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Cuatrocientos aniversario de la expulsión de los moriscos, cuestión de vida o muerte para España, por su complicidad continua con el peligro turco
La New Woman o autorrealización versus felicidad
por
Cristina Negro Konrad
Sufrimos en España una continua explotación propagandística de la mujer
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Utilizando a la mujer como reclamo, Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, creó hace unos años la Consejería “de Empleo y Mujer”. En la misma línea, nuestro actual presidente del gobierno nombró recientemente más ministras – una de ellas a punto de dar a luz – que ministros de gobierno. Todos ellos nos hablan de “conciliación de la vida laboral con la vida familiar”, en definitiva, sugieren un modelo de vida determinado: la “nueva mujer” (New Woman) que, educada y financiada de su propio bolsillo mediante los impuestos por los poderes públicos, logra “liberarse de la dominación masculina” (independencia o autorrealización) y sabe conciliar un empleo remunerado con la vida familiar. Pero ¿por qué esta mujer es una mujer “nueva”? ¿Qué la diferencia de las “viejas” mujeres? ¿Son estas últimas seres “alienados” y condenados a dedicarse en exclusiva a la familia so pena de condena de otro tipo? Y si lo fueron , ¿cuándo dejaron de serlo y por qué motivo? La “mujer nueva”, si es en verdad realmente libre, ¿es la primera en la historia que goza de semejante característica?
Este
gran mito de la new woman, propio de una época autoproclamada secular y
ahistórica, ¿no cobra tal vez su fuerza de la ignorancia más absoluta
respecto al papel que ha jugado la mujer a lo largo de la historia de occidente?
Pongamos por un lado en duda esa “religión secular de la vida intelectual
moderna” llamada Tabla Rasa, que, al ser considerada “una fuente
de valores, no tiene en cuenta el hecho de que se basa en un milagro –una mente
compleja que surge de la nada-“. (Steven Pinker, La Tabla Rasa. La negación moderna de la naturaleza humana. Paidós, Barcelona,
2002, p. 23) Y tengamos por otro en cuenta que “el estudio de la historia
aporta a la juventud la experiencia que le falta; puede ayudar al adolescente a
superar su tentación más habitual: excluir, condenar de antemano determinada
tendencia, persona o grupo, no tener del universo más que una visión limitada a
la propia visión (¡y si sólo se tratara de adolescentes!)”. Y además, aunque
“la historia no da soluciones, permite plantear correctamente los problemas”.
“No hay conocimiento verdadero sin recurso a la Historia”. (Régine Pernoud en Para acabar con la Edad Media, José J. Olañeta, Palma de Mallorca, 1998, p. 156). Y con mayor razón si tenemos en cuenta que preferir
la “liberación” a la libertad es presuponer un presente determinado frente a un
pasado también determinado. Seamos pues auténticos seglares y hagamos un breve
recorrido histórico de la mano de la fidedigna historiadora Pernoud, porque
¿quién no convendrá en que las ideas creencia de toda sociedad justa en
relación a la mujer pueden ser deidades impuestas por caprichosos legisladores,
como precisamente esa igualdad de trato que se persigue?
Y así, para sorpresa de muchos…
Cuenta
Régine Pernoud en Para acabar con la Edad Media: “Un día que, ante un
grupo de personas, evoqué el nombre de Leonor de Aquitania, obtuve enseguida
una aprobación entusiasta: `¡Qué personaje tan admirable! - exclamó una de las
personas presentes-. En una época en que las mujeres no pensaban más que en
tener hijos…’ Le hice observar que Leonor también parecía haber pensado en
ello, ya que tuvo diez, y, dada su personalidad, esto no había podido suceder
por simple inadvertencia. El entusiasmo se enfrió un poco.”
De
la reacción a la observación de la historiadora, podemos sacar la conclusión de
que hemos asumido inconscientemente que no cabe la posibilidad de que una mujer
dispuesta a tener una gran prole o “la que Dios le dé” pueda ser relevante en
otros ámbitos. Además, esa expresión de desdén que podría emplear toda new
woman: “no pensar más que en tener hijos” , que evoca tiempos pasados, nos lleva
a preguntarnos precisamente por la motivación de ese desdén. ¿Será que ese
modelo de vida o new woman no podría darse si no existiese el modelo “anticuado”,
“viejo”, “conservador”, antitético, ajeno a la realidad, que representa esa infeliz
madre de 10 hijos que pasó necesaria y básicamente su vida exclusivamente junto
al fogón? Pero Leonor rompe ese esquema, nos ayuda a ser conscientes de ciertas
ideas creencias y replanteárnoslas. Y como la pereza (también la intelectual)
es algo innato en el hombre, no es extraño que la anécdota suscite cierto malestar.
Pero ¿quién negaría que es puro dogmatismo y nada serio tanto el dar por supuesto
que cualquier tiempo presente siempre es mejor, como ingenuo el pretender que cualquier
tiempo pasado siempre fue mejor? Desconfiemos de los criterios que imperan en
la actualidad. Y es que ¿del hecho de que una mujer piense en tener hijos y desee
tener “los que le vengan” en gana o a desgana incluso podemos deducir que sin nuestros
González (“póntelo, pónselo” o despenalización del aborto), Aznares (RU-486),
Zapateros (Ley de plazos) y demás, se infiere que se dedicaría necesariamente y
hasta el fin de sus días en exclusiva a su cuidado y que esto le hará infeliz? Todo
ello a pesar de que múltiples organizaciones vienen denunciando hace tiempo con
testimonios reales las nefastas e irreversibles consecuencias físicas y
psíquicas de la promiscuidad o de los abortos provocados. ¿Debemos ignorar la
realidad y poner nuestra fe en la creencia de que ninguna mujer puede ser feliz
dedicando su vida “exclusivamente” a la familia? ¿Debemos limitar las ayudas a las
madres asalariadas? Para progresar, ¿tenemos que hacer mala prensa de
quien desea optar por otro modelo de vida distinto al que ofrece la new
woman? ¿No es esto igual de injusto que esperar de toda mujer que se
dedique en exclusiva a tener hijos y al hogar? En definitiva: ¿No se presupone
demasiado, al tiempo que nos autoproclamamos enemigos número uno de todo
“prejuicio” y defensores número uno de la libertad de la mujer?
La “mujer nueva” no es la primera mujer libre: Cristianas versus
Roma
Siguiendo
con La mujer en el tiempo de las catedrales de Régine Pernoud (ed. Juan
Granica, Barcelona, 1982), “sólo hacia el año 390, a fines del siglo IV, la ley
civil retira al padre el derecho de vida o muerte sobre sus hijos”, un derecho
que hoy le compete a la madre encinta y que propició que fuese “completamente
excepcional que en una familia romana hubiese más de una hija”. Por lo general,
se conservaba únicamente la primogénita, a quien nunca se ponía nombre: “en la gens Cornelia la hija se llama
Cornelia, mientras que sus hermanos son Publius Cornelius, Gaius Cornelius,
etc.” “En Roma, de hecho, la mujer, sin exageración ni paradoja, no era sujeto
de derecho”, […] “es únicamente un objeto”, naturalmente inferior según el
sentimiento común de los romanos. Y a pesar de todo ¿qué le impulsa a poner en
riesgo su propia vida por querer afirmar una voluntad propia? ¿Qué le lleva a
negarse al “matrimonio en vistas al cual se les había conservado la vida o a
desobedecer las órdenes de su padre”? La respuesta se llama Cristo. No en balde
se le apareció después de su resurrección en primer lugar a mujeres. Ahora, gracias
a la cristianización, la madre, como la Virgen María, ya no será respetada
únicamente en cuanto madre, sino también en tanto que mujer, porque el
cristianismo, lejos de defender el sometimiento de la mujer al hombre o al
trabajo remunerado, logró una equiparación desconocida hasta entonces. No es
casual que “los primeros mártires venerados como santos sean mujeres y no
hombres: santa Inés, santa Cecilia, santa Ágata y tantas otras”. Ni que fuese
una mujer, Fabiola, quien fundara el primer hospital (pp. 22-30)
Sin
embargo, a raíz de la actividad propagandística y difamatoria de los autores de
la Gran Enciclopedia del siglo XVIII -entre otros-, fue calando hasta nuestros
días la idea de que el cristianismo es el mayor enemigo de la mujer. Cuentan
los enciclopedistas que , en tiempos , la Iglesia católica llegó a negarle alma: se le negaba la naturaleza humana. Esto es ridículo;
pero el efecto fue enorme, pese a que lo que en realidad sucedió fue, como
explica Pernoud, que “en el sínodo de Maçon del año 486, uno de los prelados observó ‘que
no se debía incluir a las mujeres bajo el nombre de hombres’, dando a la
palabra el
sentido restrictivo del latín vir . Pero apelando a las Sagradas Escrituras, “los argumentos de los
obispos le hicieron rectificar” esta falsa interpretación, cosa que “hizo cesar
la discusión”. (Para acabar…, p. 94)
La época feudal
Una
de las grandes novedades de la época fue la “aparición del hogar en el sentido
estricto del término”. El hogar “desempeñó una función cierta en el
nuevo lugar que ocupó la mujer en el seno de la comunidad familiar. Para ella
fue un símbolo de la integración en la vida común, lo contrario que el gineceo
y el harem; uno y otro confinan a la mujer en un sitio aparte, son símbolos de
su exclusión. Evidentemente el hogar simplifica las tareas domésticas, y por
consiguiente aligera el trabajo de la mujer. Es el sitio donde se irradia luz y
calor, donde la familia en el sentido más amplio del término se re-úne,
cada día por un tiempo cuya duración varía de acuerdo con las estaciones. Su
configuración implica esa suerte de igualdad de la Mesa Redonda magnificada por la novelas, aunque ya no se trate de un semicírculo.” […] “Ahora
hay un sitio que la mujer puede considerar propio, donde ella es dama, domina,
y es el hogar.” (La mujer..., p. 84).
Pero
hay más. En aquellos tiempos “las mujeres votan igual que los hombres en las
asambleas urbanas o en las de los municipios rurales”, aunque,
generalmente , “los votos se cuentan por fuegos, es decir, por hogares,
por casas, más que por individuos y el que representa al <<fuego>>,
es decir, el padre de familia, es el llamado a representar a los suyos; si bien
el padre de familia es su jefe natural, se da por sentado que su autoridad es
la de un gerente y un administrador, no la de un propietario. En las actas
notariales es muy frecuente ver a una mujer casada que actúa por sí misma, por
ejemplo, abriendo una tienda o un comercio, y ello sin tener la obligación de
presentar ninguna autorización marital.” Y además, “las listas de la talla
(ahora diríamos los registros de las contribuciones), cuando se nos han
conservado, como es el caso de París a finales del siglo XIII, muestran una
multitud de mujeres que ejercen oficios: maestra de escuela, médico, boticaria,
yesera, tintorera, copista, miniaturista, encuadernadora, etc.” (Régine
Pernoud, Para acabar…, pp. 98-100). De hecho, el primer tratado de
educación publicado en Francia (hacia 841-843) emana de una mujer, Dhuoda.
Por
último y ciñéndonos a la brevedad, demostraremos probada la importancia que en
esta sociedad, eminentemente femenina, tenía la mujer recordando que “Juana de
Arco, en los siglos siguientes nunca habría podido obtener la audiencia y
suscitar la confianza que a fin de cuentas obtuvo”, sobre todo a partir de
finales del siglo XIII (Régine Pernoud, Para acabar..., p. 97).
Exclusión paulatina de la mujer del escenario público
Observa
Pernoud , que es en tiempos clásicos cuando se relega a la mujer a un
segundo plano. De hecho, en el siglo XIII dejarán de tolerarse las beguinas,
que llevaban la vida de todo el mundo pero se consagraban mediante votos. En
1298, el papa Bonifacio VIII decidió la clausura total y rigurosa
para las monjas (Para acabar..., p. 97). En contraste, en el siglo XII
eran las mujeres las que tenían la autoridad en los conventos (centros de
estudio) incluso mixtos, como el de Fontevraud del siglo XII. Pero “no será
apartada explícitamente de toda función en el estado (en Francia) hasta finales
del siglo XVI, por un decreto del Parlamento fechado en 1593. La influencia
creciente del derecho romano no tarda en confinar a la mujer en lo que ha sido,
en todos los tiempos, su dominio privilegiado: el cuidado de la casa y la
educación de los hijos. Hasta el momento en que también esto le será quitado
por la ley, pues, señalémoslo, con el Código Napoleón, ya ni siquiera es dueña
de sus bienes propios y no desempeña en su hogar más que un papel subalterno”.
La mujer hoy
No
está claro que fomentar la idea de que para que la mujer logre la ansiada
libertad (independencia o autorrealización) deba darse una absoluta “igualdad
entre sexos”, en tanto implica por una obvia necesidad convertirla en
“asalariada”. Porque cabe pensar en mujeres que, si pudiesen, optarían por
trabajar exclusivamente en el hogar. Mujeres a las que, para que sean libres,
se procura previamente privar de libertad de acuerdo con el “programa” que propugnaba
Simone de Beavoir en 1975: una filosofía política autoritaria que cree que “no
se debería permitir a ninguna mujer que se quedara en casa para criar a sus
hijos. La sociedad tendría que ser completamente distinta. Las mujeres no
deberían tener esa opción, precisamente porque si existe tal opción, demasiadas
mujeres la van a tomar” (Steven Pinker, La Tabla Rasa, p. 258). Está
claro que Simone de Beauvoir habría impedido a toda costa que las mujeres
hiciesen lo que les gusta o lo que quieren y que su felicidad no le preocupaba
en demasía. Porque ¿tan difícil es imaginar una mujer que encuentra su felicidad
en educar a sus hijos? Sin embargo, las políticas en España procuran negarle
esa posibilidad de antemano. Al menos a las familias de clase media, que han de
renunciar a tener más hijos una vez llegados a un número determinado. Porque la
mayoría no puede prescindir de un salario (el de la mujer) al carecer entonces
de ayudas, lo que a su vez le dificulta su tarea de madre al no disponer de
tiempo. Además (por ejemplo), ¿quién cuida del niño que decide seguir la mala
costumbre de enfermar? Y en caso de seguir el “programa”, es indudable que este
crea nuevas injusticias: Se penaliza a las familias que no pueden recurrir a
familiares, amigos o demás para que le echen una mano. E incluso gran parte de
las mujeres asalariadas no tienen trabajos ni cómodos ni bien pagados ni estos
contribuyen en modo alguno a su felicidad. Aunque ya vimos más arriba que el
programa no pretende en modo alguno fomentar la felicidad. Más bien excluir el
amor del ámbito familiar.
En
definitiva: ¿no será que la política llamada de “conciliación familiar y
laboral” tiene el nefasto efecto de reducir la natalidad y el amor? ¿O cuanto
menos impone conductas? E imponer conductas ¿no es a fin de cuentas coaccionar?
Igualdad de género versus igualdad de trato
El
estadounidense Pinker distingue entre el feminismo de la igualdad, que
busca “combatir la discriminación sexual y otras formas de injusticia con las
mujeres y que forma parte de la tradición liberal y humanista clásica”. Sin
embargo, el feminismo de género “sostiene que las mujeres siguen estando
esclavizadas por un sistema omnipresente de dominación del macho, el sistema de
género, en el que <<los bebés bisexuales se transforman en las
personalidades de género de macho y hembra, una destinada a mandar y la otra, a
obedecer>>.” El primer tipo de feminismo vendría a ser una “doctrina
moral sobre la igualdad de trato”. El segundo busca “ignorar el género (sexo) negando
una parte importante de la condición humana” e “interpreta la igualdad como la
afirmación de que `todos los humanos son intercambiables´” en contraposición
al “principio moral de que los individuos no se han de juzgar ni limitar por
las que son las propiedades medias de su grupo.” Y ello a pesar de que ni
siquiera “las mentes de los hombres y las mujeres son idénticas, y recientes
revisiones de las diferencias de sexo han coincidido en algunas diferencias
fiables” (Steven Pinker, La Tabla Rasa…, pp. 495-501).
Sin
embargo es este segundo tipo de feminismo dogmático y totalitario el que se da
en nuestra clase política, que incansable fomenta consciente o
inconscientemente una new woman. Una mujer ávida de igualdad de sexos y
que desprecia la igualdad en el trato fomentando discriminaciones e injusticias.
¿Acaso no es conditio sine qua non para la libertad y por ende para la felicidad
el poder escoger sin presiones? ·- ·-· -······-·
Cristina Negro Konrad
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