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Cuatrocientos aniversario de la expulsión de los moriscos, cuestión de vida o muerte para España, por su complicidad continua con el peligro turco
La extra-ordinaria rutina
por
María Pilar Marcos Carrión.
Decimos que nadie ve lo que hacemos, ni el esfuerzo y el sacrificio que nos cuesta hacer tantas cosas… ¡pero lo ve Dios! Él es el único que es capaz de ver en lo escondido, de ver la profunda intención de lo que hacemos, de entender nuestro esfuerzo aparentemente inútil en ocasiones.
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El tiempo pasa corre que te corre y hace unos mesecillos volvíamos, después de las vacaciones a casa, al quehacer diario.¡Puf! ¡Qué mal!. Se acaba lo bueno y vuelta a lo mismo, vuelta a la rutina Y a veces durante el año, cuántas veces decimos y pensamos: “caray, siempre lo mismo, todos los días igual, madrugar, el transporte, las clases, aguantar al jefe, a la gente, el duro trabajo, la monotonía,”; y el domingo por la tarde “ale, mañana otra vez, vuelta al rollo de siempre, vuelta a la rutina” Nos encantaría que cada día fuese diferente, nos gustaría que lo ordinario de la rutina , de “lo mismo” se acabase. No nos damos cuenta del valor inmenso que puede llegar a tener eso que nos resulta tan aburrido, tan tedioso, sin trascendencia, porque al fin y al cabo ¿quién lo ve?, mi familia, mis compañeros ¡si a veces hasta me salen mal las cosas!. Vemos la vida de algunas personas que han conseguido una buena posición social, un puesto importante, vemos la vida de algún santo que ha hecho algún prodigio, fundar alguna orden religiosa, convertir a muchas personas, hacer milagros, o simplemente llegar a altos grados de perfección espiritual . Vemos todo eso y vemos nuestras vidas escondidas en el anonimato de lo ordinario, de lo común, de la no trascendencia de nuestras obras, de nuestras imperfecciones..., de lo rutinario Vemos todo eso pero ¡qué ciegos! No vemos que Dios lo que precisamente quiere de nosotros es nuestro corazón, que si esos santos consiguieron todo eso es precisamente porque Dios les dio esas gracias especiales en recompensa por la disposición generosa de su corazón inflamado en un sencillo pero profundo amor a Dios. Decimos que nadie ve lo que hacemos, ni el esfuerzo y el sacrificio que nos cuesta hacer tantas cosas… ¡pero lo ve Dios! Él es el único que es capaz de ver en lo escondido, de ver la profunda intención de lo que hacemos, de entender nuestro esfuerzo aparentemente inútil en ocasiones. El sabe todo eso, lo ve, lo quiere así y lo mejor de todo es que un día nos va a pagar ese esfuerzo como ningún humano sabe. Podemos incluso, en un ataque de “depre”, pensar que lo que hacemos prácticamente no tiene ningún valor, y perdemos la perspectiva de que el valor de eso que hacemos, lo da la entrega generosa que hacemos a Dios en cada instante de nuestra vida, aceptando Su Voluntad, cumpliendo con nuestro deber de todos los días, eso es lo que Dios quiere de nosotros, esa constancia, ese trabajo interior casi en el anonimato, esa lucha interna por vencer cada mañana la pereza de levantarme, de ser paciente con las personas que “me cargan”, de morderme la lengua antes de criticar a alguien, de comerme lo que pone mamá aunque no me guste demasiado..., de tantos y tantos actos internos, y a veces externos, de sacrificios, de cosas que cuestan, que duelen, que nos hacen llorar. El secreto es ofrecerlo todo a Dios, lo que duele, lo que cuesta, esas lágrimas amargas… y ofrecerlo al Corazón Inmaculado de María. Qué mejor sitio para guardar todo eso aparentemente feo o insignificante, que los Corazones que más dolor sufrieron, que más lágrimas derramaron… y que más rutina soportaron en el anonimato de una vida sencilla en Nazaret. Viene muy bien para esto de la rutina meditar en la vida oculta de la Sagrada Familia. Pensar que Jesucristo, el Hijo de Dios, que pasó 30 de los 33 años que vivió en la tierra, conviviendo con la rutina diaria del trabajo, del calor, del frío. Y qué decir de la Virgen. Aparentemente una ama de casa más: la ropa, la comida, tener la casa limpia, cuidar de San José y de Jesús… Y San José, un santo un poco olvidado pero también maestro en esto de la sencillez. Fue nada menos que el padre adoptivo de Jesús y el esposo de la Virgen. (Lo sabemos de sobra, pero viene bien recordarlo de vez en cuando). Y todo lo que hacía, lo hacía y lo llevaba con la sencillez más sublime, dedicando cada minuto a Su cuidado, trabajando cada día un montón de horas... soportando esa rutina del trabajo del calor, del cansancio. Todo lo hacía para Él y para Ella. La Sagrada Familia es un ejemplo impresionante de hasta qué punto puede ser edificante eso de la rutina. Las personas más santas de toda la Historia, viviendo medio escondidas en una casita de Nazaret. Todos los días iguales, pero en el fondo diferentes, por su entrega, por la aceptación alegre y conforme de la Divina Voluntad... ¡y Jesús era el mismo Dios! Hasta en eso quiso humillarse. Quizás ahora lo podamos ver todo de otra manera. Sí, nos costará, pero ese esfuerzo diario y cansino puede convertirse en nuestro mejor aliado para conseguir el Cielo poquito a poco. Levantémonos cada día con la intención de hacer cada cosa por amor a Dios y a través del Corazón de María. Así convertiremos cada segundo de nuestra vida, hagamos lo que hagamos, en algo grande. Lo ordinario (la rutina) se volverá extraordinario. Nuestro corazón se llenará de gozo al saber que ese esfuerzo no es inútil y que será un paso más en el difícil camino que nos lleve al definitivo descanso junto a los Sagrados Corazones de Jesús y María. ·- ·-· -······-·
María Pilar Marcos Carrión.
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