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La avioneta de Charlie

por José María Macarulla

A través de una alegoría se demuestra lo bárbaras que son algunas leyes españolas

Hace algunos años conté la historia de mi amigo Charlie, que tuvo ciertos problemas relacionados con su avioneta y que ahora, lejos de quedar anticuados, van cobrando una patente y fulgurante actualidad. Resumiré la historia de mi amigo.

Charlie vive en Australia, un continente que, por sus largas distancias, muchas veces hay que recorrer en avioneta. En ese vehículo transporta diversas mercancías, desde comestibles a las granjas – tan alejadas unas de otras – medicinas para la farmacia del pueblo, abonos o plaguicidas para los cultivos agrícolas y hasta niños, desde sus casas al colegio y viceversa. Como el vehículo es algo tosco, cuando está en apuros – por una tormenta de arena, un renqueo irregular del motor o por falta de combustible – dispone de un botón que al pulsarlo abre el fondo de la avioneta y se sueltan las mercancías al vacío. Así aterriza sin problemas y a repetir nuevas experiencias.

Historia reciente

El verdadero problema ha surgido cuando en el último vuelo, transportando cuatro niños al colegio, ha sufrido una de esas contrariedades y mi amigo, sin pensarlo dos veces, ha abierto la trampilla y han volado con sus libros hacia el vacío, por supuesto, sin paracaídas. Es una pena pero ¿qué podía hacer? Ahora las mamás indignadas por esa barbaridad quieren lincharlo, las autoridades lo han encarcelado y van a juzgarlo acusado de asesinato.

Charlie no sale de su asombro, porque siempre ha actuado así con todas las mercancías que transporta, antes está el avión que su contenido. Me ha escrito desesperado desde la cárcel y yo le he recomendado, si fuese posible, que su caso se resolviera en España. Ante su extrañeza le he explicado que en nuestro país sería declarado inocente si le juzgasen con los mismos criterios que todos los días, desde el 1985, se siguen en la aplicación de la “ley del aborto”. En efecto, la avioneta es sólo suya y puede disponer de ella - y de su contenido - a su arbitrio. En esto resulta comparable al útero materno que también transporta niños hasta su nacimiento. Las tormentas de arena se considerarían análogas a la angustia por las complicaciones del embarazo; el renqueo del motor, a los problemas de salud de la madre y la falta de combustible a la escasez de medios de subsistencia. Todo ello hace que “legalmente” se autorice la muerte de miles de inocentes que estaban en camino.

Reflexiones

Se ha sorprendido de que, en un país tan civilizado como el nuestro, en el que la Constitución establece con toda claridad en su artículo 15 que TODOS TIENEN DERECHO A LA VIDA se pueda condenar a muerte a tantos seres inocentes. Ya le explicado que ese dichoso artículo, causante de muchos malabarismos y filigranas legales, no se refiere a los seres humanos y que probablemente debe referirse a algunas especies en peligro de extinción como los gorilas, los rinocerontes, los lobos, los osos de Asturias o quién sabe a qué seres deberá proteger. Porque a los niños le aseguro que se les mata con mayor impunidad cada día que pasa. Aquí sólo le prohibirían atropellarlos cuando están ya en el suelo, pero, mientras dure el vuelo, la “ley de plazos” lo permite o permitirá todo. ¿Cómo puede Australia estar atrasada en una materia de tan rabiosa actualidad? En España los “progresistas” siempre facilitan el progreso de los seres humanos jovencitos, libremente hacia el vacío.

Conclusión

Mi amigo, desconcertado, me ha hecho varias consideraciones: Si en España no se puede ejecutar a los criminales incorregibles, por ejemplo, a los pederastas o violadores que siempre reinciden ¿por qué sí se puede ejecutar a los niños inocentes? Confieso que no sé qué contestarle: estoy tan desconcertado como él mismo ¿Por qué se llama progreso a la muerte programada y deliberada  de los pobres niños?

Como resumen le diré que creo firmemente que, al expulsar a Dios de la sociedad, se han resquebrajado todos los criterios éticos o morales y a dónde progresamos es hacia el caos más absoluto: “Homo homini lupus” o aún peor; porque los lobos no se matan entre sí

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José María Macarulla



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