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La resistencia corporativa en Francia: socialismo, tradicionalismo y “comunidades naturales”
por
Sergio Fernández Riquelme
Una introducción histórica explicativa
|
Socialismo y tradicionalismo, supuestos enemigos doctrinales
(histórica e ideológicamente) presentan rasgos comunes, e incluso caminos
paralelos, en la Historia de las ideas políticas y sociales, en especial sobre
el tema del corporativismo. Como bien demostró en el caso español Gonzalo Fernández de la Mora, mostrando las raíces organicistas comunes en tradicionalistas y
socialistas, e incluso de liberales (al calor de la introducción del krausismo
en España), “lo corporativo” sigue siendo es una realidad presente en el
funcionamiento extraparlamentario (sindicatos y lobbys, colegios profesionales
y grupos de presión, intereses económicos y poderes locales) de las democracias
parlamentarias en Europa y en América a inicios del siglo XX. Y esta realidad, en
su trayecto histórico, puede ser ejemplificada en el caso francés, paradigma
del centralismo estatista y laicista, pero sede también de importantes debates
y teorías de naturaleza corporativa.
Así, y como
otras modalidades de la Política social difundidas desde 1848,
el corporativismo fue respuesta directa a la Cuestión social, presentada
por historiadores sociales, sociólogos y juristas como consecuencia del impacto
de la Revolución industrial, y como un mal que afectaba a la relación armónica
entre clases. Pero lo corporativo no solo asumió la forma de una política
social jurídica (política del trabajo) o asistencial; su especificidad radicaba
en su propuesta grupal de regulación del conflicto surgido en las relaciones
entre la propiedad y el trabajo. Los cuerpos sociales intermedios
desempeñaban para Patrick de Laubier, un papel mediador clave para alcanzar la
finalidad de la Política social, la “justice sociale”.
El poder político se convertía por ello en “l´intemédiaire de grupes
organisés”, y el corporativismo aparecía como mediación entre el Estado y el
Sindicalismo, los dos actores principales de la Política social.
En este contexto, el notable desarrollo
conceptual y doctrinal del corporativismo francés, desde su génesis en el siglo
XIX, de tanta influencia en España,
no fue siempre paralelo al de su institucionalización jurídico-política. Bajo
la herencia de la Ley Le Chapelier (1791), que marcó el camino en Europa
a la destrucción legal de las “comunidades naturales” (en esencia las funciones
sociales de municipios, gremios y familias), durante el siglo XIX tanto el
liberalismo jacobino como el doctrinario hicieron caso omiso a las propuestas
“socialistas” de Luis Blanc y Hénri de Saint Simon, y al legado “tradicionalista”
de Luis de Bonald [1754-1840] y de Joseph de Maestre [1753-1821].
Incluso, las propuestas de reforma corporativa
del modelo constitucional de la III República francesa, preconizadas por Émile
Durkheim, Leon Duguit, M. Hariou, además de las tesis organicistas del liberal
Bertrand de Jouvenel, no alcanzaron el sueño de una Cámara corporativa o
gremial/profesional. Ni corporativismo ni solidarismo; sólo las
presiones sindicales (con la CGT a la cabeza) y la influencia del Reichwirtschaftsrat
de la Constitución de Weimar (1919), permitieron crear en Francia el Consejo
Nacional de economía por el Decreto de 19 de enero de 1925, acuerdo
corporativo reeditado en L´Accord de Matignon de junio de 1936 bajo la
presidencia del frentepopulista León Blum [1872-1950] entre “les puissances
économiques”: la CGPF empresarial y la CGT sindical.
Pero en este proceso de infructuosa
institucionalización destacaron las elaboraciones de la sociología católica. A.
de Mun, L. Harmel, F. Le Play o R. la Tour asumían ciertas tesis de los
legitimistas de Bainville y los tradicionalistas de Bonald, especialmente la idealización de la pretérita sociedad de estamentos y gremios, de jerarquía
patriarcal y núcleos familiares, de autonomías y solidaridades comunales.
Frédéric Le Play [1886-1882] planteó una concepción “subsidiaria” del
reformismo obrero y social, que situaba a la familia como “prototype de
l´Etat”.
Esta propuesta fue sintetizada en la doctrina que denominaba como
“patronalismo”, desarrollada en La réforme sociale en France (1864) y L´Organisation
du travail (1870). Partiendo de la subordinación de lo político a lo ético,
y de la interacción entre ciencia positiva y religión, Aunós leía en Le Play como “las intervenciones del Estado deben ser muy espaciadas, concretas y
llenas de circunscripción, mostrándose igualmente pesimista en lo que se
refiere al papel que han de desempeñar las asociaciones de clase”, y
complementadas por el trabajo doméstico, la función social de la familia y la
conciliación sociolaboral.
Igualmente, en el seno de la “L´Association
Catholique” [1876-1890], junto al Manuel d´une corporation chrétienne
(1890) de L.P. Harmel, destacó la obra del diputado católico Albert de Mun
[1841-1914], dedicado no sólo a desarrollar los círculos católicos obreros en
Francia, llegando hasta casi 30.000 miembros, o defender en el Parlamento de la
III República los derechos de los fieles al magisterio vaticano; además generó
una relevante teoría en sus discursos recogidos en La question ouvriére
(1885) y L´Organisation professionelle (1901).
Pero de todos
los autores antes citados, destacó sobremanera el marqués René La Tour du Pin [1834-1942], de quién
Aunós resaltaba su aportación
de “los verdaderos cauces de las reformas sociales y de la organización
corporativa”.
La Tour du Pin encabezó el modelo de Monarquía social católica desde la Francia
finisecular. Frente al capitalismo burgués y el socialismo bolchevique, La Tour
defendía la necesidad de un “Orden social católico” basado en la corporación
profesional (de raigambre medieval): un orden que regulase corporativamente el
mundo del trabajo (“organización corporativa de los talleres”), la economía y
la política. “La constitución nacional” (o “leyes fundamentales del Reino”) era
enemiga de las formas republicanas y monárquicas que sostenían el principio de
la soberanía nacional. Las luchas sociales entre propietarios y obreros, la
anarquía pública y el individualismo moral (visibles en 1848 y 1873) requerían
con urgencia un nuevo modelo político social corporativo, de naturaleza
cristiana y de modelo medieval-gremial.
La doctrina sobre un
“orden social cristiano” de La Tour se fundaba en el magisterio pontificio
(religión católica), la mitología medieval (monarquía tradicional) y la
fenomenología social (corporativismo de Durkheim). Bajo esta tras tradiciones,
su orden resultaba así católico (“propiedad de Dios” bajo administración
humana), monárquico (“un rey en la cúspide” que “cumple el más alto de los
trabajos de la nación” y por ese “trabajo se hace verdaderamente rey”) traducido
al lenguaje político-social), y orgánico (“por el cual los elementos que la
componen se si ente unidos y solidarios, formando parte de un conjunto orgánico”).
Un orden que se encontraba en condiciones, para La Tour, de adaptarse a las
mutaciones contemporáneas mediante un “régimen corporativo” que “no debe
implicar el retorno a las corporaciones medievales, sino la formación de otras
más adecuadas al tiempo presente, a base de patrimonio corporativo, de la
intervención en su constitución y gobierno de todos los elementos productores y
el ascenso dentro de los oficios por obra de la capacidad profesional”.
Ahora bien, pese a
décadas de notable fecundidad doctrinal, la escuela corporativa católica
francesa se sometió, en gran parte, a las exigencias de realliment de la
democracia cristiana con la III República francesa. Pese a ello, el fracaso del
sistema político representativo de la III República, pese a la unidad nacional
alcanzada por la movilización durante la I Guerra mundial, dio alas a nuevas
fórmulas corporativas asentadas en regímenes fuertes y autoritarios, no
directamente vinculadas al magisterio católico.
En este proceso jugaron un papel
determinante los doctrinarios participantes en el diario L`Action française
(1905-1945), continuador de la Revue d'Action française fundada por Jacques Bainville [1879-1936]; intelectuales que definieron un moderno nacionalismo contrarrevolucionario,
el cual fue modelo de renovación de los discursos, medios de difusión y
aparatos organizativos de la creciente derecha antiliberal española.
En este movimiento jugó un papel decisivo su principal fundador e ideólogo,
Charles Maurras [1868 1952], que convenció a cierto sector del
nacionalismo galo de la necesidad de las tesis monárquicas y católicas.
Influido por el nacionalismo de Maurice Barrès, Maurras retomó en esta revista el movimiento fundado en 1898< por el profesor de Filosofía Henri
Vaugeois y el escritor Maurice
Pujo. Trois idées politiques (1898)
fue el testimonio de su primera evolución ideológica.
De la mano de Maurras se generaba un nuevo tradicionalismo francés que integraba el bagaje intelectual del nacionalismo laico
y positivista. Tras situarse radicalmente en contra del régimen parlamentario
de la III República, Maurras encabezó la modernización de la doctrina
tradicionalista combinando el positivismo sociológico y el legitimismo
orleanista de Bainville.
En su obra Enquête sur la monarchie (1900-1909) fue delimitando
doctrinalmente este nacionalismo integral y monárquico, que atrajo a numerosos
republicanos y sindicalistas vinculados al ideal corporativo o a posiciones
antiparlamentarias; su síntesis entre Nación y Tradición rompía la histórica
posición antinacional del legitimismo, atrayendo a numerosos sectores de las
clases medias deudoras espirituales de un catolicismo convertido en factor de
legitimación cultural y de cohesión social, aunque nunca en dogma a seguir (visible
en el público agnosticismo de Maurras).
Maurras sintetizaba así las dispersas corrientes doctrinales de la derecha
francesa, desde De Maistre hasta Bonald, pasando por Taine, Renan, Fustel de
Coulanges, e incluso Proudhon- que había brotado a lo largo del siglo XIX como
reacción al significado social y político de la Revolución de 1789 (tesis
contenida en Romantisme et Révolution, 1922).
Con todo ello, desde una visión
positivista propia, que designó con el nombre de “empirismo organizador”,
Maurras proclamó un nuevo orden en la sociedad, regido por una serie las leyes
descubiertas por la historia y la sociología.
Siguiendo a Comte, Maurras asimilaba la sociedad a la naturaleza como “realidad
objetiva”, independiente de la voluntad humana.
La sociedad suponía un “agregado natural” determinado por las leyes de
jerarquía, selección, continuidad y herencia; así criticaba el romanticismo
estético y literario de J.J. Rousseau, y vinculaba este método con la tradición
católica y clasicista francesa (L'Action française et la religion catholique,
1914). Por ello cuestionaba tanto la Revolución de 1789, auténtica insurrección
contra la genuina tradición francesa, representada por el orden monárquico,
católico y clásico, inicio de la decadencia nacional que Francia padecía a lo
largo del siglo XIX, y que llegaría a su cenit con la derrota ante Prusia en
1870; como la III República, culminación de estas “ideas destructivas”
destructivas, especialmente una “democracia inorgánica” que sacralizaba el
régimen electivo, la centralización administrativa, el monopolio burocrático, y
con ello, la desintegración de la sociedad y el debilitamiento de la nación.
Este nuevo orden propugnado por
Maurras se materializaba, a través de una “encuesta histórica”, en la doctrina
del nacionalismo integral y el ideal de la Monarquía como régimen de gobierno
ideal y funcional.
La defensa de la nación francesa exigía la instauración de la monarquía
tradicional y representativa, portadora de los valores característicos del
catolicismo y del clasicismo.
Éste era el contenido de su “politique d'abord”, donde la monarquía hacía
coincidir el interés personal del gobernante y el interés público, la herencia
del poder político y la duración de la nación. Frente a la democracia
republicana “desorganizada, discontinua y dividida, “el interés nacional”
exigía la inmediata supresión del parlamentarismo y de los partidos políticos.
Frente a ellos, la nueva Monarquía “representativa” reuniría el principio
político monocrático en el monarca (que reunía en su persona la totalidad del
poder) y el principio democrático en un conjunto de cámaras de carácter
corporativo.
El Estado recuperaría, así, sus funciones tradicionales, respetando la libertad
económica y social en mano de los individuos y las corporaciones. Este régimen
garantizaría tanto la descentralización territorial (reconstruyendo las
regiones), como la profesional restaurando los gremios, moral y religiosa
(recuperando la influencia de la iglesia católica en la sociedad civil).
Así llegó el momento de L'Action française ,
empresa intelectual a la que se sumaron el economista Georges Valois
[1878-1945], el
polemista Leon Daudet, el historiador Jacques
Bainville, el crítico Jules
Lemaître, y unas juventudes proselitistas llamadas “ Camelots
du Roi”.
Pero pronto se mostraron las veleidades políticas del grupo. En las elecciones
de 1919 apoyaron a la Unión Nacional y lograron situar a Daudet en el
Parlamento. Acusados de antisemitas y radicales, Pio XI condenó la obra de
Maurras, situando sus libros en el Index Librorum Prohibitorum el 29 de diciembre de 1926 .
Ahora bien, estas condenas no frenaron adhesiones como las de Georges Bernanos o Robert Brasillach, pero tampoco defecciones como la del mismo Valois, fundador del Faisceau, o de Louis Dimierm, nuevo dirigente de La Cagoule.
Estas polémicas surgieron, en gran
medida, de la posición ambivalente con respecto al fascismo italiano. Maurras alabó en numerosas ocasiones al nacionalismo fascista llegándolo a definir como
“un socialismo libre de la democracia y de la lucha de clase”; pero también
condenó tanto el totalitarismo de Mussolini como el estatismo exacerbado del
nacionalsocialismo. En esta polémica medió el antiguo sindicalista Valois,
que propugnaba un entendimiento con estos regímenes, y con la “escuela” Georges
Sorel. Así nació el Círculo Proudhon (1911), movimiento cultural
contrario a la democracia liberal y a favor de la descentralización regional.
Pero las posiciones esencialmente revolucionarias de los sorealianos,
irreductibles en el ideal de la lucha de clases, se mostraron finalmente
inadmisibles para la tradición organicista y gremialista del nacionalismo
integral de Maurras.
Georges Valois, pseudónimo de A.G.
Greseent, vinculó tradicionalismo y fascismo en su obra L'économie nouvelle
(1919). En ella planteaba un régimen sindical corporativizado, presidido por un
gran Consejo económico y social nacional, articulado sobre la representación
orgánica de oficios y regiones, y desarrollado a través de Consejos locales
capaces de suministrar los representantes generales y de reflejar la voluntad
de las pequeñas células de la vida social y económica.
Valois no hablaba del Parlamento del Trabajo socialista, sino de un esquema
jerárquico divido en escalones de producción y en necesidades económica; por
ello señalaba que “este esquema reposa no sobre una ideología, sino sobre
principios deducidos de la observación de los hechos contemporáneos, y tiene en
cuenta las necesidades de la producción y de las creaciones espontáneas de la
vida económica”.
Esta preocupación por temas socioeconómicos le situó en la llamada “ala
izquierda” de Accción francesa, ala que leia y debatía a G. Sorel y a P.
Proudhon (Le Monarchie et la classe ouvriere, 1914, o La Revolution
nacionale, 1922), y fue atraído finalmente por la experiencia del fascismo
italiano (Le Fascisme, 1927).
Años después, y a la sombra de
Maurras, más de medio centenar de intelectuales buscaron en el “nacionalismo
integral” el sistema político-social capaz de derrocar a la III República
francesa. Esta generación tuvo su oportunidad en 1941, tras la división del
país con la ocupación alemana. En febrero de 1941 Ch. Maurras denominó como “divina sorpresa” la decisión del mariscal Philippe Pétain
[1856-1951] de expulsar a Pierre
Laval del Gobierno; por ello apoyó de manera plena la política del
Gobierno de Vichy, en el que vio el símbolo de la unidad nacional, como
continuación de la "Unión
sagrada ” de 1914. El mismo mariscal llamó a Maurras y sus discípulos
para dotar al nuevo Estado francés de un armazón doctrinal corporativo y antiparlamentrio,
amén de contar con “La legión de Combatientes y Voluntarios” del coronel La
Roque como movimiento político, y de la integración de los miembros del PSF (Partido
Social francés) y del PPF de Jaques Doriot (Partido popular francés).
Así, en el París ocupado por las
fuerza germanas, un sector declaradamente fascista se unió a las tesis de Drieu
La Rochelle [1893-1945] sobre un Estado totalitario de extensión continental;
mientras, en Vichy la “revolución nacional” desarrollada por Maurras tomó los valores conservadores de “trabajo, familia y patria”, alcanzando gran influencia los
neotradicionalistas de Raphaël
Alibert , convertido en ministro de Justicia, buscando establecer un
régimen corporativo y agrarista. Los maurrasistas defendieron la retórica
monárquica, los principios católicos, y la imagen idílica de la antigua
sociedad gremialista y rural, gracias en gran medida a la labor de Philippe
Henriot y Xaviert Vallat desde la Secretaria de propaganda. Pese a su rotundo
“antigermanismo”, al final de la II Guerra mundial Ch. Maurras fue condenado a
cadena perpetua y su revista fulminantemente prohibida. El nuevo régimen presidencialista
y estatista marcado por el general Ch. De Gaulle [1890-1970], dejó al
corporativismo limitado a la burocratización del poderoso sindicalismo obrero y
funcionarial, y a las propuestas “populistas” de Pierre Poujade [1920-2003].
Poujade fue el responsable de la fundación en 1954 de la Union de défense des commerçants
et artisans (UDCA),
movimiento en defensa de los intereses de las clases profesionales y grupos
artesanales de las provincias francesas, frente al sistema fiscal estatal y el
monopolio burocrático propio de la IV República.
El poujadismo se convirtió durante varias décadas en el portavoz de los
“trabajadores independientes", de los "artesanos y comerciantes"
de la Francia “de abajo” contra las “200 familias privilegiadas”.
·- ·-· -······-·
Sergio Fernández RiquelmeNotas
Las concepciones reformistas o autoritarias del corporativismo alumbradas al
otro lado de los Pirineos, ejercieron una enorme influencia en nuestro país,
bien por la cercanía geográfica, bien por el ascendiente de superioridad
intelectual que gran parte de los académicos hispanos les otorgó. Del
corporativismo católico, la modernización funcional del pasado romántico de La
Tour du Pin fue el referente básico del Estado corporativo de Aunós y del Estado nuevo de Pradera, mientras Albert de Mun marcó en buena medida a Severino Aznar. De Durkheim tomaron nota algunos intelectuales, más cercanos al naciente debate
sobre la ciencia sociológica que a las siempre lejanas tesis sobre el
positivismo y el funcionalismo: el krausoinstitucionista Azcárate criticaba el “sociologismo” de Durkheim por abordar la materia religiosa desde el positivismo
sociológico. Véase Gumersindo de Azcárate, La religión y las religiones,
Conferencia en la Sociedad El Sitio. Bilbao, 16 de mayo de 1909, págs.
259-260), Adolfo G. Posada fue lector suyo de la mano de Duguit y Le Bon, mientras Severino Aznar hacía referencia al prefacio de la segunda edición de la
División apuntado que “toda escuela sociológica y positivista científica que
tiene admiradores en todo el mundo culto ha llegado a las mismas conclusiones
que desde hace medio siglo están difundiendo los reformadores sociales
católicos. Durkheim, que no tiene ninguna religión positivista, y que es hoy el
mayor prestigio sociológico de Francia, llegó a las mismas conclusiones que
Hitze, sacerdote, uno de los más ilustres campeones del régimen corporativo de
Alemania” Cfr. Severino Aznar Estudios económicos y sociales. Madrid,
Instituto de Estudios Políticos, 1946, pág. 214. Las primeras ediciones de las
obras de Durkheim en España reflejan, por sus fechas, cierta tardanza en su
publicación, y por sus traductores, cierta pluralidad de corrientes: el abogado
Antonio Ferrer y Robert, el jurista Mariano Ruiz Funes, el sociólogo Carlos G.
Posada, el politólogo Francisco Cañada y el líder sindical Ángel Pestaña.
Posteriormente fue objeto de atención por la filosofía social de la Escuela
de Madrid, y en especial por José Ortega y Gasset y su modelo burgués y meritocrático, profesional y laico de “orden moral” para la sociedad de su época.
Mientras, del corporativismo sindical implantado por la CGT, tomaron nota
socialistas como Fabra, De los Ríos y Besteiro; del “nacionalismo integral” de
Charles Maurras y el “legitimismo” de Bainville quienes ayudarían decisivamente
al punto de inflexión de la tradición corporativa española desde las páginas de
Acción española o en el organicismo de la Lliga catalanista de F.
Cambó y Ventosa.
Recogido en Charles Maurras , “Trois idees politiques”, en Romantisme et Revoiution. París,
Nouvelle Librairie Nationale, 1922, págs. 262 sq.
Sobre los orígenes de este movimiento destacan las obras de Raoul Girardet , Le Nationalisme français,
1871-1914, Seuil, Paris, 1983 ; y François Huguenin , À l'école de l'Action
française, Lattès, Paris, 1998
Charles Maurras , Romantisme et Revolution, Nouvelle
Librairie Nationale, París, 1922, pág. 11.
Ch. Maurras , “La politique
religieuse”, en La democratie
religieuse. París, Nouvelles Editons Latines, 1978, pág. 289.
Ch. Maurras, Encuesta sobre la Monarquía. Madrid , Sociedad
General Española de Librería, 1935, págs. 65 y 705-706.
Ch. Maurras, Mes idees poiitiques. París, Fayard, 1937, págs. 257 sq
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