Uganda es un país de más de treinta millones de personas donde el SIDA provocó una pandemia que alcanzó en 1991 a un 21% de la población. El desarrollo de la enfermedad es una de las causas principales de la desestructuración de la fuerte institución familiar africana. La desaparición de los adultos jóvenes ha dejado desamparados a centenares de miles de huérfanos, que abandonados vagan por las calles en busca de un modo de vivir. La necesidad de mano de obra provoca cambios migratorios y la imposibilidad de favorecer un contexto favorable para el desarrollo.
Uganda era uno de esos países infestado de SIDA, cuando los soldados tanzanos y ugandeses de Yoveri Museveni liberaron al país de la cruel dictadura de Idi Amín. Aquellos soldados contrajeron la enfermedad y la desarrollaron por el país. La promiscuidad juvenil por la confianza en los avances de la medicina fomentó el crecimiento de las relaciones sexuales, y por tanto el contagio del SIDA. Como en otros países, la industria del latex, uno de los grandes grupos de presión en la ONU, inundó el país de condones para parar la transmisión del SIDA, pero el crecimiento siguió de forma acelerada, como es un ejemplo Sudáfrica, país que pierde 300.000 habitantes anuales. Sin embargo, Uganda es el país de San Carlos Luanda, el mayordomo real que fue sacrificado junto a otros 26 jóvenes ugandeses por no ceder a la concupiscencia de su malvado monarca. Actualmente, Uganda es un país que reúne más de un 80% de población cristiana, la mitad protestante y la otra católica. El gobierno Museveni decidió tomar parte activa en la eliminación del SIDA, desde las escuelas y las iglesias, la formación de las mujeres como punto clave de las familias, y la educación en los valores de abstinencia y la fidelidad, las nuevas generaciones de ugandeses fueron cambiando los hábitos sociales que se habían enraizado bajo el dominio de Idi Amín y la guerra. Después de tres décadas de educación y formación en valores, la sociedad ugandesa disfruta en la actualidad de un 5,4% de infectados, habiendo reducido en tres cuartas partes el número de enfermos. El éxito de la medida era claramente conocido por el Papa Benedicto XVI, Uganda es un país que debe su evangelización y desarrollo a los padres blancos, ahora conocidos como padres de África. Resulta curioso que la persona que goza de primera mano de información sobre lo sucedido en Uganda, se vea atacado por personas que nunca han estado en África y cuyos intereses económicos dependen de las grandes empresas productoras de condones.
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José Luis Orella
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