Los axiomas principales en que se sustentaba la doctrina
tradicionalista eran: Dios existe, Dios ha creado el mundo, Dios hizo la
sociedad, Dios hizo al hombre y le dio una naturaleza social [1]
Si el hombre era un ser social desde su creación, el principio rousseauniano de
un pacto entre seres iguales y libres para obtener más ventajas sería falso.
Los principios liberales fundados en el individualismo y el racionalismo serían
los causantes de la anarquía política reinante en el siglo pasado y principios del
veinte, por intentar variar contra naturam los soportes políticos del
Estado, La razón no podía sustituir a la Tradición en la configuración de
constituciones y leyes, según creían los intelectuales tradicionalistas. Las
instituciones se desarrollaban de acuerdo con sus condiciones naturales, la ley
debía representar la continuidad de una serie de costumbres y tradiciones [2]
Estas costumbres sumadas a la capacidad de memoria daban lugar a las decisiones
más correctas, al guardar las experiencias positivas y rechazar las opciones
que habían resultado negativas [3] . Del mismo
modo, la sociedad se debía fundamentar en los principios cristianos, ya que la
religión resumía los valores de la Tradición al abarcar realidades sociales más
alla de las religiosas [4] . Por tanto,
la religión Católica era la única que poseía la virtud de la unidad, la
estabilidad y la autoridad para establecer la forma sólida de un orden
coherente con el ideal tradicionalista [5]
No obstante, el tradicionalismo europeo no era uniforme y
planteaba diferencias entre el francés y el español. La principal era la
disponibilidad de los legitimistas franceses a una política galicana con
respecto a Roma, a pesar de las tendencias ultramontanas defendidas por Feli
de Lamennais, en su primera época, y José de Maistre. Ambos apuntaban la
existencia de una autoridad moral superior a los poderes terrenales, que
estaría representada por el Papa. El cardenal Belarmino vertebraría estas ideas
en la teoría de la "potestas indirecta" y Suarez y otros jesuitas del
siglo de oro español reforzarían estos argumentos.
Los intelectuales tradicionalistas españoles, apoyados en el
tomismo, defenderían la falta de potestad temporal del papado, pero como el
poder temporal debía garantizar el bien común de la comunidad y los principios
temporales, por su naturaleza, eran inferiores en calidad a los espirituales.
El Papa, como cabeza de la Iglesia podía anular la obediencia que los
cristianos como ciudadanos debían al poder establecido, si éste conculcaba el
fin del bien común. Este principio sería empleado después por los intelectuales
tradicionalistas para movilizar a la masa católica contra unas autoridades
republicanas que habían traicionado el ejercicio del poder político.
El tradicionalismo español se vertebró en torno al
movimiento carlista en cuanto a sus aspiraciones políticas. Sin embargo, los
principales teóricos del tradicionalismo español no fueron miembros de éste
movimiento político. Aunque, luego las ideas de éstos fueron requeridas por
los carlistas. Los principales son Jaume Balmes (1810-1848) y Juan Donoso
Cortés (1809-1853). El primero, clérigo, educado en la Universidad de Cervera,
buscó una política conciliadora ente las dos ramas borbónicas para unir a sus
partidarios en un movimiento conservador que equilibrase una creciente
izquierda social. Su pensamiento era ecléctico, aunque tenía rasgos
neotomistas, defendió los valores positivos de un catolicismo progresivo,
ajustado sin complejos a la realidad que intentaba empapar y atento a resolver
los problemas que esa realidad suscitaba. En concreto el problema social fue
subrayado como de principal interés, aunque no acertó a plantear su solución,
si remarcó la importancia que iba a tener.
El extremeño Donoso Cortés, fue liberal, pero la revolución
de 1848 y la muerte piadosa de su hermano le hicieron convertirse en el paladín
del tradicionalismo con una oratoria apasionada. Donoso presentía que el futuro
estaba destinado a una lucha apocalíptica entre el socialismo y el catolicismo.
No obstante, su doctrina irracionalista encontró el caldo nutricio en el
tradicionalismo fideísta de De Maistre y De Bonald, más que en la enseñanza de
los autores españoles. La doctrina expuesta por estos dos intelectuales sería
continuada por los llamados neocatólicos, Cándido Nocedal, Navarro Villoslada,
Gabino Tejado, Ramón Vinader y Aparisi y Guijarro, quienes aunque no
consiguieron innovaciones doctrinales, tuvieron una gran labor divulgativa en
los medios de prensa. Estos intelectuales a causa de la revolución de 1868 les
hizo entrar en el carlismo, donde desarrollaron su pensamiento. No obstante, la
mayor parte saldrían del movimiento en 1888 con la escisión integrista.
El ideario que propugnaban era deudor de un fuerte
paternalismo hacia la figura del rey con los cuerpos sociales. Navarro
Villoslada resumía sus ideas de este modo: "Un hombre que diga al padre
de familia; tú eres el rey de tu casa; y al municipio; tú el rey de tu
jurisdicción; y a la diputación; tú la reina de la provincia; y a las cortes;
yo soy el rey vengan aquí las clases todas de que se componen mi pueblo; el
clero, la nobleza, la milicia, el comercio y la industria y la clase más
numerosa y necesitada de todas, la clse pobre" [6] .
No obstante, Aparisi Guijarro provocó un cambio trascendental al introducir en
1864 el organicismo moderno en su discurso, proveniente de los intelectuales
krausistas que defendían un modelo de sociedad que resultaba con coincidencias
con el modelo tradicionalista [7] .
Sin embargo, ante la llegada de ideologías centroeuropeas
como las krausistas, introducidas en España por Sanz del Rio. Los católicos se
vieron en la necesidad de rebatir sus teorías con una praxis coherente y
adaptada a las circunstancias. El tradicionalismo fideísta fue desalojado por
su falta de pruebas racionales en favor del neotomismo, que había brillado con
éxito en Italia, gracias al cardenal Taparelli. En España, será el asturiano
Zeferino González O.P. (1831-1894) el introductor del neotomismo junto a sus
alfiles Juan Manuel Ortí Lara (1826-1904) y Alejandro Pidal y Mon (1846-1913).
Fray Zeferino intentó conciliar la filosofía con la Fe y utilizar un discurso
filosófico racionalista contra las ideas derivadas del liberalismo [8] .
Incluso al desarrollar la sociabilidad del hombre, preanunció un ideal
organicista, que será algo más definido en Ortí Lara. No obstante, éste
pensador pasó del integrismo a alfonsinismo práctico y Pidal y Mon, del
transacionismo de la Unión Católica al canovismo, integrándose ambos en el
sistema restauracionista de corte liberal-conservador.
Del mismo modo, el intelectual más reivindicado por los
intelectuales neotradicionalistas de la II República será el historiador
Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912) quien identificará el catolicismo con
la esencia del ser español, desdeñando las diferentes heterodoxias
desarrolladas en España, como formas de antiespañas. Sin embargo, el
santanderino, como los ejemplos anteriores, nunca militó en el carlismo, sino
en la Unión Católica de Pidal y Mon, llegando a ser diputado canovista por
Zaragoza en 1891. No obstante, su praxis se asemejaba a la de Vázquez de Mella,
el tribuno tradicionalista del carlismo, al defender la unidad del espíritu
español dentro de la rica variedad de manifestaciones regionales en una unidad
orgánica y viva. Pero el fuerte nacionalismo de Menéndez y Pelayo llevaba a una
exaltación nacional cercana al regalismo, frente al universalimo católico. Este
hecho le hizo ser criticado por los neotomistas.
Los neotomistas fueron reivindicados por León XIII como la
escuela filosófica mejor adaptada para luchar contra las peligrosas tesis que
se defendían en la conformación del mundo moderno que se avecinaba. El cardenal
de Malinas, Mercier, y los jesuitas Clérissac y Gillet serían quienes
desarrollarían el neotomismo del cual beberían los franceses Jaques Maritain,
Henry Massis y el español de Orio, Juan Zaragüeta.
En cuanto al carlismo de principios de siglo, Juan Vázquez
de Mella (1861-1928) fue el impulsor de un tradicionalismo vertebrado en la
Unidad Católica, una monarquía federativa, un administración descentralizada y
unos reyes legítimos. El tribuno asturiano defenderá la soberanía social que
nacía en la familia y se desarrollaba de forma natural en el municipio; del
mismo modo los municipios se agruparían en comarcas y éstas llegarían a la
región. Con respecto al Estado, sería una monarquía federativa de cuerpos y
clases, en la que cada entidad tendría su propia soberanía subsidiaria, sin
interferir en la de los demás. De forma metafórica, Vázquez de Mella decía:
"El Estado es el sol y las regiones los astros; el Estado es el río y
las regiones las afluentes; el Estado es el vértice de la pirámide y las
regiones la base" [9] . No
obstante, por discrepancias personales, Vázquez de Mella rompería con D. Jaime
en 1919, creando una corriente tradicionalista de signo posibilista que
entablaría negociaciones con otras familias de la derecha católica, imbuyendo a
ésta de parte del discurso tradicionalista que había estado marginado de las
instituciones oficiales.
Sin embargo, el derechismo español que había defendido un
discurso vertebrado en torno a la defensa de la Religión Católica y a la
Monarquía había intentado evolucionar desde 1919. Los hombres de la ACN de P,
liderados por Angel Herrera Oria consiguieron con la unión de cuadros mauristas
(grupo de Ossorio y Gallardo), tradicionalistas (escindidos del carlismo con
Vázquez de Mella y simistas de Valencia) y el grupo Democracia Cristiana de
Severino Aznar y Salvador Minguijón, de origen carlista, formar el Partido
Social Popular. Este grupo fue la más genuina experiencia española en semejanza
con los partidos católicos europeos del Partido Popolare Italiano y el Zentrum
Alemán. En su programa, a parte de inspirarse en el catolicismo social y en la
defensa de la instauración de unas instituciones que reflejasen una sociedad
orgánica, también captaron, por primera vez, los deseos de descentralización y
defensa de las personalidades regionales, que los carlistas habían realizado y
el resto de las derechas, por su origen liberal se habían negado a reconocer
por ser una afrenta contra la unidad nacional [10] .
Sin embargo, la experiencia de la dictadura primorriverista
orientó a muchos teóricos derechistas el camino a seguir, aunque durante la II
Republica, criticaron el modo en que actuó aquélla. Para ellos, el
primorriverismo había sido una oportunidad perdida, donde el parlamentarismo
restauracionista había dado la alternativa a un régimen ejecutivo fuerte, donde
un programa de Estado en obras se había estado realizando a través de
competentes ingenieros y arquitectos, muchos de los cuales, aparecerían
posteriormente en Burgos durante la guerra civil, como Peña Boeuf y Benjumea
Burín. No obstante, la dictadura fracasó, la Unión Patriótica no consiguió la
adhesión de las capas medias de la población, las élites culturales del país se
posicionaron en contra del sistema, y éste fue esteril en la formación de una
alternativa ideológica configurada desde el gobierno con poder de atracción. El
resultado final fue que su hundimiento trajo consigo la caída de la propia
monarquía, que se vio arrastrada por el régimen.
Durante la II República, Eugenio Vegas Latapié, el marqués
de Quintanar y Ramiro de Maeztu se dieron cuenta que la derecha monárquica
debía plantear una iniciativa ideológica de calidad si se quería conquistar el
poder e ilusionar a las élites constructivas del país. En este empeño
intelectual nació Acción Española, revista y sociedad cultural, que
bebiendo de los “sanos manantiales de la tradición española” pretendía educar a
los jóvenes de la elite social en la verdad inspirada en Balmes, Donoso Cortés,
Menéndez Pelayo y Vázquez de Mella. Este grupo, pequeño en número, sus
suscriptores no pasaron de 2.500 a 3.000 [11] ,
fue de una gran calidad, reuniendo en sus páginas colaboraciones de todo el espectro
derechista español y de bastantes extranjeros (portugueses, británicos,
italianos y franceses, principalmente).
En esta revista, escribieron intelectuales y políticos
pertenecientes al monarquismo alfonsino, carlistas, cedistas, falangistas y
hombres de Iglesia, pretendiendo formar un amplio abanico metapolítico que
educase y formase una élite intelectual que tendría como misión luchar contra
las ideas de la Ilustración y la Revolución francesa, de la cual era deudora la
Segunda República, con el fin de instaurar un régimen tradicional acorde con el
espíritu nacional de España. Entre los más conocidos estaban: Alvaro Alcalá
Galiano, Rafael Alcocer, conde de Altares, Juan Antonio Ansaldo, José María de
Areilza, Joaquín Arraras, Cristina de Arteaga, Eduardo Aunós, Antonio Bermúdez
Cañete, Manuel Bueno, José Calvo Sotelo, Aniceto de Castro Albarrán, Juan de la
Cierva, José Corts Grau, marqués de la Eliseda, José Ignacio Escobar, José
María Fernández Ladreda, Luis de Galinsoga, Alfonso García Valdecasas, Zacarias
García Villada S.J., Ernesto Giménez Caballero, Antonio Goicoechea, Cardenal
Gomá, Wenceslao González Oliveros, César González Ruano, José Ibañéz martín,
Miguel Herrero García, Pedro Mourlane Michelena, ramiro de Maeztu, Víctor
Pradera, Eugenio Montes, Leopoldo Eulogio Palacios, José Pemartín, Mariano
Puigdollers, José María Peman, Juan Pujol, marqués de Quintanar, Antonio Rumeu
de Armas, Rafael Sánchez Mazas, Enrique Suñer, Marcial Solana, José Luis
Vázquez Dodero, Zacarias Vizcarra, Eugenio Vegas Latapie, José Yanguas Messia,
Eusebio Zuloaga etc... [12] .
Entre los citados anteriormente como parte del elemento
humano que colaboraron en la revista, se encontrarán muchos de los que
servirían de soporte técnico para el rudimentario Estado nacional. En la Junta
Técnica varios presidentes de Comisión serán antiguos colaboradores de Acción
Española, como: Joaquín Bau, Andrés Amado y José María Pemán. A parte, la
influencia política demostrada fue bastante importante, teniendo en cuenta su
exiguo número. La idea de un mando único, aunque surgida de entre las filas de
los propios militares, fue ampliamente respaldada por los elementos de Acción
Española que influyeron entre los generales monárquicos en favor de la
elección del general Franco. Esta medida debía ir unida a otra posterior de
signo restauracionista en la persona de Juan de Borbón Battemberg, que fracasó.
En esta línea, uno de los primeros en teorizar sobre una
forma de Estado corporativa fue Eduardo Aunós, este ilerdense había sido
ministro de Trabajo con el general Primo de Rivera y preconizado un sistema
corporativo similar al imperante en Italia. En 1935 publicó un libro titulado La
reforma corporativa del Estado, en el cual citaba desde la Carta de
Carnaro, escrita por el poeta D´Annunzio en el período de Condottiero de
Fiume, hasta la carta de Trabajo de 1927, en la que Alfredo Rocco establecía la
modalidad corporativa en la nueva Italia de Mussolini [13] .
Para Eduardo Aunós, la sociedad liberal había muerto y las únicas alternativas
eran el comunismo y el corporativismo. Este último había sido adoptado con
éxito en Portugal, Austria, Italia y Alemania, por tanto, también España debía
hacerlo. El corporativismo debía ser la estructura de un Estado contrario al
liberalismo y a la democracia parlamentaria, que tuviese su inspiración en la
tradición histórica y la moral cristiana. Este orden nuevo establecería la
justicia distributiva, más acorde con los principios sobrenaturales del hombre
que el igualitarismo marxista [14] .
Entre los monárquicos partidarios de Alfonso XIII, el vasco
Ramiro de Maeztu despuntará como uno de sus principales teóricos. Este
intelectual había peregrinado desde un liberalismo reformista hacia un
corporativismo tradicionalista. Las influencias foráneas principales habían
sido de los intelectuales socialistas británicos, que en su vertiente guildista
defendían un gremialismo cercano al organicismo. George D.H. Cole fue el más
característico de los integrantes de este colectivo, que más influyó en el
pensamiento de Maeztu. Cole defendió un gremialismo que significaba una vuelta
a una Edad Media idealizada, donde el Estado estaba disminuido a una función
meramente de coordinación y donde la sociedad estaba compuesta por organismos
totalmente autónomos del poder central [15] .
Este modelo resultaba gemelo del distribucionalismo, sistema
orgánico desarrollado por los hermanos Chersterton e Hillary Belloc,
intelectuales católicos, conversos los Chersteton, que procedían del
liberalismo y el conservadurismo respectivamente. También éllos habían llegado
a la conclusión de que la Edad Media había sido una época modélica en las
relaciones humanas, que el individualismo radical del liberalismo había roto
esa armonía ideal, fomentanto como alternativa un socialismo estatista que
minimizaba al hombre. Por lo tanto, la respuesta era una sociedad corporativa
semejante a la medieval, pero adaptada a los tiempos modernos. Maeztu también
conoció esta versión conservadora del organicismo, aunque se vio más
influenciado por la modalidad de Cole.
Al mismo tiempo, Thomas Ernts Hulme le inició en la crítica
a la modernidad y le acercó a la necesidad de fomentar los valores clásicos y
cristianos. Maeztu ve que el hombre no es la medida del mundo y que desde el
renacimiento se ha tendido a una relatividad que había desembocado en un
liberalismo que atomizaba el individualismo del hombre y en un socialismo donde
imperaba un Estado todopoderoso. Entremedio, el catolicismo con su disciplina
moral conseguía sostener el orden social y el gremialismo aprendido de los guildistas
propugnaba un sistema alternativo al Estado maximalista y al individualismo
radical. Estas ideas las trasmitiría en su libro La Crisis del humanismo
que se publicó en plena vorágine de la Primera Guerra Mundial.
Ramiro de Maeztu fue evolucionando hasta acabar como una de
las principales plumas de Acción Española, donde su bagaje liberal había
desaparecido en beneficio del tradicionalismo, al cual se agarró con la fe del
converso. El escritor alavés vio en el tradicionalismo la reserva más pura de
los valores cristianos en los cuales se debía identificar el nacionalismo
español. Para Maeztu, los tiempos del liberalismo y la democracia habían muerto
en 1918, la amenaza de la revolución solo podía ser combatida desde el interior
del alma de la nación española expresada en su tradición.
Sin embargo, nunca abandono su concepto de considerarse un
intelectual de clase media y a ésta como la columna vertebral de España [16] .
Para él la elite intelectual de clase media debía forjar en los valores
verdaderos a la élite industrial y ambas aprender de la castrense, que era una
escuela de valores cívicos [17] . Nunca
consideró que las clases sociales podrían desaparecer, siempre defendió el
orden social y su jerarquización y su paulitano radicalismo se vio profundamente
influenciado con el creciente temor a una revolución social.
No obstante, el hombre fuerte del monarquismo alfonsino fue
sin duda José Calvo Sotelo. Proveniente de una familia de clase media, se
integró en los engranajes del funcionariado restauracionista, convirtiéndose en
uno de los mejores alumnos del intelectual krausista Gurmersindo de Azcarate.
Calvo Sotelo se encuadró en el conservadurismo maurista, siendo favorable a un
dirigismo de un ejecutivo fuerte que propugnase el ascenso de España como potencia.
Durante la dictadura de Primo de Rivera se convirtió en uno de los ministros
estrella del régimen, como responsable de Hacienda, donde planificó la economía
española, llegando a nacionalizar la naciente industria del petroleo. Con la
instauración de la República se exilió a Francia donde tuvo contactos con
elementos galos de Action Francaise que ayudaron en su proceso de
radicalización.
Vuelto a España con la amnistía concedía por el gobierno de
centroderecha salido de las elecciones de 1933, Calvo Sotelo se fue
convirtiendo en un líder de peso en la derecha por su juventud, madurez de
pensamiento y lenguaje apasionado. Sin embargo, carecía de un partido político
que le recibiese. La CEDA tenía a José María Gil Robles, la pequeña Falange a
Jose Antonio Primo de Rivera y Renovación Española a Antonio Goicoechea, donde
se integró finalmente junto a un grupo de antiguos ministros primorriveristas.
No obstante, Sainz Rodríguez ideó la formación de una coalición de las derechas
monárquicas y radicales que estuviesen lideradas por José Calvo Sotelo. Este
proyecto fue el Bloque Nacional, que en teoría debía incluir a carlistas,
alfonsinos y falangistas. Estos últimos se negaron por el extremado
conservadurismo del proyecto, siendo sustituidos por los nacionalistas del
cardiólogo Albiñana, un pequeño partido radical favorable a posturas
autoritarias y monárquicas. Las otras dos fuerzas boicotearon la coalición
impidiendo el trasvase orgánico de militantes para evitar la supremacía de
Calvo Sotelo sobre la figura de Goicoechea entre los alfonsinos y la
enajenación de sus bases populares a los carlistas.
A pesar de todo, Calvo Sotelo desde la soledad de unas
siglas que representaban poco más que un escenario se fue convirtiendo en uno
de los líderes más carismáticos y renovadores de la derecha española. La
imposibilidad de la CEDA de obtener la jefatura del gobierno por el veto de
Alcalá Zamora y la ausencia del parlamento de Goicoechea, cuyo escaño fue
impugnado, y la de Fal Conde, dedicado a tareas organizativas de su movimiento,
precipitó al pontevedrés a un liderazgo moral de los parlamentarios
derechistas. Sus críticas apasionadas en el parlamento, sus artículos en Acción
Española y la defensa de un programa alternativo al republicano le
convirtieron en uno de los protagonistas del último período de radicalización
política de 1936. Su asesinato posterior le alzó por encima de los demás
líderes como el martir impecable de una causa que exigiría una cuantiosa cuota
de sangre.
La interpretación de la realidad política de Calvo Sotelo
era la que provenía de su origen maurista y su experiencia como burócrata y
ministro de Primo de Rivera. La necesidad de reconducir los destinos de España
desde un ejecutivo fuerte. Sin llegar a la imagen de Estado que tenían los fascistas
italianos por la influencia gentiliana. Calvo Sotelo defendía el dirigismo del
gobierno en la economía, como coordinador y fomentador de obras públicas e
industrias que modernizasen la sociedad española y estuviesen bajo el control
del capital nacional y no de compañías privadas extranjeras. Este nacionalismo
español, era moderno, aunque deudor de la revolución venida de arriba, que
tanto había pretendido el viejo Maura.
De concepciones elitistas, era favorable al dirigismo social
protagonizado por una elite moderna, burguesa y emprendedora de pequeños
industriales y empresarios. Estas personas son la que debían desarrollar un
movimiento moderno y nacionalista similar al fascista, aunque finalmente se
dejó llevar por los ímpetus agraristas del resto de las derechas. Esta opinión
fue la causa de las críticas de los falangistas a Calvo Sotelo, quienes
criticaron su filofascismo proveniente de una interpretación que le asemejaba a
los movimientos autoritarios conservadores fascistizados, pero no a los revolucionarios,
a los cuales pretendía la Falange de 1936 asimilarse.
Colaborador de Acción Española, apoyó a Eugenio Vegas
Latapié y sus amigos en reivindicar una Monarquía tradicionalista y corporativa
personalizada en la imagen novedosa de Juan de Borbón y Battenberg, tercer hijo
y heredero de Alfonso XIII. Algo que no podían defender los miembros de
Renovación Española, leales a la figura del monarca exiliado. Finalmente el
programa defendido por Víctor Pradera, vicepresidente del Bloque Nacional, aunaba
a carlistas y calvosotelistas en un mismo programa político de instauración de
un Estado moderno de raíz tradicionalista. Aunque, el maurismo del gallego le
hacía recelar del regionalismo foralista de sus coaligados, más atrevido que la
tímida descentralización administrativa pretendida por Calvo Sotelo. En el
manifiesto fundacional del Bloque Nacional, el líder gallego se expresaría con
unas palabras bastantes clarificadoras: "Persuadidos de la
trascendencia histórica de la revolución del 6 de octubre, momentáneamente
frustrada, los firmantes de este escrito, sin abandonar la disciplina política
de las organizaciones a que en su mayoría pertenecen, han acordado coincidir en
una actuación política delimitada por estos dos principios: la afirmación de España
unida y en orden, según frase inmortal de Don Fernando el Católico; y la
negación del existente Estado Constitucional.... Una España auténtica, fiel a
su historia y a su propia imagen: una e indivisible. De aquí la primera línea
de nuestro programa de acción: defensa a vida o muerte y exaltación frenética
de la unidad española, que la Monarquía y el pueblo labraron juntos a lo largo
de quince siglos...
Queremos un Estado integrador que, a diferencia del
Estado anárquico actual, imponga su peculiar autoridad sobre todas las clases,
sean sociales o económicas... Hay que encuadrar la vida económica en
corporaciones profesionales... Esto se logrará cuando la vida del trabajo sea
dirigida por un Estado con Unidad moral, Unidad política y Unidad económica...
Os proponemos, por tanto, españoles, la constitución de un Bloque Nacional que
tenga por objetivo, la conquista del Estado, conquista plena, sin condiciones
ni comanditas; por designio, la formación de un Estado Nuevo, con las
características ya descritas, las dos esenciales de Unidad de mando y
continuidad histórica nacional" [18] .
De forma clara y contundente, Calvo Sotelo expresaba que la
izquierda con la revolución de octubre había roto el consenso de convivencia y
pretendería una nueva revolución. Como respuesta, la derecha debía unirse en un
programa común que subrayase la unidad de España, en todas sus facetas y
propugnase la instauración de un nuevo Estado acorde con el espíritu nacional
de las tradiciones españolas.
En el campo carlista, Víctor Pradera era el intelectual
máximo del tradicionalismo legitimista, como heredero del tribuno Vázquez de
Mella. Perteneciente a la generación joven de dirigentes promocionados por el
marqués de Cerralbo en su lanzamiento de un nuevo carlismo, el ingeniero navarro
había sorprendido gratamente en las Cortes por su inteligencia y defensa de un
regionalismo integrador como diputado por Tolosa. Su defensa de la unidad
nacional de España le acercó a la derecha maurista, haciendo amistad con el
propio Antonio Maura, pero le enfrentó de forma encarnizada al nacionalismo
vasco, del cual sería victima en 1936. Participante en el cisma mellista de
1919, Pradera colaboró en los diferentes proyectos que tuviesen como finalidad
la coordinación de las diversas derechas españolas ante el peligro
revolucionario y separatista. Este intento de labor de síntesis de las derechas
españolas le llevó a participar en la formación del Partido Social Popular y en
la Asamblea Nacional de Primo de Rivera, aunque en esta última acabaría criticando
la política centralizadora del régimen. Durante la II República, se
reintegraría a la Comunión Tradicionalista convirtiéndose en su principal
teórico, aunque siempre fue un abierto defensor de la unidad de acción de las
derechas en un programa mínimo. Con esta finalidad elaboró lo que sería su gran
obra El Estado Nuevo, donde describirá la formación de un Estado
corporativo fiel a la tradición católica española [19] .
Pradera había reunido en un nacionalismo español moderno, el
viejo foralismo que permitía la pluralidad de las personalidades regionales,
con el catolicismo social que había modernizado la concepción social del añejo
tradicionalismo. Esto no proporcionaba ninguna novedad, pero la importancia de
Pradera en la elaboración política del discurso de la derecha, vino de cuando
sistematizó todas estas ideas en un programa político para llevar a la práctica
y que tanto carlistas, como neotradicionalistas de otros partidos consideraron
propio. Su libro ya citado, El Estado Nuevo, fue su obra más preciada
recogiendo la visión tomista del hombre y la sociedad, los cuales debían formar
una comunidad orgánica, estructurada de forma corporativa para enlazar con la
tradición española, por que ese Estado Nuevo que preconizaba, no era más que el
viejo Estado establecido por los Reyes Católicos, pero actualizado a nuestros
días, con las añadiencias pertinentes [20] .
El Estado Nuevo de Pradera debía estar formado por unas
Cortes corporativas compuestas por tantas secciones como clases económicas del
Estado -todas con la misma representatividad para evitar el dominio numérico de
una sobre las demás- el total seis: Agricultura, Comercio, Industria,
propiedad, Trabajo manual y Trabajo profesional. Las regiones, por sus
diferentes personalidades deberían tener sus representantes en las Cortes. Del
mismo modo, los Cuerpos del Estado, que más que defender intereses propios al
estar agrupados en una sección promoverían el interés público. La sección de
los Cuerpos del Estado procederían del Clero, magistratura, Aristocracia, Diplomacia,
Ejército y Armada. En otra sección se englobarían los cuerpos nacionales y
corporaciones que no afectaban a clase alguna en particular, ni directamente al
Estado, representarían a entidades morales, intelectuales o económicas
existentes o que surgiesen según las necesidades de la sociedad. En definitiva,
nueve secciones, de ellas seis económicas, una regional, una de Cuerpos del
Estado y otra de Cuerpos Nacionales y Corporaciones.
Las Cortes orgánicas ideadas por Víctor Pradera se
compondrían de cuatrocientos diputados, a cincuenta por sección, en cuanto a la
sección de Cuerpos del Estado, por su especial composición, se repartirían los
cincuenta de forma alícuota, a diez por cuerpo. La última, según los cuerpos
que la llegasen a formar, irían alcanzando una representación similar al resto
de las secciones [21] .
La característica más original de estas Cortes corporativas
la puso Pradera en la forma de hacer las deliberaciones. Como una de las
acusaciones a los parlamentos democráticos era la pérdida de tiempo que
ocasionaban entre exposiciones, deliberaciones y contrarréplicas. Las Cortes
del nuevo Estado debían entregar los diversos problemas a las secciones
correspondientes según su especialidad. De este modo, la propuesta era
examinada únicamente por cincuenta diputados, tras llegar a una propuesta de
consenso, sólo se necesitaría un portavoz para exponerla al ejecutivo. En las
Cortes sólo se expondrían nueve discursos con sus réplicas de parte de los
responsables gubernativos, reduciéndose de forma sustancial el tiempo gastado
en el legislativo
Este Estado respondía según Pradera, a la modernidad acorde
con los tiempos por su composición orgánica. Pero a su vez respiraba la
herencia tradicionalista al posibilitar la representatividad de la pluralidad
regional, en virtud de los antiguos reinos y las corporaciones, herederas de
los antiguos gremios.
En el falangismo, la formación de una modalidad de Estado no
estaba tan madura como en otras fuerzas políticas, por el carácter novedoso del
nacionalsindicalismo y la juventud de sus dirigentes, que nos les dio tiempo,
más que a dejar unos bocetos ideológicos de lo que debía ser su movimiento,
pero sin poder concretar al detalle un programa de un futuro Estado
nacionalsindicalista. Aunque, Ramiro Ledesma Ramos exculpaba la ausencia de
elaboración teórica en la necesidad inmediata de vigorizar la conciencia
nacional española, para reclutar en la sociedad, esa élite juvenil que
condujese a España a un Estado corporativo o nacionalsindicalista. España,
según interpretación del pensador zamorano, necesitaba una acción briosa de su
gente, más que elaboraciones intelectuales. Para realizar esa acción debía
preparar a la sociedad para que alcanzase ese grado de mística nacionalista que
le llevase a la revolución totalitaria forjadora de un Estado
nacionalsindicalista [22] .
Sin embargo, el vallisoletano Onésimo Redondo, cofundador de
las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista) con Ramiro Ledesma Ramos,
ya indicaba que el nacionalismo español, propugnado por el nacionalsindicalismo
no debía ser ni monárquico, ni antimonárquico, ni confesional, ni
antirreligioso [23] , algo que
marcaba diferencias con respecto a los movimientos derechistas, claramente
monárquicos en el caso carlista y alfonsino y significativamente católicos
ambos junto al cedismo posibilista. Para Onésimo la modalidad de Estado
producía una ruptura social innecesaria y en cuanto a la confesionalidad, no se
podía admitir ésta, si se quería recuperar a la clase obrera para una finalidad
nacional. Aunque, se defendía la catolicidad del pueblo español, porque era
algo substancial y determinante en su ser patriótico.
No obstante, el líder indiscutible del movimiento falangista
sería José Antonio Primo de Rivera, hijo del antiguo dictador, quien había
entrado en política para defender la meoria de su padre. José Antonio, no llegó
tampoco a precisar de una forma detallada que debía ser el futuro Estado
falangista, pero entre su oratoria apasionada encontramos referencias que nos
enmarcan en ese tercerismo buscado entre el capitalismo y el socialismo. En
marzo de 1933, antes de la fundación de Falange, José Antonio se explicaba así:
"venía a combatir por algo más grande y permanente: la formación de un
nuevo Estado, gremial, sindical y corporativo, conciliados de la producción y
del trabajo y con seriedad bastante en su estructuración y en sus masas para
contener el avance de las propagandas y de los procedimientos disolventes que,
a nuestro juicio, representa el marxismo en todas sus formas, según se ésta
comprobando desgraciadamente en España" [24] .
Con respecto a la CEDA, el partido mayoritario de la derecha
católica en el período de la II República, su líder José María Gil Robles,
había definido al liberalismo como la principal causa de la decadencia social
en su tesis de 1922 El derecho y el Estado y el Estado y el derecho,
hijo de uno de los principales doctrinarios del tradicionalismo carlista de
principios de siglo, Enrique Gil Robles. El salmantino José María Gil Robles,
fue apadrinado por el ganadero integrista Lammamie de Clairac, por tanto era
difícil esperar que José María Gil Robles defendiese una posición favorable al
liberalismo.
No obstante, su formación pasó por la ACN de P e inició sus
armas políticas como activista del PSP, donde se dio a conocer. Sin embargo,
sería durante la II República cuando Angel Herrera Oria le catapultó a la fama
pública, encargándole el liderato de la derecha católica española y la
reconquista de España. Después del fracaso estrepitoso de 1931, Gil Robles
consiguió aunar en torno a Acción Popular a la mayor parte de agrupaciones
derechistas existentes en el territorio nacional, formando la CEDA. Esta
confederación aglutinó el catolicismo social y se convirtió en 1933 en la
primera fuerza parlamentaria del país. De este modo, Gil Robles pasó a ser el
principal portavoz de los católicos en el parlamento republicano y el líder
político sin discusión de este espectro sociológico.
El modelo social que propugnaba el salmantino era el
desarrollado por el catolicismo social. Gil Robles había defendido la fórmula
corporativa, como una finalidad futurible, que se daría cuando la sociedad
española se fuese otorgando de forma progresiva una modalidad orgánica, a
través del asociacionismo católico social, pero siempre que fuese de abajo arriba [25] .
En un principio, como partido con posibilidad de gobernar, los puntos mínimos
de convergencia con el resto de las derechas eran la defensa de la Religión, la
familia, el orden social y la propiedad. Sin embargo, le diferenciaba de éstas
su accidentalismo, al creer que la defensa de la monarquía o la república
resultaba superficial y dividía la opinión social. Además, como herencia de su
antecesor el Partido Social Popular de los años veinte, defendía un
regionalismo descentralizado, alejado del unitarismo liberalconservador [26] .
Sin embargo, en su proyecto cultural la CEDA fracasó, resultando su Revista
de Estudios Hispánicos un remedo sin personalidad de Acción Española
de la cual procedían muchos colaboradores y siéndole imposible crear un
discurso político diferente al tradicionalista divulgado por los monárquicos [27] .
En definitiva, excepto por el pragmatismo marcado en la acción política por el
propio Gil Robles, a nivel teórico, la concepción del mundo defendida por los
hombres de la CEDA y los del tradicionalismo carlista o alfonsino era
prácticamente el mismo, salvo la referencia al sistema monárquico, substancial
en éstos últimos. ·- ·-· -······-·
José Luis Orella
González, A. "Tradición y modernidad en el pensamiento filosófico de Fray
Zeferino González" en Revista de Estudios Políticos nº 202, págs.
105-204
Gil Cremades, J.J., 1969, págs. 165-192
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