hizo por cobarde, o por
encubrir información comprometedora, o por evitar irresponsablemente el encarar
el asunto. Después de todo, habló sobre los escándalos en el mismo momento en
que él lo era. Por lo tanto, el silencio de Granada obedece a otras razones.
Primero, fray Luis les debía amor a los escandalizadores, o al menos fineza,
pues la caridad exige corregir a los pecadores concretos en la privacidad del
confesionario y no con la publicidad del púlpito. Segundo, le debía humildad a
Dios, por lo tanto, las penitencias, por su pecado, habría de cumplirlas en
privado, y no vanidosamente en público, dándose aires de santidad. Tercero, le
debía coherencia a sus palabras, por lo que le correspondía ser reservado y no
ruidoso al hablar del alboroto de por sí ya estridente. Finalmente, la debía a
su grey no la basura de los tabloides sensacionalistas, sino un buen sermón: la
doctrina esperanzadora de que Iglesia es santa, sin que le hagan mella los escándalos
del pasado, del presente y de los tiempos por venir. Resulta, pues, que el
silencio de Granada es muy significativo y elocuente. Pero, para “oírlo” el crítico
ha de tener al menos alguna referencia de los hechos que Granada calló—hechos sólo
asequibles fuera del texto silencioso analizado—.
En fin, algunas
veces el acudir a información adicional a aquella que aparece en el texto
estudiado responde a la necesidad elemental de estudiar primero materiales
facilitos para entender luego los complicados. Baltasar Gracián suele ser
tachado de obscuro, cuando simplemente es difícil. De hecho, para digerir sus
teorías sobre la agudeza hube antes de revisar a sus comentaristas, estudiar
la vida de Gracián, leer sus otras obras, y familiarizarme con teorías de la
agudeza más sencillas, pero no tan ricas, como las de Metteo Pellegrini, el
cardenal Pallavicino, y Emmanuel Tesauro.
Considérese
el proceso de comunicación de las agudezas
Por la
dificultad de entenderlos, seguido se tilda a los textos agudos—por ejemplo los
de Gracián—de jactanciosos. Sin embargo esta dificultad es legítima: toda
agudeza va más allá de transmitir ideas ya entendidas a una audiencia pasiva;
les exige además a sus oyentes el aprehender por sí mismos las ideas. No es
sino hasta que la audiencia entiende claramente las ideas que el orador puede
aspirar a discutirlas con ella.
A pesar de su aparente
jactancia, muchos textos barrocos son también tachados de vulgares por
adaptarse a las maneras ordinarias de hablar de la gente y así hacerles más fácil
la ya difícil tarea de descifrar agudezas. De hecho, esta condena sumaria
contra el acercarse a las masas es lo que habría de ser tachado de jactancioso.
El padre Isla se dirigió así al público “ilustrado” de su tiempo:
Parecióle a
usted ser conveniente que se llamasen sabios los que sabían ciertas materias,
que fuesen tenidos por ignorantes los que las ignoraban, aunque supiesen otras
artes quizá más útiles, o a lo menos tanto, para la vida humana. Pues salióse
usted con ello. En todo el mundo el teólogo, el canonista, el legista, el filósofo,
el médico, el matemático, el crítico, en una palabra, el hombre de letras, es
tenido por sabio; y el labrador, el carpintero, el albañil y el herrero son
reputados por ignorantes.[68]
La novela Fray
Gerundio de Campazas del padre Isla es una sátira con la cual este jesuita
ataca a los predicadores jactanciosos quienes con sermones pseudoeruditos
pretenden impresionar a las masas. Aun así, el padre Isla no se salva él mismo
de la jactancia cuando retrata al pueblo ordinario como vulgar. Ciertamente
Isla ridiculiza muchas de sus prácticas religiosas, por ejemplo, las
procesiones alegóricas y las representaciones dramáticas en las cuales toda una
comunidad participa. En la novela, a fray Gerundio lo censuran finalmente, no
cuando habla afectado, sino cuando adapta su predicación a su audiencia y
vincula sus sermones de Semana Santa a las tradicionales representaciones
populares de la Pasión, y practicadas por la gente sencilla.[69]
Pero Isla no
revela aquí sólo soberbia, sino también ignorancia acerca del proceso de
comunicación de las agudezas. Como ya he dicho, las agudezas no declaran o
transmiten información, sino que sólo la sugieren o indican. Una agudeza no
simplemente suple experiencias a una audiencia pasiva, sino que se apoya en la
experiencia común del orador y de la audiencia para que, trabajando juntos, la
analicen y le encuentren sentido, según las lineas correlación que cada quien
propone. La comunicación efectiva entonces se da cuando el uno y los otros
llegan juntos a la misma idea.[70]
Esto no ocurre explicando el orador hasta decir “ya no” la idea, sino mirándola
él y su audiencia juntos, en silencio, con una íntima, no pocas veces
divertida, complicidad,[71]
como ordinario sucede al contarse chistes, conversar con los amigos y, sí, al
practicar la política. George Bush, cuando competía para presidente, conquistó
a su electorado con la frase “¡Lean mis labios!”. Ésta no servía simplemente de
tropo para repetir, sin decirlo, su “no” a más impuestos. Más allá de que su
idea fuese o no atinada, su expresión, unida al gesto, sirvió de marco
conceptual para que el público recordase la experiencia común de responder con
una mirada silenciosa y grave a la insistencia impertinente de quienes ya
conocen nuestras respuestas. La expresión también nos presentó a un Bush de carácter
firme y severo contra las impertinencias. Así, para lograr la comunicación, las
agudezas no sólo requieren de un mismo marco analítico—la sutileza—sino también
una misma serie de datos que analizar—por lo regular, la experiencia común e
interna que archivamos en nuestra memoria—.
Los sentidos
implícitos que descubrimos juntos con la agudeza nos develan nuestra común
naturaleza, nos permiten caer de lleno en cuenta de nuestra común humanidad.
Gracián describe así el primer encuentro de Andrenio con otro hombre:
Tú, Critilo, me
preguntas quién soy yo y yo deseo saberlo de ti. Tú eres el primer hombre que
hasta hoy he visto y en ti me hallo retratado más al vivo que en los mundos
cristales de una fuente...[72]
Las comunidades
atizan pues el conocimiento de sí mismas, y se hermanan, a través de la
intimidad de las agudezas. Con ellas, le decimos al interlocutor: “puedes
decifrarlas porque eres de los míos”. Con planteamientos explícitos,
declarativos, las comunidades más bien les marcan su distancia a los extraños.
Con ellos, le decimos al interlocutor: “como no eres de los míos, te hablo así
de claro con remota esperanza de que me entenderás”.
Pero en cuanto
que con las agudezas no sólo se comparten los marcos conceptuales sino también
la experiencia, las comunidades buscan esta experiencia común organizando
actividades apropiadas. Con estás establecen los vínculos iniciales para
explorar, recibir y reafirmar su comunión interna. Las danzas, los cantos, las
fiestas, las desfiles, las mascaradas, las representaciones populares, las
procesiones alegóricas, las exquisitas cenas no sirven sólo de oportunidades
para socializar, también de oportunidades para darse cuenta de la comunión de
espíritu. Entonces el más grande festín lo sirve el ingenio.[73]
En ocasiones las
predicación barroca no se reducía al sermón, incluía además un espectáculo
complejo en el cual se involucraba la audiencia. Gracián, sin siquiera
sonrojarse, llegó a llamar “palenque de los mayores talentos”[74] al Hospital Real de
Zaragoza, en el cual los mejores predicadores de su tiempo encontraron un púlpito.
Hilary Dansey Smith reporta sermones como el siguiente, de Valderrama:
Fray Pedro de
Valderrama... elogiadísimo por sus biógrafos, se responsabilizó de un espectáculo
muy elaborado en Zaragoza, a principios de la década de 1600. Oscureció la
iglesia y escondió dos antorchas bajo el púlpito. Entonces colocó “cantores y músicos
de Cornetas...a cuatro coros en los ángulos de la Iglesia”, para que entrasen
en acción cuando se los señalase. Una vez hechos “con todo secreto” estos
preparativos, se consideró listo para predicar su sermón sobre la conversión de
María Magdalena. A la mitad de él, se detuvo de repente y “dando una voz con
fuerza extraordinaria” dijo: “ Señor mío, Jesu Christo, parezca aquí vuestra
divina Magestad y vea este pueblo el estrago que con sus pecados han hecho en
su Santa persona, tan digna de respeto y veneración”. No acabada de hablar
cuando de repente apareció “la Santa imagen de Christo, puesto en Cruz y a los
lados las antorchas”. Desafortunadamente no tenemos registro sobre si los coros
“celestiales” y los trompeteros irrumpieron en este punto, o sobre que música
tocaron, pero el efecto en la congregación, tomada por sorpresa, fue de veras
dramático. Alaridos, berridos y lamentaciones gajaron el aire. Las “mujeres
perdidas” se agitaban por la agonía del remordimiento, arrancándose los
cabellos y golpéandose los pechos “como gente de veras convertida”. El biógrafo,
lleno de admiración, comenta que la confusión dentro de la iglesia “parecía una
pintura o representación del juicio final”[75]
Esta narrativa
nos sugiere con pinceladas recias el carácter espectacular de alguna predicación
en España durante el barroco. Con todo, el cuadro adolece de distorsiones. Se
apoya en un relato hagiográfico sentimentaloide, relato que da por sentado el
secreto de los efectos especiales—como si las iglesias no hubieran exhibido
esas imágenes y estatuas antes y por siglos, ni los parroquianos su hubiesen
acostumbrado a mirarlas cuando las manufacturaron con sus propias manos—[76], relato que da además por
sentada que la respuesta emocional de la audiencia consistió en perder la
cabeza—sorprendentemente, a su autor parece alegrarle esa respuesta irracional—.
Lo que Smith y el hagiógrafo parecen no notar en el “espectáculo” de Valderrama
es el sencillo y admirable decoro guardado por la feligresía. Cuando Valderrama
hablaba, lo oyeron con atención y guardaron el correspondiente silencio. No fue
sino hasta que Valderrama les mostró el crucifijo, y reconocieron en ello una
señal, que externaron sus sentimientos con los alaridos, los berridos y los
golpes de pecho. La agudeza de esta audiencia quedó manifiesta al distinguir
ellos el tiempo para contenerse y el tiempo para desatarse.[77]
Como Smith también
lo hace notar, Antonio Vieira nos refiere un caso similar en que el predicador “fallaba”
en persuadir a su audiencia con las puras palabras sobre el enjuiciamiento de
Jesús, pero después:
En esto, se
corrió una cortina y aparece la imagen del Ecce Homo:[78] he ahí todos
postrados por tierra, he ahí todos batiéndose los pechos, he ahí las lágrimas,
he ahí los alaridos, ha ahí las bofetadas: ¿Qué es esto? ¿Se nos apareció acaso
de nuevo en la iglesia? Todo lo que descubrió aquella cortina ya lo había dicho
el predicador... Pues si todo esto no movió entonces a ninguno, ¿cómo fue que sí
ahora? Porque entonces era un Ecce Homo de oídas, y ahora un Ecce
Homo a los ojos.[79]
Sin embargo,
Smith pasa por alto que Vieira no argüía particularmente entonces nada de la
efectividad o la propiedad de los efectos especiales en la plataforma sagrada.
Su punto era remarcar que el predicador, en lugar de confinar su predicación a
una exposición doctrinal hueca, debía hacerles ver a sus fieles la realidad de
esas doctrinas con ejemplos: la imagen de madera de Cristo en el Víacrucis, o,
más importante, la imagen viva de Cristo encarnada en el predicador por vivir éste
santamente.
Un paso más para
hacerles ver a estos fieles la realidad de dichas doctrinas consiste en que las
hallen encarnadas en sí mismos al dramatizarlas, imitarlas o vivirlas. En
muchas iglesias católicas, durante la lectura del evangelio del Viernes Santo,
a los feligreses nos toca gritar, como los judíos “¡Crucifíquenlo, crucifíquenlo!”
Tan simplista como parezca, esta dramatización nos ayuda a entender mejor la
gravísima confesión nicena—“por nuestra causa fue crucificado”—y trascender la
interpretación meramente literal del evangelio que dice que Jesús fue entregado
por los judíos para que lo crucificaran—interpretación que no pocas veces ha
servido de pretexto para distorsionar la doctrina cristiana y para armar las más
aberrantes persecuciones vindicativas contra los judíos—.
El padre Isla
desdeñó y ridiculizo las adaptaciones que fray Gerundio hizo de sus sermones
para acoplarlos a los dramas y las representaciones alegóricas de Semana Santa
de su humilde grey. Isla, al parecer, sintió que el adaptarse al gusto popular
era vulgar.[80] He allí
que manifestó, en otro lugar, un desprecio similar al burlarse de los diputados
provinciales de Navarra.[81]
No en una novela, sino en la vida real, al padre Baltasar Gracián le censuraron
uno de sus sermones porque, recurriendo a la dramatización, dijo haber recibido
una carta del Infierno.[82]
Quizás cometió, entonces, la niñería de querer asustar a los feligreses
impresionables y despabilar a los distraídos. ¡Quién sabe si, después de todo,
ese sermón era tan agudo, tan lúcido y tan profundo como sus demás escritos!
Sí sé, con todo
que muchas tradiciones religiosas populares perviven desde siglos, y han sido
por lo regular realzadas con sermones propios para la ocasión,[83] todos ellos muy agudos,
muy divertidos, con mucha luz acerca de la fe—raras veces vulgares y muy lejos
de lo burdamente emocional y manipulativo—. Por ejemplo, las posadas , antes de
Navidad, recrean la búsqueda de un albergue por José y María; entonces, la
predicación, la oración y la meditación se combinan entonces con las canciones
juguetonas, la versificación ágil y con el romper las piñatas. Otro ejemplo son
las pastorelas, donde familias y vecinos se unen para representar la prisa—o más
bien tardanza—de los pastores en ir adorar al Niño Dios; es tiempo para la
comedia, el albur, los juegos florales, pero también para la poesía más límpida:
¡Pero mira cómo
beben los peces en el río,
pero mira como
beben por ver a Dios nacido!
La expresión más
compleja de estas tradiciones nos llega a través de los autos sacramentales,
dramas alegóricos que exponen los misterios cristianos. No obstante la
dificultad intelectual de los asuntos y sus refinamientos del lenguaje, estos
dramas religiosos siguen atrayendo a grandes públicos. Pero más importante aun,
siguen sirviendo de instrumentos ingeniosos para avanzar en el entendimiento y
la comunicación de la fe.[84]
Identifíquense,
con la agudeza, los criterios apropiados para el juicio
Gracián, de
acuerdo con la lógica clásica, veía que el juicio debía seguir al
entendimiento, y no al revés;[85]
es más, veía no sólo que el juicio no debía darse antes que la idea estuviese
bien definida, sino tampoco antes que la agudeza identificase los criterios de
prueba para la idea en cuestión. Sin un entendimiento claro obtenido por la
agudeza, el juicio no puede sino encarar lo carente aun de significado, y
entonces el juicio es imposible. Con todo, hay críticos quienes, ignorando el
carácter racional de la agudeza, y por tanto errando en su entendimiento de los
textos agudos, se atreven a juzgarlos, como si se pudiera juzgar algo que ante
sus mentes aparece todavía sin ningún sentido. Cometen un sin sentido.
Considérese, por
ejemplo, a un Adolphe Coster. Expresa su más extrema repulsión ante lo que él
definió como “mal gusto” propio de la época de Gracián; ostentoso, según
Coster, en las obras del jesuita. Refiriendose al estilo de El Comulgatorio,[86] Coster afirma:
Aunque menos
deformado que el de sus restantes tratados, encontramos en él las huellas de
mal gusto que recuerdan al destinatario de la carta «infernal»... La meditación
XVI es un modelo perfecto de falta de gusto. El autor compara el banquete eucarístico
a un festín en el que se da a los convidados la lista para eligir manjares...
por un procedimiento que no hubiera desdeñado Fray Gerundio..[87]
Coster entonces
ilustra su sentir con este pasaje de dicha meditación:
Aquí se sirve un
cordero de leche virginal,[88]
sazonado[89] al fuego
de su[90] amor: ¡Oh qué
regalado [91] plato!
Aquí un corazón enamorado de las almas: ¡Oh qué comida tan gustosa! Una lengua,
que aunque de sí mana leche y miel, pero fué aheleada con hiel y con vinagre: [92] mira que la comas de buen
gusto, [93] pues unas
manos y unos pies traspasados con los clavos [94], no son de dejar: ve de esta suerte
ponderando lo que comes, y repartiendo [95] la devoción. [96]
Coster se asquea
y dice: “Esta piedad «gastronómica» repele”. Si así ocurriese, entonces este
otro pasaje debería ser aun más repugnante para él:
...los que
comen... se van deteniendo en aquello que van gustando, “no vamos con prisa”,
dicen; “rumiemos a espacio, masquemos bien y nos estará en provecho”.. [97]
Un tolerantísimo
Coster llega a disculpar a Gracián, pues su raza es española, irracional:
...no hay que
olvidar que lo que nos parece enojoso en estas imágenes excesivamente
materiales no llamaría la atención en modo alguno a los compatriotas del autor,
cuyo temperamento apenas se acomodaba a las puras abstracciones. [98]
En fin, Coster
no sólo yerra en su juicio crítico por su estúpido racismo, sino sobre todo por
fundar sus análisis de la meditación en las meras imágenes expresadas. Para
cualquier español “temperamental” y para cualquier otra persona, el más grande
poder de abstracción—de agudeza—es necesario para entender que Gracián, en su
meditación, no busca excitar ninguna cabecita primitiva con imágenes
digestivas, ni tampoco expresar simplemente, con esas imágenes, alguna idea
abstracta, algún pensamiento puro, como si tal idea o tal pensamiento no
tuviesen un referente muy real; el más grande ingenio se requiere para reconocer
que Gracián habla, en su meditación, de una concretísima y misteriosísima
realidad: la Presencia Real. Es más, según muchos exégetas católicos como Gracián,
esa Realidad, si se le entiende bien, pudiera parecerle repugnante al hombre
ordinario. Jesús, al anunciar el misterio eucarístico, dijo:
Porque mi carne
verdaderamente es comida y mi sangre es verdaderamente bebida. [99]
Muchos de sus
seguidores [100]
rechazaron sus palabras acerca de este misterio:
Y muchos de sus
discípulos habiéndolas oído, dijeron: Dura es esta doctrina: ¿y quién es el que
puede escucharla?.[101]
Sólo doce discípulos
no abandonaron a Jesús:
Por lo que dijo
Jesús a los doce apóstoles: “¿Y vosotros queréis también retiraros?”
Repondióle Simón Pedro: “Señor, ¿a quién
iremos?” [102]
En su Meditación
16, Gracián quiso capturar la tensión entre este aspecto “repugnante” de la
Eucaristía y el recibir el santísimo sacramento con fe. Esta meditación invita
al comulgador a que le pida muchos dones a Dios mientras lo recibe en el
banquete eucarístico, pero le recuerda también lo “horroroso” y desafiante para
la fe que el comer la Verdadera Carne y beber la Verdadera Sangre pudiera
parecerle. Gracián consigue este efecto saboreando goloso la comunión y asociándola [103] con los más reales
platillos. [104]
El disgusto de
Coster contra Gracián ilustra cómo el juicio se descarrila cuando el crítico,
sin apoyarse en la agudeza, no identifica antes los criterios para analizar un
texto. Coster no debió esperar de Gracián una exposición escolástica
higienizada sobre la Eucaristía, pues el jesuita pretendía algo distinto:
meditar uno de los aspectos más oscuros de esa noche que es la fe. Del mismo
modo, muchos otros escritos que se tachan como paradigmas del “mal gusto” español,
quizás, después de todo no son malos. Las narraciones grotescas que surgen de
los lazarillos, los guzmanes y los quevedos no pretenden regodearse en la caca; [105] pretenden desengañar a
aquellos que no quieren reconocer la inmoralidad en la que se encuentran
inmersos. [106]
Una de las más
viejas y sólidas doctrinas escolásticas afirma que una bien regulada voluntad
responde a un bien informado entendimiento. [107] En la tradición de la oratoria española,
al informar al entendimiento se consigue ya con la agudeza que exprime los
conceptos, [108] o
con la amplificación que solidifica nuestra percepción de los objetos. [109] Presentarle aguda y
detalladamente lo malo al entendimiento y, por tanto, a la voluntad—según lo
hacían algunos predicadores españoles—, no es necesariamente un caso de “mal
gusto” si, por ejemplo, se le informa apropiadamente a ese entendimiento y se
le previene a la voluntad de un mal. Presentarle lo bueno y lo agradable a la
mente—los oradores españoles lo hicieron con frecuencia, y también con gran
detalle y agudeza—no tiene por qué ser tampoco un caso de “buen gusto” si la
tarea y los fines del discurso son otros. Es más, el criterio para juzgar un
texto no tiene necesariamente que ser el buen o el mal gusto. Algunas veces lo
es la fidelidad bíblica; otras veces, la veracidad histórica; seguido, la
fuerza y la adecuación moral; en mucha
ocasiones, la sensatez teológica; no raramente, la perspicacia mística y
espiritual; no pocas veces, la corrección lógica; frecuentemente, la elocuencia
y el decoro retóricos; y se dan situaciones en que incluso la precisión y la
coherencia geométrica se convierte en lo criterios relevantes para el juicio.[110]
Debo insistir en
que la agudeza precede al juicio, al menos en dos modos. Primero, la agudeza
deslinda el concepto para que luego pueda probarlo el juicio con precisión.
Segundo, la agudeza descubre los criterios de prueba para dicho concepto. Si
bien, es raro que un texto prescriba explícitamente los criterios para juzgar
sus conceptos, una vez exprimido suficientemente este texto suele soltar la
información necesaria, por ejemplo, los referentes del concepto y sus
circunstancias. Entonces el juicio puede probar la idea revisando precisamente
si concuerda con esos referentes y esas circunstancias (cualesquiera que sean:
verdades factuales, acciones prácticas, valores morales, formas artísticas
bellas, etc.) No a la agudeza sino al juicio le repugna lo traído de los
cabellos.[111] Si la
idea se prueba con casos de la misma especie, entonces tenemos los ejemplos. Si
la idea se prueba con casos semejantes, entonces la prueba es por analogía. Si
la idea se prueba con casos remotamente semejantes, entonces la prudencia dicta
que se deseche este procedimiento de prueba.
Exprimiendo la
meditación eucarística de Gracián en torno a la humildad de San Pedro, podemos
identificar allí muchos pasajes de la Sagrada Escritura (y de otros textos de
la Tradición):
Considera que si
Juan mereció recibir tantos favores de su Divino Maestro por ser virgen,[112] Pedro los consiguió por
lo humilde. Juan fué el discípulo amado,[113] Pedro el humillado:[114] había que ser cabeza de
la iglesia[115] y
superior a todos por su dignidad,[116] pero él se hacía pies de todos por su humildad.[117] Lo que le arrebata el
fervor en las ocasiones,[118]
le detenía su encogimiento;[119]
no osaba preguntar al Señor,[120]
y así el Señor le preguntaba a él,[121] cuando los otros pretendían las primeras sillas,[122] él no se tenía por digno
de estar delante de su Maestro.[123] Agradado el Señor deste encogimiento,[124] dejando las otras
barcas,[125] entra
en la suya,[126]
desde ella predica[127]
y en ella descansa;[128]
llevaba Pedro a las reprehensiones,[129] pero gozaba [130] de los especiales favores. [131]
Este análisis
revela el conocimiento exhaustivo que Gracián tenía de las Escrituras, y su
gran capacidad para condensar estos textos en su meditación—con un estilo que
nos recuerda a san Bernardo—. [132] El análisis también nutre nuestro entendimiento sobre los
distintos eventos condensados en la meditación. Pero ni el estudio más
detallado y completo de las Escrituras puede ofrecer los criterios aptos para
juzgarla. El crítico no debe olvidar que la meditación no es tanto sobre la
humildad de San Pedro según la reportan los Evangelios, sino sobre el
encogimiento con que los comulgadores debemos acercarnos a la Eucaristía. Es más,
la meditación busca avivar este encogimiento en el comulgador, de allí que el
criterio para juzgar esta meditación resida no tanto en su fundamentación bíblica
sino en su poder para encender una bien informada humildad y devoción en el
comulgador. [133] Según
este criterio, Arturo del Hoyo resume así su opinión acerca de El
Comulgatorio:
Partidario, como
el que más, de una literatura devota fructuosa, no por ello [Gracián] deja de
ser conceptista en El Comulgatorio, sino que lo es allí de la manera
adecuada. En este sentido, sigue una antigua tradición, la de algunos padres de
la Iglesia, cuyo conceptismo demostró y ejemplificó abundantemente en la Agudeza
y Arte de Ingenio.
El resultado de
tal posición de Gracián es un libro casi único en la literatura devota española.
Sus bellos y acertados paralelismos y sus enérgicos contrastes, le
prestan rápidas, deslumbradas irisaciones y, al mismo tiempo, una fructuosa
persuasividad. [134]
De este modo, la
regla para el crítico es que se apoye en la agudeza para identificar el
criterio apropiado de juicio. De otra manera, arriesga que su dictamen
desbarre. Por ejemplo, podrías ser lo bastante bárbaro como para condenar las
novelas de caballería al fuego—tal como lo hizo el canónigo de Don Quijote[135]—en tanto que no reportan
verdades factuales, o considerar la conquista del imperio azteca por Hernán
Cortés como imposible, en tanto que sus eventos son más extraordinarios que los
leídos en obras de ficción—tal como Diego Ortuñez sugirió [136]—.
No se olvide:
la agudeza es importante pero no lo es todo
Como dije
arriba, el juicio a veces se acelera y omite el entender el texto por las
prisas de dictaminarlo. Recientemente, por ejemplo, un amigo me confesó su
indignación por un estudiante latinoamericano quien, según el criterio de la
conveniencia, expresaba su decidido apoyo a un dictador de su país. Sin darle a
la opinión del latinoamericano más espacio de reflexión, mi amigo rápidamente
concluyó que este estudiante era , por tanto,“necesariamente un idiota”. Lo que
mi amigo no esperaba eran peores motivos de indignación: le dije que yo no lo
creía un idiota, y le pedí que pensase con más cuidado en la posición del
latinoamericano para poderlo entender a él mejor.
Y yo hablaba en
serio. Con todo, entender algo no requiere decir que se le apruebe, sino que
uno esté bien informado y con un concepto preciso del objeto bajo consideración.
Poseer dicho entendimiento, de hecho, permite un juicio más rico y profundo.
Hannah Arendt no se apresuró en pronunciar su juicio acerca de la Alemania nazi
y sus horrores. Al contrario, con mucho cuidado contempló todas sus desgracias,[137] tratando de identificar
con detalle las complejidades de las sociedades totalitarias y los modos
intrincados del pensar de sus mentes.[138] Arendt pudo así apreciar que, en vez de simples idiotas,
los nazis poseían los más poderosos pero monstruosos cerebros. Lo uno, en
lugar de negar, confirmaba lo otro. Es más, Arendt pudo ir más allá del juicio
moral sobre los perversos nazis. Cayó además en cuenta, e informó a sus
lectores, acerca de tomar las cautelas adecuadas para prevenir el regreso del
nazismo o de cualquier otra forma totalitaria de pensar y regir una sociedad.[139]
Esta ilustración
podría ayudarnos a explicar lo importante de la agudeza como prerrequisito del
juicio. Sólo con ideas ricas y claras es que la mente puede alcanzar juicios
ricos y claros. Por tanto, la mente debe ejercer su facultad de la agudeza
antes de juzgar las ideas.
Aun así, que las
ideas sean ricas y claras no basta para garantizar el asentimiento del juicio,
aun menos que sirvan para inferir razonamientos válidos. Llegado el momento, el
ingenio debe replegarse y permitir a las otras operaciones del entendimiento el
darse—el juicio y el raciocinio—, y razonar apropiadamente sobre la realidad, a
menos que quisiésemos actuar como don Quijote, a quien no le preocupó
cerciorarse de si los molinos eran después de todo malditos gigantes o no.
Gracián aborrecía a las personas que se casaban con cualquier idea que en el
momento surgiese en su mente:
Tienen el sentir
y el querer de cera; el último sella y borra los demás. Estos nunca están
ganados porque con la misma facilidad se pierden; cada uno los tiñe de su
color. Son malos para confidentes, niños de toda la vida; y así, con variedad
en los juicios y afectos, andan fluctuando siempre, cojos de voluntad y de
juicio, inclínandose a una y otra parte.[140]
Lo que quiero señalar
con claridad es que las reglas del juicio y las reglas de la inferencia no son
unas para encontrarse en teorías sobre la agudeza, como las de Gracián. Es más,
ideas distintas requerirán de distintos métodos especializados de juicio y de
inferencia. Así lo creía Aristóteles, quien advirtió contra usar
indiscriminadamente las líneas de argumentación universales de la retórica y de
la dialéctica, como si no existiesen ya líneas especiales de las ciencias
particulares.[141]
Asimismo las teorías sobre la agudeza de Gracián podrían ser tan generales que
no sirviesen a los requerimientos del conceptuar en los campos especializados
del conocimiento.[142]
Por ejemplo, la construcción de teorías en las diversas ciencias requiere de un
entrenamiento muy especializado, y seguido usan de lenguajes artificiales y de
las matemáticas.[143]
Incluso las áreas más tradicionales de la agudeza, el humor, podrían desempeñarse
mejor con métodos especializados de sutilezas.[144]
Resumiendo las
siete reglas que propongo para aplicar la agudeza al entendimiento de textos
sutiles, debo repetir que la agudeza es importante para el entendimiento y la
crítica de los textos. Permite al entendimiento el aproximarse a sus objetos
con precisión y riqueza. Pero la agudeza no basta. Entonces la crítica debe
llevarse a término con esfuerzos especializados de conceptuar, si es necesario,
y con las apropiadas operaciones del juicio y de la inferencia, si el caso lo
exige.·- ·-· -······-·
Arturo Zárate Ruiz
1.
Venga al caso la definición que hace Baltasar Gracián de la agudeza, la cual
trasciende los meros fundamentos materiales, estilísticos que las conforman: “es
un acto del entendimiento, que exprime la correspondencia que se halla entre
los objetos” Agudeza y Arte de Ingenio, Discurso II.
2.
A las teorías jesuitas sobre la agudeza, del siglo XVII, les sucedieron teorías
“racionalistas” y “empiricistas” modernas que redujeron la elocuencia y el
ingenio a belles lettres, es decir que desligaron las ideas de las
palabras. La pervivencia de estas últimas en el espíritu actual y “posmoderno”
consiste no ya en el cisma entre el estilo y la lógica, sino en la negación de
toda lógica. Sobre este punto ver mi obra Gracián, Wit, and the Baroque Age (Nueva
York: Peter Lang, 1996).
3.
En el siglo XVIII, el “ultimo de los humanistas”, Giambattista Vico, intentó
rescatar las teorías de la agudeza del desprecio o la trivialización. Reconoció
en el ingenio la capacidad de entrever imaginativamente las verdades (ver, por
ejemplo, sus Instituciones de oratoria y su Ciencia nueva). Sin
embargo, ya en plena época racionalista, no llegó a reconocer en las agudezas
la capacidad misma de la razón de abstraer y aprehender las ideas de la
realidad, tal como llegaron a explicar muchos jesuitas del siglo XVII.
4.
Hay por ahí algunas ediciones “modernas” de las obras de Baltasar Gracián y
otros autores agudos que ha sacado a luz el Grupo Editorial Planeta en su
colección “Clásicos” de Temas de Hoy, y de las que no prefiero no acordarme.
5.
Para sacar el mejor provecho de mi discusión, procuro ilustrar estas reglas con
algunos ejemplos controvertidos de la agudeza y elocuencia barrocas, los cuales
los modernos no pocas ocasiones han denunciado como modelos de sofismas y de
mal gusto. Si mis reglas no liberan estos ejemplos de su mala reputación,
espero con todo liberarlos de la falta de entendimiento.
6.
Agudeza y Arte de Ingenio es el tratado de Gracián que sistemáticamente
expone sus teorías de la agudeza. No obstante, sus otras obras no dejan de
servir también mucho para entender mejor esta materia.
7.
La línea de Fernandos rigiendo Navarra comenzó con El Católico, Segundo de Aragón,
Tercero de Nápoles y Quinto de Castilla, quien fue también Primero de Navarra
tras anexarla a Aragón mediente maniobras políticas.
8.
P. Francisco José Isla, S. I., “Día Grande de Navarra” Obras Escogidas.
(Madrid: Biblioteca de Autores Españoles XV, 1945) 8. El concepto se establece
correlacionando “Navarra” con “nada”.
9.
Que no fueran hombres de escuela significa que los diputados carecían de toda
instrucción. Que fueran escuela de hombres entonces significa que los rústicos
diputados se convertían en un ejemplo para otros en lo que concierne a las
indeseables consecuencias de no asistir a la escuela.
10. Si lo menos con lo que se les puede identificar es
con la nobleza, entonces no son nobles, si no plebeyos.
11. Entonces, los diputados no son nietos de los nobles,
sino probablemente el producto bastardo de una vergonzoso desliz consumado por
sus madres o abuelas.
12. Isla, “Día Grande de Navarra”, 10. Si los diputados
justo han sido definidos como bastardos, entonces bastardos es lo más que
pueden llegar ellos mismos a ser.
13. Isla, “Día Grande de Navarra”, 10. Este juego de
palabras parece elogiar, al principio, a los navarros, al notar que merecen
todos ellos ser escogidos entre los mejores, porque todos ellos son lo mejor.
Entonces Isla prosigue con una paradoja: ¿por qué elegir al fin de cuentas a
alguno, si todos, aunque lo mejor, son igualmente preferibles? Con base en esta
paradoja, Isla finalmente les niega a los navarros y a sus diputados la
posibilidad de elegir, e incluso de poder elegir, pues no saben qué escoger. De
allí que les niegue de raíz la naturaleza humana, y, en particular a los
diputados, la esencia de su responsabilidad: elegir, esto es, tomar decisiones.
En el contexto de la situación política del momento, la paradoja también les
restrega en la cara a los diputados el que en realidad carezcan de poderes de
decisión frente al monarca español: no eran más que sus súbditos, y Navarra no
más que una colonia de Castilla. Debe notarse además que Isla jamas especificó
en qué destacaban como mejores los navarros: ¿en tomar decisiones?, ¿en su
servilismo ante el rey?...
14. Isla, “Día Grande de Navarra”, 12. Isla se refería no
a los ejércitos de Oscariz, sino a sus facultades mentales.
15. Isla “Día Grande de Navarra”, 12. Esta censura se
refiere menos a la simplicidad de las mujeres que a la vanidad ofensiva de la
ocasión.
16. Russel P. Sebold , “Introducción y notas,” José
Francisco de Isla, Fray Gerundio de Campazas, (Madrid: Espasa-Calpesa,
S. A., 1960, primera edición 1785) xxxv.
17. Baltasar Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio,
Discurso 17.
18. Baltasar Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio,
Discurso 38.
19. Cf., la teoría sobre las “crisis” de Baltasar Gracián,
Agudeza y Arte de Ingenio, discursos 26–28.
20. Ver Baltasar Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio,
Discurso 38.
21. Baltasar Gracián, El Comulgatorio, Meditación
IX, i.
22. Si uno abandona la agudeza pura, esto es, las
correlaciones, y recurre a la agudeza juiciosa, esto es, las ponderaciones,
introduciendo preconcepciones en el análisis del texto, uno rechazaría la idea
de que Jesús no amó a Pedro; no cuadra con la percepción de un Jesús lleno de
amor. Pero esta otra idea surge: Juan es el discipulo amado por antonomasia,
pero no por exclusividad.
23. Baltasar Gracián, El Comulgatorio, Meditación
XXVII, iii.
24. Esta arquitectura estilística la odiaron Voltaire y
Borges en Gracián.
25. Los sirvientes directos de la Divinidad, los ángeles
a cuyo cargo están los principios universales que gobiernan a las criaturas
materiales, y los ángeles a cuyo cargo están las criaturas materiales en
particular.
26. La iglesia militante en la Tierra, la glorificada en
los Cielos, y la penitente en el Purgatorio.
27. El diablo, la carne y el mundo.
28. Aquí el concepto entre mortificación y mortalidad no
surge simplemente de la paronomasia.
29. Considerar las numerosas interpretaciones posibles
de los eventos es esencial a la prudencia. Por ejemplo, que un crítico desengañado
sobreviva en el mundo hostil requiere que atienda la gran variedad de
motivaciones posibles de quienes lo rodean. Su prudencia debe de entrever la
potencial simplicidad, depravación, malicia, tontería y galantería detrás de
las acciones de las gentes, su prudencia debe incluso precaverse de que todas
estas motivaciones coincidan en la misma persona. Aun así, la consideración de
las múltiples explicaciones a la conducta de las personas, o eventos, o textos,
no debe de pervertir la atención critica y volverla injusta sospecha. Aun el más
honesto discurso podría ser tachado de sucio por una mente maliciosa, fundando
el análisis en cualquier estúpida ambigüedad. Los críticos que confunden su
misión de desengaño con la de mal pensar podrían así sospechar equivocadamente
de cualquier texto o evento. ¡Cuidado!: Como el león, los cree a todos de su
condición. Ultimadamente, estos críticos olvidarían no soló
considerar las posibilidades de la simplicidad y la galantería, si no además su
deber de someter apropiadamente sus ideas al juicio. Cf. El Criticón III,
Crisi 6.
30. Pero si decidimos esto, no soló habríamos de
desechar toda paradoja, sino además toda sutileza—incluso todo evento enigmático—porque
por definición toda sutileza y todo evento enigmático no son de inmediato
claros sino requieren un esfuerzo del entendimiento.
31. Ver, por ejemplo, Lord Henry Home Kames, Elements
of Criticism (1762)
32. Sor Juana de hecho es considerada por Octavio Paz
como el poeta más genuinamente intelectual del barroco en todas las naciones de
lengua española, incluida España. Ver Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz
o las trampas de la fe, 1° ed. (Barcelona: Seix Barral, 1982).
33. Baltasar Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio,
Discurso 23.
34. Al hablar de dificultades restrinjo el término a lo
establecido por Gracián en su Agudeza y Arte de Ingenio Discurso 7, esto
es, a las “contradicciones” en lo circunstancial.
35. Ver Mario Vargas Llosa, “¿Dios o la espada?” El
Norte (Monterrey, México: 16 de Febrero de 1992) 2A.
36. Fr. Luis de Granada, Guía de Pecadores I, iv.
37. Aquí uso el término misterio en su sentido teológico,
y no según lo entendió Gracián en Agudeza Discurso 6.
38. Este misterio se extiende a todo conocimiento. La
riqueza inexhaustible de cada ser en concreto rebasa los poderes de comprensión
de la mente humana. La razón, por sus limitaciones, opera con conocimientos
abstractos, no con pleno conocimiento (como Dios). Es en este sentido que
nuestro avance en el conocimiento va de lo más universal a lo más específico.
Pero lo más especifico siempre está en espera de aprenderse, porque siempre hay
un detalle más allá en espera de ser conocido. El entendimiento humano tiene
que resignarse a lo que yo he llamado el salto prudencial: juzgar que lo
aprendido ha sido suficiente para tomar decisiones y actuar.
39. Ver, por ejemplo, Lucas 2:41-52, que narra el
misterio del Niño Perdido.
40. Fr. Luis de Granada, Guía de Pecadores I, iv.
41. Fr. Luis de Granada, Guía de Pecadores I, iv.
42. Ver, por ejemplo, Baltasar Gracián, Agudeza y
Arte de Ingenio, discursos 23 al 25 y 39 al 42.
43. En las teorías de la agudeza de Gracián, este
esfuerzo se da en la forma de “ingeniosas raciocinaciones” Ver, Baltasar Gracián,
Agudeza y Arte de Ingenio, discurso 6 al 8.
44. Ver, por ejemplo, Baltasar Gracián, Agudeza y
Arte de Ingenio, discursos 39 al 42.
45. Este sermón es probablemente uno de los más
importantes, del siglo XVII, en definir el rol de la retórica y del predicador
en su púlpito, en comparación con el rol de la gracia y de Dios.
46. Ver António Vieira, Sermâo da Sexagésima III;
cf. Mateo 27:51 y 27:29. Este ejemplo requiere bastante del lector que
establezca el concepto.
47. António Vieira, Sermâo da Sexagésima IV.
48. António Vieira, Sermâo da Sexagésima V.
49. António Vieira, Sermâo da Sexagésima VII.
50. António Vieira, Sermâo da Sexagésima VIII.
51. Uno de los aspectos más criticados de los sermones
barrocos ha sido su frente recurso de materiales profanos, y aun mitología,
para explicar la religión.
52. San Francisco de Sales, “Sermón for Good Friday,
March 2, 1622,” The sermons of St.Francis de Sales for Lent give in the year
1622, editado por el padre Lewis S Fiorelli, O.S.F.S., con traducción al
ingles por las Monjas de la Visitación (Tan Books and Publisher, Inc., 1987)
186–187.
53. Un predicador “competente” no se intimidaría cuando
trate de explicar el misterio de la Cruz. Asumiría al reto y citaría
apropiadamente muchos textos de toda la Escritura. Por su puesto, nunca acudiría
a la superstición.
54. La “incompetencia” de san Francisco establece con
solidez su carácter virtuoso ante la audiencia. Esta incompetencia surge de su
perplejidad, y su perplejidad dice mucho de su espíritu de niño, su humanidad,
y su santo temor ente los divinos misterios. Gracián, de hecho, identificó en
los niños—especialmente en los más pequeños—la más grande capacidad para
maravillarse (ver El Criticón I, Crisis I); y en la capacidad de
maravillarse vio además la disponibilidad de la mente aguda para esperar,
descubrir y sorprenderse con lo nuevo (ver, por ejemplo, El Criticón I,
Crisis I; cf. Matteo Pellegrini, Delle Acutezze (1639) Capitulo 3;
Emmanuel Tesauro, II Cannochiale Aristotelico, (Turín: 1670; primera
Edición, 1654) Capitulo 9). Luego, la niñez espiritual—como virtud—sugiere una
mente no pagada de sí misma, satisfecha, sino una siempre en espera de
sorpresas, lista incluso para percibir, con azoro, los divinos misterios. La
disponibilidad de san Francisco a éstos es ahora reconocidísima por la Iglesia
pues ve en él a uno de sus santos doctores.
55. Teresita me sirve para abordar el cliché que
describe los textos católicos posteriores a la Reforma como cegados por el
dogmatismo, luego, contaminados con devociones mecánicas que sustituyen la
verdadera religión por el sentimentalismo. Aunque no barroca, para muchos críticos
Teresita encarnaría todo el sentimentalismo posterior a la Reforma. Yo pienso
en cambio que es una de las más brillantes santas.
56. Citado por Hans Urs Von Balthasar, Thérése of
Lisieux. The story of a Mission. Tad. Por Donald Nicholl, (Nueva York: Sheed and Ward,
1954) 182. Aquí Teresita explícitamente establece una desproporción entre los
grandes santos que escalan la montaña de la virtud y los cristianos ordinarios,
pequeños, quienes por su debilidad prefieren llegar a Dios por un elevador.
57. Citada por Hans Urs Von Balthasar 182. Asociando
esta cita con la previa, podemos identificar que ahora los puntos de
correspondencia son, por un lado, los “santos” y su “caminote” a la santidad—la
escala del monte espiritual, esto es, el depender de la propia virtud, que
surge del miedo—, y por otro lado, los “santitos” y el “caminito” de Teresita—el
elevador, esto es, su completa sumisión al amor de Dios. Aunque Teresita parece
aquí sentimentaloide al enfatizar su “pequeñez”, su debilidad, y su sumisión al
amor, en realidad nos muestra un gran atrevimiento al desafiar algunas
distorsiones muy extendidas de la doctrina de “fe y también obras” como
camino de la salvación.
58. Citada por Hans Urs Von Balthasar 183.
59. Hans Urs Von Balthasar 183.
60. Hans Urs Von Balthasar 184, quien cita al final a
Teresita, la cual a su vez cita a san Pablo. Aquí, lejos del dogmatismo
sentimentaloide, Teresita de nuevo desafía algunos prejuicios muy extendidos
contra la religión católica; en esta ocasión aborda el asunto de las
indulgencias a las cuales les encuentra su fundamento en el principio de la
caridad, no en las devociones mecánicas.
61. La iconografía católica nada ayuda a borrar esta
imagen azucarada de Teresita: se le representa por lo regular con su cabecita
graciosamente inclinada sobre su hombro.
62. Entre las intuiciones suyas más fuera de serie, hay
una que desafía esa visión simplista del Cielo como lugar de mera sabrosura.
Ella lo ve esencialmente como lugar de amor, un amor tan real que es de lo más
solidario con los sufrimientos de la Iglesia militante aun en este mundo. La
promesa de Teresita, al morir, de que haría más en el Cielo por las misiones
católicas de lo que ya había hecho en el carmelo ha permitido a la Iglesia
considerarla como santa patrona de las misiones, y sólo al lado de ese figurón
que es san Francisco Javier. Esta intuición nos la muestra menos como escritora
sentimentaloide abandonada a la pasividad que como una persona comprometida de
lleno a la mayor de las actividades: al amor. Cabe agregar que ahora la Iglesia
reconoce en Teresita a una de sus doctoras. Ver Urs Von Balthasar.
63. Ver Balthasar Gracián, Agudeza y Arte de
Ingenio, Discurso 49.
64. Cf., Balthasar Gracián, Agudeza y Arte de
Ingenio, Discurso 49.
65. Fr. Luis de Granada , Sermón en que se da aviso
que en las caídas públicas de algunas personas ni se pierda el crédito de la
virtud de los buenos ni cese y se entibie el buen propósito de los flacos, (Lisboa:
Antonio Ribero, 1588), según se incluye en las Obras de fray Luis de
Granada editadas por Fr. Justo Cuervo (Madrid: 1906) Vol. 14
66. Un censor de la oratoria barroca no podría sino
elogiar el clasicismo de Granada, pues él conserva su sermón dentro de los
limites de lo esencial. Este censor contrastaría además este clasicismo con la
moda, del siglo posterior (XVII), de revisar las circunstancias—deteniéndose en
asuntos tan ridículos como los sentidos ocultos, por descubrir, de las
iniciales de las novicias al tomar votos—. Ver, por ejemplo, la parodia de
Francisco José de Isla, S. I. Historia del famoso predicador Fray Gerundio
de Campazas alias Zotes, (Primera edición entera hecha sobre la edición príncipe
de 1875 y el manuscrito autógrafo del autor por D. Eduardo Lidforss, Catedrático
del Número en la R. Universidad de Lund. Leipzig, 1885).
67. Al parecer, movido por una fácil credulidad y no por
un estudio cuidadoso y sensato, Granada defendió como auténtico los supuestos
estigmas de una monja. Una investigación exhaustiva, posteriormente, demostró
que los estigmas eran falsos. Ver John A. Moore, Fray Luis de Granada (Boston:
Twayne Publisher, 1977) 37.
68. José Francisco de Isla, Fray Gerundio de
Campazas, “Al publico, poderosísimo señor”.
69. Ver Isla, Fray Gerundio de Campazas, 4:
227-247
70. Quede claro que llegar a la misma idea no es lo
mismo que llegar al mismo juicio. Ver Baltasar Gracián, Agudeza y Arte del
Ingenio discursos del 1 al 4. Aunque al orador y su audiencia compartan la
misma experiencia, el mismo marco analítico, la misma percepción de los datos a
través de la agudeza, y lleguen a la misma idea, no quiere decir que hayan
alcanzado con ello a aceptarla por igual. Pueden no estar de acuerdo
simplemente por que el marco analítico le parezca a uno de ellos impropio.
71. Respecto al proceso de comunicación de las agudezas,
ver, por ejemplo, Baltasar Gracián El Criticón I, Crisi I (allí
particularmente se refiere a la experiencia común que se descubre y se goza en
una conversación); ver también Baltasar Gracián Oráculo Manual y Arte de la
Prudencia, Aforismo 68 (allí describe el mejor proceso de comunicación no
como uno que refiere hechos, sino que lleva a encontrarle sentido a los
hechos).
72. Ver, Baltasar Gracián, El Criticón I, Crisi
I.
73. Las mascaradas y otras invenciones simbólicas que
realzan los eventos sociales son tipos importantes de la agudeza estudiados en
los tratados sobre el ingenio. Ver por ejemplo, Baltasar Gracián Agudeza y
Arte del Ingenio Discurso 47, Emmanuel Tesauro, II Cannochiale
Aristotelico, Capítulo 18.
74. Baltasar Gracián, El Criticón III, “A Don
Lorenzo Francés de Urritigoyti, Dignísimo Deán de la Iglesia de Sigüenza.
75. Hilary Dansey Smith, Preaching in the Spanish
Golden Age (Oxford University Pres, 1978) 66–67.
76. Hoy los efectos especiales en muy iglesias
ornamentadas se realiza con “luz y sonido” eléctricos.
77. Respecto a la no contradicción entre estar
consciente y descargar las pasiones, he aquí unos ejemplos:
A la santa
de Ávila le hizo notar una monja que se moderara al servirse perdices: se
hallaba a la mesa del obispo. La Teresona replicó: “Cuando mortificación,
mortificación; cuando perdices, perdices”.
Mamá corrió,
una vez, a avisarle a mi abuela de 86 que había llegado el correo con una carta
póstuma de la última de sus hermanas. Como abuelita veía entonces un interesantísimo
programa de televisión, ignoró a su hija. No sino hasta que concluyó fue mi
abuela leyó la carta y lloró con lágrimas que salían de lo más profundo de su
corazón.
78. Esta imagen es una de Cristo cuando es presentado
por Pilato a los judíos, durante el enjuiciamiento: “He aquí el hombre “, Juan
19:5.
79. António Vieira, Sermâo da Sexagésima, IV.
80. Ver, José Francisco de Isla, Fray Gerundio de
Campazas 4: 227 a 247.
81. Ver, José Francisco de Isla, Día grande de
Navarra.
83. La integración de festivales religiosos populares
con las liturgias y sermones solemnes no han sido un fenómeno exclusivo del
siglo XVII, sino uno muy común en las diferentes épocas, el cual pervive todavía
ahora en muchas formas. Ver
ejemplo, G. R. Owst, Preaching in Medieval England, an introduction to
sermon manuscripts of the period, (London: Cambridge University Press,
1926).
84. Un ejemplo excelente de auto sacramental es El
gran teatro del mundo de Pedro Calderón de la Barca, en el cual este autor
inquiere con gran profundidad filosófica acerca de la no contradicción entre la
omnipotencia de Dios y la libertad humana. Otro ejemplo es Don Juan, en
sus muchas versiones y su desfile de espectros, la cual se pone en escena en el
Día de los Fieles Difuntos, y la cual reflexiona acerca de la importancia tanto
de la fe como de las buenas obras para alcanzar la salvación eterna. Sus
diferentes versiones enfatizan, entre otras cosas, ya la fe ya las obras; una
manera de identificar las preferencias del autor es notar si don Juan sube al
Cielo o se hunde en los Infiernos.
85. Ver, Baltasar Gracián, Agudeza y Arte de Ingenio
Discurso 1 y 2.
86. El Comulgatorio, de Baltasar Gracián, es una
colección de 50 meditaciones sobre la eucaristía, propias para practicarse en
sendas fiestas religiosas del año.
87. Coster, Adolphe, Baltasar Gracián. Trad. de
Ricardo del Arco. (Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1947) 80.
88. A este “cordero de leche”, o borreguito que se sirve
com platillo principal, Gracián lo compara con el Cordero de Dios; Gracián,
pensando en santa María, Virgen y Madre, especifica además que el borreguito
fue amamantado por “leche virginal”.
89. “Sazonado” significa aquí tanto “en su punto” como “condimentado”.
90. La ambigüedad del pronombre “su” enriquece las
posibilidades de la meditación, pues puede referirse tanto al amor de Jesús, o
al amor de María, o a ambos, sin contradicción ninguna.
91. “Regalado” significa aquí tanto “vasto” como “gratuito”.
92. Aquí el “vinagre” sugiere tanto la bebida con que
torturan a Jesús durante la crucifixión como la vinagreta en que se cocina una
lengua, para servirse como exquisito platillo.
93. Un sentido ordinario de “buen gusto” es “entusiasmo”,
y se halla presente aquí. Pero no debe olvidarse que también aquí se presenta
el sentido técnico de “buen gusto” como “discernimiento apreciativo”. No debe
olvidar que Gracián teorizo acerca del “buen gusto” en el ultimo de sus
sentidos. Gracián, de hecho, nos invita a discernir con atención y apreciar con
diligencia el banquete eucarístico.
94. Aquí Gracián aprovecha el equívoco de “clavos” de la
Cruz, y “clavos” que son especias. Estos últimos se usan frecuentemente para
preparar manitas de cerdo a la vinagreta.
95. Al recomendarle al comulgador que reparta su devoción,
Gracián se evita un potencial error doctrinal en su meditación. No es el Cuerpo
de Cristo el que reparte en partes en la Eucaristía, como si aquí estuviesen
las manos y allá los ojos, sino la devoción del comulgador, quien meditando
puede contemplar todos estos aspectos como presentes substancialmente en el
sacramento: el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, todo unido
en una sola Persona.
96. Coster 80, quien cita a Baltasar Gracián, El
Comulgatorio Meditación 16.
97. Baltasar Gracián, El Comulgatorio, Meditación
16.
100. El anuncio eucarístico siguió a la multiplicación de
los panes, con los que Jesús alimento a miles de sus seguidores. Ver Juan 6:1-15.
103. Parece un error doctrinal que Gracián compare platillos
perecederos con la Eucaristía, una comida que sostiene a los fieles en la vida
eterna. Aun así, al final de la Meditación 16, y en muchos otros lugares de El
Comulgatorio, Gracián se tomó el cuidado de especificar el carácter
imperecedero de la Persona presente en el sacramento: “...cada plato de estos
merece todo un día y aun toda una eternidad”.
104. Este efecto lo fortalece al enlistar, entre los realísimos
platillos, no meras entradas, sino incluso entrañas.
105. Me refiero a los picarescas, típicas de la tradición
española. El Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache de
Mateo Alemán, junto con alguna obras de Francisco de Quevedo, son los modelos
de este género de literatura que se entretiene en lo grotesco, las caricaturas
y lo feo. Hasta cierto punto, El Criticón de Baltasar Gracián pertenece
a esta corriente literaria: frecuentemente devela muchos aspectos desagradables
de la condición humana y se entretiene en ellos para desengañar al lector. Cf.
José F. Montesinos, “Gracián o la picaresca pura”, Cruz y Raya, 4
(Madrid, 1933).
106. Una de las doctrinas más importantes de Gracián es
la del desengaño. Para poder verdaderamente emprender el camino de la virtud,
el hombre tiene antes que desengañarse de muchas mentiras y muchos vicios en
los que se encuentra inmerso.
107. Luis de Granada, gran orador e importante escolástico
español, describe a la voluntad como ciega, pues no sufre ninguna afección sino
hasta que el entendimiento le presenta motivos y causas para ello. Ver Luis de
Granada Guía de Pecadores, “Prologo Galeato”. El bien o mal que se
reconoce en los objetos no es un sentimiento o emoción interna. Es algo
objetivo que el entendimiento distingue en las cosas que analiza: es el grado
de actualización del ser en el objeto considerado. Cf., por ejemplo, Aristóteles,
Ética a Nicómaco X, 5; Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I,
q. 5. Luego una bien regulada voluntad responde a los bienes o males que
percibe la razón. Si en el hacerlo, la voluntad siente emociones y placeres, éstos
no serían más que bienes adicionales que se agregan a los inicialmente
elegidos. Por tanto, no deben confundirse ellos con el bien objetivo mismo.
Ver, por ejemplo, Platón, Georgias; Aristóteles, Ética a Nicómaco VI,
11-14, X, 1-5.
108. La agudeza es el método teorizado por Gracián en su Agudeza
y Arte de Ingenio, y ejemplificado en sus meditaciones eucarísticas
contenidas en El Comulgatorio.
109. Este método lo estudio en detalle fray Luis de
Granada en su Retorica Eclesiástica. Allí, dedica un libro completo a
este tema: el tercero. Granada también nos ofrece lo más hermosos modelos de
este método oratorio en sus libros de sermones y de meditación.
110. San Agustín reconoció en las más diversas ciencias y
artes un apoyo para el estudio de las escrituras, por ejemplo, la filosofía, la
dialéctica, las matemáticas, la retórica, la gramática, la música, la historia,
las ciencias naturales, la astronomía, la arquitectura, la cocina, la medicina,
la agricultura, la navegación, e incluso la gimnástica. Ver, por ejemplo, su De
doctrina christiana, III
111. La misma repugnancia que tiene el juicio de lo traído
de los cabellos es la mismísima razón de la agudeza para buscarlo. Entre más
extrema es una comparación, más sutiles son las semejanzas que el ingenio puede
descubrir. luego, entre más agudo es el concepto que abstrae, entre más fina es
la idea que se somete a la consideración del juicio, más preciso que pueda ser
el dictamen de este último.
112. De la virginidad de Juan se sabe a través de la
tradición patrística.
113. Cf., por ejemplo, Juan 21:20-24.
114. Cf., por ejemplo, Lucas 22:31-32.
115. Cf., por ejemplo, Mateo 16:13-20.
116. Cf., por ejemplo, Juan 21:15-19; Hechos 1:15,
15:7-14.
117. Cf., por ejemplo, Juan 13:6 -19, 20:3-10,
21:7.
118. Cf., por ejemplo, Mateo 14:27-33; Lucas
24:12, Juan 18:10-11, 21:7, 6:67-69.
119.
Cf., por ejemplo, Juan 13:7.
121. Cf., Mateo 17:24-27.
122. Cf., Marcos 10:35-37.
123. Cf., Lucas 5:8, Juan 13:6-8.
128. Cf., Lucas 5:3, Mateo 16:13-20,
8:23-24.
130. Cf., Mateo 17:24-27, Marcos 1:29-31; Juan
21:18.
131. Baltasar Gracián, El Comulgatorio Meditación IX,
1.
132. Cf., Arturo del Hoyo, “Estudio preliminar, edición,
bibliográfica y notas”, Baltasar Gracián, Obras completas, (Madrid: Ed.
Aguilar, 1960) cxc.
133. Antonio Vieira creía que la más decisiva prueba para
un sermón consistía en su poder para reformar las vidas de los oyentes, alejándolos
del vicio y solidificando su virtud. Es más, un indicador de que el sermón falló
sería que, al salir de la iglesia, los feligreses recuerden más las “excelencias”
del sermón que el reformar sus vidas. Ver Antonio Vieira, Sermâo da Sexagésima,
X.
134. Arturo del Hoyo cxc.
135. El drama de las novelas de caballería lanzadas al
fuego se reactualiza hoy con la actitud pública hacia la televisión. El miedo a
los efectos imprevistos de los libros inmencionables cuando surgió la imprenta
ha sido transferido a la televisión cuando surgen los medios masivos.
136. Ver Diego Ortuñez de Calahorra, Espejo de Príncipes
y Caballeros, Edición, introducción y notas de Daniel Eisenberg, (Madrid,
Ed. España-Calpe, S.A., 1975) Prólogo.
137. En otro tren de ideas, recuerdo una pasmosa
especulación de algunos teólogos sobre la visión beatifica que los elegidos
tendrán de los condenados en el infierno. Es sólo a través de esta visión que
los elegidos podrán entender la incuestionable justicia divina, y así
participar y gozar de esta perfección divina, en eterna unidad con Dios.
138. Ver Hannah Arendt, The Origins of Totalitarism, (Nueva
York: Harcourt, Brace & World, Inc., 1966; 1era edición, 1951).
139. Al presentar su trabajo, concluido justo después de
la derrota nazi, pero antes de la muerte de Stalin, Hannah Arendt explica: “Con
la derrota de Alemania nazi, parte de la historia concluyó. Parecía el primer
momento apropiado para revisar estos hechos contemporáneos mirando al pasado
pero directamente, como el historiador, y con celo analítico como el científico
político—la primera oportunidad de tratar de entender y de hablar sobre lo que
pasó, no aún sine ira et studio, todavía con tristeza y con dolor y, por
tanto, con una tendencia a lamentarse, pero no más con el horror impotente y la
indignación amordaza.” Arendt vii.
140. Baltasar Gracián, Oráculo Manual y Arte de
Prudencia, Aforismo 248.
141. Ver, Aristóteles, Retórica I, ii; cf., Tópica
I, i.
142. Aunque las teorías de la agudeza de Gracián sí
sirvan para estudiar casos morales contingentes (ver, por ejemplo, Agudeza
y Arte de Ingenio, discurso del 26 al 30), no dejan de ser muy
generales, es más, descansan en gran medida en el uso de lenguajes naturales
para la fragua del concepto (cf., por ejemplo, Agudeza y Arte de Ingenio, Discurso
31).
143. Sobre algunos métodos especiales para conceptuar en
la ciencia , ver, por ejemplo, Mario Bunge, Scientific Reserch, (Berlín,
Heidelberg, Nueva York: Springer-Verlag, 1967); Jerald Hage, Techniques and
Problems of Theory Construction in Sociology, 8Nueva York: J. Wiley, 1972).
144. Cf., por ejemplo, Melvin Helitzer, Comedy,
Techniques for writers and performers. The HEARTS theory of humor writers (Athens,
Ohio: Lawhead Press, 1984); Michael Mulkay, On Humor. Its Nature and Its
Place in Modern Society, (Brasil Blackkwell, Inc., 1988).
***
Visualiza la realidad del aborto: Baja el video Rompe la conspiración de silencio. Difúndelo.
|
|
Para
volver a la Revista Arbil nº 120
Para volver a la tabla de
información de contenido del nº 120
La página arbil.org
quiere ser un instrumento
para el servicio de la dignidad del
hombre fruto de su transcendencia y
filiación divina
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y
Crítica", es editado por el Foro
Arbil
El contenido de
estos artículos no necesariamente
coincide siempre con la línea editorial
de la publicación y las posiciones del
Foro ARBIL
La reproducción total o parcial
de estos documentos esta a disposición
del público siempre bajo los criterios
de buena fe, gratuidad y citando su
origen.
|
Foro
Arbil
Inscrita en el
Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F.
G-47042954
Apdo.de Correos 990
50080 Zaragoza (España)
ISSN: 1697-1388
|
|
|