Todo es posible en España. Para ver qué puede pasar, no es mal ejercicio observar el anticipo que suele ser Cataluña. Cuestiones como el orden social y sus convulsiones; ese fenómeno terrorista de asesinato por odio a personas por un orden social distinto, que es el anarquismo; operaciones de laicismo radical y antirreligioso; movimientos pedagógicos rompedores; el enfrentamiento entre la sociedad y el Ejército, sea éste de soldados de cuota, de servicio obligatorio o sujetos a la más estricta profesionalización; la cuestión regionalista o nacionalista con exportación de modelos a otras zonas de España; las organizaciones sociales sean en formas buenas de cooperativismo o de sindicatos antisistema, por ejemplo, se pueden ver antes en Cataluña. Observar pues, qué pasó en esta parte de la España sufriente es un buen ejercicio de Historia y quizá clave de comprensión para lo que después ocurrió en el conjunto nacional, especialmente en procesos revolucionarios claramente diseñados para mutar el rumbo de la vida en común. De la Semana Trágica de Barcelona, se cumple este año el centenario. Espero que se le dedique tiempo y esfuerzo a su consideración y además, a avanzar en investigaciones precisas. Aquí van unas consideraciones que someto a la benevolencia del lector.
Cada vez más el siglo XX es objeto de tratamiento historiográfico, conforme avanza el siglo actual. La Historia de España del último siglo representa un campo de gran interés tanto por loo que pasó, como por lo que se dice que pasó, o por lo que todavía tiene zonas de penumbra, de clarososcuros o sombras, sin que se pueda afirmar o asegurar porqués o causas de muchos de los fenómenos históricos decisivos. Del siglo XIX, cuyo arranque coincide con la invasión de ideas y tropas francesas revolucionarias y con el calamitoso balance de tantas guerras civiles, levantamientos, golpes militares en la centuria, hemos llegado al siglo XXI que en España tuvo en 2004 un episodio dramático que ha marcado un rumbo político y social distinto al que naturalmente se preveía. Sobre los sucesos del 11 de marzo en España, como sobre los del 11 de septiembre de 2001, hemos de ser humildes y reconocer que hay mucho que descubrir. En el siglo XX, España se va a ver libre, aunque no exenta de tensiones interiores, de las dos Guerras Mundiales que asolarán los frentes y retaguardias de vastas zonas del planeta; sin embargo va a tener su guerra purificadora, la Guerra por antonomasia, entre dos españas con minúscula que no se soportaban. La de nuestros padres que se jugaron la vida en las trincheras, fue una generación a la que tocó resolver el llamado problema de España fraguado muchos años antes, en la manera de entender lo que España era y significaba en el concierto de las naciones. Hubo guerra en el 36 por el deterioro progresivo de la convivencia en la República que tantas expectativas había creado. A la República se llegó por un régimen monárquico privado de autoridad sobre la clase política, sobre amplios sectores de la sociedad y de la cultura. El rey se vio obligado a suspender la Constitución más longeva de la vida pública española –la de 1876- en 1921 y esto fue decisivo para su destronamiento voluntario pero evidentemente condicionado, por la pérdida de prestigio. La Dictadura resolvió la guerra de Marruecos, las grandes obras públicas necesarias, garantizó la paz social, pero concluyó de modo precipitado y sin cerrar muchas cuestiones pendientes, como la de la articulación apropiada del sistema político moderno y a la vez apropiado a la manera de ser hispánica. Quienes supieron aprovechar esos años de inactividad política partidista, preparando precisamente los partidos políticos y organizaciones sindicales que iban a contribuir al destronamiento de Alfonso XIII fueron los principales beneficiarios de la tregua parlamentaria. Pero a 1923 se llegó por el Desastre de Annual, en 1921, que minó la moral del Ejército y enfrentó a éste con la sociedad; por el desgaste de los intentos revolucionarios como el de 1917, Año de huelga general revolucionaria, con setecientos muertos en desórdenes justificados en la “cuestión social”, e intento, antes que en Rusia de introducir aquí la revolución bolchevique. Fue causa de ese hecho rupturista de la vida democrática, también, la Semana Trágica, causa y efecto a su vez de las tensiones sindicales movidas por el anarquismo y los que intelectualmente lo sustentaban. De esta Semana Trágica que comienza tras el día de Santiago de 1909, la de Barcelona, hay que examinar los antecedentes.
La conmoción de 1998 con la pérdida de los territorios españoles de Ultramar, en España no se puede hablar propiamente de colonias, sumió a la intelectualidad hispana en una profunda crisis, de la que la manifestación literaria, la Generación del Noventa y ocho, es sólo un epígono ilustrativo. En esta generación iniciada por Ramiro de Maeztu, Azorín y Baroja podemos ver rasgos comunes como son los de la crítica feroz a la clase política de la Restauración, la idea de una necesaria europeización y por ende, desafricanización, de la vida española, y en definitiva, una regeneración de la vida social española desde arriba hacia abajo, o desde abajo hacia arriba, según los diversos autores o actores de la vida pública que añadían cada uno matices diversos en los aspectos económicos, culturales, administrativos, por ejemplo. La institución militar va a jugar un decisivo papel también en esa adaptación de una España que se ha quedado sin empresas ultramarinas, sin misión exterior, y que se ha replegado hacia el interior de su territorio y de sus intereses.
Dos problemas van a surgir de manera adyacente y van a contribuir a tensar el clima social: el problema del orden público, o más bien el orden social, en el que se van a dar convulsiones revolucionarias a los largo de las primeras décadas del siglo XX, y la cuestión regional o de otro modo, de la articulación de las provincias o regiones en el proyecto común español sin menoscabo de las atribuciones históricas de algunas de ellas, del fomento de una romántica afirmación periférica de lo nacional y de las aspiraciones políticas de una mayor descentralización del Estado. El comienzo de los nacionalismos en España está en relación directa, precisamente, con ese momento de depresión nacional que se produce a finales de siglo XIX, tras el asesinato de Cánovas –mentor de la Restauración- por los anarquistas en 1897, la pérdida de Cuba y Filipinas al año siguiente, y hechos del comienzos del XX, con los intentos de magnicidio del rey Alfonso XIII.Hay que la posición incómoda en el Protectorado de España en Marruecos, año 1904, en una franja mucho más pequeña y pobre –El RIF- que la otorgada a Francia y que precisaría de la presencia permanente de tropas, hostigadas por rebeldes precisamente rifeños desde su instalación por mandato internacional interesada, de Inglaterra y animadversión francesa.
En Cataluña, se juntan y precipitan los acontecimientos desde 1905 cuando los locales de dos periódicos antimilitaristas son clausurados a raíz de sus comentarios contra el ejército. En concreto, el semanario nacionalista, anticlerical y satírico Cu-Cut publicó una viñeta ofensiva contra el ejército, un cartel en un banquete con el lema Victoria y el comentario: “eso será de los paisanos”. Algunos mandos militares, el 25 de noviembre, ordenaron el asalto al semanario y también a La Veu de Catalunya con línea editorial también contraria a la institución militar. Y provoca un sentimiento de reacción popular muy extendido en torno a la defensa de lo catalán, y ello provocaría la formación poco después de la Solidaridad Catalana, en la que entrarían personas de diverso signo político desde tradicionalistas y regionalistas templados a enérgicos republicanos, eso sí capitaneados por el líder de la Liga, persona decisiva en este periodo histórico, Francisco Cambó. En un ambiente de crispación social, el consejo de ministros acuerda el 4 de octubre crear una policía especial para Barcelona que además de ejercer mayor vigilancia en las calles de la ciudad había de controlar los desórdenes laborales y sociales.
El terrorismo anarquista se cobra nada menos que veintitrés muertos y unos cien heridos, al lanzar una bomba un grupo anarquista encabezado por Mateo Morral, en la calle Mayor de Madrid, a la salida de la boda real, 31 de mayo de 1906, entre Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Batemberg. El rey había salido ileso de otro intento en parís, unos meses antes. En este año dos noticias sobrecogen a la sociedad española: Se detiene en Cádiz a 21 jornaleros andaluces que querían viajar sin documentación a Ámérica, y por otra parte, todos los vecinos de Gumiel de Hizán (Burgos) anuncian que por la pobreza extrema en que viven se van en bloque al otro lado del Atlántico. Dos muestras de la emigración forzada que se dirigía fundamentalmente a Hispanoamérica y que era una muestra, de la situación económica española sin despegar la industrialización, con un campo sujeto a los avatares del tiempo, con una regeneración de las clases medias que difícilmente podían sostener su posición. En 1907 se matriculó el primer automóvil en España y se procedía a fomentar desde la industria agraria, otro tipo de factorías y empresas que pudieran ocupar a los excedentes de la mano de obra agraria. Ese año de 1907 había una cierta esperanza de que el motor de la política nacional funcionara en buena dirección.
El 25 de enero de 1907 toma las riendas del Gobierno uno de los mejores políticos que ha tenido España en las dos últimas centurias, el liberal conservador mallorquín, Antonio Maura Montaner, a quien el rey había confiado la presidencia del consejo de ministros un poco antes, 1903-1904, en el primer encargo que hizo Alfonso XIII tras su mayoría de edad de 16 años en 1902. Maura instaura en su segundo mandato, el gobierno largo de Antonio Maura, un periodo de sosiego y prosperidad que caería precisamente a consecuencia de la Semana Trágica en 1909. El equipo ministerial estuvo formado por hombres de prestigio que superaron la visión corta de los políticos de oficio, de mentalidad caciquil y estrechez de miras. Francisco Cambó fue atraído hacia esa política definida como “Una Cataluña grande en una España grande”, sacrificando con su acercamiento a Maura, la pujanza de Solidaridad Catalana.
Sin embargo, en 1909, un estallido social en Barcelona iba a cambiar el rumbo político español acabando con ese periodo de esplendor de la política nacional bajo la batuta de Antonio Maura quien dimite de su cargo presidencial el 20 de octubre, como una víctima más de lo ocurrido en España. Le sucede el liberal Segismundo Moret. Augurio del estallido fue quizá, hace cien años también, la última erupción del Teide, después de doscientos años durmiente, de la muerte del rey carlista Carlos VII, en Varese (Italia). Los hechos se desencadenaron de una manera rápida. En julio, un revés en el Barranco del Lobo, cerca de Melilla, con 1.300 bajas del ejército español, provocó una nueva leva de soldados de la península, y en concreto a regimientos situados en la ciudad de Barcelona. La prensa nacionalista y en general de izquierdas, en especial El Poble Catalá hizo una campaña furibunda contra el Gobierno. Pablo Iglesias arengó a sus huestes para combatir al Gobierno por todos los medios. Sabida es su amenaza posterior contra Maura, en el Congreso, de legitimar el atentado personal, es decir contra su vida. Los radicales de Lerroux no se quedaban a la zaga en los ataques, con los que el nacionalismo catalán también cerró filas, y sólo en la Liga, y en concreto en Cambó, tuvo Maura un apoyo complementario a sus propios correligionarios. Solidaridad Obrera llamó a la huelga general, que el día 26 de julio de 1909 fue ya desorden generalizado en Barcelona. Enseguida tuvieron repercusión los incidentes de la capital en varias poblaciones industriales del entorno. Fuerzas militares de Valencia y otras plazas cercanas lograron reestablecer ocho días más tarde el orden. El saldo –varía según las fuentes- la que creo más fiable es la que anota, 113 muertos: 104, entre quienes observaban desde lugares próximo a los centros y barrios asaltados, a los que hay que añadir los 296 atendidos de heridas.. La Guardia civil tuvo dos muertos y 49 heridos. Del ejército, entre mandos y soldados hay que anotar 5 muertos, 48 heridos de cierta gravedad. Los guardias de seguridad tuvieron un muerto y 23 heridos Los incendios de iglesias, colegios y centros católicos fueron numerosos en una oleada de odio anticlerical que estaba, lógicamente, cultivado con anterioridad. Las estadísticas más fiables hablan de 21 iglesias quemadas respecto a las 58 totales de la ciudad; En cuanto a los conventos de religiosos, de un total de 75 censados en la capital, ardieron treinta. Los partidos políticos, al ver el fracaso revolucionario, se desmarcaron del encabezamiento o responsabilidad principal de la intentona de desestabilización. Solidaridad Obrera fue quien cargó con todo el peso de la acusación popular y después, en los distintos procesos, con las penas más importantes. En 1906 se había creado esta organización obrera compuesta fundamentalmente por anarquistas, por la UGT catalana y grupos republicanos extremistas. En 1908 esta central anarquista-socialista-republicana había lanzado a la calle a sus simpatizantes y afiliados contra la ley de Maura que intentaba poner fin a la violencia social entre obreros y patronos que tanta sangre vertió antes y después de esa fecha. En esa actitud extrema coincidieron también por oportunismo político, algunos republicanos y nacionalistas. Lo cierto es que se orquestó una campaña contra Antonio Maura ya en 1908, acrecentada hasta límites insospechados, con el estallido de julio de 1909. El Maura no fue un eslogan repetido machaconamente en la calle, en los centros de trabajo y en los actos públicos. El proceso a los detenidos se saldó con cinco penas de muerte, 59 de reclusión perpetua; 18 de reclusión temporal; 13 de prisión mayor; 39 de prisión correccional; 85 arrestos, 98 multas, 584 absoluciones; 469, sobreímientos, 210 rebeldías; 110 inhibiciones. La Semana Trágica, del Terror o Sangrienta, del 26 al primer día de agosto, fue una conmoción nacional que tuvo después de los juicios y ejecuciones, sobre todo la de Francisco Ferrer y Guardia, pedagogo, y masón, imputado ya en el atentado real de 1906, ejecutado en Monjuitch en octubre. La conclusión judicial ya referida tuvo una proyección internacional inusitada, a la vez que exagerada: periódicos sensacionalistas extranjeros hablaban de 150 fusilados y 8.000 apresados, creándose en París un comité de defensa de de las víctimas de la represión española, y a lista de ciudades en las que hubo manifestaciones antiespañolas fue inmensa. Entre ellas, podemos citar las de Londres, París, Berna, Viena, Berlín, Praga, Salónica, Marsella, Toulouse, Lyon, Brest, Bolonia, Génova, Nápoles, Milán, Lille y un largo etcétera.
La campaña internacional muy orquestada enumeraba tópicos atribuibles a la Leyenda Negra. Se trajo a colación a la Inquisición española, a la intransigencia española multisecular. El Partido Radical de Lerroux fue fundamental en la denuncia primero de Ferrer, después en lo que podríamos llamar la administración de la crisis. De hecho fue el mayor beneficiado del destronamiento de Maura. Elementos radicales señalaron con el dedo a Ferrer y testimoniaron del seguimiento que le hicieron: el 27 de julio acaudillaba un grupo de revolucionarios que levantó barricadas en Las Ramblas y provocó graves destrozos, además de daños a personas; el 28 estuvo “exportando” la revolución en Premiá y Masnou, y así hasta el fin de la Semana. Ferrer no fue detenido hasta el mes de septiembre. La fuerte personalidad de Maura intentó resistir lo indecible y contó con el apoyo de personalidades independientes, de las gentes de orden, de las clases medias, también de intelectuales y académicos, pero la campaña antimaurista cobró ribetes todavía más agresivos con el paso del tiempo tras el fallo de la jurisdicción los condenados. La revolución desde arriba que preconizaba Maura con personalidades sociales de relieve en los puestos de responsabilidad política, identificando la moral privada con la pública, en el sentido de ser los ministros y colaboradores directos gentes que dejando sus cometidos profesionales, mucho más lucrativos, por un tiempo se dedicaban a la gobernación del país. He estudiado, por ejemplo, el esfuerzo sin resultados, por cierto, que hizo Maura por atraer a su gabinete al industrial Nicolás Mª Urgoiti, fundado de La Papelera Española, del periódico El Sol, y otras iniciativas empresariales. Estuvieron en este gobierno largo de Maura, Juan de la Cierva y Peñafiel en Gobernación; el almirante Ferrándiz en Marina acometió la reconstrucción de la Armada; en Instrucción Pública, José Castillejo creó la Junta de Ampliación de Estudios, base del órgano superior de Investigación con distintos institutos especializados. El proyecto de ley contra el Terrorismo que impulsó Maura sabiendo lo que estaba en juego, y sobre todo en Barcelona, ciudad a la que se llamaba la ciudad de las Bombas, fue una apuesta demasiado ambiciosa. Las medidas excepcionales propugnadas en el texto del consejo de ministros preveía medidas en clave de jurisdicción militar para los responsables de los atentados, la supresión de periódicos que colaborasen de alguna manera con los inductores o ejecutores de atentados, en definitiva, de poner medios suficientes para erradicar un problema que se veía creciente y de difícil solución. Maura adoptó una actitud arrogante hacia la prensa más liberal, nacionalista o antisistema, que se hizo eco del Maura No. El trust periodístico formado por el republicano El Liberal, el canalejista Heraldo de Madrid y el más independiente El Imparcial unieron sus esfuerzos empresariales constituyendo la Sociedad Editorial de España encontrando en esta fusión sinergias que hicieron mella contra la política gubernamental sustentada en opinión pública por los periódicos conservadores del grupo Luca de Tena como ABC, o del tradicionalismo que veía con simpatías algunas iniciativas mauristas, e incluso de carácter regionalista. Maura Sí, era el lema soterrado de esta agrupación periodística más diversa y plural. En Propaganda periodística, Maura perdía claramente la guerra. La Semana Trágica de Barcelona nos plantea el gran problema de la organización de una convulsión social orquestada y bien preparada, que consiguió su objetivo de cambiar al gobierno y dar un nuevo rumbo a la política española, y a su vez tres cuestiones que pesan en el momento político y en el ambiente español: la cuestión religiosa; la cuestión regional, particularmente la catalana; y la cuestión social, las relaciones entre patronos y obreros.
La revolución se cebó en personas e instituciones religiosas católicas. No hubo edificios históricos civiles notables afectados por los incendiarios. Tampoco hubo enfrentamiento directo contra políticos del arco parlamentario; fue la Iglesia la gran atacada por este movimiento revolucionario. También jugó un papel nada despreciable, la cuestión regional, con una Cataluña que se debatía entre el regionalismo y nacionalismo. Las aspiraciones autonómicas que luego tuvieron forma en la Mancomunidad en 1918, fueron utilizadas por los partidos a la hora de valorar o explicar lo ocurrido en la semana final de julio. El primer congreso de lengua catalana se había celebrado con toda normalidad en 1907, y el florecimiento cultural de Cataluña, con expresiones literarias en español, catalán, y otros idiomas, auguraban una época de esplendor de la cultura catalana. Pero la Semana Trágica trasladó a las masas un sentimiento de victimismo ante el gobierno central, que luego repetirían nacionalistas de todo pelaje, en décadas sucesivas. Por último, la cuestión social fue de una gran magnitud.
La agitación obrera de carácter anarquista tenía en Barcelona sindicatos que sumaban unos 10.000 afiliados, centros de reunión y organización, logística y conexión con células exteriores. No faltó tampoco gente de la política ejerciente que viendo en ello una forma de desgastar a Maura, echó leña al fuego, para cambiarlo al frente del gabinete. Los liberales opuestos, esgrimieron el argumento de que la campaña exterior no había sido antiespañola sino antigubernamental. Después de una escabrosa y larga sesión, Maura se vio desasistido de otros apoyos que no fueran las de sus más cercanos partidarios conservadores. Especialmente sintió la retirada del apoyo de liberales hasta entonces próximos a él, como el sector de Moret, el gran beneficiado don la derrota del político mallorquín como se vio al ser encargado de formar gobierno al poco tiempo. El rey le retiró la confianza el 21 de octubre de 1909. Maura quedaba fuera de la vida política española. Con esta retirada, la Monarquía quedaba más vulnerable a republicanos y políticos antisistema. La solución de emergencia del Gobierno Nacional, en 1918, por artificial y precipitada, sólo fue un intento in extremis de remediar lo irremediable.
En efecto, el deterioro del orden político y el desprestigio de los políticos gubernamentales fueron en aumento. En 1910, José Canalejas presidió el gobierno. Se quería reeditar el turnismo otrora de Cánovas-Sagasta, con el de Maura-Canalejas. Éste último caería asesinado por los anarquistas en noviembre de 1912, y con las tensiones que la neutralidad en la Guerra de España, pero la beligerancia propia de los españoles tras el estallido de la Gran Guerra, y la cuestión social desatada, como se vio luego en 1917, más la de Marruecos efervescente y sangrienta, y la cuestión regional, cada vez más complicada, llegaría la década de los Veinte –inaugurada con el asesinato del presidente del consejo de ministros, Dato- y con ella, la solución de la mano militar por encargo real, para resolver o intentar al menos, evitar la propagación de la descomposición nacional. La historia de España continuó por los derroteros de todos conocidos, pero no hubiera sido igual de no haberse producido el estallido social, ahora hace cien años, de la Semana Trágica e Barcelona, sobre la cual se irán descubriendo, no cabe duda más datos, y aportando por los buenos profesionales de la Historiografía, interpretaciones llenas de sentido. También su influencia posterior. Pensemos por ejemplo, en la II República y particularmente, en la revolución golpista de la izquierda socialista en octubre de 1934, ahora hace 75 años. He querido en estas breves líneas dejar constancia de este episodio nacional, los trágicos siete días barceloneses, que es digno de ser considerado por los estudiosos, divulgado y tenido en cuenta, por quienes se preocupan hoy del porvenir de España, desde las enseñanzas de la maestra de la vida.
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Jesús Tanco Lerga.
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