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Cuatrocientos aniversario de la expulsión de los moriscos, cuestión de vida o muerte para España, por su complicidad continua con el peligro turco
Así iban a la muerte: Una juventud para la Eternidad
por
Santiago Cantera Montenegro, O.S.B.
Testimonios de los años de la Guerra de España, 1936-39
|
A la Virgen del Pueyo.
En una España, una Europa y una época que ofrecen signos
evidentes de una crisis de civilización, tales como las constantes rupturas
matrimoniales y por el contrario el ensalzamiento del indebidamente llamado
“matrimonio” homosexual, la “cultura de la muerte” que patrocina el aborto y la
eutanasia, la cultura del “pelotazo”, una “memoria histórica” sectaria y
sesgada, la juventud del “botellón”, la pérdida de valores y de ideales, y un
largo etcétera, es conveniente recuperar el testimonio magnífico de unas almas
generosas que, en lo mejor de sus años jóvenes, supieron dar también lo mejor
de sí mismas, hasta entregar sus propias vidas, precisamente por todo aquello
de lo que en esta crisis actual de civilización se reniega.
Ante todo, dieron con alegría y plena esperanza sus vidas
por Dios, y con ello demostraron que la vida eterna es una realidad; en segundo
lugar, dieron sus vidas por España, como muestra de que el patriotismo es una
verdadera virtud derivada de la piedad filial; y murieron perdonando de corazón
y sin odio, con lo cual dejaron una lección de que sólo la fe cristiana podía
alcanzar la necesaria reconciliación entre los españoles.
Muchos fueron asesinados, con juicio o sin él, simplemente
por su fe católica, por su amor a Cristo, y murieron así como auténticos
mártires. Otros fueron ejecutados más bien por motivos políticos, pero
afrontaron la muerte con la misma fe y con la misma actitud de amor de Dios,
esperanza en la vida eterna y perdón hacia sus enemigos. Otros cayeron en
combate con un verdadero espíritu de cruzados, entregados a la causa que
defendían y al mismo tiempo con sincero amor al enemigo. Otros no murieron
finalmente a consecuencia de la guerra, pero en el curso de ella mostraron su
disposición martirial y encararon con valor sobrenatural la realidad de la
muerte.
Traemos a continuación el florilegio de unos pocos
testimonios muy elocuentes de algunos escritos dejados por ellos en sus últimos
días o en sus últimas horas; escritos que adquieren visos de inmortalidad para
las jóvenes generaciones de hoy y que deben ser estímulo y aliciente de
imitación para ellas, porque “no vale la pena vivir la vida si no es para
quemarla al servicio de una empresa grande”, como recordaba uno de aquellos
jóvenes católicos españoles de 1936 recogiendo la cita de un autor espiritual
francés.
I. Mártires de la Fe
La II República desencadenó desde los primeros momentos una
auténtica persecución religiosa contra el catolicismo, que se hizo evidente
cuando, menos de un mes después de la proclamación de la República el 14 de abril de 1931, el 11 de mayo se produjo el asalto e incendio de iglesias y
conventos en diversas ciudades de España, sin que la autoridad hiciese
realmente nada para impedirlo. A este hecho se unió la legislación del régimen,
que ya desde la propia Constitución de 1931 dejaba ver una nítida dirección no
sólo anticlerical, sino abiertamente anticatólica en general. Además, el
ambiente político se caldeó con proclamas contra la Iglesia en numerosos mítines y publicaciones de las izquierdas, así como en los del Partido
Radical (centristas) de Alejandro Lerroux, con quien se coaligó nada menos que
la derecha cedista (la C.E.D.A., Confederación Española de Derechas Autónomas,
católica) de José María Gil Robles para acceder al gobierno, hasta que los
radicales se hundieron casi en la marginación política por sus escándalos de
corrupción. En fin, el odio a la fe que acompañó a la Revolución socialista de octubre de 1934 se mostró con toda su violencia sobre todo en
Cataluña y mucho más aún en Asturias y el norte minero de Palencia, dando lugar
a la “caza del cura y del fraile”, incendios de iglesias, etc.: los primeros
mártires de la fe por la persecución religiosa de la II República, varios de ellos ya beatificados y otros incluso canonizados, son de este
momento. Y, para terminar, todo estalló con su máximo furor en la Guerra Española de 1936-39 desde su mismo inicio, cuando en la “zona roja” saltó de lleno la
espoleta de la persecución religiosa, que ha dado una cifra de alrededor de
7.000 eclesiásticos asesinados simplemente por su fe, amén de otros muchos
seglares cuyo número todavía resulta difícil contabilizar.
Nos parece oportuno recoger un juicio imparcial y poco
sospechoso acerca de la realidad de aquella persecución religiosa, el de
Salvador de Madariaga:
Nadie que tenga a la vez buena fe y buena información
puede negar los horrores de la persecución. Que el número de sacerdotes asesinados haya sido de dieciséis mil o mil seiscientos, el tiempo lo dirá. Pero que
durante unos meses, y aun años, bastase el mero hecho de ser sacerdote para
merecer pena de muerte, ya de los muchos tribunales más o menos irregulares
que, como hongos, salían del pueblo, ya de revolucionarios que se erigían a sí
mismos en verdugos espontáneos, ya de otras formas de venganza o ejecución
popular, es un hecho plenamente confirmado. Como lo es, también, el que no
hubiera culto católico, de un modo general, hasta terminada la guerra y que,
aun como casos excepcionales y especiales, sólo ya casi terminada la guerra
hubiese alguno que otro. Como lo es, también, que iglesias y catedrales
sirvieran de almacenes, mercados y hasta, en algunos casos, de vías públicas
incluso para vehículos de tracción animal.
Propiamente, para que pueda haber declaración de martirio
como tal se requiere:
-que la víctima sea cristiana;
-que muera in odium fidei;
-que acepte las torturas y la muerte por amor a Dios y
fidelidad a Cristo, virtudes que se manifiestan además en el perdón a los
asesinos y en la oración por ellos a imitación de Cristo en la Cruz.
Todos estos rasgos se dan en los que aquí catalogamos como
“mártires de la fe”. Algunos están ya beatificados y otros se encuentran en
proceso de beatificación o es posible su apertura. Veamos una serie de testimonios
bien impactantes.
Estudiantes y Sacerdotes Claretianos en Barbastro
El martirio de 51 claretianos, casi todos jóvenes, en
Barbastro (Huesca) entre los días 2 y 15 de agosto de 1936, es una de las
páginas más impresionantes del Martirologio español, no sólo de la persecución
desatada por la II República y el Frente Popular, sino de toda la Historia de la Iglesia en nuestra Patria. Su testimonio de amor a Cristo y a España, de
decisión absoluta, de alegría al encarar la muerte, de conciencia de que marchaban
a la gloria eterna, de perdón sincero y profundo a sus verdugos, es realmente
estremecedor, como lo son algunos textos que ellos mismos dejaron. Recogemos
aquí algunos.
a) Beato Luis Masferrer Vila (San Vicente de
Torrelló, Gerona, 9.VII.1912 – Barbastro, Huesca, 15.VIII.1936)
Ya en 1931, en Solsona, el joven claretiano catalán Luis
Masferrer, entonces estudiante de Filosofía, reflejaba el ambiente martirial
que entre ellos se vivía y que iba preparando la gesta de 1936. En efecto,
menos de un mes después de la proclamación de la II República (14 de abril de 1931), las izquierdas más radicales y violentas procedieron a la
quema de numerosos conventos e iglesias en Madrid y varias ciudades españolas,
con el práctico consentimiento de las nuevas autoridades públicas (11 de mayo).
Era evidente, por lo tanto, que la persecución religiosa se iba a producir, más
aún cuando la propia Constitución del nuevo régimen la alentaba en gran medida
y ella misma la llevaba a cabo en puntos muy notorios.
Recogemos ahora parte de la carta escrita por el mencionado
estudiante claretiano a su primo, el P. José Vila, igualmente religioso
cordimariano, el 25 de junio de 1931. Refleja en gran parte la amenaza de ser
disueltas las congregaciones y comunidades religiosas y de ser obligados sus
miembros a adoptar la vida seglar. Unos años después, y ya ordenado sacerdote,
el 15 de agosto de 1936, fue asesinado en Barbastro (Huesca), así como otros 50
claretianos más, y ha sido beatificado ya junto con ellos. Ante la oferta hecha
de elegir: “¿A dónde queréis ir: al frente a luchar contra el fascismo, o a ser
fusilados?”; respondieron con claridad: “Preferimos morir por Dios y por
España”, y casi a continuación añadieron: “Os perdonamos con toda nuestra alma.
Cuando estemos en el cielo, pediremos por vosotros”. Fueron a la muerte
cantando, rezando y dando vivas a Cristo Rey, al Corazón de María, a la Asunción y al Papa. Leamos ahora el extracto de la carta mencionada de 1931.
Yo, por mi parte, estoy resignado; lo cual no quiere
decir, de ningún modo, que no sienta que la separación entre los que se aman
siempre es dolorosa, y lo es más en tiempo de tribulación y persecución. ¿Qué
será de nosotros? Su R. [Reverencia] se va a Méjico, Patria de muchos mártires,
en donde no ha acabado aún la persecución religiosa, y su servidor me quedo en
España; España que no es ya España sino Rusia. ¿Qué será de nosotros? La Ssma. Virgen nos protegerá como hijos suyos que somos y no permitirá que seamos vencidos en la pelea. Nos podrán dispersar, nos podrán hacer volver al siglo [la vida seglar], nos
podrán maltratar y perseguir, para quitarnos el santo temor de Dios,
salvaguarda de nuestras almas, y el amor a nuestra Madre que es la que guarda
en nuestro corazón el temor de Dios; pero su fin no lo conseguirán; nos podrán
matar, fusilar, descuartizar si quieren, pero su innoble fin no lo han de
alcanzar. Nuestra muerte será el noble trofeo de nuestra victoria,
y nuestra sangre ardorosa vertida a nuestro lado, pregonará a todos los vientos
la derrota completa de nuestros enemigos. Yo, por mi parte, he determinado y prometido llevar
siempre y en cualquier parte sobre mi pecho la consagración de mí mismo a mi
dulce Madre, firmada con mi sangre, y no permitiré que nadie me la quite. Ahora, a Dios gracias, estamos todos muy animados y
resueltos a ser fieles; pero si viene la dispersión, ¿quién sabe lo que
sucederá?
b) Beato José Brengaret Pujol (San Jordi Desvalls,
Gerona, 18.1913 – Barbastro, Huesca, 13.VIII.1936)
Los mártires claretianos de Barbastro, a falta de papel,
escribieron por lo general sus últimos textos en sus breviarios y
devocionarios, en hojas de libreta, en envoltorios de chocolate, en los
tablones de un escenario donde estaban presos, en las escaleras y hasta en las
paredes. Del joven cordimariano catalán José Brengaret nos ha quedado lo
siguiente, redactado posiblemente la víspera de su asesinato:
J.H.S. ¡Viva Cristo Rey! Si Dios quiere mi vida, gustoso
se la doy. Por la Congregación y por España. Muero tranquilo, después de haber
recibido todos los Santos Sacramentos. Muero inocente; no pertenezco a ningún
partido político; lo tenemos prohibido por nuestras Constituciones; acatamos
todo poder legítimamente constituido. Pido perdón a todos, delante de Dios y de
mi conciencia, de todos los agravios y ofensas. Perdono a todos mis enemigos.
Me despido de mi padre y de mis hermanos. Si Dios es servido de llevarme al
cielo, allí encontraré a mi madre. José Brengaret, C.M.F.
c) Beato Salvador Pigem Serra (Vilobí d’Onyar,
Gerona, 15.XII.1912 – Barbastro, Huesca, 13.VIII.1936).
Cundo en marzo de 1952 se procedió al reconocimiento del
cuerpo de los mártires con motivo de su traslado a la iglesia del Corazón de
María de Barbastro, se encontró pegado un trozo calendario en el bolsillo
apergaminado de la sotana del hoy ya Beato Salvador Pigem, en el que había
escrito el siguiente texto:
Nos matan por odio a la Religión. Domine, dimitte illis! [Señor, perdónales]. En casa no hicimos ninguna
resistencia. La conducta en la cárcel, irreprochable. ¡Viva el Corazón
Inmaculado de María! Nos fusilan únicamente por ser Religiosos. No ploreu per
mi. Sóc mártir de Jesucrist [No lloréis por mí. Soy mártir de Jesucristo].
Salvador Pigem, C.M.F.
Y en un papelito pegado al extremo del calendario dejó
también unas palabras en catalán para su madre, que traducimos aquí:
Mamá, no llores, Jesús me pide la sangre; por su amor la
derramaré: seré mártir, voy al cielo. Allá os espero. Salvador. 12-VIII-1936.
d) Beato José Figuero Beltrán (Gumiel de Mercado,
Burgos, 14.VIII.1911 – Barbastro, Huesca, 15.VIII.1936).
El Beato José Figuero escribió una carta serena a su casa,
en la que exponía la situación de terror y de persecución religiosa que se
vivía en Barbastro y con qué entereza cristiana afrontaba su próximo martirio:
J.M.J. Barbastro, 13-VIII-1936. Mis queridísimos padres y hermanos: Desde la prisión, donde me hallo desde el día 20 de
julio, con otros 49 compañeros, les dirijo las presentes líneas que serán las
últimas de mi vida. Pronto voy a ser mártir de Jesucristo. No lloren mi muerte,
pues morir por Jesucristo es vivir eternamente. Mi vida la ofrezco, como es natural, por Vds. y por toda
la familia, a fin de que llegue el día venturoso en que podamos vernos todos
reunidos en el Cielo. También la ofrezco por la salvación de mi patria la desventurada España y por la salvación de las almas de todo el mundo. En el Cielo espero
encontrar a Alfonso y en el Cielo rogaré por ustedes, para que se salven. Qué
felicidad la nuestra, mis queridos padres, si después de un número más o menos
largo de años nos encontramos juntos en el Cielo. Yo, en unos instantes, ruego
al Señor les dé a Vds. fortaleza para sobrellevar tan rudo golpe. Aquí han fusilado al Obispo, a todo el Cabildo
Catedralicio, a muchos sacerdotes de la ciudad y de los pueblos circunvecinos,
y a muchos paisanos. Al escribir estas líneas, 13 de agosto, han sucumbido ya
unos 30 compañeros nuestros y mañana, día de mi cumpleaños, espero ir derecho
al Cielo. Adiós, mis queridos padres, amados hermanos y
recordadísima familia. Adiós, hasta el Cielo. Allí rogaré por Vds. Nunca como ahora les ama su hijo que muere sereno y
tranquilo porque muere por Jesucristo. José, C.M.F.
e) Beato Eduardo Ripio Diego (Játiva, Valencia,
6.I.1912 – Barbastro, Huesca, 15.VIII.1936)
Este beato cordimariano valenciano dejó unas notas breves,
pero llenas de significado por el sentido de inmolación y de perdón que en
ellas se observa:
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María! ¡Viva la Iglesia Católica! ¡Señor! Perdono de todo mi corazón a todos mis enemigos y os pido que mi
sangre, que sólo por vuestro amor he derramado, lave tantos pecados como se han
cometido en esta Barbastro mártir. Eduardo Ripoll, C.M.F.
f) Beato Ramón Illa Salvía (Bellvís, Lérida,
12.II.1914 – Barbastro, Huesca, 15.VIII.1936)
Éste es otro joven claretiano catalán que nos ha dejado un
testimonio precioso: una carta martirial a su familia.
Queridísima madre, carísima abuela, recordados hermanos,
P. Faustino, Jovita, Pablo y Rosa (y demás) tíos y tías en el Señor: Con la más grande alegría del alma escribo a ustedes,
pues el Señor sabe que no miento: no me cansaría y (lo digo ante el cielo y la
tierra) les comunico con unas líneas que escribo que el Señor se digna poner en
mis manos la palma del martirio; y en ellas envío un ruego por todo testamento;
que al recibir estas líneas canten al Señor por el don tan grande y señalado
como el Martirio que el Señor se digna concederme. Llevamos en la cárcel desde el día 20 de julio. Estamos
toda la comunidad: 60 individuos justos; hace ocho días fusilaron ya al Rvdo.
P. Superior y a otros Padres. Felices ellos y los que les seguiremos; yo no
cambiaría la cárcel por el don de hacer milagros, ni el martirio por el
apostolado, que era la ilusión de mi vida. Voy a ser fusilado por ser religioso y miembro del clero,
o sea, por seguir las doctrinas de la Iglesia Católica Romana. Gracias sean dadas al Padre por Nuestro Señor Jesucristo, Hijo suyo,
que con el mismo Padre y Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los
siglos, Amén.
Ramón Illa, Misionero del Corazón de María, Clérigo
lector. Barbastro, 10-VIII-1936.
g) Beato Luis Escalé Binefa (Fondarella, Lérida,
18.IX.1912 – Barbastro, Huesca, 15.VIII.1936)
El joven Luis Escalé dejó escrito lo siguiente para sus
padres en un pañuelo:
Lérida. Sr. D. José A. Escalé. Por Mollerusa. Fondarella. Después de 22 días les dirijo estas líneas como recuerdo
y como despedida. Las ejecuciones han comenzado ya. Esperamos que de un momento
a otro nos llegará también. Cuando os notifiquen mi muerte, estad tranquilos
porque tenéis un hijo mártir. Hasta el cielo. Adiós. Su hijo intercederá por
todos. Luis Escalé, C.M.F.
h) Carta colectiva de despedida de la Congregación.
A falta de otro papel, 40 religiosos claretianos escribieron
el 12 de agosto de 1936 una hermosa carta colectiva de despedida, expresando su
perdón a los verdugos, su amor a los obreros, a la Iglesia, a la Congregación y a sus familias, y firmada por cada uno de ellos con emocionantes
¡vivas!
Agosto, 12 de 1936. En Barbastro. Seis de nuestros compañeros ya son mártires; pronto
esperamos serlo nosotros también; pero antes queremos hacer constar que morimos
perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la ordenación
cristiana del mundo obrero, por el reinado definitivo de la Iglesia católica, por nuestra querida Congregación y por nuestras queridas familias. ¡La
ofrenda última a la Congregación, de sus hijos mártires!
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Congregación mártir! Faustino Pérez, C.M.F.
¡Viva España católica! José Mª Ormo, C.M.F.
¡Viva el reinado social de Jesucristo obrero! T. Capdevila Miró, C.M.F.
¡Viva la Pilarica, Patrona de mi tierra! J. Sánchez Munárriz, C.M.F.
¡Viva el Corazón de María! Rafael Briega, C.M.F.
¡Viva Jesucristo Redentor! ¡Viva el Corazón de María José Brengaret Pujol, C.M.F.
¡Viva el Corazón de María! Juan Codinachs, C.M.F.
Por Dios, luchar hasta morir. Miguel Massip, C.M.F.
¡Viva el Beato P. Claret! Alfonso Sorribes, C.M.F.
Gracias y gloria a Dios por todas las cosas Ramón Illa, C.M.F.
¡Vivan los mártires! Luis Escalé, C.M.F.
Mi sangre, Jesús mío, por Dios y por las almas. Antolín Mª Calvo, C.M.F.
¡Viva el obrerismo católico! José M. Ros, C.M.F.
¡Viva el Ido. [Inmaculado] Corazón de María! Esteban Casadevall, C.M.F.
¡Viva la religión católica! Manuel Martínez , C.M.F.
¡Viva el Corazón de Jesús! José Mª Amorós, C.M.F.
¡Viva Jesucristo Rey! Manuel Torras, C.M.F.
¡Viva Cataluña católica! Fco. Mª Roura, C.M.F.
¡Viva Cristo Rey! Eusebio Codina, C.M.F.
¡Viva el Ido. Corazón de María! Hilario Mª Llorente, C.M.F.
Perdono a mis enemigos José Figuero, C.M.F.
¡Viva el Ido. Corazón de María! Sebastián Riera, C.M.F.
Domine, dimitte illis [Señor, perdónales]
Agustín Viela, C.M.F.
Offero libenter Deum sanguinem innocentem pro Ecclesia
et Congregatione [Ofrezco libremente a Dios mi sangre por la Iglesia y la Congregación] Johannes Echarri, C.M.F.
¡Vivan Cristo Rey y el Corazón de María! Eduardo Ripio, C.M.F.
¡Quiero pasar mi cielo haciendo bien a los obreros! R. Novich Rubionet, C.M.F.
¡Viva Barbastro católico! Manuel Buil, C.M.F.
¡Viva Dios! Nunca pensé ser digno de gracia tan
singular. Francisco Castán, C.M.F.
Ofrezco mi sangre por la salvación de las almas. Javier Luis Bandrés, C.M.F.
¡Vivan los Sagrados Corazones de Jesús y de María! Pedro García Bernal, C.M.F.
¡Viva el P. Claret, Apóstol y obrero! Luis Lladó, C.M.F.
¿Y qué ideal? Por ti, mi Reina, la sangre dar. Salvador Pigem, C.M.F.
Venga a nos el tu reino. T. Ruiz de Larrinaga, C.M.F.
¡Viva la Congregación! Alfonso Miquel, C.M.F.
¡Vivan los sagrados corazones de Jesús y de María! Juan Baixeras, C.M.F.
¡Viva el C. de María, mi madre, y Cristo Rey, mi
redentor! Luis Masferrer, C.M.F.
¡Señor, hágase en todo tu divina voluntad! Antonio Mª Dalmau, C.M.F.
¡Viva el Papa y la Acción Católica! Secundino Mª Ortega, C.M.F.
¡¡Muero por la Congregación y por las almas!! José Mª Blasco, C.M.F.
¡Vivan los sagrados corazones de Jesús y de María! José Mª Badía, C.M.F.
¡Viva la Congregación santa, perseguida y Mártir! Vive inmortal, Congregación querida, y mientras tengas en las cárceles hijos como los
que tienes en Barbastro, no dudes que tus destinos son eternos. ¡Quisiera
haber luchado entre tus filas! ¡Bendito sea Dios! Faustino Pérez, C.M.F.
Un Monje Benedictino de 21 años: Aurelio Boix Cosials
(Pueyo de Marguillén, Huesca, 2.IX.1914 – Barbastro, 28.VIII.1936)
Joven de un rostro sereno que llama la atención, vistió el
hábito benedictino en el monasterio entonces existente de Nuestra Señora de El Pueyo, junto a Barbastro, el 12 de octubre de 1929; profesó sus votos temporales el 15 de
octubre de 1930 y los solemnes el 11 de julio de 1936. Estudió en el Pontificio
Ateneo de San Anselmo que la Orden de San Benito tiene en Roma. Junto con otros
17 monjes de su comunidad de El Pueyo, fue apresado por los milicianos frentepopulistas
y asesinado. Igual que sus compañeros, perdonó a los verdugos y marchó hacia la
muerte con el grito de “¡Viva Cristo Rey!” en los labios.
Magnífico es el testimonio martirial del prior del
monasterio, otro joven de 33 años, Dom Mauro Palazuelos Maruri, quien pidió
despedirse de su Madre y lo hizo con el canto de la Salve, dirigido a la Virgen María. El proceso sobre el martirio de los 18 benedictinos
de El Pueyo se encuentra ya concluido y a la espera del paso definitivo para su
beatificación. Del joven neoprofeso solemne nos ha quedado una carta a sus
padres y a su hermano José realmente estremecedora: en ella veía el martirio
como culminación de su vida inmolada al amor de Cristo por los votos monásticos.
Asimismo se han conservado otras cartas más, algunas de las cuales recogemos a
continuación de la mencionada, y que también fueron escritas en el Colegio de
los escolapios de Barbastro, convertido en prisión por los frentepopulistas, donde
fueron recluidos los benedictinos junto con los propios hijos espirituales de
San José de Calasanz y con los claretianos.
†
Pax A mis queridos padres y hermano desde el convento de
Padres Escolapios de Barbastro, a 9 de agosto de 1936. Padre, madre y hermano de mi corazón: si esta carta llega
a sus manos, el portador de la misma les enterará de todo el proceso; yo me
limito a unas líneas. Hace 18 días que estamos casi todos los del Pueyo
detenidos en esta prisión. A pesar de las garantías que se nos dan, como medida
de prevención, quiero dedicar unas palabras a los seres que me son más caros. En noches anteriores se han fusilado unas 60 personas;
entre ellas, muchos curas, algunos religiosos, tres canónigos y esta noche
pasada al Sr. Obispo. Conservo hasta el presente toda la serenidad de mi
carácter, más aún, miro con simpatía el trance que se me acerca: considero una
gracia especialísima dar mi vida en holocausto por una causa tan sagrada, por
el único delito de ser religioso. Si Dios tiene a bien considerarme digno de
tan gran merced, alégrense también ustedes, mis amadísimos padres y hermano,
que a Vds. les cabe la gloria de tener un hijo y hermano mártir de su fe. La única pena que tengo, humanamente hablando, es de no
poder darles mi último beso. No les olvido y me atormenta el pensar las
inquietudes que Vds. sufren por mí. Ánimo, mis amadísimos padres y hermano, al lado de su
aflicción surgirá siempre la gloria de las causas que motivaron mi muerte.
Rueguen por mí, voy a mejor vida. Padre mío amado: la entereza de su carácter me da la
completa seguridad que su espíritu de fe le hará comprender la gracia que el
Señor le otorga. Esto me anima muchísimo: le doy el beso más fuerte que le he
dado en mi vida. Adiós, padre, hasta el cielo. Amén. Madre idolatrada: yo me alegro sólo al pensar la dignidad
a que Dios quiere elevarla, haciéndola madre de un mártir. Ésta es la mejor
garantía de que los dos hemos de ser eternamente felices. Al recuerdo de mi
muerte acompañará siempre esta gran idea: “Un hijo muerto, pero mártir de la
religión”. Que Dios no pueda imputarme más crimen que el que los hombres me
imputan: ser discípulo de Cristo. Madre mía muy querida, adiós, adiós… hasta la
eternidad. ¡Qué feliz soy! Hermano mío muy caro: En poco tiempo, ¡qué dos gracias
tan señaladas me concede mi buen Dios! ¡La profesión, holocausto absoluto…; el
martirio, unión decisiva a mi Amor! ¿No soy un ser privilegiado? Esto es lo más
íntimo que tengo que comunicarte. Las cartas adjuntas, al extranjero, envíalas
con una relación extensa de mi prisión, etc., ya te pongo bien clara la
dirección; certifícalas. El último beso, mi hermano, el más efusivo. Mi despedida postrera a la familia son unas palabras de
felicitación, tanto para mí como para Vds. Que Dios proteja siempre la familia
que ahora agracia con un favor tan señalado. Su hijo que les ama con un amor eterno.
Aurelio Ángel.
Ésta es otra de las cartas del joven benedictino:
† Prisionero en el convento de PP. Escolapios de Barbastro. Mis amados hermanos Manuel y Fernanda y demás familia: Os envío mi último adiós. Voy a morir mártir de mi fe. Alegraos conmigo. Soy feliz. Vuestro hermano, Ángel.
Y he aquí otra:
Prisionero en el Convento de Padres Escolapios de
Barbastro. A mi carísimo hermano Ramón y familia. A 9 de agosto de
1936. Hermano mío muy amado: Triunfa la revolución, las víctimas son incontables, pero
son una perla más en la corona del cristianismo, de la religión. He visto muy edificado las circunstancias de la muerte de las personas más
señaladas del clero en esta población: y dime tú cómo se explica, si no es de
una manera sobrenatural, aquella serenidad, aquella alegría, aquellos
entusiasmos con que reciben la muerte. Yo confío que tendré la suerte de ser sacrificado por una
causa tan noble: es una ilusión. Que Dios me conceda tal gracia. Hermano mío: mi adiós más cariñoso es para ti, a tu
esposa y a la niña. No olvides el problema de tu destino. Hay Dios. Vuestro hermano os abraza, Ángel.
La siguiente es también del mismo monje de El Pueyo:
†
Prisionero en el convento de Padres Escolapios de
Barbastro a 9 de agosto de 1936. Mi amado hermano José: Mi último adiós. Dentro de poco tendré la gran dicha de
ser mártir de mi fe. Te aprecio y no te olvidaré. Tu hermano, Ángel.
La que recogemos ahora la envió a Roma, al P. Palacios:
Rdo. P. Dom Luis Palacios, O.S.B. Colleggio di S. Anselmo Monte Aventino Roma 147. Italia Pax Prisionero en el convento de Padres Escolapios de
Barbastro a 9 de agosto de 1936. Mi apreciadísimo P. Palacios: En noches anteriores han fusilado a más de 60 personas,
el Sr. Obispo, canónigos, curas, religiosos, etc. En prueba del cariño que siempre me ha inspirado, le
dedico este último recuerdo. Dos gracias señaladísimas me otorga el Señor en poco
tiempo: la profesión solemne y el martirio. Estoy tranquilísimo y alegre
sobremanera. Adiós, P. Palacios. Su affmo., Aurelio Boix, O.S.B.
También escribió otras cartas más a profesores benedictinos
suyos en San Anselmo de Roma, en italiano, como ésta que presentamos ya
traducida:
Rdo. Dom Oliver Grosselin, O.S.B. Colleggio di S. Anselmo Monte Aventino Roma 147. Italia Pax En la prisión de los PP. Escolapios de Barbastro, 9
agosto 1936. Mi querido Dom Oliver: Antes de ser asesinado quiero dedicarle mi último
recuerdo. Soy muy feliz: Dios me da esta gracia singular del martirio. Adiós, hasta la eternidad. Le querré siempre. Affmo. de corazón, Aurelio Boix, O.S.B.
Y, por algunas expresiones martiriales, creemos que merece
asimismo ser recogida la siguiente, igualmente escrita en italiano a otro
profesor:
Rdo. Dom Patrizio Shaughnessy, O.S.B. St. Meinrad´s Abbey – St. Meinrad (Indiana) United States of America Pax En la prisión de los PP. Escolapios de Barbastro, 9
agosto 1936. Muy querido Dom Patrizio: Adiós, muy apreciado. Voy a unirme con mi Amor Infinito,
que me da la gracia particularísima del martirio. Rezaré por usted. Affmo. en Xto., Aurelio Boix, O.S.B.
Sacerdotes de la diócesis de Tortosa
La persecución religiosa fue muy dura particularmente en
Cataluña y Aragón, dada la fuerza del radicalismo de la FAI anarquista, del POUM marxista, de la Esquerra Republicana de Catalunya y de otras agrupaciones tremendamente hostiles a la religión y muy violentas. Según hemos
apuntado ya, la diócesis que proporcionalmente mayores daños sufrió, no sólo en
Aragón, sino en toda España, fue la de Barbastro, donde fue asesinado el 88% de su clero; allí se cebó la persecución sobre todo por el paso de las columnas
provenientes de Cataluña, auténticas columnas de la muerte que, sin embargo,
han sido no pocas veces idealizadas por la propaganda izquierdista. En
Cataluña, una diócesis severamente castigada fue la de Tortosa, en la que hubo más de 300 sacerdotes asesinados (62% del clero de la diócesis),
muchos de ellos jóvenes, y algunos de éstos dejaron unas cartas que merece la
pena recordar.
a) Julio Sevillano Loza
Nacido en Os (Lérida) en 1905, recibió la ordenación
sacerdotal en 1929 y fue coadjutor de la parroquia de Mora de Ebro hasta 1935,
cuando pasó a la de Rasquera y cumplió en ella la función de ecónomo. El 23 de
julio de 1936 llegó a esta localidad un camión de milicianos izquierdistas y
fueron casi directos a la iglesia, donde le espetaron: “Los curas se han
terminado. Fuera la sotana, que todo eso es una tontería”. Obligado a vestir de
seglar, fue paseado por las calles del pueblo y le recluyeron en su domicilio.
Fue conducido luego hacia Mora de Ebro, pero al llegar frente al Mas de Tortera
pararon el coche y le ordenaron caminar hacia delante; sabiendo cuál era su
intención, les indicó: “No es necesario, podéis matarme aquí mismo”. Se
arrodilló, pidió perdón y les perdonó, y al caer herido de muerte exclamó:
“¡Jesús mío!” Arrojaron su cadáver a una viña, de donde fue recogido y
trasladado al cementerio de Masroig. Mientras estaba detenido en su casa de Rasquera,
pudo escribir una carta a un feligrés suyo, su amigo Blas Bladé:
Mi buen apreciado Blai: Horas sólo faltan para abandonar Rasquera. Dios sea
bendito. La prueba es dura, pero nuestra fe y nuestra confianza
han de ser más fuertes que la persecución. Ánimo, buen amigo. Ni la
persecución, ni la cárcel, ni la misma muerte nos han de hacer retroceder. Si alguna vez te enteras que la impiedad se ceba sobre mi
cuerpo, no llores; te juro sufrir y morir por Dios y por la Patria; te juro ofrecer a Dios mis amarguras, por Rasquera, por vuestras almas, por la
salvación de mis propios enemigos. Lo único que me hace llorar son vuestras almas; hijo mío,
vuestras almas me preocupan. Son mías, me pertenecen, y como el Buen Pastor
debo dar la vida por mis ovejas. La daré, sí, la daré si es necesario. Volveré
a Rasquera, volveré a bendeciros, a confortaros… Aunque yo me marche, os dejo
mi espíritu. Ni el tiempo ni las amarguras, ni la muerte me podrá
borrar el cariño que te profeso y siento por tu cristiana familia. La gratitud
será siempre flor aromática de mi hoy afligido corazón. Ya supongo la pena que
a todos vosotros os aflige también en estos momentos. Levantad vuestro espíritu. Nuestro Dios no muere. Lo que
debemos hacer todos es penitencia por nuestros pecados. Sí, hijo mío, a los
pies de Cristo hagamos propósito firme de enmienda. Adiós; pronto te escribiré. Ven a Mora a verme. Adiós;
ofrece mis saludos a tus buenos padres, a tus buenos hermanos, a casa L. Ávila,
a Consuelo, a Pepito Torné. Adiós. Te abraza este tu amigo que de veras te ama, Julio Sevillano.
b) Antonio Pitarch Sanjuán.
Nacido en 1908, fue ordenado sacerdote en 1934 y nombrado
coadjutor de Villafamés el 2 de febrero de 1935: allí ejerció su ministerio
hasta julio de 1936. El 24 de este mes celebró su última misa en la parroquia,
sumió las sagradas formas que quedaban para evitar profanaciones, escondió
algunos objetos de culto y hubo de cerrar la iglesia. El 27 marchó hacia Castellón, con la esperanza de poder pasar a zona nacional, pero
en su viaje dio algunas vueltas y el día 10 de agosto, en el propio Villafamés,
fue detenido por un miliciano y se le condujo preso a Castellón; a lo largo del
viaje, jugaron a hacerle descender varias veces para tratar de torturarle
psicológicamente y atemorizarle con la idea de matarle, pero él respondía con
tranquilidad exponiendo sus anhelos de ir al Cielo. Se le recluyó en la Prisión Provincial de Castellón hasta que, al igual que otros sacerdotes y presos civiles,
fue asesinado en la terrible noche del 2 al 3 de octubre, en que se produjo el
asalto de los milicianos de la “Columna de Hierro” para apoderarse de la
cárcel: “Preparaos, que de vuestra sangre se harán morcillas para dar de comer
a vuestras familias”, fue lo que dijeron a los prisioneros. En la cárcel pasaba
largos ratos de oración y se mostraba sereno ante la proximidad del martirio. Allí
escribió varias cartas que dirigió a su prima, a quien se las remitía en las
visitas que pudo tener en septiembre. Traemos aquí las tres conservadas.
Manolita: Te mando la ropa sucia. El otro día me dijiste que estaba
por aquí Serrano, el que fue secretario de Villafamés. ¿Puede hacer algo por
mí? Mira, pues, si Serrano puede hacer algo. Y, si puede ser, alabado sea Dios;
como os he dicho tantas veces en las visitas que me has hecho juntamente con
Milagro. Rezad y pedid a Dios por mí y permitidme que sea un poco
egoísta en estos momentos: ya llegará el momento de rezar por ti y por todos
vosotros, si Dios exige mi vida, que estoy gustosísimo en ofrecérsela. Temo y sufro por mis pobres padres, porque ellos sufrirán
más de lo debido. Pero tú les dirás que no derramen una lágrima por mí, porque
desde el cielo les asistiré, consolaré y alcanzaré gracias del Señor para que
puedan soportar todas las penalidades de este valle de lágrimas. ¿Y mis
hermanos? Decidles lo mismo. E igualmente a todos. En el cielo nos juntaremos
todos para alabar eternamente a nuestro divino Redentor. Y nada más. Mañana no me hagáis esperar y continuará,
Dios mediante, nuestra charla. El bigote me lo he afeitado. Besos y abrazos a
todos. Tu primo, Antonio Pitarch. Cárcel Provincial, 14 de septiembre de 1936. Srta. Manolita Ibáñez.
La segunda de las cartas, sin fecha, decía así:
Manolita: Aquí tienes las dos letras diarias para tranquilizarte.
Poco tiempo tuvimos ayer para hablar, pero fue empleado bien y como te dije
puedes venir cuando quieras a verme porque seguramente lo permitirán. Ven,
pues, si no te pones en ningún peligro y no te sea molestia. Eso no quiere
decir que vengas hoy o mañana, no; sino cuando a ti te venga bien. Por ahora, sin novedad y no padezcas por mí. Confía en
Dios que todo lo puede, y, si perezco, es porque me quiere para que goce en el
cielo de su vista. Allí te esperaré y esperaré a todos, porque si ahora no os
olvido, mucho menos os olvidaré entonces. Y ahora, lo que tantas veces os he dicho y no me cansaré
de repetirlo: no lloréis por mí. No quiero que por mí se derrame una lágrima. Abrazos y besos. Tu primo, Antonio Pitarch. Srta. Manolita Ibáñez.
Y la tercera carta:
Manolita: Sigo la costumbre de escribir para tranquilidad tuya y
mía. No sé qué decirte hoy: lo de los días anteriores. Supongo guardarás todas las cartitas que te he dirigido
en días anteriores y seguirás guardando en días sucesivos, si Dios me lo
permite, para que sean en el día de mañana el consuelo de mis pobrecitos
padres, de las dos abuelas, de mis hermanos, de mi sobrinita Brigidín y de
todos los tíos y primos, en una palabra: de todos los de la familia. Por aquí estamos tranquilos, con la misma tranquilidad
que he tenido en los días que has venido con Milagro y las pequeñas. Con la
misma disposición de ánimo, etc. Por consiguiente, me parecería muy mal que,
siendo esto la voluntad de Dios, padecieras por mí. Ya me doy cuenta de que es casi imposible (o simplemente
imposible) el apartar del pensamiento todo lo que me sucede; pero conforma la
voluntad con la de nuestro divino Jesús y Él te confortará; en Él hallarás el
consuelo que sólo Él puede darnos y en Él lo podemos hallar. Y, con esto, verás
cómo se conforta el alma, cómo aumenta la gracia en el alma y cómo se goza ya
del cielo en este valle de lágrimas. Esto es consolador y esto es lo que nos ha
de animar a todos. Ánimo, pues, que esto se acaba. En el cielo nos juntaremos
todos y allí volveremos a tener aquellas reuniones familiares en que tanto
disfrutábamos todos los de la familia. Como recordarás, el martes dije a Milagro que había
adelgazado mucho. Dile que se cuide. Que, al fin y al cabo, esto no tiene
importancia. Que rece, que pida a Dios por todos. Nada más. Besos y abrazos a todos. Tu primo, Antonio Pitarch. Cárcel Provincial, 17 de septiembre de 1936. PD: Envíame los calcetines y pañuelos del bolsillo y
también papel de escribir cartas; diez o doce cuartillas u hojas, no importa.
Adiós. Srta. Manolita Ibáñez.
c) Vicente Aparisi Escura.
Este sacerdote nació en 1904 y recibió la ordenación en
1930, quedando adscrito desde entonces a la parroquia de su pueblo natal,
Aldover. En julio de 1936, apenas iniciada la persecución, fue detenido en su
propio domicilio y encarcelado en Castellón, donde compartió cautiverio con
otros muchos sacerdotes de la diócesis de Tortosa. El 24 de septiembre fue
llevado por unos milicianos de Almazora de nuevo a Aldover, donde lo pasearon
por las calles, incluso por delante de la casa en que vivía su anciana madre, y
lo asesinaron en la carretera del cementerio, muy cerca de la población. Su cadáver quedó abandonado allí hasta que los servicios municipales lo
trasladaron a una fosa común del cementerio del pueblo, pudiendo ser reconocido
poco antes por su tío y padrino de primera misa, Lorenzo Escura Manrique.
Terminada la guerra, sus restos fueron trasladados al nicho donde en la
actualidad reposan, junto a los de su madre. De él han quedado dos cartas
escritas en la cárcel el día 14 de septiembre, una dirigida al mencionado
Lorenzo Escura, al que trata cariñosamente como “padre”, y otra a dos sobrinos.
La primera es la siguiente:
Querido padre: Desde esta cárcel y a las ocho de la noche voy a ponerle
estas letras que le sean recuerdo mío, el que verbalmente hubiese querido darle
pero las circunstancias no lo permiten. Supongo que si dentro de breves horas
soy asesinado nunca será motivo de sonrojo para Vd. el tener no digo ya un
sobrino sino un hijo asesinado, antes al contrario. Como no por mi conducta ni
por mis actos ante la sociedad he sido merecedor de ello, será un orgullo el
tener un mártir en la familia que, allá desde el cielo, donde no dudo iré por
la divina misericordia, no cesará de rogar por Vd. y los suyos. En estos momentos últimos quizá de mi vida lego a Vd.
todo cuanto tengo, esto es, mi querida madre. Cuídela los días que el Señor le
conceda de vida. Desde el cielo, repito, procuraré corresponderle. Procuraré que llegue a sus manos mi reloj. Si lo consigo,
guárdelo como recuerdo mío. Mi estilográfica mejor guárdela para Pepita y que
sepa que tiene un primo asesinado en la cárcel, pero no por criminal sino por
ser ministro de Cristo. Para ti Dolores y María es mi deseo que guarden algo mío,
más no acierto a elegir cosa adecuada para su sexo. Ellas elegirán, y el suyo
es mi deseo. Para todos un recuerdo afectuoso y grande. Séales un
consuelo el pensar que estoy frente a la muerte muy tranquilo, como puede ver
por el pulso de mi letra. Réstame tan sólo una cosa, pedirle perdón por todas las
faltas y desatenciones; y espero dar un fuerte abrazo en el cielo. Vicente Aparisi Escura.
La segunda carta, dando unos últimos consejos antes de
partir para el Cielo, decía así:
Queridos sobrinitos: Al morir o sentirme cercano a la muerte, y teniendo esta
noche unos minutos libres, quizá los últimos de mi vida, los dedico para
vosotros. Recomiendo seáis muy buenos y respetuosos para con vuestros padres y
virtuosos para con Dios. Pensad siempre que la vida en este mundo no es otra cosa
que un tiempo para negociar la eternidad. Si conformáis vuestra conducta con
las leyes de la doctrina cristiana, que ya para vuestra edad sabéis y espero
aumentaréis sus conocimientos, ganaréis el cielo donde estaré esperándoos para
repetir aquel último beso y abrazo que os di aquel último lunes. Sed muy buenos es lo que insto y tú, María, cuando en el
próximo año recibas al buen Jesús en tu pecho, pídele te conceda la gracia de
ser fiel a los propósitos que formules en aquellos momentos. Y tú, Pepito, no
dejes de escribirle con frecuencia, al menos semanalmente, para que si un día
el Señor pone sobre vuestras frentes la corona de la paternidad, la llevéis
digna y santamente y con ella nos veamos en el cielo. Vuestro tío y sobrino, Vicente Aparisi, Pbro.
d) José María Verge Calvo.
Nacido en 1903, recibió la ordenación sacerdotal en 1927 y
fue inmediatamente nombrado coadjutor de Miravet, y en febrero de 1928 cura
regente de Villores; sin dejar esta parroquia, se hizo inmediatamente cargo,
como ecónomo, de la de Ortellas hasta enero de 1935, en que dejó la de Villores. La situación en la comarca se hizo difícil por la persecución religiosa sobre
todo desde el 22 de julio de 1936. Del 4 al 13 de agosto tuvo que presentarse
diariamente ante el Comité para firmar, pero este último día unos milicianos le
apresaron. En el ayuntamiento se encontró con otros sacerdotes detenidos y
padecieron juntos las burlas de los captores; atado a otro presbítero, fue
subido a empujones a un camión y llevado en él con otros sacerdotes hasta la
cárcel de Morella, de la que el día 15 fue sacado para trasladarle a la de Castellón. El día 29 de septiembre fue sacado de ésta con otros doce sacerdotes y
asesinado al borde de la carretera en la cuesta de Puebla Tornesa, para ser
luego enterrados en una fosa común en Borriol, hasta que sus familiares
pudieron reconocer el cadáver y sepultarlo individualmente en su pueblo natal
de La Mata, una vez liberada la zona. El mismo día de su martirio dejó escrita
una carta a su prima Nieves Royo Verge:
Apreciada Nieves y familia: Tal vez sea ésta la última vez que te escriba. Te recomiendo que seas buena y que te acuerdes de mí en
tus oraciones. Muero muy tranquilo y me considero dichoso porque pienso
entrar pronto en el cielo donde os esperaré. Por los servicios que me has prestado, dejo para ti todo
lo que poseo, menos las 1.500 ptas. que me adeuda Vicente Ferrer, las cuales entregarás a mi hermano Andrés, si vive; de lo contrario, comprarás
una imagen de S. José y otra de S. Gil para la parroquia de La Mata, y lo restante, para misas por mi alma. Cuando puedas mandas decir las misas que me
faltan celebrar. Despídete en mi nombre de mis parientes y amigos y me
despido de tus padres y de ti que tanto me has querido. Adiós. José María Verge.
Víctimas de la persecución en Lérida
Como ya se ha comentado, la persecución religiosa y la
represión política en Cataluña fueron terribles, especialmente en los primeros
meses de la guerra. En la Prisión Provincial de Lérida (en cuya diócesis fue asesinado casi el 66% del clero) coincidieron
muchas víctimas de la violencia frentepopulista, tanto sacerdotes como
seglares, y buena parte de ellos jóvenes; merece la pena recoger aquí algunas
de sus cartas.
Hemos destacado aparte la del joven Francisco Castelló Aleu. Veamos ahora
otras, quizá no todas en este caso de jóvenes, pero que nos parece interesante
exponer.
a) Cartas a las novias.
Traemos el extracto de la carta de un joven a su novia, tal
como aparece en la obra que tenemos delante para este apartado, y que revela la
fortaleza espiritual que los encarcelados adquirieron en prisión, como
preparación para la muerte.
[…] Lo que más lamentaría, mi Luisita queridísima, es
verte afligida y llorando por mi suerte en vez de estar valiente y orgullosa
como al principio; te pido, en lugar de lágrimas, bañarme de oraciones, que
éstas son eficaces para ambos. […] Cómo se templa el corazón aquí dentro y se fortifica
el alma y la voluntad, aquí en donde se ve la vida verdadera, real en todas sus
crudezas y calamidades […].
b) Cartas a las esposas.
Llaman la atención asimismo las cartas, breves o largas, que
algunos varones casados dirigieron a sus esposas en sus últimos momentos.
Llegó por fin, esposa mía, el día de nuestra temporal
separación, pues es tan efímera la vida que no es nada ante la eternidad; tú,
como buena cristiana, tienes que tener la conformidad que yo tengo, que por la
fe que poseo, sé que Dios misericordioso perdonará a este pecador que dentro de
breve tiempo hará el sacrificio de su ida en holocausto de la Religión y de la Patria.
Otro ejemplo es la siguiente carta, que refleja, una vez
más, cómo los que iban a morir acudían con presteza al Sacramento de la Penitencia o Reconciliación, confesándose si tenían la ocasión de contar entre ellos con uno
o más sacerdotes, lo cual era bastante frecuente por la persecución que se cebó
en el clero católico. La preparación para la muerte era inmejorable y la
estancia en prisión constituyó en muchos casos unos auténticos ejercicios
espirituales y no pocas veces todo un motivo para la conversión en el momento
final.
Querida esposa: Qué doloroso es para mí llegar a estos momentos, los
últimos de mi vida, tener que abandonar lo que más he querido y quiero de este
mundo; pero qué vamos a hacer. Dios lo ha destinado así. De todos modos muero muy tranquilo, porque ingreso en la
lista de los Mártires, y mi nombre no se borrará jamás de la historia […]. Como te dije por medio de la ropa, antes de ir a juicio
me confesé, hice confesión general y ahora la repetiré: todos mis compañeros
harán lo mismo […] Adiós, adiós, y adiós, mil besos del que no te olvidará
desde el cielo […]
También es hermosa, además de tener mayor extensión, la
siguiente carta, en la que se descubre a un auténtico mártir, alegre ante la muerte,
con capacidad admirable de perdón, mirando ya a la eternidad, al encuentro con
Dios:
A Clotilde Ferrero Jordana. – Almenar. ¡Esposa mía muy amada…! Las últimas impresiones de mi vida van sobre este papel
escritas, hallándome en la mazmorra de la cárcel, en la antesala de la muerte,
esperando el cerrojazo precedente del aviso para entregar mi sana sangre a la
pantera insaciable… Acepto gustosísimo el papel de mártir en la tragedia humana
más horrorosa conocida en la historia universal; […] yo afronto la muerte con
una valentía insospechada, en la cual me acompañan algunos de los demás
sentenciados, en especial Reñé y Malla; y esta valentía tengo la seguridad de
ser sobrenatural […]. Vivo estos últimos días, quizás estas últimas horas,
mirando tranquilamente cómo se acerca a pasos agigantados la muerte, que no ha
de causarme otro dolor que no sea el físico; y aún me permito el atrevimiento
de pedir a Dios el valor necesario para sufrirlo con la sonrisa en los labios,
seguro de ir a juntarme inmediatamente en el goce de la gloria con mis padres,
con los tuyos […]. Ruégote des gracias a Dios por haberte hecho esposa mía,
que, por serlo, soportas ya el segundo calvario de tu existencia; estos dos
calvarios serán seguramente la escalera o el ascensor que habrán de elevarte a
la gloria, desde donde yo te tenderé la mano […]. El sacerdote Valles, beneficiado de San Juan (Lérida), es
nuestro director espiritual en la antesala de la muerte. Él no está sentenciado
a muerte, lo está a reclusión perpetua… Ruégote, y lo mismo a mis hermanos, sobrinos y demás
parientes, no intentes vengarte de mis acusadores ni de mis perseguidores. La
venganza, en todo caso, ha de ser de Dios… Las pesetas que deposité en el peculio me las dio Mosén Pedro Solé, que esperaba ser asesinado antes de llegar a la cárcel. Quedan más de 300 pesetas que se pierden. He sacado unas 200 pesetas que han servido
para todos, mayormente para auxiliar a sacerdotes que no tienen un céntimo. Anselmo García.
c) Cartas a los padres.
Son igualmente muy emotivas algunas cartas conservadas
dirigidas a padres de presos que iban a ser asesinados, como la siguiente:
Adorada madre: ¡Ánimo! ¡Conformación! ¡Resignación! ¡Y valentía!, puedes
estar orgullosísima de tener un hijo elegido por Dios para Mártir de la Causa de la Religión y salvación de la Patria… Adorada madre. Recibe el último abrazo acompañado de
miles de besos de tu hijo que te espera en la gloria…
J. Lacort.
El mismo Joaquín Lacort, de quien luego recogeremos un poema
religioso, era conocido por su optimismo y su alegría, que incluso expresaba
frecuentemente cantando jotas. Muy poco antes de su muerte, escribía a su
madre:
Piensa que dentro de tres o cuatro días, cuando sea
llamado por Dios, no será el día de mi muerte. ¡No! Será una fecha grande para
mí y para ti. Para mí el natalicio de la Gloria disfrutando de los goces de ella; para ti la satisfacción y dicha de tener un hijo en ella que velará y
estará unido espiritualmente a ti, aquí en la tierra, y te preparará el camino
que tan bien ganado tienes, “Madre Dolorosa”. Aquí, en la cárcel, he estado siempre entre compañeros
buenísimos, católicos prácticos de verdad, y aquí ha sido donde he conocido la
realidad de la vida y la significación grande de tus consejos tan sanos. Si
hubiera salido, mi vida cuán distinta hubiera sido, hubiese imitado la tuya,
que tantas veces criticaba y que ahora te pido mil perdones por ello. Continúa
en igual forma, es la verdadera, socorrer al necesitado y amar al prójimo,
hasta a nuestros enemigos, que ellos dicen, porque yo no los tengo, al perdonar
a todos…
O también la siguiente, de un joven de Lérida, Rafael la Rosa:
Queridísima madre: Con la serenidad y la resignación que Dios da a sus
elegidos te escribo esta carta para darte una y mil veces las gracias por haberme
educado en los santos principios de la religión católica, ya que he estado
siempre convencido de la verdad de su doctrina; pero hasta hoy no me he dado
cuenta exacta de la enorme ventaja de los que tenemos la suerte de pensar así,
pues, cree, madre mía, que si pudieras verme te convencerías de la tranquilidad
de ánimo en que estoy, pues en vez de temer la muerte, deseo que llegue, porque
tengo la seguridad de que al dejar esta vida me espera otra inmortal que es la
que aspiramos poder alcanzar todos los creyentes… Adiós, madre mía, pero no para siempre, sino que hasta
luego, y ten la seguridad de que mi último pensamiento será para Dios y para
ti. Rafael La Rosa.
Asimismo, cabe destacar la de un sacerdote, Juan Camps, a
sus padres y su tía:
Día 30 Diciembre 1936. Apreciados padres y tía Lola: Son las seis de la tarde y nos comunican que a las 11 de
la noche nos ejecutarán. Adiós, padres míos y tía Lola. Morimos todos muy resignados y dentro de pocas horas
estaremos en el cielo. Somos 18, de manera que de la lista que encontraréis,
quedaron indultados todos los de Albagés, dos de Castellserá y Mosén Muntaner. Poned una cruz al lado de los que nos han ejecutado. Encontraréis dos rollos con cartas, un paquetito con la
medalla y llave, y otro paquetito con los rosarios. La ropa que envío es la siguiente: colchón, manta, una
sábana, cubrecamas, camisa, toalla y almohada. Ya entregaréis todas las cartas. Hasta el cielo. Adiós, padres míos y tía Lola. Os pido
perdón a todos, y confío dentro de cinco horas estar en el cielo. ¡Viva Cristo
Rey! Juan Camps, Pbro.
d) Poemas religiosos.
También hubo personas recluidas en la prisión y asesinadas
por su amor a Dios y a España que escribieron algunos poemas religiosos en los
que reflejan su estado de ánimo ante la proximidad de la muerte, como el
siguiente de Joaquín Lacort, de Binéfar:
Virgen Santa del Pilar, en Ti pongo mi esperanza, que me han condenado a muerte sólo por odio y venganza.
Que en la tierra no hay “justicia” es cosa sabida y vieja. Pero, mañico, ¡en el Cielo! eso es cosica más seria.
Virgencita del Pilar, diez hermanos te imploramos nos cobijes en tu seno “ahura”, el día que subamos.
Ni Comités ni Fiscales lograrán lo que ellos quieren: nos matan y no morimos, que los de Cristo no mueren.
Me despido de este mundo con la sonrisa en los labios y un Viva a Cristo y España y un Adiós a mis hermanos.
Un químico de 22 años: Beato Francisco Castelló Aleu
(Alicante, 19.IV.1914 – Lérida, 29.IX.1936).
Licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad de Oviedo, este apuesto joven socio de las Congregaciones Marianas de su ciudad
de adopción, Lérida, y miembro de la “Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña”, se encontraba ya trabajando en la empresa “Abonos Químicos Cros, S. A.”
y con deseos de casarse con su novia Mariona cuando, no mucho después de
comenzar el Servicio Militar, se produjo el Alzamiento Nacional y fue detenido
y condenado a muerte por el poder frentepopulista, acusado de “fascista” (falsamente,
pues no tenía afiliación política alguna) y definitivamente por su fe católica.
Murió perdonando a sus verdugos. Ha sido beatificado ya por Juan Pablo II y nos
ha dejado unos testimonios preciosos de desprendimiento y de ansias de
eternidad en unas pocas cartas escritas en catalán después de su condena a
muerte y poco antes de su asesinato por fusilamiento.
De ellas, sin duda es la carta a su novia la más impactante y estremecedora.
Cuando Pío XI las leyó, le saltaron las lágrimas, como pudo observar el
entonces secretario de Estado, Eugenio Pacelli, futuro Pío XII.
Ofrecemos en primer lugar la carta escrita a sus hermanas y
a su tía:
A mis hermanas Teresa y María Castelló Aleu y a mi tía. Estimadas: Acaban de leerme la pena de muerte y jamás he estado tan
tranquilo como ahora. Estoy seguro de que esta noche estaré con mis padres en
el cielo; allí os esperaré a vosotras. La Providencia divina ha querido escogerme a mí
como víctima de los errores y pecados cometidos por nosotros. Voy con gusto y
tranquilidad a la muerte. Nunca como ahora tendré tantas probabilidades de
salvación. Se ha terminado mi misión en esta vida. Ofrezco a Dios
los sufrimientos de esta hora. No quiero en modo alguno que lloréis por mí: es lo único
que os pido. Estoy muy contento, muy contento. Os dejo con pena a vosotras, a
quienes tanto he amado, pero ofrezco a Dios este afecto y todos los lazos que
me retendrían en este mundo. Teresina: sé valiente. No llores por mí. Soy yo quien ha
tenido una inmensa suerte, que no sé como agradecer a Dios. He cantado el “Amunt,
que ès sols camí d’un dia” [«¡Vamos, que es camino de solo un día!», del himno
de los que practican Ejercicios Espirituales], con toda propiedad. Perdóname
las penas y los sufrimientos que te he causado involuntariamente. Yo siempre te
he querido mucho. No quiero que llores por mí, ¿oyes? María: Pobre hermanita mía. También tú serás valiente, y
no te abrumará este golpe de la vida. Si Dios te da hijos, les darás un beso de mi parte, de parte de su tío, que los amará desde el cielo. A mi cuñado un
fuerte abrazo. Espero de él que será vuestra ayuda en este mundo y sabrá
sustituirme. Tía: en este momento siento un profundo agradecimiento
por cuanto Ud. ha hecho por nosotros. Nos encontraremos en el cielo dentro de
unos años. Sepa usted gastarlos con toda clase de generosidad. Desde el cielo
rogaré por Ud., éste que le quiere tanto. Saludos a Bastida, a la señora Francisqueta, a los Didos, a Pedro, a Puig, a López, a los amados compañeros de la Federación, que no quiero nombrar. A todos los amigos les diréis que muero contento y me
acordaré de ellos en la otra vida. A los Foles, a los tíos de Vallmoll, a los del Jardín, a
Carlos, a los de Alicante, a los de Pravia, a los de Sarriá, a todos mi afecto. Francisco.
A continuación recogemos la carta escrita a un amigo
jesuita, el P. Galán:
Querido Padre: Le escribo estas letras estando condenado a muerte y
faltando unas horas para ser fusilado. Estoy tranquilo y contento, muy contento. Espero poder
estar en la gloria dentro de poco rato. Renuncio a los lazos y placeres que
puede darme el mundo y al cariño de los míos. Doy gracias a Dios porque me da una muerte con muchas
probabilidades de salvarme. Tengo una libreta en que apuntaba las ideas que se me
ocurrían (mis inventos). Haré que se la manden a usted. Es mi pobre testamento
intelectual. Fíjese en el compresor de amoníaco. El H.G. puede sustituirse por
un líquido cualquiera, en circuito cerrado, las válvulas por válvulas metálicas
y la presión por una simple bomba centrífuga con presión. [Intercala el dibujo en el texto de la carta]
Le estoy muy agradecido y rogaré por usted. Recuerdos a los de Pravia. Francisco Castelló.
En fin, en la carta a su novia decía así:
Querida Mariona: Nuestras vidas se unieron y Dios ha querido separarlas. A
Él le ofrezco, con toda la intensidad posible, el amor que te profeso, mi amor
intenso, puro y sincero. Siento tu desgracia, no la mía. Siéntete orgullosa: dos hermanos y tu prometido. ¡Pobre Mariona! Me está sucediendo algo extraño, no puedo sentir pena
alguna por mi suerte. Una alegría interna, intensa, fuerte, me invade por
completo. Querría hacerte una carta triste de despedida, pero no puedo. Estoy
todo envuelto de ideas alegres como un presentimiento de Gloria. Querría hablarte de lo mucho que te habría querido, de
las ternuras que tenía reservadas para ti, de lo felices que habríamos sido.
Pero para mí todo es secundario. Voy a dar un gran paso. Una cosa quiero decirte: si puedes cásate. Desde el cielo
yo bendeciré tu unión y tus hijos. No quiero que llores, no quiero. Siéntete
orgullosa de mí. Te quiero. No tengo tiempo para nada más. Francisco.
Un joven obrero y sindicalista de Acción Católica: Beato
Bartolomé Blanco
Un mito bastante difundido por la propaganda marxista es que
siempre tuvieron en sus filas a las masas obreras y a los sindicalistas
encargados de defenderlas, tanto en el período que en este libro abordamos como
durante toda la Historia Contemporánea y a lo largo y ancho del mundo. Sin embargo, ello supone una negación
de la verdad histórica, según hemos reflejado ya en algún otro trabajo. Y para
el caso de la España de 1936, traemos aquí el ejemplo magnífico de un joven
andaluz, obrero y sindicalista, pero no por ello quisiéramos pasar por alto
otros casos bien significativos, aunque no recojamos testimonios suyos, como el
de un minero y sindicalista, mayor ya para las edades que aquí manejamos (había
nacido en 1888), que fue martirizado en Nembra (Aller, Asturias) en 1936 por su
fe católica y por su condición de presidente local del “Sindicato Católico
Obrero de Mineros Españoles”: Segundo Alonso González.
Por otra parte, hay que resaltar que la Acción Católica se encontraba boyante en la España de los años 30 y fue un estupendo
hervidero de vocaciones religiosas y sacerdotales y de jóvenes ejemplares que
se encaminaron al matrimonio. Como resultado de aquel magnífico ambiente, en
1936 fueron muchos los jóvenes de la Acción Católica que se alistaron voluntarios para la defensa de la fe y de la España católica y que entregaron sus vidas martirialmente. Como ejemplo de ellos, valga traer
aquí el testimonio dejado por un muchacho de 21 años, Bartolomé Blanco: nacido
en Pozoblanco (Córdoba) el día de Navidad de 1914, quedó huérfano de madre a
los cuatro años y de padre a los doce. Se formó en buena parte con los
salesianos y trabajó como sillero con un primo suyo. En 1932 fue elegido
secretario de la Juventud Masculina de Acción Católica al poco de fundarse en
Pozoblanco, y en 1934 obtuvo una beca en el Instituto Obrero Español creado en
Madrid por D. Ángel Herrera Oria: allí y en un viaje por el extranjero conoció
el desarrollo de las organizaciones católico-sociales europeas. Ejerció también
el cargo de delegado de Sindicatos Católicos en Córdoba, en cuya provincia
fundó en 1934-35 ocho nuevos sindicatos. No se vinculó propiamente a la
actividad política, si bien apoyó al partido católico Acción Popular con un
discurso en 1933. Durante un permiso en la prestación del servicio militar (que
realizaba desde 1935 en un regimiento de Artillería en Cádiz), le sorprendió en
su localidad natal el Alzamiento Nacional y se presentó a la Guardia Civil para la defensa del pueblo frente a los milicianos marxistas; al rendirse
Pozoblanco se escondió, pero fue apresado el 15 de agosto de 1936 por los frentepopulistas,
tanto por su participación en el Alzamiento como por su conocida militancia
católica. De allí fue trasladado a la Prisión Provincial de Jaén el 24 de septiembre, donde fue condenado a muerte y asesinado:
recibió los disparos del pelotón de fusilamiento descalzo por imitar a Cristo,
de frente y a cara descubierta, con los brazos en cruz y gritando: “¡Viva
Cristo Rey!” Ha sido beatificado por Benedicto XVI el día 28 de octubre de 2007
en Roma. En la Prisión Provincial redactó algunas cartas preciosas. Dada su
condición de huérfano, envió una a sus tíos y primos, que decía así:
Queridos tíos y primos: Noticias os llegarán de que me llevan a Jaén. Aunque no
conozco a fondo los propósitos que tengan, los considero pésimos. Mi última voluntad es que nunca guardéis rencor a quienes
creáis culpables de lo que os parece mi mal. Y digo así, porque el verdadero
culpable soy yo, con mis pecados, que me hacen reo de estos sacrificios.
Bendecid a Dios, que me proporciona estas ocasiones formidables de purificar el
alma. Os encomiendo que venguéis mi muerte con la venganza más cristiana,
haciendo todo el bien que podáis por quienes creáis causa de proporcionarme una
vida mejor. Yo los perdono de todo corazón y pido a Dios que lo perdone y los
salve. Hasta la eternidad. Allí nos veremos, gracias a la misericordia divina. Vuestro, Bartolomé.
Y a su novia le dirigió esta carta:
Maruja del alma: Tu recuerdo me acompañará a la tumba; mientras haya un
latido en mi corazón, éste palpitará de cariño para ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales,
ennobleciéndolos cuando nos amamos en Él. Por eso, aunque en mis últimos días
(Dios es mi lumbrera y mi anhelo), no impide para que el recuerdo de la persona
que más quiero me acompañe hasta la hora de la muerte. Al condenarme por defender siempre los altos ideales de
la religión, patria y familia, me abren de par en par las puertas de los
cielos. Cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo,
sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que
en este momento se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación
de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el Cielo por toda
la eternidad, donde nadie nos separará. ¡Hasta entonces, pues, Maruja de mi alma!
Un seminarista de Santander: José Susilla Bustamante
Al advertir la vocación al sacerdocio, José Susilla ingresó
en el Seminario Conciliar de Corbán (Santander) y luego se le envió al
Pontificio Colegio Español de Roma para los estudios de Teología, dadas sus
notas brillantes y su virtud ejemplar. La devoción al Papa era una de las
características más señaladas de su devoción religiosa. El 12 de julio de 1936
regresó a España para pasar las vacaciones con su madre y sus hermanos en
Reinosa (Santander), donde les sorprendió el Alzamiento Nacional. Fue detenido
con su hermano Adalberto y conducido a una cheka, pero luego se les puso
en libertad, a pesar de haber hecho una admirable defensa del Pontificado
Romano. Sin embargo, poco después volvieron los frentepopulistas a buscarles,
si bien no consiguieron cogerles hasta unos meses más tarde y les llevaron a la
cheka de Reinosa, donde fueron sometidos por tres días y tres noches a
torturas de frío, hambre, sed y golpes. Al encontrarles un rosario con el que
rezaban, determinaron su muerte, a lo que el joven seminarista respondió
valientemente: “He de morir gritando: ¡Viva Cristo Rey! Soy seminarista y tengo
que cumplir con mi deber”. Luego fueron conducidos a otra cheka, la del
terrible Manuel Neila, en la que sufrieron grandes crueldades, y de allí les tomaron
para ser arrojados, como tantas otras víctimas, desde el faro del Cabo Mayor al
acantilado (también fue salvaje en Santander lo acaecido en los barcos-prisión
“Alfonso Pérez”, con 171 víctimas, “Altuna Mendi” y “Cabo Quilates”). Poco
antes de su muerte, dejó escrita una bella poesía donde refleja que la
presentía cercana:
Pronto, Señor, nos veremos en tu Casa solariega.
Contadas tienes mis horas y los pasos de mis sendas, contadas mis pulsaciones y las gotas de mis venas, los soles que han de lucirme y las noches que me esperan, los inviernos que me aguardan y estíos y primaveras…
Tú escrita, Señor, la tienes mi jornada postrimera.
Yo sé que se está llegando yo sé que la tengo cerca, yo las veo, yo las toco de mi vida las fronteras.
Oh muerte que serás mi vida vida que serás eterna.
Pronto, Señor, nos veremos en tu Casa solariega.
Veo en tus manos las llaves que abriránme aquellas puertas.
Y siempre, Señor, contigo en tus moradas eternas; sin temores de perderte, sin las zozobras terrenas, sin aquel ¡ay!, en el alma, sin nublados ni tinieblas, sin los febriles ardores de ambición no satisfecha.
No son sueños, ni ficciones, no es ilusión, no es quimera.
Pronto, Señor, nos veremos y nos veremos de cerca.
Y serán tus heredades mi patrimonio y mi herencia, tu gloria será mi gloria, tu Cielo mi recompensa.
Pronto, Señor, nos veremos en tu Casa solariega.
Qué Casa, Señor, la tuya. Qué praderas tus praderas. Qué lumbre la de tus soles. Qué paz la de tus estrellas. Qué manar el de tus fuentes. Qué frescor el de tus selvas. Qué cantar el de tus auras. Qué bonanza en tus riberas.
Pronto, Señor, nos veremos en tu Casa solariega.
Un religioso pasionista: Beato Eufrasio Del Amor
Misericordioso
Eufrasio de Celis Santos nació el 13 de marzo de 1915 en
Salinas de Pisuerga (Palencia) e ingresó en la Congregación de la Pasión, en la que profesó sus votos el 23 de octubre de 1932 en Corella
(Navarra). Sufrió el martirio con otros hermanos de hábito en Manzanares
(Ciudad Real) el 23 de octubre de 1936, cuando tenía 21 años de edad y cumplía
exactamente los cuatro de profesión religiosa, al comienzo del curso en el que
tendría que haber iniciado sus estudios teológicos para el sacerdocio. Había
padecido primero un fusilamiento del que salió vivo y curó sus heridas, sirviendo
por un tiempo en la cocina, pero cayó definitivamente en el segundo, en la
fecha indicada. Pertenece a los 26 pasionistas de la comunidad de Daimiel
(Ciudad Real) que sufrieron el martirio y que han sido ya beatificados por Juan
Pablo II (1 de octubre de 1989). Además de la crueldad que padecieron algunos
pasionistas, cabe recordar la sufrida por el diputado Ruiz Valdepeñas, preso
con ellos, a quien los milicianos llevaban al campo y le uncían a una noria que
había de mover, arreándole latigazos como a las bestias; cuando caía a tierra
por agotamiento, le arrojaban encima agua de una alberca y comenzaba de nuevo
el suplicio. En cuanto al Beato Eufrasio, recogemos aquí parte de una carta
fechada en Daimiel el 26 de marzo de 1936 a su madre, Juana Santos, quien se encontraba en Salinas de Pisuerga, y en la que ya se observa el ambiente
revuelto que existía y la disposición al martirio y a lo que pudiere suceder.
[…] Aprovecho también la ocasión para felicitarles y
augurarles unos santos días de Semana Santa y Resurrección. No se olviden de mí
en esos días ante el Señor, y especialmente ante el Monumento; rueguen mucho
por sus necesidades y las mías y también por España. Pedid y recibiréis; llamad
y se os abrirá. Pidamos mucho al amor misericordioso, pues sólo su infinita
misericordia nos puede salvar. Meditemos con fervor en esos días los misterios
del Calvario y del Sagrario, y estemos dispuestos a padecer y sufrir con Cristo
y si es preciso morir con Él y con Él resucitaremos como dice San Pablo: “Si con
Cristo padecemos, con Él seremos glorificados”. Pueden estar tranquilos. Por
aquí nada ha pasado, todo está en paz. Del futuro nadie puede hablar; sólo Dios
sabe. Estemos resignados y dispuestos como los Macabeos: “Si tempus nostrum
appropinquavit…”
Un fraile carmelita descalzo: Beato Tirso De Jesús María
(Valdecarros, Salamanca, 19.IV.1899 – Toledo, 7-IX.1936)
Su nombre en el siglo era Gregorio Sánchez Sancho, con el
que firmó una carta que recogemos aquí. Tercer hijo de una familia de
labradores charros, era muy dado a la lectura desde niño y estudio en el
colegio de los carmelitas descalzos de Medina del Campo (Valladolid), donde ya
comenzó a despuntar como escritor y poeta. Inició su noviciado en Segovia en
1915 y profesó sus votos religiosos en 1916. Fue ordenado sacerdote en Segovia
en 1923, después de haber realizado los estudios de Filosofía y Teología en
Ávila, Toledo y Salamanca. Marchó a Cuba en 1924 para ocuparse de las labores
pastorales de los carmelitas en la isla y regresó a España en 1933, siendo
destinado a la comunidad de Toledo, que padecería el martirio en 1936. Apresado
a finales de julio de este año, se le acusó injustamente de “rebelión militar”
ante un “tribunal popular” y se le condenó a muerte, sentencia que acogió con
tranquilidad y serenidad de espíritu, feliz por ir a morir en realidad sólo por
ser religioso carmelita y sacerdote. Fue fusilado junto a las tapias del
cementerio de Toledo en la madrugada del 7 de septiembre de 1936, apretando con
las manos cruzadas un crucifijo contra su pecho y pidiendo perdón a Dios por
sus verdugos y por sus propias faltas; incluso uno de los asesinos quedó
profundamente impactado por su personalidad. Ha sido beatificado junto con
otros 497 mártires españoles de la persecución religiosa de la II República (1934, 1936 y 1939) el 28 de octubre de 2007. Poco antes de ser asesinado, dejó
una carta de despedida a los suyos:
Sr. Don Juan Sánchez, Valdecarros (Salamanca). Amadísimos padres, hermanos, sobrinos y demás familia: Por conducto del Sr. Director de la cárcel, deseo llegue
a su poder la presente con todos mis últimos documentos. Como verán por ellos,
no he cometido delito ninguno. Un tribunal de guerra me condena a la pena de
muerte. ¡Cúmplase la voluntad de Dios! ¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea! A todos les tengo presentes y les abrazo a todos con el
deseo de que sean muy felices en esta y la otra vida. Sean todos muy buenos.
Perdonen y bendigan y amen a todos, como yo les amo y perdono y bendigo. No se
ocupen de mí más que para rezar por mí. Adiós. Les bendice y abraza, Gregorio Sánchez. Toledo, 6.IX.1936
II. Asesinados por motivos políticos o por su vinculación
al Alzamiento Nacional
Uno de los motivos fundamentales del Alzamiento Nacional del
18 de julio de 1936 fue la defensa de la fe católica frente a la persecución
religiosa ya iniciada en 1931 y acrecentada sobre todo desde la llegada del
Frente Popular al poder en febrero de 1936.
Por ello, entre quienes fueron acusados de traición o por motivos políticos por
los poderes existentes en la zona frentepopulista, en muchas ocasiones no es
del todo fácil discernir dónde terminaba la inculpación por causas simplemente
políticas o de “rebelión militar” y dónde comenzaba el odio a la profesión de
la fe católica. Hay casos, por supuesto, en los que sí se ve clara la causa de
la acusación y no se descubre en ella motivación antirreligiosa. Pero, aun en
estos casos, con frecuencia sí se halla en el condenado una serena y alegre
actitud cristiana ante la muerte, realmente ejemplar, como se podrá observar en
los testimonios que presentamos a continuación.
Hoy se tiende a criminalizar el Alzamiento Nacional y a
presentarlo como un “golpe militar-fascista”. Pero, si la cosa hubiera sido así
de simple, la verdad es que no hubiera tenido la amplia y esperanzada acogida
que tuvo entre una gran parte de la sociedad española. Desde el mismo momento
en que comenzaron a enrolarse multitudes de voluntarios de todas las clases
sociales en las unidades militares del Ejército Nacional y en las milicias que
combatieron de su mano (especialmente Requeté y Falange), puede decirse que fue
un verdadero Alzamiento Nacional y popular. Pero, una vez más, pensamos que es
oportuno recoger el juicio de Salvador de Madariaga al respecto:
Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió
hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936.
Jóvenes marinos de la Armada Española
Son preciosas las cartas de algunos oficiales de la Armada Española, sentenciados a muerte en Málaga junto con todos los jefes y la oficialidad
de los destructores “Sánchez Barcáiztegui” y “Churruca”, en “juicio sumarísimo”
por “crimen de alta traición” al haber tratado de adherirse al Alzamiento
Nacional. La pena se ejecutó en la Prisión Provincial de Málaga el 21 de agosto de 1936. Fueron asistidos en sus últimos
momentos por el jesuita P. Francisco García Alonso, que convivió con ellos en la cárcel y testifica el elevado espíritu con que dieron sus vidas por Dios y por
España. Son magníficas asimismo las cartas del capitán de fragata Fernando
Bastarreche, comandante del “Sánchez Barcáiztegui”, pero, dado que aquí nos
centramos propiamente en el epistolario juvenil, no las recogemos.
a) Alférez de navío Juan Araoz.
El joven alférez de navío (el grado equivalente a teniente
del Ejército de Tierra) Juan Araoz, “chico ocurrente y oportuno de genio vivo y
alegre”, según lo describe el P. García Alonso, que le conoció en la cárcel de
Málaga, escribía con esta valentía a sus familiares:
Málaga, 21 agosto 1936. Queridísimos padres, hermanos y Auntie: A las dos de la madrugada de hoy, me comunican mi
sentencia de muerte. Voy a ser fusilado a las cinco, es decir, dentro de tres
horas. Dios ha sido tan bueno, que me ha concedido la felicidad de morir por mi
Patria y, mejor que eso, me ha dado un confesor, con el que acabo de confesar
hace un momento. A todos os pido perdón por lo que os he hecho sufrir con mis
defectos. A todos os quiero con toda mi alma y con todo mi corazón. Desde donde Dios me mande, os veré y os querré y rezaré
por vosotros, y velaré para que seáis felices, y Dios os conceda, como a mí,
morir cristianamente y en gracia de Dios. Pediré también que España se salve de
esta horrible hecatombe, y que todos seáis felices y recéis mucho por mí. Adiós
a todos, que Dios os bendiga. Paso estas últimas horas con mis once compañeros y con un
padre jesuita que nos auxilia. Adiós, os abrazo y os beso con toda mi alma y mi corazón,
vuestro hijo, sobrino y hermano, Juan. P.D.: Como yo creo en todo lo que Dios y la Iglesia nos enseña, le pido a Jeanne [su esposa] que se haga católica (en una carta
que le escribo), para que el día del Juicio y la Resurrección de la carne nos reunamos todos. Ayudadme a su conversión. La quiero tanto… y ha
sido tan buena para mí… Haced lo que podáis por ella. Adiós, hasta la
eternidad, Juan.
Como acabamos de leer, dejó otra carta para su también joven
esposa, con el deseo manifiesto de su conversión al catolicismo para poder
encontrarse de nuevo en el Cielo, pues ella no era católica y estaban casados
en matrimonio mixto. Tal fue el efecto de la epístola, que ella, al recibirla
en Londres, se puso en contacto con un jesuita inglés, quien la presentó a una
catequista delicada, y se bautizó allí mismo, antes ya de venir a España.
Recogemos a continuación el texto:
Málaga 20 Agosto 1936. Mi queridísima Jeanne: Hoy ha tenido lugar el Consejo de guerra y dentro de una
hora y pico me fusilarán. Perdóname todo lo que te he hecho sufrir. Te adoro
con toda mi alma y mi corazón. Sólo te pido en la hora de mi muerte que te
hagas católica y que reces por mí y que el día del Juicio Final nos reunamos
todos delante de Dios. Yo te lo suplico. La Religión Católica es la verdadera. Muero contento porque tengo tu cariño y tú me has hecho
tan feliz en todo el tiempo que hemos vivido juntos. Te ruego otra vez que te
hagas católica y no puedo decirte más porque quiero prepararme a morir
cristianamente. Adiós, te abrazo y te beso con toda mi alma, mi corazón,
y te espero en el Cielo con mis brazos abiertos. Tu marido que te adora, Juan.
b) Alférez de navío Tomás Silvestre.
Otro alférez de navío, Tomás Silvestre, dejó una breve
despedida a su madre, escrita en la misma noche previa a su muerte:
Querida, queridísima madre: He tenido mucha suerte. He tenido auxilios espirituales y
voy tranquilo y confiado en Dios, que me habrá perdonado. Por el confesor te
llegará este mi último papel. ¡Si supieras lo tranquilo que estoy! Sólo siento
tu pesar, pero consuélate que esta vida nada es comparada con la eterna. Muchos besos de tu hijo Tomás.
c) Teniente de navío Juan Soler-Espíauva.
El teniente de navío (el grado equivalente a capitán del
Ejército de Tierra) Juan Soler-Espíauva escribía así a su madre, María
Soler-Espíauva, y a los suyos:
Málaga, 21 agosto 1936. Mi queridísima madre y hermanos: Solamente puedo poneros dos letras, pues acaban de
notificarme que dentro de unas horas me fusilan con la oficialidad y jefes del “Sánchez”
y del “Churruca”. No lloréis por mí. No sabéis lo bueno que es Dios conmigo,
que no merezco tanta bondad. He pasado un cautiverio de un mes largo, horrible,
que me sirve de purgatorio. Así es que estoy convencido de que voy al Cielo
derecho. Sed muy buenos, para que nos reunamos allí pronto. Estoy encantado. Un sacerdote me espera para confesarme.
Un jesuita. Tengo una fortaleza inmensa, que me ha dado Dios en este instante.
A Carmina [su esposa] también la he escrito. Queredla mucho, que es muy
buena y me ha querido siempre con locura, como yo no he merecido nunca. Quered
mucho a mis hijos, ya que no me van a ver más los pobres. Yo, desde el Cielo,
os protegeré a todos. Perdóname, mamá, las lágrimas que mi ingratitud te haya
hecho derramar. Siempre te he querido mucho, aunque no tanto como tú mereces. Muchos besos a todos, y a Antonio y Solita y Carmen y
Pepe, y todos; y para ti, madre mía, un abrazo y mil besos de tu hijo que te
espera en el Cielo, Juan.
Y ésta es la carta a su esposa, María del Carmen Mirones:
Málaga, 21 agosto 1936. Mi muy amadísima Carmina: Ya todo se acaba. En este momento son las dos y media de
la mañana y a las cinco me van a ejecutar. No quiero entretenerme mucho en esta carta; perdóname,
pero poco tiempo tengo y quiero prepararme para el paso a la otra vida. No me llores, mi corazón, pues muero tranquilo y después
de haber pasado un mes largo de horrible cautiverio que me servirá de
purgatorio. Estoy convencido firmemente de que dentro de tres horas estaré en
el cielo y desde allí te esperaré y contemplaré, y pediré a Dios por vosotros
hasta que vengáis conmigo. Dios es buenísimo conmigo, pues me ha dado una fortaleza
inmensa para pasar este trago, y muero arrepentido de mis pecados que Dios me
ha perdonado. Un confesor me espera, así es que muero confortado con este
divino Sacramento. Mis cosas no sé si te gustarán. En la carpeta que yo
tenía te mando lo más esencial, que es mi reloj, para que lo lleves tú, y mi
carnet con otros papeles. Y ahora, mi última voluntad, Carmina querida: es que seas
muy cristiana siempre; no hagas jamás un pecado mortal que te prive de unirte
conmigo en el cielo. Sé una santa, dedícate a Dios y a tus hijos y hazlos muy
religiosos, muy cristianos. Reza el rosario diariamente y, si puedes, comulga
diariamente también y pide por mí. Ya te dejo para poner dos letras a mi madre
y preparar mi alma. Muchos besos a todos y tú y mis hijos de mi corazón,
recibid todo el cariño de vuestro marido y padre que no dejará de contemplaros
desde el cielo, Juan.
d) Teniente de navío José Fullea.
Otro teniente de navío, José Fullea, se dirigía así a su
madre el 5 de agosto de 1936, dando detallada cuenta de la trágica situación de
caos, terror y represión que se vivía en la Málaga frentepopulista, en la primera parte de la carta, y exponiéndole su buena preparación para la muerte próxima:
En la cárcel de Málaga a 5 de Agosto de 1936. Mi queridísima mamá: Hace unos 15 días le escribí una carta que dudo llegara a
su destino; hoy lo vuelvo a hacer quizás por última vez en mi vida. Como en mi
anterior, debido a las circunstancias, no le relaté lo ocurrido, quiero hacerlo
en ésta. El viernes día 17 salimos de Cartagena para cruzar frente
a Melilla. En esa situación permanecimos todo el día 18 y por la tarde fondeó
el buque en Melilla sumándose al movimiento. Algún tiempo después se
insubordinó la dotación sacando el barco del puerto y arrumbando a Málaga en
donde fondeamos en la madrugada del 19. Ya se puede Vd. figurar el sufrimiento moral de aquella
noche interminable, producido no por miedo, que no lo he tenido en ningún
momento, sino por el aspecto que presentaba el barco en manos de una dotación
indisciplinada y en completo desbarajuste. Basta decirle que debido a ese
estado en su dotación, el “A. Valdés”, otro destructor que corrió nuestra misma
suerte, varó en el malecón de Melilla al tratar de salir y a nosotros no nos ocurrió
por milagro. Además otra cosa que me producía gran pesar era ver el
desagradecimiento de algunos individuos de marinería y Auxiliares a quienes
tenía afecto y creía que me correspondían y no resultó así. Precisamente en ese
barco me he portado siempre con gran afecto y he querido a toda la dotación. A media mañana vino a sacarnos un camión de Guardias de Asalto y para traernos a
este presidio nos dio un paseo por la población, del que escapamos con vida por
milagro. En la ciudad estaba ardiendo toda la calle de Larios y
otra infinidad de edificios y muchas calles estaban obstruidas con automóviles
ardiendo. En las calles había numerosos grupos en la actitud que le
es de suponer y tuvimos que parar varias veces, una de ellas por tiroteo que
repelieron los guardias del camión y otra vez frente a la casa del pueblo por
obstrucción. En fin, un paseo de turismo. Por fin llegamos a esta cárcel en
donde ya llevamos 17 días. Estuvimos un día encerrados en celda y después nos
pasaron al departamento de políticos, en donde he estado hasta hace cuatro o
cinco días, en que tomé el destino de ordenanza de la enfermería con objeto de
acompañar al Comandante, que está en ella. Aquí también he pasado lo mío, pues la noche del día en
que llegamos le prendieron fuego a la cárcel los presos comunes (unos
trescientos) y tuvieron que sacarnos de las celdas y cambiarnos de alojamiento
hasta que se apagó el fuego. Un par de días después hubo una fuga violenta en
combinación con los de fuera y se escaparon todos los presos comunes y no
entraron en el departamento de políticos por milagro, pues días antes hubo
refriega entre ambos y tuvieron los comunes un muerto. A partir de ese día están entrando muchos presos
políticos. De cuarenta que éramos ya estamos unos trescientos de Málaga y su
provincia. También aumenta el número de presos comunes y hoy o mañana se
esperan los presos comunes de las cárceles de la provincia. Esta provincia ha sido la más castigada de España en el
movimiento y hay muchos cientos de muertos; pero en fin, no quiero contarle más
horrores. Ayer nos tomaron la primera declaración. El juez creo que
es un Auxiliar radio y venía en compañía de un Auxiliar de Oficinas y un
diputado comunista. Como se puede usted figurar, dadas las circunstancias
actuales no tengo ninguna esperanza de salvar la vida, solamente un milagro de
Dios pudiera hacerlo. A los pocos días de entrar en la prisión confesé con un
Padre recluso político y hoy lo he vuelto a hacer con un Padre Jesuita de Cádiz
que lo han detenido cuando hacía ejercicios espirituales en Málaga. Gracias a
Dios tengo tranquila la conciencia, que es lo único importante, que la vida no
vale nada y espero resignado y con valentía el momento final. También me
reconfortan las noticias que tengo del movimiento, pues creo que se salvará
España de este caos en que está metida. Adiós, mamina querida. Millones de abrazos a usted y la
nena y a mis hermanos Joaquín y Fulgencio. Que sean ustedes muy felices les
deseo de corazón. Yo muero bendiciéndolos a todos y contento. Pepe.
e) Teniente de navío José Garcés.
El teniente de navío José Garcés escribió unas breves líneas
a su esposa y a su madre, en las que refleja que esperaban el nacimiento de una
niña y deja un bonito testimonio de agradecimiento a la Virgen María por los auxilios que de Ella ha recibido en sus últimas horas.
Querida Pilar y querida madre: Son las tres; a las cinco me fusilan en la cárcel de
Málaga donde entré juzgado. A última hora he tenido la suerte de tener un
sacerdote a mi lado. Muero tranquilo y os pido perdón. Cuida de nuestra hija que deseo se llame Pilar, porque la Virgen en esta última hora me ayudó mucho. José Garcés.
f) Capitán de corbeta Rafael Cervera Cabello.
El joven capitán de corbeta (el grado equivalente a
comandante en el Ejército de Tierra) D. Rafael Cervera Cabello escribió una
hermosa carta a su esposa, Mercedes Zabala, el 21 de julio de 1936, recién
ingresado en la cárcel de Málaga. Relata cómo la oficialidad de su buque de
guerra se sumó al Alzamiento por su deseo de que España se salvase, y la manera
en que la insubordinación abortó el intento y cómo fueron detenidos, así como la
situación caótica y dantesca de la ciudad de Málaga, y finalmente le revela el
buen estado de su alma. Toda la despedida hacia ella pone el corazón en un
puño. Recogemos ahora esta epístola.
Málaga, 21-7-1936. Merche de mi alma: ¡Ya ves en qué ha venido a parar todo esto! Por si te llega esta carta, quiero darte un pequeño
extracto de lo ocurrido para que sepas cómo he obrado; aunque sé por anticipado
que por grande que sea nuestra pena aprobarás mi conducta. Al salir de Cartagena recibimos órdenes de ir 30 nudos a
Melilla y todo el camino fuimos recibiendo radios con órdenes severísimas a los
barcos −echar a pique los transportes de tropas que fueran para
España−. Ya comprenderás la noche que pasamos; y vimos la situación de la
siguiente manera: El estado de España era tal que, levantado el Ejército, el
Gobierno para reprimir el movimiento acudiría a las milicias socialistas y
comunistas y, por tanto, si triunfaba se implantaría el comunismo, con la ruina
de España. Había por tanto que ayudar al movimiento y, como pensábamos que no
se levantaría toda España y que se necesitaba fatalmente el Ejército de África
para vencer y que este Ejército no podría pasar a España si la Marina lo impedía, vinimos en consecuencia de que la salvación de España estaba en nuestras
manos, en las de la Marina. A mediodía del sábado recibimos un radio del General
Franco con una alocución patriótica al Ejército y Marina y esto, unido a unos
radios apremiantes del Ministro para que bombardeáramos Melilla, nos hizo
decidirnos a entrar allí y ponernos a las órdenes del Ejército de África. Amarramos en Melilla y, como para esto había que contar
con la tripulación, se llamó primero a los auxiliares a la Cámara y el Comandante les leyó la alocución de Franco y la reforzó con otra suya. La
recibieron con una frialdad fatal y entonces les habló a la marinería, que la
recibió exactamente. Nos quedamos muy fastidiados, pero no creímos que pasaría
más y, con un Teniente Coronel del Estado Mayor, pedimos nos mandaran a
desfilar por el muelle una bandera del Tercio con música y dando vivas a España
para levantar el ánimo de la gente. Al enterarse ellos, les entró tal terror que se
amotinaron y vinieron de repente a popa a exigirnos salir, pero ya ellos habían
largado las amarras y daban órdenes a la máquina con verdadero pánico. Esto fue
completamente imposible de evitar. Me pasé la noche esperando que me matasen, pues cada vez
estaban más excitados y por la mañana del domingo (19 de Julio) nos encontramos
que nos habían traído a Málaga. Fueron unos auxiliares a ver al Gobernador Civil y
vinieron unos Guardias de Asalto a buscarnos con la orden de detención. Nos
trajeron al Comandante, tres oficiales y a mí en una camioneta de Asalto a la
cárcel y no comprendo cómo no hemos muerto en el camino, pues estaba todo en
poder de las turbas, ardiendo media ciudad y los guardias formando causa con
ellos. Al ver que nos llevaban detenidos, se acercaban al coche con los puños
en alto, diciéndoles a los guardias que nos matasen por la espalda. En fin, ¡cómo te voy a contar todo lo que en esta cárcel estamos pasando con
incendios en ella, ataques de la calle y de dentro de todos los presos comunes!
A nosotros nos han puesto con los de Falange. Es tal el estado en que está esto que hasta este momento
no he podido ponerte unas letras, que les voy a dar a unos amigos por si alguna
vez pueden llegar a tus manos y te quiten de la terrible incertidumbre sobre la
suerte que haya podido correr. Desde que me vi preso en el camarote me preparé
a bien morir, rezándome la recomendación del alma. Estoy en gracia de Dios, y
esto, Merche de mi alma, es preciso que te entre dentro con tanta fuerza que tu
resignación pueda llegar a ser una dulce resignación; pues esta seguridad que
yo te doy, no hubieras podido tenerla a lo mejor, si muero tranquilamente en
una cama. Tú eres muy buena y moriré en la confianza de que
encontrarás con eso un gran consuelo, y como las niñas no se dan cuenta de
nada, casi es el momento mejor para morir. Tengo la conciencia absolutamente tranquila, creo que he
obrado bien y lealmente. En cuanto a ti, ¡qué te voy a decir!, tú eres una santa,
y sabes que te quiero con toda mi alma, que bendigo la hora en que te encontré,
y que el dolor de dejarte es el mayor sacrificio que puedo ofrecer a Dios en
estos momentos. No te quiero dar consejos porque no los necesitas. Haz siempre
en todo lo que te parezca, con la seguridad de que a mí me hubiera parecido lo
mejor. No puedo seguir hablándote a ti porque me parto de pena y pierdo la tranquilidad. Hasta este momento no había derramado una sola lágrima, y ahora no veo lo que
escribo. Ten en cuenta la presencia de ánimo que hace falta para esperar una
muerte segura y perdóname que, aunque me falten días, no te escriba más. Desde
este momento no quisiera pensar más que en la otra vida para entrar en ella, no
con dolor, sino con la alegría con que la debemos recibir los que creen como tú
y como yo; y si te escribo y pienso mucho en ti, me faltarían las fuerzas.
Perdóname, por tanto, y despídeme de todos, tanto de tu familia como de la mía. Adiós, Micucha, piensa mucho en Dios y que Él te dé resignación. Que las niñas salgan a
ti y, si no las llama Dios por otro camino, no te opongas nunca a que se casen
con un hombre honrado, creyente de verdad y que las quiera con el alma y la
vida, como te quiere a ti tu Rafael.
g) Capitán de corbeta Fernando Bustillo.
El también joven capitán de corbeta Fernando Bustillo dejó
una breve pero hermosa carta a su esposa, Concepción Navia-Osorio.
Suyas fueron unas palabras que dijo al P. García Alonso y que alcanzaron cierta
fama en los años siguientes, porque reflejan el espíritu de servicio y
sacrificio, de auténtica inmolación, con que muchos españoles entregaron sus
vidas en aquellos momentos: “Nosotros morimos, pero España se salva”;
ofrendaban a Dios sus vidas por su Patria.
Queridísima con toda mi alma Concha: Acaban de procesarme y piden para mí pena de cadena
perpetua a muerte. Yo creo que me matarán y te escribo tranquilo, pues espero
que Dios nuestro Señor, con su infinita misericordia, perdonará mis pecados y
no me condenará al infierno. Dios os proteja y a mí me dé su gloria. Adiós,
reza por mí. A mi madre, que me acuerdo mucho de ella, ¡qué le habrá ocurrido! Confesé y comulgué el 13 de Julio y estoy en gracia de
Dios. Ya ves que estoy tranquilo. Quisiera poderte dar un abrazo muy fuerte,
muy largo y un beso al nene. Adiós, hasta la otra vida. Reza por mí. Adiós. Fernando.
Un capitán del Ejército: Juan Ramos.
El capitán Juan Ramos, del Regimiento “Garellano”, de
guarnición en Bilbao, fue detenido el mismo 18 de julio de 1936 y se le llevó a
la cárcel, donde enfermó gravemente. Postrado y medio moribundo, tuvo lugar la
vista de su causa y se le condenó a muerte “por traidor”, según sentenció la
sectaria “justicia” frentepopulista. Había tenido la misión de servir de enlace
entre Burgos, Pamplona y Bilbao para el Alzamiento Nacional y fue descubierto.
Cuando el médico que le asistía y que veía en él un modelo de bondad y cortesía
quiso tratar de evitar o retrasar su ejecución operándole de apendicitis, el
joven capitán contestó: “¡De ninguna manera! Yo quiero morir de pie y con la
frente alta, como un soldado de España”. Transcribimos la carta que dejó a su
esposa e hijos, un auténtico testamento de recomendaciones y consejos finales
para su familia, antes de ser fusilado en Derio al día siguiente de redactarla.
Bilbao, 18 de diciembre de 1936, a las 12,45 en el Santo Hospital de Basurto. Queridísimos hijos míos: En estos momentos, que son los más trascendentales de mi
vida, os escribo para daros los consejos de un padre, al morir; por eso habéis
de seguirlos al pie de la letra y que os sirvan de guía. He tenido tres grandes amores: Dios, España y esta Madrecita
que os queda, porque Dios así lo dispone, para que la toméis de ejemplo
constante de amor, cariño y sacrificio; de abnegación constante. Por estos
amores tan puros he trabajado siempre con ahínco y con fe, he rezado mucho, he
luchado siempre por España, hasta entregar mi vida y mi sangre, y he adorado,
sobre todas las mujeres, a esta Mamasita que ha sido el amor de mis amores. Hoy
os dejo, cuando todavía sois niños, cuando no os dais cuenta de que perdéis al
padre, al consejero, al educador; pero Mamá, que es tan buena, hará mis veces,
y yo pediré desde el cielo por ella y por vosotros. Estudiad mucho, haceos hombres, siendo el único camino el
de la perseverancia y del trabajo, no olvidad nunca, como cosa primordial, la
fe en Dios, que salva las almas, fin para el que venimos a la Tierra. Sed buenos católicos, y cuanto más fervorosos mejor; desechad de vosotros los
respetos humanos para lo que se refiera a Dios; confesadle con orgullo, en
público y en privado, como el galardón más preciado que poseéis. Os dejo poca
fortuna; no es muy necesaria para vivir bien con Dios, lo contrario quizá os
perjudicara; de la privación y el sacrificio sale siempre la virtud. Tenéis ejemplo en vuestra Madre que os servirá de ejemplo vivo como ahorradora y
hacendosa; ella supo administrar lo poco que teníamos con tal maestría que
siempre hubo bastante en el hogar que juntos formamos y que ahora Dios dispone
que quede roto. Todo el cariño que pongáis siempre en ella será siempre poco;
nunca os han de parecer bastantes los sacrificios que hagáis en su beneficio y
yo os pido, hijucos míos, que cuando seáis mayores habéis de hacer mis veces
los tres: ayudadla, sostenedla, y, si Dios quiere que llegue a edad provecta,
los tres juntos seáis su sostén y el báculo de su vejez. No quiero rivalidades ni pendencias entre vosotros; el
mayor, tú, José Luis, a quien yo en esta fecha llamaba Puchito, en recuerdo de
aquella hermanita a quien, si Dios quiere, voy a ver pronto, habrás de perder a
veces tu derecho, en beneficio de los más pequeños; tú habrás de sustituirme en
los menesteres de Rector del hogar y, guiados siempre por el consejo de vuestra
Madre, ten la seguridad de que viviréis felices. Vosotros, Juan Ignacio y
Evaristo, obedeceréis a vuestro hermano, que tiene mi representación, y todos
juntos habéis de defender a vuestra Madre en todo y por todo, con razón o si
ella, con motivo o sin fundamento, pensando siempre que la suprema razón es la
de ser vuestra Madre. Cuando lleguéis a la juventud, conservaos puros de alma y
cuerpo; tened en cuenta que os habréis de encontrar en mil peligros, de los que
saldréis con el alma mancillada y el cuerpo podrido si caéis en ellos. Huid de
las mujeres públicas; no os darían más que un remordimiento de conciencia y un
mal sabor de boca, cuando no una enfermedad que os dejaría recuerdo para toda
la vida y, lo que es peor, que podéis legarla a vuestros hijos. Si por
desgracia, y Dios no lo quiera, caéis en pecado de lujuria y la enfermedad hace
presa en vosotros, acudid presto al médico confesando la falta: más vale
ponerse una vez colorado que ciento amarillo. La honradez acrisolada será vuestra norma; el cumplimiento
del deber, vuestro norte; cualquiera que sea la disciplina que escojáis, en
ella trabajad siempre con ahínco y con los ojos puestos en lo alto, que Dios
devuelve el ciento por uno. Si reveses de fortuna os ponen en situación precaria, los
tres, como un hombre, habréis de acudir y socorrer a vuestra Madre; el mayor
orgullo de un hijo es poder resarcir a su Madre de todos los sacrificios que
hizo por nosotros, en la cuna, en la infancia, en la juventud y durante toda
nuestra vida. Habréis de venerarla por todas las virtudes que posee y que a mí
en lo pocos años que Dios me ha permitido que seamos el uno para el otro me ha
demostrado; ella ha luchado a mi lado siempre, y cuando, a lo mejor, yo
desfallecía, cubría la brecha con su cuerpo y seguía la contienda. Yo, hijos míos, he muerto por el afianzamiento de la fe católica
y por el engrandecimiento de España, y aunque ahora hijos de ella me hagan
perder la vida, ahí quedáis vosotros para ofrendarla tres veces, pensando
siempre que vuestro padre, que os adora con locura, no vaciló un instante,
cuando ella, la Patria, la España querida lo necesitaba, en ofrendarle paz,
tranquilidad y todo cuanto poseía, y hasta la misma vida, por legaros una
España católica y grande como en los tiempos en que en España no se ponía el
sol. Muero mártir de estos deberes, y lo hago proclamando, como mi mayor timbre
de gloria, el haber sido católico, apostólico y romano, hasta el último
instante de mi existencia, en que, si Dios me lo permite, moriré gritando:
¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España! A todos mis enemigos perdono; pero habréis de tener en
cuenta que la justicia debe cumplirse sin venganzas, sin enconos, y no
empañando lo que debe ser fiel reflejo de la de Dios con el baldón de una pasión insatisfecha. Esto es lo que me lleva a la muerte; no ha habido injusticia mayor
en el proceso que se me siguió que la de declararme traidor a España, cuando yo
entrego mi vida, todo lo que tengo, por su engrandecimiento y liberación de las
garras de los sin Dios, los sin Patria y masones que, confabulados, pretendían
hundirla para siempre. Yo estoy seguro de que España resurgirá de sus cenizas y
volverá a lucir el sol para ella; he creído y creo en las virtudes de su
Ejército, fiel exponente, en estos momentos, de lo que quiere y debe ser
España, y yo le pido a Dios que vosotros gocéis los beneficios que os quiera
dar y que mi sangre derramada por Dios y por España abone la tierra, amor de
mis amores. Para ti, en último término, pues lo eres todo para mí, es
también esta carta, mi Candelas adorada; yo he encontrado mujeres brillantes en
mi vida, con muchas dotes, pero entre todas tú has sido la elegida de mi
corazón y Dios ha premiado con creces mi elección; nunca la hubo más cristiana,
más honrada y más abnegada, ni más pura. Yo la he amado con locura hasta mis
últimos momentos y la única obligación que os impongo es que la recompenséis
con vuestro cariño y vuestra adoración constante de todos los sacrificios que
ella ha hecho por mí, luchando hasta el último momento por conseguir un indulto
que me hubiera dejado más horas a su lado, pero que, a lo mejor, me hubiera
separado de Dios eternamente. ¡Cuánto quisiera dejarte mío para tu consuelo!, pero yo
te aseguro que, si Dios lo permite, en el Cielo, donde creo que iré, porque la
fe salva siempre, seré tu caballero allá arriba; que intercederé por ti, que pediré
e interpondré todo el amor que te he tenido, ante el trono de Dios, para que te
llene de todos los bienes que pueda concederte. A vosotros, abuelos y hermanos, a todos, gracias mil por
todos vuestros desvelos; habéis sustituido a mis padres cuando ellos me
faltaron y os he tenido en la misma veneración que a ellos; os pido perdón si
os falté alguna vez y no quiero encargaros que veléis por mis hijos el tiempo
que Dios os conceda la vida, porque así lo haréis. Y ahora, ante Dios, a cuya presencia voy a ir dentro de
breves horas, yo proclamo que he sido y soy católico, que muero contento de
entregar mi vida por Dios y por España, y que tú, Candelucas adorada, has sido
el más grande amor de mi vida terrenal. Adiós, mi cielo querido, adiós, hijucos adorados; sed
buenos siempre con Mamá y tú, alma de mi alma, amor de mis amores, esposa
modelo, mujer fuerte como la de la Biblia, recibe en mi último momento la
seguridad de que me has hecho feliz. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España! Adiós, Nenuca, hasta la eternidad, tu Juan.
Un soldado de Santander: Virgilio Rodríguez Fernández
(Susilla, Valderedible, Santander, 1916 – Santander,
14.X.1936)
Habiéndose incorporado como soldado voluntario en el
Regimiento de Infantería “Valencia, nº 23” en noviembre de 1935, era de profunda fe católica y, al estallar el Alzamiento Nacional, no quiso permanecer con
las tropas que quedaban afectas al bando frentepopulista, en el cual veía que
se venía desencadenando una terrible persecución religiosa. Trató de pasar a la
zona nacional el 18 de septiembre de 1936 junto con otro soldado, Germán Gutiérrez Gutiérrez. La noche del día siguiente fueron detenidos en Fombellida,
maltratados y conducidos a Santander, donde se les recluyó en la Prisión Provincial y se les condenó a muerte. Se preparó debidamente para ese trance, que
afrontó con magnífico espíritu cristiano, y fue asesinado por los esbirros del
criminal Manuel Neila. Al ir a vendarle los ojos a la hora de matarle, dijo: “A
mí, ¿vendarme los ojos? No será verdad. ¡Viva Cristo Rey!” Dejó escrita el día
previo una bonita carta a sus padres y hermanos:
Santander, 13 de octubre de 1936. Queridos padres y hermanos: Debo notificarles que me hallo en la Prisión Provincial de esta ciudad después de haber tenido un juicio en el que se me ha
declarado desertor del Ejército del Frente Popular. La sentencia será quizá
grave y me creo en el caso de comunicarlo a mi querida familia para su
conocimiento. En todo caso yo estoy resignado y deseo y pido a Dios
para Vdes. la resignación que yo tengo. Aunque tuviera que sufrir la última pena, créanme que
estoy dispuesto con el mejor ánimo y que si esto ocurriera, sabré morir como un
buen cristiano, agradecido a Vdes. por la buena educación que me han dado. Por si sucede así, tengo el consuelo de dejar para Vdes.
un reloj como recuerdo mío. Este reloj lo tiene hoy en Santoña Emeterio, el
cuñado de Carlos. Vdes. pueden pedírselo y él lo entregará en la primera
ocasión. Para completa satisfacción de Vdes. añado que me he
confesado con toda tranquilidad y buen ánimo. Y bien saben Vdes. que para un cristiano la despedida más
larga y última es “hasta luego”, porque la vida es breve en la tierra y
volveremos a unirnos en el Cielo. No tengan pena por mí y encomiéndenme a Dios. Recuerdos muy cariñosos para todos los parientes y amigos
de su affmo. Virgilio Rodríguez.
Un abogado tradicionalista: Javier Pradera Ortega
El hijo del eminente pensador, orador y político
tradicionalista-carlista navarro Víctor Pradera, Javier, fue detenido en su
domicilio de San Sebastián por milicianos anarquistas de la CNT y llevado a la cheka que se había instalado en el convento de franciscanos de
Atocha el 2 de agosto de 1936. En la misma fecha, también su padre fue apresado
por milicianos anarquistas y separatistas (del sindicato nacionalista ELA-STV),
por orden del nacionalista Telesforo Monzón (pues el comisariado de Orden
Público estaba bajo la dirección, absolutamente inoperante, del PNV). Javier
salió absuelto el día de su detención, pero no así su padre, a quien se recluyó
en la cárcel de Ondarreta, en manos de las Juventudes Socialistas Unificadas
(organización que agrupaba a las juventudes del PSOE y del PCE bajo la
dirección de Santiago Carrillo). Nuevamente detenido Javier, ahora por orden
del PNV y con el desagrado de los cenetistas que le habían liberado, fue
conducido a la cárcel del Kursaal y luego a la de Ondarreta, la cual fue asaltada por los milicianos marxistas el 26 de agosto, ocasión en
la pudo encontrarse con su padre y estuvieron a punto de ser asesinados. La
noche del 30 de agosto fueron fusilados 56 presos de la cárcel en venganza por
la toma del fuerte de San Marcial por unidades de Ejército Nacional, pero ambos
salvaron aún sus vidas. Ante la cercanía del avance victorioso de los requetés
(las milicias tradicionalistas carlistas) sobre San Sebastián, los frentepopulistas
y los separatistas procedieron a rápidas ejecuciones de presos y el 6 de
septiembre asesinaron por separado a Víctor Pradera y a su hijo Javier.
Javier era un joven abogado, casado y con hijos, que
heredaba el mismo pensamiento por el que su padre se había venido esforzando
para restaurar en España la monarquía tradicional. Y como él, también se oponía
al racismo y al antiespañolismo del nacionalismo vasco, así como a labor de
destrucción de la esencia católica de España que estaban tratando de realizar
las izquierdas. Por todo ello fue detenido y ejecutado. Su padre, don Víctor,
murió haciendo un precioso acto de fe y perdonando a quienes le habían
denunciado y a quienes le mataban; el hijo, por su parte, pudo confesarse y
rezó el acto de contrición, ofreció su vida a Dios y, de rodillas, con las
manos cruzadas y la mirada hacia lo alto, cayó bajo las balas. Dejó escritas
previamente unas bonitas cartas a su familia, que recogemos a continuación.
La primera es la dedicada a su esposa:
Carmenchu queridísima: Estas letras son mi testamento espiritual y material:
puedo escribirlas porque la infinita Misericordia del Altísimo me ha conservado la vida hasta estos momentos. Te dejo todos mis pequeños bienes, porque si eres única
en mi cariño, has de serlo también de otro modo. Vela por nuestros hijos para
que crezcan y mueran en el seno de la Iglesia católica como muero yo, que pude confesarme a la salida del Kursaal y he podido hacer acto de contrición. No sé cuándo moriré: hoy, día 24 [de agosto], a
las tres y veinte, me han sacado de la celda y he podido juntarme con papá, a
quien también han sacado para fusilar. Después de hora y media de agonía nos
han soltado. He escrito en esos momentos las letras que están en la dirección
de la adjunta tarjeta, que supongo te la manden con esto cuando muera. Reza por mí y haz que mis hijos bendigan mi memoria. Adiós, hasta el Cielo. Javier. Adiós Víctor, Nena y Javierito. −Papá.
A su madre, María Ortega, le mandó esta otra carta:
Madre queridísima: Cuando esto recibas, habré pasado ya a mejor vida. No sé,
si como esta madrugada iba a suceder, abrazado a papá. Pero bien seguro que
Blanquita no me abandonará en el camino del Cielo. Reza por mí y ampara a Carmen y a mis hijos, que desde
ahora, deberán serlo tuyos también. Adiós, hasta el Cielo. Javier.
Y a sus hijos y de nuevo a su esposa, les decía finalmente:
Vikiki mío queridísimo: Te dejo en recuerdo de mi cariño, a ti, hijo primogénito,
de mi corazón, los botones de la pechera, regalo de tu madre, a quien en lo
humano querrás como yo la he querido. Reza por mí y acuérdate siempre del cariño de tu Padre.
Mashasha mía de mi alma: Nada puedo ofrecerte como prenda de mi cariño. Ya sabes
cuán grande era y todo el amor que te profeso. Reza por mí y acuérdate siempre de tu Papachu.
Xtº [Xavierito] mío: Tú, que llevas mi nombre, eres el tercero de mis hijos;
pero no el tercero de mi corazón. Tu edad no te permite conocer cuánto me apena separarme
de ti; pero espero que todos nos reuniremos en el Cielo. Papá.
Carmenchu mía queridísima: Guarda estas líneas como testamento de mis hijos y hazles
saber a los pobrecitos todo el dolor de mi alma al dejarlos desamparados. Que guarden mi memoria como yo los tengo presente en mi
corazón. Tuyo, hasta el Cielo, Javier.
Un político: José Antonio Primo De Rivera y Sáenz De
Heredia
José Antonio Primo de Rivera nació en Madrid el 26 de abril
de 1903, descendiendo por línea paterna de una estirpe militar y aristocrática
de relieve a partir del último tercio del siglo XIX. Estudió Derecho y ejerció la abogacía. Según contaba él mismo, no había pensado dedicarse a la política, pero lo hizo
finalmente para defender la memoria de su padre, el general D. Miguel Primo de
Rivera, que entre 1923 y 1930 encabezó bajo el reinado de Alfonso XIII la Dictadura que restauró en España el orden y la paz: fin de la Guerra de África y pacificación de Marruecos, fin del terrorismo anarquista, fin de las
huelgas que desangraban la economía e integración del sindicato socialista UGT
(Unión General de Trabajadores) en la vida económico-laboral, promulgación de
una avanzada legislación socio-laboral para la época, saneamiento de la hacienda
e impulso de las obras públicas y de la economía, etc.
La evolución política de José Antonio, sin embargo, es digna
de notar y cabe resumirla, a muy grandes rasgos, en las fases siguientes: sus
inicios se observan principalmente en la Unión Monárquica Nacional y muestra ciertas tendencias liberal-conservadoras; en 1933 funda la Falange Española y, admirando en buena medida el fascismo italiano y el modelo corporativo,
quiere sin embargo que sea un proyecto muy diferente; a partir sobre todo de la
fusión con las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista) de Ramiro
Ledesma Ramos en 1935, evoluciona principalmente a lo largo de 1935 hacia un
sindicalismo revolucionario. En cualquier caso, tres son los principios
esenciales de su pensamiento: la dignidad de la persona, desde una profunda
concepción cristiana; el sentido de España como Patria; y la justicia social.
En gran medida aspiraba a una síntesis de los aspectos positivos de las
derechas y de las izquierdas en un proyecto que no fuera ni de derechas ni de
izquierdas, capaz de fundir la Patria con el Pan y la Justicia.
Detenido por su jefatura al frente de la Falange a raíz de la llegada al poder del Frente Popular, fue conducido después a Alicante,
donde se le sentenció a muerte y fue fusilado el 20 de noviembre de 1936. No
sólo su testamento, que aquí recogemos como muestra de serenidad y de fe ante
la muerte, sino ésta misma, son un hermoso testimonio del espíritu de
reconciliación cristiana y nacional que latía en su corazón: afirmó no considerar
enemigos a quienes le condenaban y a quienes le iban a matar, estrechó la mano
al director de la prisión, animó a los otros cuatro que eran ejecutados con él
(dos carlistas y dos falangistas)… Mientas su mano derecha se alzaba ante el
pelotón con el saludo de la Falange por él fundada, la izquierda sostenía un
crucifijo. Léase su testamento sin prejuicios y se verá cuán lejos estaba de su
corazón el deseo de provocar una guerra civil, qué hondo sentía el perdón
cristiano y con qué fe afrontaba su hora final.
Testamento que redacta y otorga José Antonio Primo de
Rivera y Sáenz de Heredia, de treinta y tres años, soltero, abogado, natural y
vecino de Madrid, hijo de Miguel y Casilda (que en paz descansen), en la Prisión Provincial de Alicante, a dieciocho de noviembre de mil novecientos treinta y seis. Condenado ayer a muerte, pido a Dios que si todavía no me
exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad
con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos,
sino la de su infinita misericordia. Me acomete el escrúpulo de si será vanidad y exceso de
apego a las cosas de la tierra el querer dejar en esta coyuntura cuentas sobre
algunos de mis actos; pero como, por otra parte, he arrastrado la fe de muchos
camaradas míos en medida muy superior a mi propio valer (demasiado bien
conocido de mí, hasta el punto de dictarme esta frase con la más sencilla y
contrita sinceridad), y como incluso he movido a innumerables de ellos a
arrostrar riesgos y responsabilidades enormes, me parecía desconsiderada
ingratitud alejarme de todos sin ningún género de explicación. No es menester que repita ahora lo que tantas veces he
dicho y escrito acerca de lo que los fundadores de Falange Española
intentábamos que fuese. Me asombra que, aun después de tres años, la inmensa
mayoría de nuestros compatriotas persistan en juzgarnos sin haber empezado ni
por asomo a entendernos y hasta sin haber procurado ni aceptado la más mínima
información. Si la Falange se consolida en cosa duradera, espero que todos
perciban el dolor de que se haya vertido tanta sangre por no habérsenos abierto
una brecha de serena atención entre la saña de un lado y la antipatía de otro.
Que esa sangre vertida me perdone la parte que he tenido en provocarla, y que
los camaradas que me precedieron en el sacrificio me acojan como el último de
ellos. Ayer, por última vez, expliqué al Tribunal que me juzgaba
lo que es la Falange. Como en tantas ocasiones, repasé, aduje los viejos textos
de nuestra doctrina familiar. Una vez más, observé que muchísimas caras, al
principio hostiles, se iluminaban, primero con el asombro y luego con la simpatía. En sus rasgos me parecía leer esta frase: “¡Si hubiésemos sabido que era esto, no
estaríamos aquí!” Y, ciertamente, ni hubiéramos estado allí, ni yo ante un
Tribunal popular, ni otros matándose por los campos de España. No era ya, sin
embargo, la hora de evitar esto, y yo me limité a retribuir la lealtad y la
valentía de mis entrañables camaradas, ganando para ellos la atención
respetuosa de sus enemigos. A esto tendí, y no a granjearme con gallardía de oropel
la póstuma reputación de héroe. No me hice responsable de todo ni me ajusté a
ninguna otra variante del patrón romántico. Me defendí con los mejores recursos
de mi oficio de abogado, tan profundamente querido y cultivado con tanta
asiduidad. Quizá no falten comentadores póstumos que me afeen no haber
preferido la fanfarronada. Allá cada cual. Para mí, aparte de no ser primer
actor en cuanto ocurre, hubiera sido monstruoso y falso entregar sin defensa
una vida que aún pudiera ser útil y que no me concedió Dios para que la quemara
en holocausto a la vanidad como un castillo de fuegos artificiales. Además, que
ni hubiera descendido a ningún ardid reprochable ni a nadie comprometía con mi
defensa, y sí, en cambio, cooperaba a la de mis hermanos Margot y Miguel,
procesados conmigo y amenazados de penas gravísimas. Pero como el deber de
defensa me aconsejó, no sólo ciertos silencios, sino ciertas acusaciones
fundadas en sospechas de habérseme aislado adrede en medio de una región que a
tal fin se mantuvo sumisa, declaro que esa sospecha no está, ni mucho menos,
comprobada por mí, y que si pudo sinceramente alimentarla en mi espíritu la
avidez de explicaciones exasperada por la soledad, ahora, ante la muerte, no
puede ni debe ser mantenida. Otro extremo me queda por rectificar. El aislamiento
absoluto de toda comunicación en que vivo desde poco después de iniciarse los
sucesos sólo fue roto por un periodista norteamericano que, con permiso de las
autoridades de aquí, me pidió unas declaraciones a primeros de octubre. Hasta
que, hace cinco o seis días, conocí el sumario instruido contra mí, no he
tenido noticia de las declaraciones que se me achacaban, porque ni los
periódicos que las trajeron ni ningún otro me eran asequibles. Al leerlas
ahora, declaro que entre los distintos párrafos que se dan como míos,
desigualmente fieles en la interpretación de mi pensamiento, hay uno que
rechazo del todo: el que afea a mis camaradas de la Falange el cooperar en el movimiento insurreccional con “mercenarios traídos de fuera”. Jamás
he dicho nada semejante, y ayer lo declaré rotundamente ante el Tribunal,
aunque el declararlo no me favoreciese. Yo no puedo injuriar a unas fuerzas
militares que han prestado a España en África heroicos servicios. Ni puedo
desde aquí lanzar reproches a unos camaradas que ignoro si están ahora sabia o
erróneamente dirigidos, pero que a buen seguro tratan de interpretar de la
mejor fe, pese a la incomunicación que nos separa, mis consignas y doctrinas de
siempre. Dios haga que su ardorosa ingenuidad no sea nunca aprovechada en otro
servicio que el de la gran España que sueña la Falange. Ojalá fuera la mía la última sangre española que se
vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español,
tan rico en buenas calidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia. Creo que nada más me importa decir respecto a mi vida
pública. En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca
es alegre morir a mi edad, pero sin protesta. Acéptela Dios Nuestro Señor en lo
que tenga de sacrificio para compensar en parte lo que ha habido de egoísta y
vano en mucho de mi vida. Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido
dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos
a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico. Cumplido lo cual,
paso a ordenar mi última voluntad en las siguientes cláusulas. Primera. Deseo ser enterrado conforme al rito de la religión Católica, Apostólica, Romana, que profeso, en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz. Segunda. Instituyo herederos míos por partes
iguales a mis cuatro hermanos: Miguel, Carmen, Pilar y Fernando Primo de Rivera
y Sáenz de Heredia, con derecho de acrecer entre ellos si alguno me premuriese
sin dejar descendencia. Si la hubiere dejado, pase a ella en partes iguales,
por estirpes, la parte que hubiera correspondido a mi hermano premuerto. Esta
disposición vale aunque la muerte de mi hermano haya ocurrido antes de otorgar
yo el testamento. Tercera. No ordeno legado alguno ni impongo a mis
herederos carga jurídicamente exigible; pero les ruego: A) Que atiendan en todo con mis bienes a la comodidad y
regalo de nuestra tía María Jesús Primo de Rivera y Orbaneja, cuya maternal
abnegación y afectuosa entereza en los veintisiete años que lleva a nuestro
cargo no podremos pagar con tesoros de agradecimiento. B) Que, en recuerdo mío, den algunos de mis bienes y
objetos usuales a mis compañeros de despacho, especialmente a Rafael Garcerán,
Andrés de la Cuerda y Manuel Sarrión, tan leales durante años y años, tan
eficaces y tan pacientes con mi nada cómoda compañía. A ellos y a todos los
demás, doy las gracias y les pido que me recuerden sin demasiado enojo. C) Que repartan también otros objetos personales entre
mis mejores amigos, que ellos conocen bien, y muy señaladamente entre aquellos
que durante más tiempo y más de cerca han compartido conmigo las alegrías y
adversidades de nuestra Falange Española. Ellos y los demás camaradas ocupan en
estos momentos en mi corazón un puesto fraternal. D) Que gratifiquen a los servidores más antiguos de
nuestra casa, a los que agradezco su lealtad y pido perdón por las
incomodidades que me deben. Cuarta. Nombro albaceas contadores y partidores de
herencia, solidariamente, por término de tres años, y con las máximas
atribuciones habituales, a mis entrañables amigos de toda la vida Raimundo Fernández Cuesta y Merelo y Ramón Serrano Súñer, a quienes ruego especialmente: A) Que revisen mis papeles privados y destruyan todos los
de carácter personalísimo, los que contengan trabajos meramente literarios y
los que sean simples esbozos y proyectos en período atrasado de elaboración,
así como cualesquiera obras prohibidas por la Iglesia o de perniciosa lectura que pudieran hallarse entre los míos. B) Que coleccionen todos mis discursos, artículos,
circulares, prólogos de libros, etc., no para publicarlos –salvo que lo juzguen
indispensable–, sino para que sirvan de pieza de justificación cuando se
discuta este período de la política española en que mis camaradas y yo hemos
intervenido. C) Que provean a sustituirme urgentemente en la dirección
de los asuntos profesionales que me están encomendados, con ayuda de Garcerán,
Sarrión y Matilla, y a cobrar algunas minutas que se me deben. D) Que con la mayor premura y eficacia posible hagan
llegar a las personas y entidades agraviadas a que me refiero en la
introducción de este testamento las solemnes rectificaciones que contiene. Por todo lo cual les doy desde ahora las más cordiales
gracias. Y en estos términos dejo ordenado mi testamento en Alicante el citado
día dieciocho de noviembre de mil novecientos treinta y seis, a las cinco de la
tarde, en otras tres hojas además de ésta, todas foliadas, fechadas y firmadas
al margen.
III. Combatientes
Según hemos indicado ya, la motivación religiosa llevó al
frente de batalla a multitud de voluntarios en el bando nacional, incluso
venidos del extranjero (en especial, portugueses e irlandeses, pero también
algunos grupos significativos de rusos blancos, rumanos y de otras muchas
nacionalidades). Un espíritu de Cruzada enardeció los corazones de muchos
jóvenes y no tan jóvenes, que decidieron tomar las armas ante los atropellos
que la fe católica venía sufriendo en España y que se recrudecían desde los inicios
del conflicto. De las filas de la “Acción Católica”, entonces en pleno auge, salieron numerosos muchachos dispuestos a dar sus vidas por Dios y por España. E
igual fervor cruzado se descubre en los Tercios de Requetés, que tantos
combatientes y tanto heroísmo aportaron a la victoria nacional. Bien hace en
recordar un prestigioso, concienzudo y prometedor joven historiador que ha
tratado todos estos asuntos:
Como en tantas ocasiones, la paz vino después de la guerra. El fin de la persecución religiosa tenía lugar a medida que cada rincón de España era
liberado por los ejércitos de Franco y no acabó definitivamente hasta la Victoria del 1 de abril de 1939. Silenciar esto puede ser un nuevo secuestro de la memoria de
los mártires, ya que se pretende ocultar que otros muchos dieron su vida en las
trincheras para poner fin a aquella situación, y que también en los frentes se
luchaba y se moría por Dios y por España.
Como buena muestra de ello, ofrecemos a continuación toda
una serie de cartas bien elocuentes.
Un universitario, alférez aviador: Carlos María
Rey-Stolle
(Barcelona, 1916 – Logroño, 19.I.1939)
Carlos María Rey-Stolle es uno de esos jóvenes combatientes
que ha dejado un número elevado de cartas escritas durante la contienda, sobre
todo a sus familiares, en las que refleja el estado de su alma, su entrega
generosa a la causa de Dios y de España y su buena preparación para una muerte
que pueda llegar de un momento a otro, aun teniendo cierta convicción (que se
cumpliría) de que ésta no le acaecería en el curso de la guerra. Joven universitario, aunque nacido en Barcelona era de familia gallega. En los
comienzos del Alzamiento Nacional sirvió como voluntario en la Armada, para pasar luego a la Aviación, donde ostentó la estrella de alférez y se convirtió
en un valiente piloto. Profundamente religioso, con una vida espiritual que en
parte bebía de las Congregaciones Marianas de inspiración ignaciano-jesuítica,
afecto además a las ideas de la Falange y admirador del gran aviador García
Morato, participó valerosamente en la guerra y recibió la Cruz Laureada, pero murió en un accidente aéreo una vez terminado ya el conflicto. En sus
últimos tiempos experimentó una crisis interior de la que fue saliendo con el
auxilio de la gracia, entre otras cosas a partir de unos ejercicios
espirituales en Loyola, y que fue la preparación definitiva para el trance
final de su vida. Su hermano, el escritor jesuita conocido como “Adro Xavier”,
escribiría su biografía con auténtica admiración, y de ella tomamos aquí dos
cartas que consideramos bastante significativas en lo que concierne al modo de
afrontar la realidad de la muerte.
La primera que ofrecemos va dirigida a su hermano.
Gallur, 17-6-38. Querido Alejandro: Por fin, sé mi destino. No sé cómo explicártelo, si como
a profano en materia aérea o entendido, si como a hermano o como amigo, si la
verdad o su proximidad y parecido. Pero opto por hermano que eres y como sincero que soy, y
creo que así sigo mejor camino, aunque éste no es el que he cogido cuando
escribí a casa. Voy a la Cadena, caza de asalto, de protección de
Infantería, primera línea de la vanguardia del aire, a los servicios más
bonitos y también más peligrosos de todos y con mucha diferencia, y de más
bajas. Consiste en acompañar a los infantes en los avances, ametrallando a ras
de suelo las trincheras enemigas. Es la vanguardia de primera línea. Voy
contento y orgulloso de ir al peor sitio… y Dios sabe cuánto duraré. Yo, te soy sincero, no lo pedí, sino que me lo han dado;
tampoco hice nada para que me lo cambiasen, no he presionado en ningún aspecto;
así voy más tranquilo por si ocurre algo. Cumplo órdenes. Es éste mi deber y
gustosísimo, sabiendo que hay bastante peligro, voy a la Cadena, además con el orgullo de ocupar el puesto de más peligro del aire, y casi diría de la guerra. Caen muchos. Pero yo estoy completamente entregado a la Providencia, a los destinos de Dios. Si Él quiere que caiga, me ocurrirá; y si Dios no lo
quiere, hará, aunque sea diariamente, milagros, y nada me ocurrirá. Cualquiera
que sea mi futuro, es el destino que Dios me ha dado desde siempre, y yo acato
con toda conformidad, como creyente convencido y cristiano de fe. Quizá por la
muerte entre en la vida. Entonces estad orgullosos de tenerme allá: al fin, hoy
tantos somos de familia en el cielo como en la tierra: puedo ir con unos o con
otros, voy por los dos caminos dirigido por Dios, y ¿quién mejor que Él, que es
mi guía, me sabrá orientar? Tú y los de casa tened completa confianza, que, si sigo
como hasta ahora −que espero y quiero−, no dudo de la gloria que
Dios me dará (parece orgullo; no, es la tranquilidad que tengo). Y por ello no
tened penas ni tristezas, soportad al principio lo desagradable del definitivo
abandono y no olvidaros de mí, que siempre me hará falta, como yo lo haré por
vosotros. Anteayer le tocó morir a un compañero mío, Serra. ¡Qué
pena da…! Se lo dije a la novia, ¡qué triste embajada! Esto ha encorajinado mi
espíritu, si cabe. Mañana, Dios mediante, llegaré al frente. El avance es
fantástico. Aunque cueste la vida de uno, parece que la compensa la victoria. Ruega a Dios para que se haga su voluntad. Parece pesimista esta carta; es bastante realista, la
verdad cruda. Pero tengo plena confianza de que nada me ocurrirá y que os veré,
al fin de esta guerra, con el orgullo de haber peleado valientemente en ella. Con toda el alma te abraza tu hermano, que pide ruegues
por él, Carlos María.
La segunda carta que recogemos aquí la remitió a la madre de
un amigo muerto en combate, un jovencísimo congregante mariano, voluntario en
el reconstituido Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat; en ella
expresa también de manera clara la actitud hacia la muerte con la que iban
ambos amigos:
Señora doña Carmen Galobart, viuda de La Riva. Muy querida y distinguida señora: De repente, y con la brusquedad de lo inesperado, me
dijeron lo ocurrido. Me parecía imposible el creerlo, y todavía me cuesta
horrores el acostumbrarme a tan grandísima pena. Acababa de recibir dos cartas suyas y estaba ya encantado
de poderlo ver ya tan pronto y abrazarlo y contarnos tantas cosas que por carta
nos decíamos, pero no es forma de desahogarnos del todo: esperaba ese momento
con gran ilusión, y ahora han fallado todos los planes. No he sentido por nadie, ni sentiré, más pena que por
Esteban. Lo quise muchísimo; ya en Barcelona solidificamos una amistad sincera
e íntima. No teníamos secreto alguno entre nosotros y coincidíamos
admirablemente. Me doy cuenta del sacrificio de usted. A Carroggio ya le
había dicho muchas veces que el caso de su hijo de usted no era de ir al
frente, y que no le presionase en absoluto, pero su ímpetu valeroso lo llevó
allí adonde su muerte alcanzó la mejor vida. Dios le tendrá en su gloria; desde allí velará y rogará
por usted. ¡Quién mejor que el único hijo para ayudarla a llevar pena tan
horrible! Yo, en la comunión, pido más a él por mí que yo por él. Él está ya
desligado de este valle de lágrimas, mientras nosotros −¡hasta que Dios
quiera!− quedamos padeciendo. Yo, señora, no le pongo en estas líneas una fórmula
protocolaria, sino que me gustaría poder expresar todo mi dolor. Como le
conocía muy bien sé que tengo ahora en el cielo el mejor amigo, que será mi
mejor intercesor. Poquísimas personas han podido llevar una vida así en la
guerra: tan pulcra y limpia para el alma y valerosa y heroica como español. Era
todo un resumen de todo lo bueno, y Dios no quiso que se llegara a marchitar
esa flor pura y se la llevó para Él. Tiene usted la satisfacción, dentro del
dolor, de entregar su hijo a Dios como Él se lo había dado. Así como muchos han variado con los motivos excepcionales
de la guerra, él siempre ha sido el congregante mariano de Barcelona: en sus
cartas y palabras −reflejo de sus pensamientos y vida− lo demostraba.
Él goza ahora de una vida que nosotros añoramos. Es la voluntad del Altísimo, y
hemos de recibirla gustosos. ¡Quién sabe si yo, que hoy intento consolarla por
la muerte de Esteban, vaya pronto con Él! Desde el primer día de guerra estoy
entregado a Dios, y le pido lo que más convenga, y para Esteban, no hay duda,
lo mejor en el cielo, porque un ángel en la tierra no puede vivir. Carlos María Rey-Stolle.
Un aristócrata: Francisco De Borja De Arteaga Falguera
(1916 – 5.VI.1937)
Hijo menor del XVII Duque del Infantado, don Joaquín de
Arteaga y Echagüe, y de Isabel Falguera, Condesa de Santiago, y hermano de la
que sería muy destacada historiadora, escritora y monja y priora jerónima M.
Cristina de la Cruz de Arteaga (actualmente está abierto su proceso de
beatificación), este joven de la nobleza no dudó en 1936 en lanzarse al frente,
renunciando a todas sus comodidades y posibilidades de futuro, para defender la
causa de la fe y de la España católica. Antes de cumplirse el primer año del
conflicto, cayó muerto en combate en la ofensiva nacional sobre el “cinturón de
hierro” de Bilbao, como alférez provisional, habiendo tenido un presentimiento muy
nítido de que se encontraba en los últimos días de su vida en la tierra. Afrontaba la lucha y la muerte con conciencia de cruzado y de mártir, idea en que su
hermana le confirmaba. Fue enterrado en el monasterio de los benedictinos de
Lazcano, en medio del calor popular. En el bolsillo de su guerrera encontraron
una carta dirigida a su madre: “Duquesa del Infantado. Se ruega llevarla a
mano, si es posible, en caso de que yo muera”. La transcribimos a continuación.
Dios y España. Faldas de Peña Lemona, a 3 de junio de 1937. Queridísima Mamá: Quisiera escribirte una larguísima carta, pero no puedo
ni me siento capaz de hacerlo. Esta carta es una despedida, pues creo que esta tarde
Dios me llamará. No entro en detalles de los que ya te enterarás. Lo único que quiero es decirte que tengas valor y que no
llores por mí, pues estaré mucho mejor que en esta tierra. Es duro el sacrificio, pero Dios y España nos lo exigen y
no podemos regateárselo. Dale un abrazo muy fuerte a papá; dile que quisiera
evitarle este nuevo disgusto, pero no puede ser. Te abraza fuertemente tu hijo que te espera allá arriba. Adiós y viva España, F. de Borja.
Un Congregante Mariano y oficial de complemento de Caballería:
Fernando Vidal-Ribas Torres
Fernando Vidal-Ribas Torres era un congregante mariano
catalán de 24 años cuando murió. Había hecho ejercicios espirituales en mayo de
1936 y había salido fortalecido de ellos. Oficial de complemento del Arma de
Caballería, la noche del 18 de julio se sumó con su regimiento, sito en
Barcelona, al Alzamiento Nacional, y al día siguiente cayo herido a las tres de
la tarde. Tras unas semanas de hospital, fue recluido en el barco-prisión Uruguay,
anclado en el puerto de la ciudad condal. Fue juzgado el 14 de octubre con
otros compañeros por un “tribunal popular” y los cuatro recibieron sentencia de
muerte, de las que se conmutaron las otras tres por cadena perpetua y se
mantuvo la suya, porque era odiado previamente en razón de sus apellidos, bien
conocidos en Barcelona. Fue fusilado el 16 de octubre y el día previo redactó
unas cartas a sus padres y a sus hermanos.
Barcelona, 15 octubre 1936, a bordo del vapor “Uruguay”. A mis padres, Emilio Vidal-Ribas Güell, María Torres Gener. Queridísimos Papás: Cuando esta carta llegue a vuestras manos, ya estaréis
enterados de que el día 14 fui juzgado ante un tribunal popular y condenado a
muerte. El delito de que se me acusa es haber salido a defender a
España y la religión, y yo, por mi España y mi Dios, doy la vida con gusto y
con verdadero orgullo, pues en estos momentos, más que nunca, comprendo que la
vida no es patrimonio del hombre, sino de Dios. Yo he pedido a Dios que se haga su Voluntad; ha sido
ésta. Alabado sea Dios y reine en España. Tened la seguridad de que los momentos más felices de mi
vida son éstos. Con la conciencia limpia y sabiendo muero por mi Patria, espero
con ansiedad el momento en que Dios me quiera llevar a su lado. Acoged mi muerte, no con tristeza, sino con alegría; Dios
lo quiere y España necesita mi sangre; desde el Cielo velaré por todos
vosotros. Perdonadme los malos ratos que os haya hecho pasar, los
disgustos que os haya dado, mis faltas, todo. Y, del mismo modo que Dios me dio la vida y que la
alegría reinó entre vosotros, y le disteis gracias a Dios, en este día alegraos
ahora, pues es su santa Voluntad. Os agradezco infinitamente la educación religiosa que me
habéis dado, pues a ella debo el morir como un verdadero cristiano. Pensad mucho en Dios, haced que mis hermanos piensen en
Él, y Dios os concederá la gracia de vivir y morir como verdaderos cristianos. Un último abrazo y un beso, con más amor que nunca, os
manda vuestro hijo que muere con Dios y por España, Fernando. ¡Viva España! Besos, abrazos y recuerdos a todos mis tíos, primos y
demás parientes. Leedles esta carta. Adiós, Fernando.
La carta a los hermanos decía así:
A mis hermanos: Alfonso, Antonio, Isabel, Guillermo,
Luis, Javier, Santiago, a Laura y Alfonsito. Queridísimos hermanos: Cuando el día 19 de julio os vi por última vez, no creía
fuera la última vez que os viera, pero Dios así lo ha querido, hágase su
Voluntad. Salí a defender a la Religión y a España, y, con Dios, muero orgulloso de morir por España, y dando gracias a Dios que me permite morir como un
verdadero cristiano. No os apenéis por mi muerte; yo he pedido en estos días a
Dios que se haga su Voluntad y lo que más convenga, y morir por España y con
Dios es su Voluntad y mi mayor orgullo. No creáis que por dejar este mundo os abandono; desde el
otro velaré por vosotros y le pediré a Dios os proteja. Perdonadme si en algo os he perjudicado en este mundo. Yo
no tengo que perdonaros nada, pues nada habéis hecho contra mí. Sed más cariñosos y amables cada día con Papá y Mamá y
pensad que todo lo hacen por vuestro bien y recordad que a ellos debo el poder
morir con Dios y por España. Recordad los buenos ratos que hemos pasado juntos. Alfonso y Laura, educad a Hugo en el santo temor de Dios
y amor a España. Alfonso, Antonio, Isabel, Guillermo, Luis, Javier,
Santiago, laura, sed católicos y españoles. Un fuerte abrazo de vuestro hermano, que muere con Dios y
por España, Fernando. ¡Viva España!
Jóvenes combatientes de Acción Católica
Muchos jóvenes de Acción Católica, según hemos dicho ya,
acudieron prestos a combatir en el frente con profundo espíritu religioso y
patriótico, como lo demuestran numerosas cartas que se han conservado de ellos,
dirigidas habitualmente a sus familias, o bien a amigos, directores
espirituales, novias, etc. Bastantes fueron recogidas en un folleto de 1937, Epistolario
del frente, y posteriormente algunas fueron seleccionadas en otras obras,
de una de las cuales es de donde las tomamos. Veamos la primera que destacamos:
Cerca de Buitrago, en un monte entre rocas, a 5 de agosto
de 1936… Aquí, sin apenas tinta, escribiendo encima de una maleta,
achicharrado al sol, sucio todo mi cuerpo, oyendo el zumbido del cañón, las
bombas de los aviones y el incesante tiroteo… Bello preámbulo… De la guerra, desde luego; pero aquí la paz es mayor, es
más espiritual, es más de Dios, es… eso, paz. ¿Cuándo llegará? No lo sé, pero sí que deseo
ardientemente mi vida ordinaria, la comunión, etc. Tengo que conformarme con la
caricia espiritual del Señor, en la negrura de la noche, en lo más recóndito
del parapeto. ¿Con tanta unción como en mi parroquia? Creo que sí, tal vez con
más; hay veces, muchas veces, que me siento ya ante el Tribunal de Dios… Pasó ya la granada y continúo rezando…
He aquí otra carta aún más hermosa, si cabe, sobre todo por
el sentido sacrificial de la propia vida, la idea de victimación que se
descubre y el gran amor al enemigo:
San Andrés del Congosto, 5 de febrero de 1937. El corneta ha tocado a oración. Uno de los momentos más
bellos de la guerra. Todos firmes, exteriormente impasibles, por los hermanos
que ya dieron su ofrenda de la vida al Señor. A continuación se reza el Ángelus, un saludo a María, y
una petición que le hace mi alma, mi corazón de apóstol, al remontar mi
imaginación hacia el campo de enfrente y ver tantas almas que se pierden. ¡Qué
pena me da el pensarlo! Mi corazón sangra ante tanta desgracia. Ayer tuvimos un poco de jaleo, pero se presumía un
ataque, y como estamos en una posición poco recomendable, ya hice mi ofrenda de
la vida ante el Señor. Todos los días la renuevo, pero ayer me sentía
verdaderamente inspirado. Con qué alegría hubiera dado toda ella. Me sentí
plenamente feliz con la satisfacción de estar con Él… Pero esta mañana ya me
arrepentía, no quería lo de la noche anterior, pues paréceme que no debo morir;
debo y quiero pasar toda la campaña, para sufrir mucho, mucho… ni yo mismo sé
cuánto; quisiera sufrir sin que me agotara, para merecer por ellos, por los que
luchan enfrente nuestro; quiero sufrir para pagar mis culpas; quiero sufrir por
todos ustedes que me llevaron al camino de la verdad; quiero sufrir como sufrió
Teresa de Jesús… Quiero sufrir mucho, porque haciéndolo por Él no sufro, sino
que es cuando mejor vivo, cuando me encuentro lleno de felicidad, porque Él
está en mí y yo en Él. ¿Desvarío? No. Solamente he volcado todo lo que había en
mi corazón, porque, además de decírselo a Jesús cuando lo tengo en mi pecho, lo
tengo que contar con alguien, y ese alguien nadie mejor que usted puede ser.
También es muy bonita la siguiente carta:
Santiago y cierra España. Te escribo en la madrugada del día 5, pasado el tiempo de
guardia. Las molestias de este servicio las he ofrecido a Dios pro-Congreso de
Santiago… Hoy he podido ir a Oviedo. No encontré a ningún miembro
de la Juventud. El fuerte achuchón rojo los tiene a todos en el frente. Lo
único que supe es que varios se incorporaron a la Bandera del Tercio [la Legión] que opera en Asturias… El domingo, día 28, tuvimos Misa de campaña debajo de una
panera. Por cierto que me presenté al capellán del Batallón como directivo de la Juventud de Acción Católica. Se mostró muy satisfecho y me dijo que era precisamente su obra
favorita, y que en el tiempo que estuvo retirado como castrense, a ella se
dedicó como consiliario. Por aquí me encuentro perfectamente bien, salvo las
incomodidades del mal tiempo (ayer nevó bastante). Pero eso no es nada, y
además es magnífico para ofrecer a Dios en este tiempo de Cuaresma. Lo ofrezco
principalmente por la celebración del Congreso de Santiago que, como tú dices,
supone la salvación de la Iglesia y de España. No te escribo más: voy a pasar una ronda. Perdona la
caligrafía, la llama de aceite es algo temblona. Monte Naranco (Oviedo), marzo del 37.
Véase otra epístola de un combatiente de Acción Católica,
consciente de que la guerra es una verdadera y necesaria Cruzada, sin que por
ello pierda de vista que tiene también un carácter cruel y fratricida:
Recibí su carta con alegría. Sus palabras de consiliario
llenas de santo ánimo fueron para mí motivo de fortalecimiento y elevación de
espíritu para proseguir con más fe la obra que me impuso al recibir en grato
día la insignia de la Acción Católica, a la que tanto debo. En estas trincheras donde la muerte acecha a cada momento
nuestra vida, donde más cerca se ve la justicia del Señor y se sufre algo
siquiera, en pago de lo que Él padeció por nosotros, desde Belén al Gólgota, es
donde más viva arde la llama del agradecimiento y de amor de Dios por ser sus
elegidos. Bien dice usted, mi querido Don N. ¡Qué dicha tan grande
poder contarme entre la Juventud de Acción Católica! ¡Cómo no ha de ser la Juventud de A.C. la cúspide de las aspiraciones de todos los españoles! Sí, Don N., en este resurgir magnífico de la verdad, el
Señor hará, sin duda, que cada joven español sea un apóstol suyo dentro de
nuestra organización. Allá, en Santiago, será el lugar donde nuestros corazones
se unan con vínculo fuerte en una misma ilusión. Después de terminada la guerra, muy necesaria, pero en
todo momento cruel y fratricida, podremos decirle al Señor con el alma llena de
gozo: Hasta ahora te defendimos con el fusil y con él en la mano luchamos por
Ti. Desde hoy tenemos que luchar y defenderte con un arma sin igual: ¡Tus
Santos Mandamientos! Me parecen muy bien los actos de organización para la Cuaresma. Es preciso que tanto el sacrificio material y espiritual de vanguardia como el de
retaguardia sea ilimitado. Todo se merece la gran cruzada emprendida. Recibí el
folleto del cardenal primado y ciertamente la realidad no es otra. Poco a poco
lo van leyendo mis compañeros, pues creo que no debe archivarse sin dar sus
frutos. También recibí “Signo” [el periódico-revista de A.C.], que fue
repartido; no dejen de enviarme el número siguiente y algo de propaganda, si
disponen de ella. Igualmente quisiera unos Evangelios para entregarlos a un
muchacho que empieza a sentir interés por nuestra Juventud. Aunque sé que les sobra, dé usted de mi parte muchos ánimos
a mis compañeros para que esos ochenta niños tengan un recuerdo grato de
nuestra Juventud cuando sean hombres. No sólo se hace Patria en el parapeto;
quizá no hubiésemos llegado a este extremo de cosas, si en la niñez de los
hombres que hoy vivimos para matarnos, nos hubieran inculcado más el santo
temor a Cristo. No sabe cuánto le agradezco sus oraciones. También yo
rezo por todos ustedes y porque pronto podamos vernos juntos, con el triunfo y
la victoria final dispuestos a trabajar sin descanso por nuestra Juventud de
Acción Católica.
Véase aquí otro testimonio epistolar más, realmente
llamativo por su piedad filial, del presidente de la Juventud de Acción Católica de Navarra, que murió en julio de 1937, después de haber caído
herido.
Hay que tener presente, como en la carta se alude, el gran número de
combatientes voluntarios que salieron de Navarra, sobre todo alistados en el
Requeté, y el sacrificio que ello suponía para tantas familias.
Elgóibar, 24 de abril de 1937. ¡Viva Cristo Rey! Queridos padres: Nada debe extrañarles que haya salido para el frente, ya
que de sobra saben mi manera de pensar, y que no es otra sino la que tienen
ustedes y de pequeño me enseñaron, como a todos los demás hermanos. Por eso,
siempre he tenido vivas ansias de ir al frente, hasta que ya no he podido
resistir, porque me parecía que era mi obligación en estos momentos, como buen
católico y patriota, y que era Dios quien me llamaba y quien, seguramente, les
está pidiendo a ustedes este sacrificio de que se les va el cuarto hijo al
frente. Así que ofrézcanselo a Él para bien de la Patria, que con esto conseguirán para la victoria más que con las armas. Además, queridos padres, con esto no he hecho otra cosa
que seguir la enseñanza, religiosa y patriótica, que siempre han dado ustedes a
la familia, principalmente en los pasados tiempos de la República. Y si mi salida ha sido sin despedida, no obedece a falta de cariño para ustedes,
sino todo lo contrario; he querido evitar disgustos, y puedo asegurarles que
ahora, ante el sacrificio que están sufriendo por mí, es cuando más les quiero. Al mismo tiempo les prometo solemnemente que, mientras
viva y pueda trabajar, no les ha de faltar mi ayuda incondicional en todo
momento. Es y será mucho el amor que les profeso, pero antes que el amor a
ustedes está el amor a Dios; por eso me he decidido a venir al frente con la
confianza plena en la Providencia, que no puede dejar de asistirles. Además, siendo miembro de la Juventud de Acción Católica de Navarra y su presidente, aunque indignamente, mi campo de
acción de apostolado está en estas circunstancias en el frente. Comprendan
también que los hijos los da Dios para el Cielo, y si esto lo consiguen
plenamente ustedes, queridos padres, ¿qué les puede interesar todo lo demás? Pueden darse cuenta además que, debido al trabajo de la
noche, yo me encontraba peor de lo que a ustedes les parecía y a punto de
contraer alguna enfermedad, lo que hubiera sido mucho más doloroso que estar
aquí, donde, a pesar de todo, he de mejorar mucho, pues lo que me conviene es
la vida de campo. Si regreso bien, procuraré por todos los medios cambiar de
oficio. […]
Un ejemplo más del profundo espíritu religioso y patriótico
de aquellos jóvenes es el siguiente:
La Casa de San Galindo, 17 de abril de 1937. […] Le pido mucho al Señor cuando le tengo en el pecho [al
comulgar], con todas mis fuerzas, por los del campo de enfrente, y por
nuestra obra, la Juventud de Acción Católica, para que sea grande, para que sea
lo que usted y yo soñamos. Todos mis sufrimientos, todos los sinsabores, todas las
amarguras, todo yo… para Él, mediante la obra. ¿Que necesitamos torrentes de
gracia? Los obtendremos; usted bien lo sabe; los pediremos con santa
insistencia y nos los concederá. No me atrevía a comunicarle este presentimiento, pero
hace ya mucho que lo tenía; amargas lágrimas hemos de llorar, pero tendremos el
consuelo de llorarlas juntos, y abrazados a su Cruz. Será nuestro sufrimiento
vida. Él con sufrimiento nos redimió, y espera, pendiente en la Cruz, que con los nuestros llevemos hasta sus labios abundancia de almas de fuera del aprisco
[…]. Bien sabe usted que yo le llevo [al Señor] siempre
conmigo, aunque muchas veces no pueda recibirle; que le amo con locura, y por
ÉL lo haré todo. Pídame cuanto quiera que yo lo haré. Sé que es una hora y a ÉL
me entrego, de verdad. […]
El espíritu de inmolación y sacrificio se hace patente
asimismo en la carta que recogemos a continuación:
[…] Hoy me encuentro en Toledo, a donde me ha traído mi
suerte. Antes de continuar te voy a pedir un favor, y es que guardes un secreto
absoluto sobre lo que voy a decirte. Estoy en el Hospital de Toledo, con una enfermedad que no
me abandonará hasta la muerte. ¿Comprendes lo terrible que es esto, sobre todo
a los dieciocho años? Pues bien, es cierto. Como consecuencia de exceso de
ejercicio padezco un exceso y una dilación del corazón, de carácter incurable,
que, si bien es cierto que por sí sola no me causaría la muerte, me la puede
ocasionar en cualquier enfermedad que padezca. Y no es esto sólo, sino que esta enfermedad me impide
continuar en el frente, me impide seguir luchando por Dios y por España. Te digo la verdad, sufro con un dolor que no sé
describir, que no he sentido nunca; lo único que me queda es ofrecer a Dios
este dolor, tanto más duro cuanto no es físico, sino moral.
Hermosa es igualmente la siguiente carta, en que se ve una
vez más a un muchacho idealista, entregado y generoso en el combate y en la
convalecencia:
La Coruña, 2 de abril de 1937. Acaso te haya extrañado mi incorporación en las filas de la Legión. Cuando el asedio a la capital, pertenecía a la compañía de voluntarios del Regimiento
de Infantería de Milán. Pasé a la segunda línea. Mientras tanto, iban llegando
a España grandes contingentes de milicianos a engrosar las Brigadas
Internacionales. Llegó a mis oídos que para avanzar se necesitaba más fuerza.
Me enteré de que en la Legión hacían falta hombres. En Santullano se estaba
organizando la bandera que allí estaba de guarnición. Una voz interior me
decía: Vete a la Legión. Pensé un momento en casi media España por conquistar.
Surgió el afán de buscar a mis padres y el deseo de dejarlo todo por Dios y por
la Patria. Y un día del mes de enero, partimos cuatro jóvenes, tres del
centro parroquial de Santa María de la Corte, a incorporarnos a la Legión. Pasaron los días y llegaron los ataques del mes de
febrero. Al tercer combate, en las proximidades de Oviedo, una bala explosiva
me fracturó el brazo. El Señor había querido que sufriera, y precisamente en
los días en que ÉL tanto sufrió por nosotros […].
En fin, recogemos una carta más de otro joven de Acción
Católica, alférez provisional, desde el frente del entorno de Madrid, que
contempla la guerra como un a purificación para la sociedad española, incluso a
nivel personal para él mismo:
Fuenlabrada, 26 de marzo de 1937. En la profunda religiosidad de este Viernes Santo, en el
que mi recogimiento interno ha de suplir la falta de todo culto público,
imposibilitado por la iconoclasta impiedad comunista, te dirijo estas impresiones
nacidas del alma. Sin duda ninguna, esta guerra, que Dios ha impuesto como
tributo a la regeneración de España, está sirviendo también para la
regeneración individual de muchos espíritus mediocres; es éste también mi caso
personal. Nunca he sentido con más intensidad los deseos de mejoramiento, ni
nunca mis propósitos de conseguirlo me parece que fueron tan sinceros. Todos
mis sacrificios me parecen pocos para expiar tantas debilidades pasadas y, al
ofrecérselas a Dios en mi oración de cada día, le pido los acepte con tal fin. Infinitamente te agradezco tus peticiones para que Él me
defienda, si ésa es su voluntad, pero si me reclamara a su lado, sería más
provechoso a todos, en esa labor que tú dices que después de la guerra puedo
realizar. Observo en tus cartas aún mayores inquietudes apostólicas
que en otras hasta ahora recibidas, aunque siempre muy elevadas; empresa
difícil, es verdad, la que quieres llevar a cabo, pero todo hay que posponerlo
a la urgencia de acercar a Dios una sociedad que sólo aparentemente le sirve, y
todo, también, espéralo de su ayuda misericordiosa. A implorarla te secundo
diariamente en mis oraciones humildes, en cumplimiento de mi promesa y mi
deber.
IV. Otros testimonios
Ofrecemos, en fin, un grupo de otros testimonios de aquellos
años 1936-39, de miembros jóvenes de comunidades religiosas que estuvieron al
borde del martirio y afrontaron su posible muerte con grandeza cristiana de
corazón, o bien el de un conocido monje trapense que deseaba la palma martirial
o, en su defecto al alejarse esta probabilidad, poder ir con su quinta al
frente para defender las causas de Dios y de España, lo cual refleja bien el
ánimo que latía en el corazón de muchos jóvenes de aquellos momentos; y cuando
tampoco esto fue posible por razones de salud, entonces encaró la muerte que le
llegaba por enfermedad con un espíritu profundamente sobrenatural.
Un Monje Trapense: Beato Rafael Arnáiz Barón
(Burgos, 9.IV.1911 – San Isidro de Dueñas, Palencia,
26.IV.1938)
Este monje cisterciense de la Estricta Observancia (los conocidos como “trapenses”), beatificado por Juan Pablo II en 1992
y propuesto por él mismo en 1989 como modelo para los jóvenes de todo el mundo,
no murió ni en combate ni como mártir, y ni siquiera a consecuencia de la Guerra de 1936-39; sin embargo, falleció en el curso del conflicto y dejó varios escritos muy
elocuentes sobre lo que pensaba de él, desde su ocultamiento en la abadía de
San Isidro de Dueñas, donde ofrecía a Dios su sacrificio escondido. Para él
supuso un gran dolor tanto el hecho de producirse una guerra entre hijos de
España, como no poder participar como combatiente en el bando nacional,
militando por la defensa de la Cruz de Cristo y de la España Católica, precisamente porque fue declarado inútil por enfermedad: la misma
enfermedad, una terrible diabetes que en aquella época era fatal, que tantas
renuncias le hizo aceptar y sufrir en su Trapa querida y que finalmente le
llevó a la muerte. Hijo de una familia de la aristocracia, había comenzado a
estudiar Arquitectura en Madrid, carrera que abandonó para seguir la vocación
monástica (1934) que advirtió en su interior, dejando un porvenir prometedor y
muchos afectos, así como la admiración de las chicas hacia él. Recogemos aquí
algunos textos bastante significativos, que revelan su ansia de eternidad, sus
deseos de martirio y su visión de los sucesos acaecidos en España.
Ave María ¿Qué pasará en España? 19 de julio de 1936. No bien hube dejado la pluma y bajado a la iglesia…
cuando estábamos esperando en el Coro el comienzo de la Misa, hay un revuelo entre los monjes… En lugar de tres sacerdotes para la Misa, sale uno solo… No se tocan las campanas y hacemos el Oficio rezado… Cuando salimos de la iglesia nos enteramos de que en
España hay revolución, de que se ven soldados en la carretera, y se habla de un
levantamiento… no sé más; únicamente que no se oyen trenes… hay huelga, por lo
visto. Estamos en manos de Dios. ¿Qué pasará en España? No sé nada; a nosotros los novicios ninguna noticia
llega. Hay algo de intranquilidad entre los Padres y Hermanos.
En fin, solo Dios. Quizá no sean más que alarmas, pero son alarmas que llegan
del mundo, y por muy indiferente que uno sea a todo lo que de él pueda venir,
cuando se sabe que estamos rodeados de pueblos hostiles, y de hombres que nos
odian… no puede uno permanecer impasible. Época difícil es ésta. Pero no importa, el que a Dios
tiene nada le falta, y por mucho que nos hagan los hombres, lo más que nos
pueden hacer es quitar la vida… y la vida de un trapense vale bien poco… mejor
dicho nada. Para mí, desde luego, mientras la tenga la emplearé en servicio de
Dios, y cuando Él me la quite de una manera o de otra, bien está, pues es suya,
y como cosa suya puede disponer de ella… no comprendo a un monje con miedo a la
muerte. ¡Ah!, ¡qué felicidad tan grande sería si pudiese dar mi
vida por Jesús!... seguro que no me cabrá esa suerte. Pero si el Señor
consiente que mis días terminasen con el martirio… en fin, qué cosas digo. Lo mejor es estar contento con todos los acontecimientos
que Dios envía, bien sean épocas de paz o de revoluciones… nada ocurre en el
mundo que Él en su infinita bondad no tenga previsto y la criatura no llegará
más allá del límite por Dios señalado. En fin, sólo Dios basta, y en manos de la Virgen María descansamos. Es triste no oír campanas.
Otro texto que seleccionamos es de principios de agosto de
1936, cuando el Beato Rafael ya tenía un cierto conocimiento mayor de lo que
sucedía en España por esas fechas.
Ave María. España está en guerra. 2 de agosto de 1936. Estamos en época de revolución, de guerras sangrientas
entre hermanos de una misma nación. Al monasterio llegan noticias del mundo que hacen poner
en la paz conventual una nota de tristeza. España está en guerra. Nuestros hermanos allá en el mundo se matan unos a otros.
Los hay enemigos de Dios, y los hay que militan bajo la bandera de Cristo. Unos y otros bajo la mirada del Rey del mundo… Todo
estaba dispuesto por el Amo y Señor de los hombres. Nadie llegará más allá de
lo que Él permita. Aquí, en el Monasterio trapense hay almas que se ofrecen
a Dios por la paz de España. Almas que alejadas de las luchas políticas piden a
Dios la paz entre los hermanos, el triunfo para los seguidores de Cristo, y el
perdón para los enemigos de Dios. Todo lo que en España está pasando es una prueba de la misericordia Divina. La impiedad entre los malos reinaba a cara descubierta,
la apatía y tibieza se apoderaba de lo buenos, y por todos lados se filtraba la
inmoralidad y el paganismo. España necesitaba una sacudida… necesitaba una
limpieza, necesitaba una reacción, necesitaba incluso mártires que mueran por
ella. Y la misericordia de Dios hace desencadenar la guerra. Quizás queden destruidas ciudades enteras. Quizás mueran
los españoles por miles. Quizás sea esto la ruina material de la nación. Pero no importa, si con ello se consigue purificar a los
cristianos de sus pecados, se logra desterrar en parte la inmoralidad de
costumbres, y se eleva el nivel espiritual de España. Dios trata a los pueblos según merecen, y si a unos les
manda la guerra y la desolación por castigar sus pecados, a otros los azota con
el dolor para hacerles recordar que Él existe… para hacerles ver su ingratitud,
para sacarles de su tibieza. España, que tanta gloria ha dado a la Iglesia de Cristo, patria de Santos, y tierra privilegiada por su Catolicismo, está dormida,
y Dios, con esta guerra, la está dando un toque de atención. ¿Responderá? Que la Virgen del Pilar de Zaragoza haga que vuelva a
España la fe… pero si el triunfo no nos sirve para ser mejores… es preferible
no triunfar… y si hacen falta mártires, que los haya; todo antes que seguir
ofendiendo a Dios. Pero no será así. La Virgen vela por los españoles, y el Corazón de
Jesús no nos abandonará. Hoy, día 2 de agosto de 1936, tenemos toda la Comunidad vela al Santísimo para pedirle la paz, pedirle por los que mueren, reparar muchos
pecados, y para que nos conceda a todos conformidad con sus Divinos designios. Y Dios nos tiene que oír… porque Dios es muy bueno… No bastan, desde luego, nuestras disciplinas, ayunos y
oraciones… todo eso es un granito de arena en el mar…; la muerte de todos los
hombres no serviría para pagar un solo pecado mortal… ofensa infinita al que es
Infinito. Pero no debe cundir el desaliento en el corazón… Cuando pedimos a Dios piedad y perdón, lo hacemos como
David…
Secundum multitudinem miserationum tuarum (Ps. 50). Es decir, no por nuestros pobres méritos, sino por la
multitud y grandeza de su misericordia borrará nuestros pecados y los del mundo
entero. ¡Qué grande es Dios! ¡Qué locos están los hombres!
Ofrecemos otro escrito muy poco posterior:
Ave María. Sin noticias del mundo. 4 de agosto de 1936. Seguimos sin tener noticias del mundo… Qué lejos suena esa palabra… el mundo. ¿Acaso los
trapenses no estamos en él? Sí, pero gracias a Dios nuestro encierro nos
preserva de sus muchos peligros para el alma. Vivimos en el mundo, pero muy lejos de él. Ahora, en las circunstancias por que atraviesa España,
los monjes españoles no podemos permanecer impasibles… y si cuando el mundo es
feliz y se divierte no queremos enterarnos de nada, ahora que sufre y que hay
guerra quisiéramos saberlo todo, y ayudar a todos. No es tan egoísta el fraile como la gente cree. Sin embargo, nada sabemos… ni lo bueno, ni lo malo. Solamente seguimos pidiendo a Dios por nuestra querida
Patria.
En una carta del 13 de septiembre desde la Trapa de Dueñas, escrita a su hermano Fernando, que había venido desde Bélgica para ofrecerse
voluntariamente a luchar en el bando nacional, le decía así:
…Tu hermano en la Trapa te ayuda como puede, y aunque sus oraciones valen bien poco, cada cual hace lo que está en su mano. Siempre que pido por España pido por ti, pues España está
hoy en el Ejército, y el Ejército para mí eres tú… ¡ni más ni menos!... Mira,
no te pongas hueco. Que Dios te ayude y nos ayude a todos… todo lo demás,
incluso la guerra, no tiene importancia… Aquí sigue todo como siempre, con la diferencia de que
ahora cantamos Maitines y Laudes fuera de la iglesia, pues a las dos de la
mañana no podemos encender las luces por precaución a los aviones enemigos
(los aviones del Ejército rojo) . P.D.: No te olvides que en la Virgen María lo hallarás todo, como un día te dije, y si a Ella acudes, te aseguro que te irá
bien… no lo olvides.
El 29 de septiembre de 1936 salió de la abadía de Dueñas a
Burgos para incorporarse a filas con su quinta; pero al ser declarado exento,
inútil por motivos médicos, sufrió doblemente al ver que la enfermedad le
dificultaba su progreso en la vida monástica y asimismo su posibilidad de
prestar el servicio a su Patria en un momento dramático para ésta. Ya había
realizado el Servicio Militar años antes, pero ahora sufrió especialmente
cuando vio partir a sus compañeros que se reenganchaban y que serían destinados
al frente, mientras él no podía unirse a ellos. En tales circunstancias, marchó
con su padre y su hermano Leopoldo a La Coruña, con el fin de desplazarse luego a Oviedo, que había sido recién liberada por los nacionales (pues había estado
sitiada por los frentepopulistas). Desde la ciudad gallega escribió la
siguiente carta a su madre, el 18 de octubre de 1936:
Como supondrás, el entusiasmo ayer en Coruña con motivo
de la toma de Oviedo ha sido desbordante: colgaduras, manifestaciones, músicas
y banderas, vivas a Galicia, al Ejército y a la ciudad de Oviedo. Papá estuvo saludando al Comandante de la Plaza con las demás autoridades… Yo he festejado como he podido el triunfo de España,
alabando hoy en la Comunión al único Jefe de todo, al verdadero Defensor y
Libertador, al Amo del mundo, que es Jesús, cuya misericordia es infinita. ¡Qué grande es Dios, querida madre! Ahora que estoy en el mundo, en medio de esta barahúnda
de movimiento, de excitación, de frenesí de la guerra, qué conveniente resulta
recogerse un poco para ver en todo esto nada más que la misericordia y los
designios de un Dios que no quiere más que nuestro bien, y que, aunque a
nosotros nos parezcan castigos, y los horrores de la guerra nos estremezcan, no
dejemos de ver la suave mano de Aquél que rige los destinos de los hombres. Ya estamos cerca de ver lo que ocurrió en Oviedo, de ver
qué queda de nuestra familia, y de nuestra casa… no hay que apurarse, los que
dieron la vida por Dios y por España, felices ellos, y en cuanto a los bienes
materiales, qué quieres que te diga este pobre aprendiz de trapense que tú no
sepas… ¡Sólo Dios basta! No quiero hacer mala filosofía en estos momentos, pero te
aseguro que en medio de los escombros y rodeado de cadáveres, también se puede
y se debe alabar a Dios y agradecerle su misericordia infinita. No sé si saldremos de aquí mañana lunes o quizás el
martes, antes tenemos que asegurarnos la llegada a Oviedo, pues habrá
dificultades en el camino; ya veremos, no conviene ser imprudentes, aunque yo
creo que ya hoy, si no fuera por cuestión de pasaportes, podríamos llegar. Te diré que hemos alabado mucho a Dios… y que también
hemos comprado jamones, fiambres, aceite, quesos, latas de conservas, chocolate… Llegaremos con el coche lleno de entusiasmo y de víveres. Todo es necesario. Hay mucha alegría, pero como comprenderás tenemos una
impaciencia muy grande, y además se ve oscurecida a ratos por tantas
desgracias, muertes, fusilamientos, como nos vamos enterando. Es algo espantoso. De Asturias no quedará nada; será la tragedia de la
guerra la que dure por muchos años en el alma de todo asturiano y de los que
amamos a Asturias. En fin, Dios sobre todo y que María nos ayude. Me alegro mucho de haber venido, pues ya que mi
inutilidad me impide coger un fusil y servir a mi Patria, por lo menos puedo en
estos momentos ser útil a mi padre. ¡Quién sabe! Cuando Dios me ha sacado de la Trapa, por algo será, y está visto que he de estar en el mundo en los momentos en que es
menos divertido… ¿Te acuerdas de octubre? Te abraza y te manda todo su cariño tu hijo, que sin
gritos, sin banderas y sin músicas, pero con toda su alma, su alma de trapense
silencioso, lanza también su ¡Viva España! a los pies de Jesús en el Sagrario.
El Hermano Rafael volvió a la Trapa de Dueñas, donde murió santamente en abril de 1938. Queremos recoger también parte de uno
de sus últimos testimonios, en los que refleja de qué modo se iba preparando su
alma para afrontar ese trance final de la vida terrena; esperaba con ansia ir
ya a la vida eterna:
13 de marzo de 1938. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Señor, cómo me es posible vivir, esperando lo que
espero! ¡Cómo me es posible pensar en tanta cosa creada como me
rodea, teniéndote a Ti! Me maravillo de que tu gracia no me mate. ¡Es tanta y tan
abundante! Sueño con tu gloria, vivo algunas veces atontado sin
saber lo que quiero… de tanto que quiero. ¡Cómo me cansan las criaturas, Señor y Dios mío! ¡Qué
sinsabor tan grande me causa el tratar cosas del mundo, el hablar de negocios
temporales, el escuchar noticias! ¡Ah, Señor, nada quisiera saber ni escuchar… sólo Tú,
Señor, sólo Tú! Nada me llena, nada desea mi alma… ni aún gozar, ni
padecer… sólo desea amar con locura, sólo se llena del pensamiento de Ti… ¡qué
ansias tan grandes, Señor! […] Sólo en el silencio de todo y de todos hallo la paz de tu
amor… sólo en el humilde sacrificio de mi soledad hallo lo que busco… tu Cruz…
y en la Cruz estás Tú, y estás Tú solo […]. Señor Jesús, mírame a tus plantas adorando tu agonía,
besando tus llagas, limpiando con mi dolor tu Divina Sangre… cómo quisiera,
Señor, morir a tus plantas de amor […]. ¡Señor, quisiera morir de amores a los pies de tu Cruz! […]
Carmelitas Descalzas del Cerro de los Ángeles
Santa Maravillas de Jesús (Madrid, 4.XI.1891 – La Aldehuela, Getafe, Madrid, 11.XII.1974) es una de las más destacadas hijas de Santa Teresa de
Jesús y un auténtico referente en la historia de la Orden Carmelitana. Hija de una noble familia, desde niña advirtió la vocación contemplativa e
ingresó en el Carmelo de San Lorenzo de El Escorial en 1919. Por inspiración
divina, llevó a cabo la fundación del que se estableció en el Cerro de los
Ángeles en 1924, como lugar de reparación y del que fue nombrada priora en
1926. Fundadora incansable y seguidora fidelísima del espíritu de Santa Teresa
y de San Juan de la Cruz, los conventos que hoy pertenecen a la “Asociación de Santa Teresa” por ella iniciada se encuentran rebosantes de jóvenes y
ardientes vocaciones. Fue además un alma caritativa y con auténtica
preocupación social a favor de los más necesitados, para los cuales, por
ejemplo, promovió la construcción de viviendas.
En 1936, al inicio de la Guerra Española, hubo de salir con su comunidad del Cerro de los Ángeles y trasladarse a
Madrid, donde mantuvieron admirablemente la vida carmelitana en la
clandestinidad en un piso de la calle de Claudio Coello, nº 33, de donde
marcharon hasta Francia y en 1937 consiguieron asentarse en el antiguo Desierto
de San José Las Batuecas, que había sido de los Padres Carmelitas y a quienes
más tarde se lo cederían. Ni ella ni sus monjas murieron mártires, por lo
tanto, pero durante su estancia en la calle de Claudio Coello de Madrid
estuvieron abiertas a la cercanía de morir martirialmente, para lo cual
realmente faltó muy poco; la Providencia, sin embargo, tenía otros designios
sobre ellas. De entonces recogemos aquí una canción que las jóvenes de la
comunidad compusieron y que cantaban todas en las recreaciones, y que incluso
no dudaron en cantar en un registro de la casa ante unos milicianos
anarquistas, a uno de los cuales, Carcajo, de buen corazón, le tocaron en lo
más profundo de su sensibilidad y supo reconocer que “esto es ser
verdaderamente católicas”: no sólo no les hicieron nada, sino que él incluso
les pidió oraciones. Previamente a todo esto, pero en relación con ello,
queremos recordar lo que Santa Maravillas oyó del Sagrado Corazón de Jesús en
El Escorial, cuando tuvo la inspiración para fundar en el Cerro de los Ángeles:
“España se salvará por la oración”. Y se cumplió. Ojalá vuelva a ser así. Léase
ahora la canción mencionada:
Si el martirio conseguimos, qué mayor felicidad beber con Jesús el cáliz y después con Él gozar…
Y si Dios quisiera que muera en prisión, le diré que estoy presa, sólo, sólo por su amor.
Hijas de la Caridad en cárceles madrileñas
Varias Hijas de la Caridad (muchas de ellas jovencísimas), fundadas por San Vicente de Paúl y Santa María Luisa de Marillac en el siglo
XVII, fueron apresadas durante el tiempo de la Guerra Española, conducidas a la cárcel y asesinadas. Pero es obligado advertir que, ya antes
del Alzamiento Nacional del 18 de julio, bajo el gobierno del Frente Popular,
se había procedido a arrestos arbitrarios y a un verdadero acoso contra ellas,
así como contra otras personas consagradas a Dios.
En España había unas 8.000 Hijas de la Caridad en 1936. El 18 de marzo de ese año, el presidente de la Diputación de Madrid, Rafael Henche de la Plata, solicitó su expulsión del Colegio de Pablo
Iglesias de la capital española, y el 22 de abril lo mismo con respecto a los
Colegios de la Paz y de las Mercedes; el 8 de julio se ordenó suspender todo
acto de culto en las Casas de Beneficencia. Pero además, el 4 de mayo se
produjeron terribles atentados alentados por los partidos frentepopulistas
contra los religiosos y religiosas, como el bulo de los “caramelos envenados”:
por lo que respecta a las Hijas de la Caridad, sufrieron el incendio del Asilo-Escuelas de Nuestra Señora del Pilar en el barrio de Cuatro Caminos,
quedando así sin albergue 50 niñas asiladas y sin Academia Nocturna las
obreras, y dejando sin clase a 1.000 niños de ambos sexos y sin la acogida que
se daba los domingos y festivos a 400 muchachas; a las religiosas se las echó
de allí y se las sometió a todo tipo de vejaciones (interrogatorios, en los que
confesaron valientemente su fe; despojadas de sus hábitos, desnudadas,
golpeadas, insultadas, etc.). A tal punto llegaron los acontecimientos del 4 de
mayo, que don José Calvo Sotelo exclamó en el Parlamento: “Ya nadie contendrá la Revolución, pues se han atrevido con las Hijas de la Caridad”, indicando con ello que ni siquiera se había respetado a unas personas tan queridas por sus probados
servicios a los niños, los pobres y los enfermos.
De las que estaban en Madrid al producirse el Alzamiento
Nacional, fueron arrestadas bastantes. El Miércoles Santo de 1937, que caía ese
año en 24 de marzo, las cinco que quedaban detenidas (Sor Josefa Ribera, de 30
años de edad y ocho de vida religiosa que dejó escrito el relato, Sor
Montserrat Vidal, Sor Elvira Rivero, Sor Josefa Núñez y Sor Eustaquia Ruin) fueron
trasladadas de la cárcel de San Rafael a la cárcel de mujeres de Ventas, con el
permiso bastante benevolente de una jefa comunista de que pudieran hacer sus
rezos todas juntas y en unas condiciones relativamente buenas, sobre todo si se
tiene en cuenta cómo funcionaba paralelamente la represión en el Madrid
republicano. De su estancia en prisión, nos parece digno de resaltar el buen
espíritu que mantuvieron, preparadas para lo que pudiera acontecerles y rogando
a Dios por la paz en España, el triunfo de la fe y la conversión de los frentepopulistas,
todo lo cual lo transcribían a unos cantos que compusieron.
El primero de ellos, que cantaban a diario juntamente con el himno del Congreso
Eucarístico de Madrid y valiéndose también de la música de éste, decía así:
Roguemos al Señor de los señores que con paterno amor beso de paz a los españoles que ya sienten sus culpas de verdad.
Oiga Cristo también nuestros clamores pidiendo contrición para la España infiel, blasfemadora, que en mal hora siguió al fiero Luzbel.
Además, con la música de un canto de Comunión, entonaban
estas coplillas, que terminan con una alusión a la promesa del Sagrado Corazón
de Jesús al jesuita P. Hoyos cuando era novicio en Valladolid:
Dulce Jesús, salva a la España ingrata que ciega y sorda reniega de su fe. Ten compasión de los que a Ti clamamos y que pronto se cumpla el “Reinaré”.
El 5 de abril de 1937 hicieron renovación de sus votos como
Hijas de la Caridad; con este motivo, compusieron este poema:
¡Oh, que día de recuerdos!
¡Qué emoción tan singular
de estas cinco prisioneras
que en la cárcel viven ya
hace larga temporada,
unas menos y otras más!
Ante Jesús prisionero
hicieron promesa hoy
de guardar fidelidad
a los santos compromisos
que un día juraron ya.
Y en lugar del Altar Santo
do se eleva la Hostia Pura,
fue una silleta pequeña,
puesta en una sala oscura
la que sirvió al buen Jesús
de trono y santo lugar.
Por mantel un pañolito
y por Copón una caja;
y allí unidas en espíritu
a todas nuestras Hermanas.
Y antes de que apareciese
la carcelera en la sala,
hicimos la fiel entrega
de nuestros cuerpos y almas,
renovando a Dios los Votos
de Pobreza, Castidad
y de servir a los Pobres
viviendo en Comunidad.
¡Cuándo llegará ese día,
oh Jesús, Rey Celestial,
en que nuestro cuarto Voto
podamos bien practicar…!
Aquí estamos, Jesús bueno,
cumpliendo tu voluntad.
Pero sabes que las cinco
y otras muchas que hay por ahí
en pensiones, con familias
y oculta Comunidad,
anhelamos vivamente
el podernos entregar
de nuevo a nuestras tareas
sirviendo con lealtad
a nuestros pobres, señores
que son tu imagen real.
Y hasta que llegue esa hora,
mientras nuestra España sufre,
te ofrecemos nuestras ansias
para que tu gloria triunfe;
y sobre todo este día,
que te dignaste encarnar,
te pedimos por María
venga a la Patria la paz.
·- ·-· -······-·
Santiago Cantera Montenegro, O.S.B.
MADARIAGA, Salvador de, España. Ensayo de Historia Contemporánea,
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Sobre él, más información en GARRALDA GARCÍA, Ángel
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NIETO CUMPLIDO, Manuel – SÁNCHEZ GARCÍA, Luis Enrique, La persecución
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RODRÍGUEZ, José Vicente, “La dichosa ventura de los 16 mártires carmelitas descalzos de Toledo”, en Teresa de Jesús, 148
(julio-agosto 2007), pp. 154-170, concretamente p. 162. El autor cuenta con una
obra de título similar publicada en Madrid, 2007.
Sobre esta motivación del Alzamiento, lo ampliamente
secundado que fue debido a ella y el espíritu religioso que animaba a muchos
combatientes del bando nacional, es muy aclaratorio y libre de prejuicios y de
complejos el reciente libro de Ángel David MARTÍN RUBIO, La Cruz, el perdón y la gloria. La persecución religiosa en España durante la II República y la Guerra Civil, Madrid, 2007, al que acompaña un interesante DVD.
MADARIAGA, Salvador de, España. Ensayo de Historia Contemporánea,
México-Buenos Aires, 1955 (6ª ed.), p. 527.
GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo,
Sevilla, 1939, pp. 87-88. LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una
victoria, Madrid, 1979, pp. 72-73.
GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo,
Sevilla, 1939, p. 88.
GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo,
Sevilla, 1939, p. 87.
GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo,
Sevilla, 1939, pp. 86-87. LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una
victoria, Madrid, 1979, pp. 73-74.
GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo,
Sevilla, 1939, pp. 85-86.
GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo,
Sevilla, 1939, pp. 41-42 y 51.
GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo,
Sevilla, 1939, p. 88.
GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo,
Sevilla, 1939, pp. 37-41 y 83-84.
GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo,
Sevilla, 1939, pp. 84-85.
CASTRO ALBARRÁN, A. de, Este es el cortejo… Héroes
y mártires de la Cruzada Española, Salamanca, 1938, pp. 58-63; LUGO, Fray
Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, pp. 24-26.
LAMA RUIZ-ESCAJADILLO, Fernando de la, Mártires de la Montaña en nuestra Cruzada Española de Liberación, 1936-37,
Santander, 1994, pp. 220-221.
LOYARTE, Adrián de, Mártires de San Sebastián,
Madrid, 1944, pp. 275-277.
MARTÍN RUBIO, Ángel David, La Cruz, el perdón y la gloria. La persecución religiosa en España durante la II República y la Guerra Civil, Madrid, 2007, p. 92.
ADRO XAVIER, Carlos María. 1916-1939,
Barcelona, 1991 (19ª ed.), pp. 317-318 y 347-349.
CASANS Y DE ARTEAGA, Araceli, Cristina de Arteaga.
Tras las huellas de San Jerónimo, Madrid, 1986, pp. 134-135.
CASTRO ALBARRÁN, A. de, Este es el cortejo… Héroes
y mártires de la Cruzada Española, Salamanca, 1938, pp. 92-96.
LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una
victoria, Madrid, 1979, p. 34.
LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una
victoria, Madrid, 1979, p. 35.
LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una
victoria, Madrid, 1979, pp. 40-41.
LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una
victoria, Madrid, 1979, pp. 41-42.
LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una
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LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una
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LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una
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LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una
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LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una
victoria, Madrid, 1979, pp. 56-57.
Vida y escritos de Fray María Rafael Arnáiz Barón,
Madrid, 1984, pp. 252-253, 283-285, 290, 303-304, 307-308 y 490-491.
ESCRIBANO, Eugenio, C.M., Las Hijas de la Caridad de la Provincia Española en la zona roja, Madrid, 1945, t. I, pp. 260-262.
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